XX | "Kαπιταλισμός" |

| Español: Capitalismo |

John


—¿He sanado bien, Médico? —me preguntó Beta mientras se bajaba la camiseta.

Habían pasado otros maravillosos dos meses desde que decidí jugar mis piezas, todo marchaba de maravilla. Todo estaba comenzando con la recuperación del segundo al mando del Ágora.

—Sorprendentemente sí —declaré mientras tiraba los guantes de nitrilo y el hilo de la sutura—. Has hecho todas las recomendaciones para que tu herida no se infectara.

»Lo que es demasiado increíble al no tener buenas condiciones de salubridad.

Beta y yo habíamos compartido demasiado tiempo, entre que fui su cuidador durante largas semanas y que lo salvé. Me había ganado su confianza, por eso podía hacer esos pésimos chistes.

—Serás...

—¿Un médico que ha hecho lo imposible para salvar a esta comunidad de las condiciones tan precarias que tenían? —respondí, girando y metiendo mis manos a mi bata. Tenía una sonrisa de satisfacción.

—Jamás vas a cambiar, ¿verdad? —respondió, incorporándose. El afroamericano media más que yo, lo cual siempre provocaba que me sintiera un poco intimidado pero yo lo aliviaba con bromas y siguiendo mi plan.

—Exacto —añadí, señalándolo con mi índice y guiñaba mi ojo. Él rió, era momento de seguir con mi plan—. No, ya en serio, tu recuperación fue extremadamente bien, tanto que ahora quiero pedirte un favor....

Beta se incorporó y arregló sus pantalones. Me dio la espalda.

—¿Qué favor, hombre? —Había adoptado su tono de "líder".

—Desde hace unos meses, Alfa me dio la autorización para poder ser el guardia nocturno del Metro. —Comencé a acercarme a su lado—. Más porque no puedo dormir, tengo pesadillas frecuentemente y prefiero matar el tiempo despierto —mentí pero trataba de sonar convincente. Llegué a estar a su costado—. Y quiero aprender a defenderme.

—Al grano, hombre —cortó Beta, había adoptado esa muletilla desde hace tiempo.

—Quiero aprender a usar la espada. —Giró su cabeza y clavó sus ojos en mi faz—. Ya sabes, la última vez que me traté de defender con un cuchillo terminé cortándome mucho más y suturándome por el miedo al tétanos. —Elevé mi muñeca y dejé que observara la herida, la costra ya era visible—. Y quiero ayudar, quiero que el Ágora prospere y creo que sería bueno aprender a defenderme.

Estaba nervioso, pensé que no me había creído, que todo había sido en vano.

—De acuerdo —respondió Beta finalmente y esas palabras me habían hecho soltar todo el aire contenido en mis pulmones. Él relajó sus músculos y tomó su chaqueta—. Empezamos mañana, ¿tienes tu día libre, no?

Asentí, escondiendo mi felicidad.

—Bien, es mi turno de saldar mi deuda —mencionó, a la par de que se dirigía a la puerta. Tiró de la perilla y antes de salir volvió a hablar—. Verás que la pasarás la mar de bien.

—¡Hey! No lo dudo —exclamé, haciendo una pistola con mis dedos y disparando aire. El segundo al mando del Ágora dramatizó el impacto del tiro fantasmal, mientras cerraba la puerta tras él.

Obviamente salté de la alegría. Mañana seguiría mi plan.

—¿Cómo es posible que alguien en su vida haya hecho esto sea tan bueno? —Mi oponente repetía esto una y otra vez.

—Pues ya ves —respondí, mientras alzaba los hombros—, uno que tiene ciertos talentos ocultos.

—¡Pero me has dejado en bancarrota! —exclamó Garrett.

—Nos ha dejado en bancarrota, querrás decir —exclamó Dayan. Yo solté una carcajada.

Mi día transcurrió de lo más normal: un paciente con hemorroides por aquí, otro con un esguince por allá y otros con resfriado común. Lo normal.

Por eso fue tal mi sorpresa que Gamma y Delta entraron al consultorio cargando consigo un "Monopoly". Y qué decir, una vez intenté jugar con Afar —cosa que resultó muy jocosa, he de decir— y fue fatal; ninguno de los dos entendió las instrucciones y decidimos dejarlo por la paz para seguir viendo televisión como buenos roomies.

Como sea, ingresaron a la habitación y en un abrir y cerrar de ojos —como quien no quiere decir cinco horas—, comenzamos a jugar. Y solo puedo decir, ¡viva el capitalismo!

Todas las naciones caras estaban al nombre del Médico.

—No es mi culpa que te guste ahorrar para algo que nunca existió —dije, sinceramente—. Además, nunca dije que no soy bueno para esto, explícitamente dije que nunca pude jugar bien...

—Idiota —murmuró Garrett.

—¡Te escuché! —chilló Dayan—. Tienes que meter un billete en el frasco de las groserías.

—Cuando regresemos a la habitación, los meteré, Dayan.

—Eso mismo dijiste antier, ¡y no los has metido! —Se ganó una mala mirada del tercero al mando.

—Está bien, meteré dos billetes al frasco, ¿contenta? —cuestionó, entre dientes. Ella asintió.

Ambos habían hecho las paces un par de semanas atrás, se trataban como amigos románticos. Vivían juntos en la misma habitación —que me había enterado que era el camerino donde ella actuaba antes de la Tormenta—, comían juntos, hacían todo juntos.

Daban miedo y a su vez, habían tomado la costumbre de inmiscuirse en mi vida. Eso dificultaba la ejecución de mi plan.

