Capítulo 4

Satsuki contemplaba con cierta apatía el campo de batalla que se extendía a sus pies mientras todo el ejército que Phobos había desplegado en Yersinia Terra la tomaba a ella como su objetivo. A medida que atravesaba la cortina de humo que se había formado a causa de la explosión de aquel proyectil del cañón Armagedón, iba distinguiendo cada vez más y más enemigos a su alrededor, que enviaban de forma incesante una lluvia de balas, obuses y disparos de riel contra ella. A lo largo de kilómetros y kilómetros, hasta donde se extendía la vista, todo lo que la Comandante en Jefe de Deimos alcanzaba a ver eran redes de trincheras excavadas en aquel maloliente y fangoso terreno, cientos de emplazamientos de artillería y tanques Virus, y posiblemente decenas de miles de soldados de Phobos, los cuales se debatían entre el terror que les suponía enfrentarse a ella, y el terror que les suponía desobedecer las órdenes de su Comandante y retirarse. Satsuki dejó escapar un largo suspiro, mientras por fin dejaba atrás aquella nube de humo que la explosión de aquel enorme obús había formado. Aquel disparo del arma primaria del tanque Black enemigo, al igual que toda aquella tormenta de proyectiles que se dirigían hacia la titán, era completamente inocuo para ella. A pesar de aquel despliegue armamentístico, se seguían quedando cortos de potencia para lograr hacerle daño.

Sabiendo perfectamente que aquel ejército no representaba ningún peligro real para ella, Satsuki continuó atravesando despreocupadamente el campo de batalla en línea recta, en dirección hacia su principal objetivo. La titán llevaba puesto su equipo de combate completo, aunque aún no se había encontrado en la necesidad de recurrir a ninguna de sus armas. Sus masivas botas sísmicas se abrían paso por el campo de batalla como si se tratase de una catástrofe natural, dejando un rastro de destrucción a su paso a medida que la titán caminaba a través de las posiciones defensivas y las fortificaciones de Phobos, llevándose por delante vehículos blindados, batallones enteros de infantería e incluso algunas estructuras construidas con oricalco y hormigón. Satsuki no estaba poniendo especial esfuerzo en resultar destructiva; aquello era tan solo la consecuencia obvia de que una criatura de su tamaño caminase a través de aquella zona. Al fin y al cabo, aún no había logrado encontrar al subordinado que prácticamente la había forzado a intervenir personalmente en aquella batalla.

Mientras caminaba, Satsuki no podía evitar preguntarse si quizás ella misma habría matado a Hammerhead sin darse cuenta. Sabía que el Comandante Ironclaw no tenía Goliats en su ejército, y había permanecido atenta por si encontraba alguno en aquel campo de batalla, pero tampoco se lo había pensado demasiado a la hora de colapsar un buen número de estructuras subterráneas o destruir a su paso la superestructura de algunos bunkers, sin preocuparse mucho de la posibilidad de que Hammerhead se encontrase allí dentro. Sin embargo, aquella no era una misión de rescate, y el Comandante Hammerhead lo sabía perfectamente desde que había decidido ponerla a ella entre la espada y la pared. Si lo encontraba, quizás le facilitaría la evacuación, o quizás lo abandonaría a su suerte y confiaría en que sus tropas acatasen las órdenes que les había dado el Comandante Krieg. Todo dependería de si lo primero que recibía por parte de Hammerhead era una disculpa o un reproche.

Cuando se encontró a casi tres kilómetros del tanque Black, Satsuki se llevó la mano derecha a su espalda y desacopló su cuchilla psiónica del soporte magnético de su catsuit táctico, sosteniéndola firmemente entre sus dedos. El vehículo enemigo había comenzado a disparar con todas sus armas secundarias. Los cañones Chimera agotaban sus opciones, y habían dejado de intentar atravesar su piel con municiones perforantes para probar suerte con proyectiles incendiarios y armamento químico. Sin embargo, ni el napalm ni las municiones corrosivas lograban siquiera ralentizar su avance; lo único que conseguían era dejar algunas manchas en las nanofibras su indumentaria. Los cañones automáticos enviaron una tormenta de plomo contra ella, pero debido a su limitado ángulo de disparo, apenas lograban impactar por debajo de sus rodillas, y la mayoría de aquellos proyectiles detonaban o rebotaban contra el blindaje de sus botas sin causar daño alguno. Cuando la tripulación del masivo vehículo confirmó que aquellas armas no tenían efecto, el tanque Black finalmente comenzó a moverse. Aquella fortaleza móvil comenzó a retroceder en línea recta, acelerando poco a poco hasta alcanzar una velocidad punta de ochenta kilómetros por hora; algo sorprendente para un vehículo de semejante tamaño que avanzaba marcha atrás, pero un esfuerzo insignificante en aquella situación. Al tratarse de una maniobra desesperada, el propio vehículo no tomó ninguna precaución y se limitó a avanzar en línea recta, arrollando también a sus propios aliados y dejando a su paso una estela de destrucción parecida a la que la propia Satsuki dejaba a su paso. La Comandante Aldrich no pudo evitar que su apático rostro dibujase una pequeña sonrisa por un segundo al contemplar aquella escena. Durante unos segundos, aquella apatía se convirtió fugazmente en satisfacción. No había muchos en Acies que pudieran asustar y desesperar de aquella forma a la tripulación de un tanque Black de Phobos.

Evitando pensar que los soldados que estaba masacrando eran las tropas de su antigua organización, que había tenido que traicionar en contra de su voluntad, Satsuki trató de despejar su mente y concentrarse en disfrutar del combate. Al fin y al cabo, era para eso para lo que la habían creado y nadie contaba con ella para otra cosa que para luchar en aquella interminable guerra; nadie la quería por otra cosa que no fuera su prodigiosa capacidad para matar y destruir. Satsuki apartó la mirada del tanque Black durante un instante, y reparó en el hecho de que, de manera inconsciente, había estado siguiendo una línea en el suelo al caminar durante los últimos kilómetros. Aquella línea junto a la que había caminado era una trinchera, donde miles de soldados de Clase Terror de Phobos luchaban con todas sus fuerzas contra el propio terreno, tratando de huir antes de que ella los alcanzase. Con cada paso que la titán daba, sus botas se hundían hasta diez o quince metros en el barro y provocaban el desplazamiento de enormes volúmenes de tierra, que habían ido provocando el derrumbe de las paredes de aquella zanja en el terreno y sepultando bajo toneladas de tierra y fango toda aquella línea defensiva y a todos los que se encontraban atrapados en ella. Al percatarse de aquello, Satsuki corrigió ligeramente su rumbo hacia la izquierda, dejando la trinchera a unos cincuenta metros a su derecha y deteniendo aquellos derrumbes.

La titán detuvo su avance durante unos segundos. Aunque el tanque Black se alejase un poco más de ella, aquello no era algo que le preocupase; podía alcanzarlo cuando quisiera. Aquel vehículo tenía una velocidad punta de ochenta kilómetros por hora, y ella había tenido que recorrer casi seis mil kilómetros en media hora para llegar hasta allí. No se le iban a escapar por mucho que lo intentasen. Tomándose su tiempo, Satsuki dirigió una mirada indiferente a la trinchera que, sin darse cuenta, había estado destruyendo con su simple avance. Aunque la mayoría de aquellos soldados de Phobos aún continuaban corriendo para alejarse del peligro y trataban de seguir la trinchera hacia el este o salir de ella intentando escalar aquel corrimiento de tierra, algunos de los soldados que se encontraban más próximos al derrumbe se habían quedado paralizados por el miedo ante aquella situación. Con cada paso que la titán daba, un nuevo derrumbe había ido enterrando vivos a más y más soldados; y aquellos a los que les había tocado el turno de ser los siguientes en ser sepultados bajo aquella avalancha de lodo y escombros no parecían lograr asimilar aún su situación. No parecían comprender que aquel pequeño cataclismo que habían estado viviendo en el interior de la trinchera se había terminado justo antes de llevárselos también a ellos. Algunos miraban fijamente la sección de la trinchera que se había derrumbado, mientras pensaban en los cientos o miles de compañeros que había enterrados en aquel lugar, aún con vida dentro de sus armaduras, pero condenados a una muerte horrible cuando se les acabase el oxígeno y sus protecciones corporales se convirtiesen en ataúdes de neomitrilo. Otros alzaban la vista para cruzar la mirada con la Comandante de Deimos, que les devolvía aquella mirada apática de sus ojos rojos; incapaces de comprender el motivo de aquel aparente acto de piedad. Como si la mismísima diosa de la guerra, por alguna caprichosa razón, acabase de perdonarles la vida. Algunos probablemente aún sentían rabia e impotencia por lo que ella les había hecho, mientras que otros probablemente se sentían felices y agradecidos de aquel repentino e incomprensible acto de misericordia por su parte.

Desde su punto de vista, aquella dramática situación que había tenido lugar en la trinchera era algo que Satsuki a duras penas era capaz de imaginarse. Ya hacía casi ciento cincuenta años que era una supersoldado de Clase Titán. Durante el último siglo y medio, la guerra había sido poco más que una especie de deporte para ella; una actividad que en la mayoría de ocasiones la entretenía, pero que con el tiempo había llegado incluso a resultarle tediosa y monótona. Ya casi no sentía nada al entrar en combate y causar aquella devastación a su alrededor. Había sido forzada a matar a tantos humanos durante tanto tiempo, que por mucho que lo intentase ya no lograba empatizar lo más mínimo con todos aquellos soldados que morían a sus pies. A lo largo de los años, había olvidado lo que implicaba ser humana; había olvidado lo que era sentirse pequeña, vulnerable o indefensa. Quizás aquellos hombres y mujeres de armaduras negras que le dedicaban aquellas temerosas y suplicantes miradas desde la trinchera viesen a una diosa de la guerra o a un monstruo, pero desde allí arriba ella no veía otra cosa que una larga fila de negros insectos que se movían por una pequeña grieta en el suelo. No había forma de que llegasen a significar nada para ella. El concepto mismo de perdón se les quedaba demasiado grande, teniendo en cuenta lo insignificantes que le llegaban a resultar.

