Capítulo 3

Hans observó con cierta apatía cómo nuevos indicadores rojos aparecían en el mapa holográfico de la sala de estrategia. La situación táctica se actualizaba en tiempo real, conforme los equipos sobre el terreno informaban a la base de sus propios movimientos en el campo de batalla y señalaban cualquier actividad enemiga que fuesen capaces de detectar. Durante una escasa fracción de tiempo, las tropas de Deimos habían sido las que habían avanzado contra las posiciones de Phobos, atacando varias fortificaciones en un total de treinta y dos puntos que ilusamente habían considerado "vulnerables". Aquellos asaltos habían provocado que Deimos perdiese a más de cuarenta mil efectivos en apenas diez minutos, y el efecto de lanzar aquella ofensiva contra las defensas de Phobos había sido el mismo que patear un avispero. Ante aquella provocación, el Comandante Ironclaw había contratacado sin dudarlo, enviando una oleada tras otra de tropas contra aquella posición. Realmente parecía dispuesto a cumplir sus amenazas y tomar el búnker de mando de Deimos aquella misma noche. El mapa holográfico estaba cubierto de puntos rojos que se aproximaban desde el norte, y aunque las tropas de Ironclaw ya habían asumido más de cien mil bajas, la intensidad de su ataque no aminoraba lo más mínimo. Parecía dispuesto a sacrificar hasta el último soldado con tal de reventar el búnker de mando de Deimos aquella misma noche.

Un peculiar sonido de golpeteo hizo que Hans apartase finalmente la mirada de aquellos indicadores rojos. Frente a él, la Comandante Persephone permanecía inclinada junto al mapa, con la afligida mirada de sus ojos negros y rojos perdida en aquella información táctica, estremeciéndose cada vez que nuevos escuadrones enemigos eran detectados y cada vez que uno de los indicadores de tropas aliadas se desvanecía. Sus quitinosos dedos, que habían permanecido apoyados sobre el metal de aquella mesa que proyectaba el mapa holográfico, habían comenzado a temblar. Aquella Banshee parecía estar al borde de las lágrimas. Por más que se había esforzado en gestionar los recursos que Deimos había puesto a su disposición, y por más que había logrado con lo poco que tenía, aquello nunca parecía ser suficiente. Phobos siempre tenía más tropas con las que reponer sus bajas, y el Comandante enemigo siempre era capaz de desplegar un arma más mortífera que las que ya la habían estado atosigando durante los últimos años. Todos sus esfuerzos siempre resultaban demasiado insignificantes en comparación con el problema que todos esperaban que ella, de algún modo, fuese capaz de resolver.

Hans no podía evitar sentir lástima por aquella atormentada criatura. Por más que los años pasasen, Persephone seguía siendo la misma niña psíquica asustada a la que veinte años atrás Deimos arrancó por la fuerza de su hogar y su familia para convertirla en un monstruo en contra de su voluntad. Un monstruo sobre el que, al menor indicio de algo de talento, la organización no dudó en depositar demasiadas responsabilidades. Saltaba a la vista que ella estaba al borde del colapso y no aguantaba más aquella situación. Si la misma historia hubiese tenido lugar dentro de Phobos, quizás aquella Banshee habría dispuesto de los recursos y el personal para llevar a cabo algunas campañas exitosas y haberse convertido con el tiempo en una Comandante de cierto renombre. Quizás incluso podría haber resuelto con el tiempo sus problemas de baja autoestima y sus recurrentes ataques de pánico. Sin embargo, había tenido la mala suerte de haber nacido en el territorio de la facción que, eventualmente, iba a perder aquella guerra; y Deimos la había obligado a sentarse en la primera fila a contemplar aquel macabro espectáculo.

- ¿Estás bien, Irina?- Preguntó Hans, pese a conocer la respuesta.

Como si acabase de salir de un trance, Persephone se sobresaltó ante la voz de su asistente y miró a Hans como si hubiese olvidado que aquel hombre estaba en la habitación con ella. La Banshee apartó sus temblorosas manos de la mesa metálica, poniendo fin a aquel molesto sonido de golpeteo. Tras dudar unos segundos, mientras aún mantenía el contacto visual con los ojos de su asistente, Persephone se mordió los labios en un intento de que también dejasen de temblarle, y a continuación negó con la cabeza. El bloc de notas que la Banshee había dejado junto a ella, sobre la mesa, comenzó a levitar hasta situarse entre ella y Hans, flotando en el aire sobre el mapa holográfico, mientras aquellos rotuladores se dirigían también levitando hacia él.

- Estoy preocupada por Marcus- Escribió Persephone.

Hans suspiró al leer aquellas palabras. Él, en realidad, no compartía aquella preocupación; no porque confiase en la tenacidad de aquel supersoldado, sino porque no le importaba lo más mínimo si un disparo del cañón Armagedón del tanque enemigo lo convertía en una mancha roja en el suelo. Aunque todos a su alrededor actuasen como si Hammerhead fuese un miembro valioso de Deimos, lo cierto era que los Goliats con más sed de sangre que cerebro nunca habían sido realmente un recurso escaso. Cualquier otro de aquellos salvajes podría embutirse dentro de aquella armadura, blandir aquel hacha y dar aquellas mismas órdenes carentes de sentido. Los resultados probablemente no serían muy diferentes. Sin embargo, aunque Hans no tuviese en nada de estima a Hammerhead, la Comandante Persephone sí que había demostrado a lo largo de los años sentir una gran admiración por aquel Goliat. Quizás lo que Persephone envidiase fuese su larga experiencia como Comandante, o quizás fuese su incapacidad para sentir miedo alguno ante un destino incierto y poco optimista. Cualquiera que fuese el motivo, la temeridad que estaba llevando a cabo aquel insensato se había sumado a la larga lista de preocupaciones de la Comandante Persephone. Aunque lo hiciese con cierta mala gana, Hans se apresuró a pronunciarse al respecto, intentando parecer más convencido de lo que realmente lo estaba de sus propias palabras mientras las pronunciaba.

- El Comandante Hammerhead estará bien, no tienes que preocuparte por él- Mintió Hans- Lleva más de un siglo haciendo esto. Estoy seguro de que habrá pasado por cosas mucho peores.

Persephone intentó sonreír ante aquellas palabras, pero sus labios continuaron temblando cuando dejó de mordérselos y solo logró que su boca formase una mueca confusa cuando intentaba transmitir firmeza y seguridad. Consciente de que no lo estaba logrando, la Banshee relajó los músculos de su rostro y dejó que sus labios continuasen temblando levemente con total libertad. No tenía sentido ocultarlo, estaba asustada y todos en la base lo sabían. Había intentado transmitir serenidad a su asistente para que no tuviese que preocuparse por ella, pero lo cierto era que no tenía la suficiente fortaleza mental como para guardar la compostura. Sus decisiones estratégicas no eran malas, había logrado, dentro de lo posible, estabilizar aquella situación. Había redistribuido algunas tropas, había mandado trasladar algunos emplazamientos de armas pesadas, había realizado una serie de demoliciones en puntos clave de la red de trincheras y había redireccionado de esa forma el avance de las tropas de Phobos. El ratio de bajas aliadas respecto a las bajas enemigas estaba lentamente decantando la balanza a favor de las posiciones defensivas de Deimos. Sin embargo, debido a la abrumadora diferencia de fuerza entre ambos bandos, el resultado final era algo que no podía prever. El miedo se apoderaba de ella y, pese a ser una Comandante de Deimos, se mostraba constantemente como alguien débil ante sus propias tropas. De no haber sido ella una Banshee, Persephone estaba segura de que ya habría sufrido más de un motín y que seguramente algún Goliat o incluso alguno de sus líderes de escuadrones humanos habría intentado arrebatarle su puesto. Aquella era otra de las razones por las que se encerraba en aquella sala de estrategia, tras aquella compuerta blindada, y apenas lograba conciliar el sueño mientras permanecía allí encerrada, atenta a cualquier sonido que pudiera indicarle que alguien trataba de forzar la compuerta de entrada.

Consciente de que sus falsas palabras amables no lograban aliviar las preocupaciones de la Comandante, Hans decidió quitarse aquella máscara de confianza y camaradería para enfocar el asunto desde otra perspectiva más realista. El asistente frunció el ceño mientras apoyaba ambas manos sobre la mesa y se inclinaba sobre ella, acercándose ligeramente a la Banshee y mirándola con firmeza a través de las formas traslúcidas que se proyectaban entre ambos.

- Escucha, Irina. Esto no es culpa tuya- Le recordó Hans- Tú no le pediste que hiciera esto. Ha ido él por su propia cuenta. Si le pasase algo, él tendría que asumir las responsabilidades por esto. Toda esta operación ha sido idea suya.

Persephone agachó la cabeza ante aquellas palabras, hundiendo la mirada de nuevo en el mapa holográfico, mientras un grupo de puntos rojos cercanos a la línea defensiva desaparecían, pero pocos segundos después eran reemplazados por un nuevo grupo de indicadores de color rojo varios kilómetros más al norte.