—Hablando de regresar a sus habitaciones —comencé mientras me estiraba falsamente —. Garrett está en bancarrota y Day a unos cuantos billetes de quedar igual; y ya pasaron cinco horas desde que iniciamos, deberíamos de ir a descansar.

—¡Diablos! —exclamó Dayan—. ¿Tanto tiempo llevamos aquí? —Asentí—. Deberíamos ir a dormir, yo mañana tengo responsabilidades con el Bacanal.

—Y yo con Beta —dijo el castaño. Yo clavé mi mirada en su faz—. ¡Que por cierto! Me dijo que te comunicara que mañana nos veríamos a las tres de la tarde en la balaustrada del balcón, ¿sabes dónde está eso, verdad? —Negué—. Bien, mañana vendré por ti a las dos y media.

Se incorporó y todos sus huesos crujieron. Adoptó una posición que no había hecho, posó sus manos en su espalda baja e irguió su columna.

—Dejemos esto aquí, mañana vendrán a limpiar —dice entre bostezos—. Vamos, Dayan.

La castaña se incorporó y se dirigió a la puerta, al posar su mano en la perilla gira a despedirse.

—¡Buenas noches, John! —exclamó con una sonrisa. Abre la puerta y desaparece tras ella.

—Buenas noches, Day —respondí, haciendo lo mismo que hicieron mis acompañantes.

—Mañana te buscaré en tu habitación a la hora que te dije —mencionó Garrett, mientras caminaba hacia la puerta—. Espero que no hayas hecho enojar a Alpha, nadie va a verlo a su lugar especial.

»Hasta mañana, Médico. —dijo y desapareció tras la puerta.

Yo me quedé parado, en silencio. Mi plan podría no resultar, necesitaba estar solo con el afroamericano para poder seguir. Me guíe hasta mi escritorio, abrí el cajón más próximo y obtuve mi tantō. Lo guardé en la guarda oculta y fui directo a mi trabajo nocturno.

Más rápido de lo usual, llegué a la decorada estación de metro mientras silbaba una canción lúgubre, baje por la escalera mecánica y me encontré con Abraham. El señor mayor que ha sido mi secuaz estos meses.

—Buenas noches, John —exclamó el señor mientras terminaba de cargar el carrito minero. Era la típica imagen de un señor estadounidense.

Su bigote proliferado ocultaba su sonrisa, una nariz ancha con unos ojos nobles y sencillos; físicamente tendría cincuenta años, con un ligero toque de sobrepeso

—Buenas noches, Abraham, ¿cómo fue tu día? —pregunté, mientras guardaba mi arma blanca.

—Esclavizado y sin posibilidades de salir con vida —recitó. Todos los días decía lo mismo.

Abraham, aceptó ayudarme con la condición de que escaparemos juntos, bueno, él y su familia estaban en el trato.

—Pero eso cambiará —refuté. Me arremangaba la camisa para ayudarle a transportar el carrito por las vías—. Verás que en unos cuantos días más escaparemos, solo tengo que herir a Beta y dejar sin posibilidades de vivir a Alfa; hombre precavido vale por dos. —Comenzamos a empujar el pesado carro de metal.

—Pero no acabarás con todos, te faltaría Omega, Gamma y Delta —respondió, en un leve pujido.

Omega acabará aquí en el túnel y los otros dos no me preocupan. —Podía sentir su mirada de reojo—. Son buenas personas, entenderán mis razones.

—Esa gente no entiende razones, son fanáticas del asesino...

—Del Cirujano, sí. Bueno en realidad le tienen miedo a lo que les puede pasar y eso lo comprendo —dije a la par de que el carrito atravesaba la entrada del metro al interior de la Tierra—. Yo estoy jugando así, ¿recuerdas?

—Tú expusiste tus razones ante todos los trabajadores —dijo mientras levantaba sus dedos, uno a uno, para enumerar los argumentos—. Número uno, quieres irte de aquí; lo lamentas porque no puedes ayudar a acabar con todos los "malos", pero sí puedes acabar con los líderes. Y número dos, obligarás al Cirujano a ganarse la vida de otra forma.

El carrito había hecho "click" contra el pequeño obstáculo que habíamos puesto anteriormente y soltamos a la par el instrumento ferroviario para mirarnos fijamente.

—Por eso —respondí, mientras tomaba un delgado palo rojo y se lo mostraba a la cara—. Usaremos la dinamita para enterrar esta salida; tardarán años en salir por la puerta principal.

Abraham tomó la dinamita y la observó. Luego posó su mirada a los otros carritos que habíamos llevado noches antes.

—Seremos libres —declaró con una sonrisa formada por su bigote. Yo reí.

—Lo seremos —respondí finalmente. Le di la espalda y observé el túnel—. Ahora ayúdame, porque necesitamos acabar de colocar toda la dinamita; y es mucha.

Una sonrisa se dibujó sobre mi faz. 


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¡Nuevo Capítulo! Hace un año nació el Cirujano, y bueno, ha comenzado el camino para revelar por fin quién es.

Duda dudosa, ¿quién se imaginan que sea? Los leo en los comentarios 👀

Me disculpo por no haber actualizado, no tenía inspiración y bueno, en un atacazo artístico escribí este capítulo; ligero sí, pero con una importancia brutal.

¡Y es especial porque es mi cumpleaños! Jejeje.

En fin, me voy porque se me va el transporte público.

Vota, comenta y comparte.

¡Farewell!

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