Capítulo 10.
Mikaela se encontraba nuevamente en la biblioteca, mirando por la ventana como si se tratara de una entretenimiento.
Lo bueno era que la bibliotecaria ya le tenía confianza, así que normalmente a la hora del almuerzo se encargaba de entregar las llaves a los profesores, mientras él podía quedar a solas con quien quisiera. Aunque antes de Yuuichirou, eran muy pocos los que le brindaban una visita. Horn y Chess pasaban unos segundos ya que rápidamente empezaban con la clase, y Lacus muy pocas veces aparecía porque estaba en planta alta.
Desde que tuvo el accidente, se pasaba la mayoría de las horas solo en la biblioteca, apenas con la compañía de la empleada.
Pero ahora tenía compañía, y no se refería a Yuuichirou, sino al chico que había llegado hoy. Llegó temprano al igual que Mika y se sentó en un sofá, leyendo un libro. Claro, muchas veces la gente venía a estudiar o a leer, pero éste chico lo incomodaba.
Podía jurar que le lanzaba miradas asesinas cada que vez que el rubio miraba por la ventana, y cuando estaban a punto de cruzar las miradas, volvía a continuar con su lectura con un rostro serio.
Era vagamente intimidante. Apretaba con fuerza la mandíbula cada vez que sentía la mirada de Mikaela sobre él. No parecía que había ido allí para estudiar, sino para vigilar al de silla de ruedas.
Aunque el rubio se sentaba en una silla de la escuela, no en la silla de ruedas como acaparar la atención. No entendía que quería ese chico, pero sentía que en cualquier momento se levantaría y le diría algo.
Cuando tocó el timbre para el almuerzo y Mikaela volvió a la biblioteca, el chico intimidante ya no estaba, lo cual lo alivió.
Miró por la ventana y vio cómo las gotas de lluvia caían cada vez con más fuerza. El sonido de los truenos lo relajaba y sentía que era un día perfecto para seguir con su lectura.
Lo único que estaba en su contra era la luz de allí. A él le gustaba leer con luz natural, no proveniente de un bombillo; pero en un día tan nublado como ese sería imposible ver los rayos del sol. Además, aún no podía encender la luz. Toda la biblioteca estaba obscura porque al parecer la empleada se fue justo cuando empezó la tormenta.
Yuuichirou apareció por la puerta, con una sonrisa más grande que las que solía portar.
—Perdón Mika, ¿me tardé?
—No tienes porqué disculparte, además sólo fueron unos minutos.
Se escuchó un estruendo, por lo cual el rostro del pelinegro palideció.
—¿Te asustaste?—preguntó Mikaela, escondiendo una risa.
—No—negó con la cabeza, volviendo en sí—, me tomó desprevenido. No creí que llovía tanto.
—Sí, no sé cómo haremos para volver... ¿qué es eso?
Una bolsa de cartón acaparó la atención de los zafiros, quienes lo miraban expectante.
—Oh, ¿ésto?—Yuuichirou escondió la bolsa detrás de él, porque sentía que si continuaba observando adivinaría el contenido—. Cierra los ojos.
Mikaela cerró los ojos con una sonrisa. No tenía idea lo que se traía ese chico, pensó en posibles respuestas pero ninguna le convencía. ¿Lo conocía suficiente como para hacerle un regalo? No lo sabía, lo único cierto era que la intriga lo estaba matando.
El pelinegro, por su parte, sacó de la bolsa de cartón dos tablas. Eran de madera, no muy gruesas y en los extremos tenía adheridos un par de cintas. Esa cinta simulaba ser los cordones de un patín patín artístico, pues las dos tablas en ambos extremos tenían dibujado el contorno de un pie.
Él ató sus pies a los extremos de ambas tablas y con pies similares a los de Bob Patiño, caminó hasta donde Mikaela se encontraba.
—Bien, abre los ojos.
La sonrisa del rubio fue reemplazada por una mirada incrédula. ¿Qué hacía Yuu con esa cosa? ¿Para qué servía? ¿Se suponía que era una sorpresa...?
—¿Qué es eso...?
—¡Dijiste que querías caminar! Tú puedes sostenerte a ti mismo de pie, al menos eso me dijiste—ladeó la cabeza—. En fin, con ésto podrás caminar a mi paso sin hacer mucho esfuerzo.
Las cuerdas vocales de Mikaela parecieron enredarse en su garganta. Sintió náuseas, a la vez, su corazón latía a gran velocidad.
Estaba nervioso, por supuesto. Quería llorar, negarse, insultarse a sí mismo pero no podía. No sabía cuál emoción era más fuerte, lo único certero era que no podía rechazar el regalo de Yuu.
—¿Mika?
