5. Mejor que un cuarzo

Wooyoung siempre se levantaba cinco minutos antes de las siete sin tener que usar despertador antes de que los duendes dejaran de susurrarle al oído. Ahora tiene tres despertadores para asegurarse de que llegará al trabajo a tiempo.

Pero hoy es domingo y los domingos no hay despertadores.

Tampoco lo necesita porque se despierta totalmente despejado cinco minutos antes de las siete. Está tan feliz que se ríe, revolcándose entre las sábanas como un niño emocionado. ¡Sus duendes lo han perdonado! ¡Han vuelto a levantarlo!

Sale por el lado derecho de la cama de un salto, se lava la cara y cambia la taza de leche por una nueva. Puede jurar que a la galleta le falta un trozo y se ha puesto un poco blanda por la noche a la intemperie, así que pone media galleta nueva. Decide que comprará algunas con chispas de chocolate en el colmado.

Agradece a las fuerzas invisibles por haber recuperado su gracia y limpia su casa con diligencia, escuchando canciones antiguas.

Va al taller cerca de la hora de la comida con cuatro sándwiches, algunos refrescos y unos cuantos paquetes de snacks de gambas porque el marketing del señor Kim funciona a la perfección. La puerta está cerrada, pero todavía llama. Mingi abre con una sonrisa, limpiándose las manos negras de grasa en un trapo asqueroso que cuelga de su cintura.

—¿Trabajando en domingo? —pregunta, agitando la bolsa ante él.

—Tengo que entregar este coche el martes, se lo prometí al señor Bang. —Lo deja pasar.

—Uh, es un magnate, tienes que cuidarlo. Creía que vivías en sus apartamentos.

—¿Para qué voy a vivir en sus apartamentos si hay un piso perfectamente funcional aquí arriba?

—No sé, igual querías algo más grande.

—Mis abuelos criaron a tres niños aquí, es suficientemente grande —explica, hurgando bajo el capó del coche. Wooyoung se asoma también aunque no tiene ni puta idea de lo que está viendo.

—Este no es su coche, ¿no? Creo que el suyo es negro.

—Es un regalo para su hijo, es su cumpleaños.

—¿Jeongin ya tiene 18?

—No lo sé, no lo conozco —responde el chico encogiéndose de hombros.

—Buenos días. —La voz suena ronca y ambos se dan la vuelta para ver a Yunho aparecer con un pijama que no combina y el pelo como un nido de urracas—. ¿Has traído café?

—Son las doce de la mañana —avisa Wooyoung—. Pero he traído sándwiches y refrescos.

—Bueno, me vale —acepta agarrando la bolsa, le da una caricia en la nuca a Mingi y se aleja para sentarse en una de las sillas viejas que hay todavía desperdigadas por allí. Wooyoung mira de uno al otro, las mejillas ruborizadas del mecánico y la tranquilidad indolente del otro.

—¿Dormiste aquí, Yunho? —pregunta, ansioso por conocer todos los detalles.

—Sí —contesta el chico—. Y tú pasaste el día con San —contraataca, levantando una ceja. La mueca pretende ser retadora, pero se ve adorable con ese pijama y el pelo hecho un desastre. Aún así, se sonroja.

—¿Qué?

—Nos llamó ayer en cuanto se subió al taxi —añade.

—Yunho, para —ordena Mingi.

—¿Por qué? Solo estoy diciéndole lo que pasó ayer después de su agradable cita.

—San es tu amigo, no lo expongas —se queja Mingi.

—Sí, sí, exponlo —ruega Wooyoung—. Nunca sé qué demonios está pensando. Ni siquiera sé nada sobre él más allá de que vive con su madre.

—¿Te contó eso en la segunda cita? —Asiente con la cabeza a la pregunta del chico de pelo rosa.

—¿Lo ves, Mingi? Te dije que le gusta.

—Eso no es asunto nuestro para contárselo.

—¿Qué problema hay con su madre?

—No es eso... —empieza Yunho, pero Mingi interrumpe.

—Basta, que Wooyoung hable con él, no te corresponde a ti decir nada. Y ahora, almorcemos.

Wooyoung entiende que la conversación ha terminado, se sienta en la silla junto a Yunho y se comen todo hablando de cualquier otra cosa. Ahora tiene muchísima curiosidad.

🦉🕯️🍀🌊

No quiere que San piense que va demasiado rápido, pero de verdad le apetece invitarlo a comer en el restaurante de la avenida marítima que tiene el mejor pescado. Así que, sin esperar a que él le hablara, le mandó un mensaje para quedar el sábado. Él aceptó. Todo está bien, nada va a salir mal. Si ha limpiado su apartamento a fondo es algo que solo él, los duendes y los espíritus sabrán.

