10. Epílogo: Eléctrico
Robin y Camilo van de la mano mientras recorren sin apuro el paseo para turistas del vigesimoquinto paraje que visitaron. Al momento, llevan trece meses rotando de ciudad y país. El plan de Camilo es seguir así hasta que pasen un par de meses, luego ya podrá calmarse y establecerse por más tiempo, no cree que lo sigan buscando pasado ese lapso.
A lo largo de su vida como ladrón se aseguró de tomar algunas precauciones, por medio de un apoderado en diferentes países invirtió en negocios: compró acciones, propiedades, arte y joyas. Además, los bares que Robin abrió son rentables en los sitios turísticos en los que los colocó. El nene no es nada tonto, Camilo lo sabe muy bien y por eso lo consciente, a su manera, todo lo que puede.
Robin mira al hombre a su lado y le sonríe. Recibe una mirada impaciente.
—¿Qué tengo? Robin, por favor —Camilo intenta parecer irritado, pero Robin lo conoce bien y ya lo entiende.
—Ahora usando esa camisa floreada estás más joven, yo sabía que los colores oscuros no eran lo tuyo, además tu piel me hace acordar a la canela.
Camilo mira al otro lado y le responde.
—Eso es tan aburrido... Estoy obligado a ponerme estas camisas —Ahora mira a Robin para ser preciso y que sus palabras se escuchen nítidamente—: ¡O-bli-ga-do! ¿Entendiste?
—Camilo, quería darte un piropo... No sabés recibir nada bueno...
—Me das un piropo relacionado con la comida, muy lindo, sí.
Robin siente el desprecio a su intento de halago y separa la mano de la de Camilo para explicar lo que va a decirle.
—Pero no sabés porqué lo digo... Tu piel es como la canela, rica —dice y lo pellizca en el brazo—. ¡Ja, ja! Lo vi en un documental... fue largo, pero interesante... ¿sabías que la canela se produce en ciertas condiciones de clima? Es la corteza de un árbol. Se la separa, seca y después se hacen los rollitos, la canela en rama... Lleva como dos semanas para que quede lista... Eso es lo que me acuerdo...
Camilo escucha atentamente a Robin, pero mientras mira de un lado al otro manteniéndose vigilante a posibles amenazas, a cualquiera que los mire fijo por un tiempo prolongado.
Ante el silencio a su lado responde: —No sabía.
—Sí, la hacen a mano.
—¿Y?
—Es cara... Por eso es a lo que me hacés acordar...
—Creo que me estás diciendo que soy complicado y difícil. ¿Sabés qué?
—¿Qué, papi?
—Seguís siendo tan seco como la pimienta, nene. Sos picante... Irritante. No sé qué hago contigo la verdad.
—No sé yo tampoco —Robin no presta real atención a lo último y pregunta: —¿Soy picante?
—Sos. ¿Desde cuándo sabés tanto de las cosas?
—No sé nada, solamente es que pasé mucho tiempo viendo documentales...
—Sos irritante, te prefería antes, cuando eras más rebelde...
—Sigo siéndolo, viejo...
—¿Sí? —Camilo hace una mueca de descreimiento.
—¿Te creés que por vos me voy a convertir en un sumiso? —Camilo piensa: «Creo que es tarde para eso, sumiso ya sos, querido.» No le responde, entonces Robin sigue hablando: —Te equivocás, hoy te lo voy a demostrar. Te voy a hacer mío por segunda vez...
Camilo se queda silencioso mientras procesa lo que oye, los inventos de Robin lo siguen sorprendiendo. Libera una carcajada nada silenciosa porque esa no es la primera frase loca que oye de Robin. La risa de Camilo es un hecho que a Robin no le molesta en lo más mínimo, al contrario, se siente contento por haber hecho reír a su papi. Y es por eso, que ahora ríe también.
Minutos después, ve algo que le llama la atención.
—Papi, mirá eso, quiero uno, comprame uno —dice Robin emocionado al ver en un puesto de artesanías un muñeco al que le pusieron una camisa floreada y una bermuda oscura, también un sombrero de paja, es igual a lo que tiene puesto Camilo ahora, excepto por el sombrero. Algo que a Camilo le parece ridículo, por supuesto.
—¿Qué es eso? ¿Para qué querrías comprarlo? Es horrible.
La señora que vende entiende el idioma español, no lo habla perfecto, pero se hace entender para este par de turistas que se detienen en su puesto a ver.
—Puede llevar el muñeco a su hijo. Es barato. Perduran años. Son muy buenos. Alta calidad tienen, mire... —Ella sostiene el muñeco y le muestra que está hecho de madera, no de trapo como Camilo pensó.
—¿Ves, papi? La señora dice que me lo compres —Robin finge ser un niño mimado y pone el brazo sobre los hombros de Camilo, acercándolo. Camilo se pasa la mano por el cabello y se lo peina con los dedos, el calor empieza a hacerse insoportable en este paraje, quiere cambiar de locación pronto. Hasta considera comprarse uno de esos sombreros y quedar igual al muñeco, cree estar perdiendo su buen gusto, piensa que puede estar al borde de la locura por pensarlo.