- Marcus está aquí porque yo lo llamé- Escribió Persephone en su libreta- No he sido capaz de resolver esto sola. Le he pasado a él mis problemas.

- ¡No habrías tenido estos problemas para empezar si la Comandante en Jefe no hubiese cogido a alguien tan joven y con tan poca experiencia y le hubiese encargado defender el frente más peligroso de todo Deimos con unos recursos tan limitados!- Gritó Hans, dejando finalmente salir lo que pensaba- ¿Por qué no se encarga el Comandante Krieg de esta frontera? ¿Por qué no lo hace Hammerhead, ya que tanto parece que le gusta estar a punto de morir que se expone a ello tan gustosamente? ¿Por qué la Comandante en Jefe no...?

Hans interrumpió él mismo lo que estaba diciendo cuando vio cómo Persephone finalmente rompía a llorar. Pocos segundos después de que se formase un tenso silencio entre ambos, los rotuladores de aquella Banshee comenzaron de nuevo a moverse.

- Lo sé. No soy lo bastante buena- Escribió Persephone, con un trazo irregular y tembloroso- No debería estar aquí.

- Irina, sabes que no he querido decir eso...- Respondió Hans, recuperando la compostura e intentando tranquilizarse.

Mientras pensaba en algo que pudiera decir para ayudar a Persephone a calmarse, Hans se sobresaltó cuando todo el mapa holográfico que la mesa proyectaba desapareció de forma repentina, para en su lugar mostrar una ruidosa notificación en la interfaz de aquel software de estrategia. La Comandante Persephone retrocedió y se estremeció al instante cuando el mapa desapareció, y se llevó rápidamente las manos a la boca para evitar dejar escapar un leve grito a causa del sobresalto. Aunque un equipo de técnicos se había apresurado a reemplazar el equipo de radio que Hammerhead había destrozado tan pronto como el Goliat se marchó de aquel lugar, lo cierto era que la radio no era el único sistema de comunicaciones del que disponía aquel búnker. Toda aquella instalación estaba conectada a una red de comunicaciones que interconectaba las principales instalaciones de Deimos mediante una serie de torres de repetidores construidas por todo el territorio. En aquel momento, la sala de estrategia estaba recibiendo una transmisión entrante proveniente de aquella red de comunicaciones interna, cerrada y encriptada.

Aunque al principio tardó unos segundos en reaccionar, la Comandante Persephone se apresuró a poner su mente en orden y procesar la situación actual. Ya había utilizado ese mismo sistema de comunicaciones aquella misma noche, para cumplir con aquella última petición que Hammerhead le había hecho mientras se marchaba. Aquella nueva transmisión entrante era una consecuencia lógica de la última conversación que mantuvo con el Comandante Krieg. Sin hacerse esperar, Persephone dirigió los quitinosos dedos de su mano derecha a un botón holográfico que había aparecido frente a ella, y se apresuró a pulsarlo, abriendo el canal de comunicaciones. Cuando la notificación de transmisión entrante desapareció, el holograma de la mesa volvió a mostrar de nuevo el mapa holográfico del campo de batalla.

- ¿Comandante Persephone?- Preguntó una voz masculina ligeramente ronca, al otro lado del canal.

Persephone dirigió una mirada angustiada a su asistente. Hans, familiarizado con aquel gesto, entendió la situación al instante. En aquel momento, tenía dos opciones; o abandonaba la habitación para que la Comandante pudiera usar su propia voz, o hablaba por ella. Teniendo en cuenta el estrés al que Persephone estaba sometida y el estado de vulnerabilidad emocional en que se encontraba, el asistente tomó la decisión de ser la voz de la Comandante durante aquella nueva conversación.

- La Comandante Persephone se encuentra en la sala, Señor- Informó Hans- Le escucha, pero no puede hablarle.

El canal de comunicaciones permaneció en silencio durante unos segundos. Debido a la cantidad de kilómetros que la información tenía que recorrer, el retardo en las comunicaciones era prácticamente inevitable en el territorio de Deimos. En el caso de Phobos, según Hans tenía entendido, la situación era aún peor, y a menudo los mensajes de voz tardaban minutos enteros en alcanzar su destino mientras atravesaban su inmensa red de repetidores.

- Asistente Brandt, supongo... Muy bien- Respondió el Comandante Krieg- Le llamo para informarle de que la Comandante en Jefe y yo hemos estado hablando sobre esa... inminente muerte del Comandante Hammerhead de la que nos ha informado. No encontramos aceptable esta situación.

Hans observó la reacción de Persephone, quien se apresuró a retroceder deslizándose sobre sus tentáculos y poner algo de distancia entre el comunicador de la mesa y ella, como si aquella propia máquina fuese a atacarla de un momento a otro. En cierto modo, la Banshee no se equivocó.

- Tengo nuevas instrucciones para usted de parte la Comandante en Jefe- Dijo nuevamente la voz del comunicador.

Antes de que elComandante Krieg comenzase a remitirles aquellas instrucciones, Persephone notóuna irregularidad en la disposición de los indicadores del mapa holográfico ycentró su atención nuevamente en él. La Banshee interpretó al instante losmovimientos de tropas enemigas y se quedó petrificada al procesar aquellainformación. Comenzando por la región más al oeste y extendiéndose poco a pocopor la mitad del campo de batalla, cientos de miles de tropas de Phobos estabancomenzando a retroceder apresuradamente y renunciar a todo el terreno que habíanlogrado avanzar aquella noche asumiendo tantos sacrificios. Se estabancomenzando a retirar.


Hammerhead tiró con fuerza del mango de su hacha y logró arrancarla del interior del chasis de un tanque Virus, donde se había atascado al atravesar el blindaje. El Comandante de Deimos emitió un gruñido de desagrado mientras sacaba de ahí la cabeza del arma. Aquel corte había cumplido su cometido, acabando con la tripulación del interior del vehículo; sin embargo, el propio Goliat notaba que sus movimientos se estaban volviendo torpes y erráticos. No era propio de él calcular mal el ángulo de entrada de su filo y atascar su arma entre aquellas placas de neomitrilo, pero la situación poco a poco había comenzado a pasarle factura a lo largo de la noche. La herida que le causó la Arpía atravesando su armadura estaba aún lejos de regenerarse, y con cada nuevo movimiento que hacía y con cada impacto que su propio blindaje recibía, sentía como aquella herida se reabría una y otra vez. No había recibido ninguna clase de atención médica y, en su lugar, había seguido combatiendo mientras Skullcrusher y él se abrían paso hacia el tanque Black enemigo. Aunque se esforzaba por que no se le notase, lo cierto era que se sentía dolorido y exhausto.

En aquel momento, ambos Goliats se encontraban finalmente en el interior de la red de trincheras de Phobos, a apenas un kilómetro del lugar desde donde retumbaban los disparos de aquella masiva pieza de artillería. Hammerhead estaba seguro de que, si escalase la pared de la trinchera y alcanzase la superficie, podría finalmente ver su objetivo. Sin embargo, también estaba seguro de que perdería la cabeza tan pronto como la asomase por allí arriba, incluso a pesar del casco de oricalco de su armadura. Aún debía acercarse más a su objetivo si quería tener una mínima oportunidad de intentar algo. En aquel momento, seguir recorriendo la trinchera enemiga era mucho mejor opción que volver a la superficie y encararse con toda la artillería de Phobos en terreno descubierto. Al igual que la red de trincheras de Deimos, aquella zanja en el terreno tenía unos diez metros de profundidad y cinco de ancho. Era lo bastante ancha para que los tanques Virus pudieran recorrerla, y aquello implicaba encontrarse de frente una ametralladora coaxial y un cañón Chimera de vez en cuando, pero también significaba que se disponía de una buena cobertura cuando el rifle de asalto de Skullcrusher o el hacha antitanque de Hammerhead eliminaban el blindado enemigo.

En aquel momento, mientras el Comandante de Deimos había estado cortando a través del blindaje del tanque y eliminando a la tripulación, Skullcrusher tomaba cobertura tras el blindado inutilizado para preservar la integridad de su maltratada armadura, mientras devolvía el fuego a un escuadrón de tropas de Clase Terror que avanzaba hacia ellos por la trinchera, desde el este. Aquel Goliat abría fuego contra sus enemigos disparando en ráfagas cortas. Desde que salieron de la zona boscosa y finalmente alcanzaron las posiciones enemigas, ya habían recorrido casi cinco kilómetros por la trinchera y había pasado una media hora de combate prácticamente ininterrumpido. La munición del arma de Skullcrusher comenzaba a escasear, y aquel Goliat maldijo entre dientes mientras extraía el tambor de munición del arma y lo reemplazaba por uno nuevo que contenía sus últimos cien proyectiles.

- Último cargador, Señor...- Avisó Skullcrusher, mientras volvía a abrir fuego, disparando en aquella ocasión en modo semiautomático en un intento de hacer que cada bala contase- Esto es... extraño.

