2. El búho perdido

El búho no está en la oficina. Tampoco en su casa o en el departamento de objetos perdidos de la empresa de autobuses y la limpiadora no lo ha visto. Podría estar en el vertedero, pero ella asegura, con fuego en los ojos, que jamás tocaría nada que no es suyo. Wooyoung se disculpa profusamente porque de verdad no ha querido ofenderla. Solo le preguntó unas cuantas veces si estaba completamente segura de que no lo tiró a la basura por accidente.

—Hay una feria de artesanía el sábado en la parte oeste de la ciudad, podemos ir, quizá encuentres alguno parecido —propone Yeosang, frotándole la espalda para consolarlo. Por desgracia, se siente inconsolable.

No solo ha tenido que ceder al hecho de ponerse un despertador, sino que ha perdido su búho y no ha vuelto a ver al pirata-sirena. Tampoco lo ha visto el señor Kim, y sus compañeros aseguran que nunca se han cruzado con el hombre antes o después del incidente en la puerta de los ascensores.

Entonces, ir a una feria de artesanía no servirá de nada porque allí no va a encontrar su búho de plata. O al pirata-sirena.

—Fue un regalo de mi madre, Yeosang —explica. La cara del chico cambia y pone los ojos tristes como un perrito apaleado. No le gusta, es más hermoso cuando se ríe y a Wooyoung no le agrada la compasión.

—Tú crees en el destino —interviene Hoongjoong—. Si tiene que aparecer, aparecerá.

Eso dice siempre su abuela, que el destino lo prepara todo y los espíritus colaboran con él activamente. Así que, como fiel creyente de todas esas cosas que el hombre de pelo naranja llama "supercherías", acepta la frase. Tal vez su propia madre haya hecho que pierda el collar, aunque todavía no tiene muy claro el por qué de toda esa mierda que le pasa últimamente.

—¿Vamos al mercadillo? —insiste su mejor amigo.

—Tardaré más de una hora en llegar, me queda lejos —se queja, en un intento de que lo deje en paz. Literalmente, tiene que atravesar toda la ciudad para llegar porque su pueblo está al este, donde nace el sol por las mañanas.

—Iré a buscarte en el coche con Hongjoong —ofrece, con la bonita sonrisa que antes estaba apagada por la lástima—. Pasaremos el día juntos, vamos al mercadillo, comemos por allí, damos un paseo y vuelvo a llevarte a casa.

—Pero yo los sábados limpio...

—Puedes limpiar el domingo —asegura, sabiamente, Hoonjoong, masticando un plátano que ha sacado de alguna parte.

No tiene excusas y no quiere ofender a sus amigos diciéndoles que en realidad no le apetece. No es que no quiera salir con ellos, es que no quiere salir. Necesita hacer una limpieza energética en su casa porque sabe que está pasando algo malo, ha pensado incluso en llamar a la artillería pesada para mejorar esa situación, aunque prefiere evitarlo por ahora.

—Está bien —se resigna, viendo la alegría estallar en el rostro de Yeosang. Hongjoong le ofrece una sonrisa llena de dientes brillantes.

🦉🕯️🍀🌊

—Deberíamos venir a verte más a menudo —asegura Hongjoong, en el asiento del copiloto del coche de Yeosang—. Me encanta lo tranquilo que es todo aquí.

—Sí, entiendo que no quieras mudarte a la ciudad.

—¿Por qué iba a irme del lugar en el que me crié? —reflexiona mientras dejan atrás el pueblo de su infancia.

—Yo no me crié en ningún sitio, nos mudamos mucho cuando era pequeño por el trabajo de mi padre —cuenta Yeosang, sin apartar los ojos de la carretera—. Me hubiera gustado nacer en un lugar así.

—Yo no nací aquí —aclara—. Vivía con mi madre en la ciudad antes de que ella muriera.

—Ah... —Es un suspiro suave, pero suena chirriante en los oídos de Wooyoung. Casi puede ver la cara de perrito apaleado de Yeosang aunque esté sentado detrás de él.