—¿Cuánto? —dice mirando a la vendedora a través de sus lentes de sol.
—Cuarenta y lleva esto como obsequio —Le muestra un sombrero de paja que saca de abajo de la mesa.
—... —Robin aprieta el hombro de Camilo en la espera de la decisión de la compra.
Camilo se rinde y mete la mano en el bolsillo de la bermuda, saca la billetera y la abre para sacar el billete. Se lo da a Robin para que haga la transacción. Robin sostiene el sombrero primero y se lo pone a Camilo, lo acomoda en su cabeza y riendo lo mira. Se empieza a excitar por lo que ve, se convence una vez más de que su papi se ve bien con cualquier cosa. Se muerde el labio observándolo y después mueve los labios en silencio diciéndole lento para que entienda: "Co-ge-me." Le da la espalda para recibir el muñeco que compraron en una bolsa de papel y es sorprendido cuando Camilo tira de él hacia atrás, lo sostiene de la garganta y lo besa en la boca, le mete la lengua profundamente y lo acerca a su cuerpo, haciéndole sentir lo caliente que lo puso con esa simple y silenciosa petición.
Y ante ellos, la vendedora los observa, espantada.
***
Se apartan de la zona más turística y entran en un local bien establecido dentro de un centro comercial, el más moderno de la isla.
—Apurate a desvestirte ¿o querés que lo haga yo? —Le dice Camilo.
—Hacelo vos, me excito más cuando me arrancás la ropa, ya lo sabés.
—¿Que te gusta como te maltrato? Claro que lo sé, sí... —Camilo le baja el short de un tirón y Robin gime- ¡Shhh!
—No me hagas callar.
—¿Cuánto tiempo creés que vas a demorar en correrte?
—Depende de cómo lo chupes, ¿hoy estás inspirado? —Robin mira abajo y golpea suavemente la mejilla de Camilo, enseguida enreda los dedos en el cabello de su papi y lo acerca a su entrepierna, para que sienta el abultamiento contra el calzoncillo, que Camilo le baja rápido.
—¿Cómo le quedó la bermuda, joven? —Es la voz de la empleada del local la que se oye desde fuera del probador en el que se acaban de encerrar.
Camilo ya tiene la boca ocupada y no puede responder, en cambio, Robin jadea y dice: —Lo hacés bien, quiero más...
—¿Quiere un talle más?
—Mmmh... mmhh. ¡Sííí!
—Enseguida se lo traigo.
—Mmmh, quiero más de eso. ¡Pero hacelo con ganas, papi! ¡Hmmm! —Gime Robin mientras le sostiene el cabello moreno y le penetra la boca con más movimientos ahora—. No aguanto, es ahora, te quiero... —Camilo mira arriba ante las dos palabras, pero Robin sonríe y las repite pero con otro final, sabe que Camilo no es de demostrar amor con palabras, la única vez que le dijo algo parecido a una confesión fue cuando le ofreció escaparse juntos—. Te quiero llenar la boca con mi semen, papi. Eso quería decir. Seguí, por favor.
Al momento de decirlo empieza a correrse y Camilo lo toma más profundamente, su garganta recibe lo que Robin le da, su garganta palpita, su estómago se siente pesado, su propio pene pulsa deseando enterrarse en Robin. Cae sentado hacia atrás y se recuesta contra la pared.
—Hace... hace tiempo que no te dejás.
—¿De qué hablás, Robin?
—Quiero cogerte, como aquella vez en la oficina, eso fue tan buenooo...
—Para mí no lo fue —Camilo se levanta y se apoya contra la pared mientras se limpia la boca y le alcanza la ropa que le sacó a Robin—. Probate la bermuda. La pagamos y nos vamos. Hay que ver a donde ir después...
—¿Otro país? ¿Isla?
—Sí, estamos a tiempo de irnos de nuevo.
—Pero ya pasó más de un año desde que nos fuimos de...
—No importa, no quiero que me atrapen. ¿Querés renunciar a esto tan rápido? Si nos atrapan olvidate de esta vida. Vas a tener que volver a tu trabajo de mierda de ocho a cinco...
—No. Vámonos de acá. Ni loco vuelvo a eso. Sabés que tus deseos son órdenes. Hago todo lo que pidas.
—¿Te las das de gracioso?
—Soy gracioso, papi...
De repente hay un golpe en la puerta del probador y la voz femenina se escucha: —Aquí está la bermuda.
Robin se asoma y recibe la bermuda, el talle no es el de él, la primera que eligió era su talle exacto, días antes ya había comprado una de otro color, no tiene necesidad de probársela. Se termina de acomodar la ropa y sale del probador, tras él, Camilo también lo hace.
