Capítulo 6
Un sonido de pitido precedió a la apertura de las puertas del ascensor. Cuando ambas compuertas se abrieron lo suficiente para que ella pudiese caber por el hueco, Euryale comenzó de nuevo a caminar a paso relajado y salió de su interior. Aunque caminaba sobre una elegante alfombra roja que se extendía frente a ella a lo largo de casi quinientos metros, la terminación ósea de sus piernas seguía emitiendo un característico sonido metálico al tintinear contra las placas de oricalco que había bajo la alfombra, sin que aquella mullida superficie lograse amortiguar sus pasos por completo. Aquella supersoldado de Clase Arpía mantenía la mirada fija en un gran portapapeles que sostenía con cierta dificultad en su mano izquierda, mientras utilizaba a duras penas un bolígrafo hecho a medida para subrayar algunas palabras clave del documento que estaba leyendo. Aquellas masivas garras óseas de sus manos, de unos sesenta centímetros de longitud, eran muy útiles para partir a un hombre en dos o atravesar una plancha de oricalco, pero resultaban terribles a la hora de realizar trabajo de oficina.
Mientras seguía caminando, repasando mentalmente lo que tenía que decirle al Comandante en Jefe y subrayando más detalles de su informe que no quería olvidar mencionar, Euryale acabó ejerciendo más presión de lo debido sobre aquel bolígrafo que sostenía con dificultad, haciendo que finalmente se escurriese entre sus dedos y acabase cayendo sobre la alfombra. El calmado rostro grisáceo de la Arpía se mantuvo tan sereno e imperturbable como siempre, pero Euryale cerró los orbes completamente rojos que tenía por ojos durante unos segundos mientras suspiraba con cierto pesar. Llevaba veintidós años haciendo aquel trabajo administrativo; más del cuádruple de los que había pasado sirviendo en el ejército de Phobos. Si iba a pasar sus días entre informes y papeleo, bien podría haber prescindido de aquellas garras y haber conservado sus manos humanas. Sim embargo, a pesar de lo mucho que pudieran estorbarle en su nuevo trabajo aquellas cuchillas óseas de sus manos, Euryale había descartado la posibilidad de someterse a un proceso quirúrgico para extirparlas. Aquellas zarpas eran las que la habían llevado hasta donde se encontraba, y la Arpía no había dejado de pensar ningún día de su vida en las circunstancias de su propio ascenso. Las probabilidades de que ella o el Comandante en Jefe fuesen atacados en aquella masiva torre de oricalco eran bajas, pero nunca eran cero. La confianza era uno de los pocos lujos que los oficiales de alto rango de Phobos nunca podían permitirse.
Tras agacharse para recoger de la alfombra aquel bolígrafo, Euryale notó cómo sus largos y ondulados cabellos pelirrojos se venían hacia delante y se despeinaban ligeramente. Manteniendo la calma, Euryale fijó el bolígrafo al portapapeles y finalmente apartó aquel informe de sus pensamientos. La Arpía miró momentáneamente a su derecha, donde una enorme vitrina de cristal llamó su atención. Aquel expositor contenía una fila de doce percheros, de los cuales colgaban doce uniformes de oficiales pertenecientes a naciones y ejércitos que Euryale no reconocía; todas ellas extintas mucho antes de que ella naciera, cuarenta y cinco años atrás. Frente a cada uno de aquellos uniformes de la vitrina se encontraba un atril que exhibía un documento donde se oficializaba la rendición de cada uno de aquellos líderes militares. Sin darle demasiada importancia a aquellos viejos trofeos de guerra de aquel expositor, Euryale se acercó ligeramente más a él y utilizó su traslúcido reflejo en aquel cristal como referencia para arreglarse cuidadosamente el pelo, evitando rasguñarse con sus propias garras.
En aquel momento, Euryale se encontraba a cinco kilómetros de altura, en el último piso de una fría e imponente torre de oricalco que actuaba como sede central del gobierno de Phobos. Aquel edificio, en forma de un impecable y oscuro prisma rectangular de un kilómetro cuadrado de base, era conocido como la Torre del Terror. Aquel, por supuesto, no era su nombre oficial, pero cada vez iban quedando menos miembros de la organización que se refiriesen a ella como el Núcleo. Ni al Comandante Black ni a la Junta de Directivos parecía importarles lo más mínimo el uso de aquel coloquialismo, y sencillamente lo dejaban estar o incluso lo utilizaban en alguna ocasión. De todas formas, las relaciones públicas nunca habían sido el punto fuerte ni de Phobos ni de ninguna de las megacorporaciones que formaban aquella alianza. Si hubiera sido así, el Comandante en Jefe no habría convertido el último piso de aquella descomunal estructura en aquel peculiar museo.
Casi toda aquella última planta de la torre estaba ocupada por una gran exposición. Desde el lugar donde se encontraban los ascensores del sector ejecutivo, que separaban aquellos últimos pisos de la torre del resto de plantas, hasta el despacho del Comandante en Jefe de Phobos, había casi un kilómetro cuadrado de superficie ocupado por un sinfín de trofeos de guerra y obras de arte; algunas de ellas obsequiadas a Phobos o al Comandante Black por sus simpatizantes, y otras muchas que habían formado parte del botín de guerra traído a aquel museo por sus Comandantes. En aquel lugar se acumulaban recuerdos y conmemoraciones de los más de mil doscientos años de historia de aquella organización. Y toda aquella exposición se encontraba justo allí, en el camino entre el ascensor ejecutivo y las puertas del despacho del Comandante en Jefe. Un camino que tanto los subordinados del Comandante Black como los detractores a los que citase en aquel lugar para una negociación tendrían que recorrer, mientras los logros de Phobos les hacían sentir más pequeños e insignificantes con cada paso que daban a lo largo de aquella fría y amplia galería, iluminada por aquellas características luces rojas y construida con aquellos paneles de aleación de oricalco que utilizaba la HEC para ensamblar modularmente casi cualquier estructura que se les encargase construir.
Cuando Euryale finalmente estuvo satisfecha con aquel arreglo de emergencia que le hizo a su peinado, la Arpía dirigió de nuevo la mirada hacia el final de la sala y continuó caminando siguiendo la alfombra. Aún la separaban casi cuatrocientos metros de la puerta que conducía al despacho del Comandante en Jefe. Mientras caminaba, seguía repasando mentalmente todo lo que tenía que reportar. Normalmente, no solía encontrarse tan tensa a la hora de hablar con su superior, pero en aquella ocasión había algo más aparte de aquel informe de operación. Algo que ella sabía que no le agradaría al líder de Phobos, pero se trataba de un asunto que ni siquiera él podía permitirse ignorar sin más.
Mientras recorría aquella ostentosa galería, Euryale pasó entre algunas piezas de la exposición bastante peculiares. No parecía haber un criterio concreto para determinar qué era lo que el Comandante en Jefe de Phobos había considerado digno de aquel museo. Algunas de las obras de arte resultaban bastante estereotipadas. Había cientos, o incluso miles de cuadros, esculturas y tapices que representaban momentos o personajes importantes de la historia de Phobos. Aquello, en realidad, podía llegar a resultar normal. Sin embargo, también había algunos artículos realmente bizarros expuestos en aquella enorme habitación. Una vitrina de casi cinco metros de altura contenía en su interior los restos de un vehículo blindado que parecía haber sido alcanzado en su costado izquierdo por un proyectil antitanque. El chasis del vehículo parecía haber ardido, a juzgar por las manchas negras que se extendían alrededor del punto de impacto, por encima de su pintura grisácea. Otra vitrina, de forma cilíndrica, contenía un cadáver aparentemente humano que flotaba en un amarillento líquido que se encargaba de preservarlo y evitar que se pudriese. Aunque a simple vista el cuerpo pareciese el de una mujer humana, bastaba con fijarse en los detalles como las antinaturales proporciones de sus brazos o la textura escamosa de su piel para darse cuenta de que aquella cosa no era ni humana ni ningún tipo de supersoldado de Phobos. A varios metros de distancia, otra vitrina contenía lo que parecía ser una enorme espada plateada de hoja ancha, de algo más de metro y medio de longitud; la cual se encontraba clavada en un bloque de oricalco y permanecía sujeta por varias cadenas de obsimantita. La espada tenía un ojo metálico en la base de su hoja que seguía con la mirada a quienes recorrían aquella galería, y había rumores sobre que a veces susurraba algunos comentarios insidiosos a quienes se acercaban a su vitrina. Euryale no conocía el origen de la mayoría de aquellos peculiares trofeos. Estaba segura de que había una gran historia que contar tras cada uno de ellos, pero sencillamente eran demasiados; y cuando todos ellos eran a su manera tan especiales, en realidad ninguno de ellos era especial.
Sim embargo, tras recorrer casi la mitad de la distancia que la separaba del despacho al que se dirigía, Euryale se detuvo de forma casi instintiva al llegar a una pieza en concreto. A su derecha, se encontraba una estatura de oro puro que representaba a una Banshee. La figura, a escala real, medía casi seis metros de altura. La Banshee tenía una expresión apacible en su rostro y unos rasgos faciales realmente hermosos. Parecía vestir lo que Euryale deducía que era una versión más antigua del uniforme femenino de oficial de Phobos, que no era demasiado diferente del que las Comandantes utilizaban actualmente. En contraste con el color dorado de la estatua y con las agradables facciones del rostro de la Banshee, en la base de la estatua había unos detalles algo más tétricos. Atrapados entre los enroscados tentáculos de la supersoldado se encontraban varias figuras humanas de color plateado, vestidas con uniformes de soldados de una nación ya desaparecida y borrada de la historia. Aquellos deformados y quebrantados hombres que sufrían aquella constricción tenían expresiones de angustia y horror en sus rostros. En la base de la estatura, una placa tenía grabadas las palabras "En memoria de Echo, 8.541-8.712".
