Prólogo: Ultimátum

Coordenadas dimensionales:

Año 8.924 del calendario zyonista

Erebus

Región de Acies

Ciudad de Karmash (Territorio neutral)


Argus, sin duda, no era un océano clemente. Aquellas oscuras y hambrientas aguas habían hecho ya desaparecer innumerables embarcaciones que habían tratado de cruzar la región de Acies evitando las hostiles rutas terrestres. Incluso para toda una flota de combate moderna, aquellas aguas seguían representando una arriesgada travesía, y a menudo se pagaban precios demasiado altos por el camino. Aquella expedición, afortunadamente para los tripulantes de aquella flota, había sido una feliz excepción, y prácticamente todas las embarcaciones habían llegado intactas a su destino.

La Comandante Satsuki Aldrich contempló con desdén el nublado cielo nocturno, en el que apenas lograba distinguir ninguna de las tres lunas de Erebus. Aquella no se suponía que debiera ser una operación nocturna, pero una insistente tormenta había zarandeado las embarcaciones y embravecido las aguas durante los últimos dos días, obligando a la flota a bajar el ritmo y retrasar su llegada a su destino. Aunque las dos embarcaciones de mayor tamaño podían ignorar los efectos adversos del clima, la Comandante necesitaba a todos los efectivos posibles para la misión que estaba a punto de realizar. No podía dejar atrás las embarcaciones de apoyo ni los transportes de tropas. Lo cierto era que, para ser alguien tan acostumbrada a trabajar en solitario, en aquella ocasión dependía demasiado del esfuerzo y el rendimiento de otros. Aquello le resultaba angustioso, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que ella arriesgaba en aquella operación.

Un trueno volvió a dejarse oír, y en pocos segundos las gotas de lluvia comenzaron a caer de nuevo. Satsuki emitió un leve suspiro mientras notaba como su cabello largo hasta la mitad de la espalda, negro como el ónice y perfectamente liso volvía a mojarse tras casi haber logrado secarse por completo. El pálido rostro de la Comandante, tan blanco que resultaba casi fantasmagórico, deformó sus facciones mestizas en una expresión amargada, mientras sus siniestros ojos de un intenso y antinatural color rojo brillante dejaban de mirar hacia el cielo y clavaban la mirada en la línea de costa, como un depredador que acababa de avistar una presa. Unos relámpagos iluminaron fugazmente el ambiente, haciendo brillar durante una fracción de segundo su mojada indumentaria. En contraste con su pálida piel, la Comandante Aldrich llevaba puesto un mono de nanofibras táctico de color negro, algo ceñido a su esbelto cuerpo, pero lo suficientemente elástico y flexible para permitirle moverse con comodidad. En el centro de su espalda, aquella prenda estaba ornamentada con el logo de su organización, el cual se encontraba parcialmente tapado por una larga cuchilla de color negro, vagamente parecida a una katana, que se encontraba sujeta a un acople magnético. El aspecto de la Comandante resultaba bello e inquietante a partes iguales; y no auguraba un buen presagio ni para sus enemigos ni para sus aliados.

Satsuki dedicó un momento a contemplar la costa, desde su posición a unos cinco kilómetros de distancia. Frente a ella, se encontraba la ciudad de Karmash, perteneciente a una nación neutral cuyo nombre no se molestó en memorizar. Había tenido que recorrer casi doscientos mil kilómetros de océano para llegar hasta aquel lugar, y en aquel momento se encontraba más lejos de cualquier territorio aliado de lo que jamás lo había estado. Aquella operación había sido una pesadilla logística y un auténtico calvario personal para alguien como ella, que además odiaba el mar con toda su alma. Sin embargo, tras varias semanas de navegación, finalmente lo había conseguido. Había llegado a su objetivo. La causa y posible solución de todos sus problemas se encontraba en aquella ciudad. Satsuki permaneció completamente inmóvil, apretando los dientes mientras miraba hacia la ciudad. En aquel momento, sentía una aguda punzada de dolor en el pecho. Era algo a lo que no lograba acostumbrarse, por más tiempo que pasase.

Un leve zumbido proveniente de un dispositivo situado en el cuello de su indumentaria, cerca de la cremallera frontal, indicó a Satsuki que su sistema de comunicación estaba a punto de activarse y el sonido la hizo salir del momentáneo trance en el que se había sumido.

- Todas las embarcaciones a doce kilómetros del objetivo, tal y como ordenó- Le informó una voz masculina por el comunicador- Estamos a la espera de nuevas órdenes, Comandante Aldrich.

Satsuki estuvo tentada de mirar hacia su espalda para confirmar que todos los barcos que la acompañaban se encontraban allí. Pese a la oscuridad de la noche y la distancia, su vista debería ser lo bastante buena para distinguir las siluetas de aquellos buques. Sin embargo, no había sido precisamente amable dando las órdenes, y no dudaba que el Almirante habría seguido sus instrucciones a rajatabla; por su propio bien. Para aquella operación contaba con el apoyo de un portaaviones de Clase Hive Mind, un acorazado psiónico de Clase Serenity y cinco destructores confiscados a una nación derrotada con anterioridad; algo obsoletos tecnológicamente, pero aún capaces de mantener un cierto nivel de competencia y proporcionar apoyo a las embarcaciones construidas por su organización. Además, otros seis navíos de transporte pesados cargaban con unos treinta mil soldados de infantería y casi trescientos tanques ligeros modelo Virus. Aquel era un ejército demasiado grande para alguien tan acostumbrada a desentenderse por completo de los demás y luchar por su cuenta, pero la situación requería de medidas drásticas. En aquella ocasión, no se trataba de un trabajo que pudiese hacer ella sola. Por mucho que odiase admitirlo, en aquel momento necesitaba ayuda, más de lo que jamás en toda su vida la había necesitado.

- Manteneos fuera del alcance de las armas de defensa costera- Indicó Satsuki, con cierta apatía- Yo abriré camino y me encargaré de neutralizarlas y asegurar el puerto. Cuando lo ordene, que todas las tropas de tierra desembarquen.

- Entendido- Respondió el Almirante.

Lentamente, Satsuki comenzó a caminar hacia la costa. El agua del mar le llegaba ligeramente por debajo de la cintura e iba bajando a medida que avanzaba. Un atronador sonido retumbó en la distancia, rompiendo el sepulcral silencio de aquella noche. Aquel característico y familiar sonido era algo que Satsuki conocía muy bien; demasiado bien. Los cañones de la artillería costera habían comenzado a rugir. En apenas un segundo, una furiosa descarga de proyectiles altamente explosivos impactó de lleno contra ella. La violenta cadena de explosiones rugió con fuerza e iluminó kilómetros de mar a su alrededor, llegando incluso a cegarla a causa de la deflagración. Sin embargo, cuando se hizo el silencio, Satsuki emergió de entre la nube humo; completamente ilesa.

A pesar de su habitual mal humor y del agudo dolor que sentía en su interior, Satsuki esbozó una maliciosa sonrisa a medida que continuaba caminando tranquilamente hacia la costa, ignorando aquellos disparos. Hasta el día anterior, los habitantes de Karmash podrían haberse llegado a considerar afortunados. Aquella ciudad se encontraba a cientos de miles de kilómetros tanto de Phobos como de la Teocracia de Zyon, carecía de valor estratégico significativo y no tenía cerca recursos naturales importantes para ninguna superpotencia. Permanecer afiliados a aquella nación neutral había garantizado a los habitantes de Karmash protección contra la mayoría de ejércitos independientes de Acies y contra los clanes piratas que surcaban Argus. Aquella ciudad no debería haber tenido que entrar en guerra contra ninguna amenaza seria durante los próximos doscientos o trescientos años como mínimo. Sin embargo, las cosas habían cambiado en los últimos días. Ahora, en aquella ciudad tenían algo que ella buscaba; y no dudaría en tomarlo por la fuerza, costase lo que costase.

Una nueva descarga de un buen número de cañones de artillería volvió a impactar con precisión contra ella. A pesar de todo el tiempo que aquella nación había pasado sin tener una guerra a gran escala, su armamento no estaba tan obsoleto como Satsuki se había atrevido a asumir. Aquellos cañones de defensa costera estaban preparados para algo más que para repeler una simple flota pirata; se habían mantenido alerta sabiendo que la paz no duraba para siempre en la región de Acies y que eventualmente acabaría por llegar una fuerza invasora por mar, en algún momento. Aquellas grandes y potentes armas eran capaces de hundir buques de guerra con tan solo unos pocos disparos. Incluso la tecnológicamente avanzada flota de Phobos hubiese sufrido algunas bajas en un mal planificado asalto directo contra aquellos cañones. Sin embargo, por desgracia para los defensores, no era una flota enemiga lo que les atacaba; al menos no de momento. Aquella artillería no tendría efecto alguno en una titán de casi trescientos metros como ella. Por más que disparasen, ni siquiera serían capaces de ralentizar su avance. Satsuki no sentía el más mínimo dolor o molestia ante aquellos inocuos impactos. En realidad, había muy pocas cosas en Acies que fuesen capaces de hacerle daño a algo como ella; y estaba claro que aquellas armas pensadas para hundir barcos se quedaban cortas de potencia ante semejante enemiga.

Satsuki se detuvo a poco menos de dos kilómetros de la costa. El agua le llegaba casi hasta las rodillas. Lentamente, paseó la mirada por el puerto de la ciudad; una sólida construcción de diques de hormigón que ocupaba algo más de dos kilómetros de la costa de Karmash. Pese a las apariencias y al intenso bombardeo que le enviaban desde allí, aquel era en realidad un puerto comercial. Se encontraba repleto de embarcaciones civiles sin ninguna clase de armamento y miles de contenedores de mercancía apilados en grandes bloques. Tres enormes grúas portuarias de un centenar de metros de altura se alzaban junto a los edificios de almacenes. Sin embargo, pese a toda la actividad comercial que aquel puerto parecía tener, la zona se encontraba fuertemente militarizada. Además de los doce emplazamientos de artillería que le habían estado disparando desde la línea de costa, Satsuki alcanzó a distinguir una línea de blindados de al menos cincuenta tanques apostados por todo el puerto. Por donde quiera que mirase, veía a cientos, quizás incluso miles, de soldados de infantería abandonando sus improvisadas fortificaciones y retrocediendo lentamente a medida que ella se les acercaba cada vez más.

Satsuki dedicó una sonrisa condescendiente al ejército que se interponía en su camino con semejante despliegue. Era imposible que pensasen que realmente tuviesen alguna mínima oportunidad contra ella. A juzgar por aquella formación y aquella amplia línea de defensa, la Comandante Aldrich estaba segura de que habían detectado su flota en alta mar y se habían organizado para defenderse ante un desembarco de tropas de Phobos, pero no se esperaban a una Titán al frente del ejército. Era un error razonable; al fin y al cabo, el vehículo que ella había utilizado para transportarse a través de Argus era indistinguible de otra embarcación más en los sensores, y nadie en aquella ciudad se habría atrevido a pensar que aquel lugar fuese tan importante como para que Phobos enviase contra allí a una de sus mejores armas. Sin embargo, conscientes o no de a qué se enfrentaban, había algo que era innegable sobre aquellas tropas. Tanto la Comandante Aldrich como aquellos hombres y mujeres de uniforme sabían perfectamente qué era lo que venía a continuación. Les habían enviado allí a morir.

En otras circunstancias, a Satsuki le habría parecido divertido terminar de recorrer la distancia que la separaba de la costa ignorando los disparos para, a continuación, aniquilar a aquel ejército en combate cuerpo a cuerpo y arrasar con sus propias manos todo el puerto de Karmash. Aquello sin duda la habría ayudado a entrar en calor y recuperar los ánimos tras aquellas insufribles semanas de navegación. Sin embargo, en aquella operación, realmente cada segundo contaba. Desde el momento en el que las descargas de artillería habían comenzado y las alarmas de la ciudad habían empezado a sonar, aquello ya era una misión a contrarreloj. Sin dudarlo un momento, Satsuki apuntó hacia el puerto con su mano derecha, manteniendo la mano completamente abierta y los dedos separados. En ambas manos, Satsuki vestía unos guantes metálicos de color negro terminados en una punta curvada y afilada al final de los dedos; algo que, según la situación, podía servir tanto como una garra cortante como a modo de instrumento de precisión para alguien cuya mano era demasiado grande y le resultaba difícil interactuar con ciertos objetos pequeños. En sus antebrazos, portaba dos brazaletes que seguían el mismo patrón estético de sus guantes. El brazalete de su brazo derecho se iluminó con unas luces rojas similares a neones, indicando su activación.

Cuando recibió la confirmación visual de que su brazalete se había activado, Satsuki cerró la mano realizando un movimiento brusco con los dedos. Instantáneamente, desde el extremo de su brazo se emitió una descomunal ráfaga de fuerza telequinética en forma de cono de varios kilómetros de alcance. Un gran estruendo se pudo oír a casi diez kilómetros a la redonda, y el efecto de aquel ataque en el puerto no tardó en hacerse notar. Los daños fueron comparables a recibir de forma instantánea toda la destrucción que podría causar un tsunami, multiplicado por diez. Las grúas del puerto se colapsaron sobre sí mismas y cayeron, aplastando todo lo que se encontraba bajo ellas. Cientos de embarcaciones civiles acabaron hechas pedazos por aquella fuerza invisible o salieron volando varios kilómetros hacia tierra firme hasta acabar impactando contra algo. Miles de contenedores de mercancía salieron disparados en todas direcciones contra la ciudad, como si fuesen descomunales fragmentos de metralla que causaban graves destrozos a su paso. En apenas un instante, aquel arma había desatado un auténtico cataclismo contra la ciudad.

La mayor parte de los soldados y tanques, que hasta hacía un instante infestaban el puerto, desaparecieron casi sin dejar rastro; algunos arrastrados por aquella corriente de energía, como insectos llevados contra su voluntad por un viento fuerte, mientras que otros muchos quedaron sepultados bajo enormes montañas de escombros y metal retorcido. En apenas un segundo, la mayor parte de aquella formidable fuerza de combate que defendía el puerto había sido exterminada como alimañas ante una fumigación masiva. Aquello no parecía un combate, sino más bien un exterminio indiscriminado. La diferencia de poder entre ambos bandos era demasiado abrumadora. Nueve de las piezas de artillería fueron completamente inutilizadas. Las más cercanas al centro del cono del ataque fueron hechas pedazos por aquella fuerza telequinética imparable, mientras que las que se encontraban al límite de su alcance efectivo acabaron simplemente sufriendo graves deformaciones o siendo arrancadas de sus cimientos y arrastradas hasta que chocaron con algo. Tan solo tres de aquellas piezas de artillería parecían permanecer operativas a duras penas, con daños menores. Aquello había sido un fallo de cálculo por su parte; el cono de su ataque no había sido lo suficientemente ancho, y aproximadamente una cuarta parte del puerto aún permanecía relativamente intacta.

Satsuki contempló durante un momento su brazal de descarga psiónica, para a continuación bajar el brazo a su posición de reposo y continuar caminando tranquilamente hacia la costa. Algunas tropas enemigas habían sobrevivido, pero en aquel momento no valía la pena realizar un segundo disparo para acabar de erradicarlas. La fuente de energía de aquella arma se consumía muy rápidamente si se usaba de forma continuada, y no llevaba ningún recambio encima. Ya había ahorrado suficiente tiempo con aquel disparo; podía terminar el resto del trabajo desde más cerca.

Con cada paso que daba, sus piernas se hundían cada vez menos en el agua y podía avanzar con mayor comodidad. Cuando finalmente se encontró junto a la zona más intacta del puerto, sus últimos pasos provocaron un violento oleaje que embistió contra el muelle, volcando algunas pequeñas embarcaciones civiles que habían sobrevivido al ataque inicial y arrastrando todo lo que encontraba a su paso; ya fuese chatarra, escombros o cadáveres. Un último paso hizo que Satsuki saliera finalmente del mar y se situase por fin en tierra firme, sobre lo que quedaba del puerto de Karmash. Satsuki notó la reconfortante sensación del asfalto crujiendo bajo el blindaje de sus botas y dejó escapar un placentero suspiro al tiempo que estiraba los brazos y flexionaba ligeramente la espalda para desentumecerse. Llevaba demasiado tiempo en el mar, lidiando con aquella desagradable sensación fría y húmeda. Realmente odiaba el mar con todas sus fuerzas. Después de aquellas horribles semanas, la Comandante se alegraba de poder volver a caminar por tierra firme.

