7°
Wanda.
—Gracias, Lilly. Le diré a mi esposa.
Llegué hasta la entrada y me encontré con mi esposo cerrando la puerta.
—¿Ocurrió algo?
—La ama de llaves trajo esto —señaló la mesa —. Al parecer alguien nos envió un presente, iré a la ducha.
Pasó por mi lado y besó mi mejilla. Observé la caja junto a unas flores preciosas, de un intenso aroma dulce.
—Pensamientos... —dije observando las flores.
Tomé la nota y leí el mensaje escrito en ella "Señorita Wanda. Tenga usted la bondad de aceptar estos pensamientos como señal de mis mejores deseos, y la esperanza de que algo vaya bien. Este vino es para su esposo, y las flores y chocolates para usted. Espero que lo disfruten"
Sonreí.
¿Quién fue la persona encantadora que me ha enviado todo esto?
Abrí la caja, chocolates, vino y un espumante. Dios.
—¿Romanoff? —leí en la tarjeta.
Una tarjeta de color negro y con letras doradas, allí estaban sus datos. Usó su tarjeta de presentación para enviar la nota.
—¿Quién ha sido? —preguntó James saliendo de la ducha con la toalla envuelta en su cintura.
—No lo sé —admití —. Sus datos están en la tarjeta, dice que es un regalo para ambos, con los mejores deseos.
James se acercó para hacer una búsqueda en su móvil, y me enseñó una cuenta de Instagram.
—Es la amiga del fotógrafo. Aquella que arruinó tu vestido —dijo James molesto.
Suspiré.
—Ella no arruinó mi vestido, James —dije yo.
Él se rió, como si yo hubiese dicho una sandez.
—Lo importante es que tendremos un delicioso y buen vino para disfrutar —él tomó la botella.
—Mhm... Creo que ha sido un lindo detalle de su parte, después de todo, querías un vino y... es de tus favoritos —dije yo.
Él sonrió.
—Y deseo beberlo ahora mismo —avanzó por la cocina.
—¿No es algo temprano para eso? —pregunté — ¿no preferirías hacer algo más y dejarlo para la noche?
Él sonrió.
—Tengo algo en mente... —dejó el vino sobre la encimera.
Lo vi acercarse hasta mí dejando caer su toalla al suelo. Sonreí.
—¿Necesitas ayuda?
No bastó mucho más para que ambos disfrutemos de una apasionada mañana en la cocina de nuestro nido de amor.
James me hacía sentir en las nubes cuando estaba a mi lado, y realmente quería creer que aquella mujer no lo tocaba de la manera en que yo lo hacía, que nunca nadie sería capaz de hacerlo sentir como yo.
Me desplomaba en sus brazos, y admiraba sus músculos marcados por el sudor y la tensión del orgasmo. No podía dejar de verlo, era un ángel, un hombre muy atractivo, y lo amaba.
Lo amo desde que noté lo dulce que era, y no quería pensar en que siempre tendría su desliz grabado en mi mente, y los jadeos de otra mujer en mi nuca. No quiero sentir que toda la vida tendré que competir con sus besos fantasmagóricos en el cuello de mi esposo, o con sus manos invisibles por su cuerpo.
[•••]
Pasé por el salón, envuelta en una toalla. Observé las flores y las olí.
Tienen un aroma demasiado atrapante para ser solo flores, jamás recibí una de estas antes, y creo que son las únicas a las que realmente he considerado como agradables.
Papá, Pietro y James siempre suelen llevarme flores, y no me disgusta, es un detalle adorable, pero realmente no soy muy partidaria de que sea el único regalo habilitado para mujeres –a pesar de venir de una familia tan conservadora y criarme bajo ciertas costumbres. Pero esta vez, estas flores realmente me gustan, tienen un aroma diferente, y creo que la nota ha logrado que las perciba de una manera diferente.
Los hombres no suelen detenerse a escribirte una nota tan dulce. Tiene sentido que fuese una mujer quien deseaba algo de forma tan pura y agradable.
—¿Qué tanto ves en esa flores? —preguntó James tras de mí con el cabello húmedo.
Él y yo disfrutamos la ducha en pareja.
Sonreí.
—Tal vez debería enviar un correo a la señorita Romanova para agradecer su detalle, y decir que no se preocupe por lo del vestido, ya es pasado.
—Romanoff, amor. Está en Estados Unidos.