Hongjoong es más rápido que ellos dos. Cambia de tema de pronto, refiriéndose a algo que ocurrió en la oficina el martes y unos cuantos cotilleos del departamento de contabilidad, que, aparentemente, es el más interesante de la empresa. Wooyoung siempre había pensado que los contables eran aburridos, parece que en su lugar de trabajo podrían grabar un date show con los esclavos del excel como protagonistas.

Alguien pone música, cree que es el copiloto, aunque no está muy pendiente, demasiado ocupado mirando por la ventana. Rodean la ciudad por la autopista y se alegra de no haber tomado el autobús, hubiera tenido que hacer tres transbordos.

Está llenísimo a pesar de que son las 10 de la mañana. Se encuentran con Jongho (el psicólogo), y otro chico más alto que se llama Seonghwa. Dice que es profesor de ciencias en un colegio de la zona. Lleva el pelo negro recogido en una media coleta y tiene una voz tranquila que enseguida le hace sentir acogido.

Hongjoong dirige la marcha y él se integra, siempre ha sido bueno para eso. Es extrovertido y no le cuesta nada empezar a bromear con Seonghwa, compartir con Jongho un aperitivo o decirle a Yeosang que nunca se pondrá ese pantalón de colores que pretende comprarse.

Se está divirtiendo; a pesar de haber querido evitar la salida, disfruta del día con los chicos. Encuentra la calma de Seonghwa divertida y cree discernir cierto interés profundo por parte de Honjoong cuando hablan. Sus ojos brillan con fuerza cuando levanta la barbilla un poco para encontrarse con los del más alto. Wooyoung sonríe taimado como un zorro y arrastra a Yeosang lejos con la excusa de ir al servicio.

—Creo que a Joongie le gusta Seonghwa —explica rápidamente, sacudiendo el brazo de su amigo.

—Ah, ¿en serio? —Yeosang compra dos perritos calientes y le acerca uno.

—Pues claro, tengo una corazonada, creo que deberíamos dejarlos solos. Llevémonos a Jongho.

—¿Estás seguro? ¿Es otro de tus momentos místicos?

—¡No los llames así! —se queja, haciendo un puchero—. Sabes que mis corazonadas funcionan, estoy conectado con los espíritus de formas que no entenderías. —O lo estaba, no puede afirmar ante un jurado que lo esté porque su vida es un poco terrible ahora mismo.

Da un mordisco al perrito y, como si él mismo hubiera invocado la ira de las fuerzas invisibles, una mancha de ketchup cae irremediablemente en el frente de su camiseta blanca. Perfecto, simplemente perfecto.

—Mierda, comes como un niño —bromea su amigo. Él solo refunfuña, haciendo acopio de un puñado de servilletas del puesto para, inútilmente, limpiarse el pecho—. Espera un segundo, iré a buscar algo para limpiarte.

No le importa a donde se vaya, por lo menos no en ese momento en el que quiere tirarse al suelo y echarse a llorar porque, tal y como predijo, no ha encontrado su búho de plata allí y encima ahora tiene una enorme mancha rosada en el pecho. ¿Por qué los espíritus están tan enfadados? ¿Qué ha hecho tan malditamente mal? ¿Tratar de ayudar a Hongjoong a acercarse a ese profesor de ciencias tan alto y guapo que sonríe como si fuera a cuidarlos a todos para siempre? ¡Eso no era ningún pecado! ¡Desear la felicidad de las personas que amas no es malo!

Se voltea enfadado y topa de frente con un cuerpo. Lo que queda del maltrecho perro caliente cae sobre su camiseta, dejando un rastro de mostaza y kétchup imposible de limpiar con un par de servilletas. Espera una disculpa del extraño, pero solo se encuentra con los ojos rasgados más terriblemente inquisidores que ha visto en su vida.

¡Santa Ganesha! ¡Virgen de la Macarena!

El pirata-sirena escanea su cara frunciendo el ceño, tiene que reconocerlo. Tiene que hacerlo porque esta es la tercera vez que se ven (aunque se escondiera la segunda). Un instante después, sus pupilas van a la camisa que está hecha un desastre y al suelo, el lugar en el que yace el cadáver desarmado de su perrito caliente.

Para su suerte, no hay ni una gota de salsa en la ropa cara del muchacho, toda se ha quedado en la camiseta básica que Wooyoung compró en un supermercado porque estaba de oferta. Todavía espera una disculpa, por cierto.

