Capítulo 7
Euryale permaneció allí tirada boca arriba, sobre el charco de su propia sangre que se había formado debajo de ella, viviendo lo que pensaba que sería su último momento en Erebus. Le costaba ser consciente de lo que sucedía a su alrededor. Podía escuchar disparos, gritos y algunas explosiones, pero no tenía forma de saber si las tropas leales a Phobos habían logrado contener a los traidores. Tampoco podía saber qué había sido del Comandante en Jefe. Ya ni siquiera tenía fuerzas para tratar de incorporarse y mirar a su alrededor. Con sus piernas separadas del cuerpo, sus brazos en aquel lamentable estado y la mitad de sus entrañas esparcidas a su alrededor, la Arpía ni siquiera lograba comprender por qué aún seguía viva. Era consciente de que los supersoldados de Phobos resultaban difíciles de matar, pero sobrevivir con unos daños tan extremos en su cuerpo ya parecía más alguna especie de cruel ironía que una ventaja biológica. Ahora que su cuerpo había dejado de producir las drogas de combate que habían mantenido a raya el dolor, aquella horrible sensación se había apoderado de todo lo que le quedaba de carne. Los pocos movimientos que era capaz de realizar se limitaban a retorcerse de dolor y sufrir algún ocasional espasmo muscular. Ya ni siquiera lograba pensar con claridad. La mente de Euryale oscilaba como un péndulo entre lamentarse por haber fracasado de aquella forma delante del Comandante en Jefe, y desear que su cuerpo terminase de desangrarse de una vez por todas. Llegados a ese punto, ya no codiciaba otra cosa que la paz de la muerte, la cual su propio organismo parecía negarle.
Mientras agonizaba, la mirada de Euryale permanecía perdida en el cielo sobre ella. Aún era apenas mediodía, y las capas de gases atmosféricos luminiscentes que iluminaban Erebus durante los ciclos diurnos formaban una peculiar aurora, a tanta altura que resultaba inalcanzable incluso con la tecnología moderna. Aquellas peculiares luces podían verse desde casi cualquier lugar de Erebus, pero Euryale no estaba acostumbrada a verlas con semejante nitidez. En los territorios dominados por Phobos el paisaje iba adquiriendo lentamente un tono gris conforme las megacorporaciones explotaban los recursos y realizaban su actividad industrial. Incluso a pesar de la capa de humo y polvo de escombros que se había comenzado a formar sobre la plaza, aquello no se podía comparar con el gris y contaminado cielo de Phobia Aegis. Aunque aquella luz tan intensa resultaba casi molesta para alguien tan acostumbrada a la penumbra como ella, Euryale mantuvo los ojos abiertos en todo momento. Aquella aurora probablemente sería lo último que vería, y prefería que fuese así antes que bajar la vista para observar su propio cuerpo mutilado o intentar mirar a su alrededor para encontrarse con las consecuencias de su lamentable fracaso.
- Quiero toda el área completamente vacía en menos de dos minutos- Ordenó el Comandante Black, dejando a un lado su fachada grandilocuente y hablando con un tono autoritario- Pobre del que siga por aquí cuando yo levante la mirada.
- A sus órdenes, Comandante en Jefe- Respondió otra voz cercana, ligeramente distorsionada por el casco de una armadura de Clase Terror.
Aquellas voces despertaron a Euryale del trance derrotista en el que se había sumido a sí misma tan profundamente que había perdido la noción del tiempo. A pesar del dolor que sentía y de la terrible desorientación que se había apoderado de sus sentidos, su mente fue capaz de llegar a unas últimas conclusiones. El Comandante en Jefe seguía vivo, y contra todo pronóstico la situación en la plaza parecía estar bajo control. Euryale no se había atrevido a considerar que aquello fuese siquiera posible. Doscientos soldados de Clase Terror contra veinte supersoldados de Clase Goliat era un enfrentamiento extremadamente desigual, en favor de los traidores. Realmente había creído que ella era la única capaz de decantar la balanza a favor de Phobos; y aún sabiendo que los traidores habían sido derrotados, no se le ocurría como había aquello sido posible.
Cuando el Comandante en Jefe dio aquella severa orden, Euryale pudo distinguir cómo los soldados de Clase Terror comenzaban a gritarse entre ellos y repartir órdenes de forma frenética. Todo apuntaba a que la cadena de mando había quedado hecha pedazos a causa de aquel enfrentamiento. Con los líderes de escuadrón y suboficiales muertos, el Comandante Black era la única figura de autoridad que quedaba, y sus órdenes requerían de una coordinación que a las indisciplinadas tropas de Clase Terror les costaba tener por iniciativa propia. Sin embargo, la amenaza implícita en las palabras del líder de Phobos resultó lo bastante disuasoria para que su voluntad se cumpliera. Desde donde se encontraba, Euryale escuchó cómo las voces y el característico sonido de las botas de neomitrilo golpeando el asfalto cada vez se iban alejando más, hasta perderse en la distancia. Fue entonces cuando la plaza quedó en completo silencio, a excepción de un último grupo de pasos.
Incluso a pesar de la extrema gravedad de su situación, Euryale se sobresaltó al notar lo que estaba sucediendo. Los zapatos del Comandante en Jefe no golpeaban la madera de aquel escenario con la misma contundencia que lo habían hecho las botas de los supersoldados que habían luchado sobre él, pero las dañadas tablas de aquella plataforma se quejaban igualmente y crujían con cada paso que aquel hombre daba. A pesar del dolor que sentía y de lo nublada que se encontraba su mente, Euryale pudo sentir cómo sus corazones se aceleraban aún más al ser consciente de lo que sucedía. Se había quedado a solas con él, con el Comandante en Jefe, con el líder de Phobos. El líder supremo de Phobos, la mayor autoridad dentro de la organización estaba allí a solas con ella, y estaba caminando aquellos metros que le separaban de ella. Se le estaba acercando.
- Eh, Arpía- La llamó el Comandante Black, mientras aún caminaba- ¿Sigues viva?
Antes de que tuviera ocasión de reunir fuerzas para tratar de articular palabra, una sombra se cernió sobre el rostro de Euryale. El Comandante Black se encontraba en pie junto a ella, al lado de su cabeza, bloqueándole parcialmente los rayos luminosos provenientes de la aurora, que incidían con un ligero ángulo, provenientes del este. Aquella sombra alivió ligeramente la molestia que los ojos de la Arpía sentían al mirar directamente a la aurora erebiana. Euryale dedicó un momento a contemplar el estado en que se encontraba el Comandante en Jefe, esforzándose por que sus sentidos no la traicionasen en aquel momento; ahora que el Comandante Black se había fijado en ella, a pesar de la nefasta situación en la que se encontraba. El líder de Phobos no parecía caminar con dificultad ni tenía ninguna herida visible. Su traje no parecía estar dañado, aunque se encontraba teñido de rojo a causa de todos aquellos litros de sangre que habían salpicado sobre él. La mayor parte de aquel fluido carmesí había provenido de la propia Euryale, aunque Bloodzerk también había contribuido a formar aquellas manchas. El elegante traje negro del Comandante en Jefe probablemente estaba arruinado más allá de toda salvación y probablemente acabaría el día en un incinerador de basuras.
Contra todo pronóstico, aquel era su momento. Euryale se esforzó por sonreír. Le había costado su propia vida, pero no había fracasado. No se había limitado a retrasar lo inevitable; realmente había logrado salvar al Comandante en Jefe. Quizás no fuese a recibir una condecoración por lo que había hecho en Tenska, pero el mismísimo Comandante Black había visto de primera mano como ella detenía la espada que iba a matarle; había visto cómo se sacrificaba heroicamente para salvarle. Y ahora, durante sus últimos momentos, se encontraba allí con ella, acompañándola. Quizás no fuese a vivir para ver los frutos de su trabajo, quizás aquella edad dorada con la que había fantaseado no fuese para ella, pero aquella probablemente sería una de las muertes más heroicas que un supersoldado de Phobos alguna vez había tenido. Y no se había desperdiciado cayendo en el olvido, el Comandante en Jefe en persona lo había presenciado. Aquello era más valioso que cualquier medalla producida en masa que pudieran haberle puesto en el pecho durante la ceremonia. Dispuesta a responderle al Comandante en Jefe, aunque el esfuerzo terminase de arrancarle la vida, Euryale se esforzó por llenar sus pulmones de aire y mover sus labios, para tratar de articular palabra.
