Piscina


Estamos en la alberca de nuestra casa, mientras yo, bajo el agua, lamo tu falo palpitante, agradeciendo mi capacidad para aguantar tanto tiempo la respiración.

Al salir a la superficie, jadeante, repito la acción antes de estrellar mis labios contra los tuyos. Me cargas con facilidad, empotrándome contra las baldosas húmedas. Entre caricias y besos, apartas mi traje de baño e introduces tu miembro lentamente, haciéndome sentir cómo mis paredes se abren ante ti, poco a poco, como puertas que ceden.

Tu boca se posa en mi cuello, chupando con ansia mientras mis manos se aferran a tu espalda. Cierro los ojos, abrumada por la intensidad de las sensaciones.

Te mueves adelante y atrás con un vaivén frenético, aferrándote a mis senos como un niño, justo como te gusta. Mis dedos se enredan en tu cabello, y con una mezcla de deseo y agresividad, lamo y muerdo tu cuello, dejando marcas rosadas en tu piel.

Nuestras respiraciones erráticas elevan la temperatura, mientras el agua de la alberca se calienta con nuestra piel. El vaivén de nuestros cuerpos genera olas que llenan cada rincón a nuestro alrededor.

De repente, te retiras de mi interior para girarme, y con una fuerza arrolladora, vuelves a embestirme, dejándome sin aliento. Tus dedos juegan con mis pezones, mientras mi mano desciende sin reparo para tocarme hasta que mis piernas empiezan a temblar. Reposo mi cabeza en tu hombro, gimiendo alto, mirando hacia el cielo.

—Más fuerte —pido, insaciable.

Te motivas aún más, y aunque no sé cómo, me complaces hasta llenarme por completo.

Muevo mi dedo en círculos rápidos, tensando mi cuerpo hasta alcanzar el tan anhelado clímax. Mientras tanto, tú prolongas mi éxtasis con tus embestidas, hasta que tu esencia me inunda.

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