24°
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Wanda.
La cafetería estaba vacía, solo podía oír el ruido de la máquina que utilizan los empleados. Una máquina con un ruido que no es molesto, pero parece no cesar jamás.
Pedí lo mismo de siempre para Natalia y para mí. Espero que tenga muchas ganas de charlar, porque realmente yo lo necesito. Ikaris no contestó a mi confesión y asumí aquello como un rechazo rotundo, y quizá molestia conmigo por fingir ser algo que no soy, es decir, una mujer soltera.
—Su pedido, señorita.
—Gracias... —sonreí y me eché hacía atrás.
Vi como acomodaron las cosas en la mesa y la campana de la entrada me hizo girar el rostro. La pelirroja venía quitando su bufanda y gorro que combinaban con el abrigo oscuro que traía. Me sonrió y yo a ella. El empleado se alejó insistiendo en que solo debía avisar si necesitaba algo más, yo casi no contesté, seguía viendo como la pelirroja se dirigía hacia mí.
—Wanda, hola...
—Natalia, querida. Que placer verte.
Se sentó delante y dejó sus cosas en el costado, señalé todo.
—He pedido lo de siempre...
—Tres veces, querida Wanda —dijo ella burlona. Me sonrojé.
—Me he mal acostumbrado a tu presencia pelirroja —dije avergonzada. Ella sonrió.
—Eso es agradable. No lo niego.
—¿Por qué lo es?
—Porque también disfruto de tu compañía. Cuando no te veo, me quedo esperando en el móvil una invitación a algo, haces mis días más productivos.
Reí.
—Oh, vamos. Eres una gran fotógrafa, ¿no te consideras productiva? —me quejé —. A todo esto, ¿cómo va el trabajo de la costa?
—Pronto estaré por allí fotografiando a ciertos grupos militares y cruceros —dijo ella girando los ojos —. Hice un perímetro de fotos, para no irrumpir en quienes tomaran planos de rostros y celebridades, supongo que será un buen día de mucho trabajo —se estiró.
Mi mirada fue a la medalla de mi hermano que colgaba en su cuello, pues su camisa traía los primeros botones abiertos. Eso me hizo recordar algo.
—¿Te han notificado que Pietro vendrá por una semana?
El rostro de la pelirroja no pareció emocionarse de la manera en que lo esperaba, y de cierta forma, me alegré. No sé cómo haré para no sentirme miserable sin tener a mi casi mejor amiga cerca, y compartirla con Pietro no está dentro de mis opciones.
Creo que tengo un problema con compartir.
—No, es decir... —balbuceó —. Sí, pero no abrí la carta, está sobre mi mesa de centro en la sala —dijo distraída.
—¿Ocurre algo? —pregunté preocupada.
Ella parece algo fuera de sí. No es muy propio de Natalia.
—No, no, solo me tomó por sorpresa, ya sabes... Tu hermano parece sorprenderme cada vez más.
—Acostúmbrate. No lo vimos por sus dos primeros años en el ejército y cuando regresó, no lo reconocimos en lo absoluto —dije yo.
Natalia suspiró. Sé lo difícil que es adaptarte a verlos partir y luego regresar. Jamás pude con la ausencia de James, y es por eso que papá le entregó el grupo que Pietro tuvo, y mi hermano se encuentra tan lejos, porque sabe que mamá pasó los primeros años de vida de mi hermano en total soledad, y no es lo que yo deseaba en caso de tener hijos, pero papá siempre dijo que James tendría que avanzar en su momento y eso significaba partir.
—Me gustaría que no tuviese que ser de esa manera, pero creo que es todo lo que puedo pedir en una relación tan precoz... —comentó ella y bebió de su café.
No dije nada más, simplemente tomé la taza entre mis manos y bebí de ella sin pensar en decir algo. El resto de la charla fue en silencio, y creo que sirvió para que no le diésemos más vueltas al asunto de Pietro.
No la culpo por sentir que la vida se pone de cabeza cuando ellos regresan. James me ha hecho sentir de esta manera los últimos meses...
—He acabado, y no me siento mejor —dijo ella observando sus manos —. Necesito algo más.
—¿Cómo qué?
