4. El rey del mundo
Es la décima vez que mira el teléfono para asegurarse de que está conectado al wifi de la oficina y que no está en silencio. Hongjoong carraspea.
—¿Va todo bien? —pregunta Yeosang.
—Estoy esperando una llamada. —O un mensaje, o cualquier cosa. Le bastaría con un sticker o incluso con que le dijera que no quiere volver a verlo. Lo que no le gusta es la incertidumbre.
—¿Del chico del destino? —Joong ha empezado a llamarlo así después de que les contó que lo encontró en el taller y consiguió una cita. Yeosang prefiere llamarlo por su nombre—. Mándale un mensaje tú.
—Le dije que lo dejaría en paz después de la cita —masculla entre dientes.
—Entonces espera un poco —aconseja su mejor amigo—. Solo han pasado tres días, verás como te dice algo hoy.
—Y si no te dice nada, escríbele tú. Por lo menos que te deje claro si no quiere volver a verte. Si es el chico del destino tendrá que hacerse cargo.
—Joongie, no seas así.
—Es que es verdad, hay que tener responsabilidad afectiva con la gente con la que sales. No puedes ignorarlos sin más después de tener una buena cita —refunfuña, parece algo personal.
—¿Todo va bien, Joong? —pregunta, porque no cree que ese enfado sea porque San no le ha enviado un mensaje. Luce más como que alguien no le ha mandado un mensaje a él.
El del pelo naranja asiente, pero todavía mantiene la mueca huraña y mastica el sándwich como si el pedazo de pan le debiera dinero. Yeosang y él se miran desconcertados y se encogen de hombros. Hongjoong no es tan cercano como ellos dos, nunca cuenta sus propias historias y Wooyoung pensaba que era porque no tenía nada que contar. Aparentemente sí que lo hay, pero no está dispuesto a revelarlo.
Su teléfono suena con un ping y se sobresalta. El aparato se le resbala de las manos y cae contra la mesa con un ruido estridente.
—Cálmate, Woonie —ruega Yeosang, sujetándolo del antebrazo. Él asiente y agarra el móvil y desbloquea la pantalla.
—Es él —susurra, esperanzado, asustado, aturdido y temblando como una hoja.
"¿Dónde está esa exposición de arte contemporáneo?".
Escueto como él mismo, ni un buenas tardes, ni una pregunta de cortesía, al grano. Utiliza los signos de puntuación perfectamente y eso lo hace estremecer. Joong siempre dice que no hay que confiar en la gente que usa signos de puntuación en un mensaje de texto. Decide no creerlo porque él no entiende de corazonadas y ni siquiera cree en las fuerzas invisibles.
Le envía la dirección del museo, unos cuantos emojis felices y una pregunta de cortesía porque él sí es una persona educada. No usa signos de puntuación.
"Nos vemos el sábado por la mañana.".
Wooyoung colapsa, escribe tres mensajes preguntando la hora, si irán a comer, si ha tenido un buen día. El tipo no contesta a ninguno, ni siquiera los lee. Deja el teléfono en la mesa y suspira sonoramente. Sus amigos lo están mirando, esperando el chisme, preparados para agarrar cualquier pedazo de información como lobos hambrientos.
—Creo que tengo una cita el sábado.
—¡¿Te ha pedido una cita?! —exclama Hongjoong. Él asiente, desconcertado. Yeosang aplaude de júbilo.
—Sabía que lo haría.
—Yo tenía mis dudas. Pero debe ser que sí que es el chico del destino.
Parece que verdaderamente lo es.
🦉🕯️🍀🌊
Wooyoung se siente un triunfador aunque anoche su tostadora se rompió. Le importa una mierda, puede tostar el pan en una sartén. Ahora mismo es el rey del mundo y agradece a las fuerzas invisibles por coronarlo.
Llega temprano a su cita, bien vestido, perfumado y con su pelo recogido en media coleta. Tiene que ir a la peluquería pero, con su suerte actual, le asusta que acaben cortándole una oreja o rapándolo como un kiwi. Wooyoung tiene la cabeza muy fea para quedarse calvo.
San aparece ocho minutos después con el mismo abrigo de paño, unos bonitos vaqueros anchos y una sudadera gris. Se ve confortable y hogareño, boyfriend material. Le gustaría verlo usar esa sudadera con un chándal, tumbarse con él en el sofá y consumir juntos toda la mierda que las plataformas de streaming puedan ofrecerle.
No hablan mucho, en su lugar, recorren las salas de la galería. La exposición es muchísimo mejor de lo que esperaba. La instalación lumínica crea pequeños mundos mágicos en cada habitación.
