Capítulo 18
Ethan me arrastró dentro de un aula vacía antes que perdiera el control. El aire no era suficiente. Él se acercó hasta las ventanas solo para comprobar que no hubiera nadie fuera. Me senté en el suelo, sosteniendo la cabeza entre mis manos mientras intentaba no sentirme asfixiada. No era real, nada de esto estaba sucediendo en realidad, solo se trataba de una horrible pesadilla producto del estrés en exceso.
Cerré fuertemente los ojos, intentando no pensar en lo que acababa de ver. Mi casillero era pequeño como para que apenas entraran todos mis libros, meter a una persona entera allí... ¿Cuántos pedazos había cortado? Quería vomitar. Incluso con mis estómago vacío, estaba a menos de un instante de perder la calma y podía sentir las arcadas tan solo empeorando todo.
—No es momento de un ataque de pánico, Em —dijo Ethan deteniéndose frente a mí—. Tú pediste de venir creyendo que podrías manejarlo, así que hazlo.
—Pero Cam...
—No importa.
—Fue mi mejor amiga —murmuré.
—Era —dijo Ethan vigilando la entrada—. Puedes llorarla cuando no estemos cerca de un sujeto que debería estar en un manicomio.
—¿Antoine hizo eso?
—No es lo peor que le he visto hacer —respondió Ethan y se acuclilló frente a mí para mirarme seriamente a los ojos—. Esto es una misión, Emma. Te necesito concentrada y necesito tu mente en esto. Si te dejé venir es porque consideré que no serías una carga, no hagas que me arrepienta. Así que déjate de lloriqueos y piensa. ¿Dónde está Antoine y dónde Diana?
Este no era mi hermano, este era el serio agente Ethan Bright teniendo un objetivo que cumplir. Todo en su pose delataba lo atento que en realidad se encontraba, un revólver en mano para ser capaz de disparar hacia la puerta al menor ruido. En otra ocasión lo hubiera insultado por sus palabras, pero ahora mismo no había lugar para emociones personales. Ethan tenía razón, necesitábamos resolver esto rápido.
Cerré los ojos e inspiré hondo, luchando contra las horribles imágenes que se habían grabado en mi mente. Necesitaba recuperar mi calma. Conocía el terreno mejor que cualquier otro, y había visto los videos como para saber dónde andaba jugando Antoine. El problema era, conocía a mi hermano demasiado bien y esto era una trampa por donde se lo mirase. Antoine lo estaría esperando.
—¿Cuál es el plan? —pregunté devolviéndole la mirada.
—Yo voy por Antoine mientras tú sacas a Diana de aquí. Puedo darles tiempo —respondió Ethan.
—Deberíamos esperar a Jack.
—Si se quedó atrás distrayendo a Brandon, creo que es por algo. Lo prefiero fuera evitando que esa rata nos delate. La discreción es nuestra única ventaja ahora mismo, porque Antoine sabe que vendríamos en algún momento. ¿Sabes dónde está?
—Es bastante evidente —dije y me encogí de hombros—. Tendrás que ser Mrs Peacock. Al final del corredor, si te metes al sector de administración, hay un panel de electricidad. Si desactivas todo, puedo ir por Diana sin tener que esquivar cámaras y sin que Antoine intervenga. Sales de administración, subes un piso, y estoy segura que lo encontrarás en la sala de música.
—¿Qué hace allí? —preguntó Ethan.
—Excelente vista panorámica. Espaciosa. Además, allí es donde se guarda el equipo audiovisual. Parecía bastante feliz con la cámara como para andar jugando todo el tiempo con esta. Deja a Antoine a ciegas, y yo podré ocuparme de buscar a Diana.
—Eres un genio —dijo Ethan sonriendo y le devolví la sonrisa.
—Solo ve, saldré siete minutos detrás de ti.
Él asintió sin perder tiempo en ponerse de pie y partir. Tal vez una de las cosas que más me gustaba de trabajar con Ethan era el modo en que confiaba en mis deducciones y me dejaba armar un plan a partir de estas. Miré un instante la hora en mi muñeca antes de enderezarme también. Tanteé mis bolsillos hasta dar con un labial. No habían pasado siete minutos cuando salí del aula, pero conocía la velocidad a la que se movía Ethan y no había rastro alguno de él en el corredor.
