13°
Natalia.
—¿Estás cansada? —preguntó Pietro acercándose a mí.
Me giré a verlo. Traía el saco en sus manos, lo dejó sobre mis hombros.
—No quiero que te enfermes.
—Gracias... —dije tomando los bordes del traje negro —. La noche aún es joven, no creí que los militares serían tan... No, realmente si lo esperaba —me corregí.
—¿El qué? —dijo sonriente.
—Que fuesen tan cuadriculados. Tan correctos —murmuré, para luego beber el vino de mi copa. Él me la arrebató y bebió lo último.
—No siempre lo somos, al menos yo... —se acercó unos centímetros —. Puedo ser un poco más atrevido que los demás.
Levanté la mirada encontrándome con sus ojos claros, su respiración me daba en los labios. Un aroma endulzado por el vino, y picante por la sensación alcohólica.
—¿Ah, sí? —susurré.
Fingía que no me costaba estar delante de Pietro como si no sintiera la tensión entre ambos, y unas ganas desesperantes por besarlo, tal vez solo sea el vino hablando, el vino y un poco más.
—Es solo que busco el momento adecuado, me gusta ser un caballero... —tomó una de mis manos —. Pero también puedo no serlo...
—¿Y de qué manera no lo serías? —fingí no entender.
Él sonrió, avanzó un paso más, y supe que nuestro espacio ya era uno. No había manera de detenerlo, la tensión debía romperse de una sola forma.
Él se acercó hasta mi oído. Yo pasé mis manos por sus hombros, y dejé que ser perdieran en su camisa bien planchada.
—Puedo enseñarte, solo necesito que me sigas... —susurró.
Tomando una de mis manos, la deslizó por su mejilla y dejó un beso en ella. Volví a respirar por mi cuenta, asentí sin poder formular si quiera una respuesta afirmativa.
Pietro avanzó conmigo por entre las personas que quedaban en la fiesta, subimos una de las escaleras a paso rápido, él saludaba con asentimientos corteses, y de igual manera se despedía, mientras yo me mantenía tras él, oliendo el perfume, sintiendo la dureza en sus manos.
Las manos de un soldado extremadamente dulce y bondadoso, esa suavidad de su alma no estaba presente en su tacto. Aquello solo lo volvía más interesante.
Llegamos hasta una de las habitaciones, y me llevó dentro sin decir una palabra.
Me encontraba en una habitación de colores oscuros. El gris y el ocre reinaban por todos lados, la pulcritud de la cama tendida y los sofás sin una sola mota de polvo, me hacían sentir vergüenza por lo mal acomodada que estaba mi casa.
—Es mi habitación. Sé lo que dirás, soy mayor para vivir aquí, pero no estoy demasiado en la ciudad, solo para algunas festividades. Mi madre no soportaría que otro de sus hijos se fuese de casa —avanzó por la habitación hasta llegar al sofá.
Hice una mueca. Sí él supiera que su hermana tampoco parece que se irá muy pronto...
—Comprendo, es una habitación linda. Muy tú... —argumenté observando los libros del anaquel.
—¿Muy yo? —preguntó y me giré para verlo.
Capté como se quitaba la corbata y abría un par de botones de su camisa, dejando ver su pelo en el pecho.
Joder.
Pasé de una rata lampiña a un leñador del bosque.
—Pulcro, decente, limpio.
—Puedo ser bastante menos decente —susurró separando las piernas.
Oh, mierda.
Tragué saliva, él estiró su mano y me acerqué para quedar sobre su regazo. Podía sentir su miembro presionar contra mi piel, el deseo me quemaba tanto que mi garganta se cerraba.
¿Realmente haremos esto?
—¿Quieres que vaya más allá? —susurró besando mi cuello.
Jadeé mientras sus manos cayosas me recorrían los muslos. La barba de Pietro me raspaba el cuello, justo en donde sabía que mi pulso acelerado se sentía palpitar.
—Sí, eso quiero —dije observando su camisa.
La abrí lentamente, una de sus manos se deslizó debajo de mi vestido y por sobre la braga, logrando que mi cuerpo respondiera.
Separé las piernas y él levantó la mirada, me indicó con sus preciosos ojos claros que necesitaba ayuda con su pantalón, y me encargué de eso.
Me mantuve de rodillas hasta que el soldado logró relajarse, dejando su semilla dentro del preservativo y mi cuerpo con ganas de más.