- Es... ¿está bien?- Preguntó Euryale, con un fino hilo de voz- Comandante...
El Comandante en Jefe se limitó a asentir ante la pregunta. A pesar de su siniestro aspecto y de lo inexpresiva que resultaba aquella escafandra, la mente de Euryale logró convencerse a sí misma de que había sido un gesto amable y afectivo.
- Menudas agallas tienes- Elogió Black- ¿Cómo te llamas, Arpía?
- Hitch...- Respondió Euryale, sin dudar un solo segundo en aprovechar la oportunidad de compartir su nombre real con aquel hombre- Hitch Hier.
- Estoy bien, Hitch, gracias a ti- Anunció Black- Aunque lo tuyo no tiene muy buena pinta...
Incluso a pesar del intenso dolor que sentía y de la sensación fría que le había provocado la pérdida de sangre, Euryale logró nuevamente engañarse a sí misma para imaginarse sintiendo una sensación cálida y agradable al recibir aquellas palabras. Que el Comandante en Jefe pronunciase su nombre real, que le diese las gracias y que se preocupase por sus heridas era algo con lo que ni siquiera se habría atrevido a fantasear. La probabilidad de que ambos se encontrasen en un lugar tan inmenso como Acies era ínfima, y aunque sucediera, el Comandante en Jefe tenía billones de subordinados a su cargo; era prácticamente imposible que se fijase específicamente en ella. Sin embargo, contra todo pronóstico, había sucedido aquello con lo que ni siquiera se habría atrevido a soñar. A pesar de que su cuerpo estaba al límite de su resistencia y que la vida la abandonaría en cualquier momento, Euryale mantenía una apacible y relajada sonrisa en sus labios. Intentó dejar salir una leve risa ante las palabras del Comandante en Jefe, pero lo único que fue capaz de emitir fue una leve tos. Hablar ya resultaba lo suficientemente complicado. Reír, por desgracia, estaba fuera de sus posibilidades en aquel momento.
- No... importa- Respondió Euryale, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban- Usted... está a salvo. Phobos prevalecerá. Yo... soy una... baja asumible.
Las palabras de la Arpía provocaron que el Comandante en Jefe se estremeciera. Dentro de sus guantes, Black pudo sentir como sus manos comenzaban a temblarse. Una molesta sensación comenzó a apoderarse de él. A lo largo de su antinaturalmente longeva existencia, el Comandante en Jefe de Phobos había tratado con toda clase de personas. Tanto sus aliados como sus enemigos le habían tenido siempre en su punto de mira. Ya fuese por miedo, por odio o por codicia, muchos se habían acercado a él, siempre con algo que obtener en mente. Naturalmente, millones de sus subordinados habrían estado dispuestos a salvarle la vida, esperando una recompensa a cambio. Sin embargo, no era el caso de aquella Arpía. Euryale no se había arrojado frente a aquella espada y le había hecho de escudo con su propia carne esperando una compensación. Ella se había sacrificado para que él sobreviviera al ataque de Bloodzerk. Aquella no era una acción que se pudiera inducir mediante el miedo. El miedo siempre había sido la principal herramienta para controlar a sus subordinados; Phobos no era más que una jerarquía basada en el miedo. Era una cadena de terror en la que cada eslabón conectaba con el siguiente, y cada miembro de ella recibía miedo de sus superiores y lo transmitía a sus inferiores. Sin embargo, aquella Arpía estaba fuera de la cadena. Aquella supersoldado que se había arrojado a su propia muerte para salvarle no lo había hecho motivada por el miedo hacia sus superiores en la jerarquía. Euryale no le temía; y si no temía al hombre más temido de todo Acies, entonces probablemente no temía a nadie.
En aquel momento, después de muchos años sin sentir nada parecido, el Comandante en Jefe notó como un nuevo tipo de miedo, diferente a cualquier otro que hubiese experimentado antes, se apoderaba de él. Tenía miedo de ver cómo aquella Arpía finalmente exhalaba su último aliento y le abandonaba allí, en aquel frío y oscuro mundo que tanto odiaba y temía. Quizás él fuese quien se encontraba en la cima de la terrorífica pirámide que era Phobos, pero el propio Comandante Black no era ajeno al miedo. En todo caso, desde su posición allí arriba alcanzaba a ver terrores que ningún otro erebiano era siquiera capaz de imaginar. Terrores a los que ni siquiera el líder de Phobos se sentía capaz de enfrentarse en solitario.
Lentamente, Black se agachó junto a Euryale y procedió a quitarse el guante de su mano derecha, revelando un tono de piel pálido propio de alguien que vive bajo el oscuro cielo gris de Phobia Aegis. Los cabellos pelirrojos de la Arpía se encontraban enmarañados y empapados en su propia sangre, y gran parte de ellos se encontraban sobre su cara, tapándole parcialmente su grisáceo rostro. Sin ningún tapujo, el Comandante en Jefe procedió a retirarle aquellos mechones de pelo que había sobre sus mejillas y hacerlos a un lado. A pesar de llevar puesta aquella escafandra metálica completamente opaca y sin ninguna forma aparente de ver el mundo exterior, la "mirada" del Comandante en Jefe se detuvo durante varios segundos en el rostro de Euryale. Aunque la Fórmula del Carnicero que la había transformado en un monstruo le había dado aquella piel gris, aquellos ojos rojos y aquellos afilados dientes, su rostro seguía teniendo unas facciones femeninas y hermosas. Le habría encantado poder ver con sus propios ojos aquel rostro sereno y carente de miedo antes de que la inoculasen y la convirtiesen en Arpía. A lo largo de su larga y atormentada existencia, había conocido a muy poca gente en todo Phobos que no le temiese; extremadamente pocos. Euryale era un gran hallazgo; alguien capaz de hacer lo que había hecho motivada por la simple devoción y admiración en lugar del miedo. Realmente era alguien a quien ansiaba tener cerca y conocer más. Aquella admiración que la Arpía le procesaba había pasado a ser mutua.
- No para mí, Hitch- Sentenció Black.
Tras pasar una última vez la mano por el ensangrentado pelo de Euryale, el Comandante en Jefe se volvió a poner en pie. A pesar de las manchas de sangre que habían quedado en su propia piel, Black volvió a ponerse el guante como si nada. A continuación, el líder de Phobos comenzó a caminar, alejándose unos metros de ella, y la Arpía lo perdió de vista. Nuevamente, la luz natural proveniente de aquella aurora del cielo erebiano deslumbró a Euryale. A pesar de encontrarse al borde de la muerte y haberse desangrado casi por completo, una sensación cálida inundaba su cuerpo. No estaba segura de si era real o un delirio de su moribunda mente, pero no le importaba. Aquellas palabras de apreciación por parte de la persona que más admiraba habían eclipsado todo el dolor que sentía y habían hecho que todo aquello mereciera la pena. Si aquella era la forma en la que se marcharía de Erebus, tendida bajo aquel cielo despejado y acompañada por el Comandante Black, Euryale no tenía ninguna queja. Lentamente, la Arpía comenzó a cerrar sus párpados, intentando relajarse y dejar de resistirse. No tenía sentido demorarlo más. Había llegado el momento de que su llama se extinguiese.
- Dime, Hitch...- Continuó hablando Black, mientras caminaba a su alrededor en busca de algo- ¿Vendrías a cenar conmigo esta noche? Conozco un par de sitios muy buenos en la Estación Dionisos... Diría que después de lo que has hecho por mí, una cena y un ascenso serían lo apropiado.