Marqué con cuidado cinco puntos en el muro y luego, de mala gana, dejé mi brazalete de brillantes en el suelo. Tan solo me quedaba esperar que Jack viera el mensaje si decidía entrar. Demasiadas noches juntos viendo constelaciones en el cielo, demasiadas veces escuchándolo hablar sobre cómo las estrellas podían guiarte en tu camino. Realmente esperaba que mi cruz del norte no fuera difícil de reconocer.
Avancé con paso rápido, deteniéndome solo a marcar las estrellas cada vez que cambiaba de dirección. La escuela se sentía como un gran laberinto de roedores a pesar de saber muy bien a dónde me dirigía. Tal vez fuera por el hecho de estar encerrada dentro junto con un gato, y la entrada era vigilada por una serpiente. Pero los ratones eran más rápidos y astutos, o al menos eso me dije en un intento por convencerme de no estar cometiendo un terrible error.
Me detuve junto a la entrada del vestuario. Cogí aire al apoyarme contra el muro, deslizando una mano sobre mi pistola para cogerla del cinturón. Podía hacer esto, tenía que hacerlo. Solo necesitaba ganar unos buenos minutos y entonces todo habría valido la pena. Diana había hecho lo mismo por mí antes. Estaba entrenada, armada y motivada. ¿Qué más podía necesitar? Además de mucha suerte.
Me armé de valor, o al menos pretendí hacerlo, y giré para entrar. Los vestuarios lucían peor de noche, y eso era mucho decir considerando que mi cuerpo había aprendido a aborrecerlos al tener que tomar una clase común de gimnasia con todas las secuelas de haber entrenado la noche anterior con el MI6. No había esperado que fuera fácil, nunca lo era, pero los locos tendían a actuar de un modo imprevisible para la lógica y era difícil descifrar sus comportamientos.
Antoine estaba sentado sobre una hilera de casilleros, su cabello húmedo pegándose a su rostro, un bate de baseball en mano. ¿Y se suponía que yo debía retomar clases sabiendo que este sujeto andaba viviendo aquí y jugando con lo que encontrara? Si primero lograba sobrevivir al verano, claro. Él me miró con curiosidad, y por un instante pareció un joven normal, apuesto incluso, el tipo de desconocido del cual aceptarías ayuda en la calle y luego alguien escribiría una trágica historia sobre ti.
—Te he visto en algún lado antes, coucou —dijo Antoine arrastrando su acento y sonrió—. La escuela está cerrada, pero puedes quedarte. Me estoy aburriendo y tú luces como un buen entretenimiento.
—¿La guardas en la sala de música? —pregunté y casi sonreí ante su mirada de sorpresa—. Tiene vidrios a prueba de sonido, alguien podría gritar dentro hasta quedarse sin voz y nadie fuera lo sabría.
—¿Hablas de mi chatton?
—¿Está Diana viva?
—Debería, la necesito para cuando venga su prince charmant.
—Ethan no vendrá —dije y Antoine ladeó la cabeza al observarme—. Ese es el nombre del agente que buscas. ¿Verdad?
—Oh, y tú eres su soeurette. Tienen la misma nariz —respondió él tocándose la suya.
—Nunca antes alguien me dijo que me parecía a mi hermano.
—Son idénticos. Lionel me mostró tu photo.
—Eso supuse.
—También dijo que podía quedarme con tu hermano si te dejaba para él.
—Lionel es predecible —dije y me encogí de hombros—. Me tienes a mí, Ethan no está.
—Vraiment une surprise —comentó él—. Eres una cobarde, a diferencia de tu hermano.
—No lo soy.
—Tienes un arma, y no me has apuntado.
—No me gusta la violencia si puedo evitarla.
—Entonces eres una estúpida. Solo los cobardes le temen a tomar el poder. ¿Crees que esta fue una jugaba inteligente, Emma Bright? —preguntó Antoine y sonrió ampliamente—. Destruiré a Ethan Bright por lo que me costó, no me importa hacerlo a través de ti.
—Lionel me quiere para él —respondí y Antoine sacó un cuchillo.
