Capítulo 6
—Gracias por recibirnos tan rápido —dije.
—Siempre es bueno ver a mi chica inglesa favorita.
Kevin me sonrió, tan radiante como solo él siempre lucía por más que fuera una fachada. Ya había tragado al menos tres medicamentos distintos desde que nos había recibido en la entrada de la embajada de Estados Unidos, y a pesar de los intentos de seguridad y demás agentes por confiscarle su frasco de píldoras aleatorias, de algún modo este siempre reaparecía en el bolsillo de su chaqueta. Era bueno que no fuera un criminal, o sus manos serían tan rápidas como las del Chat Noir para coger lo que deseaba.
Andy no me había hablado en todo el viaje una vez que nos habíamos desecho de los hombres de traje y habíamos podido huir de la escena del crimen. Podía verlo al otro lado del patio interno, respondiendo preguntas a una joven agente con una tablet. No era muy alta, de piel morena y largo cabello castaño que terminaba en puntas verdes. Se había presentado como la agente Velasquez, y Kevin se había encogido de hombros cuando lo había mirado.
—Programa de diversidad de la CIA —explicó él simplemente—. Normalmente es agente de campo, es buena para infiltrarse entre criminales, pero Axael también es una excelente lingüista y la necesito aquí para ayudarme con un asunto.
—Que Julian Assange se refugió hace semanas en la embajada de Ecuador no es tan secreto, Kevin —respondí.
—Por supuesto que no, paso corriendo todas las mañanas por la puerta y le grito al maldito cobarde que salga a enfrentar la ley.
—¿Ha servido de algo hasta ahora?
—Si he logrado joderle las mañanas, entonces sí.
Seguí mirando a Andy, una parte de mí odiando completamente la idea a pesar de que era la más segura. Jack estaba en alguna parte, molesto por todo el papeleo a llenar de Andy y maldiciendo por toda la inspección extra que implicaba que Kevin lo hubiera presentado como un antiguo criminal. Temía que el americano lo hubiera hecho adrede, solo para vengarse por el trato recibido en el MI6 y alimentar su ya tensa relación.
—¿Estás seguro que puedes ocuparte de esto? —pregunté.
—Lo haré desaparecer de la faz de la tierra si eso deseas. Me ocuparé personalmente de él —dijo Kevin y suspiré.
—Lo sé. Es solo... no me siento cómoda dejándolo.
—Dices que el enemigo conoce cómo opera el MI6, yo tampoco opero del todo de acuerdo al manual de la CIA. Lo pondré a salvo para ti, Em. Hasta que me digas que es seguro y pueda volver. Hasta que tú resuelvas esto.
—No sé cuánto tiempo me tomará.
—No importa.
—Sabes que es el hijo de un importante político. ¿Verdad? —pregunté y él casi rió.
—Sé que es una persona muy cercana e importante para ti —respondió Kevin y puso una mano sobre mi cabeza para despeinarme—. Con eso me basta. Además, tal vez logre sacarle información sobre ti. ¿Qué otro incentivo necesito?
—No creas que vas a conseguir algo con eso —dije deshaciéndome de su mano.
—Lo sé. Los chicos malos siempre parecen quedarse con la chica últimamente, no me preguntes por qué. Culpo a la moda.
—Jack no es un chico malo.
—Ex-criminal.
—Injustamente juzgado.
—Pero eso no cambia que resulte más atractivo para las mujeres por ese título —dijo Kevin y guiñó un ojo—. Al ser humano le gusta lo prohibido. Está en nuestra naturaleza desearlo, y eso solo lo vuelve más excitante.
—Lo tienes encerrado en una oficina haciendo papeleo y siendo interrogado.
—Medidas de seguridad estándar. Y alguien tiene que llenar el formulario de programa de protección de testigos.
—Eres mi amigo, y agradecería que no te lleves mal con mi novio.
—La experiencia me ha enseñado que cuando las personas se ponen en pareja, tienden a olvidarse del resto. Tan solo estoy reafirmando mi posición como amigo y robándote tiempo a solas.