Sin embargo, no la hay, ni siquiera una palabra. Solo la mirada intensa y esa ceja que se levanta una vez más. El viento sopla fuerte y ambos elevan los ojos hacia las copas de los árboles del parque. ¿Es eso una señal? Es decir, sabe que lo es. Ha visto a ese hombre tres veces en los lugares más dispares. Una vez es casualidad, dos, es suerte, tres, el destino. Eso dice su abuela siempre y él la cree.

—¡Dios mío, cuánto lo siento! —Yeosang, el rey del bad timing, aparece a su lado con un spray limpiador que no tiene ni idea de dónde lo ha sacado—. Oh, eres tú —exclama, con una sonrisa brillante que a Wooyoung le gustaría poder imitar. El muchacho frunce el ceño desconcertado—. Nos conocimos en el edificio donde trabajamos, chocaste con él en el ascensor. Como has podido comprobar, mi amigo es muy torpe —Ahora quiere hacer desaparecer esa sonrisa y que deje de humillarlo. Es mentira, él ama a su amigo y no quiere que deje de sonreír jamás, pero sí que deje de avergonzarlo—. Soy Yeosang —se presenta.

—¡Ey! —Alguien grita, los tres se giran hacia los dos hombres altos que hacen señas. Uno lleva el pelo rosa y corto, Wooyoung se pregunta si también es una expresión artística, como las de Hongjoong.

—Discúlpenme. —Es la única palabra que sale de la boca del pirata-sirena antes de que se dé la vuelta y corra hacia los dos chicos. Lo dijo tan bajo que Wooyoung no puede identificar ni su tono de voz.

—¿Estáis bien? —Seonghwa le pone una mano en el hombro. No sabe de dónde han salido pero los tres están allí junto a Yeosang.

—Encontré al pirata-sirena —dice, con los ojos abiertos de par en par, mientras su mejor amigo trata de limpiar las manchas de salsa.

Nadie lo entiende, pero el viento vuelve a soplar y él solo puede sonreír mirando las copas de los árboles. ¿Qué más dá que tenga que comprarse una camiseta de colores terriblemente fea? ¿Qué importa que acabe con dolor de pies porque Yeosang insiste en recorrer la feria dos veces para asegurarse de que no dejó ningún puesto sin inspeccionar? ¿Qué más da que el sábado no haya podido limpiar? Se encontró al pirata-sirena. Y esta es la tercera vez.

🦉🕯️🍀🌊

Jongho lo llama pensamiento mágico, dice que hay libros sobre eso, que los lea. Wooyoung sabe que es una señal. Nada más que un designio divino tendría sentido cuando se cruza con el pirata-sirena en un centro comercial de la ciudad el miércoles después del trabajo.

Esta vez no va a perder su oportunidad. No piensa hacerlo porque los espíritus están mandando señales cada vez más llamativas y parecen más enfadados que nunca, a juzgar por su lavadora rota que intenta reponer en ese viaje al centro, precisamente.

Se acerca al hombre corriendo y le toca el hombro, el otro se gira con los ojos abiertos lo más que puede por la sorpresa (no es mucho, porque sus ojos son realmente estrechos).

—Hola, soy Wooyoung —dice, con una sonrisa grande infundida por la seguridad que le da tener el pedazo de cuarzo entre los dedos. El chico no contesta, ¿tal vez tenga problemas de audición? Saca la mano de su bolsillo y la extiende para un apretón. El muchacho mira desde los dedos a la cara de Wooyoung—. ¿Me dices tu nombre? —insiste, sin mover ni un milímetro la mano que flota entre ambos.

—San —dice después de unos segundos, acercando la propia para juntarlas.

Wooyoung lo siente. Es como un escalofrío que nace en su palma y le eriza media cabeza. Qué sensación tan rara, qué cosa tan hermosa ese hombre frente a él. Su mano es un poco áspera, pero todavía encaja bien con la suya. Lo agarra demasiado tiempo, una ráfaga de aire les revuelve el pelo y eso es totalmente imposible porque están en el interior de un supermercado, en el área de electrodomésticos.