—Sé que tu hermano no está muy lejos, quizás venga si te hago gritar también.
Levanté el arma y apunté. Él me lanzó el cuchillo a tiempo que me echaba a un lado para disparar. Mi bala falló, mi cuerpo golpeó contra el duro suelo, su cuchillo se clavó cerca de mi pie. Escuché su risa desde algún lugar al otro lado. Apenas tuve tiempo de rodar para evitar lo peor cuando Antoine empujó su hilera de casilleros, logrando que estos cayeran como domino hasta mí. Evité lo peor, pero tuve que cubrirme la cabeza con mis manos cuando las portezuelas se abrieron por el impacto.
Quizás debería haber apuntado apenas había llegado, pero entonces no hubiera podido evaluar el tipo de enemigo al que me enfrentaba y nada me aseguraba que eso no hubiera salido de un modo terrible. Antoine ciertamente sabía lo que estaba haciendo a pesar de no demostrarlo. Y Ethan me mataría cuando llegara a la sala de música y encontrara a Diana. Era mejor así, no había modo en que hubiera permitido que mi hermano caminara directo a una trampa.
Me arrastré sobre el suelo, apenas siendo capaz de moverme dentro del diminuto espacio de casilleros caídos sobre otros. Tenía que actuar rápido, antes que el ruido atrajera a otros o Ethan apareciera. Antoine rió al verme antes de dirigirse hacia la puerta que llevaba al cuarto donde se guardaban los elementos del gimnasio al estar bloqueada la entrada principal. Me puse de pie apenas pude y corrí detrás de él. No podía dejarle escapar e ir tras mi hermano
Me agaché enseguida al entrar, evitando por poco una pesada bola de baseball en mi cabeza. Esto era ridículo. Antoine sonrió, lanzando otra bola y bateándola sin problema en mi dirección. Me eché detrás de una jaula de pelotas de football para cubrirme. Tenía que apuntarle, lo sabía. Sostuve el arma con ambas manos mientras intentaba convencerme de hacerlo. Pero también sabía que él era mucho más experimentando que yo, un arma bien podría ser utilizada en contra de su portador y tenía una cantidad limitada de balas por lo que no debía desperdiciarlas. Era lo primero que Ethan me había enseñado al momento de disparar, siempre tener contadas mis balas.
—Una vez una cobarde, toujours una cobarde —dijo Antoine avanzando y golpeando cosas a su paso con el bate—. Las mujeres no están hechas para la acción. Son sensibles, no tienen las agallas que hacen falta para la violencia. No es su culpa, es su simple naturaleza, y los hombres cometimos el error de darles derechos, de dejarles creer que podrían ser como nosotros. Tendré que recordarte cuál es ta place.
Él saltó sobre la jaula de pelotas. Giré enseguida y me eché hacia atrás, levantando el arma y apuntando. Apenas fui capaz de ver la amplia sonrisa de Antoine y la perfecta curva que dibujó el bate cuando lo bajó para dar un certero golpe. Apreté el gatillo a tiempo que sentía el impacto contra mi cabeza, el tiro se desvió. Caí hacia atrás sin gracia alguna. Antoine estuvo sobre mí en un parpadeo, riendo al levantar su bate para tomar impulso.
Grité al sentir el fuerte dolor en mis costillas. El siguiente golpe en la cabeza casi me dejó fuera de combate. No sentía para nada mi cuerpo. Escuché un tintineo en algún lugar lejano y luego algo estaba alrededor de mi cuello. Antoine estaba tirando de mi cabello, arrastrándome por el suelo mientras el aire comenzaba a faltarme. Mis manos parecían estar actuando por cuenta propia al arañar con desesperación mi garganta.
Antoine seguía hablando. No lo podía escuchar. La oscuridad amenazaba con dominar mi visión mientras me arrastraba fuera del cuarto de equipamiento y dentro del gimnasio. Necesitaba calmarme. La desesperación tan solo lograría que me quedara sin aire más rápido. Me estaba retorciendo y pataleando en un intento por liberarme mientras intentaba entender qué había sucedido. Tanteé mi cuello solo para sentir una cadena alrededor. Antoine tenía mi cabello sujeto en un puño junto con la cadena, y no dejaba de avanzar como si fuera una muñeca de trapo.