Euryale había oído hablar en alguna ocasión de aquella Banshee, que llevaba ya más de dos siglos muerta. Venus estaba realmente obsesionada con ella, y a menudo era capaz de pasar horas hablando sobre lo majestuosa que era aquella supersoldado o cómo sus gritos eran capaces de reventar un refugio antinuclear. Por culpa de la obsesión de aquella mujer, aquella exposición estaba repleta de piezas que representaban a Echo, las cuales ella misma producía y enviaba constantemente. El Comandante en Jefe aún no le había puesto freno a aquello, de modo que las obras de arte seguían llegando. Sin embargo, aunque Euryale no compartía aquella pasión que Venus tenía por aquella vieja gloria, la Arpía a menudo se detenía junto a aquella escultura. No era porque la obra le impresionase lo más mínimo ni porque sintiera admiración alguna por la Banshee más poderosa de la historia de Phobos, sino porque siempre usaba la estatua como referencia para orientarse en aquella exposición. Lo cierto era que sí que había una pieza en concreto que resultaba especial para ella. Una cuya historia conocía mejor que nadie. Quizás fuese algo humilde en comparación con todo lo que enviaba constantemente la Prima Donna de la Estación Dionisos, pero para ella significaba mucho más que todo el resto de la exposición junta.
Tomándose un momento para respirar hondo y calmarse, Euryale abandonó el camino que marcaba la alfombra y pasó junto a la estatua de la Banshee, adentrándose en la exposición. En realidad, no tenía prisa por alcanzar aquel despacho y entregar su informe. No había avisado al Comandante en Jefe de que se dirigía a encontrarse con él, por lo que llegar unos minutos antes o después no supondría una diferencia. Podía permitirse el lujo de ponerse un poco melancólica antes de reunirse con el hombre más infame de todo Acies. Dejando atrás la estatua, Euryale se adentró en la exposición y caminó entre varias obras más hasta que finalmente alcanzó lo que estaba buscando.
Aunque Euryale le tenía bastante aprecio a aquella pieza, lo cierto era que resultaba bastante mundana en comparación con la mayoría de piezas de la exposición. Se trataba de una fotografía. Una fotografía que había sido impresa en un formato enorme y expuesta en un ostentoso atril, pero una simple fotografía, al fin y al cabo. Un mero trozo de papel que no podía competir en grandiosidad con todas aquellas cosas que enviaba Venus, a pesar del valor sentimental que tenía para la Arpía. Sin embargo, a pesar de todo, allí se encontraba, compartiendo exposición con todas aquellas magníficas obras de arte y trofeos de guerra. A pesar de su simplicidad, el propio Comandante en Jefe había considerado aquella fotografía digna de su colección personal.
Cuando se detuvo a mirar la fotografía, una sutil sonrisa comenzó inconscientemente a formarse en los siniestros labios de la Arpía, sin que ella misma se diese cuenta de ello. La imagen mostraba a la propia Euryale, junto al Comandante Black, uno al lado del otro. Ambos se encontraban en lo que por aquel entonces había sido una ciudad recién anexionada al territorio de Phobos. Estaban sobre lo que quedaba de un deteriorado escenario de tablas de madera, el cual parecía estar casi a punto de derrumbarse debido a los daños. Había unos muy evidentes signos de batalla a su alrededor. En el fondo de la imagen, ligeramente borroso debido a una tenue cortina de humo, se podían apreciar lo que parecían ser indicios de cuerpos sin vida de soldados de Clase Terror y supersoldados de Clase Goliat. Los edificios que había alrededor del escenario eran construcciones de ladrillos y cemento, propias de las naciones tecnológicamente menos desarrolladas, y de aspecto muy tosco y primitivo en comparación con los metálicos edificios modulares que construía la HEC. El ambiente parecía ser extremadamente hostil, pero, sin embargo, allí estaban ellos dos, tomándose aquella fotografía.
Euryale paseó la mirada por cada detalle de aquella imagen, la cual nunca parecía cansarse de contemplar. Las cosas habían sido muy diferentes por aquel entonces. Realmente le costaba asimilar cuánto había llegado a cambiar su vida en las últimas dos décadas. En la fotografía, ella se sentía visiblemente incómoda e incrédula, y sus ojos parecían evitar el contacto visual directo con la lente de la cámara. La piel grisácea que la caracterizaba se encontraba enrojecida en la parte superior del rostro. Su sonrisa era muy forzosa, y su boca estaba demasiado abierta, mostrando sin querer una fila de largos y aserrados dientes. Su cabello estaba empapado y enmarañado, y su tono pelirrojo se encontraba acentuado por aquel fluido carmesí que le había salpicado en abundancia. A diferencia del uniforme de oficial que ahora acostumbraba a vestir, en aquel momento llevaba puesto un deteriorado equipo de combate para Arpías, consistente en aquella malla de nanofibras con placas de armadura en los puntos vitales. Aquella indumentaria se encontraba completamente rajada y separada en dos mitades ligeramente por encima de su cintura, dejando su vientre ligeramente expuesto. Además de los daños de la malla de nanofibras, varias de las placas de blindaje de neomitrilo estaban obviamente partidas en dos, y colgaban de los filamentos de la malla como un peso muerto.
A su lado, la figura del Comandante en Jefe contrastaba inmensamente con la de la Arpía. Aunque la supersoldado se había encorvado ligeramente hacia delante para posar para la fotografía, la diferencia de estatura entre ambos era insalvable, y no había forma de que sus cuatro metros veinte de altura no destacasen en comparación con el metro ochenta del líder de Phobos, que a duras penas le llegaba a la cintura. Aunque el Comandante Black se había pegado completamente a ella para la fotografía y no había rechazado en absoluto el contacto físico con un monstruo como ella, Euryale en cambio se sentía bastante reacia a tocar a su superior, y había hecho lo posible por no acercar sus garras a él. El Comandante en Jefe vestía un traje negro formal, con el logotipo de Phobos bordado en el pecho y algunos detalles decorativos en color rojo; una indumentaria muy habitual entre el personal ejecutivo de la organización. El traje estaba echado a perder por culpa de toda la sangre que se había derramado sobre él aquel día, pero no tenía daños visibles. Sin embargo, aunque aquella indumentaria resultaba común entre los altos mandos de Phobos, el aspecto general del Comandante en Jefe resultaba un tanto excéntrico para un hombre de su posición. Además de aquel traje, el líder de Phobos llevaba puesto un peculiar casco metálico de color negro y rojo, similar a una angulosa escafandra completamente opaca que cubría completamente su rostro, sin dejar siquiera una ranura para los ojos o un orificio para respirar. En sus manos, Black llevaba puestos unos oscuros guantes de malla de nanofibras, de forma que ni un solo centímetro de su piel quedaba expuesto a la vista. Aunque la actitud del Comandante en Jefe en aquel momento resultaba amigable, a juzgar por su lenguaje corporal en la imagen, aquel embozo que llevaba puesto y aquel aspecto general le conferían un aire siniestro del que no lograba desprenderse hiciera lo que hiciera.
Tras pasar casi un minuto contemplando aquella fotografía y evocando lo que con el tiempo se acabaron convirtiendo en recuerdos felices, Euryale dirigió con cierta timidez la mirada hacia la placa dorada que había en el atril. Muy lentamente, comenzó a leerla en voz baja, con un leve susurro.
- "La Arpía Euryale salva la vida del Comandante en Jefe Black"- Murmuró Euryale en voz baja, sin apartar la mirada de la placa- "Ciudad de Erstonim. Año 8.950 del calendario zyonista".
Unos segundos después, Euryale finalmente dejó escapar un largo suspiro y agachó ligeramente la mirada. Definitivamente, aquellos eran tiempos mucho más sencillos que los que le había tocado vivir en aquel momento. La ingenuidad de la que había disfrutado casi resultaba algo envidiable desde su nuevo punto de vista, ahora que sabía mucho más acerca de Phobos y del Comandante en Jefe de lo que jamás se habría atrevido a siquiera pensar cuando no era más que otra supersoldado más. Había sido tan adorablemente ingenua que le costaba reconocerse a sí misma en aquella imagen.
- Salvar al Comandante Black...- Repitió Euryale, hablando consigo misma- Qué más quisiera yo...
Lo que sucedió en Erstonim era algo que Euryale jamás olvidaría en toda su vida, sin importar cuántos siglos su prodigiosa fisiología y su ventajosa posición de poder le permitiesen vivir. Aquellos recuerdos estaban clavados en su mente como si fuesen astillas, y podía recordar con absoluta nitidez hasta el último detalle de lo que sucedió aquel día, hacía ya veintidós años.
