3. Nene
El apartamento de Robin está sin él desde la noche anterior que apagó la luz y cerró la puerta principal. Solo sus peces se mueven ahí. El dispensador de alimento les da de comer y su amo no regresa, pero a ellos no les importa. Las habitaciones se iluminan por la luz del sol y Robin no regresa. Pasan las seis y las siete de la mañana sin rastro de él. A las nueve Robin abre los ojos, duerme de cara a un ventanal sin cortinas, siente una suave tela sobre su piel, se mira, tiene un pantalón negro de seda.
—¡Hijo de puta! —dice al ver la hora en el reloj de la pared y sentir el brazo de Camilo abrazándolo por atrás. Lo apoya y Robin lo siente duro— ¿Me secuestraste? ¡No puedo faltar a trabajar!
Se sienta y ve su campera naranja a los pies de la cama, sin mirar a Camilo se levanta. Mira para afuera por la ventana, ve agua y más agua, concluye sin necesitar demasiada astucia que esa casa está en la costa.
—Nene —Camilo sigue con el juego de la noche pasada.
—¿Qué querés?
—La noche cogiéndote...
Robin no lo mira pero asiente, recuerda lo que hicieron y que no le desagradó, pero admite también que no aguantó tanto tiempo como había pensado que lo haría, porque se terminó desmayando.
—¿Acá hay teléfono? ¿Decime en dónde estamos?
—En tu casa de vacaciones, terminemos lo que empezamos anoche y después firmamos los papeles para que sea tuya —le habla Camilo desde la cama.
En ese momento es cuando Robin lo mira y nota que Camilo no está tan peinado como las dos últimas veces que lo vio, su cabello negro cae lacio hacia los lados, eso le da años de juventud. No le parece tan viejo como antes.
—Pero ahora no, ¿dónde está el teléfono? —Si no llama al trabajo para avisar que no va, de seguro lo echan.
Busca el teléfono en el lugar donde Camilo le indica y hace la llamada. Finge una tos y dice estar muy engripado, así zafa de ir a trabajar y de que lo sancionen por faltar sin avisar. Termina la llamada y sale de esa sala, pero todavía no sabe adónde mierda está. Mira para afuera, ve agua y sol. La casa está tan aislada que no hay personas en su entorno, el lugar es tranquilo y hermoso.
El estómago le pide comida, empieza a buscar la cocina, se muere de hambre. Cuando la encuentra va directo a la heladera y saca mayonesa y jugo de naranja, busca pan y saca un sartén, se hace dos huevos fritos al pan, y cuando está a punto de morder el primer bocado, Camilo aparece en la puerta de la cocina.
Tiene puesta una camisa blanca sujeta con tiradores negros y un pantalón del mismo color, la camisa la lleva por dentro del pantalón pero abierta, excepto por los dos últimos botones. «Tiene unos buenos abdominales marcados, será por eso que no se cubre», piensa Robin y se mira, él también está sin camisa.
—En el horno hay comida —le dice Camilo mirando eso que se cocinó.
Robin eleva los hombros sin hacerle caso y muerde el bocado de pan con huevo frito. Camilo entra y abre el horno, saca una fuente de pastel de carne, corta un trozo y lo calienta en el microondas. Se sienta enfrente de Robin para comer. Él acaba el pan y toma el jugo de naranja, pero sigue con hambre, se resigna y también calienta pastel de carne, pero en el sartén. No usa el microondas jamás y no será ahora cuando empiece a hacerlo, no quiere exponerse a toda esa radiación que le dejan a la comida.
Camilo sigue comiendo y lo observa mientras se calienta la comida, mira cómo Robin sostiene el sartén del mango y con la espátula revuelve, destroza el pastel. Entonces Camilo deja el tenedor a un lado del plato y se para, se acerca y prende el extractor, el olor a comida le disgusta.
Lo mira. —Te compré ropa —le dice apoyado en la mesada junto a él.
—No la necesito —Robin apaga la hornalla y sostiene un plato para poner la comida, ignora a Camilo.
—Nene —Camilo lo sostiene del rostro obligándolo a que lo mire—. Escuchame... ¿Creés que estoy a tus pies?