Podía sentir la inconsciencia amenazando con vencerme y mi cuerpo comenzando a ceder. No podía rendirme ahora, porque no quería ni imaginar lo que Antoine sería capaz de hacerme entonces. No era un animal, no necesitaba que nadie me dijera cuál era mi lugar y ciertamente no iba a permitir que un desconocido profanara el único lugar donde podía pretender tener una vida normal al menos por unas horas.
Doblé una pierna y cogí el cuchillo que guardaba dentro de mi bota. Por un instante, la presión alrededor de mi cuello fue peor y jadeé por aire. Me giré e hice un corte en el aire sin dudarlo. El tirón de mi cabello desapareció cuando el filo encontró los mechones dándome la posibilidad de agachar la cabeza y escapar de la cadena. Un movimiento de muñeca, y Antoine se vio obligado a retroceder cuando el cuchillo cortó su muslo.
Me levanté de un salto sin darme oportunidad de recuperar el aire. Todavía podía sentir la presión alrededor de mi cuello a pesar que la cadena ahora colgaba vacía de la mano de Antoine. Miré las doradas hebras en el suelo entre nosotros. Levanté mi mano libre para tocar mi cabello. Me tomó más tiempo del necesario el darme cuenta que terminaba varios centímetros por encima de donde debería. Solo pude mirar a Antoine considerando la idea de arrancarle sus ojos con mis uñas.
—¿Cómo te atreves? —pregunté.
No me dio oportunidad de decir nada más. Antoine se acercó moviendo en círculos la cadena. Levanté el cuchillo para defenderme cuando me azotó, gritando cuando el metal atrapó mi mano y muñeca. Él tiró de mí, giré para encajar mi codo contra su rostro y poder liberarme. Mi arma había quedado por mucho olvidada en el cuarto de equipos. Prefería no pensar en los moretones que esto me dejaría, pero ver la nariz de Antoine sangrando valía la pena luego de que me hubiera costado mi cabello.
El agarre del metal en mi muñeca se aflojó lo suficiente para que pudiera deslizarme fuera y alejarme. Antoine volvió a arremeter. Me agaché para evitar el golpe, escuchando el tintineo de la cadena sobre mi cabeza. Necesitaba salir de aquí, y a la vez necesitaba detenerlo. Tal vez él tuviera razón, quizás sí fuera una cobarde en el fondo. Siempre había peleado para defenderme o defender a otros. ¿Pero aquí? Una parte de mí me decía que huyera, mi cuerpo ciertamente prefería esa opción a seguir agregando más dolor.
Antoine barrió el suelo con la cadena. Salté para evitarlo, los eslabones de todos modos enganchándose en mi bota. Él tiró con ambas manos, el impulso siendo suficiente para hacerme caer hacia atrás. Mi cabeza golpeó con fuerza el suelo. No podía acercarme a él, o estaría perdida. Lo sabía porque Ethan siempre lo había descrito como un duro enemigo, y mi hermano era excelente en combate de corta distancia. Aun así, cuando algo era inevitable, mejor utilizarlo a mi favor.
Rodeé hacia él, logrando tumbarlo con el movimiento. Antoine no desaprovechó la ocasión para encajarme una fuerte patada en las costillas. El impacto me alejó unos metros, al menos quedé libre de la cadena. El dolor tan solo era peor a cada segundo. No podía huir, no todavía. Tenía que darle tiempo a Ethan, porque él de seguro intentaría poner a Diana a salvo si ella seguía con vida.
Me puse de pie con dificultad, apenas conteniendo una sonrisa. Mi hermano estaría tan cabreado por esto. ¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? ¿Dejarlo ir directo hacia el enemigo? Antoine lo había estado esperando a él, y lo que fuera que tuviera preparado, Ethan y yo éramos muy distintos enemigos como para que funcionara. Unos golpes no eran nada en comparación con la vida de mi hermano.
—¿Es eso todo lo que tienes? —pregunté.