Coordenadas dimensionales:
Año 8.950 del calendario zyonista
Erebus
Región de Acies
Ciudad de Erstonim, actual provincia de Argent Falls
El sector que el departamento de Cartografía de Phobos había designado como Argent Falls sin duda hacía honor a su nombre. La tierra en aquel lugar tenía un tono gris claro, creando un peculiar paisaje de tonos plateados y cenicientos que se había formado de manera natural. El apreciado metal blanquecino conocido como mitrilo prácticamente rebosaba del propio terreno, formando inmensas vetas de mineral que prácticamente podían verse a simple vista en el terreno montañoso y podían incluso explotarse a cielo abierto con la tecnología adecuada. Aquel material, que al combinarse con los subproductos de la metalurgia del oricalco formaban la preciada aleación de neomitrilo que Terror Ballistics había estandarizado, era un evidente reclamo. Desde que los exploradores de Phobos localizaron aquella región, ya había planes de expansión para convertir aquel territorio en la provincia de Argent Falls. La invasión de todas las naciones y ciudades estado que reclamaban como suyo aquel territorio era prácticamente inevitable. Terror Ballistics no estaba interesada en comerciar. Tan solo querían el mineral, y tomarlo por la fuerza era la forma más evidente de conseguirlo.
Las tropas de Phobos habían aparecido en el horizonte de un día para otro, sin una declaración de guerra previa. Aquella extensión de terreno de aproximadamente seis mil kilómetros de norte a sur y ocho mil quinientos kilómetros de este a oeste había sido el hogar de una veintena de facciones independientes, las cuales no dudaron en dejar a un lado sus diferencias y formar una alianza improvisada para defenderse ante la repentina invasión de su territorio. Sin embargo, cuando los soldados con armaduras negras atacaron, su avance fue imparable. Phobos no solo contaba con una inmensa superioridad tecnológica respecto a los ejércitos convencionales, sino que además podía permitirse abrumar al enemigo con su superioridad numérica. Terror Ballistics había expresado su voluntad de disponer de todo aquel territorio en un mes. El Comandante de Phobos al que se lo habían encargado aquella campaña se había sentido ofendido al recibir un plazo de tiempo tan amplio, y se lo había tomado como algo personal. Había llenado el cielo de cazas Hornet que operaban desde una red de bases aéreas provisionales que había ido estableciendo, y había inundado las ciudades enemigas con tanques Virus. Con más de ocho millones de soldados de Clase Terror bajo su mando, su avance había sido imparable, y en la primera semana de campaña ya se había hecho con dos tercios del territorio que le habían ordenado anexionar.
Ante aquella situación, resultaba evidente que la moral se encontraba bajo mínimos entre la población y los ejércitos de todas aquellas facciones que Phobos estaba invadiendo. Aunque las tropas de aquella organización evitaban masacrar a su futura fuerza de trabajo si no era estrictamente necesario y trataban en la medida de lo posible de evitar el daño a las infraestructuras que consideraban que podían resultarles útiles, los daños que dejaban las tropas de Clase Terror a su paso hacían honor a su nombre. Todos los planes de frenar el avance enemigo habían fallado, y todas las iniciativas para establecer una resistencia que siguiera oponiéndose a Phobos en los territorios ya conquistados resultaban tan cómicamente insignificantes que prácticamente acababan desapareciendo por sí solas sin que el personal de Terror Ballistics prácticamente necesitase hacer nada al respecto. Aunque las consecuencias de vivir bajo el control de aquellas megacorporaciones resultaban extremadamente desalentadoras y la población local había hecho todo lo posible por detener a los invasores, al final la realidad era demasiado evidente. Iban a ser anexionados a Phobos, les gustase o no. Podían aceptar aquel cambio de administración por las buenas o podían esperar a que una columna de tanques Virus aplastase toda las posiciones defensivas y les obligase a aceptarlo.
La primera bandera blanca no tardó en alzarse. Una modesta ciudad estado conocida como Erstonim, que había confiado en que las naciones vecinas, mucho mejor preparadas a nivel bélico, lograsen frenar el avance de Phobos, había sido la primera en aceptar la derrota sin luchar. No había nada que hacer. Podían transferirle el control de la ciudad sin más a Phobos antes de que les bombardeasen o podían esperar y hacerlo cuando media ciudad estuviera en ruinas, pero de un modo o de otro la HEC acabaría llegando. Aquella corporación abriría la tierra con sus masivas máquinas de minería, extraería el mitrilo para Terror Ballistics y dejaría todo el lugar casi inhabitable en menos de un siglo. Aquel era un futuro que nadie podría evitar. No valía la pena morir por una causa perdida. Cuando la primera columna de tanques Virus fue avistada en el horizonte, el gobernador de Erstonim ordenó la rendición de todas sus tropas. Depusieron las armas y permitieron a las tropas de Phobos entrar en la ciudad. No hubo batalla.
La rendición de Erstonim fue despreciada por algunos de sus antiguos aliados, y días más tarde fue imitada por otros tantos. En cualquier caso, al ser la primera ciudad en deponer sus armas voluntariamente y transferir el control a Phobos sin oponer resistencia durante aquella campaña, la organización había decidido dar un trato preferente a aquel asentamiento. Era una retorcida forma de recompensar su sumisión, pero resultaba beneficiosa tanto para Erstonim como para la propia Phobos. No en vano, la guerra implicaba un inmenso desembolso de créditos, y Terror Ballistics había estado dispuesta a invertir en la ciudad una parte de los fondos que se había ahorrado gracias a su rendición. Según los rumores, había planes para convertir Erstonim en la capital de la nueva provincia que estaban estableciendo. Al fin y al cabo, era una de las pocas ciudades que habían salido prácticamente intactas del conflicto, y estaba lo suficientemente bien situada geográficamente en aquel territorio como para que a Terror Ballistics le resultase rentable establecer allí una sede administrativa.
Sin embargo, los rumores más jugosos no eran las medidas que Terror Ballistics o la HEC tomarían a la hora de administrar el territorio recién anexionado. Cuando las tropas de Phobos pasaron de largo la ciudad, sin atacarla, un pequeño contingente se quedó atrás para asegurar el cambio de administración, mientras el resto de tropas seguían realizando aquella adquisición hostil. Entre aquellas tropas, comenzó a surgir el rumor de que el departamento de Relaciones Públicas había recomendado al Comandante en Jefe realizar una visita de cortesía a la ciudad de Erstonim. No era habitual que una facción independiente transfiriese el control de su territorio y sus recursos a Phobos. Aquella organización era merecidamente infame en todo Acies, y a menudo había naciones enteras que preferían luchar hasta el último hombre antes que permitir a aquellas megacorporaciones contaminar sus tierras, borrar su historia y tratar a su población como simple combustible para su maquinaria industrial y bélica. Sin embargo, la población de Erstonim había elegido conservar sus vidas por encima de sus libertades. Aquello resultaba sumamente rentable para Phobos, y naturalmente era algo que valía la pena premiar e incentivar.
Ver al Comandante en Jefe abandonar Phobia Aegis para dirigirse a un territorio fronterizo resultaba casi impensable. Sin embargo, aunque el conflicto para anexionar toda la futura provincia de Argent Falls aún no había terminado, las tropas que se dejaron como guarnición en Erstonim comenzaron a recibir instrucciones provenientes directamente desde la Torre del Terror. Tres días después de la rendición de Erstonim, los rumores se confirmaron. El Comandante en Jefe en persona visitaría la ciudad para dar un discurso. Dos días después, finalmente un transporte aéreo de Clase Invader proveniente de Phobos Prime llegó a la ciudad.
Para aquella ocasión, la propia ciudad, junto con la ayuda de los efectivos de Phobos, había organizado un evento que el Comandante en Jefe pudiese oficiar. Se había despejado la plaza frente al ayuntamiento de la ciudad, y se había procedido a construir en ella un escenario provisional de unos cinco metros de altura. El antiguo gobierno de Erstonim, aún ejerciendo como administradores en funciones hasta que Phobos enviase su propio personal, se había ofrecido a correr con los gastos. Aquello implicaba que el escenario estaría construido con tablones de madera y el alumbrado sería con luz blanca, en lugar de utilizarse paneles de oricalco y luz roja, como habría hecho la HEC si se le hubiese encargado la organización del evento. Aún a pesar de aquella rudimentaria tecnología para los estándares de Phobos, el montaje era funcional, y aquella plaza de trescientos metros de ancho y quinientos de largo podía dar fácilmente aforo a miles de personas. A pesar del evidente descontento para la población que suponía aquella transferencia de poderes, el sentimiento de incertidumbre que existía en aquella ciudad era un excelente motivador para conseguir asistentes para el evento. Cuando finalmente llegó la hora de que el líder de Phobos diese su discurso, la plaza estaba abarrotada.
Euryale casi no pestañeaba mientras observaba al Comandante en Jefe desde su posición privilegiada en la parte de atrás del escenario, a apenas diez metros de él. El Comandante Black se encontraba en pie frente a un atril con un micrófono, mientras tres hombres trajeados pertenecientes al antiguo gobierno de Erstonim permanecían un paso por detrás de él. Según el protocolo, junto al Comandante Black se tendría que haber encontrado el Comandante al cargo de la anexión de Argent Falls. Sin embargo, aquel oficial había rechazado asistir a la ceremonia en favor de continuar su labor sometiendo la región bajo el control de Phobos; algo a lo que Black aparentemente no se había opuesto. Frente al escenario había un escuadrón de veinte supersoldados de Clase Goliat armados con mandobles, que actuaban como línea de separación entre el Comandante en Jefe y el público que había asistido al discurso. A ambos lados del escenario, dispuestos en formación de bloque, había dos batallones de quinientos soldados de Clase Terror. Tanto los Clase Terror como los Goliat se encontraban allí para garantizar la seguridad del Comandante en Jefe, por lo que todos ellos llevaban puestas sus armaduras, sujetaban firmemente sus armas y estaban extremadamente atentos ante cualquier posible amenaza. Sin embargo, en la parte de atrás del escenario, se encontraba un grupo más reducido de soldados de Phobos, los cuales no iban armados y se habían colocado formando una línea. En aquella última posición se encontraba Euryale, junto con dos Goliats y cinco soldados humanos. A diferencia del personal destinado a la seguridad del Comandante en Jefe, a ellos se les había permitido prescindir del casco de sus armaduras, de forma que pudiesen mostrar el rostro durante la ceremonia.
