Rivales AU!

Título: Cartel de los soles.
Advertencia: Contenido fuerte, se recomienda discreción.

El disparo de un arma de fuego resonó en el ambiente seguido de otros más, llenándose de tensión al instante por la repentina calma que acompañaba esos ruidos y el silencio que se extendió un par de minutos como si nada hubiese ocurrido. Sin tomar en cuenta que dos cadáveres yacían extendidos sobre el pavimento y el vehículo de último modelo color negro arrancaba de manera acelerada, hasta perderse en la oscuridad de aquella noche, un italiano fumaba un tabaco y bebía un trago de su whisky mientras esperaba la respuesta de la mujer elegante sentada enfrente de él.

Ella que lucía más exótica y provocativa que nunca con ese vestido dorado que daba vista a un buen escote, delineando bien su definida figura delgada y revelando la piel de sus piernas sin ser vulgar; su cabello negro caía lacio sobre su espalda muy distinto al estilo ondulado y tropical que frecuentaba pero la situación lo ameritaba, no estaba en un juego de niños como para cometer un fallo y revelar su verdadera identidad.

—¿Ya estás satisfecha? —preguntó el castaño con el rostro sosegado como era costumbre, Lovino no solía sonreír muy a menudo.

María sujetó su copa de vino blanco antes de beber un poco, parecía pensar su respuesta a pesar de que conocía la poca paciencia y el voluble temperamento de su aliado para esos casos. Sonrió con altanería y se recostó en el respaldo de cuero mirando de reojo el arma que había arrebatado la vida de dos distribuidores de la mercancía.

—Más o menos podría decir, pero me conoces, Lovino. Siempre voy más allá —respondió la mujer de rasgos latinos para reír y enseñarle la foto de su próximo objetivo.

—Alfred F. Jones, jefe de la unidad de la DEA que nos está pisando los talones. Tuve a mis hombres buscándolo para eliminarlo antes de que subiera a ese cargo, pero el imbécil es muy escurridizo, parece estar un paso adelante, burlándose de mí —habló el mafioso, colocando los restos en el cenicero. — Solamente te participo que vas tras un pez gordo y que podrías caer en el hueco por dar un paso en falso.

Nadie conoce quien es la cabeza del cartel de los soles, ni tampoco quienes son los grandes fabricantes, por lo que muestran las cartas que les favorecen. Que fueran sacrificados todos los peones que sean necesarios y que la reina continuase erguida con orgullo, en su trono de serpientes y dinero construido su imperio a base de sangre y avaricia. Lo han confundido con cualquier político que tuviese negocios sospechosos; por sus hipótesis no rondaba la idea de que una mujer fuese la cabeza de esa mafia, que huía de forma ágil de las manos de los organismos internacionales. Ahora se encontraban a escasos movimientos para realizar el jaque mate a esa guerra que llevaban sosteniendo desde hace diez años.

—Déjame eso a mí, tú ocúpate de los encargos por toneladas que te han hecho los Yakuza, y no te olvides de pedir el dinero primero, no confío en esos demonios —acordó la morena, concentrándose en la foto que tenía en su teléfono—. Si te hacen falta refuerzos, tengo a mi disposición diez sicarios entrenados especialmente por mi queridísimo Iván, quien maneja la Bratva en la actualidad.

—Aún no sabes con quien estás aliada, niña —dijo con sorna el de orbes castaños, que reía por la inocencia que desprendían los ojos de su acompañante esa madrugada, le parecía extraño que José Antonio dejara a esa chiquilla al frente, pero no lo discutiría, eso no era problema suyo.

(...)

Se encontraba cansada de estar metida en ese rollo y lamentó haber accedido ante las exigencias de sus mayores, quienes le habían encargado esa misión de infiltración al círculo de las mafias más poderosas del mundo, ya no recordaba lo que era tener una vida tranquila en la que únicamente se enfocaba en su gato y las responsabilidades asignadas por ser parte de la CIA. Su origen latino, más específico venezolano, sorprende a quienes hurgan en su expediente; una mujer fiera, tenaz, inteligente y calculadora que es pieza clave para ese órgano gubernamental que la acoge cual diamante en bruto.

Lavó su rostro quitándose los lunares falsos que tenía ubicados en áreas aleatorias de su faz y se retiró los lentes de contacto azules que desentonaban con su tono de piel, poco a poco fue liberándose de la capa de maquillaje que más bien era similar a una máscara. Eso iba dentro de los planes, esa amplia lista de cosméticos en su imagen le daban toques distintos y al mismo tiempo insignificantes que cambian sus rasgos, perfecto para esa ocasión.

