XXVI | Αποκάλυψη | Final
| Español: Apocalipsis |
| Canción de multimedia: G Minor - Luo Ni (adaptación del Prelude and Fugue in C Minor de Bach) |
Hannah
El cuerpo de John desapareció tras entrar a la Puerta del Tártaro, él había declarado que se encargaría de traer de regreso sana y salva a nuestra hija mientras que yo acabaría con toda esta bola de locos sectarios.
—Tú debes de ser la madre de aquella niña. —Una voz femenina se alzaba detrás de mí, por encima de todos los disparos. Me giré, era la tal Dayan—. Debes de ser la nueva perra del Médico.
—¿Cómo me llamaste? —cuestioné enojada. la enfoqué, los disparos estaban rozándonos.
—La nueva perra de John —volvió a decir mientras sonreía y desenvainaba su espada—. Disfrutaré acabarte al igual que él nos acabó.
—No voy a pelear contigo —elevé mi arma y le apunté—. No tengo ganas de perder mi tiempo contigo.
Disparé. Y del golpe, cayó gritando al piso. Bajé el arma y suspiré.
—Pe... Pe...
—Tranquila, no morirás, apunté demasiado bien para solo atravesar músculo. ¿Creías que iba a pelear con ustedes? —pregunté mientras me acercaba con esposas en mano—. No, yo solo vengo por mi hija y por si fuera poco, a arrestarlos por secuestro e intento de homicidio.
—¡¿Pero tú qué eres?! —chilló Dayan, intentando detener su propio sangrado.
—Soy policía —respondí alegremente. Tiré de su brazo y la levanté para colocarle las esposas—. Dayan Hepburn —grité por encima de los disparos. Los cuales cesaron ante mi voz—. Queda usted arrestada por ser cómplice de secuestro e intento de homicidio; tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede y será usado en su contra y lo más importante, tiene derecho a un abogado cuando sea presentada ante el Consejo.
Coloqué mi mano dominante sobre su cuello y tirando con fuerza, la arrastré al centro del vestíbulo para que todos nos pudieran ver. Y cada persona, sin importar si fuesen del Arrabal o del Ágora nos pusieron atención.
—A todos los habitantes del Ágora, les doy la oportunidad de rendirse; suelten sus armas y no terminarán en la cárcel —Di un puntapié a las rodillas de Dayan y esta cayó sonoramente en el piso—. El reinado de terror se ha terminado, ¡son libres! Pueden gobernarse como quieran.
Cada persona soltó sus armas, algunos elevaron las manos en señal de rendición, otros tantos abrazaron a la guardia negra de Eduardo y otros muchos —cobardes a falta de mejor expresión— se suicidaron.
Gritos de júbilo fueron sustituyendo la atmósfera de miedo del Gran Teatro Real.
Me incliné en dirección a la líder Bacante.
—Ves —murmuré en su oído. Ella tenía la cabeza agachada—. Podíamos haber sido buenas amigas, pero seguiste al Cirujano y a su secta. ¡Podríamos haber sido comunidades amigas! —Elevó su cabeza y sus ojos estaban inyectados de sangre—. Ahora te pudrirás en la cárcel, lejos de todo esto. —Súbitamente, se incorporó y me dio un cabezazo—. ¿Qué te pasa? —pregunté tomando mi nariz. Un hilo de sangre brotó—. ¿Quieres pasar toda tu vida en una reja?
—¡No lo entiendes! —gritó y un sonido de un piano interrumpió su lamento. Un extraño ánimo nos inundó a todos. Dayan, por otro lado, había abierto los ojos como platos, preocupada por aquella canción—. Ícaro...
—¿Ícaro? —pregunté—. ¿Quién es Ícaro?
Y antes de que me respondiera, un disparo se escuchó y la sangre me empapó los ojos y la frente. Dayan había muerto a causa de una bala perdida.
—¡Quién lo hizo! —grité enojada mientras sujetaba el cuerpo sin vida de la líder Bacante—. ¡Ordené que no dispararan!
Todos se quedaron en silencio, apuntando a una persona del fondo.
Con el ceño enfurecida, caminé hacia el susodicho; poco a poco, la guardia negra y prisioneros se iban abriendo, el piano se iba acelerando más y más. Estaba hecha un caos.