En principio, la ceremonia iba a constar de dos fases. En la primera de ellas, el Comandante Black daría su discurso a los habitantes de Erstonim, y en la segunda se procedería a condecorar a un grupo de soldados de Phobos que habían realizado acciones destacables durante la conquista de Argent Falls. El antiguo gobierno de Erstonim había propuesto que también se celebrase un desfile, pero la administración de Phobos lo había denegado. Phobos no era realmente una organización de tradición militar, y sus líderes tendían a ver las cosas desde un punto de vista más práctico y empresarial. Las condecoraciones eran algo muy raro de recibir, ya que la administración central no se solía tomar la molestia de organizar ceremonias como aquella. Aquellos honores no tenían una gran implicación explícita a corto plazo, pero todos los soldados de Phobos a los que el Comandante en Jefe en persona había condecorado no tardaban en conseguir mejores destinos y eran potenciales Comandantes en un futuro. Ser señalado por el Comandante Black como uno de sus mejores activos auguraba un futuro brillante para cualquier empleado de Phobos. Euryale aún no podía creerse que justo hubiera tenido la suerte de estar en el momento y lugar adecuados de aquella forma. En los cinco años que había pasado sirviendo en el ejército de Phobos, finalmente su momento de gloria había llegado, y justo había coincidido con un evento como aquel, donde podría conocer al Comandante en Jefe en persona. Su lealtad, su esfuerzo y su talento iban a ser reconocidos por el hombre que algún día se haría con el control de todo Acies. Era sin duda el principio de un futuro prometedor para ella.
Mientras el Comandante en Jefe daba aquel discurso, Euryale casi no lograba seguir el hilo de sus palabras. Estaba soñando despierta, esperando ansiosamente el momento en el que Black diera a su gran hazaña el reconocimiento que le correspondía. Cuatro días antes, en la ciudad de Tenska, las tropas de Phobos se habían encontrado con un foco de resistencia inesperado. Los defensores de aquella ciudad habían establecido un perímetro defensivo alrededor de su sede de gobierno y habían convertido el ayuntamiento en una fortaleza aparentemente inexpugnable. La cantidad de artillería de la que disponían había excedido los cálculos, y el número de tanques Virus que se habían destinado a la ciudad había resultado insuficiente. Aquella estructura que habían reforzado con paneles de mitrilo y habían artillado con todo el arsenal que habían logrado acumular logró frenar en seco el avance de las tropas de Phobos cuando finalmente alcanzaron el centro de Tenska. Ante aquella situación, se había dado la orden de reagrupamiento fuera de la ciudad y se había solicitado el envío de un tanque Black a Tenska. Sin embargo, la situación fue un verdadero caos, y no todas las tropas lograron abandonar a tiempo la ciudad. Euryale se había visto atrapada en aquel infierno, de la peor manera posible. El escuadrón de tropas de Clase Terror al que acompañaba fue masacrado por las primeras salvas de artillería, y tan solo su velocidad, sus reflejos y la extrema dureza de su esqueleto de Arpía le habían permitido sobrevivir a aquella carnicería. Todos los equipos de comunicaciones habían quedado destrozados, y la orden de retirada nunca llegó a tiempo hasta ella. Mientras la mayoría de batallones de Phobos en Tenska retrocedían a la espera de que un cañón Armagedón reventase aquella fortaleza, las instrucciones de Euryale seguían siendo las mismas; tenia que abrirse paso hasta el ayuntamiento de la ciudad.
Pese a tener algunas heridas leves y haberse quedado aislada del resto de tropas, la Arpía continuó avanzando. Mientras los defensores de Tenska celebraban momentáneamente el haber logrado hacer retroceder a aquellas tropas de Phobos y trataban de reorganizar la defensa para prepararse para un segundo asalto, ella aprovechó aquel momento de debilidad para atacar. A pesar de su gran estatura, una Arpía de Phobos podía resultar sorprendentemente sigilosa. Sus patas terminadas en aquellas afiladas cuchillas de hueso y su extrema agilidad le conferían una gran capacidad de desplazamiento vertical en un entorno urbano. Resultaba sencillo para ella tender emboscadas a las patrullas enemigas, causar grandes daños y desaparecer de la vista antes de que llegase el contraataque. No necesitaba más que unos pocos segundos para descuartizar a un pelotón entero o para que sus garras se abriesen paso a través del blindaje de un tanque. Incluso si se pasaba de codiciosa en algunos asaltos y se enfrentaba a demasiados enemigos al mismo tiempo, su prodigiosa estructura ósea y las placas de blindaje unidas a la malla de nanofibras de su indumentaria la volvían virtualmente inmune a las balas. Mientras supiese retirarse a tiempo y no se expusiera al armamento pesado enemigo, ella podía permitirse seguir hostigando a las fuerzas de defensa de Tenska y causando bajas. Finalmente, tras permanecer en aquella situación durante catorce horas, sin que ella misma se diese realmente cuenta de lo que hacía, provocó que la ciudad finalmente alzase la bandera blanca. Durante aquellas horas, había impedido el reabastecimiento de tropas y suministros a aquella fortaleza improvisada, había acabado con columnas de vehículos enteras, había asesinado oficiales, y había logrado infiltrarse en la fortaleza en tres ocasiones para sabotear algunos de sus sistemas esenciales. Había acabado por sí misma con casi diez mil soldados enemigos. Sin darse cuenta, se había convertido en una auténtica pesadilla para la resistencia de Tenska, y les había impedido prepararse para intentar repeler aquella segunda oleada que sabían que llegaría. Ante aquella situación, habían tenido que elegir entre alzar la bandera blanca o esperar a que las tropas de Phobos volviesen mejor preparadas y finalmente los exterminasen a todos.
Recordar aquellas catorce horas hacía que la Arpía se estremeciera. Euryale había perdido la noción del tiempo y no había llevado la cuenta de los enemigos abatidos. No recordaba sus propios pensamientos a la hora de planear cada uno de aquellos ataques o de elegir los blancos que había elegido. Todo había surgido en ella de forma casi instintiva, como cabía esperar de una supersoldado de Phobos. Ahora que habían pasado varios días, casi no recordaba ningún momento concreto de aquella guerra personal que había librado; especialmente ahora, que estaba absorta contemplando la situación en la que se encontraba. El Comandante en Jefe de Phobos continuaba su discurso, hablando con una exagerada grandilocuencia y dominando a la perfección el lenguaje corporal mientras transmitía aquellas palabras cuidadosamente elegidas. Aunque no mostrase el rostro, resultaba muy expresivo, y derrochaba carisma sobre el escenario, como si se tratase de un showman en pleno espectáculo. Tras media hora dando su discurso, había logrado meterse en el bolsillo a los ciudadanos de Erstonim. Euryale ignoraba si el Comandante Black estaba improvisando, si había escrito su discurso antes de llegar o si se lo habían dado ya escrito y solo estaba recitando de memoria lo que le habían pedido que dijera. En cualquier caso, estaba funcionando. La escéptica población de aquella ciudad comía de la palma de su mano. Sabía perfectamente qué debía dejar intacto para ganarse su respeto, y qué se podía permitir arrebatarles sin provocar un altercado.
La lista de promesas que el Comandante en Jefe hacía era larga. Había confirmado los rumores sobre convertir Erstonim en la capital de la nueva provincia de Argent Falls, lo que transformaría la ciudad en un centro administrativo de Phobos. Había anunciado un programa de planes de sostenibilidad para regular la cantidad de polución ambiental que las actividades industriales de la HEC podrían generar allí, y había anunciado la construcción de una nueva fábrica de tanques Virus que Terror Ballistics abriría a treinta kilómetros de la ciudad. Se había comprometido a no imponer cuotas mínimas de reclutamiento entre la población local durante los primeros diez años, y había dejado caer una serie de promesas de prosperidad. Incluso había revelado su intención de convertir a ciertos miembros del antiguo gobierno en administradores civiles de Phobos, lo que en cierto modo permitiría a la ciudad conservar bajo la nueva administración a los líderes que ellos mismos había elegido. Lo único que se pedía a cambio para que todas estas medidas fuesen posibles era el acato de las leyes establecidas por Phobos y la colaboración con las actividades mineras de la HEC.
El Comandante Black era el hombre más temido de todo Acies. Durante toda su vida, Euryale había escuchado aquello una y otra vez. Sin embargo, la Arpía estaba en absoluto desacuerdo con aquella afirmación. Incluso antes de alistarse al ejército de Phobos, Euryale ya había admirado la figura del Comandante en Jefe. Era alguien que había logrado reunir bajo su liderazgo a la mayoría de las megacorporaciones más poderosas de todo Acies, y había creado una superpotencia que rivalizaba con Zyon en poco más de mil doscientos años. Aunque resultase terrorífico, su labor era innegablemente grandiosa. Si seguía con vida y sus ambiciones mantenían el ritmo, aquel hombre se acabaría haciendo con el control de Acies antes o después, y con el tiempo quizás incluso de todo Erebus. Era alguien que rebosaba determinación, y cuya ambición no se había visto intimidada ni frenada por lo titánica que resultaba su meta. Phobos había hecho caer a superpotencias con miles de años de historia en el transcurso de unos pocos años. Aquello era algo sin precedentes en la confusa y violenta historia de Acies. Quizás fuese de aquella forma como finalmente se lograría alcanzar una edad dorada, un periodo de estabilidad en aquel volátil infierno.