—Distraerme. Son casi las seis de la tarde y creo que no he tenido demasiado para no estresarme —Natalia suspiró —. Me duele el cuello, la espalda y tengo un hambre voraz que un... Sin menospreciar, pero, simple croissant, no me quitará —aclaró comiéndolo de un mordisco.
Sonreí, pero fingí ofenderme. Llevé mi mano hasta mi pecho y ella simplemente me arrebató un pastelito de chocolate.
—Pagaré por esto y nos iremos a otro sitio, necesito comida —dijo con una sonrisa.
Natalia se alejó sin permitirme insistir en que el pago fuese por mi cuenta, o al menos pagar lo mío, por lo que decidí que era un buen momento para tomar sus cosas y las mías. Me acerqué hacia la salida y detuve la puerta para un par de comensales mientras revisaba mis mensajes. Carol preguntaba por una siguiente reunión y parecía no tener demasiado éxito, por otra parte, mis mejores amigos tenían más de cien mensajes en nuestro grupo de textos.
—¿Wanda?
Levanté la mirada y su sonrisa me desmoronó por completo. No podía evitarlo. Allí estaba él.
Mi corazón se aceleró más de lo que podía soportar, mis piernas se sentían como gelatina y el sudor frío recorriéndome la espalda no ayudaba a detener mis mareos y náuseas.
—James... ¿Q-qué haces aquí? —dije retrocediendo.
Tras él apareció su madre.
—Cariño, no dijiste que sería una comida familiar. Hola, Wanda... —dijo sin verme a la cara —. Supongo que podrán hablar y tomarás tu lugar al fin. Nos vemos arriba. Cielo, buscaré el baño.
Respiré profundamente. El castaño se encontraba inseguro, no dije nada a su madre y ella pasó de mí. Jamás noté la indiferencia y rencor con la que me veía, siempre creí que se trataba de un simple sentimiento materno y ansioso, en donde ella me veía como quien la alejaba de su único hijo sacado adelante con esfuerzo y un poco de ayuda, pero ahora noto la manera en que me percibe. Solo me ha soportado por el apadrinamiento de papá.
—Tu madre no tiene derecho alguno a hablarme de esa manera —dije molesta. Él parecía incrédulo, sorprendido... Molesto.
Es difícil reconocer que emociones pasaban por él. Creía conocerlo y de pronto es un extraño que me provoca náuseas de solo hablar, incluso ese perfume que le he regalado año tras año me parece vomitivo.
—Wanda, por favor. Es una mujer mayor —se quejó —. Una anciana, Wanda y es tu suegra.
—No por mucho espero —solté de pronto.
Traté de avanzar por un costado, y él salió tras de mí intentando impedir mi paso. No sabía qué sentir, jamás imaginé un enfrentamiento de estos, pero es uno de esos días en que James no parece el amor de mi vida, y aquello me frustra tanto. Es la primera vez en mi vida que nadie me dice como debo sentirme o actuar, parezco ir en pañales por un camino de rocas y mi esposo, quien debía protegerme, jala de mi brazo como si fuese una cuerda de su marioneta.
—James, atrás o gritaré —dije molesta.
—Soy tu esposo —dijo rápidamente para quienes nos veían —. No hagas un escándalo, las personas te ven.
—Se me olvidaba que mientras no te vean todo es posible —insistí alejándome.
—Wanda, he hablado con tu padre. Por favor detente antes de que sea tarde para informarte —dijo él.
Mi respiración se volvió irregular otra vez y sentí su mano intentando tocar mis dedos, me moví y él tomó mi muñeca.
—¿Qué le dijiste? Él no tenía que...
—Dice que en tu casa las cosas están complicadas y necesita solucionar en tranquilidad algunas cosas. Insiste en que debes cumplir tu deber como mi esposa y vivir en tu casa, conmigo. No dije nada, él decidió por ambos, debo ir por ti en la noche.
—No, James. No me iré —fui firme.
—No es tu decisión —insistió sin verme a los ojos.
—Ni la tuya, te pedí el divorcio.
—Ve y dile eso a tu padre entonces —dijo molesto —. Dile todo y que se conforme con verte fracasando en lo único que alguna vez te pidió. Tener una linda casa, con un esposo decente, a quien él respete. Si no eres capaz de hacerlo por él y mantener tu familia tranquila después de todo lo que está pasando tu pobre padre...
—Te respeta porque no sabe lo que hiciste... —bajé la voz. Él rió.