Satsuki sintió cómo recibía un impacto de artillería en su muslo derecho y miró hacia abajo. Se encontraba a unos treinta metros del arma de defensa costera más cercana, y aquella pieza de artillería no tenía suficiente ángulo de disparo para apuntarle más arriba. Sin darle importancia al asunto, Satsuki alzó la pierna derecha y apoyó su pie sobre aquel emplazamiento de artillería. Gracias al recubrimiento metálico de sus botas, apenas pudo notar que estaba aplastando algo sólido. Tan solo el sonido de metal crujiendo y los desesperados gritos de los operarios le indicaban que algo estaba desapareciendo bajo su bota. En apenas un instante, aquella formidable arma anti navío se convirtió en un amasijo irreconocible de metal retorcido, compactado entre el agrietado asfalto y su suela.

Una auténtica orquesta de armas de fuego no tardó en hacerse oír. Los dos emplazamientos de artillería restantes habían rotado lentamente sobre su eje para poder seguir apuntándole, varios tanques que habían logrado evitar la masacre inicial habían comenzado a abrir fuego, y miles de balas surcaban el aire en dirección hacia ella. Sin embargo, ninguno de todos aquellos incontables proyectiles era siquiera capaz de ser disparado con el suficiente ángulo como para poder hacer impacto por encima de su cintura a tan corta distancia. Aquel esfuerzo por parte de aquellas tropas era tan admirable como inútil; cada disparo que realizaban lo hacían con la esperanza de lograr causar algún daño que detuviese finalmente su avance, pero todo lo que recibían por parte de su enemiga era una aplastante indiferencia. Satsuki echó un rápido vistazo a su alrededor, en busca de todo lo que pudiera ser una amenaza para sus tropas. Aún quedaban a su alrededor cuatro tanques y al menos doscientos soldados de infantería; todos ellos demasiado dispersos como para poder eliminarlos de forma limpia y eficiente.

En otras circunstancias, no le habría importado que los soldados que la acompañaban tuviesen que abrirse paso por sus propios medios; ella no era la niñera de aquel batallón, y ya había hecho más que suficiente para abrirle paso a sus tropas. Sin embargo, en aquel momento no tenía más remedio que hacer una excepción y actuar como si realmente le importasen sus subordinados. Aquella noche necesitaba hasta el último hombre y mujer disponible recorriendo las calles de aquella ciudad, en busca de su objetivo. Cada baja que sufrieran sus tropas, significaría reducir su capacidad de búsqueda. Sin pensarlo demasiado, actuando casi de forma instintiva, Satsuki alzó de nuevo su pierna derecha tanto como pudo. Su bota derecha se iluminó con un grupo de neones rojos, similares a los de sus brazales, indicando que la bota contenía suficiente energía cinética acumulada para desatar el caos. Rápidamente, Satsuki dirigió un brutal pisotón al suelo sobre el que se encontraba. Su bota sísmica se hundió varios metros en el asfalto y descargó de golpe toda la energía cinética residual que había ido almacenando a medida que Satsuki caminaba. Una serie de ondas sísmicas comenzaron a propagarse por el subsuelo, provocando que la tierra en un kilómetro a la redonda se agitase violentamente.

El asfalto se agrietó y abrió como si la propia tierra intentase vomitar su contenido. El terreno alrededor del punto de impacto comenzó a ondularse con violencia y a lanzar grandes cascotes hasta casi cincuenta metros de altura. Casi todo lo que se encontraba en la zona de efecto fue lanzado por los aires, tragado por la tierra o sepultado bajo cientos de toneladas de roca y escombros. Al menos un centenar de edificios de la ciudad cercanos al puerto se colapsaron sobre sí mismos y se derrumbaron violentamente al recibir aquellas brutales ondas sísmicas, convirtiendo una pequeña parte de la ciudad en una gran montaña de escombros. Satsuki observó cómo aquellos edificios se derrumbaban y frunció levemente el ceño en una expresión que denotaba preocupación.

Karmash no era una gran megalópolis zyonista ni una fortificación de Phobos construida con paneles de aleación de oricalco; aquella era una ciudad neutral tecnológica y arquitectónicamente obsoleta. Los edificios de aquel lugar estaban construidos con ladrillo, cemento y hormigón, y la mayoría de ellos no superaban los cincuenta metros de altura. Para sus estándares, todo aquel lugar resultaba extremadamente frágil. Había actuado sin pensar, y aquello no había sido una buena idea. El simple hecho de que ella caminase entre aquellas calles dañaría irreversiblemente todas las estructuras cercanas y la mayoría de ataques que estaba acostumbrada a emplear tenían poder destructivo de sobra como arrasar un distrito entero de Karmash de forma prácticamente accidental. Su objetivo se encontraba en aquella ciudad; debía controlarse un poco más para evitar correr el riego de sepultarlo en una tumba de escombros. No había llegado tan lejos para provocar de aquella forma su propio fracaso, habiendo tanto en juego.

Cuando la densa nube de polvo de escombros comenzó a asentarse, Satsuki logró apartar temporalmente sus preocupaciones y comprobó con cierta satisfacción que finalmente era la única que quedaba con vida en lo que quedaba del amplio puerto de Karmash. Tras dedicar un instante a contemplar las destructivas consecuencias de sus acciones, la Comandante Aldrich no tardó en perder el interés por aquellas silenciosas ruinas repletas de cadáveres y volvió a abrir su canal de comunicaciones con el Almirante.

- El camino está despejado. Que todos destructores se acerquen a distancia óptima de ataque y que todas las tropas de tierra desembarquen- Ordenó Satsuki- Ya saben lo que espero de ellas.

- A sus órdenes- Respondió el Almirante- La flota está en camino.

Una fuente de luz y sonido cercana captó rápidamente la atención de Satsuki. A poco menos de un kilómetro de donde ella se encontraba, un helicóptero se desplazaba sobre los edificios de la ciudad, volando a baja altura sobre un área residencial, mientras apuntaba en su dirección con un resplandeciente foco. Ver aquel helicóptero recordó a Satsuki que el apoyo aéreo enemigo probablemente no tardaría en llegar, y que pronto necesitaría los cazas Hornet de su portaaviones para evitar que los aviadores enemigos diezmasen a sus tropas en el suelo. Sin embargo, aquel parecía ser un helicóptero civil totalmente inofensivo. A juzgar por su aspecto, debía de pertenecer a un canal de noticias de aquella ciudad.

Aquel era un buen momento para presentarse formalmente y poner a los habitantes de Karmash al corriente de la nefasta situación en que se encontraban. Lentamente, Satsuki se llevó la mano derecha por encima del hombro, y sostuvo la cuchilla de su espalda por la empuñadura. El acople magnético que la mantenía sujeta a su espalda detectó que tiraban de ella hacia arriba y liberó el arma, permitiendo que Satsuki la empuñase libremente. Cuando su espalda quedó por fin libre de aquella hoja, en su uniforme pudo por fin apreciarse claramente el logotipo de su organización. El emblema de Phobos consistía en un hexágono de color negro rodeado por un rombo rojo. El hexágono contenía una letra P, hacia la que convergían un total ocho líneas; dos desde cada dirección diagonal. El conjunto de elementos de aquel emblema recordaba muy vagamente a la forma de una araña.

Satsuki dirigió una pequeña estocada contra el suelo bajo sus pies, y la hoja de su espada se hundió unos diez metros en el asfalto, quedando sujeta por sí misma justo a la derecha de la Comandante, que mantuvo su mano derecha apoyada en ella. Aquella cuchilla medía un total de ciento ochenta metros y pesaba casi diez mil toneladas. Para lograr forjar un arma de semejante envergadura, capaz de soportar el inmenso esfuerzo al que era constantemente sometida, Phobos había necesitado décadas de trabajo y un número impensable de recursos. Aquella hoja era una de las primeras de su generación, y era una de las armas más letales creadas por su organización. No había muchas cosas que Satsuki realmente valorase; un brazal psiónico fundido o una bota sísmica dañada eran equipo fácil de reemplazar. Sin embargo, aquella descomunal cuchilla psiónica era una pieza única, y Satsuki era perfectamente consciente del valor que tenía y la confianza que habían depositado en ella al entregársela. Aún recordaba cómo lloró de emoción el día que le entregaron aquella espada, hacía más de sesenta años; como una niña pequeña incapaz de controlar sus propias emociones cuando le regalaban un juguete nuevo. Para ella, era un verdadero orgullo tener el privilegio de empuñar aquella hoja en el nombre de Phobos y del Comandante en Jefe.

- Ciudadanos de Karmash, soy la Comandante Satsuki Aldrich, oficial y representante de Phobos- Anunció Satsuki, consciente de que su potente voz llegaría a toda la ciudad con o sin la ayuda del canal de noticias- Sé a ciencia cierta que en esta ciudad se esconde el Dr. Asatur, científico desertor de mi organización. Entregad voluntariamente al doctor, y nos marcharemos sin...

Satsuki dejó de hablar instantáneamente cuando volvió a sentir una aguda y repentina punzada de dolor en el pecho. Aquella era mucho más intensa que las anteriores que había sufrido a lo largo de las últimas semanas. Ante semejante agonía, la Comandante era incapaz de disimularla y aguantarse el dolor para seguir fingiendo que no pasaba nada. El rostro de Satsuki se tornó en una mueca de angustia y sufrimiento, y la titán se desplomó sobre sus rodillas como un peso muerto, para a continuación ser incapaz de mantenerse en aquella posición y derrumbarse otra vez más sobre su costado derecho. Su masivo cuerpo de más de un cuarto de millón de toneladas emitió un atronador sonido al dejarse caer y levantó de nuevo una densa nube de polvo de escombros en cientos de metros a su alrededor. El asfalto se hundía ante la presión ejercida y el metal crujía bajo ella a medida que se retorcía de dolor sobre las ruinas del maltrecho puerto de Karmash.

Su comunicador volvió a zumbar una vez más en el cuello de su mono táctico.

- Señora, ¿se encuentra bien?- Preguntó el Almirante, en un tono visiblemente alterado.

Satsuki apretó los dientes; no a causa del intenso dolor que sentía, sino de la rabia que se había apoderado de su alma. Se había venido abajo y se había desmoronado durante su discurso para intimidar y amenazar a los habitantes de aquella ciudad. No importaba que acabase de arrasar todo el puerto y una buena parte del ejército de la ciudad ella sola; derrumbándose de aquella forma había mostrado debilidad y había hecho un ridículo monumental del que sería difícil recuperarse. Su pálido rostro se había enrojecido levemente de la vergüenza que sentía. Lentamente, Satsuki se esforzó por ignorar el dolor y comenzó a ponerse de nuevo en pie.

- Es... estoy... bien- Mintió Satsuki con un tono de voz dolorido, consciente de que su jadeante voz no engañaba a nadie- Que las tropas... se adelanten. En... en seguida estoy con ellas...

Tras pronunciar aquellas palabras, Satsuki se aferró con ambas manos a la empuñadura de su espada mientras se esforzaba por terminar de ponerse en pie. Al levantarse, no pudo evitar mirar con ansiedad aquel helicóptero de noticias. Mientras había estado tirada en el suelo retorciéndose de dolor, aquella aeronave que ni siquiera tenía armas ni estaba tripulada por militares se había incluso atrevido a acercarse más a ella. La habían visto flaquear y habían dejado de considerarla una amenaza. No le cabía la menor duda de que media ciudad la había visto derrumbarse. En aquel momento, incluso los civiles habían visto su momento debilidad y la menospreciaban. Incluso después de que ella exterminase a los defensores de la ciudad, tras lo que habían visto, se atrevían a sentir esperanza. Quizás incluso pensaban que el sacrifico de todos aquellos soldados no había sido en vano y que realmente habían logrado hacerle mella con aquellos patéticos ataques que no habían parado de lanzarle. Satsuki comenzó a crear escenarios imaginarios en su cabeza, y sus inseguridades comenzaron a acentuarse cada vez más. Sentía cómo si toda aquella ciudad se burlase de ella y se mofasen de su sufrimiento mientras aquellas punzadas de dolor la consumían. Todo su poder y su autoridad que se había ganado a lo largo de casi cien años de impecable servicio no significaban para para aquellos miserables insectos que la juzgaban y la infravaloraban.

Aceptando como verdadero aquel razonamiento fruto de su inseguridad y dejándose llevar ciegamente por la rabia que sentía, Satsuki arrancó su espada del suelo de un tirón brusco y la sostuvo firmemente con su mano derecha. Rápidamente y con gran destreza, trazó un arco cortante con ella en el aire, en dirección hacia el helicóptero. La empuñadura del arma se iluminó con aquellos característicos neones rojos, y la cuchilla proyectó una onda telequinética cortante que siguió avanzando por el aire más allá del propio alcance real del filo. Aquella descarga energética recorrió la distancia que la separaba del helicóptero en menos de un segundo, y convirtió aquella aeronave en una ruidosa bola de fuego en medio de aquel cielo nocturno.

Tras observar con rabia y satisfacción como los ardientes restos de la aeronave caían como un peso muerto sobre un edificio cercano, Satsuki volvió a activar su comunicador.

- Almirante, que las tropas disparen a matar contra todo el mundo, incluidos los civiles- Ordenó Satsuki con firmeza- Para cuando terminemos con esta operación, quiero que Karmash sea una puta ciudad fantasma.

Una nueva punzada dedolor provocó que Satsuki se convulsionara con brusquedad y tosieraviolentamente. De manera instintiva, se llevó la mano izquierda a la boca. Lasplacas metálicas de su guante se ensuciaron con unas salpicaduras de su propiasangre. Cuando logró dejar de toser, Satsuki dedicó una mirada angustiada a lapalma de su mano. Había varios miles de litros de sangre allí, y aún podíanotar el metálico sabor de aquel fluido carmesí dentro de su propia boca. Suorganismo realmente se encontraba al borde del colapso; ya casi no le quedabatiempo antes de expirar definitivamente. Antes de que Prometheus Labs la matase.


Incluso en un lugar tan cerrado y aislado como aquel, aún podía oírse el ruido que venía de fuera. El sonido de los disparos, las explosiones y los gritos del crimen de guerra que tenía lugar en la superficie atravesaba sin más las paredes de hormigón de aquel refugio subterráneo. Aquel ataque era excesivo, incluso para los estándares de una organización tan belicosa como Phobos. Cuando los sensores detectaron una gran flota de barcos de Phobos rumbo a Karmash, el gobierno hizo todo lo que estaba en su mano por prepararse ante la inminente invasión. Se había desplazado casi todo el ejército del país a Karmash, se había contactado con naciones aliadas y se había informado a Zyon de aquel movimiento por parte de Phobos, con la esperanza de que la Teocracia decidiera intervenir en contra de su mayor enemigo. Con un poco de suerte, quizás podrían haber resistido ante la invasión el tiempo suficiente hasta recibir ayuda externa. Sin embargo, nada de lo que hubieran hecho podría haberles preparado para resistir contra lo que había aparecido en el puerto. El ejército que debería haber repelido una primera oleada de enemigos para luego fortificar la ciudad y resistir la invasión durante algunos días había sido masacrado sin más en cuestión de segundos. Karmash había perdido a casi la mitad de sus defensores en un instante y había quedado prácticamente indefensa ante el implacable avance enemigo.

El gobierno y los efectivos militares de Karmash habían hecho lo posible por poner a salvo a los ciudadanos, pero los refugios estaban desbordados. Pese a toda la gente que se había puesto a salvo bajo tierra, eran muchos más los que se habían tenido que quedar en la superficie, completamente expuestos ante un ejército que disparaba a matar de forma casi indiscriminada. Desde el principio, se sabía que no sería posible salvar a toda la población. Sin embargo, a medida que avanzaba el conflicto, resultaba difícil determinar si lograrían salvar a alguien o si el destino que les esperaba era el completo exterminio. En apenas media hora desde el comienzo de aquella batalla, los habitantes de Karmash ya habían prácticamente abandonado toda esperanza. Las implacables tropas de Phobos se extendían por toda la ciudad como una infección, enfrentándose a las fuerzas de defensa y efectuando registros en toda la población civil que encontraban, para a continuación ejecutar al momento a todos los prisioneros cuya identidad no coincidía con aquel científico desertor al que buscaban. A su paso, tan solo quedaban chatarra ardiente y cadáveres. En aquel momento, con todos aquellos miles de soldados de armaduras negras plagando las calles, la titán que había aparecido en el puerto ni siquiera parecía el mayor de los problemas.

Las luces del techo tintinearon y se apagaron momentáneamente, dejando la estancia a oscuras durante unos segundos. Cuando finalmente la luz volvió, no todas las lámparas volvieron a encenderse de nuevo. Los generadores de emergencia se activaron automáticamente e hicieron lo que pudieron para devolver la energía a los sistemas esenciales del búnker y restablecer parte del alumbrado eléctrico, dejando aquella enorme habitación en penumbra en lugar de permitir que se quedase completamente a oscuras. Aquel refugio se encontraba a unos treinta metros de profundidad en el suelo, y consistía principalmente en un enorme habitáculo rectangular de unos sesenta por cien metros, con suelo y paredes de hormigón armado. Era una instalación sencilla pero eficaz. Su propósito era mantener segura a la población civil en caso de ataque enemigo. El refugio no contaba con ninguna clase de armamento ni sistemas de seguridad, pero el propio ejército de Karmash protegía la zona exterior donde se encontraba la entrada y no permitiría que el enemigo se acercase a las compuertas de acceso.

