3. Solo una cita

El siguiente viernes va a ver a su abuela. Es el día perfecto porque hay baile. Las ancianas cacarean a su alrededor, "¡qué guapo estás!", "¿ya estás casado?", "¿cómo va el trabajo?", "seguro que eres un rompecorazones", "te presentaré a mi nieta". Su abuela frunce el ceño y lo aleja de las aves carroñeras que quieren deshacer sus carnes con un "a Wooyoung no le interesan las mujeres" y una sonrisa altiva.

Siempre le ha dicho que puede mentir a sus amigas si quiere, que no le importa que lo haga si la va a hacer sentir más cómoda. Ella se niega en rotundo y dice que no tiene nada de lo que avergonzarse, que no hay afrenta en sus preferencias y que "toda la vida han existido los gays, Woowoo". Todavía se emociona cuando la escucha decir cosas así.

Están tomando refrescos en el enorme jardín de la residencia. Su abuela saca una petaca del bolso y echa dos buenos chorros en sus vasos. Wooyoung quiere reprenderla pero sabe que le dirá que "estoy vieja y me quiero morir feliz", así que se lo ahorra y brinda con ella.

—El nieto del señor Song se ha hecho cargo del taller. He perdido el búho de plata —enumera clínicamente, su abuela le toma la mano para consolarlo—. Y hay alguien que me gusta.

—Esas son muchas noticias. Podrías habérmelas dicho por teléfono.

—Así tiene más efecto, ¿no?

—La verdad es que sí —La anciana se ríie y da un largo trago a su bebida—. Sabía lo del señor Song, su hija me llamó y hablé con él. Me contó que le hiciste una limpieza. Buen trabajo, te he enseñado bien. Siempre hay que respetar a las fuerzas invisibles.

—Creo que los espíritus me odian, Ma —resopla. Los árboles se revuelven con una ráfaga de viento. Su abuela le da unos golpecitos en la mano.

—Claro que no.

—Los duendes ya no me despiertan. No paro de encontrarme con este chico que me gusta en los peores momentos.

—Las cosas buenas cuestan. Hay que esforzarse.

—Me estoy esforzando, Ma, pero no paran de ponerme trabas.

—¿Trabas? Entonces, ¿cómo te encontraste con ese chico? ¿Trabaja contigo? ¿Se mudó al pueblo? ¿Es amigo de tus amigos? —Ninguna de las anteriores.

—Es un completo desconocido al que me he encontrado cinco veces en lugares súper distintos.

—¡¿Cinco?! Por Dios, cinco son un montón de veces, ¿cómo puedes decir que los espíritus no están de tu parte? No he visto una preparación más obvia que esa.

—Pero no me habla...

—Háblale tú, puedes hablar por diez personas tú solo.

—Pero no me contesta...

—Ya lo hará.

—Y perdí el búho.

—Si tiene que aparecer, aparecerá. Mientras, está llegando ante ti esta oportunidad y estás despreciándola porque te asusta trabajar un poco. No seas vago, yo no crie un vago y mi hija no parió un cobarde. —Le da un golpecito en la mano para reprenderlo.

Wooyoung sonríe mientras la acompaña al salón. Baila con ella unas cuantas canciones, se sienta para cotillear con algunas de sus amigas. Saluda con apretones de mano a los ancianos. Su abuela parece estar muy cerca de uno de los residentes, un viudo de apellido Park que fue conductor de ambulancias antes de retirarse.

—Parece que los espíritus te trajeron algo a ti también —bromea cuando su abuela se despide del hombre después de bailar con él dos canciones.

—Yo no cuestiono los designios de las fuerzas invisibles —contesta orgullosa, sentándose en el sofá a su lado—. Y tú tampoco deberías hacerlo. —El viudo los mira e inclina la cabeza con respeto desde el otro lado del salón. Wooyoung sonríe y le devuelve el respeto.

—No lo haré, Ma.

🦉🕯️🍀🌊

Va a ver a Mingi el domingo porque quiere contarle que su abuela le manda sus mejores deseos. Y se siente extrañamente solo esa mañana. Ni siquiera está pensando en su pirata-sirena cuando llega con una bolsa de bollos al taller. Llama a la puerta y le abre, de hecho, el mismísimo San.