Con los ojos aún cerrados, Euryale volvió a intentar reír. Sin embargo, nuevamente lo único que logró hacer fue toser de forma desagradable. Su cuerpo no parecía dispuesto a concederle aquel pequeño capricho que era una última risa. Mientras intentaba interpretar la intención que había tras aquellas palabras por parte del Comandante en Jefe, podía escuchar cómo caminaba a pocos metros de ella, haciendo crujir levemente las tablas del escenario. Con los sentidos tan nublados como los tenía, resultaba difícil especular qué estaba haciendo, pero parecía estar arrastrando algo pesado. Sin embargo, no tenía forma de saber qué estaba haciendo, y la Arpía decidió no darle importancia. En lugar de eso, volvió a llenar de aire sus pulmones y trató de responderle con su débil voz.
- Gracias, pero... No... No creo que pueda- Declinó Euryale, con amabilidad.
- Vaya... ¿por qué?- Preguntó Black- ¿Ya tenías algún plan para hoy?
Los ojos completamente rojos de Euryale se abrieron de golpe a causa de la estupefacción. Durante apenas un segundo, la Arpía sintió una aguda punzada de dolor en la cintura y escuchó un desagradable crujido, acompañado de un espeluznante sonido aparentemente cárnico, mientras notaba como todas sus entrañas se revolvían en su interior. Al instante, todo el dolor desapareció de golpe y sus sentidos se afinaron de nuevo en el transcurso de unos pocos segundos. De golpe, podía ver la distante aurora que había en el cielo con absoluta nitidez, y de nuevo podía escuchar todos los sonidos a su alrededor con claridad. Los crujidos de la madera con cada paso que daba el Comandante el Jefe, la suave brisa y el leve crepitar de las escasas llamas que aún ardían en algunas partes de aquella plaza. Aunque conservaba una leve sensación de mareo, podía sentir todo aquello de nuevo. Sin embargo, aquella claridad sensorial no era lo que más sorprendió a Euryale.
Aunque parecía imposible, la Arpía estaba segura de estar sintiendo de nuevo sus piernas. No parecía tratarse de algún tipo de dolor fantasma proveniente de unas extremidades recientemente perdidas; la sensación era demasiado real como para ser un delirio de su confusa mente. Euryale permaneció inmóvil durante un momento, intentando comprender qué le estaba sucediendo. Lo primero que se le pasó por la mente fue que su momento finalmente había llegado; por fin había muerto. Sin embargo, para estar muerta, se sentía demasiado bien. A excepción de una cierta sensación de molestia provocada por llevar puesta ropa rasgada y ensangrentada, no se sentía peor de lo que se podría haber sentido aquella mañana cuando se despertó y se vistió para la ceremonia. Aquella situación no tenía sentido, no era posible que aquello fuese la muerte. Sin embargo, la Arpía no pudo evitar formular la evidente pregunta en voz alta.
- ¿Ya está?- Preguntó Euryale, en un tono de voz dubitativo, pero hablando por fin con cierta normalidad- ¿Me he muerto?
- Espero que no- Respondió Black- Venus me mata como lleve un cadáver a la sala VIP del DeVos...
Con unos movimientos lentos y dudosos, Euryale comenzó poco a poco a incorporarse hasta lograr sentarse en el suelo. Al moverse, pudo comprobar que efectivamente mover sus piernas le proporcionaba puntos de apoyo que la ayudaban a equilibrar su cuerpo. No se trataba de miembros fantasma; sus piernas realmente estaban de vuelta. Sus brazos le temblaban levemente, y aún podía notar cierta torpeza en sus movimientos, como si su cuerpo aún no se hubiese adaptado de nuevo a estar de una pieza. La confusa supersoldado examinó compulsivamente su propio estado. No solo su pelvis había vuelto a unirse a su columna vertebral, sino que todas sus heridas parecían haber desaparecido sin dejar siquiera cicatrices; como si jamás hubiesen existido. A su alrededor, todas las entrañas suyas que había esparcidas habían desaparecido, como si hubiesen vuelto a meterse dentro de su cavidad corporal. Tan solo una grande y descolorida mancha roja bajo su cuerpo quedaba como vestigio de que en algún momento había estado agonizando sobre las tablas de aquel escenario improvisado. Era como si incluso la mayor parte de su sangre hubiera vuelto sin rechistar al interior de sus propias venas.
Euryale se pasó la mano derecha por la cintura, aún sin llegar a creerse que realmente su cuerpo volviera a estar recompuesto de aquella forma. Todavía no estaba segura del todo de si su moribunda mente estaba sufriendo delirios y se estaba imaginando todo aquello. No había ni rastro de ninguna herida en su vientre. De no haber sido por lo rasgada que se encontraba en aquella parte la malla de nanofibras de su armadura ligera, ni siquiera ella misma se habría creído que realmente la habían llegado a partir en dos. Afortunadamente, aquella prenda de combate era lo bastante ceñida como para mantenerse en su lugar a pesar de los daños que había sufrido, dejando tan solo su vientre y parte de sus brazos expuestos en las zonas donde la malla estaba dañada.
- ¿Estás bien?- Preguntó el Comandante en Jefe- ¿Crees que puedes ponerte en pie?
Euryale no respondió inmediatamente a la pregunta, pero interpretó aquellas palabras como una buena sugerencia y trató de ponerse en pie. Su cuerpo se tambaleaba levemente, y a medida que se movía, sentía como si a su alrededor todo diese vueltas. Cuando casi logró recuperar la verticalidad, sus afiladas piernas la traicionaron y la Arpía no fue capaz de mantener el equilibrio, cayendo torpemente hacia delante. Antes de que cayese al suelo, Black se interpuso frente a ella y la sujetó con dificultad. Euryale se sobresaltó al ver que el Comandante en Jefe se cruzaba en la trayectoria de su caída y trató de estabilizarse para no caerle encima. Sus cuatro metros de estatura y quinientos kilogramos de peso hacían que fuese prácticamente imposible para un humano normal cargar directamente con ella. Sin embargo, Black logró actuar como un punto de apoyo lo suficientemente firme como para ayudarla a recuperar el equilibrio. Euryale suspiró aliviada cuando pudo sentir cómo las puntas de sus afiladas piernas se hundían levemente en las tablas de madera del escenario y lograba mantener el equilibrio de forma estable. Aunque las Arpías fuesen muy delgadas y ligeras en comparación con otros supersoldados, ella seguía pesando algo más de media tonelada. Si caía sin más sobre un cuerpo humano, podía romperle algunos huesos o incluso matarlo en el acto.
- Ten cuidado, este ha sido un proceso... complicado. Es probable que algunas de tus funciones corporales aún necesitan estabilizarse- Le avisó Black- Deberíamos ir a que te vea un médico de verdad. Ya sabes, por si acaso.
- ¿Qué ha pasado?- Preguntó Euryale, aún confusa- ¿Cómo ha...?
Black se llevó el dedo índice frente a su escafandra, a la altura de su boca. Euryale captó el gesto y se sobresaltó, dejando su frase a medias y guardando silencio al instante.
- Uno no se mantiene en un puesto como el mío durante tantos años sin un par de secretos- Confesó Black- Pero eso no es importante ahora.
- Pero...
- Nada, nada...- Insistió Black- Ya hablaremos de eso, por ahora no te preocupes. Tú solo sonríe para la cámara.
Euryale inclinó levemente la cabeza, confundida por aquella última frase que el Comandante en Jefe había dicho. Sin embargo, Black señaló a un objeto que había frente a ellos, y Euryale reparó en la presencia de una peculiar máquina a unos diez metros de donde se encontraban. Lo que Black señalaba parecía ser un dron de apoyo de Phobos. Aquella máquina, provista de un robusto chasis con formas angulosas, se mantenía en el aire a unos tres metros de altura gracias a cuatro motores de hélice, sorprendentemente silenciosos teniendo en cuenta la potencia necesaria para mantener el pesado dron en el aire. El cuerpo del dron medía aproximadamente un metro de largo, y su envergadura total teniendo en cuenta los motores era de casi metro y medio de anchura. En la parte frontal del dron se podía apreciar un sensor óptico similar a una lente de color rojiza, junto a un segundo sensor en forma de línea vertical que cumplía funciones de escaneo. A ambos lados y en la parte baja del dron se encontraban unas pequeñas escotillas que permanecían cerradas. Euryale observó el dron durante unos segundos.