O al menos aquella era la idea. Unos minutos atrás, se habían escuchado disparos en el exterior, retumbando a través de las paredes de hormigón y la compuerta blindada de la parte frontal del refugio. Después, habían llegado los gritos de dolor, vagamente audibles desde allí abajo, y las explosiones, que hicieron estremecerse toda la estructura. El ejército había hecho lo posible por defender aquel lugar, que mantenía a un millar ciudadanos a salvo de la brutal carnicería que estaba teniendo lugar arriba, en el exterior. Sin embargo, la situación fue clara cuando se hizo el silencio y las enormes puertas blindadas del refugio comenzaron a abrirse lentamente. Phobos les había encontrado, y las tropas apostadas en el exterior no habían sido capaces de detenerles. Apenas habían logrado mantener la posición durante un par de minutos. El ejército de aquella superpotencia disponía de una gran ventaja numérica y contaba con una abrumadora superioridad tecnológica. Aquello a duras penas podía llamarse "guerra" cuando en realidad se trataba de una masacre casi unidireccional.

Cuando las compuertas se abrieron, una veintena de hombres y mujeres con armaduras negras se encontraban en formación de hilera, apuntando al interior del refugio con sus armas desde fuera e iluminándolo con sus linternas. Tropas de Phobos, soldados de asalto de Clase Terror; los más comunes y al mismo tiempo los más sanguinarios entre las filas de aquella organización. El soldado de Clase Terror de Phobos vestía una armadura pesada de color negro como el ébano, con un endoesqueleto incorporado en las placas de blindaje que permitía al soldado moverse con relativa agilidad sin tener que preocuparse por el peso del equipo. Cuando aquellos soldados se movían, los servomotores de sus armaduras emitían un desagradable sonido mecánico muy característico. Todos ellos llevaban puestos unos cascos integrales que imitaban vagamente el aspecto de un cráneo humano. En las falsas cuencas oculares de aquellos cascos, unos siniestros orbes rojos resplandecían a modo de ojos, confiriendo un aspecto realmente terrorífico a aquellos soldados.

A diferencia de las tropas de Zyon y de la tendencia general en Acies, las tropas de Phobos aún utilizaban armamento balístico en la mayoría de situaciones de combate. Cada soldado portaba un grande y pesado rifle de asalto de gran calibre, grande como una ametralladora ligera. Todos ellos iban equipados con miras réflex, linternas acopladas y enormes cargadores de tambor repletos de munición antiblindaje o de punta hueca, según la función de cada soldado. Armas de extrema potencia y cadencia de fuego, diseñadas para aprovechar al máximo el aumento de fuerza que les conferían aquellas armaduras, dotando a cada soldado de un poder destructivo más allá de lo razonable. Aquel era un intento de Phobos y Terror Ballistics de compensar la falta de entrenamiento y motivación que solían padecer sus tropas dándoles armas tan grandes y potentes que estuviesen a prueba de cualquier clase de incompetencia.

Al frente de todo aquel pelotón, destacaba una enorme figura de algo más de cuatro metros de altura. Lentamente, aquella mole de metal y músculos comenzó a avanzar hacia el interior del refugio, emitiendo un imponente sonido de golpes metálicos con cada paso que daba sobre aquel suelo de hormigón. A diferencia de los soldados que lo acompañaban, aquel supersoldado de clase Goliat no llevaba casco, mostrando un rostro de piel grisácea, una cabeza completamente calva y unos ojos negros inyectados en sangre. Su boca estaba llena de afilados dientes de color amarillento. En su mano derecha, portaba una enorme espada bastarda de color negro casi tan grande como él; la cual descansaba sobre su hombro derecho. El filo de aquella enorme espada estaba completamente ensangrentado, y aquel fresco fluido carmesí había comenzado a ensuciar la hombrera de su armadura y deslizarse por sus placas de blindaje, dejando a su paso una peculiar estela roja. En la placa pectoral de su armadura, podía leerse la palabra "Madjaw" escrito en unas letras rojas que imitaban el aspecto de una pintada con sangre.

La aparición de aquellos soldados de asalto, capitaneados por aquel siniestro Goliat, provocó que cundiera momentáneamente el pánico entre todos aquellos civiles que se encontraban en el refugio. Los ciudadanos de Karmash se apresuraron a retroceder instintivamente, a pesar de que aquella compuerta era la única salida y que no había ninguna otra forma de escapar. Una pequeña marabunta humana comenzó a apelotonarse en la parte trasera del búnker, mientras todos se empujaban y gritaban los unos a otros, presas del terror y la desesperación.

- ¡Que nadie se mueva, coño!- Vociferó el tal Madjaw, con una voz grave y gutural, completamente inhumana- ¡Esto es un registro!

Las palabras del supersoldado pacificaron al instante a la multitud, y provocaron que la estancia se quedara en absoluto silencio. Madjaw realizó unos gestos con la mano libre y varios de los soldados que actuaban como barrera para impedir que los civiles saliesen al exterior se apresuraron a apartarse, y un grupo casi igual de grande de soldados de asalto de Phobos comenzaron a irrumpir en el refugio. Aquella instalación subterránea era poco más que una enorme habitación sellada. Frente a ellos, un millar de civiles se mantenían amontonados en el fondo de la habitación, intentando permanecer lo más lejos posible de Madjaw y de los soldados que entraron con él, como si sus vidas dependieran de ello. De forma metódica y sistemática, como si estuviesen revisando ganado, los soldados de Phobos organizaron violentamente a la multitud en dos grupos y procedieron a efectuar un registro facial de todos y cada uno de los civiles. Cada ciudadano que era registrado en el primer grupo, era enviado después al segundo y mantenido bajo custodia, apuntado por aquellos enormes rifles de asalto. El más mínimo acto de insubordinación era castigado con un fuerte golpe de las culatas de aquellas armas. Aquellos rifles pesaban unos quince kilogramos, sin contar la munición, y eran empuñados por individuos cuya fuerza física había sido enormemente potenciada por los servomotores de la armadura. Cada golpe hacía crujir los huesos de sus víctimas, y algunas de ellas caían al suelo y no volvían a levantarse.

Las tropas de Clase Terror se ganaban a pulso aquel nombre. El miedo era el arma favorita de Phobos, y resultaba fácil que aquellos soldados se hicieran temer cuando actuaban de aquella forma casi barbárica. Los soldados de Phobos nunca se habían caracterizado por su gran competencia ni su lealtad, pero tener a supersoldados como Madjaw actuando como comisarios políticos y capataces de los escuadrones de infantería resultaba una forma muy eficaz de mantener a las tropas bajo control. Aquellos hombres y mujeres con armas y armaduras más grandes que su propio ego eran controlados por la misma arma que ellos utilizaban; el propio miedo. Tenían demasiado miedo de Madjaw como para desobedecer las órdenes o para desertar. Cada uno de aquellos soldados tenía una lucha interna contra su propio miedo que no podían ganar. Cuando tenían la oportunidad, no dudaban en comportarse como simples rufianes y matones, desquitándose y aliviando sus frustraciones contra alguien más débil que ellos. Aquel enfermizo acto les subía la moral y les daba la sensación de recuperar el poder que la cadena de mando les había arrebatado; les ayudaba a recordar que, después de todo, podría ser peor. Al menos eran ellos quienes daban los golpes y no quienes los recibían.

Una extraña y atípica figura captó la atención de uno de los soldados que efectuaban el registro en el primer grupo. Se trataba, aparentemente, de un hombre de muy alta estatura y postura realmente encorvada. Vestía una larga y harapienta gabardina negra con capucha, y tenía todo el rostro completamente oculto en el interior de aquel embozo. Cuando el soldado le iluminó con su linterna, pudo comprobar que toda su cabeza se encontraba completamente envuelta en una mugrienta venda blanca, manchada de alguna clase de residuo de color amarillento. Ni siquiera se había dejado al descubierto los ojos, y aquel tejido parecía demasiado grueso como para poder ver a través de él. Sin dudarlo un segundo, a pesar de lo siniestra que resultaba aquella figura encorvada, el soldado de asalto le apuntó con su arma a la cabeza y comenzó a gritarle.

- ¡Eh, tú!- Gritó el soldado- ¡Quítate esa puta venda y muestra el rostro!

No obtuvo respuesta alguna por su parte. Aquel hombre no articuló palabra ni se movió lo más mínimo ante los gritos ni las amenazas.

- ¡Que te la quites he dicho!- Volvió a gritar con insistencia.

Ajeno al peligro y sin pensar muy bien en lo que hacía, el soldado dirigió su mano izquierda a la cabeza de aquel hombre y tiró él mismo de aquellas vendas con un movimiento brusco y violento. El repugnante y casi putrefacto tejido se rasgó y desgarró con extrema facilidad, casi sin oponer resistencia, revelando el horrible secreto que ocultaba. La dermis de aquel hombre estaba enrojecida; como en carne viva. Resultaba difícil determinar si no tenía piel y aquello eran músculos faciales expuestos o si acaso acababa de ser hervido vivo. La mayor parte de su rostro la ocupaba una enorme boca vertical con dientes tan desproporcionadamente grandes que a duras penas cabían en su interior y sobresalían por fuera del labio hacia ambos lados. Resultaba incierto si aquel monstruo sería siquiera capaz de cerrar por completo aquella boca o si aquellos descomunales dientes que recordaban vagamente a los de un escualo lo impedirían. A cada lado de aquel dudoso rostro, había un total de tres ojos completamente negros, sin rastro alguno de iris o pupilas. Ni siquiera parecían tener párpados.

- Qué coño...- Murmuró el soldado mientras perdía todo su valor al instante y retrocedía apresuradamente.

La criatura abrió la boca mucho más de lo que parecía que fuera posible incluso para su desmesurado tamaño y se lanzó rápidamente al ataque contra el soldado. Sus enormes dientes se hundieron en el casco blindado que portaba aquel hombre, atravesando el neomitrilo de su armadura como si fuese cartón, y aquellas deformes fauces se cerraron completamente hasta juntar sus repugnantes y descarnados labios, arrancando en el proceso la mitad superior de su cabeza. El soldado de Phobos cayó al suelo, muerto en el acto, mientras aquella truculenta abominación regurgitaba y escupía despectivamente el trozo de carne y metal que había arrancado, emitiendo un desagradable y orgánico sonido de borboteo en el repugnante proceso. Los civiles a su alrededor comenzaron al instante a gritar y entrar en pánico, rompiendo la ordenada formación en la que los soldados de Phobos les habían distribuido y provocando un alud humano que arrastró tanto a soldados como a otros civiles a su paso. Al instante, seis soldados más apuntaron a la criatura con sus armas y abrieron fuego sin pensárselo dos veces.

Aquella monstruosidad era mucho más rápida y escurridiza de lo que aquellos hombres habían estimado. La criatura se apresuró a introducirse de nuevo en la multitud, ocultándose entre ella y resguardándose entre todos aquellos escudos humanos, causando que los soldados no lograsen tener un blanco claro y disparasen de forma descontrolada contra los civiles. Las salpicaduras de sangre y los gritos de terror y dolor no tardaron en llegar. Las potentes armas de los soldados de Phobos atravesaban varios cuerpos humanos con cada disparo y causaban grandes destrozos en la carne con cada uno de aquellos enormes proyectiles. El efecto de aquellas potentes municiones de gran calibre y la alta cadencia de fuego de aquellas armas resultaba sencillamente triturador cuando aquella intensa cortina de plomo que emitían alcanzaba a la multitud. La sangre salpicaba, los cuerpos se abrían como si estallasen desde dentro y las extremidades se separaban de sus troncos con cada uno de aquellos desproporcionados proyectiles. Ante aquella mortífera lluvia de plomo, tanto los civiles que ya habían sido registrados como los que no se mezclaron entre sí y comenzaron una estampida hacia la salida del refugio, embistiendo a los soldados, derribándolos a pesar de los estabilizadores de sus armaduras y pisoteándolos. Cuanto más disparaban las tropas de Phobos en un intento de controlarlos, mayor era el descontrol de la situación.

- ¿¡Qué cojones pasa ahora!?- Preguntó a gritos Madjaw.

- ¡Un metamorfo!- Gritó uno de los soldados.

- ¡No disparéis, idiotas!- Ordenó Madjaw, furioso- ¡Es muy valioso! ¡Capturadlo!

Madjaw recorrió sus alrededores frenéticamente con la mirada, analizando cuanto le rodeaba en busca de su nueva presa. Ya no le importaba si algún ciudadano de Karmash lograba escapar de aquel sucio agujero donde se habían escondido; cualquiera que se escapase, sería cazado en la superficie de todas formas. De un modo o de otro, acabarían todos muertos; su intervención directa no era estrictamente necesaria para que se acatase la orden de exterminio de la Comandante Aldrich. Sin embargo, si él lograba capturar con vida a aquel metamorfo, sería mérito más que suficiente como para un buen ascenso. En aquel momento, ni siquiera le importaba cuántos de sus hombres acabasen hechos pedazos por aquella retorcida criatura intentando reducirla sin poder matarla. Aquel era un premio que tenía que conseguir a toda costa; ningún precio sería demasiado alto.

Un desgarrador grito de dolor hizo que Madjaw se alertase y rápidamente mirase en aquella dirección, justo a tiempo de ver cómo varios miembros amputados que aún vestían la armadura negra de Phobos eran lanzados por los aires, dejando un rastro de salpicaduras de sangre en su errática trayectoria. Sin dudar un solo segundo, Madjaw sostuvo firmemente su masiva espada con ambas manos y corrió en aquella dirección, derribando por igual a soldados y civiles a su paso; abriéndose paso entre la multitud como un enorme ariete de neomitrilo y músculos. Podía escuchar las voces de sus hombres, gritándole desde la distancia que el cerco que habían montado para impedir que aquellos civiles escapasen a través de la compuerta del refugio se había visto abrumado y finalmente habían sido superados por aquella estampida humana. Sin embargo, aquello ya no le importaba lo más mínimo al Goliat. El metamorfo era lo único importante en aquel momento. De una u otra forma, si lo capturaba sería recompensado. Cualquier error que pudiera cometer durante su liderazgo sería compensado con creces; nadie se atrevería a echarle nada en cara.

Una figura fugaz y borrosa se movió a gran velocidad justo a su derecha. Sus movimientos resultaban espasmódicos y casi antinaturales, como si toda su figura se convulsionase con violencia a medida que se desplazaba. Costaba seguirlo con la mirada. De forma instintiva, Madjaw se dejó llevar por sus entrenados reflejos de combate y reaccionó trazando un amplio corte con su gran espada en aquella dirección, haciendo pedazos de forma accidental a uno de sus soldados y a ocho civiles. Ni la armadura de neomitrilo del soldado de asalto ni todos aquellos kilos de carne frenaban lo más mínimo aquella pesada hoja en su trayectoria, a medida que destrozaba un gran número de cuerpos humanos que ni siquiera eran el objetivo de aquel indiscriminado ataque. Sin embargo, a pesar de la aparente futilidad y de las consecuencias negativas de aquel precipitado movimiento, Madjaw logró escuchar un peculiar quejido. Rápidamente, Madjaw volvió a girar completamente sobre sí mismo para encararse con su enemigo antes de volver a perderlo de vista entre la masa humana que lo rodeaba.

El metamorfo había cambiado drásticamente su propia morfología desde que el primer soldado lo encontró escondido entre los refugiados. En aquel momento, su cuerpo era aún más alargado y encorvado que antes; ya no tenía necesidad alguna de seguir fingiendo ser humano. De las mangas de su gabardina asomaban dos enormes y afiladas protuberancias óseas similares a espadas curvas orgánicas. Su de por sí maltrecha indumentaria había sido rasgada por otros cuatro sitios en sus costados, donde se habían abierto más agujeros para que emergieran al exterior otros cuatro brazos terminados en cuchillas de hueso. Todas aquellas extremidades cortantes se encontraban empapadas en sangre ajena. Su incomprensible rostro presentaba un profundo corte en el lado derecho, donde la espada de Madjaw le había rozado. De la herida supuraba un espeso y desagradable líquido amarillento. El Goliat dibujó una sádica sonrisa en sus grisáceos labios al confirmar aquella herida. Aunque sabía que lo necesitaba con vida y no podía permitirse matarlo, sus instintos de combate hacían que todo su cuerpo se estremeciera a causa de su sed de sangre. De haber estado un poco más cerca de su oponente, o de haber trazado un corte más amplio, aquello habría sido una decapitación limpia.