Dibujando una maliciosa sonrisa en su pálido rostro, Satsuki dirigió la punta de su espada hacia la trinchera al tiempo que reanudaba la marcha, haciendo que su cuchilla se introdujese en la zanja y siguiera el recorrido de aquel surco conforme la Comandante Aldrich caminaba en paralelo a él, reanudando la persecución del tanque Black enemigo. A medida que la titán caminaba, la punta de su espada iba segando casi todo a su paso por aquella trinchera, machacando carne y metal por igual, y dejando a su paso un reguero de insectos muertos a medida que el final de la hoja se iba tiñendo de rojo. Aquello, en realidad, ni siquiera podía considerarse un corte. La diferencia de tamaño entre su cuchilla psiónica y los soldados que estaba matando con ella era tal que ni siquiera podía cortarlos apropiadamente debido al inmenso grosor de la propia hoja en comparación con ellos; y en su lugar la gigantesca katana iba moliendo y machando todo a su paso, tiñendo el fangoso suelo de la trinchera de rojo como si se tratase de un pincel. A su paso, tan solo quedaba una mezcla uniforme de metal machacado e irreconocible carne rojiza mezclada con cieno. Las tropas de Phobos que antes huían del desprendimiento que provocaban los pasos de la titán, ahora trataban de huir de la cuchilla para evitar pasar a formar parte de aquella carnicería, pero el esfuerzo era igual de inútil. Era imposible que lograsen avanzar a la suficiente velocidad como para huir de su enemiga por aquel terreno, cuando la Comandante en Jefe de Deimos recorría prácticamente un centenar de metros con cada paso que daba, sin que nada lograse frenarla lo más mínimo.

Tras recorrer casi un kilómetro de aquella forma, Satsuki no tardó en perder el interés en aquella masacre que tenía lugar en la trinchera, y apartó la mirada de allí para volver a centrar su atención en el tanque Black que trataba desesperadamente de retirarse. Aquel blindado, que había tratado por todos los medios a su alcance de alejarse de ella, había logrado retroceder casi dos kilómetros, pero finalmente su movimiento había cesado cuando el masivo vehículo acabó encallando en una de las fortificaciones que había estado atravesando sin más. El oscuro chasis del vehículo había embestido los muros de hormigón reforzado con planchas de oricalco de uno de aquellos enormes bunkers de mando en forma de tronco de pirámide de ciento cincuenta metros de altura. Aunque al principio parecía que el tanque Black tenía tracción suficiente para atravesar aquella superestructura partiéndola en dos, sus orugas no tardaron en comenzar a deslizarse sobre el blando terreno, salpicando grandes cantidades barro hacia delante; incapaces de seguir demoliendo la estructura a su paso.

Completamente acorralado entre un obstáculo que no podía sortear y una amenaza que no lograba detener, el tanque Black volvió a apuntar a la Comandante Aldrich con el cañón Armagedón, al tiempo que en su interior los tripulantes que se encargaban se recargar el arma se apresuraban a cargar un nuevo proyectil. Los artilleros calibraron la inclinación de aquel masivo cañón y trataron de apuntar directamente al rostro de la titán. Aunque apuntarle a la cabeza resultaba más complicado, los impactos al cuerpo ya habían demostrado ser completamente inefectivos; incapaces incluso de dañar las nanofibras del mono táctico que llevaba puesto. La última oportunidad que tenían era confiar en conseguir aturdirla o cegarla temporalmente con un disparo directo al rostro y ganar algo de tiempo para liberar el vehículo de donde se encontraba atascado. Se jugaban su única oportunidad de sobrevivir a que aquel obús antibúnker de cuatro toneladas que habían cargado fuese capaz de hacer algo contra semejante monstruo. Sin demorarlo más de lo estrictamente necesario, la tripulación del tanque se apresuró a iniciar la secuencia de disparo del arma principal.

Satsuki no pasó por alto cómo aquel enorme cañón le apuntaba directamente a la cabeza, y su rostro adoptó al instante una expresión agria. Anticipándose al ataque, la titán finalmente sacó su espada de aquella trinchera que había estado segando con ella a medida que caminaba, para a continuación activar la cuchilla psiónica. La empuñadura de aquella colosal espada se iluminó con una serie de neones de color rojo. Aquellos insolentes que le apuntaban con aquel arma estaban a punto de descubrir cuánto se habían atrevido a subestimarla. Cuando el tanque Black finalmente completó su secuencia de disparo, el cañón Armagedón emitió una enorme bocanada de fuego, seguida de un brutal estruendo que retumbó por todo el campo de batalla. El vehículo entero se estremeció, provocando que varias secciones adicionales de aquella estructura contra la que se había empotrado se derrumbasen, pero aún incapaz de liberarse. Un enorme obús antibúnker de cuatro toneladas salió despedido a dos mil metros por segundo por la boca de aquel enorme cañón, en ruta directa contra una enemiga que se encontraba a poco más de un kilómetro. A pesar del ínfimo margen de reacción que tenía ante aquel ataque, la Comandante Aldrich trazó un rápido movimiento con su espada, con la hoja proyectando en su recorrido una corriente telequinética deflectora en la dirección del corte y desviando sin esfuerzo aquel proyectil hacia su izquierda.

El obús impactó a algo más de tres kilómetros hacia el norte, donde se hundió casi diez metros en el terreno antes de detonar. La deflagración volvió a iluminar fugazmente todo el campo de batalla durante una fracción de segundo. Aquella monstruosa explosión abrió un inmenso cráter de unos doscientos metros de diámetro, provocando que la toda la región se estremeciese con un breve seísmo y que la onda expansiva aniquilase a un buen número de tropas de Phobos en el radio de explosión. Una nueva nube de humo volvió a cubrirlo todo en más de un kilómetro alrededor del punto de impacto, haciendo casi imposible para la Comandante en Jefe de Deimos llegar a estimar los daños que había causado aquel proyectil. Sin embargo, ya lo había visto por sí misma cientos de veces. La infantería cercana al punto de explosión desaparecía sin dejar rastro de que alguna vez había existido, los vehículos eran despedazados y calcinados, y las estructuras de hormigón se desmoronaban y se veían arrastradas como metralla por la onda expansiva, llegando los cascotes y las planchas de oricalco arrancadas a salir disparados a lo largo de varios kilómetros, causando aún más daños a todo cuánto los rodeaba. De un modo o de otro, todo lo que rodeaba al punto de impacto era aniquilado.

- No me pillaréis dos veces con lo mismo- Anunció la Comandante Aldrich, dedicando una mirada condescendiente a aquel tanque Black.

Satsuki continuó caminando tranquilamente hacia su objetivo, recorriendo los últimos cientos de metros que la separaban de aquel vehículo. Como de costumbre, sus enemigos habían cometido el error de subestimarla. Su tamaño no era ni de lejos su única virtud. Ella era una supersoldado de Clase Titán de Phobos; el pináculo de la ingeniería genética de Prometheus Labs. Tratarla como si fuese un simple kaiju salvaje era un insulto hacia ella. Incluso para su tamaño, su fuerza, su durabilidad, su agilidad y sus reflejos eran superhumanos, y llevaba ya un siglo y medio de experiencia en combate a sus espaldas. Ella era aún más peligrosa de lo que de por sí parecía. Sin embargo, aquella era una lección que aquellos enemigos iban a aprender demasiado tarde.

Aunque el tanque Black había estado disparando sin cesar todas sus armas secundarias contra ella, cuando la titán finalmente detuvo su avance, quedando a apenas cien metros del vehículo, todas aquellas armas enmudecieron y dejaron de disparar. Satsuki ignoraba si acaso habían agotado la munición, o si finalmente se habían dado cuenta de lo fútiles que eran sus esfuerzos. De un modo o de otro, la lluvia de proyectiles que arreciaba constantemente contra ella se atenuó considerablemente. A lo largo de varios kilómetros a su alrededor, las tropas de Phobos lentamente fueron siguiendo el ejemplo de la tripulación del tanque Black y cesando en sus ataques. Algunos aprovecharon el momento para emprender la retirada, mientras que otros sencillamente permanecían inmóviles en sus posiciones, expectantes ante lo que estaba a punto de suceder.

Con un movimiento lento, Satsuki dirigió la punta de su espada hacia el tanque enemigo y dirigió una pequeña estocada contra él, sin ejercer demasiada fuerza. Su arma se detuvo a algunos metros del blindaje frontal del vehículo, al toparse con algo sólido e invisible. Tal y como la titán había asumido, el tanque Black estaba protegido por un campo de fuerza psiónico además de por aquellas gruesas placas de oricalco. Satsuki no pudo evitar sonreír sin darse cuenta mientras ejercía ligeramente más presión con la punta de su espada contra el campo de fuerza, mientras pensaba en los dolorosos e inútiles esfuerzos de la supersoldado de Clase Banshee que proyectaba el escudo desde el interior del vehículo, tratando de proteger a sus compañeros de aquella masiva espada. Antes de que el campo de fuerza llegase a colapsar por la presión, el sistema de megafonía del tanque Black se activó.

- Comandante Aldrich... Cese las hostilidades, por favor- Pidió el comandante de tanque de Phobos, con una voz temblorosa- Nos rendimos.

Satsuki dejó de presionar el campo de fuerza con su espada y estudió detenidamente aquellas palabras. La propuesta resultaba interesante. Deimos no se encontraba en su mejor momento, y la posibilidad de confiscar a Phobos aquel tanque Black podría aumentar considerablemente la capacidad de la Comandante Persephone de proteger el frente norte. Aunque el vehículo fuese caro de mantener y las fábricas de municiones del territorio de Deimos tuviesen demasiados problemas de suministro como para producir municiones para el cañón Armagedón, tener un tanque Black en el frente norte haría que el Comandante Ironclaw se lo pensase dos veces antes de volver a hostigarles con artillería de largo alcance. Sin embargo, perdonar la vida a aquella tripulación de tanque y a los miles de soldados de Phobos que había a su alrededor era una idea con la que Satsuki no terminaba de estar conforme. Su perdón no era algo que se pudiese comprar sin más de aquella forma.

