3. En la piel de Russo

Son las seis de la mañana y no he pegado un ojo en toda la noche.

Una vez que mi carpeta está lista, mando a imprimir las hojas desde el computador de casa y aguardo mientras salen. Ordeno cada una de las secciones: análisis de los centros culturales que hay a la fecha en la ciudad, espacios recreativos didácticos impartidos por empresas privadas, servicios a la comunidad en lo que a ocio y cultura implica. Una especie de estado del arte sobre la situación de Milán respecto de galerías de arte, teatro, cines, bibliotecas, galerías, museología e híbridos. Encontré algo de innovación que podría catalogarse en el pedido de Russo sobre "Economía del Conocimiento".

Hice un relevamiento de aquellos proyectos llevados a cabo a la fecha por magnates interesados en apostar al "petróleo del Siglo XXI" consiguiendo que esto despierte interés de mi parte, algo que no tenía idea que sentía. Si mi mayor queja respecto de mi propia carrera ha sido la falta de complementariedad con aspectos contemporáneos, quizá es porque no hemos estado haciendo del uso de la información un procesamiento adecuado más allá de algún sistema obsoleto que se puede trabajar en redes.

Entonces, ¿qué hace una persona de los negocios inmobiliarios y de la construcción intentando profundizar en nuevas tecnologías vinculadas a la información? Aún no puedo tomar una decisión al respecto, sin embargo, si de algo puedo estar segura es que le ha picado curiosidad a mi próximo jefe, quien curiosamente es mi tío en aspectos legales pero no consanguíneos (por suerte), ante mi propuesta de suplir un vacío legal obligado a responder con un contexto que sea inversión a largo plazo dentro de un área de su interés y no sólo un paseo de inversión al arte que aporte a la comunidad pero se traduzca en pérdida para su bolsillo.

Caray, ya siento que estoy pensando como mis padres. Será que su educación financiera caló más hondo de lo que esperaba en mi manera de pensar.

Dejo las cosas sobre mi escritorio y en compañía de una toalla limpia me meto a la ducha, lista para iniciar este día y llena de entusiasmo, pero también de algunos temores, ante lo que me pueda deparar mi nuevo equipo de trabajo. En el que seré algo así como una especie de extranjera en busca de hacerme un lugar por mí misma. ¿Valdrá la pena intentarlo?

Pese a no haber dormido, me siento un noventa por ciento lúcida. Intenté acostarme temprano, sin embargo, no podía pegar un ojo y me terminé levantando para estar con toda la documentación (quizá más de lo solicitado) en la recepción de Russo. Esta vez no consentí a que mi madre me acompañe por mucho que insistió en postergar su primera reunión laboral.

Una chica de falsa sonrisa agradable me recibe en planta baja y me acompaña hasta el primer piso donde hay distintas salas de reuniones. Me lleva a una cuya puerta vidriada dice "Sala Ejecutiva" y me hace pasar. No hay nadie, quizá he llegado demasiado temprano. Para la elegancia del lugar, me siento agradecida de haber optado por mi traje de vestir, uno de saco liso adherido a la cintura y falda color gris perla de esas que he usado contadas veces en mi vida.

—El equipo de la agencia no tardará en llegar. Quizás el señor Russo sí cuente con alguna demora, esta reunión se le he superpuesto con otra.

El alma se me cae a los pies en cuanto le escucho decir eso. De pronto siento que todo el trabajo duro que invertí por la carpeta que llevo en mis manos ha sido en vano ya que presentaré la propuesta ante gente que él delega, pero que no será él. Me interesa que sepa que me he esforzado, que me encuentre a la altura de las expectativas.

—Está bien—respondo con la decepción tajando mi voz.

—¿Se le ofrece algo para beber? ¿Café?

—Café está bien, gracias.

Al menos eso me ayudará a activar las neuronas que no consiguieron descansar anoche.

La Señorita Falsa Sonrisa Con Dentadura Perfecta se retira dejándome a solas, mirando la carpeta como si fuese en vano. Tendré que defenderla ante un montón de desconocidos que podrían adueñarse de su información y hacerla propia. Quiero que Russo vea mis esfuerzos en carne propia, más que tener que impresionar a un montón de personas que ni siquiera pertenecen a esta empresa, aunque sean de la confianza de mi jefe.

Entonces escucho voces fuera y algunos tacones repiquetear contra el suelo. La puerta de la Sala Ejecutiva se abre y varias personas entre risas elegantes y atuendos de variada elegancia ingresan, saludando de a uno solo con la palabra. Parecen tener ya cada uno sus asientos asignados alrededor de la mesa. Todos con maletines y bolsos Louis Vouitton; los conozco porque mi madre es fanática de la alta costura.