El metal me alcanzó en la mandíbula. Saboreé sangre y retrocedí un paso, las lágrimas ardiendo en mis ojos. Solo tenía que resistir un poco más, y ser más inteligente que él. Debería correr, huir del gimnasio hacia un escenario que me conviniera más, al menos intentar regresar al cuarto donde había dejado mi arma, pero era cuestión de perder un segundo de vista a Antoine para que se olvidara de mí. Escapar no era una opción.
—¿Cansada? —preguntó él.
—Si crees que esto es malo, es porque no sabes lo que fueron mis últimos días.
Me eché hacia atrás para evitar un golpe y me agaché para esquivar otro. Tal vez el problema era que me estaba enfrentando a un arma de larga distancia, con una de corta. No dejé de moverme mientras me desabrochaba mi cinturón, Antoine tampoco me dio respiro alguno. Podía sentir la sangre en mi rostro y el sudor pegando mis prendas a mi piel. ¿Cuánto tiempo llevábamos? Cogí mi cinturón por la punta, dispuesta a ponerle fin.
Cuando Antoine se acercó para atacarme otra vez, me acerqué a su encuentro. Levanté mi cuchillo, la cadena golpeó la hoja y se enganchó alrededor. Con mi otra mano, no dudé al azotarlo con mi cinturón. La hebilla golpeó el rostro de Antoine a la altura de sus ojos con la suficiente fuerza para desorientarlo. Giré para terminar detrás de él, ignorando el agónico tirón de la cadena alrededor de mi mano, y lo pateé con fuerza en su espalda.
Antoine cayó al suelo. Intenté no pensar en lo que estaba haciendo al ponerme sobre su espalda, pasando el cinturón alrededor de su cuello. Introduje la correa dentro de la hebilla y tiré. Antoine clavó con fuerza sus uñas en mis muslos y se retorció en un intento por quitarme de encima, solo logró que ajustara con más fuerza el cuero alrededor de su cuello. Mis manos temblaban, mi cuerpo entero estaba demasiado roto como para poder hacer mucho más. Fue un momento que pareció eterno, hasta que el agarre de Antoine sobre la cadena se aflojó y mi mano pudo respirar.
Él no corrió la misma suerte. Apenas dejó de moverse, le arrebaté su cadena y me ocupé de atar sus manos y pies juntos. Me despedí de mi cinturón al utilizarlo también para mantener el amarre sobre su cuello. John me había enseñado este nudo en una ocasión, un entramado de correas que inmovilizaba a una persona y hacía que cualquier intento por liberar sus manos solo aumentara la presión sobre su cuello.
Me eché hacia atrás cuando terminé, permitiéndome recuperar el aire y descansar un poco. Cerré los ojos un instante. Mi cuerpo entero ardía. Mi mano estaba cubierta de sangre y sudor, igual que mi rostro. Mi cuello todavía dolía. Podía sentir cada milímetro de piel en que la cadena me había marcado. Mi cabeza palpitaba. El suelo se sentía familiar. Casi podía pretender que acababa de terminar alguna muy exigente clase de gimnasia. Abrí los ojos solo para fijarme en el techo de la escuela. ¿Acaso Lionel me haría sangrar sobre cada lugar feliz de mi infancia?
Giré la cabeza para fijarme en el cuerpo de Antoine. Los films mentían, las personas no morían enseguida cuando eran asfixiadas. Primero, venía la inconsciencia, y minutos después la muerte. De todos modos no me atreví a fijarme en detalle para ver si seguía respirando, mi cuerpo estaba demasiado agotado como para siquiera procesar culpa. Me había cortado el cabello y rasgado mi pantalón con sus uñas, casi me estremecí al pensar en sus manos sobre mi piel. Se tenía merecido un arresto.
No supe con exactitud cuánto tiempo estuve así, intentando recuperarme lo suficiente para huir o enfrentar otro peligro. Podrían haber sido minutos o segundos, tenía la suficiente experiencia para saber que de seguro era la primera opción. El tiempo se distorsionaba cuando el cuerpo había sido demasiado exigido.
Solo me puse de pie cuando escuché pasos acercándose. Cogí mi cuchillo con fuerza, luchando por tener la suficiente energía para afrontar una amenaza más. Solo una más, y luego podría sentirme conforme.