Definitivamente los espíritus han abandonado sus labores para favorecer la fortuna de Wooyoung, solo para acercarlo a ese inaccesible tipo. Están a tiempo completo tratando de hacerlos encontrarse, no pueden despertarlo por las mañanas porque están empujando a San a lugares en los que él va a estar también.

Y ahora tiene que hablar y dejar de mirarlo fijamente.

—Hola —saluda, componiendo una sonrisa—, he traído el desayuno. —Sacude la bolsa de bollos delante de esa ceja juzgadora. Se alegra de haber comprado suficientes bollos para unas cuatro o cinco personas.

—¡Wooyoung! —exclama Yunho, apareciendo detrás de San con una energía mucho más hospitalaria que la del otro—. Me alegro de verte, amigo. Mingi dijo que tal vez vendrías.

—Sí, ya sabes que tengo muchos coches que arreglar —bromea.

Es el más joven quien abre la puerta y lo invita a pasar, dejando atrás a San. Mingi está clasificando unas estanterías con cajas etiquetadas, lo saluda desde allí y pregunta si trajo bollos de la plaza. Responde que "obviamente, ¿cómo podría venir con las manos vacías?". Los tres se reúnen alrededor de una mesa llena de llaves inglesas. El pirata-sirena desaparece en la oficina dos minutos después, sin decir una palabra.

—Está arreglando las cuentas, se pone un poco intenso cuando trabaja —excusa Yunho.

—Siempre está igual de intenso —discute Mingi—, te dije que no vale la pena, es como darse de cabeza con una pared.

—Qué bueno que tengo el cráneo muy duro. —Toma dos bollos en una servilleta y se dirige hacia la oficina sin esperar invitación.

Entra en el cuarto sin perder la sonrisa a pesar de que San ya lo está mirando con hastío. Deja sobre el escritorio los dulces y echa un vistazo a la estancia. Está más recogida que el día que llegó, los archivadores están ordenados en la librería y no hay pedazos aleatorios de motores en la mesa.

—Gracias —murmura San, sacándolo de su distracción. Se miran unos segundos larguísimos, Wooyoung puede jurar que el viento mueve el pelo de San pero es imposible porque están en una sala sin ventanas.

—Sal conmigo —suelta, empujado por las palabras de su abuela y para honrar el trabajo que las fuerzas invisibles están haciendo tan arduamente—. Déjame invitarte a una cita.

Los ojos estrechos se abren al máximo. Si en el diccionario hubiera una foto al lado de la palabra "sorpresa", seguramente sería esa mueca que San está haciendo. No contesta, lo que parece ser la dinámica general del hombre cuando están a solas. Tal vez tiene que traer a Mingi o Yunho para que hicieran de intérpretes. No le importa, ahora mismo, ninguna interrupción hará que se retracte de sus palabras.

—Podemos ir a dar un paseo. Todavía hace frío, pero podemos ir al jardín botánico. O a un museo, creo que hay una instalación de arte contemporáneo en el centro, he leído buenas opiniones. Será divertido —insiste—. Y después te invitaré a cenar. Prometo llevarte a casa sano y salvo —No pierde la expresión feliz a pesar de que el otro parece una estatua—. ¿Qué te parece el próximo sábado?

—¿Por qué asumes que me gustan los hombres? —gruñe por fin.

Wooyoung levanta las cejas confundido, no ha pensado en eso, es una variable que no ha contemplado. Pero Mingi se lo hubiera dicho, ¿no? Le parece que sí, que se hubiera enterado de alguna forma de que San era hetero; los espíritus no harían una cosa así con él, no serían tan crueles como para traer frente a él al pirata-sirena tantas veces si no tuviera una oportunidad.

—¿No te gustan? —pregunta. Tiene más miedo del que deja entrever en su tono. El chico frunce los labios, parece que algo conflictivo se le cruza en la frente, pero desaparece rápidamente y suelta un suspiro cansado.