Apartando de su mente las ansias de matar que se apoderaban de él y concentrándose en su objetivo a corto plazo, Madjaw permaneció a la defensiva mientras se acercaba lentamente a la criatura. Sabía que el metamorfo era rápido; mucho más rápido que él. Si cargaba a lo loco contra aquel monstruo sin tomar las precauciones adecuadas, se le escaparía, o incluso corría el riesgo de que aquella abominación contraatacase con cualquiera de las múltiples bioarmas que su cuerpo podía generar. Viendo lo que aquellas enormes garras en forma de espadas habían hecho a sus hombres a pesar de las protecciones, Madjaw no tenía mucha fe en que su armadura fuese capaz de resistir ante ellas; al fin y al cabo, aunque su blindaje fuese más grueso que el de los soldados humanos, el material en sí era el mismo. Si aquellas garras podían hacerle aquello al neomitrilo, no resultaba tampoco difícil imaginarse lo que harían si se encontraban con su carne. Lentamente, Madjaw fue recortando distancia mientras mantenía su espada por delante y su guardia alta.

- La Comandante Aldrich se va a poner muy contenta cuando vea lo que he pescado- Dijo entre dientes Madjaw, dibujando una desquiciada sonrisa en su fea cara- A lo mejor hasta me da un beso y todo... ¿Te lo imaginas? Esos enormes labios...

El caótico rostro del metamorfo se reconfiguró a sí mismo para adoptar algo parecido a una aparente mueca de asco y desagrado. A continuación, notó que Madjaw estaba sutilmente recortando las distancias con él y se apresuró a alejarse más. El supersoldado de clase Goliat perdió finalmente la paciencia al ver alejarse al metamorfo y salió corriendo tras él con su espada en alto, dejándose de nuevo llevar por su incontrolable furia de combate. Aunque lo necesitaba vivo, un metamorfo difícilmente se moriría solo porque le arrancase unos cuantos brazos o lo partiese por la mitad. En aquel momento, tenía que lograr inmovilizarlo a toda costa; aunque fuera haciéndolo pedazos. Por desgracia para él, era obvio que el metamorfo también sabía que sus garras orgánicas y su resistente estructura ósea no eran rivales para aquella grande y pesada espada de aleación de oricalco, capaz incluso de hundirse en el blindaje de un tanque.

El metamorfo se apartó ágilmente de la trayectoria del Goliat, y fijó su atención en un soldado de asalto cercano, que había alcanzado a verle y se disponía a apuntarle con su rifle. Aquella retorcida criatura embistió violentamente a aquel hombre y lo redujo a pedazos en apenas un segundo, destazándolo metódicamente con todas aquellas cuchillas orgánicas antes de que tuviera oportunidad de defenderse. Madjaw aprovechó aquel instante que su enemigo se detuvo a atacar a uno de sus soldados para cambiar rápidamente de dirección, recortar la distancia entre ambos y propinarle un brutal espadazo con todas sus fuerzas a su oponente. Sin embargo, pese a que el supersoldado sostenía su arma con ambas manos y la movía como si fuese una simple vara de madera, aún no lograba moverla más rápido de lo que su enemigo se desplazaba cuando se sentía amenazado. Su rival era demasiado ágil y rápido como para que pudiera alcanzarlo. El metamorfo se escurrió por su izquierda casi sin que pudiera verlo, evitando por completo la pesada hoja y manteniéndose prácticamente pegado a él. A continuación, Madjaw notó como la nauseabunda criatura trepaba ágilmente por su espalda, emitiendo un característico sonido de golpeteo cuando aquellas protuberancias óseas entraban en contacto con el metal de su armadura. Aquel sonido paró y, al instante, el Goliat pudo sentir el tacto de algo frío presionando contra la parte posterior de su cabeza. Lentamente, Madjaw miró a sus pies con una expresión alterada en su rostro. El arma del soldado al que el metamorfo había asaltado y hecho pedazos había desaparecido sin dejar rastro.

- ¡Espera! No...- Comenzó a gritar Madjaw, pero no logró terminar la frase.

La garra de la extremidad superior derecha del metamorfo había desaparecido para dar lugar a una malformada mano humana de dedos largos y nudosos, y palpitante piel rojiza. Sin dudar un segundo, el metamorfo apretó con frialdad el gatillo del arma, alojando una única bala en el interior del cráneo del Goliat. La sangre del supersoldado de Phobos salpicó abundantemente, tanto hacia delante como hacia detrás. El enorme soldado se desplomó hacia atrás, como una torre desplomándose, por lo que aquella criatura se apresuró a soltarse de su agarre y apartarse de ella. Aquella enorme mole pesaba, entre carne y metal, casi dos toneladas; suficiente para sepultarle bajo su peso e inmovilizarle completamente bajo su cadáver.

- ¡Madjaw ha caído!- Gritó una voz cercana.

El metamorfo miró a su alrededor a tiempo de ver cómo cinco soldados de asalto de Phobos apuntaban en su dirección con sus desproporcionadas armas. En aquel momento, con el caudillo que les guiaba muerto, aquellos hombres y mujeres de armaduras negras ya no estaban preocupados por cumplir su misión. El miedo finalmente se había vuelto contra ellos, y los soldados de Clase Terror estaban tan aterrorizados ahora como lo estaban los civiles a los que habían estado masacrando a golpes y disparos en un intento de contener la fuga. Lo único que les movía a ellos, al igual que a los desesperados ciudadanos, era su propia supervivencia en medio de aquel caos. Sin un supersoldado que actuase como capataz para asegurarse de que cumpliesen su misión, los soldados de asalto no dudarían en abatirle a tiros si con eso se libraban de acabar hechos pedazos ante aquellas espadas orgánicas. Aquel era un enfrentamiento carente de sentido. No tenía nada que ganar matando a aquellos hombres, y Phobos probablemente había traído miles de tropas a la ciudad. Estaba seguro de que en aquella ciudad había cientos de supersoldados como Madjaw e incluso cosas mucho peores. Había logrado superar al Goliat gracias a su agilidad, pero no tendría la misma suerte contra otras clases de supersoldado que Phobos solía emplear. Su mejor opción no era seguir enfrentándose al ejército de aquella organización, sino desaparecer de su vista lo antes posible.

Descartando la opción de luchar contra los soldados de asalto, correr parecía ser la decisión más inteligente. Sin pararse a dudarlo un segundo, el metamorfo se apresuró a volver a cubrirse con la multitud de civiles que se abría paso por la fuerza hacia el exterior del refugio y se mezcló de nuevo entre ella. Rápidamente, se apresuró a volver a ocultar su espeluznante rostro con su raída capucha y retrajo todas aquellas extremidades extra que había generado durante el combate de nuevo hacia el interior de su cuerpo. En aquel momento, tenía que intentar parecer lo más humano posible para pasar desapercibido mientras corría hacia el exterior.

La situación en la superficie era mucho más caótica de lo que el metamorfo se había atrevido a especular, incluso en el peor escenario posible. Después de la fuga masiva de civiles que se había producido en aquel refugio, esperaba que los soldados de asalto hubiesen establecido un nuevo perímetro en el exterior del refugio para evitar que nadie lograse escapar. Sin embargo, lo único que encontró fuera del búnker fueron docenas de cadáveres de soldados de Karmash y dos tanques del ejército local completamente inutilizados por el armamento antiblindaje de los Clase Terror. Aquellos vehículos tenían sus placas de blindaje hundidas, agujereadas y calcinadas por los cohetes antitanque y las municiones perforantes de aquellos enormes rifles de asalto. Phobos no había escatimado en gastos y había convertido toda la ciudad en un infernal campo de batalla. Había llamas e incendios descontrolados por todas partes, y desde todas las direcciones se podían escuchar más disparos y gritos tanto de militares como de civiles. En el cielo, a miles de metros sobre la ciudad, estaba teniendo lugar una encarnizada batalla aérea, en la que la superioridad tecnológica de los cazas Hornet de Phobos estaba diezmando a los aviadores de Karmash. Aquellas aeronaves, debido a su mala aerodinámica, no resultaban muy rápidas ni tenían mucha autonomía, pero sus cañones de riel resultaban extremadamente efectivos enviando al apoyo aéreo enemigo en un viaje solo de ida contra el suelo. Muy a lo lejos, a kilómetros de distancia, el metamorfo alcanzó a escuchar los atronadores disparos de lo que parecían ser un gran número de cañones de artillería naval disparando indiscriminadamente contra la ciudad, como si ni siquiera les preocupase la posibilidad del provocar incidentes de fuego amigo. Sin duda aquellos salvajes se habían propuesto reducir Karmash a un montón de ruinas humeantes.

- ¡Tú...!- Gritó una irritante voz familiar a su espalda- ¡Tú no te vas a ninguna parte!

El metamorfo se apresuró a darse la vuelta hacia el túnel de acceso al refugio del que acababa de escapar, para encararse de nuevo con el Goliat al que había disparado en la cabeza hacía apenas unos minutos. Su rostro estaba totalmente ensangrentado a causa de la monstruosa herida que había sufrido, y parecía faltarle un globo ocular. La bala había entrado desde detrás de su cabeza y había atravesado completamente su grueso cráneo, tanto al entrar como al salir; dejando a su paso un enorme agujero que incluso permitía ver a través de su cabeza. Sin embargo, pese a que el metamorfo conocía muy bien las excepcionales cualidades físicas de los Goliats, había cometido un error subestimando demasiado a la ligera la prodigiosa durabilidad de los supersoldados de Phobos. En aquel momento, pese a haberle disparado en la cabeza con una de aquellas enormes balas de las armas de Phobos y haberlo dado por muerto, aquel Goliat permanecía aún en pie avanzando lenta y decididamente hacia él con su espada en alto. Aquella monstruosa herida podría fácilmente haber matado a cualquier otra criatura en el acto, pero los Goliats no eran precisamente fáciles de derribar. No solo no estaba muerto, sino que apenas un par de minutos le habían bastado para volver a ponerse en pie y continuar persiguiendo de forma implacable al que había marcado como su objetivo.

Aunque el primer instinto de aquel metamorfo fue correr, aquella ya no le parecía una opción tan tentadora como lo había sido hacía un instante. Aquella ciudad era peligrosa, estuviese donde estuviese y se encontrase con quien se encontrase. Alejarse un kilómetro de Madjaw no significaría estar más a salvo, solo se habría alejado de un enemigo para acercarse a otro. Para ponerse a salvo tendría que abandonar aquella ciudad condenada a la destrucción; cosa que no parecía fácil ni siquiera para una criatura tan ágil y escurridiza como él. Por otra parte, aunque decidiese simplemente eludir aquel enfrentamiento contra el Goliat, Madjaw ya le había visto y vería en qué dirección huiría. No le costaría nada informar sobre él por los canales de comunicación y hacer que otras tropas le dieran caza. Aunque al metamorfo le había quedado claro que el supersoldado quería a toda costa el mérito por su captura, aquel codicioso energúmeno seguramente estaría dispuesto a conformarse con la recompensa por haberle encontrado, aunque al final fuese otro el que lo capturase; especialmente si la alternativa que tenía era quedarse sin nada y salir de aquella ciudad con un ojo menos y las manos vacías. Si por casualidad había alguna supersoldado de Clase Arpía o algún efectivo psiónico en la ciudad y recibía el comunicado por parte de Madjaw, entonces lo atraparían en cuestión de minutos y todo se habría terminado. Para poder volver a estar relativamente seguro y poder planear cuidadosamente su huida, aquel Goliat tenía que ser silenciado definitivamente, de la única forma que sabía que lo haría guardar silencio de una vez por todas.

El metamorfo dejó escapar un borboteante refunfuño incomprensible; un desagradable sonido que no se parecía a nada que pudiese emitirse con un aparato vocal humano. En aquel momento la criatura se lamentó por haber desechado tan a la ligera el arma de fuego que le había robado a uno de los soldados de asalto de Phobos; aunque a la primera no había funcionado, seguramente un par de balas más sí que habrían puesto a dormir definitivamente a aquel estúpido y ruidoso gorila sin pelo. Madjaw comenzó a gritar algo que la criatura no fue capaz de escuchar. El entorno alrededor de ambos era extremadamente ruidoso. Los atronadores disparos de arma automática de aquellos rifles de alto calibre rugiendo por toda la ciudad, los gritos de sus aterrorizadas víctimas, las incesantes descargas de artillería naval y un gran estruendo irreconocible se combinaban entre sí en una apocalíptica sinfonía de caos y destrucción que eclipsaba todo lo demás. Sin embargo, tampoco era necesario escuchar lo que aquel Goliat decía. Lo único que necesitaba hacer era que no dijese nunca nada más. Era una lástima que aquella bala no hubiera dañado su lóbulo frontal lo suficiente para hacerlo callar; pero en aquella segunda ocasión, el metamorfo no estaba dispuesto a cometer el mismo error dos veces. Lentamente, aquel siniestro y retorcido ser transformó de nuevo ambas manos en cuchillas orgánicas y se encaró con Madjaw.

Ambos contendientes se acercaron lenta y cautelosamente el uno al otro con sus respectivas armas preparadas. Madjaw sostenía su espada a media altura, frente a su cintura, con intenciones de conseguir separar al metamorfo de sus piernas para impedir que huyese de nuevo. A pesar de estar críticamente herido por aquella bala en la cabeza, al supersoldado ni siquiera le temblaba el pulso al mover aquella enorme espada. El metamorfo, por su parte, mantenía todas sus garras en alto y estudiaba cómo lograr una decapitación limpia en el Goliat sin exponerse más de lo necesario a su hoja. Estaba dispuesto a llevarse un corte si era necesario con tal de librarse de su enemigo de una vez por todas, pero tampoco podía arriesgarse a terminar demasiado herido como para poder regenerarse. Sin embargo, la confrontación nunca llegó a tener lugar, y ninguno de los dos llegó a ponerle la mano encima al otro.

Cuando el metamorfo se percató de la situación en que se encontraba, ya era demasiado tarde como para hacer nada al respecto. Se había concentrado demasiado en el enfrentamiento. Aquel Goliat le había distraído, y no se había percatado de qué era aquel lejano estruendo que no era capaz de reconocer; ni tampoco se había dado cuenta de que cada vez se encontraba más y más cerca. Una funesta y colosal sombra se cernió sobre ambos, y antes de que fuese capaz de reaccionar, una masiva bota metálica descendió sobre los dos. En apenas un segundo, Madjaw desapareció completamente bajo la suela, emitiendo un desagradable sonido de crujido al ser aplastado dentro de su pesada armadura de neomitrilo y convirtiéndose en poco más que una mancha roja en el hundido y agrietado asfalto; ni siquiera tuvo tiempo de gritar. La criatura a la que aquel Goliat había estado persiguiendo, en cambio, quedó atrapada con medio cuerpo bajo la gigantesca bota y medio cuerpo libre; sobresaliendo casi todo su deforme torso por delante de la punta de aquel calzado.

- Doctor Asatur...- Dijo una voz femenina que podía reconocer a pesar del paso del tiempo- Vaya... Cuánto tiempo...

El metamorfo ignoró la voz que le hablaba desde arriba para examinar el lamentable estado en que él mismo se encontraba. La mitad inferior de su cuerpo había quedado completamente aplastada bajo aquella colosal bota blindada de cuarenta y cinco metros de suela. Sus repulsivos fluidos vitales se estaban derramando y su carne parecía una masa rojiza y amarillenta carente de toda forma. Sus huesos también habían sido completamente molidos y triturados, y se habían convertido en cientos de astillas que se le clavaban en la carne desde dentro. Aunque aquellas heridas no suponían realmente un gran peligro para su vida y su peculiar cuerpo apenas sentía dolor, la consecuencia más inmediata e ineludible era que estaba completamente inmovilizado. Consciente de que no saldría de allí debajo por las buenas, el metamorfo dejó finalmente de forcejear y relajó su deformada espalda contra el oscuro y agrietado asfalto mientras miraba hacia arriba. Aquella titán que le mantenía aprisionado con tanta facilidad era demasiado grande y estaba demasiado cerca como para que pudiese verle bien el rostro desde allí abajo, en aquel ángulo, pero no necesitaba vérselo para saber quién era. Reconocía aquella inconfundible voz.

- Vamos... No me mires así con esa cara- Se quejó Satsuki- ¿No te parece una agradable casualidad que nos encontremos de nuevo justo aquí, Doctor?

El rostro del metamorfo volvió a reconfigurarse una vez más. Sus seis ojos se desplazaron hacia la parte superior de su cara, formando allí un hexágono, mientras que su boca se quedó en la parte inferior y se volvió horizontal. Aquel palpitante y retorcido rostro esbozó algo parecido a una monstruosa y desagradable sonrisa con aquel repugnante corte lleno de dientes en su cara al que se atrevía a llamar boca.