—Perdone, señor Jung, tengo su lavadora —interrumpe un trabajador—. ¿Se la lleva o quiere que se la enviemos a casa? —El pirata-sirena, San, se suelta, llevándose la mano al pecho. Se da la vuelta y echa a andar lejos. Wooyoung quiere correr tras él—. ¿Perdone?

—Ah, sí, quiero contratar el servicio de entrega a domicilio —aclara, indignado por la partida repentina del chico.

Definitivamente, los espíritus lo están poniendo a prueba.

***

Está hablando con el señor Kim cuando un enorme chico con el pelo rosa entra al colmado. Lo reconoce al instante aunque apenas lo vio de lejos hace una semana en la feria de artesanía.

—¡Mingi! ¿Cómo estás, muchacho? —pregunta el anciano, ignorando la conversación que mantenía con Wooyoung dos segundos antes.

—Muy bien, señor Kim —responde, con la voz muy grave. Parece más joven aunque mide unos diez centímetros más que él.

—Mingi acaba de mudarse, Wooyoung, es nieto del señor Song.

—¿El mecánico? —cuestiona, sin perder de vista al chico que parece un poco incómodo con la atención.

—Sí, me haré cargo del taller de mi abuelo ahora que se ha jubilado por fin.

—Él es Wooyoung, trabaja en la ciudad, pero lleva toda la vida aquí. Podría ayudarte haciendo una limpieza de energías en el taller ahora que cambiará de dueño. Su abuela es una bruja muy poderosa y él ha heredado sus dones.

—Mi abuela no es una bruja —defiende, aunque no pierde la sonrisa por la broma que lleva haciéndole el señor Kim 20 años.

—Ehm... ¿Gracias? Pero no, no hace falta...

—No te cobraré nada —interrumpe Wooyoung para no perder su oportunidad. No quiere que los espíritus sigan enfadados porque no responde a sus señales. Y esta, sin duda, es una de ellas—. Me pasaré por el taller el domingo por la mañana y te ayudaré a preparar un altar.

—Yo... yo no...

—No te preocupes, muchacho, Woonie sabe perfectamente lo que hace.

Claro que lo sabe.

***

Se presenta en el taller a las nueve con una bolsa llena de cristales, un par de estampitas, un manojo de salvia seca y una bolsa de bollos recién horneados de la tienda de la plaza. Mingi ya está allí; aunque no está abierto al público, está limpiando las virutas metálicas del suelo con una escoba.

—Buenos días —saluda para avisar de su presencia. Mingi se endereza y le da una sonrisa tímida. Lleva un vaquero gastado y una camiseta blanca, no parece ropa de trabajo—. He traído el desayuno. —Agita la bolsa ante él y el chico se acerca asintiendo.

—Gracias por venir... No hacía falta —insiste, limpiando con la mano una silla desvencijada para él antes de coger un bidón de pintura vacío y darle la vuelta para que sea su asiento.

—Bueno, solo es una limpieza, no me cuesta nada. —Wooyoung abre la bolsa y toma un bollo antes de ofrecerle otro al chico. Sus manos son gigantes, o al menos se ven así con el pedazo de masa horneada entre los dedos.

—Yo... No sé si creo mucho en estas cosas... —confiesa.

—Entonces, ¿no quieres que lo haga?

—No, no, hazlo. Mi abuelo dice que le importa una mierda que yo no crea, que este taller sigue siendo suyo y que tengo que obedecer —comenta, jocoso—. Al parecer es muy amigo de tu abuela.

—Sí que lo es.

—Dijo que ella hacía limpiezas desde hace cincuenta años y que gracias a ella siempre le fue bien. También me dijo que te comprara una cesta de frutas —añade, levantándose del bote de pintura para correr a la parte trasera y aparecer con una bonita cesta.

—¡No hacía falta! Dije que lo haría gratis.

—Pero él insistió y me asusta su ira. Ahora, acéptalo y haz un poco de abracadabra para que a mí me vaya tan bien como a él.

Wooyoung sonríe y piensa que es adorable. Le gustaría tenerlo como amigo y no solo por su interés oculto que piensa satisfacer cuando terminara de hacer la limpieza.