En un torpe descuido de la vendedora de la tienda, Robin se choca con ella y la hace tropezar, él tiene entonces dos opciones, la primera es dejarla caer hacia una escalera en la que podría lastimarse, la segunda es sostenerla y terminar en una muy cercana posición con la mujer. Robin no se cree tan monstruo como para no ayudarla, entonces opta por la segunda opción. Y mientras Camilo lo observa todo con una cara seca, Robin rodea la cintura de la mujer y le sostiene la cabeza para acercarla a su pecho, protegiéndola mientras caen sobre una mesa que tiene bermudas dobladas. La mujer queda acostada sobre la ropa y Robin sobre ella, presionándola sin doble intención. Se mueve hacia atrás y posa las manos a los lados de la cabeza de ella, la mira a los ojos, comprobando que esté bien y olvidando momentáneamente la presencia de Camilo allí.
—¿Estás bien? —dice sin apartarse de encima de ella.
La mujer se empieza a sentar y Robin la ayuda a pararse. Las bermudas terminan desordenadas y varias se caen al piso, la mujer está bien, está ilesa, pero hay algo que pareciera perforarla. Eso no es nada físico ni filoso, aunque filoso sí que puede ser, ya que hay un hombre peligroso que la está viendo. Ahora se acerca a ella y le sostiene el brazo para que lo mire. Robin piensa en sostenerlo e impedir un asesinato en el lugar, sabe que Camilo puede llegar a asustar a la mujer.
—¿Está listo mi pedido de la semana pasada?
—Sí —dice aturdida la mujer al mirarlo y sentir la fuerte presión de los dedos de Camilo en su brazo.
—¿Y los tiradores también?
Robin mira a Camilo y se tensa, aunque la mención a unos tiradores le trae recuerdos se alivia al ver que Camilo no va a matar a la mujer.
—Sí, venga por aquí —dice la empleada caminando a otro sector.
Camilo ignora a Robin y sigue a la vendedora, elige los tiradores de su elección y paga por el pedido y por la bermuda de Robin. Antes de salir del local mira atrás, Robin ahora habla con otra vendedora. Se para y lo mira desde la puerta, esperándolo.
Robin lo ve y corre rápido hasta alcanzarlo. Le dice: —Me quedo un poco más, podés irte ahora...
Camilo mira a la mujer con la que Robin hablaba, es una empleada mucho más joven que la anterior, es recatada pero atractiva, según Camilo ella es el tipo de mujer por la que Robin babearía. Chista inconscientemente ante lo que en su mente se idea: la traición, la falta de compromiso, la deslealtad. Sabe que era inevitable que pasara, así que acepta que Robin vea a otras personas y se va. Vuelve al hotel. Se sirve un vaso de whiskey y entra al baño, prende un habano y se mete a la bañera.
Quince minutos después, casi listo para salir, escucha la puerta de la habitación cerrándose. Después escucha el ruido de las bolsas de papel. Robin aparece en el umbral de la puerta del baño y se saca la camisa, enseguida los zapatos, avanza hasta la bañera, mira a Camilo, se acerca y mira el resto de whiskey, huele el humo del habano que llenó el baño.
—Apesta a habano, ya no estamos en Cuba, ¿sabías?
—¿No te gusta?
—No, ya sabés eso...
—Era el último... Ya está, no te voy a molestar más, nene... Podés hacer lo que quieras...
—Siempre hago lo que quiero —Camilo bufa y se para. Robin resopla decepcionado porque Camilo se va—. ¿Qué? ¿Estás celoso? —dice viéndolo pasarle por al lado mientras que el agua le cae por la piel desnuda.
—¿De qué estaría celoso yo? Decime...
—Papi, se te nota a quilómetros...
—Sí, sí... —Camilo lo ignora y sale del baño envuelto en una toalla.
Robin pone música mientras se mete a la ducha, pero se acuerda de algo y grita: —¡¡No toques mis bolsas!!
Camilo no responde, se seca para vestirse después, pero no con camisas floreadas o bermudas, quiere volver a sus colores oscuros y trajes elegantes. Ve las bolsas que Robin trajo, pero no pierde tiempo en ver qué es, supone que es más ropa veraniega y colorida. Se centra en su propia vestimenta.
Saca poco a poco el contenido de las bolsas y mira lo que encargó. Empieza por ponerse el pantalón oscuro, después la camisa blanca, sigue con unos tiradores negros, después la chaqueta del traje, lo último son los zapatos. Se peina el cabello negro hacia atrás. Ahora abre otra bolsa y saca algunas cajas más pequeñas, en una están unos gemelos rectangulares negros, enseguida se los pone en los puños de la camisa. Después abre otra cajita y saca un juego de tres anillos de plata y una pulsera, se los pone. Camilo se mira las manos y se observa por completo en el espejo. Se está sintiendo mejor consigo mismo, recupera su ser tan solo con el cambio en su manera de vestir. Destapa el perfume y se rocía el pecho, ya que lo mantiene algo descubierto como es su costumbre. Siente que ese es el toque final. Se observa de nuevo en el espejo y mira hacia el baño. Oye a Robin tararear una canción, que es estúpida, según el propio Camilo, es una en inglés de los ochenta.
—Like a fooool... (Como un tonto) —Canta Robin sin afinar una sola nota porque el celular le hace creer que canta bien.