Están en el fondo del bosque, con los ruidos de los animales y del viento en las copas de los árboles rodando entre ellos. Todo alrededor es verde y marrón. Mira al techo buscando un pedazo de cielo que no encuentra. Cuando baja los ojos San lo está mirando. Tiene una sonrisa suave, muchísimo más suave de lo que ha visto nunca. Su pecho canta un aria de puro amor y confirma que sí, lo está observando a él; cuando hay tanto que ver a su alrededor, los ojos del pirata-sirena están sobre él.
Se sonroja inevitablemente, caminando hacia las siguientes salas, robándose miradas de vez en cuando. Llegan a una aún más oscura. Es de noche y el mar golpea inclemente desde los altavoces. El rugido de las olas es tan fuerte que casi no puede escuchar sus propios pensamientos. Se estremece. La sala es mucho más pequeña y la proyección en las paredes y el techo es casi sofocante. La espuma salpica alta, puede jurar que siente la humedad y que puede oler la sal.
Se lleva la mano al pecho, observando hipnotizado el cielo que se cubre con nubes de tormenta. Se marea un poco y da un paso atrás para estabilizarse. Hay una palma en el centro de su espalda justo en ese momento, impidiéndole caer al suelo por el aturdimiento de las proyecciones. Salta como un resorte, pero no se mueve. Está paralizado cuando siente el cuerpo de San más cerca.
Se atreve a girar un poco la cabeza para espiarlo por el rabillo del ojo. El pirata-sirena está mirándolo otra vez. Es intenso, mucho más teniendo en cuenta lo juntos que están y que el sonido de los altavoces ahora reproduce una tormenta eléctrica. Escucha los truenos, la marea brava, la lluvia y los latidos de su propio corazón en sus oídos. ¿Podrá oírlo él también? Espera que no.
—¿Estás bien? —pregunta San. Está muy cerca y todavía mantiene su mano en el centro de la espalda de Wooyoung. No sabe si lo hace más estable o lo zarandea todavía más en el parco equilibrio que mantiene a su alrededor.
—Abrumado —confiesa. El chico asiente, echa un último vistazo a la sala y lo empuja con delicadeza hasta la salida.
No sabe cuánto tiempo han pasado dentro de la galería, pero San lo está dirigiendo a la calle. No ha apartado la mano de su espalda y Wooyoung no quiere que lo haga nunca. El frescor le golpea las mejillas y el viento hace volar su flequillo por todas partes. El pirata-sirena sonríe visiblemente, complacido.
Lo lleva a una cafetería cercana y lo sienta en uno de los sillones, está cálido y huele como el cielo. San se acerca a la barra y vuelve un par de segundos después. En lugar de sentarse en la silla frente a él, se acomoda en el sillón a su lado, quitándose el abrigo.
—¿No te quitas la chaqueta? —cuestiona, señalándolo. Cierto, debería quitársela si no quiere empezar a sudar como un cerdo.
Asiente y lo hace. Se alegra de haber llevado la sudadera que no tiene una mancha de lejía en el dobladillo. Esa podría ser una catástrofe cuando San siempre parece tan limpio y perfecto. Una camarera se acerca y deja sobre la mesa un té caliente y un café solo largo. Hay también un pedazo de tarta de fresas.
—Sí que debes estar abrumado, no has dicho ni una palabra —menciona el hombre, dándole un sorbo pequeño a su taza.
—Perdona —se excusa, sacudiendo la cabeza—. Fue demasiado, el sonido estaba muy alto en la sala —Es un poco verdad, un poco mentira, aunque no sabe muy bien por qué se sintió tan abrumado en aquel lugar—. Gracias por el té.
—No hay de qué. —Sonríe bonito, con hoyuelos y todo. Sus ojos pequeños se convierten en rendijas, se pregunta si puede ver cuando solo hay una línea minúscula entre sus pestañas—. ¿Te da miedo el mar?
—No, no particularmente —Vive cerca del mar, no le teme al mar, pero lo respeta—. Hemingway escribió que, en español, la gente que la quiere, siempre la llama "la mar" —suelta de la nada, con su cerebro dando tumbos—. Decía que aunque hablaran mal de ella, siempre la trataban en femenino, como a una mujer.
—Ah... ¿En qué libro?
—El viejo y el mar. Hemingway vivió en Cuba y en España, sabía un montón de español. Y dicen que el viejo del libro está basado en un inmigrante español que vivía en Cuba en ese momento y era el primer oficial de su barco.
—Entonces, ¿tú la llamas la mar?
—A veces, pero no mucho. Mi abuela me llevaba a la playa cuando era pequeño y los pescadores la llamaban la mar. Era divertido porque íbamos temprano y ella compraba pescado fresco, me dejaban cogerlos a mí del cubo, eran viscosos —San se ríe detrás de la taza. Wooyoung da un sorbo a su té—. Tuve una buena infancia después de todo.