—¿Qué es lo que quieres?

—Quiero tener una cita contigo.

—¿Por qué?

—Porque nos hemos encontrado demasiadas veces para que sea casualidad —explica sinceramente—. Una vez es casualidad, dos, suerte, tres es el destino. —San eleva su ceja otra vez con escepticismo. Que bueno que Wooyoung esté preparado para enfrentar esas cosas.

—¿El destino?

—Claro que sí. Nos conocimos en mi empresa y no sé si trabajas por allí, pero nunca te había visto. Luego te vi en el colmado del señor Kim, nos cruzamos en el mercadillo, en el centro comercial y después en el bar. Y ahora estás aquí.

—Podría pensar que me estás siguiendo —se queja—. Un momento, ¿el colmado del señor Kim?

—Sí, el que está cerca de aquí, es un señor mayor con un lunar en la frente. Te vi un sábado por la noche.

—No recuerdo haberte visto...

—Me escondí, estaba en mi era de vagabundo —confiesa. Una sonrisa tira de la comisura de San y vuelve a aparecer el fantasma del hoyuelo que quiere ver más claramente.

—Entonces, me estás siguiendo. Acosador.

—No te estoy siguiendo, el destino está orquestando esto para que nos conozcamos y tú no paras de poner trabas —afirma, quejumbroso—. ¿Cómo puedes explicar que te encontraste conmigo en una feria de artesanía al otro lado de la ciudad? ¿O en el supermercado comprando una lavadora?

—Yo no estaba comprando una lavadora.

—Pero yo sí.

—O me estabas siguiendo y esta es tu excusa.

—¿Quieres la factura de la maldita lavadora que he tenido que pagar a plazos si no quiero comer arroz y atún durante las próximas semanas? —reta, apoyando las palmas en el escritorio, inclinándose lo suficiente para estar cerca de él—. Dame una cita, San, te prometo que te dejaré en paz después y no volveré a dirigirte la palabra. —Está dispuesto a hacer ese sacrificio:, si los espíritus lo quieren así, así será.

—¿Cómo sé que no me seguirás?

—¡Porque no te estoy siguiendo! No te hablaré más, pero no puedo prometer que no volvamos a vernos, los espíritus tienen unas formas increíblemente creativas de mover las fichas.

—Eres rarísimo...

—¿Vendrás a una cita conmigo el sábado? —insiste, mirándolo fijamente.

—¿Wooyoung, quieres que comamos juntos? —pregunta Yunho desde la puerta. Él aparta los ojos de San para mirar al más joven. Se incorpora, apartándose del escritorio y asiente.

—Está bien, hay un restaurante que me encanta en la avenida —ofrece.

—Eso es genial, así te enseñaré lo del rebranding, yo invito... —añade el chico.

—De acuerdo —interrumpe San. Los dos lo miran con diferentes grados de desconcierto.

—Amigo, tú te pagas tu parte, yo solo invito a Wooyoung.

—No, de acuerdo a lo que dijiste —insiste, con sus ojos rasgados clavados en Wooyoung—. Solo una.

Su pecho burbujea como si hubieran echado una pastilla efervescente, es picante y fresco y le llega a la cabeza rápidamente. Sonríe tanto que le duele la cara, está a punto de saltar por los aires como una caja de pirotecnia. Puede jurar que el pelo de su nuca se mueve con una brisa leve.

—¿Wooyoung, comes con nosotros? —Mingi aparece detrás de Yunho.

—Por supuesto que sí.

Y el sábado tiene una cita con el pirata-sirena.

🦉🕯️🍀🌊

Wooyoung se pone un despertador a las siete, otro a las siete y cuarto y un tercero a las siete y media. Se despierta en el tercero y a duras penas. Refunfuña en voz alta, quejándose de que los duendes ya pueden dejar su castigo, que ya está escuchando, que no hace falta seguir con esto.

Enciende una vela, incienso, pone leche y se arrodilla ante el altar para rogarles a los espíritus, los duendes y las demás fuerzas invisibles, que lo ayuden en su hercúlea tarea. Le pide a su madre directamente que lo guíe para que encuentre el camino hasta el corazón de San. Les promete que, si todo sale bien, tendrán a dos almas rindiéndoles pleitesías pronto.

