43°
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Natalia.
En las afueras de la ciudad, alejado de todo ese bullicio capitalista y consumista, me encontraba esperando, viendo como el cielo estrellado y la luna iluminaban tras las arboledas que rodeaban el estacionamiento. Detuve el motor de mi camioneta, Wanda dijo que nos encontrásemos aquí, no quería que fuese por ella y lo entendí.
Al pasar la madera envejecida de la entrada noté las luces cálidas, el aroma a cerveza y fotografías en blanco y negro adornando el lugar. Elegí un espacio al final de todo, y dejé un texto para Wanda, así ella podría encontrarme.
El menú de bebidas incluye una selección de cervezas artesanales y licores locales, perfectos para acompañar las tapas caseras que se sirven. Los cócteles tienen nombres como "Bruma del Amanecer" y "Luz de Luna", y son preparados con esmero por el barman, un hombre de mediana edad con una habilidad innata para escuchar sin juzgar, y sigue siendo el mismo hombre que hace diez años, solo que con la espalda más encorvada y el cabello más canoso.
Me dediqué a observar a cada persona entre los espacios del maderín gastado tras el asiento delante mío. El Refugio del Crepúsculo atrae a una clientela variada, pero siempre discreta. Hombres mayores que buscan compañía y una buena partida de billar, parejas que desean un lugar tranquilo para conversar, y aquellos que simplemente necesitan un respiro del mundo exterior. La música, un suave fondo de jazz y blues, contribuye a la sensación de intimidad y refugio.
Incluso el aroma a tabaco seguía siendo un recordatorio de mi época de juventud, cuando Clinton y yo huíamos aquí, con diez o doce dólares por una sesión económica - que eran las únicas para las que nos contrataban - y bebíamos cada uno de esos dólares, incluso apostábamos centavos con los demás ebrios con tal de juntar uno o dos dólares y conseguir la última cerveza antes del amanecer. Jamás tuve miedo estando con Clint, eso es algo admirable... Mi mejor amigo siempre me brindó un cuidado y protección únicas.
De pronto mis ojos se cruzaron con otro par de ojos verdes, los reconocí de inmediato y me puse de pie para que ella pudiese verme. Wanda sonrió, apresuró el paso y se disculpó para pasar entre una pareja de ancianos que bailaba alegremente en el centro de la pista.
—Hola —dijo sonriente —. Es perfecto, nadie nos molestará aquí...
—Te extrañaba, espero que todo esté bien en tu casa...
Wanda solo me besó cortamente en los labios y luego indico que debíamos sentarnos, una frente a la otra, sin soltarnos las manos.
—¿Qué quieres beber?
Dudé por un momento, no había mucha variedad, sin embargo, todo me gustaba.
—Pues... Una cerveza estará bien para mí, te recomiendo beber una, son excelentes. Pediré dos pintas y lo disfrutaremos —dije segura.
Wanda sonrió.
Me levanté para hablar con el barman, él sin dudarlo me dio el pedido y fui hacía Wanda quien se encontraba viéndome fijo.
—Adoro el espacio, es tan... Rústico, nostálgico... ¿Vintage quizá? —rió de forma inocente. Sonreí con aquel ruido tan peculiar que tiene por risa. No lo había notado.
—Creo que es solo un lugar viejo. Clint y yo solíamos venir en la época de la Universidad.
—Cuéntame de eso, no me has dicho nada de ti... No al menos sobre tu juventud.
—Eso es porque creo que aún soy joven —fingí ofenderme llevando mi mano hasta mi pecho. Ella rió dejando su mano sobre la mía. Entrelacé nuestros dedos.
—Te extrañé...
Ella lo dijo en un susurro dulce sin dejar de ver nuestras manos unidas. Sonreí con soberbia.
—Curioso para alguien que no admitía extrañarme... —dije y ella me enseñó la lengua a modo de burla —. También te he extrañado... Mucho... Es difícil no querer dormir contigo entre mis brazos.
Wanda sonrió.
—Estar aquí contigo es lo que me mantiene cuerda.
Compartimos un par de cervezas, yendo por temas triviales. La universidad, Clint y yo, ella y sus hermanos, Lorna, su madre y su padre quien aún no había reconocido a la pequeña bajo su apellido, y ante la negativa, Irina habría decidido dejarla como Lorna Maximoff L.
