10°
Wanda.
El sol me quemaba los muslos mientras la arena caliente abrazaba mis pies.
Es realmente relajante leer desde aquí, incluso si no soy una lectora tan comprometida. Mamá siempre insiste en que debo seguir enriqueciendo mis conocimientos, sobre todo porque ser la esposa o familiar de un militar requiere de visitas sociales frecuentes, y agotadoras.
—¿Piensas hacer algo más que leer? —dijo James dejando su cerveza a mi lado.
—¿Piensas hacer algo más que beber? —dije tomando su cerveza.
Él me la arrebató antes de que llegara a mis labios.
—No es una bebida para damas —se quejó él.
Giré los ojos y tomé un puñado de arena para lanzarlo a su pecho.
—¿Entonces no podré beber un poco para relajarme? Es mi luna de miel.
—Nuestra, y no de esto. Iré a pedirte algo más al bar —comentó poniéndose en pie —. Todo por mi esposa...
Sonreí.
Vi a James alejarse con sus bermudas color azul y la cerveza en mano. Él definitivamente no me dejaría beber de ella.
Volví la mirada a mi libro. El amante de Lady Chatterley. Fue un regalo de Peter, mi adorado Peter... Lo extraño tanto, y no he tenido el valor de hablar con él. Temo que sienta que debe odiarme por seguir con la idea de casarme, aunque él me avisó de lo que sabía.
Llevo la mitad del libro, y cada que se hace mención a la infidelidad de Connie, no puedo evitar sentir que la bilis me sube por la garganta quemando todo a su paso.
La infidelidad me parece asqueante, no puedo siquiera evitarlo. El dolor me hace sentir como una mujer con pensamientos retrógrados al temer que siquiera la voz de una mujer de cruce con la de mi esposo, pero supongo que es algo que en algún punto se irá. No solía sentirme tan dependiente de que mi esposo fuese únicamente mío.
—He traído un poco de espumante para ti —dijo James.
Estiré mis labios, y él me besó con dulzura.
—Gracias, cielo...
—Lo que mi esposa necesite es mi prioridad —susurró acariciando mi rodilla.
—James... —lo alejé intentando que controlara sus manos.
—No puedo evitarlo.
—Pues intenta.
Suspiró y dio otro sorbo a su cerveza.
—Ya no está fría. Joder. Esperaré a que venga algún vendedor o mozo del bar, y pediré otra.
—Bebe eso, no es necesario que...
—Estoy sediento.
James observó el mar en silencio, y yo también. No quería decir más, al parecer mi terquedad le molestaba. Y no es que yo fuese alguien demasiado terca, mamá suele decir que soy obstinada.
—Buenas tardes, joven. ¿Gusta probar de esta nueva cerveza? —preguntó una chica morena.
Ella y su acompañante eran dos modelos despampanantes. Mujeres curvilíneas, de pieles suaves y aperfumadas como las que el televisor te enseña queriendo vender pastillas para adelgazar. No tengo nada en contra de ellas, sin embargo noto la forma en que ven a James.
—¿Está fría? —dijo sonriente.
—Desde el congelador —rió la pelirroja.
Se puso de rodillas delante de mi esposo y destapó la hielera. El frío le congelo la piel y pude verlo a través de la delgada tela de su bikini.
Bajé mi libro. James sonrió.
—Es justo lo que buscaba.
Mi garganta quería cerrarse ante la ansiedad que me provocaban estas interacciones. Es demasiado para mí.
Me levanté, alejándome de la escena sin decir una sola palabra. El corazón me dolía, estaba acelerado y rencoroso viendo como no importaba si lo veía o no, él tendría a tantas mujeres como quisiera, siempre.
—¡Wanda! ¡Wanda, ven aquí!
No me detuve. Llegué hasta la habitación y cerré la puerta tras de mí, él la abrió unos minutos después y comenzó a gritarme. No dije nada.
