Prólogo
.
El amor puede curar.
El amor puede reparar tu alma.
Y es lo único que sé.
.
Te conocí, un día martes por la tarde, el sol estaba a punto de desaparecer, iluminando con sus últimos, débiles, y finos rayos la ciudad. La luz anaranjada teñía todo a su paso, y entre tanto, observé tu característica cabellera, que a la luz del atardecer provocaba que destellos color salmón se te reflejaran.
Fue la primera vez que te vi, y que guardé en mi memoria como si de una cámara fotográfica se tratara, un recuerdo congelado, que por alguna extraña razón, me tenía hipnotizado.
Me acerqué lentamente, algo tímido, sin saber cómo dirigirte la palabra para intentar establecer aunque sea una mínima y banal conversación. No entendía la razón, mas deseaba aproximarme, tenías un 'algo' que me llamaba, y hacía que destacaras en medio del paisaje.
Estabas apoyado en un barandal, observando al igual que un par más de parejas que allí se encontraban, el atardecer; aunque, debo admitirlo, esas personas no tenían protagonismo dentro de mi cabeza, solo eran extras dentro de la escena.
No me di cuenta, pero una de mis agujetas estaba desatada, y a tan solo metros de ti, tropecé. Aunque pude agarrarme del barandal, el mismo en el que tú estabas apoyado un poco más allá. No caí, por suerte, aunque sin duda fue vergonzoso, demasiado vergonzoso.
En ese momento abriste los ojos, me di cuenta de que tus párpados estaban cerrados cuando ya estuve cerca, y se abrieron de par en par, volteando hacia mi dirección, deduzco que por el ruido que provoqué al casi impactar con la acera. Vamos, yo también habría volteado.
Tu cara de impresión, alerta, pero sobre todo, tus ojos.
Dios, tus ojos.
Un maravilloso cielo color cyan, con tonalidades turquesa; un mar cristalino idéntico a los que se encuentran en postales de los más paradisiacos lugares del mundo, una maravilla inigualable, toda una obra de arte.
Me quedé embobado, y volví a conectar con el mundo al ver tu palma pasando frente a mi cara de lado a lado, con una expresión de confusión en tu rostro, una mezcla extraña en la que no sabías si la persona frente a ti estaba a punto de desplomarse o si acaso te habías topado con un demente por la calle y debías salir corriendo.
O al menos eso fue lo que intuí.
"¿Estás bien?" Me preguntaste, y yo, aún sin reaccionar del todo, respondí torpemente que sí, en un balbuceo. Asentiste, mirando hacia otro lado, dispuesto a irte del lugar. Antes de que pudieras hacerlo, volví a la tierra completamente, sacudiendo la cabeza y sintiendo un ligero tono carmesí asomarse en mis mejillas por la vergüenza. Rasqué mi cabello, por detrás de la nuca, reincorporándome en un movimiento rápido para hacer que te quedaras un poco más conmigo. Pregunté por tu nombre, soltando luego un "¿Eres nuevo en la ciudad? Jamás te había visto", rezando internamente porque así fuera, porque si bien era cierto que jamás te había cruzado por la calle, el que no solía salir de casa era yo, así que perfectamente podías haber sido perteneciente a la ciudad de toda la vida y yo sin enterarme, quedando por segunda (o tercera, ya no lo sé) vez como un estúpido frente a ti.
Pareciste pensarlo unos segundos, pero luego volviste a asentir, soltando un "Sí" por lo bajo. Quería saber más sobre ti, pero no encontraba las palabras, no quería sonar como un entrometido, mucho menos porque recién acababa de cruzar un par de palabras contigo; sin embargo, creo que supiste leerme, y luego de lo que pareció un bufido, diste media vuelta en tu lugar, apoyando así tu espalda en el barandal, quedando en contra de los débiles rayos del sol.
"Nos mudamos hace apenas una semana, con mi madre. Nos solemos cambiar mucho de ciudad, por el trabajo de papá, él aún se encuentra arreglando unas cosas en la anterior casa, en Okinawa."