- Tengo una contraoferta...- Respondió Satsuki, mientras dibujaba una insidiosa sonrisa en sus labios.

Sin pensárselo demasiado, Satsuki dirigió una patada con su pierna derecha directamente contra la placa de blindaje frontal del tanque Black. El campo de fuerza psiónico se colapsó al instante, incapaz de frenar la inmensa bota metálica de la Comandante en Jefe de Deimos. Aquella bota se estrelló contundentemente contra el chasis del vehículo, hundiendo y abollando aquella gruesa placa de oricalco de un metro de densidad que formaba el frontal del vehículo. El brusco empujón que acababa de recibir a causa del golpe desatascó por las malas el tanque, provocando que finalmente atravesase por completo la estructura contra la que había embestido y haciendo que la superestructura de aquel búnker de mando en forma de tronco de pirámide finalmente se colapsase por completo hasta convertirse en una ruina irreconocible de oricalco y hormigón. Aunque aquella podría haber sido una buena noticia para los tripulantes del vehículo, que ya no se encontraban atrapados contra aquella estructura, en realidad no era una situación digna de ser celebrada. En la sala de control interna de aquel vehículo, un gran número de indicadores rojos acababan de encenderse al recibir el golpe. La oruga izquierda se había partido en dos, la mayoría de las armas coaxiales frontales ya no funcionaban, la integridad del blindaje frontal había sido comprometida y gran parte de los sistemas electrónicos ya no funcionaban. Al menos la mitad de la tripulación había muerto o perdido el conocimiento a causa del impacto; una situación que podría haber llegado a ser mucho peor si la supersoldado de Clase Banshee que proyectaba los escudos no hubiese tenido la suficiente tolerancia al dolor como para evitar gritar cuando su campo de fuerza se colapsó y ella recibió una intensa punzada de dolor a causa de ello.

Satsuki dio un paso al frente, alcanzando de nuevo al vehículo de miles de toneladas que acababa de desplazar casi doscientos metros hacia atrás de aquella simple patada. Mientras recorría aquella distancia, podía notar cómo aquella superficie de hormigón que se había formado con el derrumbe del búnker crujía bajo sus botas. Aunque dudaba que pudiese moverse en aquel estado, la titán se apresuró a levantar su pie derecho y pisar con fuerza en la parte superior de su chasis, machacando bajo su bota uno de sus sistemas de artillería Chimera y hundiendo aún más el deformado blindaje del vehículo. Antes de que los tripulantes del tanque volviesen a tener la idea de disparar de nuevo el cañón Armagedón para molestarla, Satsuki se inclinó sobre el vehículo y agarró firmemente aquel arma con su mano izquierda, retorciéndola y deformándola por la simple presión que ejercían sus dedos sobre ella. A continuación, de un simple tirón brusco, arrancó de cuajo el largo cilindro junto con una pequeña sección del blindaje superior, para después limitarse a arrojarlo a su lado sin darle más importancia.

Aquel enorme, magnífico y costoso vehículo ya se había echado a perder más allá de cualquier posible reparación. Satsuki no estaba realmente segura de si aquella era la mejor decisión que podría haber tomado, pero sin duda era la decisión más adecuada según lo que la propia Phobos le había enseñado durante todo un siglo de servicio. La mayor arma que empuñaba Phobos no eran sus tanques, sus barcos ni sus supersoldados; era el miedo. El miedo era la razón por la que algunas guerras se ganaban incluso antes de empezarlas. Pero para que aquello fuese posible, era necesario dar ejemplo. El mensaje que transmitiría a Phobos si aceptaba aquella rendición por parte de las tropas de Ironclaw era muy diferente del que les enviaría si desguazaba aquel tanque de la forma más brutal que se le ocurriese. No quería mostrarse como una enemiga benevolente, a la que pudieran desafiar sin consecuencias. Cada soldado de Phobos tenía que saber perfectamente que enfrentarse a ella significaba renunciar a sus vidas y entregarse en vano a una muerte inevitable. La HEC también necesitaba saber que aquellas máquinas de guerra no significaban nada para ella; que enviar nuevos tanques Black a la frontera con Deimos solo serviría para enviarlos a una trituradora. Aquel tanque Black podría haber resultado de utilidad a la Comandante Persephone si lo capturaba para ella, pero si lo usaba para dar ejemplo, quizás Persephone pasase años sin volver a ver el icono de un tanque Black en su mapa estratégico. Si aquellas acciones por su parte mermaban la confianza de las megacorporaciones de Phobos en el Comandante Ironclaw, entonces aquella organización comenzaría a destinarle cada vez menos recursos y un menor presupuesto. Aquello podía hacerle mucho más daño que un cañón Armagedón.

Manteniendo inmovilizado aquel vehículo bajo su bota, la Comandante Aldrich alzó momentáneamente su cuchilla psiónica, para a continuación trazar con ella un movimiento cortante hacia abajo. En aquella situación, la titán no necesitaba sostener el arma con ambas manos ni tampoco activar la capacidad de proyectar fuerzas telequinéticas de aquella espada. Satsuki no tenía ni idea sobre de qué material estaba hecha aquella hoja. Aunque años atrás había pensado que estaba hecha de algún tipo de aleación de obsimantita, con los años aquella teoría había ido perdiendo fuerza. Las garras que ella llevaba en sus guantes eran cuchillas de obsimantita de diez metros de longitud, y aquel material no era capaz de cortar el oricalco con tanta facilidad como lo hacía su espada. Cuando su cuchilla entró en contacto con el blindaje del tanque Black, su filo se hundió en el blindaje de oricalco como si cortase mantequilla, y en apenas una fracción de segundo logró separar el vehículo en dos mitades con una insultante facilidad. Aquel corte diagonal fue tan limpio que, a excepción de un grupo de explosiones internas y algunas piezas que se desprendieron, en realidad no parecía que le hubiera causado daño alguno hasta que volvió a propinarle una fuerte patada y ella misma separó las dos mitades, que acabaron separadas por varios cientos de metros.

Definitivamente, aquello no era obsimantita. A lo largo de los años, ella misma había roto en algunas ocasiones una o dos de las garras de sus guantes y había tenido que reemplazarlas por unas nuevas; pero en sus casi ciento cincuenta años de servicio, aquella espada no había recibido daño alguno. Ni siquiera en aquel momento, que luchaba contra su antiguo ejército y ya no se limitaba a utilizarla contra estructuras de cemento o blindajes de acero propios de ejércitos tecnológicamente inferiores. Ni el neomitrilo ni el oricalco habían sido capaces de dejar una simple muesca en aquel arma ni de hacerle perder su afilado a lo largo de la última mitad de siglo. Por más fuerza que ella misma aplicaba sobre su espada, la hoja no recibía daño alguno aunque intentase forzarla a propósito para comprobar sus límites. Resultaba evidente que Phobos le ocultaba algo respecto al origen de aquel arma, pero en cualquier caso Satsuki se alegraba inmensamente de tenerla consigo en aquel momento.

Por todo el campo de batalla, cundió el pánico. El tanque Black, la mayor arma de todo el arsenal del Comandante Ironclaw, había sido aniquilada de forma aplastante por aquella titán. Después de haber contemplado semejante espectáculo, la inmensa mayoría de tropas de Phobos inició una retirada desesperada, sin preocuparse de las consecuencias. No tenían la menor esperanza de lograr causarle daño alguno, y ya habían visto las consecuencias de enfrentarse a ella. El Comandante Ironclaw quizás les mandase ejecutar si desobedecían las órdenes y huían del combate, pero la Comandante Aldrich les exterminaría como a insectos si se cruzaban en su camino. Tan solo una pequeña fracción de aquellos soldados, tanques y emplazamientos de artillería reanudaron los ataques contra ella; los pocos insensatos que aún esperaban poder lograr algo o que habían perdido la cordura al contemplar aquella escena. En cualquier caso, aquellos ataques resultaban tan escasos que no llegaban siquiera a resultar una molestia. Sin darles la importancia que no merecían, la titán se llevó la mano izquierda al cuello de su mono de nanofibras y activó su dispositivo de comunicaciones.

- El objetivo está neutralizado- Informó Satsuki.

El silencio fue la única respuesta que obtuvo la Comandante en Jefe de Deimos durante unos segundos, hasta que finalmente un momentáneo sonido de estática proveniente de su cuello precedió a la voz distorsionada de su subordinado de mayor confianza.

- Buen trabajo, Comandante Aldrich- Le felicitó el Comandante Krieg al otro lado del canal de comunicaciones.

Satsuki permaneció inmóvil y en completo silencio, esperando a que el Comandante Krieg le dijera algo más. Sin que ella se diese cuenta, a medida que aquel silencio se alargaba, su rostro comenzaba a adoptar una expresión preocupada. Había asumido que Krieg le daría nuevas instrucciones cuando acabase con el tanque Black, pero aquel oficial no le ordenaba nada. En realidad, ella era la fundadora y Comandante en Jefe de aquella organización. Deimos le pertenecía, y el Comandante Krieg era otro más de sus subordinados. Sin embargo, incluso casi medio siglo después, Satsuki seguía demasiado acostumbrada a ser un arma a las órdenes de otra persona. Aunque tenía el poder y la autoridad para tomar cualquier decisión que creyese conveniente, siempre sentía la compulsiva necesidad de conocer la opinión al respecto de aquel oficial veterano; aquel otro desertor de Phobos que le había ayudado a dar forma a su propia organización.

- ¿Cuál... debería ser el siguiente paso?- Preguntó Satsuki, mientras miraba nerviosamente a su alrededor.

Nuevamente, la respuesta de aquel oficial se hizo de rogar, y el silencio fue lo único que Satsuki obtuvo durante unos segundos, hasta que finalmente aquella estática volvió a dejarse oír.

- ¿Has logrado localizar al Comandante Hammerhead?- Preguntó Krieg.

- No...- Negó Satsuki, incapaz de mantenerse firme y no exteriorizar cierta preocupación en su tono de voz; no sobre el estado de Hammerhead, sino sobre lo que Krieg le diría si no era capaz de cumplir con el objetivo.