Sonreí sin poder evitarlo, porque eso sonaba demasiado ridículo, pero de algún modo que Kevin no se tomara nada en serio ayudaba a aligerar el peso de la situación. Le gustaba molestarme por diversión, del mismo modo que yo a veces le picaba también. Y, por más que odiara admitirlo, conocía cómo trabajaba y si yo estaba demasiado ocupada con tantos problemas, sabía que podía pedirle que se encargara de uno por mí.
—Me gusta que nuestra relación no sea como cualquier otra del MI6 y la CIA —admití.
—Siempre es bueno tener contactos. Te avisaré en cuanto el paquete esté a salvo. ¿Quieres despedirte?
Era peor si lo ponía en esas palabras, porque entonces definitivamente sonaba como un adiós, uno indeterminado y que bien podría ser para siempre. Intenté alejar esos pensamientos mientras nos acercábamos a donde estaban Andy y la agente Velasquez. Él estaría a salvo y yo lo volvería a ver cuando todo esto terminara.
La agente Velasquez asintió al ver a Kevin, y se retiró a un lado para hablar con él y mostrarle el contenido de su tablet. No sabía cuánto era debido al rango de jerarquía que él tendría dentro de la CIA, o cuánto le gustaba abusar del hecho que su madre fuera una de los directores. Yo apenas me sentía capaz de enfrentar a Andy quien no dejaba de evitar mirarme. Él estaba mucho más ocupado en destrozar uno por uno los pétalos de un diente de león que había recogido.
—¿Te duele alguna parte? —pregunté.
Algo estúpido de decir, considerando que estaba lleno de pequeños cortes como yo. Había hecho todo lo posible para intentar que no se hiriera, y de los tres era el que mejor se encontraba, pero tal vez lo había lastimado de un modo mucho peor y menos visible. Él siguió sin mirarme, y por un instante temí que las últimas palabras que oiría de Andy sería sobre sus mocasines.
—¿Qué dicen mis padres al respecto? —preguntó, y pretendí ignorar la frialdad en su voz.
—Ya les han informado. Están de acuerdo. Es lo más seguro.
—No quiero.
—No tienes voz en esto.
—¿Por qué? ¿Porque solo soy un civil y tú una agente? ¿Porque cualquiera puede decidir sobre mi vida excepto yo?
—Si hubiera otra alternativa, no estaríamos aquí, pero eres un objetivo y esto es lo más seguro y...
—¡Ella está muerta, Emma! —Andy me miró, y preferí que no lo hubiera hecho al ver la acusación en sus ojos enrojecidos—. ¡Está muerta! ¡Estaba sentada junto a mí riendo, y luego ya no! ¡Y ahora su sangre está en mi camiseta y tus zapatos! La siento, tengo su perfume metido en mi nariz y no me lo puedo sacar, y no me puedo quitar su sangre de debajo de mis uñas y quiero arrancarme la piel para ver si así esta horrible sensación se va. Después de la primera noche le prometí que nunca más nada similar sucedería, que no era peligroso estar cerca de mí. Días enteros me tomó que dejara de lado el miedo y quisiera salir conmigo. ¿Y todo para qué? ¿Para convertirme en un mentiroso?
—No fue tu culpa.
—No, fue tuya.
Había recibido golpes directos en el rostro que habían sido menos dolorosos que esas palabras. Era evidente que él estaba hablando más desde el dolor que la razón. Podía ver en su cuerpo todos los signos que delataban que se estaba dejando llevar por lo sucedido, no estaba pensando con claridad, y aun así no pude evitar que sus palabras me lastimaran.
—No. En todo caso es mi decisión decidir si cargar con esa culpa o no, pero no dejaré que me lo eches encima —dije manteniendo mi voz firme—. Lo que sucedió hoy fue horrible, y lo siento mucho, pero hice lo que tenía que hacer y tú estás bien.
—¡No estoy bien!
—Estás vivo, y eso para mí es suficiente.
—Eres una pésima agente. Todo estaba bien hasta que acepté ese maldito papel. Desearía jamás haberlo hecho.
—Tan solo quiero despedirme. No sé si volveré a verte, no sé si saldré viva de esto y eres mi amigo.