Antes de que pudiera cuestionarse nada más respecto a la repentina presencia de aquella máquina, Euryale notó como Black se acercaba más a ella hasta que apenas hubo unos centímetros de separación entre ambos. Aquel gesto pilló por sorpresa aún más a Euryale, quien instintivamente trató de separarse un poco mientras intentaba mantener sus enormes garras lejos de él y de sus temerarios movimientos. El Comandante en Jefe era el máximo exponente del personal ejecutivo de Phobos; aquella actitud cercana e informal resultaba muy inapropiada para alguien de su posición. Sin embargo, a Black no parecían preocuparle en exceso el protocolo empresarial y las formalidades corporativas. Euryale había oído cientos de veces que el líder de Phobos era una persona excéntrica, y no tenía muy buena relación con la mayoría de otros altos cargos de la organización. Aunque apenas hacía unos minutos que había empezado a conocer a aquel hombre, la Arpía había comenzado a encajar algunas piezas y entender a qué se referían con aquellos rumores.
- Vamos, Hitch, sonríe- Insistió de nuevo Black- Hazlo igual que cuando estabas esparcida por el suelo...
Consciente de que el sensor óptico de aquel dron estaba a punto de tomar la foto en cualquier momento, Euryale forzó una incómoda sonrisa en su ruborizado rostro al mismo tiempo que se agachaba ligeramente para intentar torpemente situarse a la misma altura que el Comandante en Jefe. Aquel esfuerzo resultó ser en vano; la diferencia de estatura entre ambos era sencillamente insalvable, y el líder de Phobos apenas le alcanzaba ligeramente por encima de la cintura pese a que ella había flexionado las piernas. Insegura de si debía mirar directamente al brillante sensor óptico del dron o simplemente en la dirección general en la que se encontraba, Euryale acabó paseando la mirada por varios elementos del entorno que tenía por delante. Mientras lo hacía, la Arpía reconoció el cadáver de Bloodzerk, con su cara y la mitad de su cabeza arrancadas. El enorme Goliat muerto aún seguía allí, donde mismo lo había dejado. Aunque Euryale solo miró al cadáver de aquel supersoldado durante apenas un segundo, la Arpía se horrorizó al escuchar el característico sonido de un obturador mientras lo hacía.
Cuando el dron finalmente tomó la fotografía, el Comandante en Jefe por fin se despegó de ella y tranquilamente comenzó a caminar a través del escenario, esquivando a su paso varios cadáveres de Goliats y soldados de Clase Terror mientras se dirigía al dron.
- Déjame verla- Pidió el Comandante en Jefe.
Una compuerta en la parte inferior del fuselaje del dron se abrió, exponiendo lo que parecía ser un proyector holográfico. A continuación, el dron ganó algo más de altura y proyectó debajo suya una recreación holográfica del momento que había inmortalizado con su cámara. Tal y como había sospechado, Euryale pudo comprobar que sus ojos no habían mirado directamente a la cámara cuando se tomó la fotografía, y además su piel grisácea estaba visiblemente ruborizada. El resultado había sido horrible. Sin embargo, a pesar de todo, el Comandante Black permaneció mirando la fotografía durante varios segundos, para a continuación dejar salir una leve risa apenas audible por culpa de su escafandra, al mismo tiempo que asentía.
- Bien, me gusta- Declaró- Ha salido muy... natural. Gracias, mándame una copia luego cuando volvamos a Phobia Aegis.
Una voz femenina de apariencia artificial y robótica dio una respuesta afirmativa a aquella instrucción. A continuación, el dron giró sobre sí mismo y comenzó a alejarse en dirección a la plaza, hasta acabar perdiéndose entre las calles de Erstonim. Sin darle importancia a aquel movimiento por parte de aquella máquina, el Comandante en Jefe volvió a encararse con Euryale y lentamente comenzó de nuevo a caminar hacia ella.
- Ya te la presentaré. Da un poco de mal rollo, no lo voy a negar, pero en realidad es todo un encanto- Dijo Black, mientras caminaba.
Cuando se encontró de nuevo a pocos metros de la Arpía, el Comandante en Jefe realizó unos movimientos con la cabeza como si mirase a su alrededor. Euryale no estaba segura de si aquel hombre realmente podía ver con aquella escafandra puesta, pero todo parecía apuntar a que sí. La mirada de Black paseó por todo el escenario donde se encontraban, deteniéndose ocasionalmente en algún cadáver especialmente desfigurado. A continuación, el líder de Phobos negó con la cabeza.
- Este sitio se ha echado a perder. Creo que mejor lo dejo en manos de algún asistente- Murmuró el Comandante Black- Vente conmigo a Phobos Prime, Hitch. Tenemos mucho de lo que hablar.
Euryale, que después de haber posado de forma tan cuestionable para aquella fotografía había permaneció casi inmóvil en el mismo lugar, comenzó a caminar lentamente, casi sin darse cuenta. Interpretando aquel movimiento casi instintivo por su parte como una respuesta afirmativa, el Comandante en Jefe comenzó a caminar hacia la parte trasera del escenario, donde se encontraban las escaleras, mientras ella lo seguía. Euryale no estaba segura de cómo debía actuar ni de qué cabía esperar en la situación en la que se encontraba. Se había atrevido a suponer que le había caído bien al Comandante en Jefe. Contra todo pronóstico, había podido disfrutar del reconocimiento por sus acciones sin tener que sufrir las horribles consecuencias. Sin embargo, aunque Euryale no estaba segura de comprender del todo la situación, no estaba dispuesta a dejar pasar una oportunidad como aquella. Sus piernas prácticamente caminaban solas mientras acompañaba a Black hacia las escaleras. Acompañaría a aquel hombre a donde quiera que fuera, hasta la última consecuencia. En aquel momento, sin ser capaz siquiera de imaginarse lo que le deparaba el futuro, Euryale inocentemente ansiaba aprovechar su oportunidad de adentrarse aún más en los entresijos de la organización.
El Comandante en Jefe no era la clase de persona que ella había supuesto. Ahora que se encontraban a solas en aquella plaza repleta de cadáveres, ahora que las cámaras y el público habían desaparecido, al Comandante en Jefe no parecían importarle las apariencias. No quedaba ni rastro de la artificiosa grandilocuencia que le caracterizaba; su faceta pública había desaparecido. Mientras caminaba tras aquel hombre como una autómata que no se cuestionaba lo que hacía, Euryale se preguntaba qué estaba a punto de descubrir del líder de Phobos. Quizás estuviese a punto de conocer qué había bajo la máscara. No de aquella escafandra de metal que el Comandante Black nunca parecía dispuesto a quitarse, sino de aquella fachada pública con la que el líder de Phobos ocultaba quién era realmente. La Arpía se estremecía de emoción al pensar en la posibilidad de conocer quién era realmente el hombre al que tanto había admirado y respetado; cómo era realmente el hombre que había dado forma a Phobos. Todo estaba sucediendo demasiado rápido para ella, y la mente de Euryale no lograba asimilar aún la situación en la que se encontraba, pero aún así la Arpía ansiaba saber más. Quién había al otro lado de aquel dron, cómo había hecho el Comandante en Jefe para volver a unir su destrozado cuerpo, qué había bajo aquella escafandra que llevaba puesta. Su mente suplicaba todas aquellas respuestas, despreocupada por las terribles consecuencias que inevitablemente implicaría tenerlas.
- Comandante...- Murmuró Euryale, con timidez- ¿Usted me ha...?