- Confirma si el Comandante Hammerhead sigue con vida y asegúrate de causar a Phobos todas las bajas que puedas- Respondió Krieg, en un tono de voz completamente impasible e inexpresivo.

El canal de comunicaciones se cerró antes de que la Comandante Aldrich tuviera ocasión de responder. Satsuki dejó escapar un largo suspiro. Apreciaba mucho al Comandante Krieg y agradecía inmensamente su ayuda a la hora de dirigir aquella organización. Ella era un arma, no una líder. El título de Comandante que había ostentado cuando formaba parte de Phobos era una mera formalidad; una forma de conferirle una autoridad y un poder administrativo que en realidad ni siquiera necesitaba. Sin embargo, ahora que era la Comandante en Jefe de Deimos, sus defectos como líder no paraban de salir a relucir ahora que no todos sus problemas podían resolverse con simple fuerza física. Krieg, en cambio, era un estratega prodigioso y un líder nato. Aquella era la razón por la que Satsuki no dudaba en hacerle caso en todo, a pesar que ella fuera la líder y él fuese un simple subordinado. En más de una ocasión había estado tentada de transferirle el mando de aquella organización y darle a él el título de Comandante en Jefe, pero la titán tenía demasiado miedo de las consecuencias que aquella acción por su parte pudiera tener sobre ella. El miedo era un arma que Satsuki empuñaba fácilmente contra los demás, pero también era una de las pocas que tenía efecto sobre ella misma; un arma que alguien llevaba medio siglo empuñando contra ella para obligarla a hacer cosas que no quería hacer.

Intentando concentrarseen sus instrucciones y no pensar demasiado en qué pasaría después, Satsukivolvió a dirigir la mano que tenía libre hacia el dispositivo de comunicacionesque tenía en el cuello de su indumentaria. Si el Comandante Hammerhead aúnseguía con vida, probablemente podría contactar con él a través del comunicadorde corto alcance.


A varios kilómetros de distancia, Nihil contemplaba con horror aquel devastador espectáculo. Habían pasado meses desde la última vez que la Comandante en Jefe de Deimos había decidido intervenir directamente en aquel campo de batalla; la titán muy rara vez había participado personalmente en aquella guerra durante los últimos años. Nihil había tenido la suerte de no haber estado presente en los sectores específicos que aquella mujer había atacado, y hasta aquel momento nunca había visto personalmente a la líder de aquella facción enemiga. Las descripciones que había oído de labios de los traumatizados supervivientes no le hacían justicia a lo que el Lich acababa de contemplar. Era cierto, para ser una supersoldado de Phobos, su aspecto seguía siendo extremadamente humano, si ignoraba su tamaño; tan solo aquellos ojos rojos y aquella piel blanca daban a entender que había recibido una mutación forzada. Pese a aquella antinatural pigmentación, su aspecto resultaba inquietantemente hermoso; aunque su belleza quedaba completamente eclipsada por el temor que inspiraba. Aquella mujer era un monstruo mucho más horrible que cualquier Arpía u Ogro de Phobos. La forma en la que extinguía miles de vidas humanas con cada movimiento y la poca importancia que parecía darle a sus propias acciones realmente transmitía una sensación de insignificancia e impotencia a todos cuánto la rodeaban. No importaba que fuesen otros supersoldados o la tripulación de una gigantesca máquina de guerra; todos a su alrededor tenían la incómoda sensación de ser poco más que insectos a punto de encontrar su final bajo una descomunal bota metálica.

Nihil apartó la mirada de aquella titán que arrasaba todo a su paso a varios kilómetros de distancia. Cuando volvió a mirar hacia donde se encontraba Hammerhead, fue como si el Lich acabase de despertar de un hipnótico trance. Tenía el estómago revuelto, le temblaban las manos y una sensación de ansiedad se había apoderado de todo su cuerpo. Junto a él, aquel Goliat herido que no parecía haber sido capaz de moverse se había incorporado lentamente con cierto esfuerzo, y había permanecido sentado en el barro con la mirada fija en el norte, sin perder detalle de lo que estaba sucediendo allí. Era imposible que aquello fuese una casualidad. El Comandante Hammerhead había asaltado casi en solitario las fortificaciones de Phobos, y poco después la Comandante Aldrich se había presentado en el campo de batalla. No había forma de que Hammerhead realmente hubiera pensado que tenía alguna oportunidad de enfrentarse directamente con el tanque Black. Aquello tenía que tratarse de alguna forma de coacción.

- Ese era tu plan...- Murmuró Nihil- ¿Has venido hasta aquí para obligarla a ella a venir a salvarte?

Hammerhead frunció el ceño ante aquella pregunta, al tiempo que su desfigurado rostro dibujaba una maliciosa sonrisa en sus labios. A pesar del dolor que aún sentía a causa de sus heridas, el Goliat comenzó lentamente a ponerse en pie. Por mucho que sangrase y mucho que le doliese, él era un supersoldado de Phobos; no iba a morirse sólo por aquellas heridas. Aunque no estuviese en condiciones de seguir luchando, él no era ningún pedazo de basura que se fuese a quedar allí tirado en el fango.

- La jefa es una buena chica, pero a veces necesita un poco de... motivación- Se limitó a responder Hammerhead.

- A... ¿A cuántos habrá matado?- Preguntó Nihil, con un fino hilo de voz, mientras volvía a mirar hacia el norte.

Hammerhead se encogió de hombros al tiempo que dejaba salir una ruidosa carcajada.

- ¿Esta noche? ¿O en total a lo largo de su vida?- Preguntó Hammerhead, en tono de burla- Más que nosotros, eso seguro.

Nihil apretó los dientes de rabia al tiempo que volvía a clavar la mirada en el Comandante Hammerhead. Por un momento, el Lich fue capaz de sobreponerse al terror que le había dejado paralizado y dejarse llevar por la ira. Estar al servicio del Comandante Ironclaw, desde luego, no era el punto álgido de su carrera en el ejército de Phobos. Sin embargo, aunque no tuviese en excesiva estima a su actual superior, Nihil se había llegado a sentir orgulloso de formar parte de aquel ejército. Phobos era la organización más temida de todo Acies; más incluso que Zyon, a pesar de ser mucho menos longeva que aquella teocracia. Ser un supersoldado psiónico dentro de lo que probablemente fuese uno de los mayores ejércitos de todo Erebus le había creado una falsa ilusión de poder e importancia; una burbuja de ego que la Comandante en Jefe de Deimos acababa de hacer reventar. Aquella titán le había demostrado lo poco que en el fondo significaban los miserables mortales en un mundo donde criaturas como ella existían. Le había recordado que no era más que un insignificante número en una estadística, y que toda la importancia que creía tener estaba injustificada.

En aquel momento, Nihil se estremeció a causa de la pura rabia y frustración que sentía, enviando a sus tropas un impulso telepático involuntario que provocó que sus soldados reanimados también se estremeciesen. Todos aquellos cadáveres que aún permanecían alrededor de ambos supersoldados parecían a punto de lanzarse contra Hammerhead como un enjambre de depredadores hambrientos. Sin embargo, antes de que el Lich finalmente se decidiese a dar el golpe de gracia al oficial enemigo con sus ataques telequinéticos o con sus marionetas, un sonido de estática cercano atrajo su atención. Un dispositivo de comunicaciones dañado acababa de activarse.

- Marcus, ¿estás ahí?- Preguntó una voz femenina ligeramente distorsionada por aquella estática- ¿Sigues vivo?

Nihil tuvo una sensación extraña respecto a aquella voz. Era capaz de escucharla por duplicado y con algo de retardo, a medida que el comunicador emitía sonido al mismo tiempo que alcanzaba a escuchar la voz de la Comandante Aldrich en la distancia, a pesar de los kilómetros que separaban a ambos supersoldados de la titán. Hammerhead dirigió la mirada hacia el mugriento suelo bajo sus pies, para a continuación agacharse a pesar del dolor y recoger de nuevo el casco de su armadura, que Nihil le había arrancado. Aunque los puntos de unión entre aquel yelmo y la gorguera de su armadura se habían dañado a causa de aquel tirón telequinético, los sistemas internos de aquella pieza de armadura parecían conservar la mayor parte de sus funciones.

Aunque Nihil estuvo tentado de arrebatarle aquel casco a su enemigo para impedirle que se comunicase, una incómoda sensación al respecto le impidió actuar. Si el canal de comunicaciones estaba abierto, la Comandante Aldrich oiría cualquier cosa que él hiciese o dijese allí. Tanto si hablaba como si decidía finalmente acabar con el Comandante Hammerhead, aquella siniestra mujer sabría lo que estaba pasando. Después de haber visto lo que una supersoldado de Clase Titán era capaz de hacer, Nihil no se sentía con agallas de desafiarla. Incluso aunque aquello implicase tener que renunciar a su bien merecida presa, prefería tener que vérselas con la ira del Comandante Ironclaw que con la Comandante Aldrich.

- He estado mejor, jefa- Respondió Hammerhead, acercando el casco a su cara para que su voz alcanzase el micrófono interno que contenía- Pero sigo de una pieza, por el momento.

- Te escucho fatal...- Se quejó Satsuki.

Hammerhead dedicó una mirada acusadora a Nihil, quien instintivamente retrocedió ante aquel ojo negro. Por el momento, huir no había entrado en los planes del Lich, pero estaba preparado para abandonarlo todo y escapar tan rápido como fuese capaz de levitar si aquel Goliat pedía ayuda a la Comandante Aldrich.

- Un idiota me ha dañado el casco- Explicó Hammerhead- Nada grave.

El canal de comunicaciones emitió un desagradable sonido de estática durante unos segundos, hasta que finalmente la voz de la Comandante en Jefe volvió a oírse.

- Lárgate de este lugar, Marcus. Quiero a emplearme a fondo y no puedo garantizar tu seguridad- Ordenó Satsuki, en un tono de voz aparentemente severo- Ya hablaremos más tarde sobre que lo que has hecho...