—Buen día—digo a cada uno que entra, algunos ni siquiera me echan un vistazo cuando dicen la palabra por cortesía.

Una de las mujeres se detiene a mi lado como si estuviese por echarme del sillón, pero finalmente opta por avanzar hasta otro en el extremo opuesto. Dejan la punta de la mesa vacía y tanto un hombre como una mujer de gran elegancia se sientan a los extremos. Sacan sus maletines con computadoras y apuntes.

La recepcionista llega junto a un hombre de corbatín que sostiene una bandeja junto a varios pocillos de café que comienza a servirnos uno por uno acompañando con copas de agua.

—Buenos días—saluda ella con una sonrisa que evidencia cierta familiaridad entre las personas que están extremando la punta del mesón. Ella baja una pantalla y enciende un proyector portatil.

‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌​‌‌‍—Veo que somos predecibles en el café de cada semana—anticipa el hombre.

—Después de tres meses, ya es fácil sorprender a la gente—contesta ella mientras programa una diapositiva conectada a una de las computadoras de los ejecutivos.

¿Tres meses? ¿Llevan tres meses trabajando en este proyecto de un espacio cultural para la empresa? ¿Cómo es que el Estado aún no le haya multado? ¿Cuál es el plazo que le han asignado y por qué les ha costado tanto conseguir una alternativa?

—Disculpa—le digo a una de las mujeres que se ha sentado a mi izquierda—, ¿cuánto tiempo requieren para plantear la contratación a la agencia a fin de conseguir el espacio?

—¿El espacio?

—Sí, el proyecto en el que están trabajando.

—La empresa nos contrató por seis meses con posibilidad a extender el plazo seis meses más—. Ella se corre un mechón de pelo rubio tras la oreja. Tiene ojos color chocolate y sonrisa simpática—. Tendrá que costear una multa si para fin de año no se decide por uno de los proyectos.

—¿Russo? ¿Ya hicieron propuestas?

—Sí, pero no es un hombre fácil de convencer. Tiene una manera de pensar que nos cuesta entender, aunque ha demostrado ser muy eficiente en sus roles.

—Ahh, ya.

—Muchas gracias, eres un encanto—le dice el hombre del ordenador portátil conectado al proyector y tanto la chica como el cadete se retiran.

—Si necesitan algo más, solo tienen que llamar. El señor Russo vendrá en cuanto le sea posible, sino ha dado indicación de que puedan avanzar poniendo el día de los avances a la señorita Ruggeri.

—Gracias, Clara—le dice el sujeto y descubro que Sonrisa Falsa se llama Clara, quien termina por cerrar la puerta y desaparecer.

—Bien—asiente el sujeto de saco de paño y camisa con cuello mao, poniéndose de pie al frente de la sala. No usa corbatín, pero se ve elegante de todas formas, ha de tener unos cincuenta años, pero conserva su buen aspecto y habla como quien es instruido en el tema con alma de líder—. Buenos días, un placer volver a saludarles. Quisiera darle la bienvenida a la señorita Mina Ruggeri...

—Minerva—le corrijo.

—¿Cómo?

—Minerva Ruggeri es mi nombre.

—En fin, claro, Minerva. Ella es nueva integrante de la empresa y sobrina del señor Russo.

Algunos murmullos aparecen en la sala en cuanto dice la palabra "sobrina". ¿Era necesario aclarar eso? ¿Por qué Piero le ha contado nuestras vinculaciones familiares? Pensar la escaza brecha etaria que hay entre él y yo y que hasta hace un año ninguno de los dos sabía que el otro existía me deja completamente negada a la opción de que él pueda ser algún día mi tío.

Por otra parte este hombre ha dejado en claro su postura hacia mí haciendo ese comentario innecesario, pero aparentemente valioso en su equipo.

—Queremos darle la bienvenida, señorita Ruggeri y siéntase a gusto. Mi nombre es Claude Miller y ella es mi socia en la agencia, Ariana Donatto—me señala a una mujer de treinta años aproximadamente quien linda la derecha de la punta de la mesa—, junto a quien hemos fundado nuestra empresa de servicios de arte. Hemos montado galerías para empresas privadas, domicilios particulares de alto rango y para estatales. Nuestra cartera de clientes habla de nuestra experticia y conocimientos en el tema. En nuestro equipo contamos con especialistas en mercadotecnia, artistas de renombre y analistas de datos. Ahora usted, de momento.

—¿A qué te dedicas, cielo?—interviene Ariana.

Yo trago saliva. No sabía que estaba entre gente tan importante. Pero antes de poder responder, el señor Miller interviene:

—Ella es bibliotecaria.

Una de las personas a la otra punta de la mesa suelta una risita.