Camilo niega con la cabeza y se guarda el Zippo en el bolsillo del pantalón, guarda también la caja con los cigarros. Mira hacia el baño y después abre el cajón de la cómoda y saca el arma, mira el cartucho y comprueba rápido que tenga las balas. Se queda pensativo unos segundos, después cierra los ojos y niega de nuevo cuando oye a Robin cantar más alto y desafinado. Abre los ojos y se mira las manos, al arma que sostiene. Se la guarda en el bolsillo interno de la chaqueta. Da unos pasos y se acerca a la puerta. Robin se sigue bañando y cantando, permanece ignorante de los pensamientos y movimientos de Camilo.
Camilo sale de la habitación. Ya no quiere pensar en nada, lo que necesita es alcohol, mucho más del que se tomó hoy. Ya en el bar del hotel, se acomoda en unos sillones y empieza a tomar. Se toma un cuba libre, un whiskey con cola, después un whiskey con hielo y agrega un segundo, un tercero y un cuarto. Pero no le alcanza y pide la botella. Cree ver mal y hasta doble cuando la presencia de un hombre le llama la atención tanto que se excita. Se refriega la cara para despertarse, para ver mejor. Prende un cigarro y deja pasar el humo hasta sus pulmones mientras sigue mirando al hombre que lo está calentando desde lejos.
Lo mira mejor y comprueba que de la manera en la que está vestido pareciera que lo quiere imitar, tiene el cabello castaño peinado hacia atrás, pero como está mojado, parece más oscuro. Tiene puesto el pantalón de un traje, pero no es negro, es azul eléctrico, también una camisa del mismo color con unos tiradores naranja. Lo mira completo y después ve que está sonriendo, la sonrisa le reluce juguetona junto a sus ojos azules. Se pide un trago en la barra y espera. Cuando lo tiene en la mano, camina hacia Camilo. Camilo estrecha los ojos y lo observa, porque se ve como de treinta, lo ve bien, casi que diría una frase trillada: "Es cautivador y con elegancia." Piensa: «Esa ropa es de marca...»
Exhala el humo y deja el cigarro en el cenicero para levantar su vaso de whiskey como saludo hacia el otro, que ya a un par de pasos le dice: —Hola, ¿viene seguido a este lugar?
—Sí, vengo, pero estoy esperando a alguien...
—Señor, ¿puedo saber su nombre?
—¿Para qué querés saberlo?
—Para poderlo gemir correctamente...
—¿Gemirlo en qué circunstancias?
—Mmhh, eso depende, ¿se tomó todo eso? —dice al ver la cantidad de vasos vacíos sobre la mesa.
—Sí, estaba solo y aburrido...
—¡No puedo creerlo! Un hombre tan maduro y atractivo no puede estar solo. ¿Desea que le haga compañía? —dice y se sienta a su lado, muy cerca, enseguida se mueve más cerca, hasta que sus piernas se tocan y rozan— ¿A quién esperaba?
—Nene, ¿a qué jugás?
—No entiendo de lo que me habla. ¿Qué insinúa, papi? Digo... señor.
Camilo voltea el rostro ocultando una sonrisa, para disimularla sostiene el vaso con su bebida favorita, el whiskey. Se moja los labios con ella. La saborea, deja que le arda en el paladar, la siente correrle por dentro, bajándole por la garganta y el esófago. Bebe un trago mientras el que está sentado con él lo observa.
—¿Qué es lo rico de eso? No puedo entenderlo —dice y se toma la mitad de su bebida con frutilla y vodka.
Camilo está alcoholizado y lo mira a los ojos, le habla diciendo la verdad: —No es rico, me gusta que no sea del todo suave, que sea rasposo, que pique, que mi cuerpo quiera luchar contra el sabor, que a mi paladar le desagrade en alguna medida lo que lo toca.
—Masoquista...
—No te equivoques con esto... ¿dónde está tu papi? —Le dice Camilo cambiando el tema, enseguida agrega en un susurro para sí: —¿O tus putas?
El más joven se inclina hacia Camilo y posa la mano en la rodilla de él, la desliza por la parte interna y llega al muslo. Pero no sigue tocando, la mantiene ahí.
Camilo lo agarra de la muñeca y dice: —¿Qué hacés?
—Juego...
—Vas a perder.
—¿Me quiere ganar, señor?
—Claro que sí. El que juega conmigo pierde.
—¿Podríamos empatar?
—Capaz... capaz que sí...
—Deberíamos intentarlo entonces, algo que sea beneficioso para los dos, ¿no cree? —dice y se inclina, posa las manos en el pecho de Camilo y después le huele la garganta, el aroma corporal, después le huele el pecho. Camilo bufa y le sostiene la cabeza, le tira del pelo hacia abajo, lo hace gemir por el dolor, su cuerpo ya quiere poseerlo tan solo por oírlo gimotear. Lo sostiene contra su entrepierna unos largos segundos, lo hace sofocar, jadear y rogar por aire. El otro manotea para apartarse y se sostiene de la chaqueta de Camilo, siente algo duro. Camilo lo suelta y el hombre mete la mano por dentro de la chaqueta de Camilo, le saca el arma y le apunta.