Suspiré. Es demasiado patriota.
—¿Qué opinas?
Él tomó la tarjeta de presentación. Allí se veía su número y redes sociales, además de un correo.
—Trae su correo. Usa mi cuenta de trabajo para enviarlo.
—Puedo usar la mía —dije yo. Él se encogió de hombros.
—Adelante, estaré en la orilla del mar.
—Voy en un minuto.
Él salió de casa, no sin antes besar mi mejilla y permitirme sentir seguridad de que no ocurriría nada si se alejaba por unos minutos.
Tomé el portátil y busqué su correo. Tal vez un Whatsapp habría sido demasiado personal y no a lugar, de la misma manera que un mensaje por el Instagram de mi esposo o el mío. Un correo es formal y acertado, además, es lo que extraño de mi internado en el hospital, los correos para contestar.
—Romanoff fotografía —leí en voz alta —. Lindas fotos.
Su perfil era bastante pulcro. Luego de ver algunos de sus trabajos y las etiquetas de otras personas en su perfil, realmente noté que es talentosa, tiene un gran ojo para ciertas tomas. Aunque no realiza trabajos a bodas, es algo muy extraño para un fotógrafo tan reconocido como ella, sin embargo las fotografías a bebés eran su fuerte. Miles de comentarios en algunos retratos, alabando su comportamiento y bondad.
Suspiré.
¿Qué le diré?
[•••]
Natalia.
—¿Sabes? Creí que sería peor —dije a mamá.
Ella iba de un lado a otro con hilos y cintas para medir.
—Quédate quieta, Natalia.
—Mamá, es que... ¡Él se casará!
—Sabes bien que ese muchacho no me gustaba demasiado, pero fue honesto. Ustedes no estaban hechos el uno para el otro.
—¿Entonces quién? Porque hasta donde yo sé, he tenido tantos novios que ni siquiera puedo detenerme a pensar en uno que pareciera el indicado, solo en Tony, y él ya tiene a la indicada.
Mamá suspiró.
—Los matrimonios que nacen desde la incertidumbre y negación jamás son un buen augurio de duración.
Siguió tomando medidas.
—En serio le deseo lo mejor, pero no puedo evitar pensar en todo lo que extrañaré lo que tuvimos.
Mamá no dijo nada, mantuvo una de las pinzas entre sus labios mientras seguía revisando que todo quedara a la medida. Adora hacerme ropa a la medida, y no me quejo, me fascina recibir comentarios sobre lo lindo que es lo que traigo, y decir que mi madre lo ha confeccionado. Le trae clientela y eso la ayuda a seguir trabajando sin esforzarse tanto.
Mi madre me sacó adelante a punta de costuras y planchar ropa de gente con dinero, lo mínimo que podría hacer, además de pagar la casa en la que vive, es presumir su oficio con orgullo. Una madre soltera asombrosa.
—¿Crees que exista alguien para mí? —pregunté y mamá levantó la mirada.
La pantalla de mi móvil se encendió. Un correo acaba de llegar.
—Creo que todos tenemos a alguien, e incluso si no estamos destinados a estar toda la vida con esas personas, existen. A veces es difícil, pero allí están.
Sonreí. Supongo que es algo de esperanza, ¿no?
—¿Pausa para descansar? Debo leer un correo.
Mamá asintió.
—Quita con cuidado la parte de arriba.
Hice caso a sus indicaciones y me senté en el salón con la laptop en las piernas.
Estimada Natalia.
Soy Wanda Barnes. La novia a quien "pisaste" aquel día cerca del mirador. Agradezco tus detalles, el vino ha encantado a mi esposo, y también disfrutó de los chocolates. Yo tengo un poco más de resguardo con ellos, pues no soy demasiado fan de las golosinas.
Sin embargo, tus flores fueron mi total adoración. Jamás recibí un detalle que me hiciera sentir tan encantada cuando se trataba de el simbolismo de estas, y por eso mismo he decidido enviarte este correo. Agradezco tus palabras sinceras y tu entusiasmo con arreglar algo que no fue más que un accidente.
Necesitaba unas palabras tan honestas, y espero lo mismo para ti. Mis mejores deseos, y también los de mi esposo. Agradecemos tu intención.
