4. Bailando con Russo
—¿Qué tal tu primer día?
—¿En verdad lo quieres saber?
Estamos junto a Gina, mi mejor amiga, frente a Piazza del Duomo en una cuadra de bares no muy costosos bebiendo una cerveza. La conocí durante la carrera, aunque su trabajo de camarera le exigió más horas de las que su currícula al día pudo tolerar así que yo pude seguir aprobando materias y adelantando otras mientras que ella no tuvo esa suerte. Hoy es su día de franco y, como cada martes, decidimos salir a beber para ponernos al día de todas las novedades que las obligaciones de ambas no nos permiten tomar conocimiento entre semana más allá que algún mensaje por whatsapp o por instagram.
—¿Tan mal es tu tío?
—No es mi tío.
—Qué suerte porque con ese papasito cometería incesto.
Gina le da un trago a su jarra de cerveza. Pronto pasará a la segunda mientras que mi tolerancia hacia el alcohol no suele superar más de un vaso, esto que hemos pedido ya es demasiado para mi paladar. Según ella, soy demasiado estructurada como para beber, pero simplemente no es del todo en tanto mi preferencia, puedo pasármela bien sin estar inconsciente o vomitando en el tocador de mujeres.
—Que le hayas visto en la fiesta de compromiso de mi madre no te va el derecho a que le hayas intentado pedir su número de celular.
—No me lo dio el muy cabrón.
—Ya viste cómo es.
—Culpa mía. Fui una acosadora.
—Descuida, Russo es así con todo el mundo. Demasiado amargado pese a ser tan joven, aún no cumple ni treinta años.
—¿Segura que no tienen lazos sanguíneos contigo?
—No soy una amargada.
—Pero te comportas como si tuvieses mucha más edad de la que tienes en realidad. Admítelo.
—Que no me guste desperdiciar el tiempo como lo suele hacer la mayoría o no comparta la idea de pasarla bien, no implica que esté saltando etapas.
—¿Ah, no?
—Para nada.
—Entonces, ya que no saltas etapas, ¿qué dices de ir al Terrazza Club?
—¿El nuevo? ¿El tres punto cero? Ya fuimos al dos punto cero y sabes que no me la pasé bien. Estuve aburrida y acalorada toda la noche, en ese lugar no se podía respirar.
—Este es un sitio de lujo. Mi jefe ha ido el fin de semana pasado y dice que es más que recomendable. Un poco caro, eso seguro.
—No estoy para andar derrochando dinero cuando sé que debo un mueble de estantería antiquísimo.
—Minerva, sabes que eso ya lo ha pagado tu madre.
—Y yo se lo pagaré a ella...en cuanto me paguen mi primer sueldo. Quizá si ahorro el segundo también.
—¿Cuándo vas a admitir que eres rica?
—Ojalá lo fuera. Mis padres lo son, no yo.
—Bueno, chica emprendedora que quiere valerse justamente de sí misma, ¿qué opinas de acompañarme al Terrazza? He visto fotos y va cada bombón ahí.
—Demasiado elegante, no es mi estilo.
—Muestras tu apellido en la identificación y te darán vía libre donde gustes.
—Además, mañana debo trabajar.
—¿A qué hora?
En realidad, no sé muy bien si mañana deba trabajar. Según entendí, todo depende de que mi nuevo jefe no tire a la basura mi carpeta con la investigación que tanto empeño traté de buscar sin haber dormido más que una siesta hoy cuando llegué de trabajar. Para que un imbécil me trate como a una buena para nada y me mande a callar de un momento a otro como si mi opinión no estuviese lo suficientemente fundamentada.
—No lo sé—admito—. No tengo horarios. Pero iré a primera hora.
—No habrá problema si vas a segunda hora, estoy segura.
—Eso veremos.
—Ya, Mine—. Ella se pone de pie y se bebe lo que queda de su cerveza con un trago largo. Luego observa la mía que tiene más de la mitad—. ¿Eso lo ordenaste para qué?
—Es muy amarga.