Wooyoung se hace muchas ilusiones y le están quedando preciosas.

Se arregla de más, hasta usa perfume y se alisa el pelo. Comprueba que lleva su monedero lleno de amuletos y las llaves antes de salir de casa. Tiene unos buenos 45 minutos de camino hasta el jardín botánico. Por suerte, no está lloviendo, aunque todavía lleva una chaqueta y la bufanda enrollada en el cuello.

San ya está esperando cuando llega, con la espalda rígida y el ceño apretado. Su abrigo de paño negro es bonito, no lleva bufanda, pero mantiene las manos en los bolsillos. No puede evitar que la sonrisa abra su cara cuando se acerca a él.

—¿Llevas mucho esperando? —El pirata-sirena niega con la cabeza—. Vamos, creo que las camelias ya están floreciendo.

Van juntos, pero no hablan. Wooyoung mantiene una conversación alegre con la jovencita de la entrada y después se acerca a un puesto de bebidas para pedir un té caliente. Le ofrece uno a San y él solo contesta con "café largo". Le acerca el vaso y sus dedos se rozan. El viento sopla y remueve el pelo del pirata-sirena.

El chico echa a andar, huyendo de él como si quemara. Wooyoung no puede decidir si es por desprecio o porque siente los mismos escalofríos que él cuando se tocan. Ruega a los espíritus que sea lo segundo.

—¿Sabías que las cabras tienen acento según dónde se críen? —comenta mientras caminan por los solitarios pasillos cubiertos de plantas.

—¿Qué?

—Sí, lo leí una vez. Las cabras tienen diferentes acentos. Los animales son geniales. ¿Has oído esa teoría que dice que los zorros se están domesticando a sí mismos para que los humanos los alimenten? Un poco lo que pasó con los gatos —suelta su retahíla de conocimientos aleatorios porque está nervioso. No pueden culparlo, está al lado del hombre más hermoso y frío con el que ha estado en su vida—. El tema es que hubo un experimento en Rusia en el que lo hicieron artificialmente.

—¿Hicieron qué?

—Domesticar zorros. Al cabo de unas cuantas generaciones los zorros acabaron naciendo con las orejas caídas, la cola más corta y enrollada y los ojos más grandes. Como los cachorros de perro. Las teorías dicen que así se convirtieron los lobos en perros.

—¿No querías ir a ver las camelias? —Es cortante, pero Wooyoung no va a dejar que joda su humor, está aquí para demostrarle a ese chico que el destino los ha unido y a los espíritus, que está dispuesto a trabajar por este premio.

Sabe que debajo de esa boca apretada hay una sonrisa grande. Quiere ver los hoyuelos que ya ha imaginado que le salen. Quiere escuchar como suena su risa, como se siente la piel de sus mejillas bajo sus dedos. Tiene unas ganas locas de meter las manos en su pelo y revolverlo como hace el viento cuando sopla.

Cuando llegan a las camelias, apenas hay tres o cuatro abiertas. Se arrepiente de haber escogido este paseo a finales de invierno. Tendría que haber esperado un mes más, cuando estuvieran todas abiertas y vibrantes y las primeras flores de primavera se mostraran también. ¿Por qué no lo pensó mejor?

—¿Sabías que el escritor de "La dama de las camelias" era nieto del primer general negro de Francia? —comenta, evitando el silencio—. También era el hijo del escritor de "Los mosqueteros", pero seguramente eso ya lo sabes.

—No lo sabía —aclara.

—Ah... Bueno, pues sí, el escritor de "Los mosqueteros" es el padre del de "La dama de las camelias". Y los tres se llamaban Alejandro Dumas. Eran de origen haitiano y, en última instancia, africano, evidentemente.

—¿Sabes de todo?

—¿Perdón?

—Pregunto que si sabes de todo. Has pasado de las cabras a la historia de Francia en menos de quince minutos.