Tras escuchar aquellas palabras, Hammerhead dedicó una fugaz mirada hacia el sur, para a continuación dirigir de nuevo su cabeza hacia el casco que sostenía entre sus manos. A pesar de sus heridas, de estar aún en presencia de un enemigo formidable y de estar manteniendo una conversación relativamente tensa con su oficial superior, aquel supersoldado parecía estar bastante sereno. Era como si nada de aquello realmente le preocupase o le importase. Como si ya diera por sentada su propia victoria.

- De acuerdo, Satsuki- Se limitó a responder Hammerhead.

Tras confirmar aquella orden, antes de que el Goliat tuviera ocasión de añadir nada más, el canal de comunicación se cerró abruptamente. Nihil dirigió de nuevo su atención hacia el norte, donde la titán pareció haber perdido todo interés en el Comandante Hammerhead y en aquel momento procedía a descargar una onda telequinética cortante hacia el este con su cuchilla psiónica. Aquella proyección recorrió casi tres kilómetros por el campo de batalla, arrasando con todo a su paso y abriendo una enorme cicatriz en el paisaje de unos cincuenta metros de anchura. A continuación, tras desencadenar aquel cataclismo, la titán comenzó a caminar en aquella dirección, hacia el este, persiguiendo a las tropas de Phobos que desesperadamente trataban de retirarse. Con cada paso que daba, la Comandante Aldrich se alejaba más de ellos y parecía estar más absorta en aniquilar a aquellos miles de soldados que habían perdido la voluntad y el valor para luchar.

Ante aquella situación, Nihil no pudo evitar dibujar una sádica sonrisa en sus labios al mismo tiempo que volvía a dirigir la mirada hacia Hammerhead. Una orden telepática por su parte hizo que todos los zombis psiónicos que le quedaban diesen un paso al frente, cerrando ligeramente el círculo que habían formado alrededor de Hammerhead. Aquellos cadáveres reanimados aún sostenían cientos de granadas entre sus fríos y muertos dedos.

- Lo tienes muy claro, ¿verdad, Comandante Hammerhead?- Refunfuñó Nihil, con un tono de voz que rezumaba inquina- Dime, ¿cómo piensas salir de aquí exactamente?

Hammerhead se agachó una vez más para recoger del suelo su hacha antitanque. Aunque Nihil podría haber impedido sin más que recuperase su arma, el Lich no hizo nada al respecto, como simple acto de condescendencia. Aquel arma no le había salvado en su anterior enfrentamiento, y tampoco iba a servirle de nada si tenía en mente un segundo asalto, ahora que sus heridas eran cada vez más graves y su blindaje estaba mucho más dañado. Sin embargo, para sorpresa del Lich, Hammerhead se limitó a devolver aquel arma al soporte magnético que llevaba a la espalda para, a continuación, señalar con su mano derecha hacia el sur.

Antes de que Nihil tuviese ocasión de mirar hacia donde señalaba el Goliat, el atronador sonido de una ametralladora rotatoria de alto calibre se dejó oír desde menos de un kilómetro de distancia. De forma casi instantánea, una tormenta de balas comenzó a erradicar a todos sus esbirros. Aquellas enormes municiones atravesaban las armaduras de neomitrilo de sus soldados reanimados como si fuesen de papel, y hacían pedazos a aquellos zombis psiónicos como si se tratase de una picadora de carne. La ráfaga de disparos resultaba extremadamente calculada y milimétrica, evitando en todo momento afectar al Comandante de Deimos mientras erradicaba sistemáticamente todo lo que había a su alrededor. El campo de fuerza telequinético de Nihil recibió varios cientos de impactos en apenas unos segundos. Aquellas municiones, aunque pudiesen aniquilar a sus tropas, no resultaban suficiente para colapsar sus defensas psiónicas. Pocos segundos después, el artillero dejó de dispararle, al confirmar la inefectividad el arma.

Cuando Nihil logró alcanzar a ver desde dónde le atacaban, no tardó en divisar un enorme transporte aéreo de Clase Invader. Aquella aeronave, un diseño híbrido de Skyline Futuristics y la HEC, consistía en un enorme contenedor blindado de forma rectangular, de treinta metros de largo, seis de alto y ocho de ancho; capaz de transportar en su bodega a un centenar de soldados o una veintena de supersoldados, y hasta cuatro tanques Virus que podían colgar de unos acoples externos que la aeronave tenía en la parte de abajo. El Invader tenía un fuselaje de color negro, en el cual destacaban seis enormes motores VTOL distribuidos a lo largo de su parte superior. A diferencia de otras aeronaves que llevaban un revestimiento de oricalco para aumentar su resistencia ante el armamento antiaéreo láser, el Invader priorizaba el blindaje por encima de la movilidad, y estaba construido casi por completo de aquel material a pesar del notable aumento de peso. Bajo el fuselaje, dos torretas Chimera se encargaban de proteger a aquel transporte de las amenazas terrestres, mientras que una serie de ametralladoras situadas en el frontal y en la parte trasera se encargaban de proporcionar apoyo antiaéreo, aunque por lo general los Invader confiaban en ser escoltados por los cazas Hornet para lograr alcanzar su objetivo. Sin embargo, incluso sin su escolta, un Invader resultaba sorprendentemente difícil de derribar para un aeronave de semejante tamaño y tan limitada velocidad. Incluso aunque se atacase la cabina frontal de la aeronave, aquel punto débil era capaz de soportar un intenso castigo por parte del fuego antiaéreo antes de que el piloto corriese peligro.

- ¡De eso nada!- Gritó Nihil a pleno pulmón- ¡Vas a ver lo que hago con tus refuerzos!

No importaba que aquellas ametralladoras hubiesen acabado con sus tropas. Él era un nigromante psiónico, y se encontraban en un inmenso campo de batalla. Tenía todas las tropas que necesitase a su disposición. Nihil ganó algo de altura con su levitación, alzándose hasta quedar a unos diez metros sobre el nivel del suelo. A continuación, emitió una onda telepática de largo alcance que alcanzó y reanimó a cientos de soldados de Phobos muertos. En pocos segundos, un nuevo ejército bajo sus órdenes acababa de alzarse, a poco menos de un kilómetro hacia el norte. Tan pronto como aquellos soldados se volvieron a poner en pie, todos y cada uno de ellos comenzaron a dirigirse hacia el sur, mientras buscaban a su paso cualquier clase de armamento antiaéreo que pudieran utilizar. Antes de que pasase un minuto, una buena parte de sus nuevos zombis psiónicos ya había logrado hacerse con algún cañón de riel portátil, habían encontrado algún Stormfront que funcionase o estaban operando un emplazamiento de artillería antiaérea. Nihil se relamió con sadismo antes de transmitir la orden a todas sus tropas de concentrar el fuego de todas sus armas en el Invader enemigo que se acercaba desde el sur.

En apenas un segundo, una nueva tormenta de disparos comenzó a tener lugar. Cientos de municiones antiaéreas y proyectiles de cañón de riel trataron de alcanzar el Invader, pero ninguno llegó a entrar en contacto con su fuselaje. Los explosivos detonaron con violencia a varios metros de la aeronave, sin afectarla, y los proyectiles sin carga explosiva de los cañones de riel se hicieron pedazos contra el campo de fuerza telequinético que rodeaba al Invader. Nihil apretó los dientes de rabia mientras observaba cómo aquel vehículo comenzaba a aterrizar a poco más de cincuenta metros de donde se encontraban, con total impunidad.

- No...- Murmuró Nihil, frustrado- No lo permitiré...

Nihil dirigió la mirada de nuevo hacia Hammerhead, que había comenzado a caminar, con cierta dificultad debido a sus heridas, en dirección hacia el punto de aterrizaje de aquella aeronave. Sin dedicarle un segundo pensamiento, el Lich se apresuró a proyectar una potente fuerza telequinética aplastante contra el Goliat; no iba a permitir que se largase de allí sin más. Aunque el combate telequinético directo no era su especialidad, Nihil era sobradamente capaz de hacer pedazos a aquel otro supersoldado antes de que lograse abandonar el campo de batalla. Sin embargo, cuando su ataque telequinético alcanzó a su objetivo, todo el terreno a su alrededor recibió las consecuencias del impacto de aquella proyección de fuerza cinética; a excepción de un radio de tres metros alrededor del Goliat. El terreno a su alrededor se hundió notablemente, y el mar de cadáveres ametrallados que había a sus pies salpicaron sangre en todas direcciones cuando aquella fuerza aplastante hizo chapotear todos aquellos irreconocibles restos humanos. Sin embargo, el Goliat continuó caminando con total impunidad; alguien estaba proyectando también un campo de fuerza a su alrededor. Con los puños cerrados y los labios temblándole de pura inquina, Nihil dedicó una mirada de odio hacia aquel vehículo de transporte, que finalmente logró tomar tierra.

La compuerta lateral derecha del Invader comenzó a abrirse, mostrando una abertura de cinco metros de ancho y desplegando una rampa que llegó hasta el fangoso suelo de aquel terreno. Un grupo de cuatro soldados de Clase Terror de Deimos se apresuró a desembarcar, mientras apuntaban con sus rifles hacia Nihil y comenzaban a formar un perímetro alrededor de la rampa. A continuación, una supersoldado de Clase Banshee vestida con un uniforme de oficial y un soldado de Clase Infierno comenzaron también a desembarcar. Cuando llegaron al final de la rampa, la Banshee comenzó a levitar mientras mantenía sus ondulantes tentáculos lejos de aquel mugriento suelo y se apresuró a dirigirse en dirección hacia el Goliat, mientras el soldado de Clase Infierno la seguía con cierta dificultad, hundiendo las botas de su armadura en el barro.

- No te imaginas cuánto me alegro de verte, Irina- Saludó Hammerhead.