El pirata-sirena llega caminando al sitio en el que han quedado y sonríe. Eso es un avance, de la ceja levantada han pasado a las sonrisas. A Wooyoung le pican las manos por pinchar esos hoyuelos tan bonitos.

—Pensé que vendrías en autobús, o en taxi.

—Vengo de casa de Mingi. —Eso tenía mucho más sentido. Y Wooyoung también está más tranquilo, no hay expectativas para que lo invite a su apartamento porque tiene donde dormir. Nadie saldrá herido de esta batalla si continúa portándose bien con los duendes, los espíritus y las demás fuerzas invisibles.

Caminan hombro contra hombro hasta el restaurante y se sientan en una mesa pequeña junto a la ventana. Se ve el mar golpeando en las rocas y, aunque es de noche, las luces amarillas lo hacen todavía romántico.

—Te he traído un regalo —informa, sacando de su bolsillo un pequeño cuarzo rosa. San lo mira desconcertado—. Es un cuarzo, mi abuela dice que son catalizadores de energía, te ayudará a estar más protegido.

—¿Protegido de qué?

—De las malas energías, por supuesto —aclara.

San toma la piedra y la mueve entre sus dedos. El camarero se acerca y saluda a Wooyoung con una sonrisa, tienen un poco de charla banal antes de pedir. Cuando se aleja, su cita lo observa fijamente, sin dejar de juguetear con el cuarzo.

—Tú eres como un catalizador de energía —declara, guardándose el mineral rosa en el bolsillo delantero del pantalón.

No sabe qué contestar, ¿qué se contesta a eso? ¿Qué significa eso, de hecho? No tiene ni idea, solo sabe que San está increíblemente guapo bajo las luces tenues y que el océano de fondo le queda bien. Pero eso ya estaba claro porque lo primero que pensó cuando lo vio era que parecía una sirena, o un pirata y ahora es su pirata-sirena.

Hoy habla más, se entera de que se apellida Choi, que cumple en julio y que es cinturón negro de taekwondo (lo cual es sexy como el infierno). Tiene una gata que se llama Byul, él le dice que sus duendes son como gatos, solo que no los puede acariciar. Ríen juntos. Comen juntos. Disfrutan de la velada.

Cuando terminan, corre hacia el camarero y paga antes de que San siquiera sea consciente de lo que está haciendo. No refunfuña, porque él no es así, pero sale del local con las cejas fruncidas en un ceño. Wooyoung está triunfando hoy también.

—¿Quieres que demos un paseo hasta la playa? —ofrece—. Está bien si quieres irte ya —se apresura a añadir, dando un paso para alejarse.

—Está bien, demos un paseo —confirma.

Caminan juntos por la avenida hasta la playa. Hace frío aunque es una buena noche sin luna. San se ve guapo hasta en la oscuridad y el mar le sienta tan bien como los árboles y las flores. Igual está siendo parcial porque está un poco enamorado del hombre, pero cree que puede verse bonito en cualquier lugar.

—Oye, ¿por qué creíste que te juzgaría por vivir con tu madre? —pregunta de pronto, cuando ya caminan por la arena dura.

—No es muy común a nuestra edad. —Está mirando al mar, no a él y Wooyoung quiere recuperar su atención desesperadamente.

—¿Para qué quieres ser común? Es muchísimo más divertido estar fuera de lo común. —Sus ojos se encuentran por fin, hay algo extrañamente eléctrico alrededor. El viento desarma sus flequillos sin orden, deben verse como dos lunáticos, pero le da igual.

—Eso es porque eres raro —replica, pero hay una sonrisa en su cara que le asegura que hay mucha más ternura que maldad en el comentario.

—Bueno, hay quien dice que mis rarezas son adorables, ¿no lo crees tú? —Pone sus palmas bajo su barbilla como si fuera una flor y le lanza una batida de pestañas coqueta.

—¿Quién dice eso?

—Mi abuela. Y mi amigo Yeosang. Ellos creen que es genial que sepa que las suricatas son los animales más crueles del reino animal, estadísticamente hablando. —El muchacho se ríe en voz alta antes de negar con la cabeza.

Siguen andando mientras la risa se desvanece. Sigue estando ahí la electricidad, la tensión, las ganas locas de Wooyoung de besarlo.

—Hice una muy mala inversión hace unos años, sentimental y económica —explica en voz baja cuando se acercan al espigón al final de la playa—. Por eso tuve que volver a vivir con mi madre.

—¿Te avergüenzas de eso?

—Bastante, la verdad. Mi madre y yo perdimos mucho dinero.

—Estás trabajando para recuperarte, ¿no?

—Claro que sí.

—Pues ya está. No hay vergüenza en cometer errores, pero sí en no intentar solventarlos o en huir. Mi abuela siempre dice que ella no crió a un vago y que mi madre no engendró a un cobarde. Supongo que tu madre pensará lo mismo de ti.