Realmente no quería decir palabra alguna. Ni siquiera le presté atención a sus gritos, para mí era mucho más importante pensar en la manera que aquella mujer que me robó su amor una noche antes de la boda, lo atrajo hacía ella y logró hipnotizarlo hasta volverlo suyo.
¿Qué tenía ella? ¿Por qué yo me sentía tan desechada sin siquiera conocer a la mujer tras las sábanas del que llamaba mi esposo?
—Quiero el divorcio, James —dije de golpe y él se calló.
Al fin había silencio en mi corazón.
[•••]
Natasha.
—Ha sido un gran día, ¿no lo crees? —preguntó Pietro observando la cafetería.
—Preparan buen café.
Él rió.
—Aún no me creo que la vida volviese a ponernos en el camino del otro, ¿no suena a locura la forma en que nos conocimos y de pronto estamos juntos aquí?
Levanté la mirada desde mi muffin de chocolate, y me encontré con el cristalino color de sus ojos infantiles. Tiene una mirada muy pura.
Pensé en lo que dijo, y tal vez tiene razón. Lena me ha cancelado hoy, porque les han regresado el llamado desde el lugar donde estaba su pequeña hija, debían ir por ella y le supliqué que olvidara esto y fuese, y por otro lado, a Pietro su madre le ha cancelado el café, pues se está tardando en el doctor y quería ir sola a su cita, por lo que se reunirían aquí sin problema, y no ocurrió. Ambos acabamos sentados frente a la mesa del otro y nos notamos en silencio, y total soledad.
—Suena a un plan muy premeditado, ¿me estás siguiendo? —bromeé y él sonrió.
—No me gustaría presionar a una dama como tú a salir conmigo, pero agradezco que la vida esté de mi lado.
Sonreí.
—Es la segunda vez que nos vemos.
—Tercera si cuentas el celestinaje de mi madre y Clinton.
—¿Ya te deja llamarlo así? —pregunté extrañada.
Creí que ahora solo deseaba ser llamado Clint.
Pietro no contestó, sin embargo mantuvo su mirada fija en mí.
—Creo que nos conocemos poco para que sepas que tipo de dama soy —fui sincera.
Honestamente no deseo más decepciones, y Pietro Lehnsherr me parece mucho más de lo que yo podría aspirar. Es como Anthony.
—No es muy difícil notarlo.
Enarqué una ceja.
—¿Me dijo predecible?
Él rió.
—No, pero por la forma en la que hablas sé que eres una mujer sencilla, independiente, y muy amiga de tus amigos. Clint no dice sino maravillas sobre ti, y eso quiere decir mucho.
—Somos mejores amigos desde la universidad.
—Estudiaste —dijo sonriente — ¿Qué estudiaste?
—Fotografía, diseño gráfico es mi mención.
Él ya sabía eso. Clint y yo hemos estudiado lo mismo.
—Impresionante.
—¿Has visto el trabajo de Clinton? Bueno, te fotografió, pero además de eso...
—Me enseñó un poco de todo por mensaje. Tiene un gran trabajo, pero me gustaría ver lo tuyo.
—En mi instagram...
—No tengo redes sociales.
Enarqué una ceja.
Atractivo, educado, amante de la familia, ama a su madre y no posee redes sociales, ¿es posible?
—No te creo. El mundo se mueve en la tecnología.
—Mi mundo funciona diferente, Natalia —comentó él —. No existe el internet en la selva...
Sonreí y él también.
—¿Eres feliz haciendo lo que haces? —pregunté y él no contestó de inmediato.
—Yo...
—Error. Demasiado tiempo de espera para responder a mi pregunta.
—Me atrapaste. Familia difícil —admitió —. En ocasiones me gustaría descansar un poco más, pero me he acostumbrado con el paso de los años.
—¿Qué edad tienes? No te lo había preguntado antes.
—Tengo treinta y cinco años. Bastante felices, lo prometo.
—Te ves más joven.
Él sonrió.
—¿Crees que sea demasiado tarde para volverme chef?