—Sí... —Robin lo dice pero duda— Papi... Dejame comer y después te dejo hacerme lo que quieras.
Sostiene el sartén y el vapor es atraído hacia el extractor, entonces Camilo lo suelta y lo deja solo, se va al living y se sienta en un sillón mientras fuma.
Quince minutos después avista el naranja chillón de la campera de Robin, la trae con el cierre abierto y tiene el cabello mojado, se acaba de bañar. Camilo tiene un cigarro en la boca, le da una pitada y está cruzado de piernas, mira hacia afuera, al jardín y a la piscina.
Escucha la queja de Robin: —¿Dónde está mi musculosa?
—Se perdió, estaba vieja.
—Era mi preferida, dormía con ella.
—Ya dije que te compré ropa —Camilo apaga el cuarto cigarro en el cenicero en la mesa frente a él.
—¿Qué tipo de ropa? —Robin se acerca al ventanal y entrecerrando los ojos por el molesto sol observa el amplio jardín, que según Camilo después de que firmen será suyo.
—Ropa elegante, de colores oscuros.
Robin hace una mueca de asco.
—Pfff... ¿No hay nada naranja, ni verde claro o fucsia?
Ahora es Camilo es que hace la cara de asco.
—No.
—Igual no la voy a usar, no voy a cambiar mi forma de vestir... Ehhm... Mañana tengo que ir a trabajar, así que si esta noche me desmayo tenés que dejarme en mi apartamento, esta es la llave —Saca la mano del bolsillo de su pantalón con un llavero.
—Está bien... Pero ¿pensás que me podés decir lo que tengo que hacer?
Camilo se para y se acerca, se pone atrás de él y desliza la mano por su costado subiendo hasta su hombro y después, de improviso, cierra una mano en la garganta de Robin. Aprieta. Esa mano no lo disminuye y Robin admite lo que es obvio: —Claro que puedo decirte lo que...
Camilo aprieta más y Robin se calla.
—Sos lindo y todo, y tenés buen cuerpo... —Camilo le toca el trasero y le dice en la oreja— ¡Pero a mí no me controlás! —Después se la muerde. Le aprieta el hombro y le da la vuelta, empujándolo de espalda contra el vidrio. Sigue sosteniéndolo de la garganta.
Mientras se lo cogía, Camilo pensó que le perdonaría todo, por esa cara y esos ojos, unos que recién ahora nota que son azules, por la luz del día y porque está sobrio.
—¿No? Papi, no puedo controlarte, pero vos tampoco a mí —Robin se ríe, burlándose y le toca el pene por arriba del pantalón.
Al ver esa cara burlona Camilo le sostiene la mano y se la tuerce tras la espalda, le hace doler.
—Nene, ¿no me oís? Vas a ir y te vas a vestir como yo quiero...
Camilo lo está mirando con nada de diversión y Robin comienza a pensar en que se equivocó al ir a la discoteca la noche anterior, pero ese hombre lo puede, el peligro que emana y ese olor a cigarro y perfume caro lo calientan. «¿Qué carajo tiene que me hace endurecer tan rápido? Nunca había pensado en que tendría algún tipo de complejo de Edipo... de Electra, eso que sienten los hijos hacia los padres, pero claro que este no es ni podrá ser nunca mi padre, solo es un poco viejo, nada más.»
—¿Qué querés...? —La cara de enojo de Camilo se pone peor— ¿Papi? —Robin se arrodilla ante él y le abraza las piernas.
Pero Camilo no está siendo apaciguado por esa estúpida sumisión.
—Nene, aprendé a jugar o te meto una bala.
Camilo no lo dice en serio, es que lo está haciendo enojar. ¿O será que es Camilo el que no sabe jugar el juego de Robin?
—No, papi, prefiero que me metas otra cosa, no una bala... —Robin apoya la mejilla sobre el pantalón, sobre el pene de Camilo.
Camilo lo mira desde arriba y abre la mano, Robin muerde sobre la tela. Camilo mueve la mano y le da una cachetada para recuperar el control sobre Robin, queriendo mostrarle quién manda ahí y que no se va a dejar controlar por un pendejo que apenas pasa los veinte años, es una criatura para él. Todo le sale mal porque más que oír un llanto de humillación escucha un jadeo, Robin está jadeando, la boca entreabierta y el rostro enrojecido. Se excita.