Satsuki Aldrich... Mi niñadel alma- Respondió el Dr. Asatur, con voz áspera y cierta indiferencia- Sabesbien que no creo en las casualidades.

Satsuki se inclinó ligeramente hacia delante para ver mejor al doctor y permitir que éste alcanzase a tener un buen ángulo para verle el rostro desde allí abajo. Pese a los casi trescientos metros que separaban sus brillantes ojos rojos del metamorfo al que mantenía aprisionado bajo la punta de su bota, Satsuki podía ver y distinguir perfectamente cada detalle del repulsivo rostro de aquella criatura y escuchar con nitidez su rasposa y desagradable voz. Sus sentidos perceptivos habían sido artificialmente afinados de forma que su tamaño no le supusiera un impedimento a la hora de reconocer un rostro humano a cientos de metros o mantener una conversación a aquella distancia. Lo cierto era que, para ser un metamorfo, el aspecto del Dr. Asatur no había cambiado casi nada en los treinta años que llevaba sin verle. El buen doctor era un científico brillante y un auténtico maestro en lo referente a genética, pero nunca había logrado dominar con la suficiente soltura las habilidades de cambio de forma propias de su especie. Aquello era algo que la Comandante Aldrich agradecía enormemente; de lo contrario, si Asatur hubiera sido tan hábil ocultándose como cualquier otro metamorfo, seguirle la pista hasta allí habría sido mucho más complicado.

- Entonces supongo que sabes por qué estoy aquí- Declaró Satsuki, en un tono de voz más agrio y amargado.

Asatur combinó sus seis ojos entre sí para obtener un par de grandes globos oculares de color negro, los cuales se adaptaban mejor a aquella situación y le permitieron percibir mejor el pálido rostro de Satsuki a pesar de la distancia. Aquella siniestra mujer tenía exactamente el mismo aspecto que cuando salió de su vaina de crecimiento, casi un siglo atrás. Ni su cuerpo ni su rostro habían envejecido un solo día en prácticamente cien años, y a simple vista la Titán aún parecía encontrarse al principio de sus veintes. Sin embargo, aquella aspirante a diosa de la guerra acababa de descubrir que sus promesas de vida eterna y poder inigualable habían sido mentiras completamente vacías y carentes de valor alguno. Había aprendido por las malas que no era más que otra arma entre billones en el arsenal de Phobos; un mero instrumento de destrucción tan prescindible y sacrificable como cualquier otro, sin nada de especial. El rostro de la Titán mantenía una forzada expresión alegre, pero se podía percibir cierta tensión en ella. Parecía encontrarse al borde de una crisis emocional y estar a punto de estallar en cualquier momento.

- Has venido a desperdiciar mi tiempo, supongo- Respondió el Dr. Asatur, con desdén- Que yo recuerde, ese era tu mayor talento.

Lentamente, Satsuki borró su falsa sonrisa, frunció el ceño y apretó los dientes de rabia mientras le temblaban ligeramente los labios. A continuación, alzó ligeramente su pie derecho y lo movió ligeramente hacia delante para pisar un poco más del cuerpo del metamorfo al que mantenía presionado bajo su bota. En aquella ocasión, atrapó también la mitad inferior de su torso y la redujo a una repulsiva pasta uniforme de carne rojiza bajo su suela, alrededor de la cual se comenzó a formar un hediondo charco de un viscoso fluido amarillo. El Dr. Asatur se estremeció brevemente ante aquella nueva presión que destrozaba aún más su ya de por sí maltrecho cuerpo, pero no gritó ni exteriorizó dolor alguno en su impasible rostro. Aquel aplastamiento, realizado con gran precisión a pesar de la abrumadora diferencia de tamaño entre ambos, era lo más lejos que podía llegar sin poner en peligro la vida del doctor. Incluso un metamorfo se acabaría por morir si iba más lejos y acababa convirtiéndolo en una mancha amarilla en el asfalto.

En aquel momento, Satsuki quería gritarle todo lo que se le pasaba por la cabeza, pero su capacidad de autocontrol estaba bajo mínimos y apenas era capaz de articular palabra. Quería vociferar como una Banshee frenética y exteriorizar todo lo que sentía y pensaba; pero para bien o para mal, lo único que lograba hacer era estremecerse y guardar un largo e incómodo silencio. Le temblaba toda la mandíbula de tanto que apretaba los dientes a causa de la inquina que sentía, y estaba empezando a hacerse daño a sí misma al hacerlo. Lentamente, Satsuki comenzó a inspirar y expirar aire, tratando de calmarse. Tras unos segundos, cuando dejó de temblar de rabia, comenzó a hablar lenta y pausadamente, con una calma que incluso logró sorprenderla a ella misma.

- Eras algo más que nuestro creador, ¿sabes? La mayoría perdimos a nuestras familias hace décadas, y tú fuiste como un padre para nosotras- Dijo Satsuki, tratando de mantenerse fría y serena, sin demasiado éxito- Tu deserción, ya de por sí, nos dolió. Pero esto último... No tengo ni palabras.

Satsuki guardó silencio durante unos segundos, mientras evitaba la amarga experiencia de recordar sus propios lazos familiares perdidos hacía más de ochenta años, y trató de concentrarse en observar el impasible rostro del Dr. Asatur. Sus palabras, pese a lo mucho que le costaba articularlas, no parecían provocar la más mínima respuesta emocional por su parte. El metamorfo tan solo permanecía allí abajo, con la mirada clavada en su rostro, como si fuese una mera marioneta de carne carente de alma o sentimientos. En realidad, aquella actitud imperturbable por su parte estaba empezando a hacerla sentir realmente incómoda. Pese a tenerlo allí atrapado bajo su bota y llevar la iniciativa en aquella conversación, Satsuki no se sentía en absoluto como si tuviese la situación bajo control. Nada de lo que le decía parecía importarle, y nada de lo que le reprochaba parecía atormentarle lo más mínimo, a pesar de sus implicaciones.

- Traidor...- Acusó Satsuki, con voz afligida y casi temblorosa- Que tu propio creador te traicione de esta forma... ¿Tienes idea de cómo nos sentimos cuando descubrimos la verdad? Cuando descubrimos que tú nos matarías a sangre fría de esta forma tan vil...

Asatur permaneció en silencio, sin articular palabra mientras Satsuki volvía también a callarse, esperando una respuesta por su parte; intentando desesperadamente sonsacarle unas palabras. Los brillantes ojos carmesíes de la titán perdieron el control y comenzaron a lagrimear. Desde allí abajo, atrapado de aquella forma bajo miles de toneladas de carne y acero, Asatur dejó escapar un desagradable sonido parecido a una risa. Incluso a pesar de lo difíciles de interpretar que resultaban las emociones del metamorfo, su condescendencia era más que evidente. Realmente lo encontraba gracioso. Era gracioso que aquella titán se creyese sus propias mentiras hasta el punto de llorar por ellas. Era gracioso que aquellas lágrimas que descendían por su pálido semblante, tan blanco y perfecto como el rostro de una muñeca sin pintar, casi parecieran sinceras.

- A lo largo de mi accidentada vida, he hecho muchas cosas de las que verdaderamente me arrepiento- Dijo Asatur, en un tono apático e inexpresivo, casi sin interés- Pero no me arrepiento de esto. Todas y cada una de vosotras debía morir eventualmente. El factor de expiración de Prometheus Labs era una buena forma de hacerlo, y quizás una de las pocas que funcionaría. Me alegro de haber tomado esa previsión antes de que el problema fuera a más.

Satsuki apretó el puño con fuerza, hasta hacer incluso crujir las placas metálicas de las falanges de sus guantes. En aquel momento, sentía una profunda frustración, y cantidades impensables de rabia. Deseaba con todas sus fuerzas volver a alzar su bota sísmica y convertir finalmente al doctor en una maloliente mancha amarillenta en el suelo. Deseaba mover su puño y hacer pedazos algo, o a alguien. En aquellas circunstancias, las estructuras civiles que la rodeaban en aquel distrito residencial habrían sido un blanco idóneo contra el que descargar aquella incontrolable ira y frustración que sentía; una buena oportunidad de desfogar sus dilemas emocionales en forma de violencia. Sin embargo, Karmash estaba lejos de ser una gran megalópolis, y los edificios a su alrededor apenas llegaban a los cuarenta o cincuenta metros de altura; quedando la mayoría de ellos por debajo de las rodillas de la Titán. Aquellos edificios estaban lejos del alcance de sus puños; si realmente ansiaba tanto destruir algo, tendría que moverse de donde se encontraba y levantar el pie con el que retenía a Asatur. Sin embargo, pese a los daños que el cuerpo del metamorfo había recibido a causa del aplastamiento, bastaría con que ella levantase su pie durante un momento para que la criatura se regenerase por completo y escapase. Aquello obviamente no era una opción; de hacerlo, tan solo agravaría sus problemas. En aquel momento, la Comandante Aldrich no tenía nada a mano contra lo que descargar su rabia, más que sus propias palabras.

- ¡Esto no es ningún juego, idiota!- Vociferó Satsuki, comenzando a sentir una cierta impotencia que se reflejaba en su tono de voz.

El desgarrador grito de Satsuki retumbó a kilómetros de distancia, estremeciendo toda la ciudad. Alrededor de ella, a lo largo de casi un kilómetro, pudo oírse el característico sonido de miles de cristales al romperse, y una lluvia de fragmentos de vidrio se precipitó hacia las calles, proveniente de todos los edificios cercanos. Una densa capa de cristales rotos cubrió rápidamente el asfalto en casi todo aquel distrito residencial donde ambos se encontraban. Asatur podía notar como incluso a él le pitaban los oídos, y estaba seguro de que la onda sonora seguramente había sido lo suficientemente potente como para dejar inconsciente a cualquier humano que hubiera estado a menos de quinientos metros.

- Las chicas están enfermando... Algunas ya han muerto. Y ni Phobos ni Prometheus Labs parecen estar haciendo nada al respecto... No le importamos a nadie- Dijo Satsuki, con voz visiblemente angustiada y cada vez más lágrimas en los ojos- Yo... me voy a morir.

Asatur procesó aquella información e hizo números al respecto en su cabeza. Si su memoria no le fallaba, y no solía hacerlo, le inyectó la fórmula de Titán a la sujeto que más tarde se convertiría en la Comandante Aldrich hacía ya ciento cuatro años y ocho meses. Aquella mujer, tras su inoculación genética, pasó aproximadamente cinco años desarrollando su titánico cuerpo en una vaina de crecimiento orgánica, y desde el momento en que su mutación terminó, su organismo inició una cuenta atrás de un siglo hasta el momento de su muerte. El factor de expiración de Prometheus Labs solía emplearse en sujetos de prueba experimentales, y no en soldados cuya fórmula ya estaba perfeccionada y eran perfectamente viables, pero el propio Asatur se encargó de contaminar a propósito la fórmula que él diseñó. Era un mal necesario. Las titanes no eran simplemente otro modelo de supersoldados más, ellas eran armas vivientes virtualmente imparables; debía prever alguna forma de deshacerse de ellas cuando ya no fuesen necesarias. Les había concedido un siglo de plazo para realizar su trabajo y conquistar Acies para Phobos, pero el tiempo había ido pasando y llegados a ese punto aún no lo habían conseguido. A lo largo de aquel último año de vida, con su fecha de expiración ya próxima, una implacable enfermedad degenerativa se había gestado en el masivo organismo de la Comandante, comenzando a matarla lenta y dolorosamente. Tan solo le quedaban unos cuatro meses de vida a lo sumo, si el factor de expiración de Prometheus Labs realmente estaba bien ajustado.

Aquella era una medida cruel; Asatur lo sabía de sobra y no tenía intención alguna de negarlo. Sin embargo, crear a unas supersoldados como las titanes no era algo que pudiese hacer sin más de manera irresponsable, sin pensar en las consecuencias a largo plazo para toda la región de Acies. Si algo había aprendido a lo largo de los ciento veinticuatro años que había pasado trabajando para Phobos, era el precio que el mundo pagaba con cada nueva superarma que una facción carente de ética y sedienta de poder desarrollaba. No en vano, aquella retorcida mujer no había dudado en desatar toda aquella destrucción contra Karmash y sus habitantes, tan solo para tener la ocasión de encontrarse con él y echarle en cara sus pecados. Le reprochaba la crueldad con la que había tratado a las titanes y lloraba con cara de no haber hecho nada malo, como si no fuese consciente de a cuántos inocentes había masacrado para llegar hasta allí. Pese a ser su creador, Asatur nunca había llegado a tener claro si aquella actitud era culpa de la influencia que Phobos había ejercido sobre sus creaciones, o si eran las propias titanes las que tenían aquella crueldad innata escrita en su propio genoma. La respuesta a aquella incógnita, no obstante, resultaba irrelevante. A efectos prácticos, ninguno de los millones de víctimas que habían perecido bajo aquellas botas blindadas a lo largo de un siglo entero de matanzas en nombre del Comandante en Jefe se hacía aquella pregunta. Ya era demasiado tarde para intentar encontrar una razón para ello.

- Lo sé. Probablemente éste no era el momento idóneo para que pase eso- Admitió Asatur, dando rienda suelta a la frialdad que le caracterizaba- No se suponía que esta guerra tuviese que durar tanto con vosotras luchando en el bando de Phobos. Pero sí que se suponía que, cuando finalmente terminase la guerra contra Zyon, todas debíais consumiros y morir.

- ¡Esto no es lo que nos prometieron!- Exclamó Satsuki, cada vez más desesperada ante las palabras y la actitud del Doctor- ¡No quiero morir!

- Tampoco lo quería toda la gente a la que has matado- Le reprochó Asatur, sin alterar su apático tono de voz- Pero, ¿a quién le importa a estas alturas? No es que estemos a tiempo de detener ni impedir esta matanza, así que... ¿qué importa una víctima más cuando ni siquiera se merece simpatía alguna?

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y Satsuki comenzó a temblar levemente; en aquella ocasión no de rabia, sino de frustración y angustia. Una nueva oleada de lágrimas comenzó a descender por su pálido rostro, proveniente de sus enrojecidos e irritados ojos. El doctor tenía razón en mucho de lo que había dicho. Ella no era estúpida, sabía perfectamente lo que había estado haciendo a lo largo del último siglo, y no tenía intención de negar sus crímenes. Sin embargo, no era justo juzgar sus actos con semejante dureza; aquello no era completamente culpa suya. Ella no pidió ser convertida en un monstruo. Aquel era un destino que le había sido impuesto por Phobos en contra de su voluntad, y a pesar de todo ella había hecho lo posible por adaptarse a su nueva vida y cumplir su cometido, al igual que todos los demás miembros de la organización. Había aceptado su posición en aquella jerarquía y había hecho lo que estaba en su mano por ganarse un lugar en aquel mundo tan cruel. A pesar de todo lo que había tenido que sufrir, había sido obediente y había acatado todas las órdenes. Qué sentido tenía siquiera ser castigada de aquella forma como recompensa por un siglo entero cumpliendo religiosamente con su deber. Nadie iba a recompensar con la muerte a los soldados de asalto ni a los Goliats por medio siglo de lealtad y buen trabajo. Nadie en los altos mandos se planteaba que los actos que habían cometido aquellas tropas fuesen tan atroces como los de las supersoldados de clase Titán; no había nadie allí conspirando para que se consumiera hasta morir cada uno de los billones de soldados de Clase Terror que masacraban inocentes en el nombre de Phobos. No tenía sentido que el destino de las titanes fuera ese después de todo lo que habían hecho por Phobos. No tenía sentido juzgar sus actos de aquella forma tan parcial. La única diferencia entre ella y cualquier otra mujer alistada a la fuerza que vistiese la armadura negra de los soldados de asalto era una simple cuestión de proporciones.

- Dime... ¿Qué he hecho mal en todos estos años para merecer esto?- Preguntó Satsuki, sin dejar de llorar- Me crearon para destruir, me ordenaron destruir y he destruido. He sido obediente y he sido leal. He cumplido con mi propósito y no he fracasado una misión en cien años. Así que dime... ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué me merezco esto?

Una gigantesca lágrima formada por algunos miles de litros de agua cayó en el suelo a varios metros de Asatur y le salpicó abundantemente. Después de aquella, vino otra, y luego otra. Lentamente, el asfalto bajo su aprisionado cuerpo comenzó a anegarse de aquel salado líquido.

- No lo sé, y sinceramente no me importa. Así son las cosas, supongo- Respondió Asatur, manteniendo su tono impasible.