Persephone se apresuró a recorrer los últimos metros que la separaban de Hammerhead y, cuando lo alcanzó, se apresuró a aferrarse al Goliat y darle un abrazo que hizo crujir sus placas de blindaje. Aquellos afilados dedos quitinosos arañaron profundamente aquellas placas de armadura de oricalco de forma accidental, aunque no fuese su intención hacerle daño al Goliat. Hammerhead sintió una nueva punzada de dolor a causa de la presión, y se apresuró a empujar gentilmente a la Banshee con ambas manos, para indicarle que le estaba haciendo daño. Persephone se sobresaltó al darse cuenta y se apresuró a soltar a Hammerhead, para a continuación retroceder y quedarse a un par de metros del Goliat, mientras paseaba la mirada por sus heridas. Sus ojos negros y rojos aún seguían llorosos, y sus dos corazones le latían a mil por hora. Le aterrorizaba pensar que no lograsen llegar a tiempo y el Comandante Hammerhead muriese por su culpa.

Los labios de Persephone temblaron levemente, pero la propia Banshee hizo su mayor esfuerzo por mantenerlos sellados. Le frustraba no poder hablar. Ardía en deseos de hacerle demasiadas preguntas a aquel otro supersoldado, pero ni siquiera podía preguntarle cómo se encontraba ni disculparse por haberle hecho daño sin golpearle con una corriente telequinética potencialmente letal. Cuando el Comandante Krieg le ordenó llevar a cabo aquella evacuación, Persephone abandonó apresuradamente la base con lo puesto, sin ni siquiera cambiarse de ropa y ponerse su equipo de combate. No se había traído ningún rotulador ni ninguna libreta, y no tenía forma de comunicarse con nadie en aquel momento.

- Tenemos que salir de aquí- Dijo Hans a su espalda- Es cuestión de tiempo que...

- ¡Nadie va a salir de aquí!- Gritó Nihil, desde arriba.

Una nueva corriente de fuerza telequinética arremetió contra el terreno, hacia abajo. De nuevo, solo el campo de fuerza psiónico que Persephone proyectaba impidió que ella, su asistente y el Comandante que trataba de evacuar se convirtiesen en una mancha roja en el suelo. Persephone dirigió una mirada angustiada al Lich que levitaba frente a ellos.

- ¡Dos Comandantes de Deimos en el mismo lugar!- Vociferó Nihil- ¿Creéis que os voy a dejar escapar sin más?

Persephone frunció el ceño y su rostro comenzó lentamente a adoptar una expresión molesta, mientras la mirada de sus ojos negros y rojos se clavaba en aquellos orbes blancos del Lich. Sin que la Banshee se diera cuenta, sus quitinosos dedos habían comenzado a emitir un característico sonido de chasquido a medida que empezaron a temblarle las manos. No quería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero no se le ocurría ninguna otra opción. Ni Hans ni Hammerhead tenían ninguna oportunidad contra aquel enemigo, y las armas del Invader tampoco servirían de nada. No sería capaz de ponerlos a salvo si aquel Lich seguía insistiendo en atacarles con todo lo que tenía. Solo había una forma en la que ella pudiera solucionar aquel problema.

Respirando hondo y reuniendo toda la fuerza de voluntad de la que fue capaz de hacer acopio, Persephone dio un tirón del brazo a Hammerhead y le hizo una clara señal mientras se interponía entre él y Nihil. Hammerhead asintió y dejó escapar una leve risa, mientras comenzaba a caminar lentamente hacia la rampa del Invader. En su camino hacia la aeronave, el Goliat agarró del brazo a Hans, quien opuso resistencia a la orden de retirada y tuvo que ser llevado casi a rastras mientras forcejaba; incapaz de aceptar la idea de que estaban a punto de dejar atrás a Persephone y evacuar la zona sin ella.

- ¡Irina, no!- Gritó Hans, angustiado- Es un Lich...

- Y ella es una Banshee- Le interrumpió Hammerhead, mientras lo arrastraba por la rampa del Invader- Los dos son monstruos. Deja que se diviertan.

Persephone dedicó un momento a mirar hacia atrás, y cuando confirmó que la compuerta del Invader se cerró y aquellos motores VTOL comenzaron a elevar la aeronave, la Banshee dejó escapar un largo suspiro. A continuación, Persephone dirigió de nuevo la mirada al frente y observó cómo Nihil comenzaba a reducir la altura de su levitación hasta situarse a su mismo nivel, con apenas unos treinta metros de separación entre ambos.

Ante aquella situación, Nihil dejó salir una enloquecida risa. La Comandante Persephone en persona lo desafiaba a un enfrentamiento directo. La reputación de aquella mujer la precedía y, a diferencia del Comandante Hammerhead, no destacaba precisamente por sus agallas ni su presencia en la vanguardia. Aquello no cambiaba realmente la situación. Los transportes de Clase Invader no brillaban precisamente por su velocidad. Podía eliminar a la Comandante Persephone y luego perseguir al Invader para reclamar la cabeza de Hammerhead. Aquella noche, tenía el potencial de acabar con dos de los Comandantes más importantes de Deimos. No importaba cuántas bajas hubiese causado la Comandante Aldrich; si aquella noche se saldaba con dos Comandantes de Deimos muertos, todos aquellos sacrificios habrían valido la pena. Con aquella actitud tan ilusa por su parte, aquella estúpida Banshee le había puesto la victoria en bandeja.

- De modo que... Así es como quieres hacer las cosas- Dijo Nihil, riendo entre dientes- Muy bien...

La Comandante Persephone esperó unos segundos más antes de responder, mientras trataba de calcular a qué distancia se encontraba el Invader escuchando el sonido de aquellos motores VTOL. Cuando estimó que debía encontrarse a algo más de doscientos metros, la Banshee finalmente movió los labios y utilizó su propia voz.

- Tú debes de ser Nihil, ¿verdad?- Preguntó Persephone, con un tono de voz ligeramente tembloroso- He oído hablar de ti...

Incluso a aquella distancia, Nihil se estremeció y retrocedió levemente ante aquella retumbante y poderosa voz. Sus oídos comenzaron a pitarle levemente, y se sintió momentáneamente aturdido. Ante aquella situación, el Lich se apresuró a reforzar la intensidad de su campo de fuerza psiónico, como un simple acto reflejo; aunque aquella acción no sirviera de mucho contra la voz de una Banshee. Sin embargo, aunque tuvo un mal presentimiento al respecto, Nihil se mantuvo firme y aguantó la mirada a Persephone, mientras sus labios seguían dibujando en su rostro aquella maliciosa sonrisa.

- Veo que mi reputación, me precede...- Respondió Nihil- Aunque... Tú puedes llamarme William Norton.

Persephone guardó silencio durante unos segundos. Debido a la maldición que era para ella su propia voz, no estaba acostumbrada a interactuar con casi nadie. Por un momento, había olvidado aquella vieja costumbre entre supersoldados de compartir sus nombres reales ante un aliado de confianza o ante un enemigo al que reconociesen como un digno oponente. Aunque Persephone no estaba acostumbrada a aquella peculiar forma de etiqueta y no estaba realmente segura de si realmente respetaba como adversario a aquel Lich, la Banshee se sentía demasiado incómoda no correspondiendo a aquel gesto.

- Irina Nephus- Se presentó a regañadientes Persephone.

- Muy bien, Irina... Eres todo un encanto, pero me temo que finalmente ha llegado tu hora- Respondió Nihil.

El característico sonido de las armas de fuego disparando no se hizo esperar cuando el Lich pronunció aquellas palabras. Miles de balas y disparos de cañón de riel comenzaron a asediar el campo de fuerza de Persephone. La Banshee dedicó un instante a examinar sus alrededores en busca de la fuente de aquellos disparos. Desde el otro lado de la trinchera que había tras el Lich, una interminable horda de cientos de soldados de Clase Terror se acercaba a ellos, mientras disparaban sus armas contra ella. Aunque Persephone sabía que se enfrentaba a un Lich, tardó unos instantes en darse cuenta de que todos aquellos hombres y mujeres eran en realidad cadáveres reanimados por aquel psíquico enemigo, y sintió un desagradable escalofrío al relacionar conceptos y descubrir la verdad.

Nihil observó con satisfacción cómo Persephone casi no reaccionaba ante aquella lluvia de plomo, atrapada por su propio miedo y sus propias inseguridades. Si lograba colapsar el campo de fuerza telequinético de aquella Banshee, podría ganar aquel combate en un solo movimiento. Sin dudarlo un segundo, Nihil se unió a sus propias tropas en aquel ataque y comenzó a proyectar una serie de corrientes telequinéticas punzantes contra Persephone. Aquel ataque, similar a unas lanzas psiónicas imperceptibles para el ojo humano, concentraba una mayor cantidad de energía cinética en un punto de impacto más pequeño, y resultaban extremadamente útiles para perforar un blindaje o atravesar las defensas telequinéticas de otro psíquico. Cuando sus lanzas comenzaron a arremeter contra el campo de fuerza de la Banshee, Persephone dibujó una pequeña mueca de dolor en su rostro mientras se esforzaba por mantener aquella defensa activa.

Como un simple acto reflejo, Persephone trazó un amplio movimiento de zarpazo horizontal con su mano izquierda. Aquellos movimientos físicos, aunque eran innecesarios, eran en realidad una técnica de ayuda a la concentración que aprendían todos los supersoldados psiónicos durante su entrenamiento. Era algo que se suponía que deberían dejar de hacer conforme comenzasen a dominar sus habilidades; una forma de que sus enemigos no tuviesen una referencia visual sobre qué estaban proyectando. Sin embargo, aquella era una mala costumbre que Persephone aún no lograba perder por completo en situaciones de tensión, debido a su falta de experiencia en combate. Acompañando al movimiento de su mano, su mente proyectó una amplia corriente telequinética cortante hacia delante. Cuánto más avanzaba aquella proyección de energía cinética, más amplio se iba volviendo el cono que formaba y mayor era el área que abarcaba. Al toparse en su camino con el campo de fuerza de Nihil, aquella barrera logró bloquear parte de la proyección, pero a ambos lados del Lich, la onda cortante siguió avanzando a lo largo de casi trescientos metros. Cuando aquella descomunal cuchilla de energía cinética se topó en su avance con aquella horda de zombis psiónicos, la mayoría aquellos cadáveres recibieron un corte horizontal que los separó en dos mitades a la altura del pecho; dejándolos también sin brazos en el proceso y, esencialmente, volviéndolos inútiles como marionetas para el nigromante que los controlaba. Tan solo una pequeña fila de aquellos soldados reanimados que había tenido la fortuna de que el campo de fuerza de Nihil actuase como cobertura para ellos se habían librado de recibir aquel mortífero ataque.