—Santo cielo.
A continuación llama al camarero para pagarle y estoy segura de que aunque me niegue, estaré obligada a acompañarle en su sábado de media semanda.
Gina suele captar la atención de la mayoría de la gente cuando salimos. Tiene una larga melena rubia y busto prominente, además de que sus caderas se acompañan de la rutina fit que sostiene gracias a arduas rutinas de gimnasio online. Lleva puesta una blusa amarilla escotada que combina con su piel bronceada y jeans cortos rasgados con un cinturón elegante y un collar que brilla tanto como el arete en su nariz. Ella sí parece estar lista para una noche de discoteca, yo no.
—Mírame cómo voy—le digo, mientras nos acercamos al lugar. No suelo ser una persona que se arrepienta de su manera de ser o de vestir, pero ver a todas esas chicas con altos tacones u hombres elegantes con camisa de punto, me hace sentir un poco desubicada. No he nacido para la noche de una ciudad como Milán.
—Déjame hacer algo por ti—me dice, examinándome con sus ojos oscuros—. Llevo brillo labial y delineador de ojos en la cartera, en cuanto estemos dentro me acompañarás al tocador y te pondré una manita de gato que quedarás estupenda. Ahora...
Llevo puesta una camisa no muy ajustada a la cintura, pero que ella toma el atrevimiento de desprender los primeros tres botones, me suela el cabello y se saca los aros de las orejas para colocármelos a mí.
—¿Eso es higiénico?—le pregunto.
—No estoy muy segura. Pero te quedan estupendos.
Tuerzo un poco el gesto y señalo mi falda.
—Se soluciona muy fácil.
Y dobla dos dedos hacia arriba, sujetándolos con una trabita de cabello de esas que siempre pueden salvarle a una la vida.
—Una vez que estemos en el tocador, te la doblas desde la cintura, la quiero lo más lejos posible de tus todillas. ¿Estamos?
—Hey, son cuatro dedos por encima de las rodillas.
—Las quiero a cuarenta dedos en lo posible.
Yo sonrío y nos acercamos al sector para sacar la entrada. Un hombre nos pasa un escáner con detector de metales y Gina se acerca para decirme al oído:
—Vamos.
—¿Qué sucede?
—La entrada es demasiado. No puedo.
Santo cielo.
—Creo que tengo algo...que alcanzaron a liquidarme de la biblioteca.
No es cierto. No me pagaron un centavo de la biblioteca, pero mamá nos ha dado una extensión de su tarjeta Golden tanto a mí como a mi hermano en caso de emergencias convocando odio de mi parte cada vez que tengo que usarla.
—Amiga, no es necesario...
—Tú pagas los tragos.
—Algo así—dice ella con un poco de vergüenza ante la gente que ingresa.
No obstante, una vez que tenemos la entrada general, un hombre se acerca a nosotras mientras pasamos la puerta.
—¿Quieren entradas para la sala VIP?
Gina me mira con interés.
Nada que se venga de esta manera puede ser legal.
—No, gracias—le digo.
—En esa pista hay artistas y personal exclusivo.
—Mine—insiste Gina a mi oído—, no sabemos cuándo habrá una nueva oportunidad. Tenemos que ir.
—Es solo una discoteca—trato de convencerla.
—Una discoteca con grandes artistas y magnates codeándose en esa sala—insiste el sujeto con camiseta negra y jeans. Es alto, parece guardaespaldas del presidente o un mafioso de alto rango. No lo sé. El asunto es que saca unas entradas y nos las ofrece:
—Dos por uno.
—¿Son originales?—pregunto.
—Algo así.
—¿Estás de broma?
—Vamos chicas que se termina la oferta.
—Hey—un hombre pasa y saluda al sujeto. Viene con otras chicas—: ¿Tienes cuatro para la sala Roja?
—Claro—asegura, sacando un fajo de tickets y se lo entrega tras recibir su paga.
—Gracias, hermano.
—Ves, la gente le compra—insiste Gina.