Hammerhead volvió a sostener con firmeza el mango de su hacha con ambas manos y comenzó lentamente a abandonar la cobertura. A diferencia de la armadura de neomitrilo de Skullcrusher, que había comenzado a agrietarse y a perder algunas placas a causa del fuego continuado del enemigo, la suya aún permanecía prácticamente intacta, con tan solo aquella pequeña brecha que la Arpía le había abierto como único daño significativo. Sabiendo que la probabilidad de que un disparo enemigo entrase en su armadura a través de aquella estocada que había sufrido y que, incluso si aquello sucedía, no sería suficiente para detenerle, Hammerhead comenzó a avanzar contra un batallón de una veintena de soldados enemigos que abrían fuego contra él. A su espalda, Skullcrusher comenzó a aprovechar la cobertura que la armadura pesada del Comandante le ofrecía y se apresuró a avanzar detrás suyo, mientras hostigaba a las tropas enemigas con las municiones explosivas de su arma.

- ¿Qué te parece tan extraño, Nikolái?- Preguntó Hammerhead, mientras continuaba su avance.

- Esperaba poder reponer municiones cuando matásemos un Goliat enemigo- Le explicó Skullcrusher- Y no hemos visto ninguno.

El Comandante de Deimos rio entre dientes al escuchar las palabras de su subordinado, mientras ambos supersoldados recorrían los últimos metros que les separaban de sus enemigos. Las tropas de Phobos trataron de retroceder cuando vieron que no lograban frenar a los Goliats con sus disparos, pero ya era demasiado tarde. Ambos supersoldados avanzaban a través de aquella embarrada e impracticable trinchera mucho más rápido de lo que aquellos soldados humanos eran capaces de retroceder. En apenas unos segundos, Hammerhead comenzó a mover su hacha, atravesando carne y metal como si sus enemigos fuesen de papel. Consciente de que estaba disparando sus últimas municiones, Skullcrusher se apresuró también a entablar combate cuerpo a cuerpo, golpeando a aquellos hombres y mujeres de armaduras negras con la culata de su rifle de asalto. Pese a que los resultados no fuesen tan sangrientos y espectaculares como los cortes del hacha antitanque de su superior, el peso de aquel enorme rifle de asalto y la fuerza del Goliat que lo utilizaba como una maza eran sobradamente capaces de acabar con cada enemigo de un solo golpe, fragmentando corazas y cascos con cada impacto como si se tratase de la cáscara de unas frutas rellenas de un repugnante jugo carmesí.

- Ironclaw nos tiene miedo- Acusó entre risas Hammerhead- A ese capullo le dan miedo los Goliats.

- ¿Miedo?- Preguntó Skullcrusher mientras permitía a su superior acabar con los últimos enemigos de aquel grupo y comenzaba a disparar contra un nuevo pelotón que cargaba contra ellos desde la distancia- ¿No es acaso él otro Goliat?

- Medio Goliat, más bien- Respondió Hammerhead, con desprecio- Por eso tiene miedo de que alguien más joven y entero le envíe directo al reciclador de nutrientes al que tendrían que haberle echado hace años. Esa es la razón por la que no recluta Goliats.

Skullcrusher dejó salir una leve risa ante aquella respuesta. Desde que habían abandonado el bosque y se habían adentrado en la trinchera de Phobos, Hammerhead no había parado de proferir periódicamente insultos y comentarios despectivos hacia el Comandante Ironclaw. Cada vez que la megafonía de aquella red defensiva se activaba y el Comandante enemigo repartía instrucciones, la lengua de Hammerhead se volvía tan afilada como su hacha, cuestionando cada decisión que Ironclaw tomaba y burlándose de todas ellas.

- Señor, ¿estuvo usted a la órdenes de Ironclaw en Phobos?- Preguntó Skullcrusher, mientras continuaba poco a poco vaciando su último cargador- Antes de que él acabase así, me refiero.

- No- Se limitó a negar Hammerhead.

Aunque no estaba seguro de si el Comandante le mentía, Skullcrusher no insistió al respecto y se limitó a continuar siguiendo y proporcionando fuego de cobertura a su superior mientras Hammerhead cargaba nuevamente contra las tropas enemigas. Ya había perdido la cuenta de a cuántos enemigos habían abatido allí abajo entre los dos, pero Skullcrusher estaba seguro de que no andaban lejos del millar. Había vaciado todos sus cargadores, había luchado cuerpo a cuerpo y había visto como el hacha del Comandante segaba enemigo tras enemigo sin parar durante casi media hora. Tras ellos habían ido dejando un reguero de cadáveres y vehículos ligeros destrozados. Sin ningún supersoldado enemigo que se interpusiese en su camino, estaban avanzando casi sin encontrar resistencia.

Cuando alcanzaron a aquel nuevo pelotón de soldados de Clase Terror, Hammerhead repitió el mismo metódico proceso que había estado siguiendo a lo largo de la noche, blandiendo el hacha y cortando carne y neomitrilo por igual. Skullcrusher disparó sus últimos proyectiles y, cuando su rifle de asalto emitió el característico sonido de una recámara vacía, eyectó el último cargador para finalmente dar la vuelta a su arma y blandirla con ambas manos desde el cañón, golpeando con la culata y usándola como un contundente martillo a dos manos. Mientras ambos monstruosos supersoldados entablaban combate cuerpo a cuerpo contra aquel grupo de soldados humanos que ni siquiera alcanzaban la mitad de su estatura, Hammerhead finalmente comenzó a hablar. Aquel enfrentamiento era tan desigual que casi no requería atención por su parte. Tan solo tenía que limitarse a continuar avanzando y cortando carne a su paso.

- Ironclaw y yo fuimos asistentes del mismo Comandante, pero no duramos mucho trabajando juntos- Admitió finalmente Hammerhead- Ironclaw por aquel entonces, cuando aún no estaba grillado, era buen estratega y le asignaron su propio ejército a los pocos años. Yo fui algo más tradicional; decapité a mi superior y usurpé su puesto poco después de que él se largase.

Skullcrusher procesó aquella información. Aquello no le sorprendía. Ya había oído hablar de cómo funcionaban las jerarquías de poder dentro de Phobos. Cualquier suboficial podía reclamar el puesto de su Comandante si era capaz de deshacerse de él y reivindicar aquella posición. El sistema tenía sus obvios defectos, pero la implacable meritocracia de la organización se aseguraba de que cada nuevo oficial fuese más poderoso e influente que el anterior. Así era como ciertos Comandantes legendarios habían alcanzado el poder y habían forjado su propia leyenda. Cuando una fuerza de combate de Phobos cambiaba varias veces de líder mediante aquellos violentos ritos de sucesión, el resultado a menudo acababa siendo un líder que no podía ser reemplazado mediante la astucia ni mediante la fuerza; alguien demasiado poderoso para vencerlo en un enfrentamiento directo y demasiado astuto como para caer ante unos conspiradores. Aquellos monstruosos hombres y mujeres eran los que habían convertido a la organización en la superpotencia que era en aquel momento.

Las cosas en Deimos no eran demasiado diferentes, teniendo en cuenta que aquella organización estaba formada en su mayor parte por desertores de Phobos. Naturalmente, como cualquier otro Goliat, Skullcrusher se había planteado muchas veces la posibilidad de asesinar a Hammerhead y tratar de hacerse con su posición. Sin embargo, él no era un suboficial que pudiese revindicar el puesto de Comandante, y tampoco se veía capaz de lograr matar a aquel otro supersoldado. Hammerhead era un monstruo entre monstruos. Skullcrusher ya lo había visto lidiar antes con aspirantes a usurpar su puesto, y después de haberlo visto, no le apetecía formar parte de aquellos retadores. No le resultaba alentadora la idea de probar aquel hacha antitanque en sus propias carnes ni le apetecía que su superior le descarnase vivo con sus propias manos.

- ¿Hemos venido hasta aquí entonces por una vieja rivalidad?- Preguntó Skullcrusher- ¿Viene a matar al Comandante Ironclaw?

Hammerhead guardó silencio ante la pregunta durante un instante, pero cuando su hacha partió por la mitad al último enemigo de aquel grupo, el Comandante de Deimos aprovechó el breve instante de calma antes de que una nueva oleada se les echase encima para girarse y encararse con su escolta. A pesar de que los cascos de sus armaduras les impedían verse las caras, Skullcrusher retrocedió con prudencia, sintiéndose intimidado por la mirada de su superior.

- No es que yo tenga ningún problema con ello, Señor- Se apresuró a añadir Skullcrusher.

- Ironclaw está fuera de nuestro alcance. Lo conozco bien. Ese cobarde no se encuentra en primera línea. Estará en su búnker de mando, en algún lugar no menos de cien kilómetros al norte- Respondió Hammerhead, impasible- Nuestro objetivo es el tanque Black. No lo olvides.

