Kindergarden AU!
Título: De piratas y recuerdos.
La rutina se repetía todos los días, solo que algunas ocasiones las cosas no salían como el mayor las había planeado y aquel era uno de esos; un apresurado Arthur recogía los platos sucios del desayuno que luego lavaría al regresar del trabajo, era demasiado tarde pero la verdad es que la alarma nunca se dignó en sonar lo que le hizo levantarse de golpe y diciéndole a su hijo que no se tardará en prepararse para asistir al colegio.
—¡Papá, papá, ya estoy listo! —exclamó el infante de sedosa cabellera rubia sonriéndole.
—¿Tienes todo en tu mochila? —preguntó el de frondosas cejas.
El infante asintió y le mostró el interior de ella; mencionando su cuaderno, su cartuchera llena de creyones, lápices, borrador y sacapuntas pero lo que le generó curiosidad al británico fue el chocolate en forma de corazón que estaba escondido junto a su figura de acción de G.I Joe.
—¿Y eso quién te lo dio? —le interrogó, al mismo tiempo en que recogía su maletín y se colocaba la bata blanca colgada en la percha.
Alfred sujetó su lonchera y dejó que su padre cerrara la vivienda para caminar hacia su escuela, los lugares les quedaban muy cerca al vivir en el centro de la ciudad y preferían ir a pie para así ahorrar gasolina. Esperó pacientemente que el de ojos verdes le prestara su completa atención para explicarle la situación, porque ese momento era uno de los pocos donde ambos interactuaban; mantenían una relación distante por la frialdad de Arthur y eso al pequeño de cinco años le lastimaba puesto que necesitaba su cariño pero según él no importaba mucho si es que te atrevías a preguntarle.
—Me lo dio el tío Francis para que se lo regalara a mi amiguita.
Esto hizo que el mayor curvara una de sus cejas puesto que evitaba a toda costa que el francés le metiera ideas locas al niño en la cabeza, por eso no dejaba que jugara con Matthew a quien tenía un poco malcriado aunque fuese muy bien portado a diferencia del travieso niño de orbes celestes.
—¿Qué cosas te anda diciendo tu tío cuando vas a visitarlo? —cuestionó con curiosidad observando a Alfred quien sonreía resplandeciente como un pequeño rayo de sol.
—Que debo ser lindo y caballeroso con las niñas, lo mismo que me dices tú —respondió alegre—. Porque le conté que ella es la más bonita de mi salón, papá.
El médico entendió, bueno, al menos eso no había sido tan malo como lo esperaba de su hermano el cual no le inspiraba confianza cuando de niños se tratase pero no es como si pudiese criticarlo, él todavía estaba aprendiendo esto de ser padre. No dijo más nada en el resto del camino hasta que llegaron al edificio donde estudiaba el niño, ingresó al aula como acostumbraba y se despidió de él abrazándolo, prometiendo que cuando regresara en la tarde a buscarlo irían a comer un poco de helado para subir los ánimos. Arthur sabía que aún era muy pequeño para entender aquello pero una parte de su corazón también le decía que pronto preguntaría por la ausencia de su mamá... pero ya eso es otra historia que contar.
El niño saludó a sus compañeros, sentándose en la mesa mientras observaba los puestos ocupados a ver si se topaba con la mirada chocolate de su amiga venezolana pero nada que la encontraba por ningún lugar por lo que decidió preguntarle a la maestra.
—¿María no vendrá hoy? —preguntó el de gafas a la docente que permanecía parada en la puerta ya que todavía no era la hora de comenzar.
—No lo sé, Alfred, sabes que a veces falta por lo ocupado que está su papá —contestó la mujer de treinta años.
Ante la respuesta que recibió regresó a su asiento correspondiente donde intentaba distraerse jugueteando con sus dedos o admirando los cuadros llenos de color que decoraban las paredes y así transcurrieron diez minutos que parecieron una eternidad.
(...)
Los demás niños corrían detrás de una pelota durante la hora del recreo, otros comían su desayuno tranquilamente en las mesas y luego se hallaba el rubio de ojos azules que descansaba bajo la sombra de un gran árbol en el área más apartada del patio escolar, queriendo alejarse del resto y principalmente de su primo Matthew a quien no soportaba por su actitud, aparte de que era consentido y aprobado por todos mientras que él era desplazado, tachado de imprudente y revoltoso. Esos comentarios tenían el mismo efecto que un dardo envenenado y haría que la envidia creciera en el corazón de ese inocente, solo que a esa edad no lo manifestaría sino tiempo después.