—¡Pues tal vez ya no quiero ser tu amigo!
Quizás debería haberme quedado con el comentario sobre sus mocasines como sus últimas palabras. No lo decía en serio, intenté convencerme de ello, aun cuando no me atreví a buscar por alguna señal de mentira. No me arriesgaría a comprobar lo contrario. Si este era un adiós definitivo, entonces lo aceptaba con tal que él no corriera peligro. Prefería su vida sobre cualquier amistad de su parte.
—Tu padre es un político importante. Seas o no mi amigo, sigues siendo un objetivo de interés público y eso no cambiará. Trata bien al agente Lincoln. Cual sea el rencor que me guardes, él no se lo merece y no está más que haciéndome un favor. Alguien te irá a buscar cuando sea seguro volver.
Él no respondió. Yo tampoco tenía mucho más para decirle. No sabía lo que haría Kevin con Andy, era más seguro de este modo. Me alejé, intentando ignorar la presión sobre mi corazón. Éramos actores, éramos dramáticos por naturaleza. Quise creer que esta tan solo era una puesta en escena, solo necesitaba regresar tras bambalinas para reír con él y bromear sobre Maurice. Pero Maurice seguía en coma, Andy no quería ser mi amigo, y yo apenas era capaz de mantenerme de pie mientras todo se desmoronaba.
Me dejé caer sobre el primer banco que encontré, dándole por completo la espalda a la situación. El jardín interno de la embajada estadounidense era bonito, sus flores bien cuidadas en verano. No me sorprendí cuando minutos después Kevin se sentó a mi lado. Sacó su clásico frasco de medicamentos y tragó al azar un par antes de ofrecérmelo. Admiraba su capacidad de tomarlos sin un vaso de agua. Negué con la cabeza.
—El chico está hablando desde su dolor, dale tiempo y entrará en razón —comentó él.
—¿Acaso espías todas las conversaciones?
—Debo practicar mi lectura de labios. Lo siento —dijo Kevin y se apoyó sobre sus rodillas—. Es una situación de mierda, pero a veces sucede. Es normal pelearse con quienes nos importan en este trabajo, porque anteponemos su seguridad a nuestra relación con ellos. Pero es mejor así, Emma. Está vivo. Y lamentablemente, también tiene el poder de romperte el corazón. Pero está vivo, y quizás no lo veas con claridad ahora, pero ese es un milagro que debes agradecer cada mañana.
—Prefiero esta situación a que esté muerto, no creas que me arrepiento.
—Creo que subestimas el peso de lo que hiciste.
—¿Solo preocuparme por él y que ahora me odie porque su chica está muerta? Es una decisión horrible, pero necesaria. La vida que escogí está llena de esas.
—Aprécialas, suelen ser de las que no te arrepientes porque sabes lo que te costó tomarlas y por eso fue lo mejor.
—¿Se supone que esta conversación debe levantarme el ánimo?
Kevin permaneció en silencio durante un largo rato, haciendo girar el frasco de cristal entre sus manos. Ni siquiera me molesté en intentar identificar las distintas píldoras coloridas que guardaba. Una vez lo había escuchado reír al decir que eran como M&M's para él. No seguiría su camino, no dormiría mi mente, aun cuando mi cuerpo se sentía demasiado agotado para descargarse de un modo físico.
—Ella solía odiar que tomara tantos medicamentos —murmuró Kevin, la mirada fija en sus manos—. Decía que con el tiempo, no tendrían efecto en mí y cuando los necesitara, no funcionarían. Ella no tomaba ninguna píldora de ningún tipo. Yo prefería coger un ibuprofeno ante el mínimo dolor de cabeza para curarlo enseguida. Ella temía que desarrollara una adicción, ahora no me importa. Me he intoxicado tantas veces con ibuprofeno, que creo ya ser inmune. Intento reemplazarlos con placebos, pero a esta altura ya no sé cuántas son píldoras verdaderas y cuántas falsas.
—Eso no es sano.