Tras pronunciar aquellas palabras, Hammerhead dio la espalda y reanudó la marcha avanzando por aquella trinchera. La zanja en el terreno se curvaba a unos cien metros por delante de su posición, y no se podía ver desde allí lo que había al otro lado de aquel serpenteo. Sin embargo, la zona parecía despejada, al menos por el momento. Aunque aquella red de trincheras contaba con ramificaciones secundarias, parapetos con equipos de arma pesada y aberturas que conducían a un gran número de salas multipropósito excavadas directamente en la tierra, en aquel momento el Goliat no percibía presencia enemiga alguna en su camino. Era como si las tropas de Clase Terror que infestaban aquella cicatriz en la tierra se hubieran esfumado sin más. Sin embargo, Hammerhead no le dio importancia y continuó avanzando mientras su subordinado le seguía de cerca. La red de trincheras de Phobos en aquella región medía cientos de kilómetros, y Deimos había lanzado varios ataques contra posiciones clave. Era probable que las tropas enemigas en aquella región hubiesen empezado a sufrir demasiadas bajas como para poder mantener aquella línea bien defendida.

- Y... ¿cómo vamos a destruirlo?- Preguntó Skullcrusher, intentando centrarse en el objetivo y no irritar más a su superior- ¿Tenemos algún plan?

Dentro de su casco, Hammerhead dejó escapar una leve risa que no fue audible en el exterior. Por el momento, el Comandante de Deimos eludió la pregunta, limitándose a no responderla. En su lugar, Hammerhead continuó avanzando, concentrándose en llegar hasta aquella curva en la trinchera y evitando pensar en las nefastas consecuencias que habría si su plan fallaba. En aquel momento de calma, sin ningún enemigo que atrajese toda su atención, podía sentir de nuevo el cansancio y el dolor que arrastraba consigo. Un nuevo disparo del cañón Armagedón estremeció toda la trinchera. Aquellos estruendos cada vez se sentían más cercanos.

Antes de alcanzar aquel giro en el camino, Hammerhead se detuvo instintivamente al escuchar un sonido familiar. El sistema de megafonía de la red de trincheras de Phobos emitió un leve zumbido de estática, antes de finalmente comenzar a transmitir la voz del Comandante enemigo por toda la fortificación.

- ¡Me han informado de que esa sabandija de Hammerhead se ha colado en nuestras instalaciones!- Exclamó la voz del Comandante Ironclaw a través de aquellos altavoces situados cada cien metros por toda la trinchera- ¡Le han visto por última vez en S24c.44.31! ¡Dadle caza! ¡El que me lo traiga, vivo o muerto, se llevará un ascenso instantáneo!

- Vaya, finalmente se ha dado cuenta el muy capullo...- Murmuró Hammerhead entre dientes.

Hammerhead no estaba seguro de en qué momento las tropas enemigas habían reportado su presencia en aquel lugar. Aunque el casco le cubría el rostro, su característica armadura de oricalco no era algo común, especialmente en Deimos. Que lo acabasen reconociendo era cuestión de tiempo, y contaba con ello desde el principio. Sin embargo, se había esforzado todo lo posible en que todos los enfrentamientos fueran los más rápidos y violentos posibles, en un intento precisamente de que sus enemigos no tuvieran ocasión de informar de su presencia. Sin embargo, tras un enfrentamiento tan prolongado, era prácticamente inevitable que algún soldado de Phobos lograse reconocerle e informar por el comunicador a la base enemiga de su presencia antes de que su hacha lo silenciase. En todo caso, debía estar agradecido de haber llegado tan lejos antes de que todo el ejército enemigo se le echase encima.

- Tampoco puede haber demasiado diferencia a estas alturas- Dijo Skullcrusher- Ya llevan intentando matarnos con todo lo que tienen desde que llegamos aquí.

- No con todo, Nikolái...- Respondió Hammerhead, con cierta apatía- Ahora viene la peor parte.

Antes de que llegasen a doblar la esquina que había a unos escasos veinte metros frente a ellos, un sonido tras ellos hizo que ambos Goliats se diesen la vuelta, alertados. Apenas habían pasado unos segundos desde que el Comandante Ironclaw había anunciado su posición con un mínimo margen de error, y los primeros enemigos notables ya parecían estar a punto de acudir a su encuentro. Frente a ellos, ahora que miraban hacia atrás, una grotesca escena estaba comenzando a tener lugar. A casi doscientos metros de donde se encontraban, una siniestra y sombría figura de gran estatura levitaba sobre la zanja en el terreno, ligeramente por encima del nivel de la superficie. Bajo él, por toda la sección de la trinchera en la que se encontraban, varios cientos de soldados de Clase Terror abatidos habían comenzado a estremecerse de forma espasmódica. Lentamente, los cadáveres que eran capaces de hacerlo habían comenzado a ponerse en pie. Aunque su sangre y sus órganos estuviesen derramados en el fangoso suelo de la trinchera, aunque les faltasen extremidades o aunque hubieran sido partidos en dos por el hacha antitanque, todos los soldados que aún conservaban la cabeza conectada al cuerpo habían comenzado torpemente a levantarse a pesar de haber recibido daños letales.

- Prepárate...- Indicó Hammerhead.

- ¿Avanzar o retroceder?- Preguntó Skullcrusher.

Hammerhead consideró sus opciones durante un instante. Aunque, en aquel momento, lo ideal habría sido utilizar a su subordinado como cebo para que le ganase todo el tiempo que pudiera mientras él trataba de avanzar, lo que le esperaba delante en el camino no era algo que recibiese con optimismo. Aquella no era una misión normal en la que realmente pudiese ganar con la simple fuerza bruta. Por otra parte, el enemigo que les atacaba desde detrás era un rival demasiado peligroso al que no podría dejar atrás sin más. También, si tenía que luchar, prefería enfrentarse a él junto a su escolta que regalarle el cadáver de su subordinado a aquel nigromante enemigo para que lo utilizase contra él más tarde. En cualquier caso, si todo salía como el Comandante de Deimos había planeado, lo único que tenía que lograr era mantenerse vivo el tiempo suficiente para que todas las piezas de su plan encajasen ellas solas.

- Retroceder- Ordenó Hammerhead sin inmutarse- A este hay que matarlo antes de que las tropas enemigas se reagrupen.

El Comandante de Deimos adelantó a su escolta y comenzó a blandir su hacha de forma amenazante. Aunque aquellos movimientos no tenían efecto intimidatorio alguno contra una horda de muertos vivientes carentes de voluntad propia, sentir el peso del arma oscilando entre sus manos le resultaba reconfortante. Aquellos cadáveres andantes habían comenzado a desplazarse torpemente en dirección hacia los dos Goliats. Los que podían, caminaban sobre sus piernas, y los que no eran capaces de caminar, se arrastraban lastimosamente por el fango. Todos ellos se habían apresurado a recuperar sus armas y, al mismo tiempo que avanzaban penosamente por la trinchera, habían comenzado a enviar una errática tormenta de plomo en dirección hacia los supersoldados de Deimos. Aunque constantemente tenían incidentes de fuego amigo entre ellos, aquello no les disuadía de disparar ni ralentizaba lo más mínimo a los soldados que recibían los impactos.

Mientras comenzaba a caminar con su hacha por delante contra aquella siniestra multitud y sentía de nuevo todas aquellas cientos de balas impactando contra su casi impenetrable armadura, Hammerhead enfocaba su mirada en la ominosa figura que levitaba sobre la trinchera. Hacía muchos años que no veía a un supersoldado como él. Incluso desde aquella distancia, a más de un centenar de metros, su aspecto resultaba macabro y terrorífico. Sin embargo, a pesar de la nefasta situación en la que se encontraba, Hammerhead no podía permitirse dejarse sugestionar. Aquel era un enemigo como cualquier otro; ni siquiera le parecía en realidad mucho más peligroso de lo que lo había sido la Arpía que le había atacado en el pantano. Tan solo tenía que hacer lo mismo que llevaba haciendo toda la noche; cortar y rajar.

Tan pronto como alcanzó de nuevo al último escuadrón de soldados al que había aniquilado apenas un minuto atrás, Hammerhead comenzó a dar tajos con su hacha contra aquellos zombis psiónicos. Aquellos enemigos representaban una amenaza trivial por sí solos, pero se interponían entre él y su principal amenaza, y había un gran número de ellos. A diferencia de cuando estaban vivos y trataban de retroceder ante su avance, aquellos muertos vivientes trataban de aferrarse a él cuando tenían la oportunidad. Ahora que eran ajenos al propio concepto del miedo, aquellos cadáveres reanimados se agarraban a su hacha, a sus brazos y a sus piernas, tratando de frenar su avance con sus propios cuerpos. Conforme avanzaba, Hammerhead trataba de decapitar o despedazar a todos cuántos podía, mientras constantemente se los iba zafando de encima a empujones o los pateaba y pisoteaba cuando trataban de hacerle tropezar. A su espalda, Skullcrusher hacía honor a su nombre falso golpeando con todas sus fuerzas aquellos cascos, usando de nuevo como una maza la culata de su arma. Aunque ambos Goliats lentamente lograban abrirse paso entre aquella cadavérica horda, la mayoría de aquellos enemigos seguían moviéndose cuando los dejaban atrás, a pesar de sus monstruosas heridas, y se apresuraban a perseguirles con torpeza. Los que aún tenían al menos un brazo, trataban de apuntar con sus armas y disparar contra los Goliats desde sus espaldas. Skullcrusher pudo notar aquellos impactos contra su armadura, pero a pesar de ello continuó avanzando; la placa de blindaje trasera no había sido castigada tan duramente como la frontal, y aún esperaba que pudiera aguantar al menos hasta que alcanzasen al supersoldado que controlaba a aquellos cadáveres.