—¡Alfred, Alfred, Alfred! —llamó repetidamente una voz a sus espaldas, encontrándose con la niña de baja estatura y cabellos negros peinados en dos trenzas.
Ahí fue cuando sintió las mejillas colorearse de rubor y sonrió, mostrando su bonita dentadura hacia su amiga quien corrió a abrazarlo con bastante fuerza.
—Pensé que ya no vendrías —admitió el contrario regresando el abrazo y dándole un beso en la mejilla.
—Lo que pasa es que papá Antonio tuvo problemas con el tonto de Pedro que no quería venir al colegio y se encerró del baño, aparte de que Coco se afeitó las cejas porque lo vio en un programa de televisión y Martin no dejaba de molestarme... así que él tuvo que regañarlos bien fuerte antes de que los demás también empezaran a pelear —contó rápidamente la de tez morena, sentándose a su lado y moviendo sus manos al hablar.
Ese era un dato relevante, Antonio tenía un montón de hijos los cuales a esas alturas no encontraba la manera de controlar ya que cada uno poseía un carácter diferente, algunos eran tranquilos como Miguel y otros tan gritones como Julio pero los conflictos siempre iniciaban por Martín o la misma María que poseían personalidades muy parecidas y dominantes.
—Mira lo que te traje —soltó Alfred, sacando de su mochilla del Capitán América el chocolate que guardaba con recelo desde hace unos dos días y que con tanta fuerza de voluntad no se había comido ya.
—¡Wow, gracias, Fredo! Sabes que el chocolate es mi favorito —exclamó la niña sonriendo de oreja a oreja agarrando el detalle que le había obsequiado su mejor amigo.
—Recordé que te gusta mucho así que le pedí a mi tío Francis que me comprara uno en vez de gastarlo en otras golosinas —contó el rubio, sujetando la delicada mano de la niña y riendo suavemente por la emoción de esta al darle una mordida.
—¡Está muy rico! Son aún más deliciosos que los que me da mi papá Antonio.
El ahora hombre americano enredó sus dedos en los rizos negros de la morena que estaba acostada en su pecho, aquellos eran sus momentos preferidos, donde ambos tomaban un respiro del constante ajetreo de sus mundos y se dedicaban a disfrutar de la compañía del otro. Compartían besos, abrazos, se reían ante acontecimientos del pasado y se miraban a los ojos por largos minutos.
—¿Recuerdas cuando te dije que eras una niña fea y te pusiste a llorar? —dijo Alfred riendo ante la imagen de una María pequeña con los ojos llenos de lágrimas por su idiotez y poca sutilidad.
—¡Por supuesto que sí, imbécil! —afirmó la morena, observándolo frunciendo el ceño y le sacó la lengua—. Eras muy malo conmigo al principio, me daban ganas de golpearte.
La fémina le pellizcó el brazo escuchando la carcajada de su pareja quien no se cansaba de hacerla enfadar, desde que se conocieron había sido así y le encantaba verla haciendo puchero para comérsela a besos aunque se resistiera ya que luego cedería a sus muestras de cariño. Todavía le costaba comprender como es que ella aceptó ser su novia, apesar de las diferencias que existían entre los dos, sus caracteres que solían chocar, los pretendientes de María que a cada rato debía frenar y amenazarlos de muerte para que no se le acercaran —los cuales eran muchos cabe destacar— y así como otros factores más... Pero las dudas y miedos se evaporaban cuando la oía decir cuanto le amaba y sus ojos marrones vidriosos lo confirmaban.
—Pero quien lo diría, terminamos siendo amigos, al llegar a la adolescencia empezamos a salir y a tu padre le iba a dar un infarto cuando me conoció, babygirl —resumió el politólogo, acariciando los pómulos de la morena.
—Es que había una extraña rivalidad entre tu padre y él, la cual jamás comprendí la verdad porque después no les quedó de otra que apoyar nuestra relación —coincidió María, delineando los labios rosados de su novio.
—Sí, creo que al final desde siempre hemos estado destinados —confesó el muchacho, dándole un beso pequeño—. Te apuesto que si existen otros universos alternos igualmente tú estás conmigo.
Y equivocado no estaba.
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