No quise preguntar por el trabajo de tu padre, no quería sonar metiche, sin embargo, lo utilicé como excusa para seguir con el tema, comentándote que mis padres también solían viajar mucho por negocios, sin profundizar demasiado. Juraría haberte escuchado soltar un "Es agotador" en un suspiro, mientras entrecerrabas los ojos y el color cyan y turquesa se volvían opacos. Quise decir algo para animarte o cambiar el tema de conversación, pero antes de poder hacerlo, tomaste aire, despegando tu espalda del barandal y dibujando en tu rostro una expresión más despreocupada, ¿Feliz? No encuentro la palabra.
"Como sea" dijiste rápido, subiendo los hombros. "Mañana debo ir a inscribirme al instituto, y rogar para que el director no me haga repetir año o dar exámenes especiales por mis calificaciones" reíste, "Digamos que las cosas del estudio no se me dan del todo bien, es algo difícil cuando vives de mudanza en mudanza".
"Claro, puedo imaginarlo", confesé, aunque no del todo seguro; si era cierto que mis padres vivían viajando, sin embargo, yo nunca había tenido que mudarme debido a su trabajo, siempre me habían mantenido en la misma ciudad, aunque aquello implicara crecer siendo criado por empleadas del hogar más que por mis propios padres. "¿A qué escuela asistirás? ¿Sabes cómo llegar?" te pregunté, era difícil que lo supieras si apenas llevabas una semana aquí.
"No realmente" admitiste, llevando una mano por detrás de tu cabeza, rascándola. "Hoy intenté llegar al lugar, pero me perdí y terminé aquí" una vez más, tu movimiento de levantamiento de hombros, como si nada te preocupara, una cualidad que me impresionó desde el principio.
Siempre fuiste así...
"Voy al Raimon, o eso se supone que tengo que intentar" dijiste finalmente.
Tenía muchas dudas en mente, demasiadas incógnitas, creo que pudiste notarlo ya que segundos después me preguntaste que qué me pasaba, y luego de unos cortos momentos intentando formular una frase coherente, te pregunté: "¿Cómo es que llegaste hasta aquí si planeabas ir al Raimon?"
Así es, habías caminado en dirección contraria y terminado cerca de mi casa, la cual quedaba a unos 40 minutos de la escuela caminando.
"Creo que estás peor de lo que pensé" solté, aguantando las ganas de reír al ver tu cara de impresión ante el fracaso de intentar seguir las instrucciones de Google Maps. "Para tu suerte" continué luego de tomar algo de aire, "Yo asisto al Raimon, puedo acompañarte mañana si quieres" terminé la frase con algo de inseguridad, ¿Qué se suponía que responderías? Acabábamos de conocernos hace menos de veinte minutos y prácticamente no sabías nada de quién era.
A pesar de eso, dijiste que sí.
Con una seguridad infinita, como si nos conociéramos de toda la vida y pudieras confiar plenamente en mí.
Luego de eso recibiste una llamada, era tu madre preguntando dónde estabas y que si sabías cómo volver a casa, creo que ya sabía que lo de las calles no se te daba bien. Te dio unas indicaciones, se despidieron, y luego guardaste tu teléfono, con una expresión de derrota al saber que el paseo por la ciudad te llevaría más de veinte minutos en autobús para llegar a tu casa.
Antes de despedirnos, me pediste mi celular un momento, y luego de presionar unas cuantas veces, me lo devolviste. En la pantalla estaba tu número de teléfono, me detuve unos segundos para agendarlo, sintiendo como en ese mismo momento te echabas a correr para no llegar más tarde a tu hogar.
Oh, mierda.
En ese momento lo recordé.
"¡Hey, espera!" grité, tú te volteaste confundido, y yo comencé a correr en tu dirección para no tener que seguir gritando en medio de la calle.
"No me dijiste tu nombre", dije cuando ya me encontraba cerca.
Tus labios formaron una pequeña y perfecta "o", y luego echaste a reír dándote una palmada en la frente.
"Mucho gusto, soy Kirino, Kirino Ranmaru".
Sonreí.
"El placer es mío, yo soy Shindou Takuto".
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top