El recién nombrado salió de su trance y lo miró a los ojos.
—No era necesario, Yuu-chan... además tendrás que ayudar a que me levante.
—No es problema.
El pelinegro se puso de cuclillas para afirmar los pies del rubio en la madera y atarlos con aquel cordón. Al menos de esa forma, sus pies podrían estar firmes sobre aquella tabla.
Yuuichirou extendió sus manos hacia el rubio, quien estaba sentado frente a él. El contrario agarrró y presionó con fuerza las muñecas que le ofrecía para impulsarse hacia arriba. Se podía el temblor de sus músculos incluso en sus manos.
Poco a poco, respirando con dificultad, logró apoyar la mayoría de su peso en las inhábiles piernas, las cuales flaqueaban. De igual forma, siguió intentándolo. Reemplazó las muñecas de Yuu por los hombros de éste, ya que necesitaba tener un mejor sostén.
Mikaela estaba cabizbajo, para esconder el rubor de sus mejillas que se había formado por el esfuerzo que exigía. Sentía una gran presión en el pecho y sus piernas parecían quemar, su inestabilidad le incitaba a rendirse en cualquier momento.
Cuando tuvo la sensación de que ya estaría estable, estrechó su columna vertebral y levantó la cabeza para por fin ver a Yuu. Se dio cuenta de que eran de la misma altura, quizás el pelinegro era más bajo por dos o tres centímetros, o al menos eso parecía.
—¿Para qué usabas ésto?—preguntó con sus zafiros cristalizados. De alguna forma, estaba conmovido por aquel acto.
—Con Akane íbamos a campamentos, éste era parte del juego—dijo sin moverse—. El juego consistía en que se posicionen uno detrás del otro y empiecen a caminar al mismo tiempo, bien coordinados porque sino sería fácil caer.
—¿Y cómo quieres que consiga estar a tu ritmo?
—Sólo levantamos el pie al mismo tiempo—esbozó una sonrisa—. Pensé que así sería más fácil que estés firme.
Yuuichirou sostuvo a Mikaela por los hombros, quien aún tenía las piernas temblando.
Juntos tomaron aire, compartiendo el silencio como instrumentistas de vientos y levantaron un pie. Era el derecho, Yuu retroceció y Mika, a duras penas, avanzó.
Continuaron con el siguiente, con esa misma coordinación. El rubio lanzaba maldiciones interiormente por las probables marcas que le dejaría a su compañero, ya que presionaba con demasiada fuerza. Pero no le quedaba otra alternativa, sino su equilibrio en ese mismo instante se perdería.
Ya habían conseguido avanzar un paso, pero Mika se descuidó. Levantó el pie derecho, sin dar la señal y terminó aferrándose a la cintura de Yuu en su intento de no caer.
No sólo eso, sino que en ese momento también encajaron los labios, algo que les heló hasta la sangre.
Cerraron los ojos y movieron lentamente los labios, por inercia, sintiendo cómo el corazón amenzaba con salir de su pecho.
Pero no duró ni siquiera un segundo, porque separaron sus rostros bruscamente, dibujando una "o" en sus labios.
Ambos estaban con las mejillas a punto de explotar y con los rápidos latidos del corazón en sus oídos. Parecía que el "tum, tum, tum" nunca cesaría, pues el sonido era casi ensordecedor.
Se quedaron unos segundos mirándose fijamente. Mikaela no podía apartar las manos de la cintura del azabache porque en cuanto lo hiciera, caería en el suelo. Era su único sostén, aunque más tarde las palabras fueran menos literales.
Yuuichirou aguantaba la respiración como si eso evitara que el rojo saliera de sus mejillas. ¿¡Qué había hecho!? ¿Por qué la sensación fue tan idílica? ¿Por qué, a la vez, fue evasnecente?
—¡Perdón, perdón!—fue el primero en poder decir algo.
—Yo soy el que debe disculparse Yuu-chan. Tuve que avisarte que daría otro paso.
—Pe-pero yo tampoco pude hacer algo para evitarlo—con cada palabra sentía la necesidad de apartar aquella mirada azul—. Vamos, retrocedamos así vuelves a tu lugar.
Y nuevamente Mikaela tomó a Yuu por los hombros. Hicieron un par de pasos hacia atrás y por fin pudo dejar al rubio en su asiento.
Yuuichirou sintió la gran necesidad de salir corriendo. Sintió la necesidad de voltearse en su cama una y otra vez, con el insomnio que causaría aquel incidente.
Poco a poco, murmurando un "adiós" se fue alejando.
Creyó que ya ni le hablaría.
Creyó que ya no habría razones para reunirse o siquiera tocar aquel tema.
Pero como siempre y para su suerte, estaba equivocado.
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