𖥔 . . . it's getting darker, but i'll carry on.
CAPÍTULO CERO
it's getting darker, but i'll carry on
the sun don't shine, but it never did.
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TENÍA CATORCE AÑOS DE VIDA CUANDO VOLVIÓ A DESPERTAR apestando a vino y a fluidos. El piso debajo de su adolorida anatomía, se sentía como la piedra. ¿O se trataba de sus piernas que pesaban más de lo debido? Ni siquiera era capaz de recordar cómo había acabado en ese lugar... otra vez. Las mazmorras del castillo eran húmedas y frías, pero se sentían como el mismísimo infierno. Irónico que su nombre de nacimiento hiciera una dulce alusión al paraíso, cuando su misma existencia había significado todo excepto paz.
Si era que hacía memoria, cosa que evitaba a toda costa por su propio bien, no podía recordar un número exacto de las veces que despertó en aquel frívolo lugar. No obstante, incluso si se trataba de una cifra mayor a tres numeros o menos, nada de eso importaba. Y él lo sabía, por eso continuó haciéndolo. Haciendo de ella lo que deseara y se le antojara en el momento.
Aegon, su hermano mayor, estaba siendo preparado para suceder al trono de su padre, el rey. Ella, por su parte, no era más que la cuarta cría de la reina. Una princesa sin valor histórico. Alguien a quien nadie lloraría y tampoco escucharía. Sin importar cuán alto y desgarradores fueran sus gritos, suplicando a los dioses por una pizca de piedad, no existía nadie que volviera el rostro en su dirección. Incluso si... otra vez, acudía a su madre, la mujer que la acunó en su vientre y la trajo al mundo, con los vestidos rotos y el cuerpo lleno de sangre y heridas abiertas, no esperaba una respuesta. Un consuelo. Nada.
Heaven, ese era su nombre. Contra todo los pronósticos, profetas y demás clarividentes que se acercaron a sus progenitores a darles las buenas nuevas que traería consigo el cuarto retoño, su existencia se sentía más como una maldición. Una abominación. Como si su nombre, el título que se le fue dado al pisar este plano, se hubiese ido en su contra.
Las antorchas más cercanas parecían estar a poco de gastarse, lo que significaba que el amanecer no tardaría en hacer acto de presencia. No podría saberlo desde su posición actual, pero durante los últimos meses estuvo tantas veces en las mazmorras que reconocía el paso del tiempo sin tener una visión clara del cielo.
Ya no le causaba nada encontrarse con su propio cuerpo al borde del colapso; apestando a vino, saliva y otros fluidos igual de repulsivos que no le pertenecían, cogió la pieza más grande quedaba de su vestido y se la echó encima, cubriéndose el pecho y la entrepierna. El aroma del esperma de su hermano, en su piel, era rancio y difícil de ignorar, pero aprendió a ignorarlo. Aprendió a desconectarse de su cuerpo.
A su lado, con dos cuencos de vino volcados y retazos sueltos de lo que alguna vez fueron sus prendas de vestir, Aegon roncaba en un sueño profundo. El eco de sus densos ronquidos calaba en lo más recondito del vientre de la princesa, haciéndole probar de su propia y amarga hiel. O quizá se tratara del sabor de su hermano encima de su lengua, que tampoco era fácil de ignorar.
Huir de las mazmorras, irse lejos de él y fingir frente a todos que nada había sucedido en el interior del castillo, era su sol de cada día. Una rutina que él mismo estableció para ambos; tomarla a la fuerza, follarsela sin piedad la cantidad de veces que su cuerpo se lo permitiera y mancharla de su repulsivo esperma, alcanzando el tan anhelado y delirante punto final.
Con cada paso que daba, a penas cubierta con un trozo del vestido y dejando a su torpe andar el rastro del pestilente aroma de su hermano mayor, la princesa de catorce años se recargó de una pared, empujándose una mano contra su vientre. Un líquido espeso y caliente corrió por sus piernas. Sangre.
Asustada, sin saber lo que aquel sangrado significaba y la alegría que traería a su madre, buscó ayuda en la única persona que no deseaba involucrar en todo ese infierno.
Aemond.
La pequeña princesa, el retoño número cuatro de la reina, cuyo nombre atrajo nada más que calamidades a su precaria existencia, estaba embarazada. Incapaz de entender qué era lo que estaba sucediendo, lo que pasaba con su cuerpo y la razón por la que estaba sintiendo tanto dolor, sufrió un aborto. Mientras el próximo heredero al trono dormitaba en el piso de las mazmorras, su hermana menor lloraba, pidiéndole a los dioses que aquello acabara.
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