Sabe que ha dado donde me duele.
—Dile la verdad. Su hijo mayor no se ha casado, su hija va a divorciarse y su último retoño no hace más que faltarle el respeto. Muy bien, Wanda. Ve y dile todo, hazlo sufrir más.
Tragué saliva.
—No sabes de lo que hablas... Tú.... Tú ni siquiera... —suspiré.
Mis ojos arden, pero sé que si los cierro un poco, lágrimas caerán.
—Tiene 58 años y no ha tenido un solo nieto para presumir en sus reuniones, ¿crees que es feliz? Existen mil tratos que él podría cerrar por el bien del país, inversionistas y gente en el gobierno que adoraría trabajar con el general si tan solo tuviese un nieto. ¿Sabes toda la fe que tiene puesta en esta unión?
—No hablas en serio... —susurré.
—Dile la verdad, y ve como se desmorona. Yo perderé lo único que le da sentido a mi vida, pero no importa, porque desde que tú no estás a mi lado, nada es suficiente —dijo él.
Natalia apareció tras él con su bufanda en el cuello y el abrigo entre sus manos.
—Me he tardado, porque no recordaba el sitio de la salida, y al no verte en el asiento, no sabía dónde estaba —se burló.
Traté de evitar el contacto visual, y ella se quedó en silencio.
—¿Ocurre algo?
—James Barnes. Esposo de Wanda, un placer.
Pude oír como estrechaban sus manos y una charla incómoda donde él le preguntaba si éramos amigas, ella comentaba ser la novia de mi hermano y James intentaba ser cortés como si jamás hubiese sido un idiota con ella ocurría, pero mi cabeza tenía demasiada información que procesar, sabía que papá quería un nieto, pero jamás creí que parte de su carrera estuviese en juego con eso... Ha trabajado por tantos años... No puedo volver con James, yo... No puedo odiarme tanto como para regresar a donde me han dañado, pero tampoco puedo permitirme dañar a quienes amo. Sé todo lo que sacrificó papá para darme la vida que me dio...
—¿Wanda, te encuentras bien?
La mano de Natalia, tibia y suave tomó la mía, completamente helada. Nuestras miradas se cruzaron y respiré tragándome la tristeza hasta lo más profundo de mi vacío.
—James, ocho y media —dije al castaño—. Vámonos de aquí... —susurré lo último en el oído de Natalia.
La pelirroja no esperó más, tomó mi mano con fuerza y sin despedirse o darme tiempo para quebrarme delante de mi ex amor, me arrastró hasta su camioneta donde no dije nada. Ella condujo y me permitió aquello.
Incluso mis pensamientos parecían ruidosos.
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Natalia.
Conduje por la misma autopista casi cuarenta minutos mientras veía de reojo a la castaña secar sus lágrimas en silencio. No sabía que decirle, yo estaba igual o peor, pero definitivamente no me gustaba verla así. Wanda es mi escape a otro mundo, un mundo donde puedo sentirme yo sin ser diferente, y quiero que así sea también para ella, pero no podré lograrlo si no sé cómo hacerla feliz luego de que el idiota al que tiene por esposo aparezca haciéndola sentir así de miserable.
—Ya está oscureciendo —comenté viendo el reloj de la pantalla.
Son las ocho en punto, y si mal no recuerdo, ella se vería con el idiota a las ocho y media, lo que significa que tiene media hora para llegar. Deseaba llevarla a un puesto de comida mexicana cercano a un hospital de la ciudad, y tal vez pasar una noche agradable entre dos personas que se hacen bien, pero considerando lo anterior, creo que no será posible.
—Lo siento por este espectáculo —susurró algo ronca —. No acostumbro a que todo sea de esta manera, pero últimamente nada parece ser como de costumbre y...
—No te disculpes, no hiciste nada, Wanda —la detuve—. Creo que te confundiste de persona si crees que debes explicarme algo para justificar lo que haces.
Ella no dijo nada, pero un suspiro de alivio fue necesario para saber que había conseguido mi propósito de hacerla feliz.
—Gracias por siempre hacerme sentir menos tensa.
—Cuando quieras —le sonreí deteniendo el auto.
Su mirada recorrió la calle con paciencia, mis intermitentes nos hacían compañía y el suave Bob Dylan también, creo que siempre puede ser pacífico dar una vuelta en auto. Ayuda para aclarar los pensamientos, o no pensarlos tanto.