Primero, había logrado arrestar a una persona que le hizo la vida imposible a John en su juventud; segunda, había logrado acabar con una masacre que iba a ser estúpida, una guerra contra una comunidad que podría aportarnos y así crear otra vez comercio.
Y tercero, estaba cubierta de sangre.
Y eso no me gusta, ¡podría estar manchada de todo! Menos de sangre, no señor.
Al acercarme a las últimas personas que se separaban, observé con sorpresa al individuo; Beta se encontraba apuntando con el arma, respirando agitadamente.
Sí, lo habíamos rescatado del calabozo, sí, estaba en estado famélico y sí, ahorita estaba bajando lentamente su brazo.
—¿Por qué lo hizo? —pregunté, quería sonar enojada pero, en cambio, tenía curiosidad.
—Si algo me ha enseñado mi encierro, es a leer otras cosas aparte de clásicos griegos —respondió Adam mientras tendía el arma hacia mí, la tomé—. El apocalipsis es lo mejor porque no podemos vivir con ellos encerrados...
—¿Apocalipsis? —volví a preguntar. Él asintió.
—Sí, purificación, conseguida a través del caos. —aclaró, levantando los hombros—. Para así tener una sociedad tranquila y pacífica.
—¿Y quién cojones va a liderar el apocalipsis? —preguntó Eduardo, interrumpiendo nuestra conversación. La música crecía a cada momento—. Y por favor, ¡pueden callar ese puto piano!
—Yo lo haré —respondió el afroamericano. Nos tendió su mano, a ambos—. Mucho gusto, mi nombre es Adam Leroux, para servirle a Zeus y a ustedes.
—Eduardo Black, para servirle a Dios y a las causas chidas —respondió el susodicho, tomándole la mano.
—¿Alguien puede decirme qué ocurre? —pregunté.
—Diplomacia —respondió Adam. Soltó la mano de Eduardo y me la tendió—. Son una comunidad poderosa y prefiero mantenerlos como aliados.
—¿Cómo sabré que no nos está mintiendo, Beta? —contraataqué con una pregunta.
El afroamericano bajó su mano y quitó su sonrisa.
—No la tienen —respondió serenamente—. Como puedo ser un simple actor que quiere mantener vivo el espíritu alegre de este enorme recinto, como puedo ser un asesino de la misma calaña de Dayan y Garrett... Por cierto, ¿acabaron con él, no?
Negué y como respuesta divina, un disparo sonó en toda la instancia, rompiendo el sonido del piano. Sin preguntar, corrí directamente a la Puerta del Tártaro, derribando a quien se me pusiera en mi camino. Mi hija estaba ahí.
Al cruzar la puerta, pude ver a lo que se refería mi esposo.
Una magnífica sala con sillas de terciopelo rojo oscurecidas por el polvo, el viejo enorme candelabro adornando la estancia y un escenario lleno de sangre...
Corrí por el corredor que separaba al público de los asientos y debajo del escenario se encontraba el Cirujano, John y Sonea.
Respectivamente, uno estaba muerto con una bala en el pecho, otro impactado y tratando de detener una hemorragia de su brazo izquierdo y finalmente, una con una pistola apuntando y con ganas de llorar.
—¡John! ¡Sonea! —grité y los abracé. Sonea rompió en llanto y John gimió de dolor—. ¿Qué... qué ocurrió?
—Garrett —respondió John mientras presionaba su brazo contra su cuerpo—. Él era el Cirujano, quería vengarse de todo lo que pensó que hice; peleamos y lo iba a matar pero, no pude, y lo dejé tirado en el escenario.
»No sé qué pasó, de pronto tomó un hacha y cortó mi mano. —Hizo una mueca de dolor—. Iba a matarme pero...
—¿Pero qué John? ¿¡Qué pasó!?
—Tomé la pistola de papá —murmuró Sonea conteniendo el llanto—. Y... y disparé... ¡Mate a una persona!
—No, no, cielo. —John hizo el esfuerzo sobrehumano para incorporarse y tomar la barbilla de nuestra hija—. Me salvaste, salvaste a tu papá... Hubiera muerto.
—¡Pero lo maté! —gritó Sonea y comenzó a llorar—. Dijiste que los médicos no quitan la vida, la salvan, ¡pudimos salir los tres!
—Te equivocas, niñita —dijo Eduardo.
—Ves, tu tío Eduardo lo dijo —continuó John—. Si no fuese por ti, yo estaría muerto. ¡Tú me salvaste, pequeña saltamontes!