La Arpía no lograba entender por qué existía aquel miedo tan irracional hacia el Comandante Black. Phobos era la mejor opción para aquella región; todos juntos estaban construyendo el futuro de Acies, panel a panel de oricalco. Saltaba a la vista y sin embargo había demasiados necios incapaces de verlo. Aquella era la gran diferencia entre ella y la mayoría de miembros de Phobos; ella no tenía miedo. Lo que motivaba a Euryale no era el terror hacia el hombre más temido de todo Acies, sino la devoción y la admiración hacia el mayor líder que había en todo Erebus. Ella no necesitaba que la atasen corto ni la intimidasen para que cumpliera con su parte en aquella gran labor, no necesitaba alguien a quien temer. No en vano, había sido la única soldado de Phobos que no había abandonado Tenska cuando se dio la orden de retirada, y eran sus acciones las que habían marcado la diferencia. Estaba orgullosa del papel que desempeñaba y de cómo sus acciones ayudarían a la visión del Comandante en Jefe. Una visión que Euryale, por aquel entonces, solo conocía a un nivel demasiado simplista y superficial; era por eso que le resultaba tan fácil dejarse llevar por aquel vacío idealismo.
Sin embargo, a menudo no eran ni el miedo ni el orgullo los que guiaban las acciones de los miembros de Phobos. La mente humana era mucho más compleja que eso, y podía resultar impredecible en ciertas ocasiones; especialmente cuando un constante bombardeo propagandístico o un condicionamiento genético implantado influían de un modo u otro en ella. A veces las acciones estaban guiadas por la vanidad, el odio, la codicia o una simple sugestión previa, ya fuese por medios químicos o psicológicos. En el caso de la conspiración que estaba teniendo lugar en aquel momento, era probable que fuese una compleja mezcla de todas aquellas causas y razones, que inevitablemente acabaron desembocando en una situación demasiado sencilla. Algo que quizás fuese tan predecible, que en realidad resultaba difícil de ver venir debido a su evidente descaro y a la insensatez implícita en aquellas acciones.
Ante la mirada confusa de todos los presentes, la línea de Goliats que se interponía entre el escenario y el público a modo de barrera que protegía al Comandante Black de cualquier amenaza que pudiera acechar entre la multitud de asistentes, comenzó lenta y descoordinadamente a darse la vuelta y orientarse hacia el líder de Phobos, dando la espalda al público. Euryale observó aquel movimiento con cierto escepticismo. Era demasiado desorganizado para ser parte de la ceremonia; aquellos supersoldados se habían comenzado a dar la vuelta cuando uno de los que se encontraban en el centro dio el primer paso y fue el primero en girarse. El Comandante en Jefe interrumpió su discurso y guardó silencio ante aquel inesperado movimiento por parte de sus tropas. Cuando los altavoces conectados al micrófono del atril se silenciaron, un murmullo general comenzó a dejarse oír en la plaza a medida que el público comenzaba a preguntarse qué estaba sucediendo. Cuando el primer Goliat que había iniciado aquello se subió de un salto al escenario, Euryale pudo escuchar cómo la madera crujía ante su peso y las tablas se estremecían. Aquello definitivamente no formaba parte de la ceremonia. Los tres hombres pertenecientes al antiguo gobierno de Erstonim comenzaron a retroceder lentamente, mientras que el Comandante en Jefe de Phobos permaneció inmóvil tras el atril, con la vacua mirada de su inexpresiva escafandra apuntando al enorme supersoldado que se encontraba frente a él, a menos de tres metros de distancia.
Aquel Goliat clavó su espadón directamente en la madera del escenario, de forma que se en quedase en posición vertical y se mantuviese así por sí mismo. A continuación, con poca prisa y demasiado deleite, el supersoldado comenzó a quitarse el casco. Cuando logró desacoplarlo de la gorguera de su armadura, lo arrojó con desprecio al un lado mientras mostraba el rostro. Aquel Goliat tenía marcas visibles de quemaduras por toda la piel de la cara, al igual que un gran número de cicatrices. Le faltaba una parte de la mejilla derecha y casi la mitad del labio superior, de modo que sus puntiagudos y amarillentos dientes quedaban permanentemente expuestos. Incluso para los estándares de un Goliat, su aspecto resultaba inusualmente desagradable y terrorífico. Su amenazante expresión facial también empeoraba las cosas. Aquella mirada rebosaba inquina.
- ¿Me recuerdas, Black?- Preguntó el Goliat, con cierta dificultad en la pronunciación, pero con una voz que irradiaba un gran resentimiento- ¿Te acuerdas de mí, hijo de puta?
El Comandante en Jefe guardó silencio durante un momento, mientras su cabeza cubierta por aquella máscara de metal seguía orientada ligeramente hacia arriba, en dirección hacia el desfigurado rostro del Goliat. Ante aquella situación, Euryale no sabía aún cómo reaccionar. La Arpía se encontraba en estado de shock. Aquello no entraba de ninguna forma en sus cálculos. Habían roto el protocolo, y uno de ellos se había encarado con el Comandante Black y lo había insultado allí mismo, delante de cientos de tropas de Phobos y del público de aquel evento. Incluso los dos batallones de soldados de Clase Terror parecían consternados ante la situación. Algunos de aquellos hombres y mujeres con armaduras negras se esforzaban por mantener la compostura y permanecían inmóviles, aferrados a sus armas y manteniendo la formación. Otros habían comenzado lentamente a romper filas y retrocedían o se iban distribuyendo alrededor del escenario, mientras pocos de ellos se iban atreviendo a apuntar a los Goliats con sus armas.
- Comandante Bloodzerk. O más bien, antiguo Comandante...- Saludó finalmente el Comandante Black, en un tono de voz claramente condescendiente, a pesar del efecto distorsionador que la escafandra tenía en su voz- Aún te quedan unos cuantos años de trabajos forzados, si mal no recuerdo... ¿Qué haces aquí? ¿Te ha dado la HEC un permiso por buena conducta?
Bloodzerk apretó los dientes durante unos segundos, exteriorizando una cierta rabia ante las palabras del líder de Phobos. Sin embargo, no tardó en dibujar una sádica sonrisa en sus destrozados labios, mientras recogía de nuevo su espada.
- He decidido aprovechar esta ceremonia para proponer otro cambio en la administración- Respondió Bloodzerk- Creo que voy a quedarme con el puesto de Comandante en Jefe.
Mientras el Goliat daba un paso al frente con la enorme espada sujeta en su mano derecha, el Comandante en Jefe permanecía aún completamente inmóvil en su posición tras el atril. Los tres hombres del gobierno de Erstonim que había con él finalmente habían acabado por darse la vuelta y comenzar a correr hacia las escaleras de la parte trasera del escenario. Las tropas de Clase Terror habían finalmente comenzado a reaccionar y la mayoría de soldados estaban estableciendo un perímetro alrededor del grupo de Goliats mientras les apuntaban con sus armas. Algunos otros supersoldados habían comenzado a acercarse al escenario para subir de un salto como lo había hecho Bloodzerk, mientras que otros habían comenzado a encararse con las tropas de Clase Terror. Lentamente, el público estaba empezando a retroceder y poner distancia entre ellos y los Goliats. Euryale aún permanecía inmóvil. A su lado, los soldados humanos que se encontraban en aquella parte del escenario, completamente desarmados, habían comenzado también a retroceder. Uno de los Goliats que había junto a ella permanecía también inmóvil, con una expresión confusa en el rostro, mientras que el otro había arrugado su cara en una mueca iracunda y lentamente había comenzado gruñir mientras procedía a dar los primeros pasos al frente, pese a la obvia desventaja que le suponía no tener ningún arma.
- Tengo un buzón de sugerencias en recepción, ¿no lo has visto?- Respondió Black, con desdén- Solo el personal ejecutivo puede reunirse conmigo en persona para proponerme sus... cambios. Y te recuerdo que ya no eres Comandante.
Bloodzerk comenzó a reír a carcajadas mientras apretaba con aún más fuerza la empuñadura de su espada. Todo su cuerpo parecía estremecerse de excitación ante lo que estaba a punto de hacer.
- No estás en disposición de hacerte el duro conmigo, "jefe". Ya no estás en tu puta torre- Amenazó Bloodzerk- Nadie va a salvarte del favor que estoy a punto de hacerle a todo Acies.
Euryale observó con horror como finalmente el Goliat sostenía su arma con ambas manos y la blandía para dirigir un tajo horizontal hacia el Comandante en Jefe a la altura de su pecho. En aquel momento, sus dos corazones comenzaron a latir a plena potencia y sus capacidades de percepción sensorial aumentada se activaron. Su cuerpo y su mente comenzaron a funcionar a un ritmo acelerado, como un sistema de overclocking biológico. Todo a su alrededor se distorsionó a nivel perceptivo, haciendo que el mundo a su alrededor pareciese muchísimo más lento. La Arpía podía ver cómo el Comandante Black se mantenía firme en su posición ante el avance de aquella pesada espada de oricalco de seiscientos kilogramos. Empuñada por aquel Goliat, el arma tenía fuerza de sobra para separar al líder de Phobos en dos mitades como si su cuerpo humano estuviese hecho de papel. Varios supersoldados más habían finalmente subido al escenario, como si no quisieran perderse el grotesco espectáculo, mientras que otros habían empezado a correr hacia las tropas de Clase Terror, que no parecían formar parte de aquella conspiración y habían comenzado a abrir fuego contra los traidores. Uno de los Goliats desarmados que iban a ser condecorados había logrado recorrer ya casi la mitad del camino hacia el Comandante en Jefe, mientras que el otro acababa de dar el primer paso. Ninguno de los dos llegaría a tiempo para detener a Bloodzerk, y aunque llegasen, serían un Goliat desarmado contra uno que tenía una espada y había llegado en algún momento a ser Comandante. No tenían muchas opciones de detener el inminente asesinato.