—Tenemos dos opciones —dije con rapidez. Bajé la ventanilla —. Puedo llevarte a tu casa, verás a tu esposo... —su mirada bajó — o puedo llevarte hacía el hospital San José y tendrás la mejor experiencia de tu vida en un carrito de comida mexicana —ella me observó hacía donde señalé —. San José está a diez minutos, podemos ordenar y puedo llevarte a casa... Si eso se acomoda más a ti.
Ella no dijo nada de inmediato, pero sonrió y acomodó su cinturón de seguridad.
—¿San José? No voy hacía allá hace mucho. Mis primeros de trabajo fueron allí. Luego me trasladé al servicio médico de la militarizada —comentó.
Sonreí.
—Eso suena poderoso, pero San José tiene los tacos al pastor de doña Elena Orea —dije yo—. Nadie los hace mejor que ella, créeme.
—Espero que no estés mintiendo, porque solo tendré veinte minutos más para comer y llegar a casa, no quiero que sea una decepción tras otra.
Reí.
—Yo jamás decepciono. Pregúntale a Pietro —bromeé y ella sonrió.
Los diez minutos más rápidos de mi vida, eso puedo asegurarlo. Wanda bajó del auto y sonrió al ver las luces frente al establecimiento de salud.
—Es un lindo hospital, es por eso que pago el seguro, me gusta que me atiendan aquí, y también a mi madre. Vale la pena si luego puedo comer un taco —señalé tras de mí.
Wanda se giró y observó el camión de tacos con una mirada llena de preguntas e inquietudes.
—Cumple con los permisos, incluso los doctores vienen aquí.
—Jamás comí en la calle —admitió y reí.
—No hablas en serio... —ella se sonrojó —. Oh, sí hablas en serio... Bueno, creo que podría ser una linda experiencia para vivir hoy... —ella se veía insegura —. No me gustaría que enfrentes lo que tengas en enfrentar con el estómago vacío.
Ella sonrió.
—Yo pagaré esta vez.
Tomé su mano y la llevé hasta el puesto. Saludé a doña Elena con entusiasmo y luego pedí dos de sus mejores tacos al pastor. Wanda iba a pagar con una tarjeta, pero la detuve y extendí el efectivo.
—Puedo ir a un cajero en el hospital —dijo ella y negué.
—Come esto, dime qué opinas...
Ella mordió una vez, luego otra y siguió comiendo sin detenerse. Le ha gustado.
—¡Es increíble! ¿Me he perdido de esto toda la vida?
Negué.
—Aún te queda mucha vida para no perderte —dije yo y le pedí dos tacos más a doña Elena.
—Ay, mija. Hoy tienes hambre.
—Un poquito —hice una seña.
—¿Hablas español? —preguntó Wanda y negué.
—Entiendo a doña Ele, puedo al menos. Pero no, me encantaría entender más.
Ella me observó en silencio y doña Elena nos entregó los tacos. Wanda lo tomó con entusiasmo y habló.
—Graciás —dijo sonriente. Doña Elena asintió.
—Gracias a ti, güera.
Wanda no entendió y yo mucho menos, pero fue lindo. Luego de comer entre risas y pedir para llevar, subimos al auto, ya eran ocho y treinta.
—Mierda, se nos pasó el tiempo... —murmuré.
Wanda suspiró.
—¿Te quedan muchos tacos?
Sonreí.
—Me quedan como... para una cena de dos y también me sobra una habitación libre.
Ella sonrió.
—Puedo pagar por el vino... —comentó —. Llévame a un lugar donde mi trajeta sea bienvenida, y luego a tu casa... No quiero ser miserable hoy.
Tomé su mano.
—Me encargaré de que no lo seas...
Encendí el auto y me alejé del hospital San José, hoy al menos había conseguido que ambas sobrevivamos a la incertidumbre.
Dejaré para mañana lo que no puedo solucionar hoy.
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Nota
¿Cómo están? Yo quiero escribir mucho, en serio. Sería lindo poder hacerlo. Consejo del día, del capítulo y para la vida, metas a corto plazo mucho más que a largo plazo. El largo plazo es riesgoso, elijan su comodidad.
—❝Apolo❞
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