Me relajé por completo cuando vi a Jack entrar al gimnasio. Sonreí sin poder evitarlo, entonces él sí había reconocido y comprendido mi código. Se acercó enseguida para atraparme al notar lo débil que estaba, y por un instante me apoyé por completo contra él, permitiéndome finalmente dejar de luchar. Estaba a salvo, podía bajar la guardia por unos segundos. Mientras Jack me sujetara, podía rendirme.
—¿Qué has hecho? —preguntó él.
—Cumplir con el plan, el que pasé toda la tarde armando —murmuré—. ¿Puedes ocuparte del resto? Tenemos que entregar a Antoine, y Ethan, y...
—Tu hermano está fuera con Diana. Ya le avisé a Truman de Ferrière.
—¿Cómo?
—Vamos, Bright. No es conveniente estar aquí para cuando lleguen los hombres de traje —dijo Jack tirando de mí—. ¿Puedes caminar?
—Sí —dije, pero él de todos modos pasó un brazo por mi cintura para ayudarme.
—¿En qué estabas pensando?
—En que las trampas son muy personalizadas, así que si cambias la víctima pierden cualquier efectividad. Por eso cuanto más tiempo pasas con alguien, más sencillo resulta engañarlo. Y Jack.
—¿Qué?
—No hueles a humo.
Él no respondió nada, yo tampoco insistí. Le dejé ayudarme a caminar todo el camino se regreso a la entrada de la escuela y fuera. Ethan nos estaba esperando fuera con un vehículo ya en marcha distinto al que nos había traído. Él me miró como si pudiera matarme cuando abrí la puerta de atrás, yo simplemente acepté que el robo de automóviles sería algo habitual tras lo sucedido con Scarlet. No dijo nada cuando me deslicé en el asiento de atrás o Jack en el lugar del copiloto. Todo donde su piel estaba visible, podía verlo lleno de rasguños.
Abrí la boca dispuesta a preguntar cómo le había ido, pero me detuve tan pronto como vi el pequeño bulto temblando en el suelo del vehículo. Diana estaba acurrucada en un rincón, intentando ser tan pequeña como fuera posible y tan alejada de todos como pudiera. Su cuerpo estaba lleno de sangre y marcas, y apenas tenía un abrigo que antes había sido de mi hermano para cubrirse. Su cabello había sido cortado por completo e incluso le faltaban pedazos en alguna parte de su cabeza, pero fue el absoluto terror en su mirada lo que me obligó a no fijarme en ella. ¿Qué le había hecho Antoine como para que ella atacara a quien fuera a rescatarla?
Me recosté en el asiento, mi cuerpo finalmente rindiéndose una vez que estuvimos en las afueras de Londres. No pude luchar, la inconsciencia me venció tan pronto como me relajé. Quizás nunca me hubiera despertado de nuevo, de no ser por Ethan sacudiéndome con urgencia en medio de la noche. Parpadeé sin comprender nada de lo que andaba sucediendo. No había rastro de Diana o Jack por ninguna parte. El vehículo se había detenido y Ethan estaba fuera intentando que entrara en razón.
Me estaba reclamando por lo que había hecho, mi hermano siempre encontraba un motivo para reclamarme, incluso cuando no podía oír sus palabras a pesar de verlo hablar. Torpemente me deshice de su agarre a manotazos y luché por levantarme. Ethan tuvo que atajarme para que no cayera una vez que estuve fuera. Mis costillas dolían demasiado, mi cabeza se sentía demasiado pesada. ¿No podía dormir un poco más? Me lo tenía merecido. Pero ya estábamos de regreso en la residencia Bright, las luces estaban encendidas, y mi hermano lucía como si fuera a soltar un monólogo interminable de enojo y preocupación tan pronto como vendara todas mis heridas.
Ni siquiera tuve tiempo de comprender del todo qué estaba sucediendo cuando Ethan me llevó dentro hasta la sala. La luz era demasiado brillante para ver bien, los sonidos muy fuertes, más voces se sumaron. No tuve oportunidad de hacer nada. Papá me cogió por el brazo y me arrastró lejos. Y tal vez yo estaba demasiado insensible, o él seguía bajo los efectos de lo que fuera que Jack hubiera utilizado para dormirlo, pero su agarre no se sentía tan fuerte a pesar de que mi cuerpo fallaba al intentar oponer resistencia.