Le pide que guarde silencio y, concentrándose, enciende el manojo de salvia. Recorre cada rincón del enorme garaje, incluyendo la oficina y el baño para empleados. Mantiene su mente despejada, pidiéndole a los espíritus que sigan cuidando del taller del señor Song ahora que su dueño es una versión mucho más joven del mismo. Incluso le ruega a su propia madre y a su abuelo que convenzan a los ancestros de Mingi para que lo mantengan a salvo, contento y colmado de bienes. Cuando termina, el garaje no huele solo a metal y grasa, un intenso aroma a salvia quemada se extiende por el espacio envolviéndolos a los dos.

—Te recomiendo poner un pequeño altar en algún sitio discreto y encender incienso de vez en cuando. Y palosanto los viernes.

—Ehm... De acuerdo, intentaré recordarlo —comenta el gigantón, rascándose la nuca.

—Oye, antes de irme, ¿me darías el número de tu amigo San? —lo suelta sin anestesia porque no tiene sentido seguir perdiendo el tiempo. El chico lo mira horrorizado y sorprendido a partes iguales.

—No puedo darte el número de mi amigo así como así. Y, ¿de qué conoces a San?

—Nos hemos cruzado un par de veces —Eso es un eufemismo, se han cruzado exactamente cuatro veces, una más de las que significaban que era el destino—. Me pareció agradable, me gustaría conocerlo mejor. —Wooyoung pretende dedicarse a la política a juzgar por la ambigüedad con la que está tratando el tema. Muchísimo más teniendo en cuenta cómo empieza a desesperarse por las muecas desconfiadas del muchacho.

—Mi amigo San no es agradable con extraños, debes haberte equivocado de persona.

—Nos vimos en la feria de artesanía, ¿te acuerdas? Choqué con él y me tiré un perrito caliente por encima. Tú estabas allí. —El chico gira la cabeza con la boca entreabierta. Parece un cachorrito confundido. Unos segundos después, se echa a reír.

Sus carcajadas son escandalosas y graves, como su voz, abre muchísimo la boca y se da cuenta de que tiene uno de los incisivos ligeramente torcido, pero no le resta atractivo. Pasan unos instantes en los que lo deja divertirse a su costa, todo vale la pena si sale de ese taller con el número del chico en su teléfono móvil.

—Me acuerdo de esa historia, me dijo que eras muy torpe —Wooyoung se sonroja y baja los ojos. Hasta los guerreros más fuertes tienen sus debilidades—. Pero no puedo darte su teléfono, lo siento mucho. San es una persona reservada, no estaría contento. Igual os volvéis a encontrar, pídeselo entonces.

Si por lo menos me hablara, está a punto de decir. Pero no lo hace. Fuerza una sonrisa y asiente. Se despide del mecánico sin mucha floritura y se marcha con la cesta de frutas colgando del brazo. Si esta es una prueba que los espíritus le están poniendo, piensa superarla.

Wooyoung no solo es supersticioso, también es terriblemente obstinado.

***

Considera que puede forzar una nueva casualidad. Yeosang y Hongjoong le dicen que no se obsesione, pero él es incapaz de no pensar en el pirata-sirena, así que los sábados por la noche baja al colmado (mucho mejor vestido que nunca) y algunos días visita a Mingi en el taller con la esperanza de encontrarse con San. Ambos planes son infructuosos, por supuesto, porque así no funciona el destino.

Sin embargo, la articulación de los engranajes del hado es mucho más compleja.

Por eso está sentado junto a sus amigos el viernes por la noche en un bar, con Seonghwa y Jongho acompañándolos, cuando vuelve a encontrarse con los ojos rasgados del dueño de sus pensamientos. ¡Y esta vez está completamente limpio y sereno! ¡No chocará con él como un imbécil y no permitirá que nadie les interrumpa!

—Que a nadie se le ocurra acercarse a mí en la próxima media hora —avisa, levantándose de la mesa y poniendo rumbo directo a su objetivo.

Escucha a sus amigos quejarse, pero no les presta atención, en su lugar, atraviesa el bar hasta el lugar en la barra en el que se sienta el chico. Sin pedir permiso, postra su culo en la banqueta a su lado y lanza su sonrisa más cegadora contra el hombre que todavía no se ha quitado el abrigo.