Camilo no se sorprende, dice: —¿Me vas a matar?
—¡Vos me vas a matar!
—Calmate, solo jugaba... ¿No era eso lo que querías?
Camilo lo mira fijo y se inclina hacia adelante para sostener su cigarro, da una pitada y le tira el humo en la cara, le da una palmadita en la mejilla mientras el otro sigue apuntándole. De repente, se acuerda de que están en un sitio público. Mira alrededor. Para su suerte, nadie los está mirando.
—¿Nos están viendo?
—No —Camilo responde sin mirarlo.
El otro le sigue apuntando: —¡Te quiero matar, hijo de puta!
—Dámela. Seguí el juego. Dale —dice Camilo mientras lo mira y espera—. ¡Te inventaste un personaje bastante educado para interpretar!
Frustrado, el otro se la devuelve. Dice: —Tomá. No sé usarla.
Camilo se guarda el arma y sigue fumando, el otro toma su trago y cuando Camilo posa el cigarro en el cenicero, se lo roba. Da una larga pitada y libera el humo hacia arriba. Camilo busca el Zippo en el bolsillo y prende otro, pero este tiene otra finalidad, que es más maliciosa que fumarlo. Se acerca al otro y le sostiene la mano con fuerza, le remanga rápido la camisa y acerca el cigarro lento hasta que lo posa contra el antebrazo y le quema la piel.
El del traje azul eléctrico se queja y sisea de dolor, pero no aparta el brazo, tuvo tiempo de rechazarlo y no lo hizo. Ahora el corazón se le acelera, su bajo vientre cosquillea, su cuerpo se electriza. Aprieta los dientes. Observa la cara de Camilo, que se centra en marcarlo por segunda vez con el cigarro. Se queja de nuevo y ahora intenta apartar el brazo, pero Camilo lo aprieta más y lo quema una tercera y última vez.
Después vuelve a fumar y escucha: —Eso fue nuevo.
—¿No te gustó?
—No —Miente el otro y retoma su juego aunque el brazo le arda, lo mueve para saludar a Camilo y se presenta: —Soy Robin, mucho gusto, señor...
Camilo le responde: —Señor, tu abuelo. Soy Camilo.
—Ya nos estamos entendiendo...
—En la cama podríamos entendernos mejor —dice Camilo y la mano le viaja directo al tirador de Robin, lo estira y lo suelta, haciéndole doler—. Podríamos jugar con esto, te podría atar y después cogerte hasta que te desmayes, nene.
—Yo digo lo mismo. ¿No merezco un premio por cumplir tu fantasía de vestirme así?
—Merecer, merecer... ¿Qué merecés por refregarte con esa vieja?
—¡¿Eh?! ¿Cuál vieja?
—O con la bobita de la tienda... ¿Te las cogiste?
—¿Cuándo me las iba a coger?
—Cuando los dejé solos...
—Papi, solo a vos te quiero coger, entendelo. Estás raro... ¿Esto fue un castigo? —Robin se señala el brazo.
—No. No creas que estoy celoso. Ya dije que no me molesta que quieras estar con otras personas. Cogete a medio mundo si querés.
—No te creo, no es verdad lo que decís... lo decís porque creés que eso es lo que quiero y que no estoy seguro de estar contigo, que te estoy usando...
—Como digas...
—Es lo que creés, pero no es así. No te necesito, estoy acá y contigo porque quiero, porque me caés bien, creo que... no, no creo, es la verdad que me gustás —Robin resopla—. Imbécil de mierda, date cuenta, viejo borracho...
—Estos son muchos halagos e insultos, ¿cuáles tengo que tomar en serio?
—Todos. Tomalos todos. Vamos.
Camilo no se niega cuando Robin le sostiene la mano y empieza a caminar con él hasta el ascensor. Se meten dentro y Robin lo empuja contra la pared. Sus manos recorren el pecho de Camilo, tocando con sus dedos el cuerpo, desde el estómago hasta los hombros, su nariz se hunde en el cuello, baja hasta el pecho, inhala el perfume caro. Camilo lo sostiene del pelo y decide despeinarlo, el pelo de Robin se ondula y sus ojos azules reflejan deseo, sostiene la mano de Camilo y la posa en su bulto, gime y empuja de nuevo a Camilo contra la pared del ascensor.
Camilo tira del cabello de Robin hacia atrás y lo empuja contra la pared contraria. Inhala en su garganta, lo lame a lo largo de la yugular, muerde y lame de nuevo. Robin contraataca y lo empuja. No espera y se pone de rodillas, se abraza a las piernas de su papi. Le pasa las manos desde las pantorrillas hasta los muslos, le aprieta los glúteos y refriega la cara contra la tela del pantalón. Camilo le tira del pelo y lo hace pararse rápido, ahora lo da vuelta y lo presiona de cara a la pared del ascensor. Se apoya en él y le presiona los glúteos con la erección. Le sostiene la garganta y aprieta. Robin jadea algo. Camilo sigue apretando. Lo frota mientras su pene se endurece.