Al igual que ellos se iban abriendo paso a través de aquella legión de cadáveres, la oscura silueta que levitaba sobre la trinchera se desplazaba también lentamente en su dirección, sin ninguna prisa por alcanzar a ambos Goliats mientras sus marionetas de carne le hacían el trabajo sucio. Cuando lo tuvo a menos de cincuenta metros, Hammerhead alcanzó a distinguir mejor sus facciones. El supersoldado de Clase Lich que había frente a ellos medía ligeramente menos de tres metros y medio de altura, debido a que le faltaban ambas piernas por debajo de las rodillas. Su grisácea piel era mucho más oscura que la de los Goliats, y su complexión corporal era realmente famélica, casi pareciendo un cadáver más en medio de aquella horda de muertos vivientes. Sus ojos eran completamente blancos, dando la sensación de ser ciego aunque no lo fuera y contrastando de forma inquietante con el oscuro color de su piel, del mismo modo que lo hacía su blanca y desaliñada melena. una larga gabardina negra hecha de tejido sintético, completamente abrochada, la cual alcanzaba a ocultar por completo sus mutiladas piernas, dándole un aspecto siniestro y fantasmagórico. Aquella prenda cubría completamente una capa de protección interna consistente en una malla de nanofibras reforzada con algunas placas de armadura de neomitrilo en puntos vitales. No llevaba puesto el casco, pero sí que llevaba una distintiva hombrera en forma de cráneo sobre su hombro derecho. A simple vista, no parecía portar nada parecido a un arma.

Cuando el Lich se encontró a menos de veinte metros de los Goliats, comenzó lentamente a reducir la altura de su levitación hasta situarse a unos escasos dos metros por encima del fangoso suelo de la trinchera.

- Quién lo iba a decir...- Comenzó a mascullar aquel supersoldado, con una desagradable voz rasposa cargada de desdén- El mismísimo Comandante Hammerhead de Deimos en persona ha decidido venir a visitarnos...

Hammerhead frunció el ceño al ver cómo su enemigo reducía su altura. Como luchador cuerpo a cuerpo que él era, obviamente se alegraba de tener a aquel supersoldado al alcance de su hacha en lugar de levitando a más de diez metros de altura. Sin embargo, Hammerhead era plenamente consciente de por qué aquel Lich había descendido voluntariamente hasta situarse a su alcance. No veía a ambos Goliats como una amenaza a su altura, y no se sentía en peligro al descender y encararse con ellos. Al igual que cuando se enfrentó a aquella Arpía en el pantano, Hammerhead era consciente de que nuevamente se enfrentaba a un supersoldado mucho más poderoso que él y sabía que sus probabilidades de éxito eran mínimas. Sin embargo, ya era tarde para hacer otra cosa. Había llegado hasta allí abriéndose paso a hachazos, y no tenía otra cosa que su hacha con la que enfrentarse a todo lo que Phobos enviase contra él. Aquel era un problema que resolvería con su hacha o que no resolvería. No tenía ningún as en la manga para enfrentarse a aquel nuevo enemigo. Tan solo podía hacer lo que sabía hacer, y esperar todo saliese como ya había planeado al comienzo de aquella sangrienta noche.

Dejando salir un atronador grito de guerra, Hammerhead atravesó como un enorme ariete a los últimos soldados de Clase Terror reanimados por el Lich y descargó un golpe de su hacha con todas sus fuerzas contra aquel enemigo. El oricalco de su hacha emitió un característico sonido metálico al detenerse bruscamente y Hammerhead sintió toda la fuerza de su propio golpe en ambos brazos cuando golpeó el campo de fuerza telequinético que protegía a aquel supersoldado psiónico. Aquella barrera invisible y prácticamente infranqueable no se inmutó lo más mínimo ante un tajo capaz de atravesar el blindaje de un tanque. Hammerhead, en cambio sintió una fuerte punzada de dolor en ambos brazos mientras su vibrante hacha se le escapaba de las manos y caía al suelo frente a él. El Comandante de Deimos reaccionó rápidamente, apretó los dientes con rabia y se apresuró a lanzarse a recuperar el hacha. En aquel momento, Skullcrusher rebasó finalmente a Hammerhead y repitió el mismo error que su superior, golpeando el campo de fuerza del psíquico con todas sus fuerzas, con la esperanza de colapsarlo con la fuerza del impacto. Al igual que Hammerhead, Skullcrusher fracasó en aquella imposible tarea, y solo consiguió hacerse daño en los brazos y que su arma se le escurriera de las manos. Al ver a ambos Goliats repetir el mismo patrón de ataque exactamente de la misma forma y fracasar del mismo modo, el Lich dibujó fugazmente una condescendiente sonrisa en sus labios, pero en seguida recuperó la compostura.

- ¿Dónde están mis modales? Soy Nihil, supersoldado de Clase Lich- Se presentó formalmente- Ya has oído la megafonía, Hammerhead. Vas a tener que venir conmigo, vivo o muerto. Yo en tu lugar, no me resistiría.

Hammerhead comenzó a reír ruidosamente mientras volvía a ponerse en pie sosteniendo su hacha con ambas manos.

- Yo no contaría con ello- Se negó Hammerhead.

- Eso ya lo veremos- Respondió Nihil.

Skullcrusher, con su arma de nuevo entre sus manos, volvió a lanzar un golpe con todas sus fuerzas contra aquella barrera telequinética. Nuevamente, aquel ataque no tuvo éxito en colapsar las defensas psiónicas del Lich. Nihil dedicó una mirada despectiva a aquel bruto que repetía dos veces el mismo error. El Comandante Ironclaw había pedido que le llevasen a Hammerhead, pero no había mostrado interés alguno en el otro Goliat que se había infiltrado junto a él. Aquello significaba que a ese podía matarlo sin problemas.

Un simple pensamiento por parte de Nihil dio la orden y provocó que un nuevo grupo de zombis psiónicos cargase a pecho descubierto contra ambos Goliats. Aquellos cadáveres andantes no portaban ya sus armas de fuego. Nihil sabía perfectamente que aquellos soldados humanos reanimados no superarían en fuerza física a los Goliats, y sus dos enemigos contaban arrogantemente con ello. Sim embargo, ambos supersoldados de Deimos estaban cometiendo el mismo error catastrófico al combatir contra un Lich; estaban asumiendo que los zombis psiónicos eran simples humanos que se habían vuelto a levantar. En aquel momento, estaban a punto de descubrir lo mucho que se equivocaban; a punto de descubrir que aquellos autómatas sin cerebro eran capaces de hacer cosas terribles que a un humano normal no se les habrían pasado por la cabeza. Ambos Goliats estaban a punto de pagar por su arrogancia.

Hammerhead reaccionó ante el asalto de aquel nuevo grupo de enemigos trazando una serie de rápidos y amplios cortes con su hacha, reduciendo rápidamente a aquellos soldados a un amasijo irreconocible de placas de armadura rotas y extremidades limpiamente seccionadas. Skullcrusher, en cambio, no tenía un arma tan efectiva y se encontraba en peor posición cuando comenzó aquel nuevo asalto. Una docena de aquellos zombis psiónicos no tardó en abrumarle, sujetándolo con fuerza mientras Nihil señalaba hacia él con el largo y huesudo dedo índice de su mano derecha. Hammerhead alcanzó a ver aquel gesto por parte del Lich y se apresuró a vociferar para alertar a su compañero del inminente peligro mientras él mismo luchaba por impedir que los muertos vivientes le inmovilizaran del mismo modo. No estaba seguro de qué estaba a punto de suceder, pero sabía que su enemigo tramaba algo.

- ¡Nikolái, apártate de ellos!- Gritó Hammerhead.

- Demasiado tarde. Hora de volar en pedazos- Respondió Nihil, señalando directamente a Skullcrusher.

Antes de que el Goliat fuese capaz de zafarse de aquellos cadáveres que se aferraban a él, Hammerhead alcanzó a ver con horror cómo aquellos soldados muertos retiraban las anillas de las granadas que llevaban en la cintura. Dando por perdido a su compañero, y consciente de que incluso su armadura de oricalco se resentiría ante semejante deflagración, Hammerhead se apresuró a retroceder. Durante el breve intervalo de varios segundos previos a la detonación, el Comandante de Deimos se abrió paso cortando, golpeando y empujando a través de todos aquellos zombis psiónicos que trataban de inmovilizarle. Para cuando el sonido de la explosión le ensordeció, Hammerhead logró atravesar carne y metal a lo largo de ocho metros, retrocediendo en dirección opuesta a su enemigo y al compañero que acababa de abandonar a su suerte.