—Ah, sí. Mis amigos dicen que mi cerebro funciona a saltos —bromea.

San tira el vaso vacío a una papelera y se cierra el abrigo ocultando una pequeña sonrisa. Sopla en sus manos antes de meterlas en los bolsillos. Siguen andando, con Wooyoung conteniendo su ansiedad por rellenar el espacio que deja el silencio. No quiere parecer pesado, pero le agobia que el chico no hable. "Pero tú puedes hablar por diez", diría su abuela. Y es cierto. Él puede hablar por diez o por veinte y no pasa nada, tiene muchos temas de conversación que puede tratar.

—¿Cuál es tu color favorito? —Tal vez ese era el peor de los temas.

—No pareces el tipo de persona que pregunta el color favorito —replica, por lo menos está usando oraciones complejas—. Ahórrate eso y sigue hablándome de las cabras o cualquiera de esas locuras que vienen a tu cabeza. —En su pecho retumba un latido de puro júbilo. Sonríe tanto que le duelen las mejillas y tiene unas ganas locas de aferrarse a su brazo para continuar el paseo.

—Los almendros, los cerezos y los melocotoneros son de la misma familia —exclama, feliz, llegando al área de los frutales—. Son del género "Prunus". Así que, técnicamente, es posible injertar un árbol de almendras amargas con un cerezo para que crezcan más fuertes. El árbol de almendras amargas es súper resistente, mucho más que los cerezos. Aunque los melocotoneros también lo son, resisten inviernos durísimos.

—Por eso sus flores se parecen tanto —comenta en voz baja, echando un vistazo a los árboles que aún no han florecido.

—¡Exacto! Además, ¿sabes que es técnicamente imposible envenenarte con almendras amargas? Tu cuerpo expulsaría todo el contenido de tu estómago antes de dejarte morir de eso.

—Eres tan extraño... —susurra, pero Wooyoung ve que está sonriendo y, efectivamente, hay un precioso hoyuelo en la mejilla que está visible. Se muere de ganas de pincharlo, así que solo aprieta los dedos en puños dentro de los bolsillos de su chaqueta.

—Soy un hombre del Renacimiento.

—Eres un friki.

—Sí, eso también. ¿Has visto "Star wars"? Estuve en la exposición que hicieron por el aniversario...

🦉🕯️🍀🌊

Están sentados en un pequeño restaurante de ramen cercano al jardín botánico. No es el sitio más elegante del mundo, pero Wooyoung tampoco es millonario. Y no quiere quemar todos los cartuchos en la primera cita.

Los dos se terminan el plato de fideos con su voz rellenando los espacios, como lleva haciendo toda la mañana. San es parco en palabras, pero parece haber empezado a soltarse, a juzgar por las sonrisas que ya no intenta contener. Puede que lo haya pillado mirándolo fijamente un par de veces también, pero Hongjoong diría que se lo estaba inventando para autoconvencerse de que el interés es mutuo.

—¿Dónde trabajas? —pregunta curioso, porque no han hablado de sí mismos.

—En el distrito financiero —responde, vago, sin detalles.

—¿Qué hacías en el edificio de mi empresa el día que chocamos en el ascensor?

—Estaba con un cliente. En realidad no es cliente mío, solo le hacía un favor a un compañero de trabajo.

—Ah, entiendo... —A veces es duro, siente que está haciéndole un interrogatorio a un reo por lo escueto de las contestaciones—. ¿Vives con Yunho?

—¿Qué? —Parece realmente desconcertado por la pregunta, una de las primeras reacciones viscerales que le ve hacer.

—Entraste con él al edificio...

Se levanta dejándolo con la palabra en la boca. No entiende a dónde se va hasta que lo ve pagando la cuenta. Wooyoung se levanta rápidamente y pelea por el derecho a pagar ya que es su cita. San dice que él pagó el café y la entrada al jardín botánico. No lo deja discutir más. Bueno, lo deja discutir, pero no le contesta y acerca la tarjeta al datáfono más rápido que él.