Tras dedicar una fracción de segundo a mentalizarse sobre lo que tenía que hacer, Euryale comenzó a moverse. Aunque podía percibir todo a su alrededor a una extrema lentitud, los movimientos de su cuerpo y la velocidad a la que su mente procesaba la información se mantenían a un ritmo que ella podía considerar normal. Mientras todo a su alrededor apenas se movía, la Arpía comenzó a correr en dirección hacia el Comandante en Jefe. Tan solo diez metros la habían separado del objetivo que quería proteger. Diez metros eran prácticamente alcance óptimo de cuerpo a cuerpo para una Arpía; podía recorrerlos en una milésima de segundo. Con su prodigiosa estructura ósea, Euryale podría haber simplemente cargado contra Bloodzerk como un proyectil humano de quinientos kilos y habérselo llevado por delante. Sin embargo, el Comandante en Jefe estaba en el camino. La Arpía sabía cuales eran las consecuencias de interactuar con algo o con alguien mientras su mente funcionaba de aquella forma y percibía el mundo con semejante lentitud. Para quienes no gozaban de aquella capacidad perceptiva, ella se movía a un ritmo tan acelerado que resultaba casi imposible seguirla con la vista. El más mínimo golpe que le diese a cualquier cosa transmitiría una inmensa cantidad de energía cinética. En aquel estado podía despedazar a un humano de forma accidental con solo dale un leve golpe. Para salvar al Comandante en Jefe no podía tomar ninguna decisión estúpida ni impulsiva. Tenía que mantener la mente fría, y realizar cada movimiento con un cuidado y una precisión extremos.
La espada del Goliat cada vez estaba más cerca del cuerpo del Comandante Black, con tan solo unos últimos centímetros separándola de su carne. El fin del hombre que admiraba y de la era dorada que esperaba estaba a una fracción de segundo de suceder. Sin pensar en su propia seguridad, Euryale pasó de largo al Comandante Black por su lado derecho y se interpuso frente a él, entre aquella afilada masa de oricalco en movimiento y su frágil cuerpo humano. El sereno rostro de la Arpía había perdido su serenidad, y había adoptado una expresión seria que irradiaba determinación. Euryale pudo notar una sutil corrección en los lentos movimientos que realizaba Bloodzerk. A pesar de su velocidad supersónica, los entrenados reflejos del Goliat le habían permitido darse cuenta de que ella se dirigía hacia él. Sin embargo, era físicamente imposible para él moverse a una velocidad suficientemente rápida para siquiera poder luchar con ella de igual a igual.
El acto reflejo más inmediato y el más deseable por su parte en aquel momento era matar a Bloodzerk. La Arpía estaba deseando con toda su alma hundir sus garras en la carne y la armadura de aquel Goliat y comenzar a hacerlo pedazos. Sin embargo, aquella no era la prioridad. Tenía que salvar al Comandante Black. La espada de aquel supersoldado ya estaba en movimiento y ya tenía una gran inercia. Aunque lo matase, el corte no se detendría sin más. La espada podía seguir moviéndose por sí misma aquellos últimos centímetros y partir igualmente en dos al líder de Phobos. Lo más importante en aquel momento era impedir eso. En circunstancias normales, la opción más evidente habría sido apartar al Comandante en Jefe de la trayectoria de la espada, pero Euryale sabía perfectamente lo que le pasaría a Black si lo tocaba a semejante velocidad. Ella podía hacerle un destrozo aún mayor que aquella espada a un cuerpo humano con tan solo sus manos. Lo mataría en el acto si lo empujaba, y aquello no habría servido de nada. Tenía que bloquear el avance de aquella espada costase lo que costase.
La decisión que Euryale tomó pudo no ser la más prudente. Sin embargo, su tiempo se acababa y ya había calculado demasiadas acciones por su parte que podían resultar en el Comandante en Jefe muriendo o siendo gravemente herido por su culpa. Solo le quedaba la opción de confiar en sus increíblemente duros huesos de Arpía. Sin pensárselo demasiado, Euryale embistió directamente a la espada en dirección opuesta a la dirección del corte. No bastaría con utilizar sus garras para bloquear el golpe. Ella era mucho más rápida que el Goliat, pero no tenía la suficiente fuerza física bruta como para detener su golpe de aquella forma. Tenía que usar hasta el último ápice de fuerza de la escasa musculatura de su extremadamente delgado cuerpo. Euryale pudo notar cómo la hoja atravesaba sin más la malla de nanofibras de su indumentaria y partía en dos al instante una de las placas de blindaje de neomitrilo. A continuación, cortó su piel y se adentró en su carne por el costado izquierdo.
El filo de aquella espada de oricalco se abrió paso a través de su musculatura y de sus órganos, hasta finalmente dar un contundente golpe a su columna vertebral, deteniéndose en seco al no ser capaz de dañarla. De forma simultánea, mientras se interponía entre la espada y el Comandante en Jefe para hacer de escudo humano, la Arpía dirigió un zarpazo de su mano derecha directamente contra el horrible rostro de Bloodzerk. Sus largas y curvadas garras óseas no encontraron resistencia alguna al adentrarse en el interior del cráneo del Goliat. Aquellas garras cortaban como guadañas y tenían prácticamente el mismo tamaño. Prácticamente toda la mitad delantera de la cabeza de aquel supersoldado fue separada del resto, como si alguien arrancase una grotesca máscara de piel, carne y fragmentos de cráneo, que quedó hecha jirones entre aquellas espadas curvas de hueso que la Arpía tenía por dedos.
La sangre de ambos supersoldados salpicó a borbotones al instante. Restos de piel, hueso y trozos de cerebro del Goliat salieron despedidos a varios metros a la redonda. Aquella desagradable máscara de piel y carne arrancadas que era su rostro se escurrió entre las ensangrentadas garras de la Arpía y acabó cayendo sobre el suelo de madera del escenario. El cuerpo entero del Goliat se colapsó, muerto en el acto; ni siquiera un supersoldado de Phobos como él era capaz de sobrevivir a semejante ataque. Euryale, por su parte, logró detener la espada, que quedó clavada en su cuerpo, casi separándola en dos mitades. Su sangre comenzó a manar de la herida como una cascada carmesí, y todo su cuerpo fue lanzado varios metros hacia su lado derecho, llevándose consigo aquel arma clavada en su carne. En su trayectoria, Euryale pudo notar cómo golpeaba accidentalmente al Comandante en Jefe y lo hacía caer de espaldas. Aunque aquello la asustó, afortunadamente se trataba de un movimiento causado por el empuje que había ejercido aquella espada al golpear su cuerpo; había sido a velocidades subsónicas. No había sido capaz de frenar en seco la espada, pero al menos había logrado hacer de escudo y recibir ella la mayor parte del daño. Era posible que le hubiese roto un par de huesos al líder de Phobos con aquel golpe, pero aquello era sin duda una alternativa preferible a lo que la espada le habría hecho sin su intervención.
Tan pronto como tocó el suelo, Euryale se apresuró a rodar sobre sí misma y volver a ponerse en pie sobre aquellas largas cuchillas óseas que tenía en lugar de pies. Al realizar aquel brusco movimiento, la espada que había hundida en su costado acabó por desprenderse y caer por su propio peso, empeorando las hemorragias y agravando la herida. Su cuerpo estaba atiborrado a drogas de combate que su propio metabolismo generaba. Apenas era capaz de sentir el dolor de la monstruosa herida que aquella espada le había abierto. Sabía que estaba perdiendo sangre a un ritmo peligroso, pero no le importaba. No tenía tiempo para sangrar. El Comandante en Jefe aún estaba lejos de estar fuera de peligro. Aquel hombre se encontraba tirado de espaldas sobre el escenario, mientras otros siete Goliats armados con espadas de oricalco se cernían sobre él. Tenía que hacer algo al respecto, antes de que perdiese tanta sangre que se desplomase y no fuese capaz de seguir luchando.
Los Goliats que rodeaban al Comandante en Jefe parecían estar completamente ofuscados, incapaces de percibir nada que no fuese aquel hombre. No resultaba difícil imaginarse qué se les pasaba por la cabeza. Ahora que el líder de aquella conspiración había caído, la cadena de mando de aquellos traidores se había roto. En aquel momento, quien asesinase al humano que tenían frente a ellos, sería quien finalmente logró matar al Comandante Black, con todos los dudosos honores que aquello implicaba dentro de su desleal grupo. Aquellos psicópatas sedientos de sangre y gloria se daban incluso golpes y empujones entre ellos mientras recorrían la distancia que les separaba del premio que ansiaban reclamar. Incluso si ella no intervenía, Euryale estaba segura de que aquellos descerebrados estarían dispuestos a matarse entre ellos si era necesario. Sin embargo, no podía dejar aquello en manos del azar. Tenía que matarlos a todos antes de que lograsen ponerle la mano encima al líder de Phobos.