—¿Siempre viviste en el pueblo?
—Vivía en la ciudad hasta que mi madre murió. Yo tenía cuatro años. Tengo pocos recuerdos de esa época, estuve viendo a un terapeuta y le dijo a mi abuela que era normal, que yo era pequeño y que no es una cosa agradable para un niño saber que su madre ha muerto.
—Lo siento, otra vez.
—No te preocupes, mi abuela cuidó muy bien de mí y se aseguró de que no me olvide de mi madre. Tenemos un montón de videos digitalizados, como los de mis fiestas de cumpleaños, algunos en el parque frente a mi antigua casa, ese tipo de cosas. Tengo muchas fotos también. Tengo fotos de todos los niños que vivían en el bloque aunque jamás volví a verlos. Mi madre era una mujer muy sociable, al parecer. —Saca su teléfono y le enseña una foto de su madre que guarda en la galería, San la mira durante un rato, ladeando la cabeza hasta que dibuja una sonrisa.
—Te pareces a ella en eso también, entonces —comenta y le da un guiño, el corazón de Wooyoung se salta un latido y se siente como si Cupido hubiera utilizado una ametralladora con él en lugar de un arco y una flecha.
—Sí, supongo. —Está sonrojado, así que decide beber un poco más de té y pinchar, sin preguntar, un pedazo del pastel de fresa—. Por eso estaba triste con lo del búho. Ella me lo regaló, me acuerdo de cuando me lo dio. Pero no puedo enfrentarme a los designios de los espíritus. Ayer los duendes me rompieron la tostadora y ahora tengo que usar una sartén para calentar el pan. —San se ríe ruidosamente, Wooyoung vuelve a sentirse un triunfador.
—¿Todavía siguen enfadados contigo?
—Creo que sí, aunque no he hecho nada malo. Hasta logré tener una cita contigo, ¡y una segunda cita! Deberían estar contentos.
—¿Crees que los duendes querían que tuviéramos una cita?
—Los espíritus lo querían porque el destino lo quería. Los duendes obedecen a los espíritus aunque a veces son un poco traviesos. Conmigo se están cebando —Le importa un carajo sonar como un loco porque cree fervientemente en lo que dice y, además, San sigue riéndose. Hoy Wooyoung está triunfando—. Y nunca he dejado de ponerles una taza de leche, deberían tenerlo en cuenta.
—Ponles una galleta también.
—¿Una galleta? —Lo mira estupefacto. ¿Qué locura es esa de ponerle una galleta a los duendes? Él siempre les pone leche o jugo. ¿Los duendes tienen siquiera dientes para masticar?
—Claro, ponles la leche y una galleta.
—No son Papá Noel —desecha, moviendo la mano, el chico suelta una carcajada.
—No pierdes nada, total, tampoco está funcionando lo de la leche —Tristemente, tiene razón. Arruga la boca y asiente, dándole a entender que lo hará—. Ahora, ¿no tienes más curiosidades de animales que contarme?
—Ah, no sé... ¿Qué quieres saber?
—No sé, háblame de tu animal favorito.
—¡Oh, Dios mío! ¡Sé muchísimo sobre las orcas! ¿Sabes que viven en manadas matriarcales y que tienen cultura propia? —La sonrisa suave de San vuelve a su cara, se acomoda en el sillón mirándolo fijamente mientras Wooyoung cuenta sobre los hábitos sociales de las orcas. La cafetería está llena de estímulos, pero solo lo observa a él, relajado y cómodo, sentado tan cerca que sus muslos se rozan de vez en cuando—. Incluso siguen modas. En los años ochenta hubo un grupo de orcas que empezó a ponerse salmones en la cabeza. No fue por nada en concreto, solo se los ponían y se los enseñaban unas a otras, después de unos meses dejaron de hacerlo.
—¿Salmones de sombrero?
—¡Exacto! Se ponían salmones de sombrero. Y luego está lo de la Gladis Blanca que ataca barcos en el Mediterráneo...
🦉🕯️🍀🌊
Wooyoung llega a casa a las cinco de la tarde después de pasar todo el día con San. Se despidieron con un abrazo en lugar de un apretón de manos y la electricidad todavía vibraba en su sistema nervioso. San olía bien y, desde tan cerca, lo sintió más cálido que la mejor manta de su armario.
Enciende el incienso en cuanto se quita los zapatos y el abrigo. Coloca un plato con una galleta y un vaso de leche. Les dice a los duendes que es de parte de San y agradece a todas las fuerzas invisibles por haberlo ayudado a tener una cita en un museo que se convirtió en un desayuno tardío que se convirtió en un almuerzo y un paseo por un parque cercano.
Esa noche se va a la cama sintiéndose el rey del mundo.
***
¡Nos vemos en el infierno, navegantes!
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