Black detuvo su paso cuando Euryale habló y se giró de forma brusca y repentina hacia ella. La Arpía se sobresaltó ante aquel rápido y espontáneo movimiento, y volvió a tambalearse levemente al tener que detenerse ella también con la misma brusquedad. Por un momento, su rostro adoptó una expresión preocupada. Temía haber ido demasiado lejos al intentar hacerle una pregunta; haber olvidado su posición. A pesar de lo sucedido, ella era una supersoldado sin rango, y la persona a la que acompañaba era el Comandante en Jefe de Phobos. Probablemente, según los protocolos de conducta de la organización, ella ni siquiera tendría derecho a hablarle si él no le hablaba primero. Euryale apartó la mirada de aquella inexpresiva escafandra y agachó la cabeza, preparada si era necesario para recibir una amonestación por conducta inadecuada. En aquel momento, se avergonzó de haber abusado del agradecimiento del Comandante en Jefe y haberse tomado demasiadas confianzas olvidando ante quién se encontraba.
- No hay "Comandante". No hay "usted". No quiero ninguna de esas chorradas entre nosotros- Dijo Black- Mi nombre es Maximiliam Black. No pienses en mí como un superior. Considérame un amigo.
Coordenadas dimensionales:
Año 8.972 del calendario zyonista
Erebus
Región de Acies
Phobos Prime, Phobia Aegis
- Qué más quisiera yo...- Repitió Euryale con cierto pesar.
Euryale apartó la mirada de aquella fotografía y, lentamente, comenzó a caminar de nuevo hacia la alfombra que había en el centro de la galería. Contemplar aquella fotografía siempre le provocaba unos recuerdos confusos. Incluso más de veinte años después, aún no había logrado poner su mente en orden y no sabía cómo sentirse respecto a lo que sucedió aquel día en Erstonim. El Comandante en Jefe no había bromeado en absoluto con aquel ascenso que le había ofrecido. Aquella misma noche, durante la cena a la que fue invitada, el Comandante Black la convirtió en una de sus asistentes personales, y, tras demostrar una gran competencia en sus nuevas funciones, apenas dos años después su superior le concedió finalmente el título de Comandante. En aquel momento, ya no era una simple Arpía más entre las filas de Phobos; ahora era la Comandante Euryale, Gobernadora de Phobia Aegis. Probablemente era la persona que más peldaños se había saltado durante su ascenso en toda la historia de la organización. Un día había sido una supersoldado sin rango a las órdenes de un suboficial, y apenas dos años más tarde se había convertido en la segunda al mando de Phobos.
Aquel sin duda había sido un flagrante acto de favoritismo que no había pasado inadvertido para la Junta de Directivos ni para otros Comandantes con mayor antigüedad en sus cargos y una mayor lista de méritos que los respaldaban. Sin embargo, el Comandante en Jefe en persona había tomado aquella decisión con una extrema firmeza, e incluso no había dudado en despojar de sus cargos a un buen número de ejecutivos y oficiales que se habían pronunciado en su contra. Al principio, Euryale no se sentía cómoda ni segura en aquel cargo. Aunque el Comandante en Jefe seguía tomando las decisiones más importantes en lo referente a la gestión de la propia Phobos Prime, la administración de la mayor parte de Phobia Aegis era una responsabilidad titánica que había sido depositada sin más sobre los hombros de la Arpía. El peso de aquel deber parecía capaz de aplastar incluso sus indestructibles huesos. Aunque el Comandante Black la quisiera en aquel puesto, Euryale no estaba segura de estar preparada para asumir aquella responsabilidad, y estaba convencida de que la mayoría de ejecutivos y oficiales de la organización estaban conspirando para deshacerse de ella. Ante el insistente escepticismo de la propia Euryale, el Comandante en Jefe siempre respondía lo mismo; le decía que solo podía dejar aquella responsabilidad en manos de alguien en quien realmente pudiese confiar, y ella se había ganado su confianza y su respeto cuando se sacrificó por él en Erstonim.
El simple hecho de recordar lo sucedido en Erstonim hacía que Euryale suspirase. En aquel momento, la muerte del Comandante en Jefe le pareció tan inminente que llegó a pensar que aquel día sería el fin de Phobos. Sin embargo, tras todos aquellos años, conocía mucho mejor al Comandante Black; ahora sabía que no había que subestimar a aquel hombre. El líder de Phobos no había corrido tanto peligro como ella había pensado. Su intervención durante aquel atentado logró impresionar al Comandante en Jefe, pero lo cierto era que su acto de valor se había quedado en lo meramente simbólico. Aquello hacía que Euryale se cuestionase constantemente si realmente merecía aquel cargo que ostentaba; si realmente se había ganado aquella generosa recompensa por su valor y lealtad. Sin embargo, incluso si no era así, ella cumplía aquellas funciones porque el Comandante Black se lo había pedido. No importaba si se merecía ser la segunda persona más poderosa de todo Phobos o no; todo lo que importaba era cumplir sus órdenes de forma impecable y no dejar que la confianza que Black había depositado en ella se desperdiciase. No arruinaría su gran oportunidad. Con la misma determinación y las mismas agallas que había recorrido las calles de Tenska exterminando a miles de soldados enemigos, la Comandante Euryale recorría ahora los cinco kilómetros de plantas de oficinas de la Torre del Terror, velando por el buen funcionamiento de la provincia de Phobia Aegis mientras coordinaba a los miles de asistentes y suboficiales que tenía a su cargo. Y al igual que ella sola se las apañó para hacer caer a la resistencia de Tenska, ahora podía enorgullecerse de soportar con relativo éxito todo el peso de la provincia más grande e importante de todo Phobos sobre sus hombros. Del mismo modo que había logrado sobrevivir en aquel infernal campo de batalla, había logrado abrirse paso a través del infierno corporativo que era la Administración Central de Phobos. Quizás la gran hazaña de su vida fuese simbólica, pero Euryale estaba dispuesta a que el resto de sus méritos fuesen auténticos. Cada día, Euryale luchaba por merecerse el uniforme de Comandante que los sastres de la organización habían tenido que diseñar expresamente para ella; para la primera Arpía en alcanzar el rango de Comandante en toda la historia de su clase de supersoldado.
Intentando despejar su mente y concentrarse de nuevo en la razón que la había llevado a subir al último piso de aquel siniestro rascacielos de oricalco, Euryale continuó recorriendo el camino que marcaba aquella alfombra roja durante aquellos últimos cientos de metros. Cuando la alfombra se terminó, la supersoldado se encontró ante lo que parecía ser una enorme puerta de madera de doble hoja directamente incrustada en los paneles de oricalco de la pared. La puerta tenía un tono rojizo y una apariencia demasiado brillante, que revelaba que no se trataba de madera real, sino un conjunto de paneles de oricalco pintados y moldeados para imitarla. El conjunto de aquellas dos engañosas compuertas blindadas tenía unos seis metros de ancho y ocho de alto.
A ambos lados de la puerta, distribuidos a lo largo de las paredes de oricalco de aquel muro, se encontraban colgando varios estandartes de tela con los logotipos de las megacorporaciones más importantes que formaban Phobos. Justo a la derecha de la puerta, el estandarte más cercano mostraba a aquel hombre musculoso sosteniendo un engranaje que aparecía en el logotipo de Heavy Engineering Colossus. En el lado izquierdo, se encontraba la cadena de ADN retorcida como un símbolo de infinito tan característica de Prometheus Labs. Siguiendo las filas, se podía ver el logotipo de Terror Ballistics, consistente en un cráneo humano al que le faltaba la mandíbula inferior. Aquella calavera tenía una marca de rotura en la frente, como si hubiera recibido un disparo, y todos sus dientes habían sido reemplazados por balas. Su aspecto resultaba poco elegante en un ambiente corporativo, pero Terror Ballistics había insistido en mantener el mismo emblema que habían utilizado cuando eran un ejército de mercenarios, antes incluso de la fundación de Phobos. El logotipo de Skyline Futuristics, en cambio, resultaba mucho más elegante, consistiendo en la característica silueta de una aeronave que sobrevolaba una línea de rascacielos. Su diseño tenía un aspecto mucho más minimalista que el del resto de corporaciones. El logotipo de Apollo, principal corporación dedicada a la industria del ocio en el territorio de Phobos, también destacaba por su sencillez, consistiendo simplemente en la silueta de una lira. Aunque Apollo no tenía tanto poder como otras corporaciones como podían ser Metal Plague Industries o Immortal Warrior Cybernetics, aquella empresa siempre había gozado de un trato preferente dentro de la organización debido a la buena relación que había entre la Prima Donna Venus y el líder de Phobos.