Euryale volvió de nuevo a ponerse en movimiento y se abalanzó en dirección al Goliat que estaba más cerca de alcanzar al Comandante en Jefe. Aunque podía notar cómo la pérdida de fibras musculares y el daño que habían recibido sus órganos afectaba negativamente a sus capacidades motrices, aún no estaba acabada. Aún se podía mover con la suficiente fuerza y a la suficiente velocidad para hacer crujir el escenario bajo sus óseas piernas. En apenas una fracción de segundo, la Arpía volvió a recorrer los metros que la habían separado del Comandante en Jefe y se interpuso entre él y sus asaltantes. A pesar de la sensación de torpeza y mareo que se había apoderado de ella y de la visión borrosa que había comenzado a sufrir, Euryale dirigió una potente y precisa patada con su pierna derecha contra el primer Goliat de aquella caótica formación. Ni las armaduras de neomitrilo ni la carne de aquellos supersoldados eran rivales para aquellas enormes cuchillas de hueso sobre las que caminaba. El corte comenzó por el lado izquierdo de la pelvis de aquel supersoldado, y en apenas centésimas de segundo se abrió paso hasta su hombro derecho, separando su cuerpo al instante en dos mitades divididas diagonalmente. Sangre, restos de órganos y trozos de neomitrilo salpicaron en todas las direcciones, como si se tratase de una grotesca explosión pirotécnica. La parte inferior de aquel Goliat cayó al suelo sin más, justo frente a Euryale, mientras que su torso salió despedido varios metros hacia su izquierda, dejando un rastro carmesí a su paso.
Los otros seis Goliats que habían subido al escenario se detuvieron de golpe, encarándose con la Arpía malherida que les cortaba el paso, pero manteniendo las distancias con prudencia. Aquella supersoldado de un modelo más avanzado acababa de demostrarles lo fácil que le resultaba matar a uno de ellos. Euryale se mostraba ante ellos como un depredador rabioso, con los brazos extendidos mostrando sus enormes garras y su ensangrentado cuerpo en todo su macabro esplendor. Su expresión facial era iracunda. Aquellos dientes apretados y aquellos ojos completamente rojos dedicándoles una mirada de odio eran una evidente promesa de dolor para quien diera el próximo paso.
- No... No le pondréis la mano encima al... Comandante Black- Advirtió Euryale, entre jadeos- Tendréis que pasar... por encima de mi cadáver.
Aunque resultaba evidente que aquellos supersoldados no iban a retroceder tan solo porque ella les amenazase, Euryale no esperó a darles la iniciativa en aquella pelea. La Arpía se lanzó al ataque contra el Goliat más cercano. Aquel supersoldado trató de interponer su espada entre ambos para protegerse de ella, pero era demasiado lento para poder defenderse. Las zarpas de Euryale fueron directas a por sus brazos, y cortaron por igual la carne y el metal en su muñeca izquierda y su antebrazo derecho. La espada, junto con ambas manos aún aferradas a ella, se le escapó al Goliat y voló unos metros hasta caer al suelo del escenario y hacer de nuevo crujir aquellas tablas. El Goliat no tuvo tiempo de gritar de dolor o rabia. Euryale continuó atacando sin darle tregua y dirigió un nuevo zarpazo con su mano derecha directamente hacia su torso, introduciendo aquellas garras a través de la placa pectoral de su armadura y desgarrando hacia arriba. Aquellas zarpas se abrieron paso sin dificultad a través de la carne y del blindaje, abriendo su armadura como una enorme lata de carne en conserva y dejando cuatro profundos surcos en su cuerpo a medida que desgarraban los pulmones y corazones del Goliat, triturando también sus costillas en el proceso. Para cuando las garras terminaron de cortar y volvieron a salir al exterior, aquel supersoldado prácticamente había sido abierto en canal. La sangre salpicaba a la Arpía como un géiser, y aquel líquido carmesí tiñó al instante la malla de nanofibras de su indumentaria y su piel grisácea. El contenido de la cavidad corporal del Goliat comenzó a derramarse durante unos segundos, antes de que finalmente el supersoldado muerto se desplomase de espaldas haciendo una vez más retumbar toda la plataforma del escenario.
Euryale dirigió una insidiosa mirada a su siguiente objetivo, mientras su terrorífica figura se mantenía en pie a duras penas junto al supersoldado que acababa de destripar en apenas un segundo. Aunque aquel Goliat había sido incapaz de defenderse ante su ataque y ahora yacía sobre un charco de su propia sangre y con la mitad de sus entrañas fuera del cuerpo, aquello no parecía haber disuadido lo más mínimo al resto. Con cada segundo que pasaba, Euryale podía notar cómo su propio estado empeoraba a causa de las terribles heridas que ella misma había sufrido. Ya había perdido varios litros de sangre, y sus laceradas entrañas lentamente habían comenzado a asomar a través de aquel monstruoso corte que la espada del Goliat le había abierto en el vientre. La única razón por la que podía seguir luchando era porque para alguien capaz de moverse a semejante velocidad, cada segundo era una gran oportunidad de causar daños. En realidad, era probable que no le quedase ni siquiera medio minuto más antes de que el cuerpo le fallase. No importaba cuánto pudiese ocultar el dolor bajo aquel torrente de sustancias químicas que su propio cuerpo de supersoldado segregaba; aunque no pudiese sentirlos, los daños eran reales. Le faltaban una gran cantidad de fibras musculares en el torso, su sistema nervioso había recibido daños y había perdido mucha sangre. Su cuerpo, que siempre se había sentido excepcionalmente liviano y ágil, en aquel momento se sentía torpe y pesado. Sus sentidos, extremadamente agudos y rápidos, comenzaban a nublarse cada vez más con cada segundo que pasaba. La herida que había recibido no resultaba letal para un supersoldado de Phobos, pero sin duda podía considerarse incapacitante. Su única opción de salir viva de aquel combate era terminar pronto y no recibir más daños. Solo quizás, en ese caso, podría recibir la atención médica que necesitaba.
Desde su derecha, Euryale alcanzó a ver a tiempo como uno de los Goliats lanzaba un tajo con su espada contra ella. La Arpía se apresuró a apartarse de la trayectoria de aquel filo y contraatacar tomando de nuevo como objetivo los brazos del supersoldado enemigo. Mientras sus garras volvían a arrancar aquellas extremidades a su oponente y desarmarlo, Euryale no pudo evitar notar que aquel Goliat se movía mucho más rápido que los anteriores. Aquel golpe de espada estaba lejos de ser lo suficientemente veloz para suponer una amenaza, pero los movimientos de aquella espada habían sido al menos el triple de rápidos que los de los anteriores enemigos. Una vez separó al Goliat de aquella espada de oricalco, la Arpía dirigió una patada contra el casco de su enemigo, usando aquella enorme cuchilla de hueso para dar una estocada frontal. Aquel hueso de su pierna atravesó el neomitrilo del yelmo de aquella armadura por delante y por detrás con extrema facilidad, ensartando por completo la cabeza del Goliat. A pesar de la escasa sensibilidad que tenían aquellas piernas y de lo nublados que comenzaban a estar sus sentidos, Euryale pudo notar con cierta satisfacción el característico crujido de un cráneo al romperse. Cuando tiró de su pierna para sacarla del interior de la cabeza de su enemigo y volver a usarla para mantener el equilibrio, la Arpía alcanzó durante un segundo a ver a través del enorme orificio de casi treinta centímetros de diámetro que le había abierto, antes de que aquel cadáver se desplomase como el resto.
Una nueva punzada de dolor sobresaltó a Euryale. La espada de otro de los Goliats logró alcanzarla, y golpeó su cuerpo desde el lado izquierdo, impactando en su brazo. Aunque no logró cortar a través de sus huesos, aquella masiva espada que blandía el Goliat pesaba aún más que ella misma, y la simple fuerza contundente de aquel golpe logró derribar de nuevo a la Arpía y hacerla caer al suelo. La malla de nanofibras de su brazo izquierdo se había rasgado, y al abrirse revelaba un nuevo corte ligeramente por encima del codo, el cual llegaba hasta el hueso y prácticamente separaba su bíceps en dos mitades. Todo su brazo izquierdo se volvió increíblemente pesado. Aunque el dolor que sentía no se hubiese intensificado demasiado, había perdido aún más fibras musculares. Su capacidad de combate se había reducido drásticamente a causa de aquel inesperado ataque. En aquel momento, tirada boca abajo en el ensangrentado suelo y haciendo un torpe esfuerzo por levantarse, Euryale comprendió la situación. Los Goliats no estaban empezando a moverse más rápido; era ella la que estaba volviéndose lenta. Era una consecuencia lógica de los daños que su cuerpo había sufrido. Desde que había recibido aquel golpe por parte de Bloodzerk, la Arpía había creído tener al menos treinta segundos de margen para acabar con todos sus enemigos antes de no poder seguir moviéndose. Aquello probablemente era cierto, pero no había tenido en cuenta que su motricidad no iba a desaparecer de golpe, de un segundo para otro, sino que iba a disminuir de forma constante con cada segundo que pasase.