—Me pegaste —Se toca la mejilla.
—Te gustó.
—Sí —Robin siente su pene apretándose dentro del pantalón—. Pegame otra vez —Pone la otra mejilla y lo mira a los ojos.
Camilo le pega con la mano izquierda, más suave que la vez anterior. Robin vuelve a jadear y a gemir.
—Papi... ¿te gusta pegarme? —«Agregando otra cosa rara a la lista de descubrimientos», piensa Robin y lo observa: «El tono de piel de Camilo sería canela, algo así, y junto con sus ojos marrones y el cabello negro lo hacen ver caro. Rico».
—¿Me vas a obedecer?
—Sí, ¿qué querés?
—Andá a vestirte con la ropa que te compré...
Camilo le da otra cachetada y Robin le sostiene la mano después de recibir el golpe.
—No quiero vestirme ahora.
Hace fuerza de ese brazo hacia abajo y derriba a Camilo. Lo tira al suelo y se sienta sobre él, después lo empuja de los hombros y le abre más la camisa. Pero Camilo no es de esos y lo vuelve a golpear, esta vez con más fuerza y le hace sangrar el labio, Robin no se aparta, su pene se pone más tieso que antes, Camilo lo siente en su abdomen presionándolo.
—¿Sos loco? —le dice Camilo.
Robin lo mira con sus ojos azules y el ceño fruncido, está excitado por ese olor, por ese hombre. Se lame el labio y saborea la sangre, entonces hunde el rostro en el cuello de Camilo, lo marca con su sangre en la garganta. Robin siente la adrenalina bullir por su torrente sanguíneo, tiene miedo, siente diversión, pánico de provocar su propia muerte, pero también intriga de no recibir represalias por lo que hace, y para probar le golpea la mejilla con la mano, el golpe resuena en el espacio silencioso. Golpea y cierra los ojos esperando otra promesa de bala como venganza, pero se sorprende cuando escucha un jadeo ahogado.
Camilo jadea y cierra los ojos, enseguida los abre y lo sostiene de las muñecas, pero Robin zafa las manos rápido. Su corazón se acelera por esa adrenalina y vuelve a hundir la cara en el cuello de Camilo, le muerde el hombro. Camilo lo sostiene del cabello con fuerza, llevando a que sus bocas se unan, le mete la lengua enseguida.
Robin hace que ambas lenguas se sientan y saboreen, se va aflojando ante el hombre bajo él. El labio de Robin sigue sangrando y se queja, ambos prueban la sangre y juntan sus labios chupándoselos el uno al otro, es entonces cuando Camilo mueve sus piernas y lo empuja hacia atrás, después se sienta y le sostiene las manos para juntarle los brazos en la espalda, le empuja la cabeza contra el suelo. Robin no se deja presionar. Se mueve. Empieza a amar este juego.
—Quedate quieto.
—Papi.
—Nene, ¿qué te creés?
—¿Soy malo?
—Muy malo.
Camilo lo empuja más haciendo que Robin termine acostado en el suelo.
—Ponete en cuatro —dice con la voz ronca.
Robin no le hace caso y se da la vuelta, ve cómo Camilo se está sosteniendo los tiradores y los empieza a descorrer desde los hombros, los suelta y los deja colgando desde el pantalón. Entonces Robin se sienta y engancha los dedos en ellos, lo atrae. Camilo se deja llevar y le sostiene las manos, lo vuelve a empujar contra el suelo. Se termina de sacar los tiradores y hace que Robin se dé la vuelta. La aprieta la garganta con la mano. Robin jadea mientras se mueve en el suelo, levanta el trasero pero no hay contacto con Camilo. Algo más tirante se cierra en su garganta y tira de él hacia arriba.
—En cuatro dije.
Robin mira hacia atrás, a arriba, Camilo está parado y sostiene el tirador que le ató al cuello.
—¿Papi?
—¡Callate! Si actuás como un bebé que no hace caso... Ahora vas a gatear como uno.
—Esto que hacés es de enfermo.