Nihil retrocedió instintivamente y, por un momento, sintió un ataque de pánico al sentir cómo cientos de sus esbirros caían de un solo ataque. Aunque las proyecciones cortantes no resultaban tan útiles como las perforantes a la hora de atravesar un campo de fuerza, el Lich pudo sentir una aguda punzada de dolor cuando bloqueó una parte de aquella proyección telequinética. Pese a tratarse de un ataque realizado sin pensar, como un mero acto reflejo, los resultados habían sido realmente devastadores contra su ejército personal. A pesar de su evidente falta de experiencia en combate real, aquella Banshee parecía ser extremadamente poderosa. En realidad, nadie sabía cuál era el verdadero potencial psiónico de Persephone, ya que Deimos no parecía contar con ninguna instalación de Prometheus Labs capaz de realizar un test telequinético. Había sido muy imprudente por su parte enfrentarse a aquella enemiga a ciegas, sin conocer su puntuación en el test. Subestimarla no era una opción que pudiese permitirse; especialmente después de ver cómo exterminaba a casi cuatrocientos de sus zombis psiónicos de un solo ataque.

Sabiendo que iba a necesitar más marionetas para poder mantener la presión sobre aquella Banshee, Nihil se apresuró a emitir otra onda telepática, con todo el alcance que fue capaz de abarcar. A varios kilómetros hacia el norte, el Lich encontró un auténtico filón en bruto. Miles de cadáveres frescos, sepultados bajo un gran corrimiento de tierra y muertos por asfixia, con casi todos sus miembros aún unidos a sus cuerpos y casi todas sus armas y armaduras intactas. Un auténtico tesoro cuya existencia irónicamente debía agradecer a la Comandante Aldrich. Tan solo tenía que reanimarlos y sacarlos de allí con la ayuda de otros zombis psiónicos. Pronto tendría uno de los mayores ejércitos que jamás había tenido la ocasión de controlar. Tan solo tenía que ganar algo de tiempo y retroceder hacia un terreno más favorable.

- No está mal, Irina...- Elogió Nihil, con sarcasmo, intentando no parecer impresionado por aquel ataque.

Persephone aprovechó que recibía muchos menos disparos en aquel momento, y comenzó a avanzar levitando en dirección hacia Nihil. No tenía sentido dirigir más ataques contra aquellos soldados reanimados mientras su campo de fuerza no estuviese en peligro de colapsarse. Si lograba acabar con el Lich, todos aquellos cadáveres volverían a desplomarse y a retomar el descanso final que les correspondía y les había sido negado. Nihil no pasó por alto aquel intento de acercamiento por parte de Persephone, y se apresuró a retroceder tan rápido como pudo levitar. Contra una Banshee, las distancias cortas siempre eran una mala idea; aquella supersoldado podría terminar aquel enfrentamiento de un solo grito si lograba acercarse lo suficiente. En lugar de permitir que aquello sucediera, Nihil se desplazó otros cincuenta metros hacia el norte y comenzó a lanzar telequinéticamente a los más de quinientos soldados reanimados que le quedaban al otro lado de aquella trinchera, que no podían cruzar por sí mismos. Aunque eran muchos, podía ayudarlos a cruzar si proyectaba una corriente telequinética lo bastante ancha, sacrificando una potencia de empuje que realmente no necesitaba y asumiendo que una pequeña parte de sus marionetas probablemente se romperían en el proceso. Sin embargo, eran un sacrificio asumible con tal de conseguir un mejor posicionamiento, manteniéndose detrás de sus tropas en lugar de delante y permitiéndoles a ellos lidiar con la Comandante Persephone mientras él repartía instrucciones telepáticas y llevaba a cabo su plan unos kilómetros más al norte.

Persephone dejó de avanzar cuando observó cómo el Lich se alejaba apresuradamente de ella y una nueva oleada de casi quinientos muertos vivientes que habían sobrevivido a su primer ataque comenzaba lentamente a rodearla y volvía a apuntar sus armas contra ella. Aquellos cadáveres no eran simples autómatas carentes de organización y estrategia; resultaba evidente que estaban siguiendo instrucciones complejas por parte de su amo. Aunque un primer grupo de unos cien de ellos habían comenzado a disparar para mantenerla ocupada, la mayoría de aquel ejército de zombis psiónicos habían comenzado a correr para realizar maniobras de flanqueo. Persephone interpretó al instante la estrategia que el Lich les estaba ordenando a aquellos títeres. En lugar de concentrar todos sus ataques en la parte frontal de su campo de fuerza, estaban tratando de atacar desde varios puntos, para impedirle que pudiera mantener su barrera activa reforzando tan solo la parte frontal. Quizás ella no tuviera tanta experiencia en el campo de batalla como otros supersoldados, pero Persephone había pasado los diez últimos años de su vida bajo un asedio constante de un ejército mucho más numeroso que el suyo. Aquella clase de tácticas no eran nada nuevo para ella.

Antes de permitir que aquellos soldados reanimados comenzasen a disparar a su campo de fuerza desde varios ángulos diferentes, Persephone se apresuró a considerar sus opciones y dirigió una última vez la mirada hacia detrás. El Invader de Deimos ya se encontraba a algo más de dos kilómetros de distancia, hacia el sur. Aquello significaba que por fin podía empezar a utilizar su mejor arma sin miedo a derribar ella misma la aeronave que trataba de proteger. Tras confirmarlo, la Banshee inhaló hondo y llenó todo lo que pudo sus pulmones, para a continuación emitir un largo y desgarrador alarido con todas sus fuerzas; un grito que llevaba mucho tiempo guardando en su interior y deseando poder dejar salir al exterior.

La voz de Persephone se propagó en ángulo de trescientos sesenta grados a su alrededor, convirtiéndola a ella en el epicentro de un brutal terremoto de sonido que estremeció todo cuánto se encontraba a su alrededor. De forma casi instantánea, un pequeño cráter de unos veinte metros de radio y al menos diez de profundidad comenzó a formarse bajo Persephone, mientras un gran número de fisuras en el terreno comenzaban a abrirse y extenderse a lo largo de cientos de metros. La tierra retumbó, como si se tratase de un verdadero seísmo, provocando miles de explosiones a su espalda a medida que los campos de minas que había al sur comenzaban a detonar conforme se propagaban las ondas de sonido a través de ellos. Las barreras antitanque se vieron arrastradas por la corriente y salieron despedidas cientos de metros en dirección opuesta a Persephone, como si se tratase de enormes proyectiles de oricalco. Las paredes de la trinchera que había frente a ella se desmoronaron a causa del seísmo, provocando una serie de corrimientos de tierra y derrumbes que provocaron el colapso de casi trescientos metros de aquella profunda zanja en el terreno. Para cada uno de aquellos quinientos zombis psiónicos que recibieron aquella onda de sonido y aquella proyección telequinética que actuaba como eco, el efecto fue el equivalente a ser atropellados por un tren de mercancías desbocado. Las armaduras de neomitrilo se fragmentaban en mil pedazos como si se tratase de una frágil cáscara que cubría la viscosa pulpa roja de su interior. La sangre salpicaba en partículas tan finas, que prácticamente parecía tratarse de una nube de vapor rojizo, y la carne se convertía en una masa uniforme de color carmesí; imposible siquiera de que aquello se pudiese distinguir como restos humanos.

Persephone respiró hondo tras emitir aquel devastador alarido, tratando de recuperar el aliento. Mientras jadeaba, la Banshee miró nerviosamente a su alrededor. En apenas un segundo, todo cuánto la rodeaba había desaparecido sin más. El propio paisaje había cambiado a causa de su devastador grito. El terreno tenía el aspecto de haber sido intensamente bombardeado, y todas las tropas enemigas que la rodeaban se habían convertido en un inmenso charco de fango rojizo y un sinfín de pequeños trozos de neomitrilo. Incluso la trinchera que había frente a ella se había colapsado; y con ella probablemente también lo habrían hecho algunas de las instalaciones subterráneas conectadas a aquella zanja en el terreno. Contemplar aquella devastación hizo que la propia Persephone sintiera de nuevo un escalofrío. Se sentía sucia tras haber hecho algo así. Aquella era su voz; la cosa que más temía en el mundo. Aquello era lo que sucedería si alguna vez gritaba mientras estaba en su base, rodeada por sus compañeros. Todo desaparecería, y todos morirían de aquella forma tan despiadada. Por mucho que le repetían una y otra vez que aquel poder era algo por lo que debía sentirse agradecida, Persephone no se sentía capaz de agradecer aquello. Por más que lo intentaba, no lograba sentirse agradecida de que la hubieran convertido en un arma incapaz de vivir una vida normal cuando no había nada que destruir. En lugar de sentirse aliviada por haberse librado de aquella forma de todos los enemigos que la rodeaban, una sensación de angustia se apoderó de Persephone, que nuevamente comenzó a temblar.

Tras continuar respirando hondo y dedicar un momento a tratar de calmarse, y recuperar la compostura, Persephone se apresuró a dirigir de nuevo la vista al frente y tratar de localizar a su oponente. Por un momento, casi había llegado a olvidarse de la presencia de Nihil. La Banshee aumentó la altura de su levitación y comenzó a avanzar hacia el norte, pasando de largo el lugar donde unos segundos atrás había estado la trinchera que acababa de destruir y adentrándose más en el territorio de Phobos, en busca de algún indicio de dónde podría estar aquel Lich. Aunque Persephone se mantenía alerta y continuaba manteniendo activo su campo de fuerza, el terreno frente a ella parecía estar libre de amenazas. En el horizonte, a unos seis o siete kilómetros de distancia, Persephone alcanzaba a distinguir a la Comandante Aldrich, que aún continuaba diezmando a las tropas de Phobos mientras todos aquellos soldados trataban desesperadamente de abandonar el campo de batalla. La Banshee prestó atención a lo que hacía la titán durante unos segundos, pero en seguida no tardó en apartar la mirada de aquel cruento espectáculo. Después de su propia voz, la Comandante Aldrich era la segunda cosa que Persephone más temía en el mundo, y aquella escena era un claro recordatorio de por qué aquel miedo que sentía hacia ella estaba bastante justificado. Aquella fuerza imparable, aquel implacable motor de muerte y destrucción, era lo que la disuadía de coger un día a su asistente Hans y huir con él fuera del territorio de Deimos, para no volver jamás.