Robin jadea de nuevo y habla: —No le hice nada a las vendedoras...
—Dije que no me importa.
Robin frota el trasero contra la dureza de Camilo. El hombre lo está queriendo perforar a través del pantalón.
—Te importa, yo te importo.
—No me importás —dice Camilo y se aparta.
Pero Robin lo agarra rápido y lleva la mano de Camilo hacia su estómago, hace que su papi lo toque.
—Atame —Robin se desprende los tiradores y los sostiene ante Camilo.
—Hoy no —dice Camilo.
—¿Por qué? No digas que no te importo —dice Robin mientras intenta atarse las manos por su cuenta.
—Lo hacés mal, nene. Aprendé, mirá —dice Camilo y le sostiene las muñecas juntas y alza una ceja con total engreimiento al saberse experimentado en lo que está haciendo—. Prestá atención.
—Sí.
Tensa los tiradores y empieza a enroscarlos en torno a las muñecas apretando y restringiendo a Robin del movimiento, que mira a Camilo para aprender, pero lo que quiere ver y prestarle atención es al hombre adulto que le quiere enseñar, que sabe que se preocupa por él y que le importa. Al loco que le propuso irse juntos, escapar de la policía y quién sabe qué otras personas peligrosas de las que Camilo no le habla. Robin lo presiente, pero no pregunta mucho, Camilo es reservado en ciertos asuntos y hay cosas que nunca responde.
Camilo lo ata y lo observa, deja un extremo libre para poder tirar de Robin atrayéndolo a su pecho.
—¿Aprendiste?
—Aprendí, papi, ¿te ato yo hoy?
—Veremos... —dice y lo desata, enseguida lo empuja. Robin se entusiasma por el empuje, se muerde el labio entusiasmado con seguir con el juego. Las puertas del ascensor se abren y avanza hasta Camilo, pero él lo ignora y sale primero, camina apurado. Robin corre tras él, lo sigue hasta la habitación de ellos y entra tras Camilo, que abre el frigobar para sacar una botella de agua. Robin no quiere esperar ni retrasar el deseo que fue creciendo a lo largo de la noche, todavía no olvida su objetivo codicioso. Uno que tendrá que lograr a través de un esmerado convencimiento de su papi. Se posiciona atrás de Camilo y empieza a masajearle los hombros, el hombre se siente aliviado y mueve la cabeza lentamente mientras la sensación lo calma. Robin le saca la botella de la mano y la abre.
—Tomá el agua...
Le da de tomar. Camilo se toma la mitad y después Robin toma lo que queda, tira la botella vacía al suelo y enseguida guía a Camilo hasta una silla para que se siente. Le masajea los hombros otra vez y le saca la chaqueta, después escucha: —Tenés buenas manos, nene.
—Ya sé.
—Sabés todo, ¿eh?
—No, papi, sé algunas cosas, vos sabés todo...
—Callate, Robin, ¿querés?
—No quiero. ¿Hoy puedo... hacértelo? Te vas a sentir bien, sin tanto estrés... ¿Por qué estás estresado? Tomaste mucho hoy.
—Estoy bien, no tomé nada. Solo lo normal.
—Es por lo de las vendedoras?
—No.
—Me quedé para pagarle el pedido, esta ropa la pedí para alegrarte. Hasta es de marca. ¡Mirá! —dice y se para adelante de Camilo mientras mira la etiqueta interior de la camisa para leer el nombre y mostrársela.
Camilo ya había entendido eso, pero jamás va a admitir lo celoso que se puso al ver a Robin frotarse con otra persona, casi que la hubiera podido asesinar, pero no lo hizo, se propuso pasar desapercibido para poder gozar de toda la plata que ahorró. Todavía su vida no comienza de la manera en la que la soñó. Aunque tiene cuarenta y un años no siente que lo mejor de su vida haya empezado, tiene planes a futuro en los que le gustaría incluir a Robin. Pero para eso tiene que estar más que seguro de que son compatibles, de que Robin no es como todos los anteriores.
Camilo sostiene la mano de Robin en un fuerte apretón, después le sostiene el brazo y lo mira fijamente. Robin lo mira esperando que le hable. Pero Camilo no habla, tira del brazo de Robin y lo mueve para que se siente en sus piernas. Robin lo hace y lo observa. Le sonríe mientras le mira el rostro, Camilo tiene los ojos enrojecidos, el aliento alcohólico, parece exhausto.
—¿Qué? —dice Robin en un susurro.
—Te dejo hacerlo, pero solo por hoy... Únicamente esta noche —dice Camilo y frota lento el rostro en el pecho de Robin, huele el perfume propio, el que Robin usa. Siente los dedos de Robin acariciarle el pelo, lo hace con cuidado y lento, como si lo cuidara.
—Se invirtieron los papeles —dice Robin gozando de hacerlo enojar.
—No. Eso no pasó. Estoy cansado, Robin.
—Con decir cansado querés decir que ya no querés que te lo haga?