—Por supuesto que no. Lo peor, es que soy consciente de ello. Pero... silencian el dolor. Cuanto tu cuerpo no siente por estar totalmente drogado, entonces el dolor del alma tampoco. No creas que no intento dejarlos, Em, pero esta batalla se gana un día a la vez. Se gana cada noche, cuando lucho por rellenar el frasco con placebos y no con medicamentos reales, cuando presento una receta verdadera y no una falsa, cuando no consigo las píldoras que no necesito por mi cuenta. Ella se la pasaría insultándome —dijo Kevin y casi rió con tristeza al imaginarlo—. Dios, casi dejé esto cuando salíamos. No era un adicto entonces, pero era fácil solucionar cualquier molestia con una píldora. Era nuestro primer año como agentes, nos habían puesto de asistentes internos en un caso. La amaba. Y sueno como un cliché melancólico, todos creen que soy un cobarde que no pudo con la pérdida. No es la pérdida lo que duele, es la culpa. Hice que la sacaran del caso. La amaba, y estábamos investigando la muerte de distintas agentes, y me preocupaba, así que la hice a un lado.
—Querer protegerla no es algo de lo que sentirte culpable.
—Fue lo peor que podría haber hecho. Ella era mejor que yo investigando, le tendí una trampa para que pareciera que no estaba a la altura y la sacaran. Me recuerdas en cierto modo a mi chica, quizás por eso me gustarías si mi corazón no estuviera tan envenenado —Kevin me miró, la sonrisa en sus labios no llegando a sus ojos—. Chicas como tú siguen con lo que creen correcto, continúan con la investigación cuando las sacas, no abandonan cuando sienten que están en el buen camino. Nos peleamos. Ella sabía que era mi culpa. Yo creí que la estaba cuidando al dejarla de lado. Puedo recitar esa última pelea de memoria. Puedo decirte cuándo soltó la primera lágrima, en qué palabra su voz se rompió, cuándo a mí me ganó el enfado porque ella no me escuchara sobre la razón. Dos noches después, ella era el caso. Encontramos su cuerpo en el muelle.
—Lo siento —susurré.
—Fue mi culpa. Debería haberla acompañado en vez de dejarla de lado. Y cuando discutimos, fui tan orgulloso como para ni siquiera enviarle un mensaje. Nunca te calles después de una pelea. Aunque la conversación te destroce, no pierdas la oportunidad. En eso envidio a tu chico. Ustedes dos estaban peleados, y él nunca dejó de tener un ojo sobre ti. La amaba, era inmaduro entonces para comprender que no pretendes que alguien ya no te importa luego de una discusión.
—No importa la edad, nadie está preparado para lo que este trabajo implica algunas veces.
—Quizás una parte de mí murió esa noche también. Tal vez, si hubiera escuchado a mis superiores, esto no sería un problema —dijo él agitando el frasco—. Recuerdo llegar a la escena del crimen sin saber quién sería la víctima, y que mi jefe me dijera que no me fijara. Me reí. Siempre fui un poco rebelde, demasiado confiado por quien es mi madre. Recuerdo que me reí, y le dije que un cuerpo no me impresionaría. Él sabía de quien se trataba. Yo... Yo solo pude pensar en regresar a casa y tragar tantas píldoras como fueran necesarias para que el dolor desapareciera. Desperté en el hospital, con mi madre gritándome que si volvía a hacer algo similar, me mandaría a la base en Groenlandia. Quizás no desperté del todo.
—¿El caso se resolvió?
—No lo sé. Me quitaron del medio enseguida al haber implicancia emocional. Incluso mamá se negó a hacerle seguimiento para que yo no encontrara nada al espiar su computadora. Ya no siento nada al respecto. Creo que pasó el suficiente tiempo, para que cualquier furia o rencor, cualquier emoción, se enfriara también. Todo, menos el vacío que ella me dejó. Si el responsable sigue vivo, entonces espero que esté sufriendo.
—La justicia a veces tarda en llegar, pero creo que le llega a todos los culpables en algún momento.