- No tiene por qué- Se apresuró a decir Satsuki- ¡Tú puedes salvarnos! ¡Sé que puedes salvarnos! Eres el científico más brillante que ha pasado por Prometheus Labs. Conoces la fórmula mejor que nadie, conoces perfectamente el factor de expiración... Sabes cómo contrarrestarlo, ¿verdad?

La Comandante Aldrich se esforzó por dejar de temblar y se llevó la mano derecha a la cara. A continuación, procedió a limpiarse las lágrimas con el dorso de sus guantes, evitando arañarse la cara con las afiladas partes metálicas de sus dedos. Incluso a pesar de la prodigiosa durabilidad que tenía el cuerpo de una Titán, incluso en los tejidos más sensibles, aquellas afiladas garras de obsimantita no se llevaban nada bien con los ojos. Aquello era algo que había aprendido por las malas hacía ya muchas décadas, cuando aún era una novata; regenerar un globo ocular era un proceso lento y desagradable. En aquel momento, con el irritado y enrojecido contorno de sus ojos algo más seco de aquellas lágrimas, su afligido rostro se llenó de determinación y fulminó con la mirada a Asatur. Viniendo de alguien como ella, aquella simple mirada insidiosa habría bastado para someter y doblegar incluso al oficial más leal y al soldado más aguerrido. Aquella expresión severa y aquellos fulminantes ojos rojos habían alzado por sí solos más de una bandera blanca a lo largo de los años.

- Tú nos salvarás- Declaró Satsuki, intentando recuperar el control.

- No, no lo haré- Se negó Asatur con calma y firmeza, completamente inmune a aquella intimidación- Tomé la decisión hace más de cien años. No me retractaré ahora, después de todo lo que mis actos han desatado.

Con un movimiento ágil y fluido, fruto de la práctica y cien años de memoria muscular, Satsuki desacopló su espada del soporte magnético de su espalda y rápidamente la hundió de una estocada en el asfalto, junto a su pie derecho. El filo de aquella colosal hoja negra se clavó en el suelo a menos de medio metro de Asatur, mientras la mano derecha de Satsuki se mantenía firmemente aferrada a la empuñadura. El rostro de la Comandante Aldrich se tornó en una visceral mueca de ira y odio; la misma cara que a lo largo de un siglo de servicio había sido lo último que los incompetentes y los insubordinados bajo su mando habían tenido la desgracia de ver.

- ¿Acaso crees que aceptaré un "No" por respuesta?- Preguntó Satsuki, en tono hostil y amenazante.

- Vaya, pues me pregunto... ¿Exactamente qué harás para obligarme?- Preguntó Asatur, impregnando con todo su desprecio cada palabra y cada sílaba que pronunciaba- ¿Aplastarme hasta volverme una mancha amarilla? ¿Cortarme en pedazos con esa espada? ¿Quizás podrías ponerte sádica y devorarme vivo para que sufra mientras me deshago lentamente dentro de ti? Pero que yo recuerde, los cadáveres no pueden salvar a nadie, y si hay un 1% de probabilidades de que decida salvarte, me necesitarías vivo y entero para ello. Tú no estás ni remotamente en disposición de amenazarme.

La masiva cuchilla comenzó a temblar al mismo tiempo que la Comandante Aldrich también lo hacía, agrietando aún más con cada movimiento el asfalto alrededor del punto donde se había clavado. El cuerpo entero de Satsuki había comenzado a estremecerse de pura angustia a medida que sus esperanzas se resquebrajaban. Muy en el fondo, entre las muchas posibilidades que había calculado para cuando finalmente se encontrase ante el Doctor, sabía que aquello podía pasar. Se había repetido una y otra vez que lograría hacer ceder al científico, que lograría obligarle a que las salvase a todas. Se había convencido a sí misma de que Asatur era un hombre de ciencia, no un guerrero; su voluntad no podía ser tan férrea. Sin embargo, aquella era la triste realidad. Al final, todo lo que ella sabía hacer era destruir; y aquello no necesariamente la convertía en alguien fuerte. Era cierto que ella sola habría sido capaz de arrasar toda Karmash sin ayuda si se lo hubiera propuesto. En combate directo, las titanes de Phobos eran prácticamente invencibles, aunque se enfrentasen a un ejército entero. Pero el Doctor Asatur no podía ser torturado porque los metamorfos prácticamente no sentían dolor, y el genetista renegado no temía a la muerte. No tenía ninguna forma de obligarle por la fuerza a que colaborase; su gran capacidad destructiva no significaba nada para aquel metamorfo. Después de todo, Asatur había resultado ser más fuerte que ella, a su manera. En aquel momento, matarle quizás le haría sentir mejor durante unos minutos, pero sentenciaría definitivamente su propia vida y la de todas sus compañeras. A pesar de todo su inmenso poder destructivo, Satsuki se encontraba completamente indefensa ante la determinación de un miserable insecto que mantenía atrapado sin esfuerzo bajo su bota. No solo había perdido contra el Doctor; lo había hecho de forma miserable y humillante.

Lentamente, Satsuki apartó la mano de la empuñadura de su espada, dejándola allí clavada en el suelo, y comenzó a levantar con cuidado su pie derecho, liberando al metamorfo que retenía bajo aquellos miles de toneladas. A continuación, retrocedió un par de pasos para alejarse un poco de él y se dejó caer de rodillas, como un peso muerto. Su masivo cuerpo no cabía por completo en aquella calle, que le resultaba tan estrecha. Varios edificios a ambos lados de la carretera fueron hundidos bajo sus rodillas al bajar, sin oponer resistencia a su peso; desapareciendo completamente bajo su cuerpo con un atronador sonido de derrumbe y levantando una densa nube de polvo de escombros en suspensión. Varias estructuras cercanas acabaron derrumbándose ruidosamente a su alrededor a causa del pequeño seísmo que provocó al dejarse caer, y una ruidosa lluvia de escombros comenzó a descender sobre algunas calles cercanas. La carretera bajo su cuerpo se hundió bajo el impacto y el peso de sus rodillas, y el asfalto a su alrededor se abrió y agrietó. Varios túneles subterráneos cercanos se colapsaron y derrumbaron, provocando que varios socavones se abriesen en las carreteras en unos doscientos metros de radio a su alrededor. Aquel sencillo movimiento por su parte había desatado una verdadera oleada de destrucción en aquella malherida ciudad.

Incluso en aquella postura, arrodillada y encorvada, la Comandante Aldrich seguía alzándose sobre todas las estructuras de la ciudad, con los edificios residenciales cercanos apenas alcanzando la altura a la que se encontraba su cadera. Pese a resultar tan imponente, en aquel momento todo atisbo de determinación desapareció del rostro de Satsuki, quien clavó la mirada en el suelo, olvidando completamente la presencia del Doctor y entregándose finalmente a su propia angustia; dándole rienda suelta a su propio sufrimiento. Aquel dolor interno en el pecho volvía a acosarla una vez más, pero ya ni siquiera le importaba. Resistirse había perdido todo el sentido. Parecía condenada a ello de todas formas, hiciera lo que hiciera. Su existencia en sí misma se había convertido en un crimen y no tenía derecho a siquiera a pedir clemencia.

El Doctor Asatur utilizó sus deformadas extremidades superiores como puntos de apoyo para alzarse de nuevo, despegando su maltrecho cuerpo del asfalto con cuidado de no dañar aún más su propia biomasa. Toda la carne que había sido aplastada hasta convertirse en una pasta sanguinolenta había comenzado rápidamente a recuperar su forma habitual y reasimilar la mayor parte de los fluidos perdidos que aún resultaban aprovechables a pesar de haber sido esparcidos por la carretera. Mientras se regeneraba, el metamorfo recuperó de nuevo su característica boca vertical y los seis ojos en formación de hexágono en su deforme rostro. A continuación, el Doctor examinó el estado de Satsuki. Sabía perfectamente que aquel era un momento que tendría que llegar, pero a pesar de todo no esperaba haber tenido que vivir tanto tiempo como para verlo. O al menos no esperaba tener que estar presente cuando inevitablemente sucediese. Aquellas titanes eran una creación terrible, pero aun así, habían sido el trabajo de su vida. La sujeto conocida como Satsuki Aldrich, en particular, era una fuente de recuerdos agridulces para él.

Sin darle importancia y desplazando cualquier pensamiento que pudiera convertirse en una debilidad, Asatur dio la espalda a Satsuki y comenzó a caminar lentamente, dando tumbos a medida que sus piernas terminaban de regenerarse mientras se alejaba tranquilamente de ella. Llegados a aquel punto, realmente no tenía sentido correr ni esconderse. La presencia de la Titán, irónicamente, había creado una zona segura a su alrededor al ahuyentar tanto a las fuerzas de defensa de Karmash como a las tropas de Phobos de todo el distrito. Tampoco debía preocuparse por Satsuki. Aquella titán ya había sido emocional y moralmente derrotada. Si aún hubiera tenido voluntad de luchar contra su funesto destino, entonces no le habría soltado sin más.

- Por favor...- Suplicó Satsuki a su espalda, sin ni siquiera atreverse a mirarle fijamente- Tiene que haber alguna forma. Algo que yo pueda hacer... No puedes dejarnos morir así.

Casi sin ser consciente de lo que hacía, Asatur se detuvo durante un instante. Cientos de recuerdos pasaban fugazmente por su atormentada mente en aquel inoportuno momento. La mayoría de ellos eran horribles hasta un punto prácticamente indescriptible. Recordaba experimentos que habían salido mal; muy mal. Recordaba a agonizantes sujetos de pruebas que morían de forma horrible en las instalaciones centrales de Prometheus Labs, en el corazón de Phobia Aegis. Recordaba un desesperante y atroz fracaso tras otro ante sus propios ojos. Todo aquello convertido en rutina hasta el punto de caer en la apatía; hasta derrumbarle emocionalmente y llevarle a un punto en el que no era capaz de volver a sentir nada al contemplar el sufrimiento humano. Había hecho demasiados sacrificios para logar aquello. El absurdamente alto precio que había tenido que pagar y hacer pagar a otros para desarrollar la fórmula Titán le acosaba. El precio aún más alto que el mundo había pagado por culpa de sus titanes y lo que Phobos les ordenó hacer le seguía atormentando y probablemente lo haría durante el resto de sus días, hasta que finalmente alguien le acabase sacando de su bien merecida miseria. Sin embargo, entre todo aquel torbellino aparentemente infinito de desgracias, sí que era capaz de evocar un recuerdo alegre, a su egoísta y retorcida manera. El recuerdo del único resultado positivo en casi sesenta años de trabajo de laboratorio y de grandes sacrificios.

- De entre todas... ¿Por qué tú, Satsuki?- Preguntó Asatur, sin llegar a molestarse en darse la vuelta- ¿Por qué precisamente has venido tú a buscarme? ¿Te ha enviado ese cabrón enfermo de Black? ¿O acaso lo habéis decidido entre todas?

A pesar de la desesperación que sentía y de la poca motivación que tenía para seguir luchando por su propio derecho a existir, Satsuki se atrevió a sentir un último ápice de esperanza y apartó durante un momento la mirada del agrietado asfalto bajo sus rodillas para mirar hacia la curvada espalda del Doctor. Cuando la Titán intentó hablar, le costó un tremendo esfuerzo conseguir que su apagada voz lograra salir al exterior.

- Yo... En realidad, no estoy autorizada para esta misión- Confesó Satsuki- La verdad es que me he aprovechado de mi rango, he forzado a todo este ejército a acompañarme, y he venido por mi cuenta. Ningún otro Comandante sabe que estoy aquí.

- Ojalá pudiera creerte- Dijo Asatur, con pesar- Pero ya lo sabes... No creo en las casualidades.

Tras pronunciar aquellas palabras, el metamorfo continuó caminando sin mirar atrás.

- ¿Por qué iba a mentirte?- Preguntó Satsuki, elevando el tono de su voz- ¿Crees que a estas alturas vale siquiera la pena? Ya lo decidiste hace más de un siglo. Voy a morir haga lo que haga, ¿verdad?

Para su propia sorpresa, Asatur volvió a detenerse y se giró de nuevo hacia Satsuki. Su pálido rostro se había enrojecido muchísimo en el contorno de los ojos a causa de las lágrimas que había estado derramando. Era patético. Resultaba difícil asimilar que aquella cara era la misma de la implacable mujer que hacía apenas una hora se presentaba a sí misma como oficial y representante de Phobos frente al ejército de Karmash; el mismo rostro que habían contemplado aquellos acobardados defensores mientras los erradicaba a todos sin esfuerzo. Cuando creó a las titanes, Asatur creía que había creado armas de guerra imparables. Sin embargo, lo que había frente a él seguía siendo la misma criatura emocionalmente frágil a la que medio siglo atrás inyectó la fórmula en contra de su voluntad. Aquella mujer que lloraba frente a él no tenía nada de imparable. En cierto modo, Asatur se veía obligado a admitir que Satsuki tenía un punto de razón. Aquella situación realmente era una mierda para ambos.

- Con todos los años que han pasado, y aún recuerdo los números...- Murmuró Asatur, con una mezcla de pesar y melancolía en su voz- Yo... He inyectado la fórmula Titán con mis propias manos a 634.481 hombres y 389.271 mujeres. Eso es más de un millón de fracasos, ¿sabes? Un millón de... asesinatos...

Asatur dejó escapar un agobiante suspiro, mientras evitaba pensar en todas aquellas muertes que pesaban sobre su conciencia y apartaba de su cabeza la idea de que quizás aquella Titán y él no fuesen tan diferentes después de todo. Recordaba con extrema nitidez aquellos experimentos. Físicamente hablando, la capacidad de sus propias manos para inyectar Titán en sujetos humanos era limitada. Durante el proyecto, Prometheus Labs le concedió todo cuanto pidió, y contó con cientos de asistentes que le ayudaban con las inoculaciones experimentales. Nada de lo que pedía parecía salirse de lo razonable, ya fuese personal, recursos, instalaciones o más y más, y cada vez más sujetos de prueba. En lo que se perfeccionaba la fórmula, más de cien millones de sujetos humanos murieron de forma horrible en aquellos siniestros laboratorios de Phobia Aegis.

Recordaba el momento en el que el Comandante Black finalmente le prohibió volver a inyectar Titán en hombres. Habían sacrificado a setenta millones de especímenes de humano varón para el proyecto; los cuales podrían simplemente haber sido puestos a trabajar en las fábricas de la HEC, alistados como soldados de asalto o incluso inoculados con la fórmula Goliat y hubieran hecho una gran contribución para la guerra contra Zyon. Finalmente, casi diez años después, uno de sus asistentes logró una mutación con éxito en un sujeto femenino; los únicos que habían empezado a recibir. A pesar de que el desarrollo de la fórmula Titán se completó con éxito, su índice de compatibilidad era extremadamente bajo y resultaba imposible de diagnosticar sin inyectarla en un sujeto humano y, sencillamente, observar si sobrevivía o no. No fue hasta tres años y miles de inoculaciones fallidas después que el Doctor Asatur finalmente logró encontrar a una candidata compatible y transformarla en titán con sus propias manos. Después de aquello, nunca más volvió a saborear el éxito por más que lo intentó y más sujetos que sacrificó.

- Tras un millón de fracasos, tenías que ser tú, el único éxito de toda mi vida, quién viniera a llorarme y a decirme que quiere vivir- Continuó Asatur- Darte la espalda y dejarte morir hubiera sido mucho más fácil si fueras literalmente cualquier otra, Satsuki.

La Comandante Aldrich escuchó con atención las palabras de Asatur, insegura de cómo debía interpretarlas. Sus recuerdos de la época en la que fue convertida en Titán eran distantes y confusos. Habían pasado tantos años que los pocos recuerdos que conservaba se sentían como si perteneciesen a otra persona. En realidad, no recordaba haber tenido un trato muy personal con Asatur; al menos no más personal del que tenía con cualquier otro oficial científico de Prometheus Labs. Él había sido el científico jefe de aquella corporación durante más de un siglo, y desde aquella posición parecía ser alguien intocable, incluso desde dentro de la propia organización. Sin embargo, de alguna forma, parecía que Asatur había tenido un cierto interés en ella del que en todos aquellos años no había sido plenamente consciente. Algo que iba más allá de la simple prueba de prototipos y los incontables chequeos médicos y análisis que el Doctor le había practicado a lo largo de su vida. Un vínculo mucho más subjetivo que Satsuki no se hubiera atrevido a imaginar que alguien tan frío como Asatur fuese capaz de sentir. Quizás, por mucho que renegase de ella, el antiguo científico jefe en realidad sí se sintiera orgulloso de su creación. Quizás, aunque no lo admitiera, no quería hacerle lo que le estaba haciendo.

- Matarnos no tiene por qué ser fácil ni difícil- Respondió Satsuki, midiendo con extremo cuidado sus palabras- No tienes por qué hacerlo. No tienes por qué dejarnos morir de esta forma. Tú puedes salvarnos.