—No. No dije eso. Pasaron cinco segundos, hablo de que hay que pensar en un plan para establecernos...
—Claro que sí, lo pensamos mañana, hoy no es para pensar... hoy tengo que hacerte gemir como aquella vez...
—Sí, sí. Intentalo, nene...
Camilo mueve la cabeza para que deje de acariciarle el pelo, pero Robin lo sostiene y le dice: —Te quiero...
—¿Qué? —Camilo deja de moverse. No lo mira.
—Que te quiero... ¿Por qué no puedo decirlo?
—No finjas cosas que no sentís conmigo...
—No finjo un carajo, ¿nunca me vas a creer?
—No sé, es difícil.
—No es difícil.
Robin ya no tiene paciencia para intentar convencerlo hablando, ahora quiere intentar demostrárselo con su cuerpo. Se propone ser tierno y amable y tratar a Camilo con cuidado. No sabe si lo va a lograr, pero su idea es esforzarse hasta el final. Se para frente a Camilo y le sostiene las manos para que se pare, Camilo se para despacio. Robin camina lento hasta la cama y se sienta llevando a Camilo a que se siente a su lado. Lo observa y lentamente levanta la mano para acariciarle la cara, empieza por la mejilla y pasa por sus labios, después la nariz, termina en el pelo y baja hasta el hombro. Se acerca de improviso y le roba un beso en los labios.
—¿Qué hacés, Robin?
—Te convenzo de que soy bueno.
—¿Te creés bueno? ¿Desde cuándo?
—Desde que nací, papi.
Camilo bufa y se acuesta. Mira al techo y habla: —Robin, el bueno —La frase le provoca una risa inesperada y empieza a reírse, ríe tanto que se sostiene el estómago del dolor. Robin se recuesta a su lado y lo observa reír.
—Te burlás de mí, pero no me molesta. Estás borracho, es eso...
—Está bien, Robin, ganaste.
—Quiero que me creas, no ganar.
—Ganaste, Robin. Ganaste.
Robin cree haber hablado lo suficiente por el día. Ahora está ocupado sacándole los zapatos, enseguida le saca el pantalón y se sienta sobre él. Le desabotona la camisa despacio, sin arrancar botones ni romper la tela. Le desprende los tiradores y le abre más la camisa. Le mira el pecho. Se inclina y lame desde el ombligo hasta el cuello. Baja hasta los pezones y vuelve al cuello, baja de nuevo hasta el ombligo. Mira arriba y Camilo lo está viendo. Pide permiso con la mirada para sacarle el calzoncillo y lo obtiene con un malhumorado gesto como respuesta, lo desnuda de cintura para abajo. Él también se desnuda, pero lo hace rápido y vuelve a posicionarse sobre Camilo. Se sienta en su cadera y vuelve a lamerlo. Recorre su cuerpo mientras le exhala aliento caliente, lo que hace a Camilo estremecer y erizar su piel.
—Tenés gusto a alcohol —dice Robin y se lame el dorso de la mano. Camilo lo mira.
—¿Qué hacés?
—Quería ver si yo también tenía gusto a...
Camilo se incorpora y sostiene a Robin del rostro, lo besa y saborea la lengua ajena como si fuera su mejor whiskey, ese que tanto le gusta por lo resistente y áspero. Ese que es su preferido.
Robin también saborea la lengua que le sabe bien y poco a poco va empujando a Camilo para que se recueste en la cama. Robin se hace hacia atrás unos centímetros al igual que hizo con la vendedora para mirar a Camilo, quiere saber cómo se siente y si está dispuesto a seguir con el intercambio que aceptó para la noche.
—¿Qué me ves así? ¿Te hago acordar a la putita? ¡Salí de arriba!
—Callate, Camilo... —dice Robin imitándolo al hablar y le besa la mejilla, enseguida los labios y después la mandíbula. Lo mira a los ojos y se acerca para besárselos también. Uno a la vez.
Camilo no desea recibir un trato tan suave, rodea a Robin con sus piernas y le tira del pelo, le hace mover la cabeza atrás con el tirón. Después se acerca a su oreja y le muerde el lóbulo. Ambos gimen. Robin jadea y Camilo le da una nalgada, sabiendo que eso a los dos les gusta. Recibe un mordisco en el hombro y gruñe mientras los dientes de Robin se están clavando en su piel. Sus penes se empiezan a frotar. Camilo los sostiene juntos y los frota más, con la otra mano sostiene la nuca de Robin y lo besa, le abre la boca con la propia y juegan con sus lenguas al compás del movimiento de sus pelvis. Robin gime ahogado porque Camilo no se quiere apartar del beso y dejarlo centrarse en alcanzar el orgasmo, entonces lo ataca y le pellizca el costado. Camilo le responde de la misma manera y Robin lo muerde de nuevo en el hombro, la sangre brota de la herida y la lame. Como castigo, la mano de Camilo deja de tocar el pene de Robin y se centra en sí mismo, mueve la mano desde la base hasta la punta sin descanso mientras mira a Robin a los ojos y le sonríe con burla. Y es cuando escucha la queja.
—Este no era el trato.