—No sé...

—Estás haciéndolo lo mejor que puedes, San —aconseja, tomándolo de la mano en un arranque de valentía porque su madre, definitivamente, no parió a un gallina—. Date la oportunidad de descansar un poco también —No lo suelta, siguen andando por la playa y sus dedos siguen entrelazados, Wooyoung está tan extasiado que no sabe ni qué demonios está balbuceando—. Las cosas llegan cuando tienen que llegar. Los espíritus siempre saben cuál es el timing perfecto.

—¿Eso crees?

—Claro que sí. Si no, ¿cómo es posible que chocáramos en la puerta de un ascensor?

—Porque eres muy torpe —bromea.

—Eso también, pero es, sobre todo, el destino.

Ambos sonríen y se miran unos segundos de más. Wooyoung cree que ahí debe insertar un beso pero, aparentemente, su madre sí dio a luz a un cagón, porque, en lugar de eliminar el espacio que los separa, aparta los ojos de él y sigue andando. Todavía tienen las manos juntas cuando vuelven a la avenida marítima.

—¿Me acompañas a casa de Mingi? Creo que no sé volver —pide en voz baja. Wooyoung asiente.

Sabe lo que significa: "no quiero subir a tu casa, no me obligues a hacerlo". Él sabe leer entre líneas, no es el momento. Han hablado de muchas cosas hoy, han tenido una buenísima cita y han paseado por la playa. No lo estropeará invitándolo a subir a su apartamento.

En su lugar, lo acompaña por las callejuelas, sus hombros se tocan cuando caminan y tienen que soltarse porque las aceras son estrechas en algunas calles. Lo echa de menos en cuanto lo pierde, pero se resigna a sentir su olor cuando va justo detrás de él.

Cuando llegan al taller, San saca una llave del bolsillo y la introduce en la puerta. Antes de abrir, se gira una vez más. ¿Es un buen momento para un beso? ¿Es ahora? Necesita una señal, algo que le diga que es el momento para besarlo.

En lugar de una señal, se encuentra siendo encerrado en unos brazos que son significativamente más anchos y musculosos que los suyos. Su mejilla se apoya en el cuello de San y lo rodea también para sentirlo más cerca. Los dos suspiran, la corriente fluye por sus venas y reza porque también esté haciéndolo por las contrarias.

—Esto es mejor que un cuarzo —susurra San, dejando un minúsculo beso en su mejilla y dándose la vuelta.

Abandona a un estupefacto Wooyoung en la puerta de Mingi, con el corazón desbocado y los pómulos ardiendo como el fuego.

🦉🕯️🍀🌊

—Tienes que besarlo en la siguiente cita, Woonie.

—¿Estás de su parte, Yeosang?

—Porque tengo razón —asegura Hongjoong, dándole un trago a su cerveza. Están en el bar cerca de la oficina porque es viernes y la semana ha sido un infierno.

—¿Qué pasa si no quiere besarme? ¿Qué pasa si estoy malinterpretándolo todo? ¿Y si solo le caigo muy bien?

—¿No decías que los elfos no te harían eso?

—Son duendes, no elfos. Y ellos no tienen nada que ver con esas decisiones, sólo acatan órdenes. —Joong rueda los ojos.

—Woonie, sabes que soy muy prudente, pero tenías que haberlo besado en la playa. Así que bésalo mañana.

—¿Qué pasa si me rechaza? —se lamenta, dejando caer la cabeza en la mesa. Un maní se le clava en el cráneo y se incorpora quejumbroso, frotándose la frente.

—Dice que te quiere llevar a comer a un sitio especial, que tiene una sorpresa para ti. No descarto que te pida matrimonio.

—¡Joong! ¡Deja de decir idioteces! —reprende.

—Podría ser, si él cree en el destino y esas supercherías tuyas de zumbado.

—No sé si cree en eso...

—Pero te dijo lo de la galleta y, aparentemente, los elfos te arreglaron los ciclos circadianos.

—¡Son duendes!

—Lo que sea. Hasta Yeosang está de acuerdo, Wooyoung. Haznos un favor a todos los que vivimos la vida a través de tus historias y bésalo de una vez. —Pone las manos como si rezara y sus ojos grandes brillan. Parece una ardilla listada con todos esos dientes y su tamaño "de bolsillo".

—Hazlo, Woonie, tu madre no engendró a un cobarde.

—¡No uses las frases de Ma contra mí! —chilla, tirándole el maní asesino a Yeosang.

Los dos se ríen en voz alta al mismo tiempo que Jung Wooyoung decide que mañana besará a Choi San.          

***

¡Nos vemos en el infierno!

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