Ni siquiera hace una mueca cuando se da la vuelta y salen juntos del local, con Wooyoung todavía refunfuñando. Caminan juntos, sabe que es el final de la cita porque ya no tienen excusa para seguir juntos, aunque se pasaría toda la tarde contándole las cosas aleatorias que mantiene archivadas en su cerebro.

—No, no vivo con Yunho —Hay un segundo de duda y sus ojos se clavan en Wooyoung, evaluándolo. Frena el paso para enfrentarlo—. Vivo con mi madre.

—¡Qué bueno! Yo vivía con mi abuela hasta que se fue a una residencia hace un año y medio —cuenta—. Se fue por cuenta propia, yo mismo la invité a hacerlo. Vendimos el piso donde vivíamos y ella lo invirtió en tener un retiro divertido. El complejo donde vive es genial, hacen bailes los viernes. Y creo que ha conseguido un novio.

Toda la cara de San se suaviza de pronto, sus hombros y su espalda se aflojan. Es como ver un globo deshincharse. De repente se convierte en un gato tierno y su sonrisa se hace más grande, más sincera. Los hoyuelos están frente a él y daría hasta lo que no tiene por acariciarlo con sus pulgares. ¿Cómo de loco sería besarlo en ese mismo instante, en la acera, por fuera del restaurante de ramen en el que acaban de almorzar?

El viento sopla y los dos cierran los ojos por la ráfaga, arrebolándose en sus abrigos. San cierra el último botón del cuello. Wooyoung no sabe si será muy atrevido ofrecerle su bufanda. Le importa una mierda helarse si puede verlo con el tejido colorido que hizo su abuela alrededor del cuello.

—Eso es genial —suelta de pronto, asintiendo, justo antes de echar a andar otra vez—. No mucha gente entiende que viva con mi madre a mi edad.

—¿Por qué no? Si la mía estuviera viva, viviría con ella.

—Siento lo de tu madre —dice, pero no pone cara de perro apaleado como Yeosang, es más respetuoso que compasivo. A Wooyoung definitivamente le encanta, así que sonríe.

—No te preocupes, yo era muy pequeño. Pero sigue conmigo, me acompaña. Ella es uno de los espíritus que ha orquestado todo esto. Aunque sus métodos no han sido los más adecuados.

—¿Qué?

—Bueno, hacer alarde de mi torpeza delante de ti no es la mejor manera de impresionarte. Además, los duendes de mi casa me odian porque ya nunca me despiertan. Incluso llegué tarde al trabajo, casi no me levanto hoy porque apagué los despertadores en sueños. O tal vez fueron esos pequeños bandidos que querían hacerme quedar aún peor delante de ti.

La risa de San suena muy alta. Retumba en sus oídos como si tuviera un megáfono en la garganta. El chico se carcajea sin vergüenza, echando la cabeza hacia atrás y agarrándose la tripa. No sabe qué demonios ha dicho que suena tan gracioso pero si se entera, lo repetirá mil veces porque es la cosa más mágica que ha visto nunca. Se ríe desde el estómago, profundo y rico, llenando el espacio entre ellos y los rincones del corazón de Wooyoung.

No sabe qué hacer más que esperar a que ese estallido de alegría termine. Cuando lo hace, San todavía suspira entrecortado y niega con la cabeza, como si se encontrara con un caso perdido. ¿Quiere ser un caso perdido para San? No le importa mientras pueda provocar mil veces más su risa.

—Eres rarísimo —confiesa. Levanta la mano en la carretera y un taxi para junto a la acera. Aunque estaba preparado para la despedida, todavía se siente reticente—. Me voy a marchar. Muchas gracias por la cita.

—Muchas gracias a ti por darme una oportunidad —agradece. San extiende la mano y él lo sigue para un escueto apretón. El viento sopla, la electricidad lo recorre, quiere creer que el pirata-sirena siente lo mismo, pero no puede confirmarlo porque el otro no dice nada—. No volveré a hablarte si no quieres...

San no contesta, se sube al taxi y le da una sonrisa con hoyuelos incluídos. Esa noche pone dos tazas de leche en el altar.

***

¡Nos vemos en el infierno!

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