Sin prestar atención a aquellos estandartes, Euryale se detuvo durante unos segundos frente a la entrada del despacho del Comandante en Jefe. Ya habían pasado más de veinte años desde que se hizo a sí misma todas aquellas preguntas y desde que codició todas aquellas respuestas. Ahora, para bien o para mal, lo sabía todo. Sabía quién era la mujer al otro lado del comunicador de aquel dron, sabía qué había hecho el Comandante Black para salvarle la vida cuando se desangraba sobre el escenario y sabía qué había bajo aquella escafandra. Phobos ya no encerraba secreto alguno para ella. Sin embargo, ahora que su curiosidad había perforado hasta el núcleo y se había encontrado con terrores que jamás habría podido siquiera imaginar, tenía que mantenerse fuerte y no dejarse llevar por el miedo. Tenía que vivir cada uno de sus días con la misma determinación con la que se había arrojado frente a la espada de Bloodzerk veinte años atrás. El Comandante en Jefe la necesitaba así.
Sin intervención alguna por parte de Euryale, y sin que ningún sistema automático visible actuase, las pesadas puertas de oricalco comenzaron a desplazarse lateralmente sobre sus rieles hacia sus respectivos huecos en el interior de los paneles de aleación que formaban las paredes. Cuando tuvo frente a ella una abertura lo suficientemente ancha para acceder cómodamente al interior, Euryale comenzó de nuevo a caminar e irrumpió en el despacho del líder de Phobos, sin esperar a que las compuertas se abriesen de todo. Tan pronto como ella atravesó el umbral de la puerta, ambas hojas invirtieron su movimiento y comenzaron nuevamente a cerrarse.
En contraste con la ostentosa galería de arte que ocupaba la mayor parte de la última planta de la Torre del Terror, el despacho del Comandante en Jefe resultaba ser una estancia vacua y diáfana. Una vez las puertas se cerraron a su espalda, una nueva alfombra roja de unos cinco metros de ancho y cuarenta de largo volvió a indicar a Euryale el camino a seguir. Aquella alfombra señalaba hacia una tarima al final de la habitación, de apenas un metro de altura, a la que se podía subir gracias a un pequeño grupo de escalones metálicos situados justo al final de la alfombra. Sobre la tarima, se encontraba un amplio y sofisticado escritorio metálico de color gris oscuro. Aquel mueble se encontraba directamente fijado al panel de oricalco del suelo, y tenía una serie de proyectores holográficos visibles tanto en la parte superior como en los laterales, los cuales servían principalmente para proyectar las interfaces holográficas del ordenador que tenía incorporado. Tras el escritorio, se encontraba un sillón de oficina, con una estructura metálica, pero con una acolchada tapicería hecha de fibras sintéticas. Aquel sillón se encontraba girado, mirando en dirección opuesta al escritorio; directamente orientado hacia el amplio ventanal que había al otro lado. Al fondo de la habitación, varios de los paneles de oricalco que deberían haber formado aquella pared de la torre habían sido reemplazados por paneles de cristal blindado. Tras aquel escritorio se encontraba la única ventana de toda la Torre del Terror; un ventanal de treinta metros de ancho y diez de alto que actuaba como mirador y ofrecía unas vistas privilegiadas del paisaje de Phobos Prime, vistas desde la última planta del edificio más alto de toda la ciudad.
Mientras continuaba caminando los últimos metros que la separaban de aquel escritorio, Euryale dirigió una mirada fugaz al cielo exterior a través del ventanal. La supersoldado llevaba ya tres días y medio de trabajo ininterrumpido. Aunque se encontraba bien y la falta de sueño no resultaba de momento un problema serio para alguien con un metabolismo como el suyo, lo cierto era que habitualmente perdía la noción del tiempo cuando el cansancio comenzaba a hacer mella. No sabía si saludar diciendo buenos días o buenas noches, y el cielo sobre Phobos Prime no parecía estar dispuesto a darle ninguna pista. Todo lo que se veía en el exterior era una capa de nubarrones negros provocados por la polución de la ciudad y un ambiente rojizo fruto de la contaminación lumínica generada por millones de luces de neón rojas. Teniendo la sensación de que el ambiente era lo suficientemente luminoso, la Arpía decidió asumir que probablemente era de día.
- Buenos días, Black- Saludó Euryale, deteniéndose justo frente a los escalones, sin llegar a subirlos.
Proveniente de aquel sillón orientado hacia el ventanal, un sutil suspiro se dejó oír, para a continuación ser seguido por un característico sonido de un clic metálico. Euryale reconoció al instante aquel sonido; el Comandante en Jefe acababa de colocarse de nuevo su escafandra y había bloqueado los cierres. Unos segundos después, el sillón comenzó a girar lentamente hasta que el Comandante en Jefe y su segunda al mando quedaron el uno frente al otro. Como era habitual en él, Black seguía vistiendo aquel uniforme ejecutivo de Phobos y llevaba puesto aquel siniestro casco que ocultaba completamente su rostro. Aquella obsesión del Comandante en Jefe por no mostrar su cara había sido el fruto de innumerables rumores. Euryale había escuchado al menos una docena de historias conspiranoicas diferentes. Algunos decían que el Comandante Black no era una sola persona, sino que iban intercambiando la máscara entre varios miembros de familias nobles. Otros decían que el verdadero Black murió hace siglos, y que la máscara ha sido heredada por una línea de sucesores; aquello, además, se apoyaba en el hecho evidente de que ningún humano normal podría vivir más de mil doscientos años. El dilema de su longevidad a veces se intentaba justificar teorizando que en realidad el Comandante en Jefe era una máquina, y que probablemente era un títere usado por el Fabricador Principal para manipular a las otras corporaciones. Algunas teorías eran menos enrevesadas, y simplemente afirmaban que el Comandante en Jefe era un metamorfo que quería ocultar su retorcida condición. Cada vez que escuchaba alguno de aquellos rumores, Euryale no podía evitar reír ante la ridiculez de todos ellos y lo miserablemente que fallaban todas aquellas teorías sobre la identidad del Comandante en Jefe.
- Hola, Hitch. Creo que deberías dejar el papeleo e irte a descansar- Respondió Black- No hace buen día. Son las tres de la madrugada...
- Me arriesgué y perdí...- Murmuró Euryale.
La Arpía frunció levemente el ceño al mirar de nuevo al traicionero cielo de Phobos Prime a través del ventanal. Realmente había creído que el ambiente era lo bastante luminoso para ser de día, pero una vez más la contaminación lumínica le había jugado una mala pasada. Aquella ciudad nunca dormía, y la Gobernadora de Phobia Aegis tampoco podía permitirse apartar la mirada e irse a dormir sin más; no con todas las responsabilidades que tenía. Sin embargo, el Comandante en Jefe tenía razón. Por mucho que le pesase, tenía que admitir que se encontraba exhausta; no tanto física como mentalmente. Si todo iba bien, quizás se permitiese el lujo de dormir un par de horas cuando terminase lo que había ido a hacer allí arriba.
Euryale se dejó caer hacia atrás, mientras relajaba la espalda y los hombros. Aunque tras ella no había habido más que una alfombra y un suelo de paneles de oricalco unos segundos atrás, cuando la Arpía se dejó ir hacia atrás no llegó a establecer contacto con aquella dura superficie. En lugar de eso, Euryale cayó sobre un mullido sillón de oficina muy parecido al que tenía el Comandante Black. Aquel otro asiento que había aparecido de la nada, sin embargo, estaba meticulosamente hecho a su medida y era mucho más grande que el que utilizaba el líder de Phobos. Sin embargo, gracias a la tarima sobre la que el escritorio del Comandante en Jefe estaba situado, ambos interlocutores quedaban prácticamente a la misma altura. Euryale se acomodó contra el respaldo y dirigió una última mirada al portapapeles que aún sostenía entre sus garras.
- Me ha llegado por fin el informe sobre el asunto de Santven- Anunció Euryale.