—¡Qué casualidad verte por aquí! —exclama. El chico levanta las cejas—. ¿Vives cerca? —pregunta, porque quiere saber algo más que su nombre y necesita forzar mejor los designios divinos para encontrárselo más a menudo. Él no contesta, solo lo observa fijamente, como si tratara de ubicarlo. Ignora la punzada de dolor por saberse tan indiferente para el chico—. Soy Wooyoung, nos vimos en el centro comercial hace unas semanas. Y en la feria de artesanía.

—Lo sé —contesta el hombre, una sonrisa tira de su comisura y Wooyoung puede jurar que el fantasma de un hoyuelo se marca en su mejilla. Cree que sus propias pupilas tienen que tener forma de corazón—. El chico torpe. —Se sonroja y aparta los ojos, tratando de recomponerse. Si ese es el precio que hay que pagar, sacará su cartera llena de momentos humillantes y se la ofrecerá como pago por su atención.

—Déjame que te invite a una bebida.

—No, gracias. Estoy esperando a mis amigos —contesta con la mayor cantidad de palabras que le ha oído decir y es solo para rechazarlo. Le duele el orgullo.

—Bueno, te acompañaré mientras esperas, para que no estés solo.

—Deben estar al llegar.

—¡¿Wooyoung?! ¿Qué demonios haces en esta parte de la ciudad? —Debe estar maldito, los espíritus lo odian. No hay otra explicación para que la interrupción llegue esta vez en forma de un enorme cachorro con el pelo rosa chicle.

—Hola, Mingi —saluda, volteándose en la banqueta para recibir una palmada en la espalda que casi lo deja sin aire.

—¿Os conocéis? —cuestiona San, mirando con curiosidad.

—Wooyoung vive en mi pueblo. Viene a menudo al taller.

—¿Tantos coches tienes? —pregunta el tercero de ellos, igual de alto que Mingi, con el pelo castaño y despeinado. Parece mucho más agradable que los otros dos y tiene una sonrisa bonita que le da la bienvenida.

—Ni siquiera tengo carné —bromea, extendiendo la mano para darle un apretón. El chico se rie mientras se lo da—. Solo me preocupo porque todo el mundo sea feliz en el pueblo. Es difícil ser el nuevo.

—Y me hizo una limpieza energética con salvia —añade Mingi. No sabe por qué, pero le da un poco de vergüenza que lo diga en voz alta delante de los otros dos.

—Así que tú eres el brujo. Soy Yunho.

El castaño alto sonríe, no parece malicioso, pero Wooyoung conoce bien a la gente escéptica y tienden a ser un poco crueles. Hongjoong y el psicólogo lo son a veces. Seonghwa nunca lo es a pesar de ser el único especializado en un campo puramente científico. Yeosang lo quiere demasiado para serlo. Sin embargo, Mingi confesó que no creía mucho en esas cosas y piensa que sus amigos serán iguales.

—¡No es un brujo! —defiende Mingi, sorprendiéndolo—. Mi abuelo respeta a su abuela y sus métodos, así que vosotros lo respetaréis también.

—Tienes que enseñarme cómo lo has hechizado —bromea Yunho, guiñándole un ojo—. ¿Estás aquí solo? ¿Qué haces tan lejos del pueblo?

—He salido con mis amigos... —aclara, echa un vistazo a San que bebe un botellín de cerveza que no sabe cuándo pidió.

—¿Te irás a casa con ellos? —pregunta Mingi, mientras el pirata-sirena le pasa un refresco. Su otro amigo se gana una cerveza. Wooyoung sigue con las manos vacías.

—No lo sé, creo que tomaré el bus —contesta, un poco incómodo.

—Solo vamos a tomarnos algo y volveré a casa. Si quieres puedo llevarte.

—Oh, no hace falta...

—No te preocupes, si sigues aquí cuando me vaya te avisaré. —Wooyoung no sabe qué decir, pero vuelve a mirar a San y lo observa beber del botellín.

—Oye, ¿conoces a San? —interviene Yunho, pasándole una mano por la espalda al pirata-sirena.

—Sí, nos hemos visto un par de veces...

—Es el chico torpe —aclara San, las mejillas de Wooyoung se calientan.

—¿El del ascensor?

—Y el perrito caliente.