El sudor le recorría el pecho y bajaba por su abdomen, respiraba agitado, y sus pantalones chocaban en el suelo.
—Eres increíble... —susurró y echó la cabeza para atrás —. Ven aquí...
Subí a su lado, mientras lo veía acariciarse para esperar un segundo round.
—¿Te gustó? —pregunté acariciando su rostro.
Él sonrió.
Ambos perdimos el tiempo, y también el control, acariciándonos. No hubo necesidad de una penetración para sentir que era un disfrute mutuo, incluso si en un inicio quería sentirme llena de él, me dio gusto saber y sentir que no era necesario de un falo para tener un orgasmo o dos.
Caí sobre su pecho, y nos besamos por unos minutos, Pietro era muy dulce conmigo, incluso me cubrió para que no me sintiera expuesta, buscó paños calientes, y me ofreció refrescarme, sin embargo opté por darme una rápida ducha en su baño, al salir lo encontré observando su móvil algo preocupado, y decidí preguntar.
—¿Ocurre algo? ¿Deseas que me vaya?
Él levantó la mirada y negó.
—Es mi hermana. Necesita ayuda, eso creo. Peter ha texteado, no entiendo a qué se refiere —dijo extrañado —. Es un adolescente, no me sé nada sobre sus códigos.
Me acerqué a él.
—¿Puedo?
Extendió su mano con el móvil, lo tomé y reí.
—Dice que necesita de tu presencia en el salón, y que ocurre algo con tu madre... —mi tono de voz bajó.
Él me observó con preocupación. Buscó sus pantalones y camisa, me vestí con la misma rapidez que Pietro, y bajamos las escaleras tomados de la mano.
Al llegar al salón, oímos algunos gritos, no demasiado altos, pero sí bastante preocupantes.
—¿Por qué no puedo quedarme, papá? Solo quiero cuidar a mi madre —se quejó Wanda.
El general se encontraba caminando de un lado a otro, con el rostro tenso.
—Wanda, es tu deber como esposa estar con James.
—¡Mi deber como hija es cuidar a mi madre!
—¡Tu madre está bien!
—¡No, no lo está, ni siquiera sabías de sus exámenes!
Peter se giró a vernos, y con eso la atención de la familia se tornó hacía nosotros.
—Buena noche, eh —bromeó el ruloso.
Me sonrojé, y la mano de Pietro se tensó.
—Peter, no molestes a tu hermano —regañó Erik, sin embargo sonrió en dirección a Pietro —. Soldado, no comentó que la señorita Romanoff se quedaría esta noche, ¿le han preparado ya un cuarto? —se giró a un hombre de traje —. Happy, encárgate de esto.
—Sí, señor.
—Dile a Jarvis que le ofrezca un pijama de seda a la señorita.
—Sí, señor. Enseguida.
El hombre canoso se alejó con rapidez, todos parecían muy acostumbrados a esa normalidad, sin embargo yo... ¿Pijama de seda? ¿Mayordomos? ¿Es esta la casa de Bruce Wayne acaso?
—General, permiso para descansar.
—Descanse, soldado.
—Señor, la señorita pasará la noche en casa si es lo que ella desea, señor. De momento, me han informado que mi presencia era necesaria aquí.
Su padre enarcó una ceja, y mi mirada se cruzó con la de Wanda. Ella sonrió, y correspondí a su sonrisa.
—¿Qué? No, no es necesario, soldado. Su hermana y yo estamos teniendo una conversación sobre sus obligaciones como esposa del soldado Barnes.
Noté que Pietro se tensó un poco. Creo que no le agrada demasiado Barnes. A mi tampoco, honestamente.
Seríamos una gran pareja.
Volviendo al asunto de Wanda... ¿Obligaciones como esposa? ¿Dónde queda el amor? ¡El amor propio! No es que yo sea la indicada para hablar de ello, pero al menos no me rindo buscando a alguien. Pietro es la prueba.
—Papá... —Pietro habló y el general Lehnsherr le dio la espalda.
—Soldado, debería llevar a su invitada hasta el cuarto, puede volver al salón para ayudar a convencer a su hermana.
Pietro no dijo nada, simplemente me acompañó fuera del salón bajo la mirada atenta de sus hermanos y padre.
—Lamento que tengas que ver esto. No suele ocurrir.
Él bajó la mirada como un cachorro regañado, y negué.