—Oh, ya hice justicia por mano propia. Un año atrás, cuando una agente inglesa consiguió el programa Pandora y entonces pude saber quién la había entregado. Lo maté. Estoy a prueba desde entonces. ¿O crees que disfruto de andar haciendo trabajo de oficina aquí o que me den misiones de bajo nivel y con mi madre controlando cada respiración mía? Te debo, más de lo que puedas imaginar —dijo Kevin y por primera vez no hubo secreto alguno en sus ojos cuando me miró—. Me diste un cierre, Emma. Me diste lo que nadie pudo, y cuando te conocí y supe que eras esa chica... ¿Quieres que oculte a tu amigo? Haré cualquier favor que me pidas, porque nada puede compensar lo que hiciste por mí. Si no puedes confiar en nadie en este mundo, entonces cree que estoy en deuda contigo y nada será suficiente para saldarla.
—Solo protege a Andy.
—Y tú no cometas mis errores. Eres más inteligente que yo —Kevin guardó sus medicamentos y se puso de pie—. Te haré saber de la situación. Avísame cualquier otra cosa que pueda hacer por ti.
Lo vi de pie, sonriéndome como si no acabara de contarme que una noche había ansiado tanto la muerte como para darle caza. Él tardaría en sanar del todo, pero era fuerte como para vencer si cada día era una lucha. Me levanté también comprendiendo que hasta aquí había llegado el encuentro. Kevin cogió mi mano y le dio un rápido beso. Y, al menos por una vez, no sentí que yo era la frágil de los dos rehusando el tacto. Había abierto heridas pasadas para convencerme de no sufrir por decisiones presentes, y si me acercaba, quizás su fachada de control se rompería. No sería la causa de que perdiera la batalla este día y cediera a sus demonios.
—De hecho, creo que hay algo más que puedes hacer por mí —dije—. ¿Tienes acceso a la computadora de tu madre?
—No pienso pasarte nada que involucre a la CIA.
—No me interesa tampoco. Estoy tras un alias, el conde de Saint Germain. Creo que podría ayudarme a resolver esta situación. ¿Podrías fijarte si encuentras algo al respecto?
—Podría fijarme. Hoy dudo tener tiempo, pero tal vez por la noche...
—Cuando sea. Es suficiente.
—Entonces dalo por hecho.
Miré una última vez a Andy junto a la agente Velasquez antes de decidir que era lo mejor. Cuando todo esto terminara, si aún quedaba algo y él lo deseaba, lo buscaría sin dudarlo. Pero ahora mismo, tenía derecho a odiarme, y yo tenía que aprender a delegar tareas aunque eso implicara a mi mejor amigo.
Kevin me acompañó hasta la salida. Quise abrazarlo, pero su cuerpo estaba demasiado tenso y temí que eso lo rompiera. Tendría que esperar que el resto del personal lo mantuviera bien vigilado en cuanto me fuera para que su adicción no lo echara abajo. Lo negaba, pero era un niño mimado y amado por haber crecido dentro de la CIA, dudaba que lo dejaran del todo solo en algún momento.
—Soy una romántica —admití y levanté una mano para rozar apenas su rostro, él cerró los ojos, sufriendo la caricia tanto como la disfrutaba—. El amor no muere. Tu alma ya se curará del todo y serás capaz de seguir adelante.
—El teatro te hace demasiado sentimental, inglesa —respondió abriendo los ojos.
—Eres mi agente preferido de la CIA, puedes superar cualquier cosa. ¿O necesitas que haga de esto una competencia para que ansíes vencerme?
—No durarías ni dos horas.
—Supera tu adicción, y te daré mi lista de contactos.
Sus ojos brillaron con interés, y no pude evitar sonreír al despedirme. Era una apuesta al vacío considerando que bien podría no llegar al final del verano, pero al menos eso lo mantendría entretenido por un rato y, con algo de suerte, su competitividad ganaría sobre cualquier otro impulso. Valía la pena intentarlo.
Jack me esperaba junto a la entrada, quejándose con un guardia quien se negaba a devolverle sus llaves junto con cualquier otro objeto metálico que le hubieran confiscado. El asunto en particular parecía ir por el lado que el guardia no le permitía tomar de regreso su cinturón. Como si fuera un arma... Conociendo la poca paciencia de Jack, ya debía haberse imaginado ahorcando al sujeto con el pedazo de cuero.
—Está bien, ya nos vamos —dije al alcanzarlos.