Yo trago saliva, nerviosa. No quiero ir presa esta noche.
—¿Qué garantías tenemos de que no nos meterás en problemas?
—Lo toman o lo dejan.
Entonces Minerva saca dinero y se lo da.
—Quiero ese dos por uno.
El sujeto asiente, le entrega los tickets que le quedan para la sala VIP y desaparece.
—¿Qué carajos acabas de hacer?—le pregunto, impactada.
—Mine, no quiero perder la oportunidad. Vamos, estamos aquí para divertirnos.
—¡Me hiciste comprar las entradas!
—Y aquí te lo devuelvo con intereses.
Me entrega uno de los tickets y contemplo todo el lugar. Un enorme círculo con escenario al frente, luces led, música electrónica y salas vidriadas a los costados en altura.
—¿Y dónde supone que es la sala VIP?—pregunto, tras un suspiro, pensando en las posibilidades de huir pronto de este lugar.
—Creo que es por allá—. Gina me señala un sector preferencial con vidrios polarizados oscuros y, a diferencia de las otras salas, la gente común no puede ver lo que sucede ahí dentro.
—Gastaste demasiado para tan poco—le digo.
—Vamos y corramos el riesgo.
Ella parece divertida cuando estoy que me meo del miedo. Gina me toma de la mano y me conduce escaleras arriba mientras chicas con tacones demasiado altos y piernas demasiado esbeltas se pasan a nuestro alrededor con chicos que son exactamente de esos que nunca pasarán importancia a una chica como yo.
—Una vez en la sala, busquemos el tocador de damas y te ayudo con el maquillaje—me dice mi amiga al oído al notar que probablemente me he de haber puesto super tensa en este sitio.
Así es que avanzamos entre la gente que va mermando en lo abarrotada que está y la temperatura corporal. Se siente mejor el aire acondicionado acá arriba. Seguimos caminando hasta llegar con una fila breve que pronto nos encuentra con dos gorilas obstruyendo el paso.
—Identificaciones y tickets, señoritas.
Me tiemblan las manos mientras busco mi identificación en la cartera de mano. Gina la tiene cerca así que se la pasa sin dudarlo junto con la entras al otro de los gorilas quien le dice:
—Adelante.
Ella sonríe y pasa mientras aguarda en la entrada mirándome.
Por fin consigo mi identificación cuando se me cae la cartera y debo recoger todo lo que se esparce. Tarjetas y dinero.
—Lo siento—le digo al sujeto, juntando las cosas y levantándolas con prisa. No puedo creer que esté haciendo esto, no puedo creer que esté estafando a alguien.
Estoy a punto de delatarme cuando el sujeto revisa la foto de mi identificación y el pase para luego decir:
—Adelante.
Santo cielo.
Sudando la gota gorda le agradezco y voy hasta mi amiga quien ríe de manera enérgica.
—No te pongas nerviosa, ya verás cómo luego de unos gin tonics te relajas.
—No quiero beber, si soy torpe sobria, imagínate ebria.
—Pues, sobria igual se le pierden las cosas.
Una voz aterradoramente conocida llega a nuestras espaldas tras ingresar en la sala VIP de uno de los lugares de moda más costosos de toda la ciudad.
Cuando me doy la vuelta, encuentro una mano extendida con la extensión de la tarjeta de crédito de mi madre. Debo haberla perdido cuando se me cayeron las cosas.
El punto aterrador es quién tiene mi tarjeta.
—Una golden de este banco no se la dan a cualquiera, debe tener buen historial creditíceo.
Y recibo la tarjeta, dejando a Piero Russo pasar junto a otros hombros a nuestro alrededor.
Mi corazón golpea con fuerza mientras empuño el pedazo de plástico.
—¿Qué hace él acá?—le pregunto a Gina quien no puede dejar de verle el culo mientras avanza delante de nosotras.
—No lo sé, amiga. Pero a tu tío me lo como crudo esta noche. ¡Vamos por un trago!
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#PieroRusso #TodoTuyo #TodaMía
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