—Creo que mamá no planea dar su brazo a torcer... —Wanda suspiró y bebió lo que le quedaba de cerveza —. Dios, siento que necesito más alcohol.
—Ni loca, deja eso. Mejor dime, ¿cómo está todo por casa?
Ella suspiró.
—Mentiría si dijera que no siento un rechazo profundo por mi esposo. Está dormido, como un roble... Estos días no ha hecho algo más que dormir y pedir comida —murmuró —. Me gustaría interesarme por lo que ocurre, ni siquiera se ha afeitado. Él odia la barba.
—Estuvo fuera más de dos meses, supongo que es normal sentirse algo desorientado al regresar. Más considerando la situación en que se encuentran... —comenté —. Creo que... Hablar es la solución.
Mi respuesta era empática. Sé que Wanda lo quiere, y aunque me pese, es normal que desee arreglar algo con él. Supongo que no nos queremos a largo plazo, pero eso tampoco significa que tengamos fecha de vencimiento. Estamos para ser en el momento.
Wanda negó rápidamente.
—He intentado, pero cada vez que lo hago, parece que se cierra más. Se va al trabajo temprano, llega tarde... Y cuando está en casa, está frente a la televisión o dormido. Me siento invisible. Honestamente no podría importarme menos en estos momentos, simplemente sé que no... No podemos arreglar algo que está irremediablemente roto —dijo observando su anillo. Hoy lo llevaba.
—¿Lo dices por aquella mujer?
—Irónico, ¿no? Ni siquiera sé quién es, pero destruyó todo lo que desee por al menos diez años. Diez años... O más. James era todo lo que deseaba, un hombre que papá aprobara, cuidado y criado a su imagen y semejanza. Me veía junto a él, pintando en el garaje de casa mientras él llegaba con flores y nuestros niños revoloteaban por el jardín esperando a papá, y cada vez que lo escucho mencionar que debemos tener hijos, o un nieto para mi padre, me doy asco. Él me da asco.
Tomé su mano con delicadeza y la llevé hasta mis labios dejando una marca suave del labial que había escogido para esta noche.
—Eres todo menos invisible para mí, Wanda. Aquí, contigo, me siento viva. Puedo ver el dolor en tus ojos, pero también veo la fortaleza. Mereces ser feliz... Y no sé... Qué se supone que hacemos, pero créeme, si yo puedo darte algo de felicidad... Tómala. Quiero brindarte todo lo bueno que tengo, incluso si no es lo que planeaste con veinte años.
Sus ojos se cristalizaron y me regaló una sonrisa mágica, llena de esa pureza y bondad que solo podría encontrar en ella.
—Natalia... No sé cómo... Agradecerte, por todo. Peter dijo que fuiste de mucha ayuda, y Pietro... Dios, te adora tanto para ser exnovios. Creo que... Estabas destinada a hacernos sumamente felices... Sobre todo, a mí.
Me incliné sobre sus labios y la besé. En ese momento solo existíamos ella y yo, el bar y todos quienes nos rodeaban, desaparecieron bajo una estela de música desconocida y risas de ebrios en su tercera etapa de la vida. Ella rodeó mi cuello con sus manos fuertes, sonreí contra sus labios y sentí la cerveza colarse en mi boca. Ella tiene aquel sabor a tabaco y cerveza, un labial caro y perfume dulce.
—Llévame a otro sitio... —pidió y asentí.
No tenía idea de a dónde, pero la llevaría conmigo.
Tenía una manta en el auto y conocía un sitio a las afueras, pero no sabía si ella se refería a una escapada hasta el amanecer que nos permitiera ser con la otra o simplemente deseaba ir hasta mi departamento donde el Uber pudiese pasar por ella.
Conduje hasta la playa, sin preguntar, solo asumiendo que la conocía. Wanda aceptó, fue cubierta por la manta la mitad del viaje, durmió un poco y eso le bajó un poco el nivel de alcohol. Algo que agradecí.
—Hemos llegado.