El Comandante en Jefe se inclinó ligeramente hacia delante. De forma inconsciente, dentro de su escafandra, sus resecos labios dibujaron una leve sonrisa que no duró demasiado tiempo antes de desaparecer.
- ¿Cómo ha ido?- Preguntó Black.
- Un éxito impecable. Cosa que sinceramente me sorprende, porque esto a nivel logístico ha sido una auténtica pesadilla- Le informó Euryale- Había demasiado margen de...
- ¿Error humano?- Interrumpió el Comandante en Jefe.
Euryale se encogió de hombros.
- No sé si yo lo llamaría "error humano", pero esencialmente sí- Respondió Euryale- En cualquier caso, me quedo mucho más tranquila ahora que el ataque ha sido un éxito. Los canales de comunicaciones de Deimos tienen que ser un auténtico caos en este momento.
- Eso es bueno- Declaro Black, volviendo a dibujar una fugaz y clandestina sonrisa en sus resecos labios- Dejemos de momento que cunda el pánico mientras nos preparamos para repetirlo.
La Arpía inclinó levemente la cabeza ante aquella respuesta, al tiempo que su rostro adoptaba una mirada escéptica. No estaba segura de ser capaz de entender las verdaderas intenciones del Comandante en Jefe respecto a aquel asunto. Naturalmente, el miedo era el mayor arma de Phobos; Euryale comprendía aquello a la perfección. Sin embargo, no lograba entender el motivo por el que tomarse las molestias de aterrorizar a Deimos. Aquel era un problema cuya solución parecía demasiado fácil, y sin embargo el Comandante en Jefe estaba tomando unas decisiones realmente ineficientes desde hacía ya demasiados años.
- Black, sabes que yo jamás te llevaría la contraria, pero... ¿realmente vamos a hacer esto más veces?- Preguntó Euryale, arqueando visiblemente la ceja y dejando escapar un largo suspiro- Quiero decir... Ya hemos probado nuestra nueva arma. Ya sabemos que podemos contar con ella.
Euryale soltó el portapapeles que aún sostenía en su mano derecha y lo dejó cuidadosamente sobre el reposabrazos del sillón mientras sus ojos rojos miraban fijamente a la escafandra metálica del Comandante en Jefe.
- ¿Y si nos dejamos de sutilezas y atacamos de frente? Podríamos acabar esta guerra mañana- Propuso Euryale- Deimos ya nos ha hecho desperdiciar demasiado tiempo y recursos.
El Comandante Black guardó silencio durante unos segundos, para a continuación proceder a empujar su sillón hacia atrás ligeramente y levantarse de su asiento. Tras ponerse en pie, se dio media vuelta y comenzó a caminar lentamente hacia el amplio ventanal que había tras su escritorio.
- Entiendo tu punto de vista, Hitch. Pero no es tan sencillo. Ya sabes que nuestra prioridad no es acabar la guerra con Deimos a cualquier precio. No se trata de qué hagamos, sino de cómo lo hagamos- Explicó Black, mientras caminaba- Si queremos obtener la reacción adecuada, tendremos que preparar el terreno y presionar los puntos adecuados. Eso requiere... paciencia.
- Entiendo que te preocupa el asunto de la Comandante Aldrich, pero aún así, ya son casi cincuenta años de guerra interna- Le recordó Euryale- ¿No te parece un poco excesivo?
Cuando terminó de recorrer los metros que lo separaban de aquel ventanal, Black se detuvo frente a él y dedicó un momento a contemplar el paisaje urbano de Phobos Prime desde su posición privilegiada en el último piso de la torre más alta de toda la ciudad. La capital de la provincia de Phobia Aegis tenía ya algo más de mil años de historia, y lo que comenzó como una iniciativa para centralizar la administración de todo Phobos había terminado por convertirse en la segunda ciudad más grande de todo Acies. Con la majestuosa Torre del Terror situada en el centro exacto de la ciudad y cuatro grandes avenidas de un kilómetro de anchura perdiéndose en el horizonte hacia cada punto cardinal, toda la ciudad estaba meticulosamente construida siguiendo un patrón radial que iba formando anillos de edificios en torno a aquella torre central. Con el paso de los siglos, se habían construido cada vez más y más anillos siguiendo aquel patrón, y en aquel momento la ciudad ya tenía un radio de seiscientos kilómetros. Ni siquiera desde aquel mirador situado a cinco kilómetros de altura resultaba remotamente posible divisar los límites de la ciudad, donde la HEC seguía construyendo el siguiente conjunto de anillos de edificios para seguir ampliando la ciudad.
Al igual que en todos los demás grandes proyectos de la HEC, en Phobos Prime el oricalco había sido la materia prima principal a la hora de construir aquella pesadilla industrial que era la ciudad. Debido a su prodigiosa durabilidad, su nula capacidad conductiva y su increíble resistencia térmica, aquel material estaba presente en todas las estructuras de la ciudad. Se habían utilizado paneles de oricalco para pavimentar el suelo y construir las carreteras, se había utilizado para gran parte del mobiliario urbano y como base para todo el sistema ferroviario de la ciudad. Y, por supuesto, para levantar millones y millones de torres negras cuya altura generalmente variaba entre los ochocientos y los dos mil metros. Aquellas siniestras torres de metal tenían formas angulosas y relativamente minimalistas, y estaban iluminadas con aquellas características luces de neón rojas que Phobos acostumbraba a utilizar. La inmensa cantidad de aquellas luces utilizadas en los edificios y en el alumbrado público había provocado tal cantidad de contaminación lumínica que toda la ciudad resplandecía en rojo e incluso el contaminado y grisáceo cielo de Phobia Aegis adoptaba aquel tono rojizo como el óxido sobre aquella ciudad.
Desde allí arriba, a cinco kilómetros del suelo, resultaba difícil distinguir otra cosa que una amalgama luminosa de tonos rojizos. Sin embargo, allí abajo, la ciudad hervía en bullicio. Con aproximadamente treinta y un mil kilómetros de norte a sur, cuarenta y ocho mil de este a oeste y más de veinte billones de habitantes, Phobia Aegis era la provincia más grande e importante de todo Phobos; y Phobos Prime era el corazón palpitante de aquella siniestra inmensidad. Aunque ciertas instalaciones pertenecientes a Heavy Engineering Colossus y Prometheus Labs habían sido trasladadas fuera de la ciudad varios siglos atrás por motivos de practicidad y seguridad, la mayor parte de la actividad económica e industrial de la provincia se encontraba en aquella ciudad. Casi cinco billones de ciudadanos de Phobos vivían y trabajaban allí. Millones de vehículos entraban y salían cada día de la ciudad, trayendo personal y materias primas o enviando toda clase de productos a todo el territorio de la organización. Las carreteras y monorraíles acostumbraban a estar saturados, y en los últimos cien años se habían comenzado a construir puentes entre torres o incluso nuevas carreteras y líneas ferroviarias situadas a varios cientos de metros de altura cuyo propósito era estratificar las rutas de transporte y ayudar a descongestionar la ciudad. Una iniciativa que poco a poco iba dando algún resultado, pero a la que le faltaban aún unos doscientos años de trabajo y algunos trillones de créditos antes de poder completarse.
En términos de funcionalidad, lo cierto era que Phobos Prime cada vez resultaba menos funcional. Debido a su inmenso tamaño y desproporcionada cantidad de habitantes, cada vez resultaba más complicado a las megacorporaciones que operaban allí realizar sus actividades sin disrupciones. A menudo, Terror Ballistics enviaba quejas a la administración central de la provincia acerca de retrasos en envíos de materias primas, la HEC provocaba que alguno de sus vehículos industriales de mayor tamaño cortase alguna avenida principal durante varios días y Prometheus Labs reclamaba compensaciones por el deterioro de algunos sujetos de prueba debido a la excesiva contaminación de la ciudad. Sin embargo, pese a todos aquellos inconvenientes, la iniciativa de seguir construyendo Phobos Prime seguía adelante. Para el Comandante en Jefe, aquello era más que una simple ciudad; era un símbolo del poder de Phobos. Con cada nuevo anillo de edificios que construían, estaban más cerca de alcanzar y eventualmente superar en tamaño a la capital de Zyon. Construir Phobos Prime era una forma de seguir desafiando a sus mayores enemigos, y seguir utilizando aquellos oscuros paneles de oricalco y aquellas luces de neón rojas para levantar aquellos siniestros edificios no era algo que hicieran por casualidad. El miedo era el mayor arma que blandían, y Phobos Prime debía de ser terrorífica tanto para sus habitantes como para sus enemigos. Aquellas implacables torres de metal, aquellos oscuros callejones de los niveles inferiores, aquellas luces rojas y aquel mortecino cielo rojizo enviaban un mensaje a toda la región de Acies. Enfrentarse a Phobos era enfrentarse directamente a aquello, en todo su desesperanzador esplendor.