Docenas de granadas explotaron casi al mismo tiempo, combinando el sonido de sus explosiones en un único estallido sónico que ensordeció brevemente a Hammerhead incluso a través del casco de su armadura. Aquella sección de la trinchera se inundó de fuego y metralla. El Comandante de Deimos pudo sentir, incluso a aquella distancia, cómo la onda expansiva de la cadena de explosiones le hacía perder el equilibrio brevemente y cómo cientos de fragmentos de metralla arremetían contra su armadura. En aquel momento, el dolor de su herida expuesta a través de la brecha en su coraza se acentuó, debido a la sacudida que todo su cuerpo había sufrido y a los fragmentos de metralla que se introdujeron en su carne a través de aquel punto débil en su defensa. Sin embargo, pese a verse atrapado en medio de aquel pequeño y fugaz apocalipsis, el Comandante de Deimos no flaqueó, ni ante el dolor ni ante la onda expansiva que le golpeó. Hammerhead se mantuvo en pie y retuvo el hacha en sus manos, mientras todos los zombis psiónicos de su alrededor salían despedidos, volando por los aires mientras la onda expansiva de la explosión los arrastraba consigo. La detonación emitió un fuerte destello que deslumbró brevemente al Goliat y le impidió ver durante unos segundos qué había sucedido. Cuando su único ojo alcanzó a ver el resultado de aquel ataque, Hammerhead se mantuvo impasible al confirmar la baja del único compañero que le quedaba en medio de aquel infierno.

Las granadas que empleaban los soldados de Clase Terror de Phobos eran un diseño de Terror Ballistics, como la mayor parte del equipo que empleaban aquellas tropas. Aquellos explosivos combinaban una potente detonación de metralla con una serie de compuestos incendiarios. Eran grandes y peligrosas de transportar, pero la seguridad de los soldados nunca había sido una preocupación para Terror Ballistics; especialmente cuando los resultados hablaban por sí mismos. La explosión de todas aquellas granadas había esparcido una sustancia inflamable en los alrededores, provocando que una alfombra de llamas se extendiese a lo largo de toda la superficie de la trinchera en un radio de casi diez metros, tanto en el suelo como en las paredes. La capa de hormigón que reforzaba los muros de aquella trinchera se encontraba ennegrecida a causa de las quemaduras y se había agrietado visiblemente alrededor de la parte más cercana a la detonación. En aquel momento, todos los zombis psiónicos que había entre Hammerhead y Nihil habían desaparecido de la vista. Algunos habían sido lanzados hacia fuera de la trinchera por aquella onda expansiva, otros habían sido derribados y en aquel momento se consumían en aquel mar de llamas en que se había convertido aquella zanja en el terreno, y otros sencillamente habían volado en mil pedazos y nadie jamás encontraría una parte identificable de ellos. No había ni rastro de Skullcrusher, que se había encontrado justo en el epicentro de aquella deflagración y se había llevado la peor parte de aquella monstruosa explosión. A pesar de su enorme cuerpo de más de cuatro metros de altura y de su gruesa armadura de neomitrilo, Hammerhead no alcanzaba a distinguir ninguna parte identificable de él en medio de aquel cataclismo. Su carne y su armadura sencillamente se habían convertido en parte de la metralla y se habían esparcido por toda la trinchera cuando las granadas estallaron.

Lo que sí que alcanzó a distinguir con nitidez Hammerhead era su enemigo. Nihil permanecía levitando en el mismo lugar donde se había encontrado antes de la explosión. El campo de fuerza psiónico que le rodeaba había protegido, no solo a él, sino el terreno a un radio de varios metros a su alrededor. El enfangado suelo y las paredes de hormigón se encontraban perfectamente intactos donde él se encontraba, y los cadáveres reanimados que permanecían tras él aún estaban en pie y parecían libres de cualquier clase de daños, más allá del que ambos Goliats les habían causado cuando aún estaban vivos. Ni siquiera semejante estallido de violencia y destrucción había sido capaz de atravesar aquella barrera telequinética que el Lich estaba proyectando.

- Uno menos- Dijo Nihil, sin darle demasiada importancia- Espero que esa armadura de oricalco que llevas sea buena. Necesito una parte reconocible de ti para mostrársela al Comandante Ironclaw...

Hammerhead no dedicó un segundo pensamiento a su compañero caído. La muerte de Skullcrusher no era algo que le afectase, no después de tantos años de servicio en Phobos y en Deimos. Ya había visto morir a suficientes compañeros y subordinados como para inmunizarse completamente a aquella sensación de pérdida y a la rabia que implicaba. En lugar de dejarse llevar por sus emociones, la mente del Goliat se mantuvo fría mientras su único ojo observaba cómo lentamente los soldados reanimados que habían permanecido detrás de Nihil comenzaban a avanzar pasando de largo a su líder. Todos y cada uno de aquellos soldados habían separado sus granadas de los acoples magnéticos que las habían mantenido unidas a la cintura de sus armaduras, y las sostenían de forma amenazante mientras avanzaban sin ninguna prisa hacia él. Hammerhead no retrocedió ante aquel avance; no porque no quisiera alejarse de aquella multitud de suicidas que se le acercaban, sino porque sabía perfectamente que había más de ellos a su espalda. En aquel momento, la situación era crítica. Toda aquella operación era algo que Hammerhead había considerado un riesgo controlado, pero encontrarse de frente con un supersoldado de Clase Lich era algo que había roto sus esquemas. En aquel momento, el riesgo no era controlado; era un peligro real. Aquel supersoldado enemigo ni siquiera estaba luchando en serio; tan solo estaba jugando con él. Enfrentándose a un solo enemigo, Nihil podría haberlo eliminado fácilmente con su telequinesis, pero aún así insistía en utilizar aquellos cadáveres como arma; algo que de todas formas estaba resultando extremadamente efectivo. Aquello ni siquiera podía considerarse un combate, llegados a ese punto.

Sin ni siquiera tomarse un momento para preguntarse dónde se había metido la Comandante en Jefe y por qué no habían llegado todavía los refuerzos que esperaba, Hammerhead se apresuró a colocar de nuevo su hacha en el acople magnético de su espalda, para a continuación dirigirse hacia la pared de hormigón de su izquierda y hundir con cierto esfuerzo los blindados dedos de su armadura en ella. Tenía que salir de allí antes de que aquellas bombas vivientes lo rodeasen. Su armadura de oricalco era más resistente que la de su compañero, pero ni siquiera aquella protección resistiría ante semejante número de granadas. Sabiendo que su vida dependía de ello, el Goliat se apresuró a escalar rápidamente aquellos diez metros de pared, hundiendo sus grebas y guanteletes con todas sus fuerzas en aquel material y recorriendo aquella superficie vertical en apenas unos segundos. Naturalmente, para alejarse de aquella zona de peligro, dependía de que su principal enemigo no le detuviese con un ataque telequinético. Sin embargo, Nihil no hizo nada para impedirle escalar aquella pared. Al fin y al cabo, aunque la escalase, no tenía a dónde ir. Se encontraba varios kilómetros dentro del territorio de Phobos; ya no había escapatoria para él.

Una vez logró abandonar de forma abrupta y apresurada aquella zanja en el terreno y volver a la superficie, Hammerhead dedicó una fugaz mirada a sus alrededores mientras trataba de alejarse de la trinchera en dirección hacia el sur, temeroso de que sus enemigos optasen por lanzarle las granadas desde allí abajo. Tal y como había supuesto, toda la zona al norte, tras la trinchera, estaba fuertemente fortificada. Un gran número de emplazamientos de artillería, nidos de ametralladora, sistemas antiaéreos, tanques Virus y fortines defensivos plagaban el grisáceo y fangoso paisaje hasta donde alcanzaba la vista. Desde donde se encontraba, Hammerhead alcanzaba a distinguir a varios miles de soldados de infantería de Phobos, los cuales para su sorpresa parecían estar poco a poco abandonando sus posiciones defensivas y retrocediendo hacia el norte y el este.

En medio de aquel caos bélico, una descomunal máquina de guerra destacaba por encima de todo cuanto la rodeaba. Allí estaba; algo más lejos de lo que Hammerhead había estimado escuchando el sonido de sus descargas de artillería. Se trataba del tanque Black que la HEC había enviado al Comandante Ironclaw para ayudarle a reforzar la presión que el oficial de Phobos ejercía sobre las fronteras de Deimos. Aquel desproporcionado vehículo, construido casi en su totalidad con gruesas placas de aleación de oricalco, medía unos cuarenta metros de altura, sesenta de ancho y cien de largo. Su tamaño era tan inmenso, que ni siquiera parecía un tanque, y se asemejaba más a otra fortificación más. En la parte superior del vehículo, se encontraba el temido cañón Armagedón, con sus ciento veinte metros de longitud y sus dos metros de diámetro, capaz de lanzar masivos obuses de entre dos y cinco toneladas, dependiendo del tipo de munición. Aquella intimidante arma que apuntaba hacia el oeste no tenía mucho ángulo de giro horizontal, pero contaba con un gran margen de ajuste vertical, el cual se encontraba mucho menos alzado de lo que Hammerhead había calculado para disparar a tanta distancia. Sobre el chasis, a cada uno de los lados del cañón Armagedón, se encontraban tres sistemas de artillería Chimera, similares a los cañones que empleaban los tanques Virus, pero de mayor tamaño, potencia y alcance.