—Me gustaría que... —él asintió sin que yo dijera algo aún. Sonreí —. Ayudes a tu hermana, ella no puede aguantar que la obliguen a irse, quiere cuidar de tu madre. Es su derecho, solo serán unos días.
Él se sonrojó.
—Creo que...
—Sé que no debería entrometerme, pero te prometo que no es lo que quiero. Me gustaría saber que estoy saliendo con un chico que tiene los ideales decentes y no de un señor de ochenta años. Tu hermana es una gran chica, fue muy dulce conmigo —insistí.
Él sonrió.
—Iba a decir que creo que me agrada saber que mi linda hermanita también te conquistó, y no solo yo... —susurró acariciando mi mejilla —. Sé que Barnes es un idiota, y que Wanda tiene todo el derecho a cuidar de mamá. No sé como convencer a mi padre... —admitió —. Es un general a fin de cuentas.
Suspiré. No se me ocurre nada... Siempre tengo ideas, por más imbéciles que parezcan, pero ahora estoy en blanco, y no deseo que aquella dulce chica, que fue tan amable conmigo, deba volver con ese idiota si no lo desea. Incluso si lo ama... Ella debe decidirlo, no su padre o un papel.
—¡Ya sé! Dile a tu madre. El amor lo puede todo, de seguro ella puede convencerlo.
Pietro asintió, me besó, entusiasmado por la respuesta.
—Eres tan lista como guapa, Natalia.
Me sonrojé.
—Y tú... tú también —dije avergonzada. Él sonrió.
Volví a besarlo.
Realmente lo deseaba. Pietro despertaba en mí un sinfín de sensaciones ridículas, su amabilidad y forma de tratarme me hacían sentir como Tony nunca pudo. Es realmente bueno y guapo, además de ser bueno con las manos...
—No podemos... aquí —susurró y noté que alguien nos veía —. Te están esperando, Jarvis te llevará a tu habitación. Descansa, Natalia. Nos veremos temprano.
Besó mis manos y se alejó a pasos apresurados.
Su reacción me descolocó un poco, pero supongo que es parte de conocer a alguien... Eso creo.
Me giré y vi a un hombre castaño y delgado.
—¿Jarvis? —pregunté.
—Sígame, señorita Romanoff.
Es Romanova... ¿Acaso todos me prefieren estadounidense?
[•••]
W
anda.
—Erik, te he dicho que mis exámenes están bien, solo me gustaría tener un momento con mi pequeña. Acaba de regresar de su luna de miel, y podrá pasar el resto de su vida con el mequetrefe de Barnes.
—Cielo, no hables así de James. Es un gran soldado, ha servido a su nación de la misma manera que tu esposo e hijo —murmuró papá.
Mantenía la cabeza gacha observando a Pietro quien sería cruzado de brazos junto a la chimenea.
—James es un idiota, no sé por qué te haz casado con ese pedazo de excremento —dijo Peter.
—Shs—dije golpeando su muslo.
—Alexander Petraeus Lehnsherr —habló papá molesto —. A tu habitación, es hora de dormir.
—Papá, tengo...
—Petraeus —insistió.
Mi hermano enrojeció de la rabia.
—Peet, ve a dormir, te llevaré helado temprano —dije tomando su mano. Él suspiró.
—Soy Peter Maximoff —dijo antes de salir del salón de papá.
Él negó sin entender.
—¡Les doy todo, joder! ¡Todo! ¿Por qué necesitan contradecirme todo el tiempo?
—Papá, nadie...
—¡Su apellido es Lehnsherr y tú te casaste! ¡Con uno de mis mejores hombres, Wanda! James es como un hijo para mí.
Suspiré.
—Quiero cuidar de mamá, será una semana y ya—dije rápidamente.
Mi voz se quebró. De pronto sentí los brazos de mi madre rodearme.
He tratado de ser fuerte todo este tiempo, pero ya no puedo más. Necesito saber qué hacer con James, o de lo contrario perderé la cabeza, y no quiero eso.
—
Una semana, Wanda. No llores más, amor. Sé que James entenderá —dijo papá acariciando mi cabello —. Ve a dormir, yo cuidaré de tu madre durante la noche. Irina, te prepararé un baño.
—Gracias, Erik.
Papá se fue de la habitación, y mi llanto incrementó contra el pecho de mamá. Realmente no sé qué hacer.
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