- Hija de puta...- Gruñó una voz cercana que Persephone logró reconocer.

La Banshee se sobresaltó al escuchar aquel insulto, y en seguida logró determinar la procedencia de aquella voz y encontrarse de nuevo con su oponente. A nivel del suelo, unos veinte metros más al norte de donde ella se encontraba, la siniestra figura del Lich comenzó lentamente a incorporarse y volver a levitar tras haber sido derribado por aquel terremoto de sonido. Aunque el campo de fuerza del Lich había logrado frenar una parte de la onda telequinética que había proyectado el grito, resultaba evidente que sus defensas no habían logrado resistir y se habían acabado por colapsar sin detener por completo el ataque. El rostro de Nihil se encontraba ensangrentado, y aquel fluido carmesí manaba de una herida en la parte izquierda de su cráneo, de su boca y de sus cuencas oculares. Sus ojos, antes completamente blancos, en aquel momento se encontraban enrojecidos e inyectados en sangre. Su brazo izquierdo se encontraba doblado en un ángulo imposible, con la articulación visiblemente fracturada. Aquella larga melena blanca se encontraba despeinada, enmarañada y ensangrentada. Su indumentaria también había resultado dañada por aquella corriente telequinética que se lo había llevado a rastras; su hombrera se había partido, y su gabardina estaba hecha jirones. Aunque obviamente no era capaz de apreciarlo a simple vista, Persephone estimaba que el Lich probablemente debía de estar sufriendo un gran número de hemorragias internas y muchos otros huesos aparte de su brazo y su cráneo debían de haberse fracturado. Pese a todas las heridas y al intenso dolor que sentía, Nihil se estremecía de furia a medida que volvía a elevarse levitando y retrocedía con prudencia para alejarse de la Banshee antes de que aquello se repitiera.

A pesar de tratarse de un enemigo, el primer impulso que tuvo Persephone al contemplar su demacrado aspecto fue llevarse sus quitinosas manos a la boca para impedir que se le escapase un pequeño grito de sorpresa. De forma casi refleja, miró a su alrededor en busca de alguno de sus cuadernos, para apresurarse a garabatear en sus páginas una disculpa. Sin embargo, no encontró ningún cuaderno ni ningún rotulador en aquel horrible lugar en el que se encontraba. Tampoco debía disculparse de aquel hombre por haberle hecho daño, por mucho que no pudiera evitar sentirse horrorizada por lo que su voz le había hecho a aquel enemigo. Aquello era lo que se suponía que ella debía hacer, aunque tan solo con contemplar a su oponente volvieran a saltársele las lágrimas y volviese a sentirse sucia. Para eso era para lo que la habían convertido en una Banshee.

Persephone apartó la mirada de Nihil, incapaz de mirarle directamente a su ensangrentado rostro, y en su lugar clavó la vista en el suelo. Aunque aquel hombre era un enemigo, y matarlo implicaría una victoria, Persephone odiaba que la pusieran en aquella clase de situaciones. Dirigir a las tropas desde su búnker de mando resultaba sencillo. Todos los enemigos no eran más que puntos rojos, y si ella hacía bien su trabajo, los puntos rojos desaparecerían de su mapa holográfico. Sin embargo, cuando le tocaba entrar en combate, podía mirar a uno de aquellos puntos rojos a la cara y ver lo que realmente implicaba hacerlo desaparecer del mapa. Odiaba aquellos momentos y trataba de evitarlos de cualquier forma que se le ocurriera. En aquella situación, solo quería dar media vuelta, volver a su búnker de mando y volver a encerrarse en aquella habitación de los niveles inferiores donde había pasado las últimas semanas.

- Por favor... Dejémoslo aquí...- Suplicó Persephone, bajando el tono de su voz todo lo posible, para intentar que no resultase muy dañino- Deja que me vaya. No quiero hacer esto...

Incluso a pesar del dolor que sentía, Nihil apretó los dientes de rabia al mismo tiempo que dejaba salir una nueva risa enloquecida, escupiendo varias bocanadas de sangre en el proceso.

- ¿Crees que necesito tu lástima?- Preguntó Nihil, exteriorizando la ira y el resentimiento que sentía en cada sílaba que pronunciaba- Esto no ha terminado.

Nihil extendió el brazo que aún podía mover, y mostró a su enemiga en qué había mantenido ocupada su capacidad de procesamiento mental durante los últimos minutos. Aquel era el fruto de todas las órdenes telepáticas que había estado repartiendo. A menos de un kilómetro de distancia, desde el norte, se acercaba avanzando a marchas forzadas un gigantesco ejército de zombis psiónicos. Casi diez mil soldados de Clase Terror reanimados; los cuales portaban, además de sus rifles de asalto de alto calibre, todo el armamento pesado y todos los cañones de riel que habían sido capaces de recuperar. Incluso una columna de catorce tanques Virus que aún funcionaban se aproximaba en dirección hacia ellos, tripulada por aquellos autómatas carentes de voluntad.

La Comandante Persephone observó con horror aquella inmensa fuerza de ataque que el Lich había reunido y que en aquel momento se acercaba hacia su posición. Eran demasiados, incluso para ella. Si todas aquellas armas la tomaban como objetivo, su campo de fuerza se colapsaría al instante y ella se convertiría en una nube roja cuando todos aquellos miles y miles de proyectiles la redujesen a pulpa de carne antes de que su cadáver fuese capaz de tocar el suelo. Mientras observaba el implacable avance de aquel ejército a través del devastado campo de batalla, una intensa sensación de miedo y angustia volvía a apropiarse de ella. Lentamente, Persephone alzó la vista y volvió a dedicarle una suplicante mirada a Nihil, mientras sus antinaturales ojos seguían llorando y sus labios le temblaban.

- Por favor, William...- Insistió Persephone, con voz temblorosa.

- ¡Ya no hay vuelta atrás!- Gritó Nihil, mientras sus ensangrentados labios se esforzaban por volver a dibujar una siniestra sonrisa.

Persephone volvió a dirigir una mirada angustiada a las tropas que se le acercaban implacablemente. Aunque aún había casi quinientos metros de distancia entre ella y aquellos zombis psiónicos, los más cercanos ya estaban comenzando a disparar. Pese a la cuestionable puntería que aquellos cadáveres reanimados solían tener, cuando miles de ellos comenzaron a abrir fuego con sus armas, el campo de fuerza psiónico de la Banshee comenzó a detener los primeros proyectiles. Era solo cuestión de tiempo que el asedio se intensificase, hasta que finalmente lograsen atravesar sus defensas. En aquella circunstancia, muy a su pesar, solo había una cosa que Persephone pudiese hacer.

- Lo siento...- Se disculpó Persephone, mirando por última vez a Nihil a la cara.

Incapaz de quitarse aquella mala costumbre, la Banshee movió su temblorosa mano derecha y apuntó directamente a Nihil con el que sería su equivalente al dedo índice. A continuación, guiada por aquel movimiento, su mente proyectó una potente lanza psiónica dirigida directamente contra el Lich. Aunque Nihil también se protegía con su propio campo de fuerza, la diferencia de potencial telequinético entre ambos era demasiado elevada. Aquella proyección de fuerza cinética extremadamente concentrada por parte de Persephone colapsó su campo de fuerza al instante y atravesó por completo el torso del Lich, abriendo en él un enorme orificio de veinte centímetros de diámetro en el centro de su pecho, a pesar de la placa pectoral de blindaje que llevaba bajo la gabardina.

Tras recibir aquel ataque, Nihil retrocedió unos metros en el aire a causa de la fuerza del impacto y se encogió ligeramente, inclinando su cuerpo hacia delante. Sus vacíos ojos blancos dedicaron una última iracunda mirada a Persephone, justo antes de que finalmente el Lich se desplomase y cayera contra el suelo como un peso muerto desde casi veinte metros de altura. Cuando su líder cayó en combate, toda aquella inmensa horda de cadáveres reanimados comenzó a desplomarse también, como en una especie de macabro efecto dominó. En pocos segundos, conforme iban perdiendo la señal telepática que los controlaba, todos aquellos zombis psiónicos volvieron a ser simples cadáveres tirados sobre el cieno.

Persephone permaneció inmóvil durante casi un minuto, con su temblorosa mano aún señalando hacia el lugar donde se había encontrado Nihil. La mano no era lo único que le temblaba. También sus labios no podían parar de vibrar, y sus largos tentáculos no paraban de ondularse, retorcerse y estremecerse. Sus dos corazones latían con tanta intensidad que parecía que toda su caja torácica estuviese a punto de estallar desde dentro. Su respiración estaba muy acelerada. Al final, lo había hecho; una vez más, había hecho desaparecer el punto rojo en el mapa.

Tras dedicar un instantea respirar hondo y tratar de normalizar su respiración y su pulso, Persephonese esforzó por volver a la realidad. Tenía un gran número de sentimientosconflictivos que se apoderaban de ella. Se sentía mal por lo que le había hechoa Nihil, pero al mismo tiempo se alegraba de haber podido salvar a Hammerhead.Odiaba lo que había hecho, pero al mismo tiempo le preocupaba lo que habríasucedido si ella no hubiera estado allí para hacerlo. Sin embargo, aquel no erael momento de detenerse a hacerse a sí misma todas aquellas preguntas. Aún seencontraba en el territorio de Phobos. Rápidamente, Persephone comenzó adesplazarse hacia el sur, tan rápido como era capaz de levitar, alcanzando enpocos segundos su velocidad punta de unos ochocientos kilómetros por hora. Noquería quedarse ni un segundo más de lo necesario en aquel lugar. Si sequedaba, algún enemigo más podría acabar encontrándola; y no quería tener quematar a nadie más aquella noche.

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