—Ganátelo —Le dice cuando en realidad quiere decir que lo haga si lo va a hacer y que no hable tanto.
A punto de correrse, Camilo cede y usa las dos manos para masturbarlos a los dos a la vez. Robin no necesita demasiado, enseguida arquea la espalda al sentir la mano que lo toca y se corre a la vez que Camilo lo hace. Ahora sabe que tiene que retomar el control. Empuja a Camilo contra el colchón y rápido lo pone boca abajo. Queda a su vista la espalda y la curva de los glúteos de Camilo.
Robin observa aquel paisaje y en un momento de estupidez se aparta de la cama para alcanzar el celular y sacarle una foto. Camilo finge somnolencia para no tener que pelear por eso, más tarde piensa borrarla. Robin enseguida deja el celular en cualquier lugar y regresa a posicionarse entre las nalgas de Camilo, quiere saborearlo y comerlo desde ahí. Al inicio, por supuesto que Camilo niega y dice que no, pero al primer contacto de la lengua de Robin con su piel ya no puede decir que no. Se retuerce al sentir el movimiento lento y después más rápido de Robin en sus pliegues. Se agarra con fuerza de la almohada, la retuerce en un intento de callar y de ocultar sus gemidos, unos sonidos que no quiere emitir, pero que es imposible, el cuerpo le reacciona en contra de su voluntad. Ya no es él mismo, es su cuerpo el que lo traiciona. Todo por culpa de Robin. Robin es quien tiene la culpa de todo. Él y solo él. Robin es la causa de sus maldiciones.
Robin mueve la lengua y Camilo distiende su cuerpo dejando que lo pruebe. La suavidad de la lengua roza su agujero, que se retrae al sentirla pero que también se quiere abrir para dejarlo entrar. Camilo apenas razona ya lo que es mejor para él y su futuro, pero ahora sabe dos cosas: una, que Robin es digno de su total confianza, la segunda, que con la boca ocupada ya no le está hablando pavadas.
Sigue soportando hasta que Robin se siente explotar, no se va a arriesgar de perder esta oportunidad, quiere hundirse ya en Camilo. Le sostiene las piernas y le clava las uñas desde los glúteos hasta los talones, después desde los hombros hasta las caderas. Camilo tiembla. Robin le observa el rostro hundido en la almohada y quiere saber si todo está bien. Le susurra al oído la pregunta dejándole un jadeo caliente: —¿Estás bien, papi?
—Síí, dale, ¿lo vas a hacer?
—Ya lo hago, ya lo hago...
Dice y se empuja adentro de Camilo sin darle mucho aviso y sin dejarlo acostumbrarse. Le gusta la presión ante la intrusión, quiere sentir la protesta en el cuerpo de Camilo. Pero no se lo va a coger así, acostado. Se sienta en la cama y levanta a Camilo con él, clavándose un poco más, a lo que Camilo se queja al sentirlo entrándole tan duro. Pero Robin deja de penetrarlo y saca el pene de dentro de Camilo. Mueve al hombre para verse cara a cara.
Robin piensa que Camilo está raro por acceder al trato que le da. Él lo penetra de nuevo y le rodea la cintura con el brazo quemado, el roce de la herida con la piel de Camilo le arde. Lo aprieta más y lo penetra metiéndose poco a poco, hasta que deja de moverse. Jadea sintiendo el interior de Camilo apretarlo.
Es ahora cuando Camilo se arrepiente, le pega a Robin en el pecho y en la cara, pero los golpes no lastiman a Robin. Además, él no quiere parar, no va a salirse, es tarde para eso. La autorización ya le fue concedida y esa no tiene cancelación, es un contrato que no se puede rescindir tan fácil como Camilo cree.
Ahora que lo tiene de frente, lo besa y le muerde el labio inferior, después la mandíbula y otra vez el hombro que sangró. Camilo ya no pelea y mueve su cuerpo para amoldarse a la verga que le está dejando fluidos viscosos adentro, se acomoda dejando que Robin lo coja como quiere. Y gracias a esos generosos movimientos, desde este momento, Robin puede dar lo mejor de sí. Se empieza a mover contra el culo de Camilo en un vaivén sin pausa. Hay muchas noches que quiere recompensar mientras los cuerpos se pegan y se cogen entre sí. La cama vieja del hotel chirría y la pared se empieza a descascarar, aunque no es la primera vez que pasa con estos dos.
Camilo abre las piernas y se agarra de Robin dejando que entre y salga de su cuerpo las veces que quiera. Robin lo posee y lo hace suyo porque así quiere. Y mientras mira la cara de Camilo tornarse roja de gozo y placer, le empieza a derramar el semen adentro. Sonríe con malicia y siente como si el pene se le engrosara, como si fuera un perro abotonado, quiere que su pene se ancle al culo de Camilo sin podérsele salir, y tal vez, vivir un par de años así, en un continuo espasmo cogiéndose.
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Este es el final... Un final poético (¿
La canción que canta Robin es: "Like A Fool" de Robin Gibb
Gracias por leer. #Jo
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