—Nunca es demasiado tarde para cambiar nuestras vidas —dije yo y él asintió.
—Si quisiera ser chef, tomaría ese consejo. Realmente me gusta lo que hago, me ha tomado sudor y lágrimas. El ejército de los Estados Unidos es mi segundo hogar, somos una familia.
¿Familia?
El ejército de los Estados Unidos no ha hecho sino provocar dolor.
—¿De sangre, no? —dije algo molesta.
No quería oír a otro soldadito de plomo siendo condescendiente conmigo. Estoy harta de falsedades.
Él y yo mantuvimos la mirada fija en el otro. Su sonrisa creció.
—Es la parte que no me gusta, pero intento hacer mi parte para evitarlo.
—Claro, solo matas cuando debes hacerlo, porque significa un peligro para la madre patria —me burlé y él negó.
—Solo he jalado el gatillo tres veces con el propósito de darle a alguien, y solo una vez he fallado ocasionando una muerte, y créeme, no estoy orgulloso de eso —dijo serio —. No tengo los métodos del resto, y me ha costado el triple llegar hasta donde estoy.
La honestidad en su voz y la forma en que no se doblegaba me hacía querer confiar en él, pero me instinto me pedía a gritos que cerrara cualquier oportunidad que tuviera un hombre para poder mentirme.
—Me gustaría creerte.
—Pero no lo haces, y tampoco quiero que te fuerces. Entiendo que es difícil confiar en la línea del frente, el gobierno, los soldados e incluso la policía somos sinónimo de un poder abusivo. Lo entiendo.
—Lo lamento —fui sincera —. En serio me pareces interesante y eres muy atractivo, pero...
Su mano tomó la mía.
—No soy como los demás, te lo aseguro.
En eso mi mirada bajó a sus tiernos labios, y una oleada de familiaridad me inundó. Nos besamos en aquella cafetería, y pagamos la cuenta.
No bastó demasiado para que me convenciera de darle otra oportunidad, y aquello acabó con su camisa planchada en el suelo de mi habitación y mis manos perdidas en su cabello mientras nuestros labios de buscaban.
—No, no podemos —me detuvo, y se alejó de mí —. No quiero que sea de esta manera.
Me sonrojé.
El labial que Kara había asegurado que era a prueba de agua, no lo era. Estaba completamente destruído por el rostro y cuello del castaño, incluso parte de su pecho estaba manchada de mis necesitados labios.
—Lo siento... yo... Dios. Debes creer que no tengo compostura.
—Creo que... Podríamos conocernos más. Habrá una reunión en casa de mis padres a final de mes, estará toda la familia y quizá sería bueno...
—¿Quieres que vaya? —pregunté acomodando mi vestido.
Él asintió cerrando la parte de atrás.
Es un caballero.
—Me gustaría. Mamá parece fascinada contigo, y tú eres... Increíble. Podrías llevar a Clinton, es mi amigo y por lo general mi hermano menor invita a un par suyos... —explicó con un nerviosismo adorable.
—Está bien, yo... Creo que sería bueno.
—¿De verdad?
La ilusión se le veía, y eso me hacía sentir mucho más ilusionada. ¿Realmente creía que era bueno involucrarme con él o temo no ser amada jamás?
—Sí, de verdad.
Él sonrió.
Lo vi acomodarse la camisa, pactar una cita e irse no sin antes besar mis manos y mejilla con ansiedad. No me exigió un beso como los anteriores y tampoco insistió en tocarme de otras maneras.
En un mundo lleno de hombres, él es un caballero. Realmente lo es.
¿Acaso es el indicado?
Me gustaría saberlo.
Nat: tengo una cita con el adonis terminator.
La llamada de Clint apareció en mi pantalla de inmediato. Él parece mucho más ilusionado con Pietro que yo.
—¡Cuéntame todo!
Sonreí.
Nota de autor:
¡Hey! ¿Cómo están?
—Codito.
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