—¿Bibliotecaria?—pregunta Ariana—. Ah, está bien.

Y parece que me deja exenta de la idea de ser profesional ante el hecho de ser sobrina de Russo, demonios.

—Soy bibliotecóloga—le corrijo.

—¿No es lo mismo?

—No. No es lo mismo.

—Bueno, la señorita Ruggeri es bibliotecóloga—dice Claude, separando las sílabas—. Cuando tenga algo que aclarar le pido que levante la mano antes de interrumpir a quien tiene la palabra.

Trago grueso, sintiendo que las mejillas me arden.

—Está bien—asiento.

—Bueno, señorita, como le contaba. Tenemos amplia experiencia y noción en lo que hacemos, estamos muy cerca de llegar al desafío que el señor Russo nos ha propuesto y queremos ofrecer una galería a la altura de lo que desea...

Sigue hablando pero mi cabeza se nubla mientras veo las diapositivas pasar, mostrando un centro de pinturas que nada se diferencia de otros más que en sus intentos de parecer demasiado abstracto. Actualizar un concepto no es precisamente trillar lo que ya existe sino apostar a algo nuevo. Asunto que aparentemente el señor Miller y todo su clan están obviando en este momento. Siento que por algún motivo está muy lejos de ser lo que Russo quiere, me cuesta creer que apueste a su palabra más que por el modo en que se vende.

Y en que intenta rebajar la opinión de otros.

Sólo escucho sin acotar nada al respecto, presionando los puños cada vez que obvia mi nombre y dice "la chica nueva de esta empresa" como si no fuese profesional, como si mi opinión careciera de calificación, como si fuese una mascota más en la oficina. Presiono los puños a lo largo de toda la reunión, viéndome obligada a digerir con dificultad las palabras del un lider insoportable.

—¿Y esto?

Dejo la carpeta sobre el escritorio de Russo. Él me mira sorprendido al verme entrar al salir un hombre con maletín de su despacho y meterme antes de que ingrese otro grupo de personas.

—Intenté detenerla, le advertí que su agenda ya estaba completa—advierte la secretaria a mis espaldas.

—Un análisis con todo lo que conversamos ayer. Está la propuesta y su viabilidad—le digo—. Espero que lo pueda evaluar, señor Russo. Ya me iba.

—¿Me das dos minutos, por favor?—le dice Piero a su secretaria.

—Su reunión era a las doce treinta y son las doce treinta y siete.

—Será un momento—le pide.

—Claro, señor.

Ella sale, pero sin cerrar la puerta.

Piero suspira y me mira. Sus ojos cansados evidencian que alguien tampoco ha dormido muy bien y necesita con urgencia vacaciones.

—¿Por qué no le diste estos papeles a Claude? Él está a cargo de este proyecto—me dice.

—Lo hubiese hecho si no me hubiera presentado como "la sobrina del jefe" o al menos pedido mi opinión.

—Es tu primer día, Minerva. Tienen que conocerte.

—Me conocen como su sobrina, señor Russo. Asunto que ni siquiera es así.

—¿Eso te ha molestado?

—Me ha molestado que rebaje mi capacidad a ser "la familiar de".

Él se frota una mano por el rostro y me dice:

—¿Sabes la cantidad de problemas que ya tengo que resolver como para tener que ocuparme ahora de diches y diretes?

—Yo no estoy...

—Sí, es lo que estás haciendo ahora. Si no puedes resolver heridas a tu ego, quizá ningún trabajo sea el indicado. Tendrás que adaptarte y aprender a trabajar EN equipo y no CONTRA tu equipo, Minerva. Si no crees ser capaz de algo así, pues este trabajo no será para ti.

Sus palabras me llegan como una bofetada. Miro con vergüenza los papeles sobre el escritorio y siento que me acaban de fregar un trapo por la cara.

—Te pido que me dejes continuar con mi joranda de trabajo y te ocupes de anunciarte con una entrevista en la agenda cuando necesites hablar conmigo así no entorpecemos el trabajo de otras personas. ¿Puede ser?

Asiento con la garganta seca.

Me inclino para tomar mis cosas, avergonzada, sin embargo él coloca la palma de su mano sobre la carpeta.

—No te la lleves—indica—. La leeré.

—Creí que...tendría que entregársela al...señor Miller.

—Descuida. Yo lo haré en caso de ser útil o necesario algo de lo que diga aquí.

—Claro...

Sé que esto terminará en la trituradora de papel, pero tomo mi corazón en un puño y agrego:

—Disculpe la molestia, señor Russo.

Camino con sorna hasta la puerta, no obstante su voz me alcanza antes de salir:

—Minerva, lo digo en serio. Leeré la carpeta. Ya puedes regresar a tu casa por hoy.


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