—Si también te gusta. ¿O no?
—Pero igual es de enfermo.
—¿Y? ¿Te querés ir?
Robin no responde y empieza a gatear rápido, haciendo que Camilo tenga que caminar tras él, siguiéndolo. Recorre la sala en cuatro durante cinco minutos, primero va rápido pero enseguida se empieza a cansar, las manos y las rodillas le arden.
—¿Hasta cuándo tengo que gatear?
—Hasta que yo diga. Seguí gateando para mí.
Robin ahora anda lento, muy lento, casi como si fuera un gato más que un bebé. La campera naranja permanece abierta y el sudor, aunque se bañó hace nada, moja su torso, le da un tono brilloso.
—¿Me vas a matar? —Se queda quieto y mira hacia un lado, Camilo lo observa. Robin roza su cara en las piernas del hombre, después mete la cabeza entre sus pies, y entonces Camilo los mueve, levanta uno y pisa, le pisa el hombro sin dejar de sostener los tiradores. Robin queda acostado en el suelo, el aire deja de pasar por su garganta, se queda sin oxígeno por esa presión en el cuello, la cara se le pone roja y los pulmones le duelen. Hace un ruido extraño. Camilo le pisa el hombro otra vez y al darse cuenta de lo que hizo suelta el tirador. Y Robin cierra los ojos.
***
Al despertar la cabeza le duele, las rodillas le arden, la garganta le pica. Abre los ojos y mira alrededor, es el mismo lugar en el que se durmió o desmayó por la asfixia. Dos desmayos en dos días son demasiado, solo una vez antes se había desmayado y eso había sido cuando se insoló a los ocho años. Se está metiendo en algo demasiado peligroso para su salud, pero ¿desde cuándo le importaba tanto su salud? Robin está con Camilo porque quiere. Siente intriga de lo que le va a proponer, cuando recién lo conoció le habló mal, después le habló con miedo porque supo quién era, pero después otra vez volvió a hablarle tal como era. Y ahora, ahora Robin intercambiaba esos dos modos, ¿por qué? Porque sí. Esa sería la respuesta si le preguntaran.
—Tu ropa —Camilo le pone una camisa blanca y un pantalón sobre el pecho.
Según recuerda, cuando se desmayó estaba boca abajo, ahora está boca arriba y siente algo bajo la cabeza. Primero se toca la garganta, hay algo resbaladizo, lo huele, huele a pomada. Después toca eso que tiene bajo la cabeza, es de tela y mullido.
—Mi... —Robin va a hablar pero tose. Se sienta y la ropa cae a un lado. Mira esa ropa tan bien doblada y planchada, y mira a Camilo, sostiene unos tiradores naranjas. Se los está dando. Robin entrecierra los ojos.
—Naranja —dice Camilo como si Robin fuera un monito que puede ser atraído por un caramelo, los mueve de un lado al otro.
Robin sonríe y se saca la campera. Se pone la camisa blanca y después se para. Lleva las manos a la pretina del pantalón, se lo baja y se lo saca. Agarra el nuevo pantalón, lo sostiene de la pretina y lo observa. Es negro, siente la tela, es suave. Levanta el labio como un niño con rabieta, no se lo quiere poner. Mira a Camilo, lo está mirando, en una mano tiene un cigarro prendido y en la otra los tiradores naranjas.
Robin accede y se pone el pantalón. Cuando se lo termina de prender Camilo está tras él, le está enganchando los tiradores. Le toca la espalda y se los pasa sobre los hombros, Robin se queda quieto, el naranja colorea su camisa, las líneas bajan hasta su cadera por adelante, mira hacia abajo y ve cómo Camilo se los engancha. Mueve los hombros acostumbrándose a esa sensación de presión, algo nuevo y diferente, piensa: «Los niños y los viejos usan estas cosas». Niega con la cabeza.
Finalmente puede hablar y dice: —¿Y ahora?
Camilo sigue detrás, le habla en la nuca: —Esperamos a que llegue mi abogado —Se pega a él, desliza la mano por el costado de Robin y después por delante, la baja desde su abdomen hasta su cadera. Lo sostiene y le roza el trasero con la entrepierna.
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