Por un instante me sentí como una niña pequeña. Recordé todas esas veces que había visto a padres llevar a sus hijos a un lado para reprenderlos, y era tonto, porque nunca había tenido que pasar por algo similar. Mamá y yo siempre habíamos estado en buenos términos, nada que una charla y un castigo aceptado no pudiera arreglar. ¿Pero esto?
Él me metió dentro de la biblioteca, y yo me apoyé contra la puerta tan pronto como la cerró al no poder mantenerme de pie por mi cuenta. Lucía furioso, pero de un modo divertido, tal vez porque su cuerpo tampoco se había recuperado del todo y parecía estar luchando también por permanecer consciente. Quizás éramos dos tontos, obligando a nuestras mentes a mantenernos despiertos cuando nuestros cuerpos no podían más.
—¿En qué demonios estabas pensando? —gritó él.
—En lo que tú deberías, en cuidar a esta familia y quienes les importan —respondí.
—¿Siquiera has visto en qué estado estás?
—Si luzco tan mal como me siento, créeme que tengo una buena idea.
—¡Podrías haber muerto!
—Oh, deja de actuar como si te importara.
Papá se acercó y puso una mano contra la puerta cuando intenté abrirla para irme. Y era ridículo, porque él no tenía fuerza alguna como para en serio mantenerla cerrada, pero yo estaba incluso peor como para intentar moverlo. No era justo. Él no tenía derecho alguno a hacer esto, no era nadie para reclamarme también.
—No te atrevas, ni por un segundo, a creer que no me importas —dijo papá.
—Cuatro años tuviste para intentar demostrarme que sí lo hacía —dije y lo empujé sin fuerza alguna para alejarlo—. Quédate tranquilo, tu otro hijo está bien.
—Pero tú no.
—¿Y qué? Estoy entrenada para esto.
—No lo estás.
—¡Sí lo estoy! ¿Qué puedes saber tú sobre mi entrenamiento? —grité y golpeé con un puño su pecho sin causarle nada—. Nunca estuviste, nunca te importó, nunca te dignaste a saludarme o verme siquiera. ¡Entonces ahora no tienes derecho a decirme nada sobre mi vida! Porque por tu culpa mamá se obsesionó con el trabajo y Ethan se fue y yo estuve sola. ¡Te fuiste! ¡Si no fuera por las fotografías, jamás hubiera sabido cómo lucía mi papá! ¡Me ignoraste y mamá no sabía qué inventar para hacerme entender por qué Ethan sí y yo no, y John se la pasaba contándome historias sobre ti para que no te odiara y todos murmuraban cosas! ¡No estuviste antes así que no intentes estar ahora! Porque estoy entrenada, sé lo que hago, soy capaz, soy fuerte...
—¡Pero yo no! —dijo papá, atajando mis manos antes que siguiera golpeándolo—. ¿Es eso lo que quieres oír? ¿Que no soy lo suficientemente fuerte? Hay una sola manera de matar a un hombre, pero hay muchas más de matar a una mujer. ¿Necesitas que te detalle todo lo que le deben haber hecho a esa chica que acaban de traer para que esté como está? ¿Quieres saber cuán agradecido estoy de que solo te hayan dado una paliza? ¿Crees que no daría mi vida por la tuya en cualquier momento sin siquiera dudarlo? Me desangré cada instante de no estar cerca de ti, y me rompí el corazón cada día viéndote desde lejos sabiendo que nunca podría acercarme, y no creas que no me apuñalas en el alma con cada cosa que me dices. Pero no era fuerte entonces como para tolerar el siquiera imaginar todos los horrores que podrían hacerte por mi culpa y no lo soy ahora. ¿O acaso no entiendes cuánto te amo?
—No estabas —murmuré, sintiendo mi ojos arder.
—Lo sé, y jamás podré perdonarme por lo que tuve que hacer si no logro que tú me perdones primero.
—No estabas —repetí y él me abrazó, sosteniéndome con cuidado contra su pecho.
—Ahora lo estoy, y no me iré a ningún lado de nuevo. Lo prometo.
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