Antes de que Euryale tuviese tiempo de maldecir su error y tratar de levantarse, una enorme bota de neomitrilo le propinó una brutal patada en el rostro que la derribó de nuevo, haciéndola quedar boca arriba sobre aquellas tablas de madera, mientras un charco de su propia sangre comenzaba a formarse bajo ella. Le pitaban los oídos y la cabeza le daba vueltas a causa del golpe. Aunque su indestructible cráneo no hubiese recibido daños, la sacudida sí que había afectado a su sistema nervioso central. Se sentía aturdida, y sus sentidos comenzaban a traicionarla. Durante una fracción de segundo, le pareció estar viendo doble. Sin embargo, la vista de momento no le estaba fallando. Dos de aquellos Goliats traidores se habían acercado a ella mientras estaba derribada. Euryale trató de incorporarse tan rápido como su magullado y aturdido cuerpo le permitía, pero fue un esfuerzo inútil. Su cuerpo ya no podía mantener aquel ritmo, y no fue capaz de impedir que uno de los Goliats la pisase con su bota directamente en su caja torácica, inmovilizándola contra el suelo.
Euryale trató de forcejear, pero llegados a aquel punto resultaba un esfuerzo inútil. En apenas un par de segundos, los cuatro Goliats que no había logrado matar se encontraban reunidos a su alrededor. Con ayuda de sus espadas y aprovechando las botas blindadas de sus armaduras, los supersoldados enemigos procedieron a inmovilizar todas sus extremidades pisándolas o presionando las puntas de sus espadas contra ella. Aunque no pudiesen desmembrarla sin más, habían conseguido anularla por completo y dejarla sin ninguna opción para defenderse. Euryale trató de resistirse desesperadamente, pensando en que ella era todo lo que se interponía entre aquellos traidores y el Comandante en Jefe. Si ella no hacía algo, el líder de Phobos sería asesinado. Tenía que sacar fuerzas de cualquier parte para liberarse de aquel aprisionamiento.
Un grito cercano dio esperanzas a Euryale. Uno de los Goliats que habían estado en la fila de detrás del escenario junto a ella finalmente se lanzó contra uno de los traidores que mantenía inmovilizado su brazo izquierdo, embistiéndolo y derribándolo. Ambos supersoldados cayeron al suelo con un estruendoso golpe que hizo que varias tablas de madera del escenario se partiesen, aunque la estructura no llegó a colapsarse. Durante unos segundos, el malherido brazo izquierdo de Euryale quedó libre. Sin embargo, había perdido demasiadas fibras musculares, y carecía de la fuerza suficiente. Aunque la Arpía dirigió sus garras hacia la pierna de uno de los Goliats que la retenían, no logró atravesar las placas de neomitrilo. Por muy duros que fuesen sus huesos, sencillamente se encontraba demasiado débil y era incapaz de ejercer la suficiente presión para perforar su armadura. En seguida, otro de los Goliats que la retenían se apresuró a inmovilizar de nuevo aquella extremidad libre, antes que les causase más problemas.
Euryale dedicó una mirada desesperada al Goliat que había embestido a los traidores y se había enzarzado en un desigualado combate contra aquel oponente. Ambos Goliats rodaron por el escenario durante unos segundos, haciendo crujir las tablas de madera. Sin embargo, el forcejeo no duró demasiado tiempo. A los soldados que iban a condecorar se les había permitido prescindir del casco y mostrar el rostro. La cabeza desprotegida de aquel supersoldado era un punto débil muy evidente que el traidor no dudó en aprovechar, dejando a un lado su espada y golpeándolo brutal e insistentemente en el rostro con ambos puños. A pesar de los gritos de la multitud y los disparos de arma de fuego que había a su alrededor, la Arpía alcanzó a oír cada uno de aquellos golpes en todo su contundente esplendor. Su cráneo no tardó en fracturarse, y el Goliat traidor siguió golpeando hasta convertir la cabeza de aquel otro supersoldado en un amasijo rojizo y deforme. Incluso cuando su enemigo ya estaba muerto, aquel bárbaro continuó golpeando durante unos segundos más, hasta dejar la cabeza de su oponente reducida a unos restos indistinguibles de piel, sangre y trozos de hueso.
El rostro de la Arpía adoptó una expresión de horror al comprobar cómo se había esfumado aquella última oportunidad de liberarse y volver al combate. La Arpía trató con aún más desesperación de mirar a su alrededores en busca del otro Goliat que había en la fila junto a ella; pero no logró encontrarlo a su alrededor. Por desgracia, aunque estaba dispuesta a aferrarse desesperadamente a cualquier última oportunidad, sabía que aquello era una causa perdida. Aunque se liberase de aquella inmovilización, sabía perfectamente que su cuerpo ya no le respondería como antes, era imposible que pudiera volver a levantarse y luchar. Además, incluso si el otro supersoldado aliado le ayudase, seguía habiendo demasiados Goliats traidores con vida; era un combate demasiado desequilibrado en su contra.
- Hijos de puta...- Murmuró Euryale, hablando con gran dificultad mientras notaba el sabor de su propia sangre en su boca- No se os ocurra tocar al... Comandante Black...
El Goliat traidor que acababa de matar a golpes a su semejante recogió su espada del suelo y comenzó a caminar hacia ella, mientras arrastraba aquella pesada espada con su mano derecha, dejando un surco en la madera a su paso. Mientras veía caminar hacia ella a quien probablemente sería su verdugo, Euryale buscó con la mirada al Comandante en Jefe. Black seguía allí, a pocos metros de donde ella se encontraba. El líder de Phobos había vuelto a ponerse en pie y parecía contemplar la escena desde el interior de aquella inexpresiva escafandra de metal. La Arpía entró aún más en pánico al ver que aún seguía allí. Aunque aquellos supersoldados traidores la matasen a ella, al menos había esperado poder distraerlos lo suficiente como para que el Comandante en Jefe lograse escapar. Sin embargo, aquel hombre permanecía allí inmóvil, a menos de diez metros de donde ella se encontraba, como si aún pensase que ella iba a ponerse en pie y masacrar a todos los traidores para salvarle. Euryale notó cómo todo su cuerpo se estremecía. Aquella sensación era mucho peor que el dolor que aquellos químicos a duras penas lograban mitigar. Quería hacer algo al respecto, pero no se le ocurría qué podría hacer en la posición en la que se encontraba. La única razón por la que los Goliats no lo habían matado ya era porque estaban ocupados matándola a ella, hasta el punto de que parecían haberse olvidado de aquel premio que tanto ansiaban. Si le gritaba con sus últimas fuerzas al Comandante Black que huyese, les recordaría a aquellos brutos descerebrados que su objetivo principal seguía allí y probablemente provocaría que se lanzasen de nuevo contra él, ignorándola a ella y los valiosos segundos que su vida podría comprar.
Su tiempo se terminaba, y su capacidad de hacer algo respecto a aquella situación cada vez era menor. El Goliat que caminaba hacia ella arrastrando la espada dio los últimos pasos hasta situarse junto a sus compañeros, que se movieron ligeramente para hacerle un hueco sin llegar a soltar a la Arpía que mantenían aprisionada. Euryale dedicó una mirada suplicante a su ejecutor. Los labios le temblaban a causa de la rabia, y sus ojos rojos habían comenzado a llorar a causa de la impotencia que sentía ante aquella situación. Estaba desesperada como nunca lo había estado; estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de impedir que asesinasen al líder de Phobos. Incluso a tragarse su orgullo y suplicarles que parasen aquella locura.
- Por favor... No...- Rogó Euryale, con un fino hilo de voz- No toquéis al... Comandante en Jefe...
Aquellos supersoldados emitieron un desagradable sonido de risa gutural desde el interior de sus cascos. Lentamente, aquel Goliat sostuvo la espada con ambas manos y alzó aquel masivo y pesado filo por encima de su cabeza.
- Preocúpate por ti misma, puta- Se burló el traidor.
Antes de que Euryale pudiese volver a insistir y suplicar que no matasen al Comandante en Jefe, aquel Goliat dirigió el primer tajo de su espada directo contra la herida que ya había abierta en su vientre. La Arpía dejó escapar un desgarrador grito de dolor cuando aquella enorme cuchilla golpeó de nuevo su columna vertebral y desgarró aún más su carne. A continuación, ignorando sus gritos, el supersoldado alzó de nuevo su espada y dirigió un nuevo corte hacia el mismo sitio, golpeando de nuevo su espina dorsal con aquella masa de oricalco de seiscientos kilogramos. Entre gritos, súplicas y fútiles forcejeos cada vez más débiles por parte de la Arpía, aquel Goliat alzó su espada una y otra vez y continuó golpeando hasta perder la cuenta. Casi un minuto después, mientras Euryale seguía llorando y gritando, el Goliat desistió de cortar sus huesos con aquella espada, no sin antes haber cortado por completo toda su carne alrededor del hueso y separado su torso en dos mitades, unidas tan solo por aquella columna vertebral.
Dejando escapar unsiniestro gruñido, el Goliat hizo una señal a sus compañeros. Aquellossupersoldados recibieron la indicación entre risas y gruñidos guturales, yentendieron al instante lo que su compañero quería decirles. A continuación,entre los cuatro, agarraron a Euryale por cada una de sus extremidades ycomenzaron a tirar por parejas en direcciones opuestas. Tras un leve forcejeo,finalmente lo lograron, y separaron la columna vertebral de la Arpía en dosmitades. No tenían los medios para reventar su cráneo ni su caja torácica; eranincapaces de lograr darle un golpe letal para rematarla. Pero sí que habíanpodido garantizar que fuese a dejar de ser una molestia para ellos. Euryale yano podía moverse, y tan solo quedaba esperar a que se desangrase y muriese. Enaquel momento, con todos sus sentidos saturados por aquel insufrible dolor, convarios metros de separación entre sus piernas y su torso y con sus sangre y susentrañas esparcidas a su alrededor, la Arpía solo podía llorar de impotencia ylamentarse por haber fracasado de una forma tan miserable.
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