El frontal del vehículo, una gruesa placa de oricalco de un metro de densidad, se encontraba inclinado en un ángulo óptimo para dificultar la penetración de las municiones enemigas. Debido a que aquella parte del vehículo priorizaba la defensa por encima del potencial ofensivo, aquel blindaje no contaba con sistemas de armamento complejos, y en su lugar tan solo un conjunto de doce cañones automáticos coaxiales asomaba por delante del vehículo. Los costados del chasis, en cambio, se encontraban fuertemente armados, y un gran número de torretas Chimera similares a las de los tanques Virus y más cañones automáticos coaxiales asomaban por ambos lados. Estas torretas, a diferencia de las de la parte superior del chasis, estaban diseñadas para un enfrentamiento directo a corto alcance, y contaban con gran movilidad y ángulo de giro.

La parte trasera del tanque Black contaba con dos pequeñas torres que se elevaban ligeramente por encima de la parte superior del chasis, y estaban equipadas con dos sistemas de cañones de riel similares a los que utilizaban los tanques antiaéreos de Clase Stormfront de Phobos. Aquellos implacables cañones de artillería antiaérea, al utilizar el mismo sistema que los Stormfront y los Hornet, no requerían un artillero, sino que estaban controlados de forma automática por el ordenador de a bordo del vehículo. En cualquier caso, la presencia de bombarderos de Clase Dreadfall había dejado de ser una preocupación para el Comandante Ironclaw desde que Deimos dejó de tener los recursos para producir aquel infame diseño de Skyline Futuristics, y aquellas mortíferas torretas de riel probablemente estaban aún sin estrenar desde que el vehículo había salido de la fábrica de la HEC donde se realizó el montaje.

Cuando logró alejarse una distancia prudencial de la trinchera de la que había escapado, Hammerhead dirigió de nuevo la mirada hacia el norte y observó el morboso espectáculo que resultaba ver aquella masiva pieza de artillería disparar. Cuando el cañón Armagedón disparó, aquel largo cilindro de oricalco emitió una enorme bocanada de fuego que iluminó durante una fracción de segundo todos sus alrededores. Todo a su alrededor se estremeció, como si el tanque fuese por un instante el epicentro de un pequeño cataclismo mientras enviaba aquellas masivas municiones rumbo hacia el oeste. El sonido no tardó en llegar, y ahora que se encontraba fuera de la trinchera, Hammerhead se sintió aún más ensordecido a causa del estruendo, incluso a pesar del casco. Para sorpresa del Goliat, los sistemas de artillería Chimera del vehículo acompañaron al disparo del arma principal, escupiendo también una salva de obuses. Aquellas piezas de artillería, en comparación con el Armagedón, tenían apenas unos quince kilómetros de alcance. Si el vehículo estaba disparando aquellas armas, las tropas de Deimos habían logrado avanzar más lejos de lo que Hammerhead se habría atrevido a esperar.

A diferencia del ajetreado infierno que era el terreno al norte de la trinchera, repleto de rugientes piezas de artillería y soldados que por alguna razón parecían retirarse, el sur en cambio era un yermo carente de vida. Miles de barreras antitanque de oricalco, kilómetros de alambre de espinos y terreno revuelto que insinuaba la presencia de minas terrestres se extendían a lo largo de cientos de metros en dirección hacia el sur. Aunque las tropas de Phobos parecían estar terriblemente ocupadas disparando toda su artillería contra una amenaza que se acercaba desde el oeste y nadie parecía reparar en el Goliat que acababa de emerger del interior de la trinchera, el panorama frente a Hammerhead no resultaba alentador. El terreno era abrupto, impracticable y mortífero. Sin necesidad de que nadie le atacase, cruzar aquel laberinto de barreras antitanque sin enredarse en el alambre de espinos era prácticamente imposible. Además, aunque el oricalco no fuese un metal magnético y las minas antipersonales de Phobos, diseñadas para sentirse atraídas por las armaduras de acero y neomitrilo, no fuesen una amenaza para él, si pisaba una mina antitanque volaría en pedazos. Ni siquiera su armadura soportaría aquella carga explosiva. Sin embargo, aquella de por sí imposible tarea resultaba aún más imposible si tenía en cuenta lo que se encontraba a su espalda.

Pocos segundos después de que Hammerhead escalase a duras penas la pared de la trinchera, Nihil incrementó la altura de su levitación y se desplazó a través del aire para seguirle. Sin ninguna prisa ni dificultad, el Lich se mantuvo flotando a unos cinco metros por encima del nivel del suelo, mientras se acercaba lentamente al Comandante de Deimos, quien dudaba si darse la vuelta y volver a confrontar a su enemigo, o arriesgarse a cruzar el campo de minas. Tras pocos segundos de duda, Hammerhead volvió a girarse hacia el norte y se encaró de nuevo con Nihil. No tenía sentido tratar de huir. Incluso si era lo bastante afortunado como para atravesar cientos de metros de campos de minas y alambre de espinos sin morir, aquel nigromante psiónico no le permitiría escapar. Si quería tener alguna oportunidad, tenía que librarse de él de alguna forma. Sin embargo, mientras volvía a desacoplar su hacha del soporte magnético de su espalda, Hammerhead no lograba ver una forma de salir victorioso en aquel enfrentamiento. A la Arpía con la que se había enfrentado aquella noche había logrado engañarla y tenderle una trampa que anulase su velocidad, pero Nihil parecía ser un combatiente mucho más prudente y experimentado. No veía ninguna forma de lograr engañar a aquel Lich para que desactivase su campo de fuerza psiónico, y tampoco se le ocurría ninguna forma de atravesarlo por la fuerza.

- Es inútil, Hammerhead- Sentenció Nihil- Al sur, muerte. Al norte, muerte. Si te quedas y te enfrentas a mí...

Nihil dejó escapar una leve risa. Tras él, aún en la trinchera, cientos de sus zombis psiónicos se agolpaban contra el muro sur de aquella fortificación. Aquellos muertos vivientes no eran capaces de subir por sí solos, pero aquello no resultaba un problema para el Lich. Proyectando una serie de amplias y toscas fuerzas telequinéticas, Nihil rebañó la trinchera con tan solo el poder de su mente, lanzando violentamente hacia fuera todo lo que había en el interior en un centenar de metros. Al menos trescientos de aquellos cadáveres reanimados fueron lanzados como muñecos de trapo fuera de aquella zanja, en un macabro espectáculo. Las armaduras de neomitrilo emitieron unos característicos sonidos de golpes metálicos al chocar entre sí, y todos aquellos cuerpos emitieron un desagradable chapoteo al aterrizar sobre el fango. Aquellos ya maltrechos soldados muertos sufrieron fracturas, luxaciones y mutilaciones extra a causa de aquel masivo lanzamiento telequinético, pero a pesar de ello, la mayoría comenzaron lentamente a ponerse una vez más en pie y caminar en dirección hacia el Comandante de Deimos.

- Adivina...- Continuó Nihil, riendo entre dientes- Muerte.

Hammerhead rio ruidosamente mientras se aferraba con ambas manos a su hacha y paseaba la mirada por aquella horda de soldados reanimados que sostenían firmemente cientos de granadas entre sus dedos fríos y muertos. A continuación, clavó la mirada de su único ojo en el Lich que levitaba frente a él.


- Ah, claro. Qué fallo por mi parte- Respondió Nihil con cierta condescendencia, riendo por lo bajo y encogiéndose de hombros- Entonces... ¿te molestaría más si te digo que el Comandante Ironclaw se alegrará mucho cuando le lleve tu cabeza?

Dentro de su casco, de forma completamente imperceptible para su enemigo, Hammerhead dibujó una maliciosa sonrisa. Para su propia sorpresa, estaba satisfecho con aquella respuesta por parte de su oponente.

- Me gusta como piensas, Lich- Elogió Hammerhead- Empecemos entonces.

Mientras un nuevo torrente de adrenalina recorría su cuerpo, Hammerhead cargó contra el ejército de cadáveres de su enemigo. El Goliat se encontraba prácticamente en frenesí, y apenas sentía en aquel momento el cansancio ni el dolor de sus heridas. Se encontraba emocionado por luchar. Aquel podría ser su mayor fallo de cálculo en toda su carrera, y aquella podría ser su última batalla. No moriría huyendo a través de un campo de minas, ni caería entre lamentos ni jadeos. Si tenía que morir, estaba a punto de darle a su oponente un espectáculo que jamás olvidaría.