—Vaya, vaya —comenta Yunho enigmáticamente, sentándose a su lado—. ¿Por qué no vamos a una mesa y nos sentamos todos?

Podría hacerlo. De hecho, una parte de él quiere hacerlo. Pero percibe la mirada incómoda de San y se dice a sí mismo que no es el momento. Por un segundo muy pequeño, piensa que tal vez esta sea una señal para que se aleje de él y lea esos libros sobre pensamiento mágico de los que habla Jongho.

—No, iré con mis amigos, solo me acerqué a hacerle compañía en lo que llegabais —responde, con una sonrisa y la poca dignidad que le queda intacta—. Ha sido un placer, nos vemos después, Mingi. —Se levanta de la banqueta y se aleja.

Cuando llega a su mesa, tiene cuatro pares de ojos clavados en él.

—Ese era...

—Sí —corta la pregunta de Yeosang y da un trago a una cerveza ajena.

—No paras de encontrártelo en los lugares más aleatorios, voy a empezar a creer en esas supercherías tuyas —se burla Hongjoong. Aunque quiere creer que no hay maldad en su comentario, a Wooyoung le duele.

—Igual sí que es el destino —susurra Yeosang, agarrándole la mano por debajo de la mesa.

Igual no lo es.

🦉🕯️🍀🌊

Mingi dijo que lo llevaría a casa, pero no esperaba tener que llevar primero a Yunho y San. Está sentado en la parte trasera y el pirata-sirena está a su lado. El copiloto le cuenta que él y Mingi se conocieron en secundaria, estaban juntos en clase y desde entonces son inseparables. Él trabaja en la cafetería de su madre y Mingi siguió los pasos de su abuelo para ser mecánico. Quiere decirle que ya lo sabe, pero el chico está borracho y no va a escucharlo.

—San es contable —¿Contable? De todos los trabajos aburridos del mundo, el pirata-sirena parece tener el más aburrido. Aunque en su empresa, el área de contabilidad está llena de infidelidades, bodas y dramas de todo tipo.

—Soy auditor. —No sabe cuál es la diferencia, pero tampoco la va a preguntar porque parece que la hay y los dos que van en la parte delantera la conocen porque se disculpan con él.

—¿A qué te dedicas, Wooyoung?

—Soy diseñador gráfico. Trabajo en una agencia de publicidad aquí en la ciudad.

A Yunho le interesa el diseño y le pregunta muchas cosas. Acaba pidiéndole el número de teléfono que apunta a duras penas. Dice que lo llamará para pedirle opinión sobre el nuevo branding que quiere hacerle a la cafetería. Wooyoung está seguro de que no se acordará de nada mañana y de que ha conseguido los dos números de los amigos de San mientras él sigue frío como un témpano a su lado.

—Hemos llegado, chicos —avisa Mingi—. Ponte delante, Wooyoung. Los dos viven en esta manzana.

Sale del coche y la noche fría le pega en la cara. Tiene una extraña sensación de reconocimiento cuando mira la calle a la que se dirigen Yunho y San, pero no sabe de dónde viene. Rodea el vehículo y, antes de entrar, una ráfaga de viento le revuelve el pelo. Se voltea un segundo, solo para asegurarse de que están bien.

El pirata-sirena lo está observando mientras dirige a su borracho amigo hacia un edificio. El aire vuelve a soplar y mueve las copas de los árboles en la acera, ambos miran hacia arriba antes de volver a encontrarse. Dura solo unos segundos, pero para Wooyoung es suficiente para devolverle la fé que ha perdido durante esa noche.

San rompe el contacto visual primero, entrando al edificio con Yunho. Es entonces cuando se mete en el coche y se encuentra con la sonrisa de Mingi.

—Te dije que es muy desagradable. Tú eres muy alegre, no te pega nada.

—No es desagradable —defiende, aunque sí es un poco desagradable—. Y los espíritus saben lo que hacen. —Mingi se ríe en voz alta mientras pone rumbo a su pueblo.

—Si así lo crees.

Por supuesto que lo cree. A pies juntillas.

Esa noche, cuando llega a casa, le pone una taza extra de leche a los duendes, le da las gracias a los espíritus y le pide perdón a su madre por dudar de ella.

***

¡Nos vemos en el infierno!

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