Pd: tus fotografías son muy buenas, es lamentable que no realices fotografías a matrimonios, me habría encantado tener un poco de tu ojo mágico en la sesión. Nuevamente gracias por todo, eres una buena persona, Natalia.
Un caluroso saludo.
Wanda L. Barnes.
Sonreí.
Wanda Barnes. Le han gustado las flores.
—¿Esa sonrisa se debe a algo en específico? —preguntó mamá entrando con zumo para mí.
—Le han gustado mis flores, mamá.
Ella enarcó una ceja.
—¿Has enviado flores? ¿No estábamos en un tormento amoroso hace dos segundos? —preguntó.
—No, esto es... —sonreí aún observando la despedida. Ella me ha dicho buena persona —. A ella le gustaron las flores.
Mamá no dijo nada. Sin embargo luego de unos segundos de tartamudez, habló.
—Enhorabuena, cariño. Lo que te haga feliz a ti, a mi también.
—¿Eh? —pregunté desorientada.
Oh, ella cree que... ¡Oh, no!
—No, mamá, yo...
—Amor, los tiempos han cambiado. No hace falta que lo expliques, de hecho, está muy bien. Que los nietos pueden esperar, y con esta tecnología y todo eso, no es algo que no se logre.
Me sonrojé.
Joder.
¿Acabo de salir del armario con mamá sin siquiera estarlo?
—Yo...
—La hija de Patricia. Nuestra vecina cubana. Ella tiene una hija, tenía, pues ahora es algo de género influido, ya sabes.
—Fluido, mamá.
—Eso, eso. Y está muy bien, que ella la ama igual, y yo te amo, tesorito —dijo tomando mis mejillas —. Mi linda niña. Toma tu zumo y ve al baño, nos quedan horas de trabajo.
Suspiré.
¿Qué le diré? Es lindo que ella me acepte por algo que jamás me he cuestionado.
Es extraño, pues es una mujer que viene desde Rusia, pero me alegra saber que se ha modernizado tanto, incluso si yo jamás he dudado de mi heterosexualidad. Nunca me ha gustado una mujer, nunca sentí la necesidad de estar con una y solo he tenido novios, pero tengo dos mejores amigas que se aman y me han hecho ver que también la sexualidad es algo que puede evolucionar o fluir, no es que realmente hubiese encontrado la necesidad de explorarlo.
De cualquier manera, mamá siendo una aliada es algo lindo, sorpresivo, pero viendo que la llevé a la boda de Kara y Lena, no debería serlo tanto.
—¡Nat, comprendo que estás teniendo un momento de aceptación, pero necesito trabajar!
Bufé.
—¡Ya voy!
¿Por qué siquiera me doy el tiempo de meditar todo esto? Buscaré la manera de explicarle a mamá que no es lo que ella cree.
Le di una última mirada al correo con una sonrisa.
He hecho algo bueno por alguien, y eso me hace sentir bastante plena, ¿será mi momento de ser bombero o algo por el estilo? ¿Rescatista de medio tiempo quizá?
—Gracias por tu lindo correo, Wanda Lehnsherr Barnes —dije yo —. Buscaré las palabras correctas para ti.
No quiero decepcionarla. Parece una mujer con bastante capital cultural, y yo... Bueno, mi broma con más clase no incluye hablar sobre gases del cuerpo, por lo que necesitaré ayuda de Lena.
Lena es ingeniera, ella debe saber redactar mejor un correo que yo. Conquistó a Kara a través de un correo de atención al cliente, supongo que es una señal... ¡No es que yo quiera conquistar a Maximoff, me refiero a su talento en la escritura!
Dios.
Mamá ya me ha perturbado demasiado con sus malos entendidos.
—¡Natalia Alianovna!
—¡Que ya voy, mamá!
Oí sus pasos apresurados y me levanté de golpe cerrando la laptop con fuerza. Avancé hasta el pasillo y la vi con una cuchara de madera en la mano.
Mierda.
—¡Te dije que ya iba!
—Apresúrate.
—¡Me darás con eso!
—Natalia. No te haré nada. Pasa.
Suspiré.
—¡Mamá, tengo casi treinta!
—Que pases.
Pasé delante de ella y sentí la madera contra mi trasero. No fue brusca, ella jamás me golpeó o regañó, pero me causa gracia que ahora que soy grande, cada vez que me regaña, algo termina golpeando mi trasero. Desde un periódico hasta una pantufla. Supongo que es la edad.
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