La playa está lejos de la ciudad, en una zona poco conocida y casi desierta. Es una noche estrellada, con la luna llena iluminando suavemente el paisaje. El sonido rítmico de las olas del mar proporciona una banda sonora natural, creando una atmósfera de serenidad y aislamiento, justo lo que se requiere cuando la cabeza te atrapa en una ola de pensamientos más caóticos que un tsunami de problemas.
Estacioné el auto cerca de un acantilado cubierto de hierba alta, lo suficientemente lejos de la playa para que no sea visible desde la carretera principal. Desde aquí, un pequeño sendero de arena serpentea hacia la playa. Quería que viésemos el amanecer, juntas.
La luna iluminaba de forma casi mágica la marea que llegaba hasta las rocas costeras. La playa no es muy transitada debido a sus roquerías tan altas.
—No puedo creer que estemos aquí, es hermoso, Natalia...
—Ya sé, y aún no ves el amanecer.
Recliné el asiento y ella subió sobre mi regazo para cubrirnos con la manta. La rodeé con mis brazos, ni siquiera lo pensé, quería sentirla mía, por un momento pensar en que esto no era nada ilegal, que solo éramos dos personas jugando a enamorarse, no jugando a no hacerlo.
—Creo que disfrutaré mucho dormir entre tus brazos, mucho más que el amanecer.
Suspiré.
—Quiero que veas el amanecer, entre mis brazos... —susurré besando su cuello con suavidad. Ella suspiró ante mis besos.
—¿Solo eso? —susurró. Negué.
El ambiente se volvió intenso en poco. La ropa comenzó a sobrarnos, el calor empañaba los cristales del auto y solo podíamos ver el cielo aclararse entre gemidos, arañazos y chupetones que dejaba entre sus muslos. Wanda no podía tener chupetones visibles, pero sé bien que su esposo tiene acceso restringido a esa zona dulce de su piel.
—Natalia... —soltó un gemido.
Mi lengua se perdió en ella. Admiraba la calma que podía mantener cuando sabía con desesperación que deseaba tener un orgasmo solo al verla quitarse la camiseta. Wanda es como una obra de arte, me provoca aquel síndrome de Stendhal del que tanto hablaba Clint en la Universidad. Llevé mis pulgares hasta sus senos pequeños, los pasé sobre sus pezones erectos por el frío y pude notar el erizamiento de su piel pálida.
Ella llevó su mano hasta mi cabello, pegándome a su sexo húmedo, chorreante y necesitado de esas caricias que su esposo no le entregaba.
El deseo incrementó cuando la lluvia comenzó a susurrarnos que debíamos ser rápidas, pues el amanecer comenzaba, y cada gota parecía un segundo menos de deseo.
Wanda y yo compartíamos besos cargados de necesidad. Ella susurraba adorarme y yo jadeaba contra su oído al sentir sus dedos rozando mi ropa interior húmeda.
—Dime si esto deseas...
Asentí. Ella sonrió, uno de sus dedos se adentró en mí. Pude sentirlo tan frío como el hielo, y profundo. Muy profundo.
Ambas acabamos exaltadas, con el sudor recorriendo nuestros cuerpos y el sol avisando sobre el amanecer. Estaba siendo de día. Wanda y yo seguimos repartiendo besos sobre el cuerpo de la otra, debía llevarla hasta su casa y eso fue lo que hice, con pesar.
Llegando a su condominio bastante alejado del resto de la ciudad, ella no pudo besarme, pero me abrazó con fuerza, prometiendo llamarme pronto. Sonreí, y pedí que así fuese, insistiendo en que cada vez era más difícil separarme de ella.
La vi desaparecer tras la puerta de su casa y me encontré con la realidad nuevamente. No era mía, estaba casada. Casada con alguien que no la merece, y yo estaba dispuesta a hacerla feliz, incluso si eso significaba sacrificar parte de mi felicidad... Porque es la primera vez que siento esta viveza.
Estoy apasionada por ella, loca por ella.
Suspiré. Pietro estaba llamando, seguramente me necesitaba en casa. Debo decirle sobre esto, pero no sé cómo... No sé cómo.
Quiero tanto a Pietro, y tanto a Wanda... Le oculto cosas a ambos, y no sé cómo... Deshacerme de eso.
Conduje hasta llegar a casa y descansé un poco dentro del auto antes de obligarme a subir. Necesito una ducha. Huelo a sexo.
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