Asatur guardó silencio ante las palabras de Satsuki. No sabía exactamente cuándo ni cómo había sucedido, pero después de todos aquellos años, finalmente había comenzado a dudar. Su conciencia ya había sido torturada durante años por todas las cosas horribles que había hecho, pero no estaba seguro de si su maltrecha alma aún podía hacer aquello último. En ningún momento le había importado su propia seguridad cuando Phobos o las propias titanes descubriesen lo que había hecho. Sabía que Prometheus Labs expediría una orden de búsqueda de prioridad ultra y que se volvería uno de los hombres más buscados de todo Acies; no habría un lugar seguro donde pudiera ocultarse de su antiguo jefe ni de sus creaciones. Aunque sabía que lo cazarían como a un animal y tarde o temprano le alcanzarían, en realidad no le importaba; estaba preparado para morir si era necesario mientras lograse llevárselas a todas al infierno con él. Pero en aquel momento, el Doctor se preguntaba si era capaz de vivir o de morir en paz sabiendo lo que había hecho a la atormentada criatura que había creado.

Prácticamente sin darse cuenta de lo que hacía, el Doctor Asatur abrió de nuevo su retorcida boca vertical y articuló unas breves y concretas palabras. Unas palabras que traicionaban la determinación de un siglo y que unos minutos atrás ni se hubiera planteado siquiera que podría llegar a decir.

- Solo a ti- Dijo Asatur.

- ¿Co... cómo dices?- Preguntó Satsuki, con una expresión atónita.

- Quizás podría estar dispuesto a salvarte, pero sólo a ti- Repitió Asatur.

Satsuki guardó un silencio incómodo ante la propuesta. En aquel momento, su corazón comenzó a latir a ritmo acelerado. De nuevo, le temblaba todo el cuerpo. Las palabras del doctor finalmente le traían aquella esperanza que en el fondo ansiaba tener, pero a su vez le exigían un altísimo precio. Le estaba ofreciendo salvarse ella, a costa de dejar morir a las demás. El Doctor ponía la extinción del resto de su especie como un pecado que pesase sobre ella si aceptaba la propuesta sin oponer más resistencia y tratar de convencerle de salvarlas a todas. Aquello era un punto intermedio entre lo que ambos querían; algo que no satisfacía a nadie y tenía terribles implicaciones para ambos.

- Pe... pero...- Murmuró Satsuki, con extrema inseguridad, preocupada por las consecuencias de sus palabras- Si dejas morir sin más a las demás, yo me quedaré sola y...

- Esto es Acies, Satsuki; la población humana aquí se mide en trillones. Difícilmente te quedarás sola- Le reprochó Asatur, interrumpiendo sus quejas- A no ser, claro, que no consideres a los humanos como otra cosa que herramientas prescindibles y raciones de emergencia. En ese caso, no me das ninguna pena. La soledad es algo que te mereces.

Satsuki mantuvo la cabeza baja y la mirada en el suelo ante el reproche, incapaz de mirar fijamente a Asatur. Resultaba difícil rebatir las razones del Doctor y defender su punto de vista respecto a aquella situación; especialmente cuando una mala elección de palabras por su parte podría hacerle cambiar de opinión y condenarla a muerte. En aquel momento, su vida dependía únicamente de que no le hiciera retractarse de su repentina decisión. En aquel momento, tenía que decirle a aquel metamorfo cualquier cosa que él deseara oír, sin importar las terribles consecuencias a largo plazo que pudiera desencadenar en su vida. Por muy miserable que su existencia fuera a tornarse, la Comandante Aldrich aún prefería seguir viviendo que consumirse hasta morir por culpa de aquel sistema de autodestrucción biológica que le habían implantado.

- Lo siento...- Se apresuró a disculparse Satsuki, con un gran nerviosismo- Me... ¿Me salvarías a mí entonces? ¿Estarías realmente dispuesto?

- Bajo una condición- Especificó Asatur.

Las palabras del doctor hicieron que a Satsuki se le formase un nudo en la garganta y un nuevo escalofrío le recorriese la espalda. Ya le había ofrecido un muy alto precio a cambio de su simple derecho a vivir, pero incluso aquel terrible precio parecía estar a punto de aumentar aún más. Llegados a ese punto, la Comandante Aldrich ni siquiera se imaginaba qué más podría exigirle Asatur a cambio de su salvación. Todo lo que sabía era que no tenía otra opción que aceptar cualquier cosa que le pidiera. Se encontraba en una posición de extrema desventaja en aquella negociación.

- Quiero ver a Phobos hundirse y quiero ver hasta el último centro de Prometheus Labs en ruinas- Declaró Asatur, con resentimiento- Cuando seas la última Titán y no quede nadie en todo Phobos capaz de rivalizar contigo, quiero que destruyas esta maldita organización y a todas las corporaciones que la forman.

- ¡Espera! Esto es una locura... ¡Es un precio demasiado alto! Llevo toda mi vida sirviendo a Phobos; todo lo que soy y lo que tengo se lo debo a ellos- Se quejó Satsuki, de forma impulsiva- Han sido casi cien años de leal servicio, no puedes pedirme que de media vuelta y deshaga sin más el trabajo de toda mi vida...

Ante aquella indignada y negativa respuesta, Asatur se limitó a encogerse de hombros. A continuación, volvió a darse la vuelta y comenzó a caminar de nuevo con indiferencia en dirección opuesta a la Titán.

- Muy bien. Entonces muere con tu orgullo- Respondió Asatur, exteriorizando una cierta decepción- Podrás irte de Erebus sabiendo que ayudaste a una organización terrible a alargar un siglo más una guerra sin sentido.

- ¡No, por favor! ¡Espera!

Una sombra oscureció la calle entera y, casi al instante, una colosal mano se interpuso en el camino de Asatur, bloqueando completamente la carretera e impidiéndole el paso como un enorme muro de carne y placas de metal. El metamorfo dejó escapar otro largo suspiro y lentamente volvió a girarse hacia la Titán. Satsuki se había encorvado hacia delante hasta que su cabeza quedó casi al nivel del suelo y sus gigantescos labios estaban a pocos metros de él. Aquel nuevo y brusco movimiento por su parte había vuelto a estremecer los alrededores, provocando que el deterioro del asfalto empeorase aún más y que varias estructuras cercanas que ya habían recibido daños acabaran finalmente por colapsarse y venirse abajo.

- Lo haré, ¿vale?- Susurró Satsuki, intentando que su voz no llegase demasiado lejos- Haré todo lo que me pidas. Yo también desertaré de Phobos si es necesario; pero por favor, no quiero morir.

- ¿Eres siquiera consciente de todo lo que realmente implica asumir este compromiso?- Preguntó Asatur, con seriedad.

Satsuki se retiró hacia atrás de nuevo y apartó su mano de donde la había colocado, despejando de nuevo los alrededores de Asatur y devolviéndole su espacio vital. Tras guardar silencio durante unos segundos, mientras trataba de analizar la situación, la Titán volvió a hablar.

- Pues... Posiblemente no...- Admitió Satsuki con cierta timidez- Pero no me importa, lo haré de todas formas. Haré todo lo que sea necesario. No te decepcionaré, lo prometo.

Asatur rompió a reír en una desagradable carcajada; un sonido que se parecía más a los lamentos de un animal herido que a algo que pudiera emitir alguien que una vez fue humano. Sin duda, aquella mujer era, merecidamente, su monstruo favorita de entre todas las atrocidades que había creado; era tan increíblemente descerebrada que casi resultaba adorable. Su cambiante rostro se deformó de maneras grotescas e incomprensibles mientras el metamorfo se reía de sí mismo y se burlaba de su propia situación. Tras largos e incómodos segundos, Asatur volvió a guardar silencio, para a continuación limitarse a asentir. Después de todo, quizás incluso él acabase saliendo con vida de aquel infierno.

- Muy bien- Refunfuñó Asatur- Entonces, en ese caso, ni tú ni yo pintamos ya nada en esta ciudad. Nos vamos de aquí.

- Espera... ¿Así sin más?- Preguntó Satsuki con cierta incredulidad- ¿Nos vamos y punto?

- De "nos vamos y punto" nada- Respondió Asatur en tono molesto y hablando muy apresuradamente- Si las cuentas no me fallan, tengo unos cuatro meses para neutralizar una enfermedad degenerativa que me llevó sesenta años perfeccionar para que afectase a una Titán. Necesito tiempo, tranquilidad y unas buenas instalaciones para trabajar; y tú has venido aquí con nosecuantos miles de soldados de Phobos y una puta flota de barcos de guerra...

Tras pronunciar aquellas palabras, Asatur se detuvo momentáneamente a recuperar aire antes de seguir hablando. Lo que estaba a punto de decir no sonaba demasiado razonable, pero era la única forma que se le ocurría de solucionar aquel problema en el que ambos se habían metido.

- Mátalos a todos- Ordenó Asatur en tono autoritario- No podemos permitir que nos descubran. Al menos, no todavía.

Satsuki estudió momentáneamente la repentina y radical propuesta del metamorfo. Lo que decía tenía un cierto sentido. Estaba claro que un proyecto tan ambicioso como la destrucción absoluta de Phobos llevaría tiempo, y era demasiado como para abarcarlo todo ella sola. A largo plazo, necesitaría ayuda si realmente pretendía derrocar a una de las principales superpotencias de Acies. Era cierto que ya contaba con un ejército a sus órdenes; sin embargo, lo que plagaba aquella ciudad en realidad eran tropas leales a Phobos. Quizás estuviesen bajo su mando, pero si tomaba aquella decisión, entonces ya no eran su aliados. En aquel momento, a efectos prácticos, ellos dos se encontraban solos en una ciudad completamente rodeada de enemigos. No podía desertar sin más, marcharse de allí por las buenas y pretender que sus antiguas tropas no se convirtiesen en un problema. Si jugaba mal sus cartas, toda la organización se le echaría encima antes de que Asatur lograse impedir su expiración y nada de aquello habría servido para nada. Estaba dispuesta a vivir como una traidora si con ello lograba sobrevivir, pero no a morir inmediatamente después de darle la espalda a todo lo que había logrado durante su vida y ser recordada de aquella forma. Ni siquiera ella estaba dispuesta a caer tan bajo.

Pese a la complicada situación en la que se encontraba, Satsuki esbozó una sonrisa en sus labios; una sorprendentemente sincera teniendo en cuenta la situación. El precio sería alto, pero al menos tenía la certeza de que aquella dolorosa pesadilla se terminaría por fin. Solo tenía que hacer lo mismo que había hecho siempre, durante los últimos cien años. Obedecer y destruir. Aquello era lo que todos esperaban que hiciera una Titán; nadie esperaba que ella sirviera para otra cosa. Aunque por nada del mundo pronunciaría aquel pensamiento en voz alta, Satsuki pensó que, en el fondo, el Doctor Asatur y el Comandante en Jefe Black no eran tan diferentes. Su situación no había cambiado tanto, y de alguna forma aquello le resultaba reconfortante, a pesar de las implicaciones. Sin pararse a dudarlo un segundo, la Comandante Aldrich volvió a ponerse en pie y se preparó para obedecer a sus nuevas órdenes. A continuación, se llevó la mano al cuello en busca de la cremallera de su mono táctico y comenzó a tirar lentamente de ella hacia abajo.

- Te alegrará saber que guardo un as en la manga- Anunció Satsuki- Bueno, no exactamente en la manga... ya me entiendes...

Lentamente, Satsuki introdujo su mano derecha en el interior del escote de su indumentaria con cuidado de no arañarse con las partes afiladas de su guante, para pocos segundos después extraer de su interior un dispositivo similar a un pequeño ordenador de mano. Aunque en su mano no parecía ser gran cosa, aquella sofisticada pieza de tecnología en realidad medía unos treinta metros de largo y pesaba casi setecientas toneladas. A Phobos le habían costado varios billones de créditos cada uno de aquellos ordenadores de mano que había proporcionado a sus titanes.

- He traído un Clase Serenity. Ya sabes, completamente autónomo- Explicó Satsuki, sin apartar la mirada de lo que tenía entre manos- Tengo aquí sus códigos de acceso para un control total, sin restricciones.

- Chica lista...- Respondió Asatur- Pero en realidad eso solo nos soluciona la mitad del problema.

- Tranquilo- Insistió Satsuki, con una sonrisa- Sé que no inspiro mucha confianza, pero aún no has visto todo lo lista que soy.

Consciente de que estaba a punto de desconectarse de todas las redes logísticas de Phobos y que aquel dispositivo sería difícil de reemplazar en su situación, Satsuki tuvo especial cuidado de utilizar las yemas de sus dedos en lugar de aquellas afiladas puntas al manipularlo. No quería arañar la pantalla táctil de aquella interfaz. Como Comandante de Phobos, aquel dispositivo le permitía tener toda la información que necesitase sobre el campo de batalla, comprobar el estado de sus tropas, repartir nuevas órdenes y activar determinados protocolos de actuación. Una herramienta imprescindible a la hora de asumir el control de una fuerza de combate de Phobos. Por otra parte, de forma intencionada o no, un mal uso de aquel sistema también le permitiría condenar a las tropas que la habían acompañado hasta allí. Sin dudar un segundo, Satsuki cortó todos los canales de comunicaciones entre sus suboficiales, dejando a su propio ejército completamente silenciado e incomunicado. Irónicamente, aquello técnicamente no era un mal uso de aquel dispositivo. Aquella era una función con la que su interfaz de mando contaba de base, sin necesidad de ninguna modificación por su parte. La propia Phobos les había dado el poder a sus comandantes de evitar que sus tropas pudiesen comunicarse entre sí, pensando en cómo evitar actos de insubordinación en aquellos momentos donde debían asumirse ciertos sacrificios.

A continuación, Satsukicomenzó a transmitir nuevas órdenes al Serenity.


Doce kilómetros mar adentro, por detrás de los destructores y del Hive Mind, un auténtico gigante durmiente que empequeñecía incluso a las otras embarcaciones acababa de despertar. Una inmensa y oscura mole de oricalco de cuatrocientos metros de largo flotaba sobre el nivel del mar. Aquel gran acorazado de Clase Serenity estaba designado con el código de identificación SCEPBMkII-03, pero respondía al nombre en clave de Lyssa. La imponente embarcación carecía de una cubierta propiamente dicha y no tenía puente de mando funcional, sino una torre de comunicaciones que obedecía mayormente a propósitos estéticos. Espacios habitables como una cubierta, un puente o unos camarotes eran innecesarios en un Clase Serenity. Aquel acorazado no solo carecía de una tripulación que lo operase, sino que la mayoría de humanos ni siquiera podrían sobrevivir demasiado tiempo a bordo de aquel cementerio psiónico flotante, incluso a pesar del uso de sistemas de protección neural.

Toda la superficie de Lyssa estaba recubierta de un grueso blindaje de oricalco pintado de negro, similar a las placas de aleación con las que Phobos acostumbraba a construir sus fortificaciones. Aquel grueso blindaje, a su vez, estaba protegido por un casi impenetrable campo telequinético externo. Aquel sólido casco estaba decorado en varios puntos con el logo de Phobos, y llevaba escrito su propio número de serie a ambos lados. Pese a su inmenso tamaño, aquel modelo carecía de armas secundarias, y lo único que destacaba en su cubierta eran seis enormes baterías principales de aspecto peculiar. En lugar de emplear los grandes cañones cilíndricos característicos de la artillería naval, las baterías de Lyssa tenían cada una tres dispositivos de proyección psiónica similares a una peculiar bobina en espiral terminada en una superficie cóncava parecida a una antena parabólica. En realidad, aquellos peculiares dispositivos difícilmente podían ser considerados armas en sí mismos, salvo que se utilizasen para fines armamentísticos. No obstante, aquella era una embarcación perteneciente a Phobos. Dado el historial de aquella organización, por supuesto que, si algo podía emplearse remotamente con fines armamentísticos, iba a ser empleado con fines armamentísticos.

Desde que había comenzado aquella batalla en la ciudad, Lyssa se había mantenido al margen y había permanecido en silencio. Debido a su extrema potencia de disparo, el Serenity no podía proporcionar fuego de apoyo como lo hacían los destructores y la artillería naval del Hive Mind; al menos no sin erradicar a sus propios aliados en incidentes de fuego amigo. En aquel momento, lo único que la embarcación experimental podía hacer era esperar a que la situación en tierra se resolviese y permanecer atenta ante posibles órdenes. Finalmente, poco más de una hora después de que los cañones de defensa costera de Karmash hicieran sus primeros disparos, la misión ya había sido completada y las primeras instrucciones para Lyssa por fin habían llegado. Doce nuevos objetivos de eliminación habían sido adquiridos. El primero de todos se encontraba a menos de un kilómetro, cinco de ellos se encontraban a ocho kilómetros, y seis se encontraban a doce kilómetros. Obediente a sus nuevas órdenes, sin cuestionar lo más mínimo las credenciales de autorización que había recibido, Lyssa apuntó con sus tres baterías traseras al portaaviones de Clase Hive Mind que flotaba a su lado.