—¡Papá! —chilló mi hija mientras se reía—. Te dije que no me dijeras así, ¡ya estoy grande!
—Sigues siendo un moco —respondió mi esposo—. Pero prométeme que solo vas a disparar un arma cuando estés en peligro, promételo.
—¡Te lo prometo! —Sonea elevó su mano derecha y levantó el meñique—. Por el meñique.
—Por el meñique...
Mi pequeña familia comenzó a reír, ¡son tal para cual esos locos! John giró su cabeza y miró al Cirujano.
—Es una lástima, viejo amigo. ¡Podrías haber hecho cosas increíbles! —murmuró el Médico—. ¿Qué te ocurrió?
—Garrett estaba consumido por la venganza —respondió Adam—. Él quería acabar contigo y formar un mundo a su imagen.
Mi esposo se separó de mí, se incorporó y se acercó al afroamericano.
—¿Beta? —preguntó perplejo.
—El que viste y calza... Bueno, no tengo buen calzado pero sí, estoy vivo.
—Pensé que...
—¿Que me habían matado? —John asintió y Adam rio—. Ni de chiste, me mantuvieron con vida, yo era el único que podía cuidar a su hijo...
—¿Hijo? —preguntamos Eduardo, John y yo al unísono. Beta asintió.
—¿Tenían un hijo? —preguntó John. Él afroamericano volvió a asentir.
—¡Genial! Dejamos huérfano a un niño... —exclamó Eduardo.
—Por eso me mantuvieron con vida —añadió Adam. Nuestras miradas se posaron en él—. Sabían que corrían peligro al momento de preparar su trabajo venganza, sabían que vendrías y los matarías.
»Por eso Ícaro Zeus fue mi única compañía por años... —murmuró, tomó una pequeña pausa y siguió—. Ese niño crecerá en un mundo nuevo, claro, si ustedes me permiten quedarme aquí.
—Yo no tengo problema —dijo John cerrando un ojo, vi a sus espaldas y la jeringa del IS-Core estaba tirada, su efecto estaba pasando.
—Por mi quédate este lugar, podría servirnos en un futuro —complementó Eduardo.
Todas las miradas se posaron en mí, mi hija me abrazó por la pierna.
John trataba de hacer un torniquete en su brazo. Se estaba desangrando y no le importaba, quizás la adrenalina lo estaba salvando. Mire hacia abajo y vi los ojitos azules de mi hija, con su enorme sonrisa.
—Les prometo que no habrá un nuevo Cirujano —añadió Beta—. Ícaro Zeus crecerá lejos del rencor y en un futuro el será su aliado.
Exhalé y tendí mi mano.
—Será un placer ser aliados. —Adam me tendió la mano feliz—. Un placer, soy Hannah Lincoln.
—Un placer, policía...
Estuvimos así unos minutos, en silencio cómodo y estrechando nuestra mano.
—Bien, es hora de irnos —dijo Eduardo—. Mandaré a mi guardia por los fallecidos y podrán hacer un funeral o lo que quieran hacerles.
—Y necesito cauterizar la herida —añadió John, con demasiada molestia—. No podré arreglar mi mano, pero al menos podré sanar... ¡Ah, sí! También tengo que revisar a Mei.
—¡Adelante! El Ágora se complace ayudarles, nos liberaron del terror.
Comenzaron a caminar y yo giré, pude ver el escenario. Mi hija se quedó conmigo.
—¿Qué ocurre, mamá? —murmuró Sonea.
Me agaché y observé el cuerpo del mayor terror que John me había contado, una pequeña cadena salía de su cuello.
Un collar con forma de aureola.
—Nada hija, solo encontré algo que podría ayudarte cuando crezcas. —Arranqué el collar y lo guardé en mi bolsillo trasero.
—¿Qué me va a ayudar? —preguntó frunciendo el ceño. Yo asentí.
—Vamos, pequeña saltamontes. —Le tendí la mano—. Volvamos a casa, que han sido suficientes emociones para toda tu vida...
—¡Vamos!
Y así, abrazadas. Sonea y yo salimos del Ágora con la promesa de volver y en un futuro, ser aliados.
Porque el Cirujano por fin había terminado su obra.
FIN
...............
Y ya... He concluido algo que jamás pensé, pero falta el Epílogo y ahí me explayaré más. Que será subido entre hoy y mañana.
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¡Farewell!
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