Mientras permanecía frente a aquel cristal, contemplando aquel infierno hecho por el hombre a través de aquella escafandra que no aparentaba permitir visibilidad alguna, el Comandante Black comenzó de nuevo a sonreír de forma inconsciente. Sabía que eventualmente, el enemigo llamaría a sus puertas. Cuando aquello sucediese, Phobos recibiría a sus detractores con los brazos abiertos y una desagradable sorpresa. Cuando el momento llegase, Phobos prevalecería. Le había llevado más de mil años levantar su imperio personal y prepararse para la mayor guerra que todo Erebus jamás vería. Euryale tenía razón, Deimos probablemente ya había superado con creces su vida útil, pero cincuenta años no eran nada comparado con el camino que Phobos ya había recorrido hacia su victoria final.
- La Comandante Aldrich es un asunto que debemos manejar con precaución- Dijo el Comandante Black- No olvides que por culpa de la traición de Asatur nos hemos quedado sin opciones. Llegados a este punto, no podemos precipitarnos. Necesito que sea ella quien de el primer paso. Solo es cuestión de motivarla a ello.
- Motivar a Aldrich nos costó medio millón de bajas solo la semana pasada... Y prefiero no pensar en la última mitad de siglo- Refunfuñó Euryale, sin ocultar lo molesta que se sentía ante aquella situación.
Black guardó un silencio mientras repasaba mentalmente cuántas bajas había sufrido la organización a manos de aquella titán renegada. La cifra era mucho más alta de lo que Euryale pensaba, teniendo en cuenta que ella había cumplido recientemente sus cuarenta y cinco años y que aquella traición había tenido lugar tres años antes de que ella siquiera naciera. Sin embargo, al Comandante en Jefe no le gustaba ver aquellos millones de empleados muertos como un simple desperdicio de vidas. A veces, un depredador necesitaba dejarse morder por su presa para garantizar el éxito de su cacería. Era cierto que quizás había sido demasiado generoso permitiendo a la Comandante Aldrich morder con tanta fuerza a Phobos, pero las pérdidas aún se encontraban dentro del margen aceptable, teniendo en cuenta el beneficio potencial. Lo bueno de haber pasado los últimos mil años de su vida rodeado de todas aquellas implacables corporaciones y todos aquellos fríos ejecutivos, era que el Comandante Black había aprendido a ver a sus empleados como lo que realmente eran; un número. El recurso humano no era más que otro recurso a gestionar, como cualquier otro. A veces se conseguía más, a veces había pérdidas. Sin embargo, en Acies había demasiada abundancia como para que las pérdidas pudieran llegar a ser preocupantes. No era algo de lo que el líder de Phobos estuviese orgulloso, pero era un mal necesario que estaba dispuesto a aceptar.
- Considéralo una... inversión- Murmuró Black, al tiempo que suspiraba.
Euryale apartó la mirada del Comandante en Jefe durante unos segundos, mientras recordaba aquel otro asunto sobre el que debía informarle. Aunque el ataque a Santven había sido un éxito, lo cierto era que no todo lo que traía eran buenas noticias. Black no iba a alegrarse de lo que estaba a punto de escuchar.
- Por desgracia, creo que los tres directivos que hay esperándote en la sala de reuniones de abajo no piensan lo mismo...- Respondió Euryale, encogiéndose ligeramente de hombros mientras volvía a mirar al líder de Phobos.
- ¿Cómo dices?- Se apresuró a preguntar Black, mientras se giraba de nuevo bruscamente para encarar a Euryale.
- Me han dicho que esperan que tanto tú como el Dr. Sinason os reunáis allí con ellos. No está la Junta de Directivos al completo, pero sí están algunos de los peces gordos- Continuó Euryale, hablando con una calma que logró sorprenderla a ella misma- Creo que no comparten tu punto de vista sobre la inversión que supone la guerra con Deimos y... Quieren explicaciones sobre ciertos desvíos de fondos a las instalaciones del Programa Godkiller.
El Comandante en Jefe cerró ambos puños de forma instintiva, mientras su oculto rostro apretaba los dientes y se distorsionaba brevemente en una expresión molesta; que, al igual que la mayoría de sus emociones, no lograba perdurar en el tiempo más que unos pocos segundos. Cuando comenzó de nuevo a caminar hacia su escritorio, lo hizo pisando fuerte y haciendo que sus zapatos emitiesen un característico sonido al pisar aquel panel de oricalco del suelo. A pesar de las apariencias, él no era alguien propenso a la ira; resultaba muy difícil lograr romper su calma y desestabilizarle emocionalmente. Sin embargo, los directivos de Phobos siempre parecían contar con un talento especial para sacar lo peor de él. Las expectativas nunca estaban muy altas por su parte a la hora de tratar con el personal ejecutivo de la organización, pero a diferencia de la mayoría de representantes corporativos de la HEC o directores científicos de Prometheus Labs, los directivos jugaban en una liga completamente diferente. En teoría, como Comandante en Jefe de Phobos, era su deber responder ante ellos, ya que eran sus fondos, sus recursos y su personal lo que hacían posible la existencia de aquella alianza megacorporativa. Aunque el Comandante Black fuese el máximo responsable de Phobos, el poder de Phobos dependía directamente de aquellas corporaciones y de los activos que estuviesen dispuestos a aportar al conglomerado. En el impensable y extremo caso de que alguna de ellas decidiera abandonar la alianza, los daños que sufriría Phobos estaban más allá de toda capacidad de estimación. Todo lo que le había llevado tanto tiempo construir se desmoronaría sin más. Ya fuese contentándolos o coaccionándolos, tenía que asegurarse la lealtad y cooperación de aquellos excéntricos y megalomaníacos empresarios.
- Mil años gestionado Phobos... Mil malditos años entregándoles pedazo tras pedazo de Acies en bandeja de plata, y estos indeseables aún se atreven a ponerme en duda- Refunfuñó Black, hablando entre dientes- Debería encerrarlos en esa sala y dejar que se pudran todos allí.
- Si tanto te desagrada acudir a la reunión, puedo sustituirte si quieres- Se ofreció Euryale, deseando en realidad que el Comandante en Jefe no aceptase aquella oferta- Cuando el Dr. Sinason llegue, podemos intentar zafarnos de los directivos entre los dos.
Cuando Black finalmente recorrió de nuevo la distancia que lo separaba de su escritorio, apoyó ambas manos sobre aquel mueble y se inclinó ligeramente hacia delante, encarando a Euryale. A pesar de que no se le veía el rostro, resultaba evidente que el líder de Phobos estaba molesto con la situación. Sin embargo, Euryale mantuvo la calma y no se inmutó al respecto. Ella era portadora de malas noticias, pero no era más que la mensajera de la Junta de Directivos en aquella ocasión. El enfado de Black no iba dirigido hacia ella.
- Haakon tiene órdenes, MIS órdenes expresas, de no acudir a ningún llamamiento de la Junta de Directivos. No va a venir a darles explicaciones- Dijo el Comandante en Jefe.
- Eso no les va a gustar a los directivos...- Murmuró Euryale, al tiempo que volvía a suspirar- ¿Qué vamos a hacer entonces?
Black retiró las manos de la mesa y volvió a erguirse.
Acudiré a la reunión-Sentenció- Voy a dejar un par de cosas claras por allí.
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