Aquella embarcación era, en realidad, lo más parecida a una hermana que Lyssa tenía en aquella flota. Aunque Phobos acostumbraba a dar uso a la mayoría de barcos que confiscaba a naciones derrotadas, el Hive Mind también había sido construido por la HEC en los gigantescos astilleros de Atlantis Arisen, cerca de la costa norte de Phobia Aegis. Aunque ambas embarcaciones iban casi empatadas en longitud, aquel portaaviones era aún más grande que el propio Serenity debido a sus ciento ochenta metros de anchura. Aquella embarcación era un gigantesco aeropuerto flotante consistente en dos largas pistas con un puente de mando que hacía las veces de torre de control en el centro. Entre las dos pistas, un total de doce elevadores permitían subir y bajar desde la bodega los ciento veinte cazas Hornet de Phobos que aquella base móvil contenía. Al igual que en el caso del acorazado, el casco del Hive Mind estaba reforzado por gruesos paneles de aleación de oricalco, que le conferían el característico color negro de los vehículos de Phobos y protegían su línea de flotación de la mayoría de ataques de torpedos e impactos de proyectiles de artillería convencionales. A ambos lados de las pistas de aterrizaje, un total de veinte baterías de artillería naval y treinta y seis cañones de riel antiaéreos se encargaban de mantener a salvo la embarcación y a los veinte mil tripulantes que se encontraban en su interior.

En las frías y oscuras entrañas metálicas de Lyssa, nueve cámaras de estasis comenzaron a desplazarse mediante una red interna de railes, transfiriéndose desde el almacén de la bodega hacia el interior de las armas primarias. Aquellas atroces armas, la obra magna de la antigua Comandante Venus, eran las precursoras de la tecnología que más tarde se aplicaría en los brazales psiónicos empleados por las supersoldados de clase Titán. Una vez que sus peculiares municiones estuvieron acopladas en el interior de las armas y se estableció con éxito el enlace neural entre aquellas involuntarias fuentes de energía y el sistema de armamento principal, los cañones de proyección psiónica fijaron su objetivo en el Hive Mind y Lyssa transmitió la señal de ataque. Aquellas siniestras cámaras de estasis, similares a metálicos ataúdes negros, albergaban en su interior a humanos con potencial psiónico en estado de hibernación; completamente privados de su vigilia y de su voluntad. Sin ni siquiera ser conscientes de que su poder latente estaba siendo utilizado por una entidad ajena de insidiosas intenciones, los psíquicos prisioneros dentro de Lyssa respondieron ante el impulso nervioso que el acorazado de Clase Serenity les transmitía, y proyectaron todo su potencial telequinético a través de los cañones de proyección psiónica que apuntaban hacia la embarcación aliada.

Los disparos del arma primaria de Lyssa no emitieron proyectil alguno cuando el acorazado finalmente atacó. Sin embargo, las masas de aire que desplazaron aquellas descomunales ondas de fuerza telequinética rompieron al instante la barrera del sonido, provocando un grandísimo estruendo que estremeció las aguas alrededor del acorazado y pudo ser escuchado a varios kilómetros de distancia. El aire se onduló visiblemente en todo el trayecto de los disparos, actuando a modo de trazador. Cuando aquellas fuerzas cinéticas actuaron sobre el portaaviones, los disparos de Lyssa atravesaron el grueso blindaje de oricalco del Hive Mind como si fuese de papel y le abrieron en todo el casco nueve grandes agujeros que lo atravesaban completamente de punta a punta. Pese a utilizar la misma tecnología que el brazal psiónico de una Titán, ambas armas no eran comparables entre sí; una era una versión portable destinada a servir como arma de apoyo a las titanes, y la otra era el arma principal de uno de los mayores logros tecnológicos de todo Phobos. De manera prácticamente instantánea, varias explosiones internas tuvieron lugar en algunos puntos de la gigantesca embarcación a medida que sus municiones estallaban y el volátil combustible de los cazas Hornet de su interior era afectado por la reacción en cadena, comprometiendo aún más su estructura y causando que todo el Hive Mind se partiera en tres grandes pedazos. Pese a que aquel portaaviones duplicaba en tamaño a Lyssa, aquello no dejaba de ser una embarcación de apoyo, y acababa de probar de lleno la picadura de un navío diseñado para el combate directo. El Hive Mind acababa de recibir de lleno todo el daño que podía causar el pináculo de la tecnología armamentística de Phobos. Lentamente, los incendiados fragmentos del portaaviones, que se mantenían a duras penas a flote, comenzaron a hundirse en aquel oscuro mar. Desde que la Comandante Aldrich transmitió la orden, bastaron apenas un par de minutos para que Lyssa hiciera desaparecer a su embarcación hermana dentro de aquel frío abismo.

Tras completar aquella sucia tarea, Lyssa comenzó a desplazarse lenta y majestuosamente por el mar en dirección a la costa de la ciudad. Sus baterías psiónicas extinguían a gran velocidad la vida de los psíquicos durmientes que empleaban como munición, y cada disparo de aquella artillería psiónica debía de ser tratado como lo que era; un recurso estratégico de alto valor. Aunque aquellas armas tenían un alcance efectivo de casi diez kilómetros, su distancia de ataque óptima requería acercamiento a sus nuevos objetivos para maximizar el daño que podía causar en cada disparo efectuado. Se requería un reposicionamiento hacia una nueva posición de disparo. Sin embargo, no había problema con tomarse todo el tiempo necesario. Las comunicaciones entre todas las tropas de Phobos se habían silenciado, y de momento ninguno de los oficiales había encontrado aún una explicación a aquel suceso. Los destructores que cañoneaban incesantemente la línea de costa de Karmash ni siquiera sabían aún que el portaaviones había sigo engullido por aquel frío y oscuro mar, y los aviadores de Phobos se encontrarían una sorpresa desagradable cuando los Hornet agotasen su autonomía y tratasen de volver a él. Mientras se desplazaba hacia un nuevo vector de ataque, Lyssa reemplazó las cámaras de estasis de sus armas traseras para permitir que sus psíquicos durmientes descansasen y evitar consumirlos por completo, intercambiándolos por especímenes descansados y enviando también a otros nueve psíquicos a las tres baterías frontales. Aunque su bodega no estaba a plena capacidad, en total Lyssa contenía a casi doscientos psíquicos durmiendo para siempre en sus frías y metálicas entrañas; prestándole involuntariamente su poder para desatar la destrucción entre los detractores de Phobos; o ciegamente entre cualquiera a quien le ordenasen atacar. Aquella era una gran ventaja al tratarse de un arma completamente autónoma. Nunca hacía preguntas ni cuestionaba sus órdenes si podía confirmar con éxito las credenciales de autorización de su usuario.

Mientras la embarcación se desplazaba hacia su nueva posición de tiro para hundir el resto de la flota de Phobos, Lyssa recibió una nueva instrucción que debía ejecutar en paralelo mientras navegaba. Tras recibir una doble confirmación de aquella orden, una sección entera del blindaje trasero de Lyssa comenzó a abrirse en dos partes, revelando un grupo de cuatro silos de misiles intercontinentales. Unas luces rojas de alerta se encendieron en torno a uno de los silos, y en poco menos de un minuto, un misil nuclear con el logotipo de Phobos grabado en su oscura ojiva emergió del interior de Lyssa y se perdió rápidamente en el cielo nocturno.


Satsuki volvió a guardar con cuidado su ordenador de mano en el mismo lugar donde lo había escondido antes y volvió a cerrar de nuevo la plateada cremallera. Después de lo que acababa de hacer, la ciudad ya estaba definitivamente sentenciada; sin nada que ni ella ni nadie pudiera hacer para remediarlo. Ahora que había resuelto aquel problema, tan solo tenía que asegurarse de que el metamorfo que debía salvar su vida no muriese en la inminente explosión.

- Todo terminará pronto, Doctor- Anunció la Comandante Aldrich- Pero voy a tener que pedirte que te estés quieto y confíes en mí.

- ¿Qué demonios has hecho ahora?- Preguntó Asatur con escepticismo.

- Exactamente lo que me pediste- Respondió Satsuki- Matarlos a todos.

Antes de darle al Doctor la opción de replicar ante sus palabras, Satsuki se agachó hacia él y se apresuró a atrapar firmemente al metamorfo en el interior de su mano derecha. A continuación, utilizó ambas manos para encerrarle entre ellas, creando un espacio vacío entre las dos palmas y reteniéndole en el interior de aquella cavidad. En realidad, por mucho que lo protegiese con su cuerpo, un humano corriente probablemente no sería capaz de sobrevivir de aquella forma a lo que estaba a punto de suceder. Sin embargo, siendo Asatur un metamorfo, la radiación no debería ser un grave problema para él y sus manos bastarían como aislante para protegerle lo suficiente de la extrema temperatura y la peor parte de la onda expansiva.

Satsuki se giró hacia el revuelto mar y miró momentáneamente al cielo, para a continuación sobresaltarse y apresurarse a volver a girar sobre sí misma y dar la espalda al misil nuclear que se dirigía hacia su punto de detonación en pleno centro de la ciudad, a apenas un kilómetro y medio de donde estaba ella. Rápidamente, Satsuki interpuso su propio cuerpo entre el lugar de explosión y el refugio nuclear improvisado que tenía en sus manos mientras apretaba los dientes en anticipación al impacto. Ya lo había vivido antes; demasiadas veces. Muchos enemigos de su organización habían pensado en ello como una solución fácil para acabar con ella, a pesar del evidente sacrificio que implicaba. Aunque ninguno hubiera estado ni remotamente cerca de lograrlo nunca, aquello nunca resultaba una experiencia agradable.

Un intenso destello la cegó momentáneamente incluso a pesar de encontrarse de espaldas a la explosión. Casi cinco segundos después, cuando el sonido recorrió la distancia y la alcanzó, un gran estruendo lo suficientemente fuerte para hacerla sentir aturdida se hizo audible. Le pitaban los oídos. La temperatura del ambiente aumentó drásticamente hasta niveles que habrían aniquilado al instante a casi cualquier criatura, acalorando a Satsuki e irritando la poca piel que tenía al descubierto fuera de su indumentaria de nanofibras. Sus ya de por sí irritados ojos comenzaron a escocer con intensidad, y la Titán los cerró instintivamente, apretando con fuerza los párpados. La onda expansiva de aquella explosión se extendió casi al instante por toda la ciudad, aniquilando y obliterando de forma implacable todo cuanto encontraba a su paso. Satsuki sintió un gran empujón en su espalda que la hizo caer violentamente de rodillas hacia delante, mientras aún se esforzaba en apretar con todas sus fuerzas para mantener sus manos completamente juntas y no comprometer la seguridad de la criatura que retenía entre ellas. Sus largos cabellos negros se desplazaron a causa de la onda expansiva y se le echaron hacia delante, tapándole la cara e impidiéndole ver qué sucedía a su alrededor, aunque abriese los ojos. En aquel momento, cegada, ensordecida y aturdida, Satsuki quedó temporalmente incomunicada a nivel sensorial con el mundo que la rodeaba.

Sorprendentemente, pese a la gran violencia de aquella gigantesca explosión, todo volvió a la calma en cuestión de apenas unos segundos. Cuando Satsuki abrió los ojos, se dio la vuelta y miró a su alrededor. Se encontraba atrapada en el interior de una espesa niebla gris, y su vista aún se encontraba borrosa por culpa del destello de antes. De no haber sido por la velocidad a la que sus capacidades regenerativas estaban revirtiendo los daños que habían sufrido sus retinas y de su excepcional sentido de la vista, la Titán habría continuado a ciegas en aquel siniestro entorno. Aun así, todo lo que alcanzaba a ver era una gigantesca nube en forma de hongo de kilómetros de altura; tan grande que su forma era prácticamente inapreciable desde tan cerca, ni siquiera para ella. A su alrededor, toda la ciudad de Karmash había sido reducida a un silencioso mar de escombros. Todo se encontraba de nuevo en una despiadada calma. Ya no se oían disparos, ni gritos, ni explosiones. No había ni rastro del ejército atacante, ni del defensor, ni de la población civil. Aquella batalla finalmente había terminado por las malas. Pese a que apenas una hora antes la Comandante Aldrich había ordenado aquel exterminio, en aquel momento Satsuki no pudo evitar tener una amarga sensación al respecto.

Tras un momento de duda, Satsuki bajó la mirada y abrió de nuevo las manos, liberando a la criatura que había tratado de proteger a toda costa. Sobre su palma izquierda, Asatur permanecía hecho una bola; literalmente. El metamorfo se había reconfigurado anatómicamente de forma muy radical, transformando todo su cuerpo en una esfera perfectamente redonda rodeada de lo que parecía ser un grueso caparazón quitinoso de propiedades aislantes. Lenta y cuidadosamente, Satsuki acercó su dedo a aquella esfera y propinó un par de toques en el caparazón con la punta metálica del índice de su mano derecha, con algo de miedo de ejercer demasiada fuerza. Pocos segundos después de que enviase aquella señal al metamorfo, la capa de quitina que rodeaba al Doctor comenzó a fragmentarse y desmoronarse por sí sola, y aquella desagradable esfera de carne recuperó rápidamente su forma anterior.

Durante unos segundos, Asatur respiró con dificultad en aquel devastado y hostil entorno. El aire a su alrededor aún estaba caliente; muy caliente. Rápidamente, el metamorfo reconfiguró su estructura interna. Asatur añadió otros seis pulmones más a su organismo, provocando que su malformada caja torácica se hinchase visiblemente con aquel volumen extra, y añadió varias vías respiratorias adicionales en otros tres puntos clave de su torso. Para evitar mayores daños a su rojiza piel a causa de la altísima temperatura ambiente, comenzó a formar una capa externa de quitina aislante en las áreas vitales de su cuerpo. Cuando se adaptó lo mejor que pudo a aquel inhóspito ambiente, Asatur miró nerviosamente a su alrededor. Se encontraba a unos doscientos metros de altura, sobre la palma de la mano izquierda de Satsuki. A su alrededor, todo se había transformado en un silencioso y devastado yermo desprovisto de toda vida y signo de civilización. Nada de aquella ciudad había permanecido mínimamente reconocible tras la explosión. Tan solo un siniestro océano de humo, ceniza y escombros se extendía hasta donde llegaba la vista desde aquella posición elevada. Karmash acababa de ser borrada sin más de los mapas en apenas un instante. Una decisión tomada demasiado a la ligera por alguien demasiado acostumbrada a la forma de hacer las cosas de Phobos. Toda la devastación que acababa de desatarse era la forma más práctica de cumplir con lo que él le había pedido a la Comandante Aldrich; ignorando, por supuesto, el inexistente dilema que le había supuesto a la Titán aniquilar sin más a millones de inocentes en el proceso. Aunque para Satsuki semejante panorama resultase quizás algo rutinario, para Asatur aquello sería otra cosa más que sumar a la larga lista de sus remordimientos.

Asatur se giró con cierto desdén hacia Satsuki y miró hacia arriba para alcanzar ver su rostro. La piel pálida y despigmentada que la caracterizaba se encontraba muy enrojecida a causa del extremo calor liberado por la deflagración, tenía todos los pelos en la cara y parecía estar sudando abundantemente. Su indumentaria de combate, pese a la extrema resistencia del tejido que la componía, se había quemado en la parte de la espalda y los hombros, adoptando un sucio tono gris oscuro y un aspecto carbonizado. Irónicamente, el logo de Phobos que llevaba grabado en su espalda se había convertido en poco más que un irreconocible borrón negro, del que apenas podían distinguirse un par de líneas. Sus brazales psiónicos estaban visiblemente inutilizados a causa del inmenso impacto que habían recibido; y probablemente los psíquicos durmientes que alimentaban aquellas potentes armas habían muerto al exponerse a aquella infernal temperatura y aquella destructiva onda expansiva. Su expresión facial parecía ligeramente dolorida, pero a pesar de ello, la Titán mantenía una sonrisa forzada en sus labios. A decir verdad, ni siquiera se podía decir que tuviera tan mal aspecto para ser alguien que acababa de recibir de lleno toda la destructiva furia de un arma nuclear.

Vaya... Menudo calor,¿verdad?- Murmuró Satsuki con voz algo cansada y dolorida, pero intentandoexteriorizar un cierto regocijo mientras le restaba importancia al asunto- Creoque ahora sí que sobramos por aquí.

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