Con cada músculo de su cuerpo tenso y experimentando un pico de rendimiento físico, Hammerhead blandió su hacha y trazó un amplio movimiento de barrido con ella, golpeando con el canto del arma en lugar de con el filo. Los zombis psiónicos retiraban las anillas de sus granadas cuando se encontraban a pocos metros del Goliat. Hammerhead ya sabía lo que el Lich estaba pensando; aunque los cortase con su hacha, los cadáveres despedazados caerían a sus pies, junto con las granadas activadas. Sin embargo, aquel primer golpe con el canto del hacha lanzó por los aires a los primeros cinco soldados de Clase Terror reanimados que se habían acercado en tropel hacia el Goliat, enviándolos a unos quince metros de distancia en dirección contraria. Las granadas que sostenían en sus manos volaron también con ellos, y detonaron pocos segundos después en medio de aquella horda de cadáveres, provocando una cadena de violentas explosiones que comenzó a diezmar a sus enemigos.

Al comprobar con satisfacción que su idea había dado resultado, Hammerhead continuó golpeando a sus enemigos con el canto de su hacha y lanzándolos lejos de él, con toda la fuerza, celeridad y brutalidad que su cuerpo le permitía. Nihil observó desde una distancia prudencial como el Goliat se libraba de sus esbirros, repeliéndolos y devolviendo aquellos explosivos de forma que sembrasen el caos entre su ejército de cadáveres. El Lich frunció el ceño, molesto ante aquella situación. Realmente se había esperado que aquel salvaje descerebrado cargase contra sus marionetas cortando y desgarrando como lo había hecho hasta el momento, y que las granadas hicieran el resto del trabajo. Sin embargo, había infravalorado la inteligencia de aquel Goliat. Estaba claro que, después de todo, no se podía alcanzar el rango de Comandante sin un mínimo de astucia. Sin embargo, el Goliat no era tan inteligente como se creía, si pensaba que él se iba a quedar de brazos cruzados viendo caer sin más a sus lacayos.

Nihil transmitió nuevas instrucciones a una pequeña parte de su horda. Uno de los zombis psiónicos más cercanos a Hammerhead detuvo su avance y, en lugar de cargar contra el Goliat con el explosivo en la mano, el soldado reanimado quitó la anilla de la granada y la lanzó a los pies de su objetivo. Aquella granada detonó y Hammerhead se tambaleó a causa de la onda expansiva y sintió una punzada de dolor que ni siquiera la inmensa cantidad de adrenalina que fluía por su cuerpo lograba mitigar. Aunque el Comandante de Deimos logró mantener el equilibrio y evitar que la horda de muertos vivientes que le atacaba finalmente le abrumase y lograsen detonar un gran número de granadas contra él, aquel golpe bajo no fue el único que recibió. Hammerhead alcanzó a ver como algunos otros soldados retiraban las anillas de las granadas, no para cargar contra él mientras las sostenían, sino para lanzárselas. El Goliat se apresuró a evitar como mejor podía aquella lluvia de granadas que estaba empezando a caer sobre él. Varias detonaciones cercanas le hicieron tambalearse y sentir punzadas de dolor. El terreno a su alrededor comenzaba poco a poco a incendiarse debido a los compuestos inflamables que esparcían aquellas granadas, y el supersoldado podía notar como la metralla arremetía contra su blindaje.

Mientras trataba de esquivar aquellas granadas y seguir repeliendo a golpes a los enemigos que se le acercaban, Hammerhead dejó una fugaz abertura en su guardia, que un zombi psiónico aprovechó para aferrarse a su codo izquierdo, mientras sostenía una granada activada entre sus dedos. Aquel explosivo detonó a quemarropa contra la armadura de oricalco, y el Goliat pudo sentir toda la onda expansiva de la deflagración retumbando por todo su cuerpo. Aunque la armadura amortiguó la mayor parte del daño, aquella explosión estremeció violentamente sus órganos e inició un gran número de hemorragias internas. Dentro de su casco, Hammerhead escupió una bocanada de sangre. Le pitaban los oídos, se le nublaba la vista y se sentía aturdido. Otros tres soldados reanimados más aprovecharon la vulnerabilidad provocada por aquel aturdimiento y se abalanzaron contra él con sus granadas activadas. Una nueva cadena de explosiones tuvo lugar. Las placas de blindaje de Hammerhead comenzaron finalmente a resentirse, y un grupo de grietas y muescas se dejaron ver en su coraza negra. Aquel blindaje no aguantaría mucho más; pero aquel no era el principal problema. Su cuerpo ya no aguantaba más. Su cerebro recibía señales de dolor de cada hueso, cada músculo y cada órgano que contenía aquella armadura. Había luchado de manera formidable, pero aquella no era una batalla que pudiera ganar. Sencillamente había alcanzado su límite.

El Goliat cayó de espaldas y se desplomó finalmente en el suelo. Nihil detuvo el avance de sus tropas reanimadas mediante una orden telepática, y todos aquellos soldados muertos permanecieron en pie, alrededor de Hammerhead, a una distancia prudencial de algo más de cinco metros del Goliat. En aquel momento, con su enemigo ya derribado, Nihil se acercó levitando hacia Hammerhead, hasta detenerse flotando a unos escasos tres metros del oficial enemigo. Aunque ahora que se encontraba allí tirado, no parecía ser ninguna amenaza, el Lich en ningún momento se relajaba ni bajaba la guardia, y en lugar de eso mantenía su campo de fuerza psiónico activo. No importaba que hubiera caído en combate, aquel supersoldado al que se enfrentaba era toda una leyenda, y en aquel momento acababa de demostrar por qué. Había empezado aquella confrontación con más de trescientos zombis psiónicos bajo su control, y en menos de un minuto, ya le quedaban menos de cien. Incluso a pesar de verse superado de aquella manera, aquel hombre había luchado como una quimera erebiana acorralada. Nihil no estaba dispuesto a correr riesgos tratando con alguien así.

- Testarudo hasta el final...- Murmuró Nihil- No esperaba menos, Comandante.

Haciendo uso de su telequinesis, Nihil aplicó fuerzas direccionales sobre el casco de Hammerhead y tiró de él. Debido a la formidable resistencia del oricalco, el Lich necesitó varios segundos de proyección telequinética y varios incrementos de intensidad hasta finalmente lograr arrancar el casco sin decapitar a Hammerhead en el proceso. Al retirar aquella protección, el maltrecho rostro del Comandante de Deimos finalmente quedó al descubierto. Todo el contorno de su boca estaba manchado con su propia sangre, que había escupido a borbotones. La mirada de su único ojo sano, negro como el ónice, se clavó en la inexpresiva mirada de aquellos orbes blancos desde los que le miraba el Lich que le había derrotado.

- William Norton- Se presentó Nihil, en tono formal.

Los ensangrentados labios de Hammerhead dibujaron una sonrisa, al tiempo que dejaba salir otra bocanada más de sangre.

- Hammerhead- Respondió el Comandante, negando los honores a su rival.

- Si así es como quieres irte... Tú mismo- Masculló Nihil- Por mucho que te pese, aquí acaba tu historia, y empieza la mía.

Sin ningún rencor hacia su enemigo vencido, Nihil se dispuso a proyectar una fuerza telequinética cortante contra su cuello, buscando una decapitación limpia que le permitiese dar una muerte digna a su enemigo y cobrarse el trofeo que debía presentar ante su superior para obtener la recompensa que codiciaba. Sin embargo, antes de que tuviese ocasión de concentrar sus capacidades telequinéticas en forma de una onda cortante, un nuevo sonido le estremeció. El cañón Armagedón del tanque Black acababa de disparar una nueva andanada. Después de una noche tan intensa, aquello no suponía ninguna novedad. Sin embargo, aquel disparo había ido acompañado de una estruendosa explosión que le sucedió apenas un segundo después.

Aquella monstruosa deflagración iluminó el cielo nocturno en kilómetros a su alrededor durante una fracción de segundo, y la propia tierra se estremeció ante ella. El propio Nihil se vio levemente arrastrado en su levitación por una onda expansiva residual. La detonación había sucedido a apenas par de kilómetros de donde se encontraban. Cientos de detonaciones secundarias tuvieron lugar a continuación, de forma casi instantánea, cuando aquel gigantesco obús de racimo esparció su carga. Nihil apartó la mirada de Hammerhead y observó las fugaces explosiones, a unos dos kilómetros hacia el oeste. Había muchísimo humo, y los destellos resultaban cegadores. Sin embargo, a pesar de todo, había algo que sí podía distinguirse con nitidez a pesar la escasa visibilidad. Algo que hizo que el Lich se estremeciera y sintiese un escalofrío; algo que hizo que instintivamente comenzase a retroceder en dirección hacia el este mientras el miedo se apoderaba de él.

A casi trescientosmetros de altura, entre aquella cortina de humo, se distinguían dos enormes,brillantes e insidiosos ojos rojos como la sangre.

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