Kevin hizo una señal desde donde estaba antes de desaparecer por un corredor y el guardia terminó por devolver todas las pertenencias. Cogí a Jack y lo arrastré fuera antes que respondiera algo. ¿Qué tenían los chicos en la cabeza? Esos dos necesitaban cruzarse en terreno neutral para arreglar sus diferencias, o a este paso terminarían por causar algún problema internacional.
—Entiendo que el americano no confíe en mí, pero esto era innecesario —dijo Jack mientras terminaba de ponerse sus zapatos.
—Creo que solo le gusta molestar por naturaleza. Es así desde que lo conozco.
—Creo que tiene algo personal conmigo.
—Tal vez —admití y Jack puso una mano en mi cintura cuando me apoyé contra su hombro—. Pero a pesar de las diferencias, siempre me ha ayudado. Ahora sé que siempre lo hará. Es un buen contacto de nuestro lado.
—Tenemos que ver a tu hermano.
—Lo sé.
—Podemos pasar por Hyde Park antes —dijo y lo miré enseguida—. Te prometí que atraparía una ardilla para ti, Bright. John seguro querrá verte también, y esta puede ser nuestra mejor oportunidad. Dejó de llover.
—¿Y piensas atrapar una ardilla en ese estado? Estás herido.
—¿Dudas de un agente entrenado contra un roedor inofensivo?
—Si el corte se abre de nuevo, yo no te defenderé frente a los hombres de traje.
—No pasará.
—Atrapamos la ardilla. ¿Y luego qué?
—Asegurarnos de apestar a ardilla. Considerando ya el estado de nuestras prendas, es una excelente cubierta a no desperdiciar. Y si tengo razón, y resulta que John es alérgico a los roedores...
—Por favor no lo digas.
—Tendrás que llevarme a algún lugar donde sirvan una auténtica crêpe au Nutella francesa.
—En ningún lugar saben como en Paris.
—Me pediste que pensara en algo normal para hacer.
—¡Lo que me pides es imposible!
—¿Realmente existe algo imposible para ti? —preguntó Jack y en vano intenté golpearlo solo para que atrapara mi mano—. Tú lo pediste, Bright.
—Si hubiera sabido que ibas a cumplir, hubiera pedido cualquier otra cosa. No una ardilla y una misión imposible.
—Entonces hazlo. ¿Qué quieres?
A él, principalmente. Aunque estuviéramos los dos llenos de cortes y con la ropa hecha un desastre. Ansiaba estar recostada en el parque, mirando al cielo, con Jack contándome sobre alguno de todos los lugares que conocía a mi lado y Ethan fingiendo que no estaba coqueteando con una chica en su teléfono. Ansiaba un libreto en mis manos y líneas que memorizar, pero el teatro era lo primero que Lionel me había quitado, mi único amarre que quedaba a la vida de la adolescente normal que alguna vez había sido.
—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —pregunté, y eso pareció tomarlo por sorpresa—. Quiero que Ethan se ocupe de la seguridad de mamá, y no lo hará si yo estoy cerca. Me pondrá como prioridad. Y, al menos por hoy, necesito sentirme como una chica normal que le miente a su madre sobre quedarse en lo de su novio.
—No entiendo cómo logras engañar a esa mujer —admitió.
—Años de práctica. Además, necesito un lugar donde poder concentrarme tranquila en la investigación sobre mi padre, sin tener que preocuparme por Ethan intentando espiarme. Creo que estoy cerca de resolverlo, solo necesito unas horas para pensarlo bien.
—Primero la ardilla. Luego recreamos la escena. Y si logramos llegar al final del día, te puedes quedar a dormir.
—Tomo eso como un sí. ¿Y cómo planeas atrapar una ardilla?
—Solo necesitas ser astuto.
—Entonces ve a buscarme una ardilla.
Él se detuvo enseguida al oír esas palabras. Un músculo en su mano tembló. Y por un instante, vi aquella lucha en su mirada por intentar atrapar un recuerdo que se escurría entre sus manos.
—Un hombre una vez también me pidió de atraparle una ardilla cuando era niño —murmuró.
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