Se despojó del molesto calzado que la estaba matando hacía unas horas, colocándolo a un lado de su armario y sintiendo que sus pies descansaban de esa tortura, nunca fue de usar tacones por un extenso período así que todavía se le hacía extraño aquello. Por más que tuviese el papel de Juana Sánchez, hermana del difunto cabecilla de la mafia colombo-venezolana desde hace unos seis meses.

Se recostó en su lecho, sin desvestirse ya que su cuerpo no soportaba el cansancio que exigían las largas jornadas laborales, las pocas horas de descanso con las cuales contaba, por las enormes cantidades de trabajo que tenía todavía por terminar previamente al cierre absoluto de la operación y ni hablar de lo desgastante que era la paranoia a que la descubrieran. En un principio su padre Antonio se lo había advertido, si quería aspirar a ser una agente destacada sería excepcional en todos los aspectos, su esfuerzo y dedicación rendiría frutos en cuando viese a esos criminales tras las rejas de una cárcel de máxima seguridad. Faltaban pocos días para que toda esa farsa se viniera abajo, atrapando a los hombres más peligrosos de todo el continente, incluyendo a los hermanos Vargas quienes manejaban a su antojo el mercado de las drogas y tráfico de armas de alto calibre.

Sintió que una parte del colchón se hundía a causa del peso y volteó ligeramente, topándose con la imagen del rubio encima de ella, observando su espalda desnuda debido al cierre a medio abrir de la prenda y sus manos posarse en sus caderas femeninas. Los iris azules, oscurecidos de una forma que le produjo una corriente eléctrica en sus extremidades, se posaron atentamente sobre su menuda —en comparación con la de él— figura y recargó un poco de su peso en María.

—¿Agotada, kitten? —susurró el americano, que supuestamente sería su objetivo y con quien compartía la cama.

Se removió dejado de la musculatura del hombre que la tenía encerrada entre sus brazos, como pudo se dio vuelta para poder mirarlo de frente y tal vez encontrar una posición más cómoda para los dos. Encontrándose con su rostro armonioso; ojos grandes y brillantes como luz de luna, pestañas abundantes y cejas prominentes, nariz firme y labios llenos de color salmón que ama dejar hinchados por los besos, eso enmarcado por sus finos cabellos dorados como el sol que suavizó con sus finos dedos.

 Con una lentitud bajó los tirantes de su prenda revelando la ausencia de brasier y suspiró al mismo tiempo en que su apasionado amante comenzaba a regar besos húmedos y mordidos por su cuello, descendiendo a la clavícula y pronto a sus pechos.

—¿No crees que esto es muy peligroso? —cuestionó la de luceros chocolate, exhalando y a sus fosas nasales entró el aroma viril, acompañado de especias que tiene el contrario.

Él levantó su vista y acarició sus aplacados cabellos oscuros regados por toda la almohada, ciertamente le fascinaba observarla en ese estado tan salvaje y natural como lo eran sus ojos brillando, los labios rojos, su piel morena en contraste con la suya pálida. Es incapaz de obedecer la orden que le había sido dada por sus superiores, no acercarse a ella por el riesgo que corría la misión, pero en ese momento mandó todo al carajo porque necesitaba verla y sentir su cuerpo estremecerse contra el de él, la forma en que arrastra las palabras por el remolino de sentimientos que florecía en su interior y sentirse completamente correspondido.

A veces le daba miedo que ella estuviese engañándolo respecto a su amor y la pasión que le transmitía en cada beso, en cada muestra de su afecto, pero cuando la miraba rendida por sus acciones toda duda era dispersada de su ruidosa mente; incitándole a perderse en la dulzura de sus labiales y contar todas las pecas que yacían regadas por su espalda.

¿Eran rivales? Tal vez, en el trabajo eran animales feroces que se peleaban por ser el número uno y dejar atrás al otro, pero ahí hacían el amor y no la guerra. Esas paredes eran los únicos testigos que sabían la alianza que se establecería pronto entre ellos.

—Espera un poco más, ¿sí? Ya casi —comunicó el rubio, seguidamente soltando un jadeo ante el repentino roce de sus intimidades.

La argolla de compromiso reposaba en la mesita de noche junto a la cama, aún guardada en la pequeña caja de terciopelo azul que había escogido hacía meses en aquella joyería francesa. Un impresionante diamante acompañado de dos zafiros a los lados y empotrados en lo que parecía ser del más fino y caro oro blanco; alguien como él tenía gustos bastante excéntricos y sin contar que le daría lo mejor a su flor.

—Luego de eso nos iremos de aquí —recordó la azabache y siendo interrumpida por los besos acaramelados que su futuro esposo le daba sin descanso, además de las caricias que le brindaba a en su retaguardia.

Algo le decía que esa noche no pegaría ni un ojo, ya que el hombre siempre guardaba energías para consentirla de la manera más deliciosa posible.

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