Capítulo 2

Hammerhead encabezaba la marcha de aquel reducido grupo. A pesar de la densa oscuridad de aquel siniestro pantano, todas las fuentes de luz de las que disponían estaban apagadas. De no haber llevado puesto en aquella ocasión el casco de su armadura y haber activado su visión nocturna, el Comandante de Deimos habría sido incapaz de ver mucho más allá de unos pocos metros frente a él. Debido al abrupto terreno y a la falta de visibilidad, los dos tanques Virus que acompañaban a Hammerhead y sus dos Goliats apenas podían alcanzar una fracción de su velocidad máxima. Desde el principio, el plan había sido sencillo en lo referente a aquellos vehículos y sus tripulantes; si se convertían en un estorbo, los supersoldados no dudarían en dejarlos atrás. Sin embargo, pese a que la velocidad a la que el grupo se desplazaba no era lo que Hammerhead había esperado, las opciones de armamento de las que él y su escolta disponían eran limitadas, y le parecía demasiado pronto para renunciar a aquellos cañones Chimera de los vehículos. No sabían qué había apostado Phobos en aquella zona boscosa, pero Hammerhead se negaba a creer que Ironclaw hubiera dejado un punto débil tan evidente en su línea defensiva sin vigilar. Era cuestión de tiempo que una amenaza se cruzase en su camino.

Mientras continuaban avanzando, un nuevo estruendo que estremeció toda la región anunció que el cañón Armagedón acababa de volver a disparar. En aquella ocasión, pocos segundos después, se pudo escuchar otro estruendo, perteneciente a una gran explosión a pocos kilómetros de distancia. Los asaltos contra las fortificaciones de Phobos que la Comandante Persephone se había visto forzada a ordenar habían comenzado, y el tanque Black enemigo había dejado de cañonear objetivos estratégicos más allá de la frontera para pasar a tomar como objetivos a las fuerzas atacantes. Los sonidos de batalla aún podían percibirse en la distancia; ambas facciones estaban intercambiando miles de balas a cada segundo que pasaba. Aunque Hammerhead había perdido el contacto con Persephone cuando abandonó la relativa seguridad del búnker de mando, no le hacía falta ningún informe para hacerse una idea de la situación general. El Comandante Ironclaw había caído en la provocación. Había interpretado los ataques por parte de Persephone como un desafío, y había respondido enviando también a miles de sus soldados hacia una muerte segura, arremetiendo contra las defensas de Deimos. Lo que había sido una pequeña chispa de hostilidad, en pocos minutos había encendido un conflicto bélico a gran escala entre ambos ejércitos. Aquel no era el resultado que Hammerhead había esperado, pero se encontraba entre las posibilidades con las que había contado. Probablemente, Deimos estaba a punto de asumir muchas más bajas de las previstas. Sin embargo, gracias a ello, Hammerhead se quedó más tranquilo al saber que resultaba mucho menos probable que las tropas de Phobos escuchasen el sonido de los motores de sus dos tanques. Quizás, después de todo, sí que llegase al menos a acercarse lo suficiente a las posiciones enemigas como para causar algunos problemas.

Mientras permanecía atento a cualquier indicio de amenazas, Hammerhead continuó avanzando al frente de la formación, con su hacha antitanque desenvainada y firmemente agarrada en su mano derecha mientras corría. Por culpa de los tanques, los Goliats rara vez podían correr demasiado sin romper la formación. En más de una ocasión, alguno de aquellos vehículos llegó a encallar en el fango o incluso volcar. La densa vegetación tampoco ponía de su parte para facilitar su avance. Las grandes extensiones de matorral y las extensas y nudosas raíces de los enormes sauces de casi treinta metros de altura eran prácticamente trampas naturales, capaces de incluso de frenar en seco a los tanques. El terreno resultaba casi impracticable, incluso para unos vehículos tan versátiles como los Virus. Cuando aquella clase de incidentes sucedían, el grupo detenía la marcha y los dos Goliats que acompañaban a Hammerhead se apresuraban a resolver la situación por la fuerza, mientras su superior gruñía y fruncía el ceño en el interior de su casco. El conflicto no se detendría repentinamente si lograba neutralizar al Comandante enemigo, aquello estaba claro. La carnicería que había comenzado no pararía hasta que ambos bandos estuvieran demasiado desgastados como para continuar. Sin embargo, la ventana de oportunidad que la situación les había abierto era bastante limitada. Cada parada que se veían forzados a hacer y cada rodeo que tenían que tomar para evitar una profunda charca o un barranco comprometía el ya de por sí improbable éxito de la misión.

Casi veinte minutos después de que se adentrasen en aquel oscuro cenagal, Hammerhead se detuvo por iniciativa propia por primera vez e hizo una señal con la mano al resto de su grupo para que también se detuvieran. Según había calculado las distancias, ya se encontraban dentro del territorio enemigo; o al menos la parte de territorio que les habría correspondido a ellos si alguien se hubiese tomado la molestia de dividir aquel bosque en dos. Desde hacía un par de kilómetros, Hammerhead se había estado preguntando por qué no se habían encontrado todavía con ninguna patrulla de Phobos. Estaba claro que, en mitad de la noche y en un área tan densa, podrían tener a un grupo de soldados enemigos a menos de quinientos metros y ambos grupos podrían pasarse de largo sin notarse el uno al otro. Sin embargo, Hammerhead no dejaba de pensar que por simple azar ya deberían haberse topado con algún indicio de presencia enemiga, incluso a pesar de la escasa visibilidad. En aquel momento, cuando se detuvo, el Comandante de Deimos encontró, en cierto modo, lo que estaba buscando.

Cuando sus escoltas y ambos vehículos se detuvieron junto a él, Hammerhead señaló con su arma hacia algo que se encontraba en el suelo, frente a ellos. Se trataba de un número difícil de determinar de restos humanos. Los cuerpos vestían armaduras negras de Phobos, y parecían haber sido cortados limpiamente por una masiva arma de filo. La aleación de neomitrilo de aquellas armaduras no presentaba casi deformación; las placas de blindaje habían sido cortadas como si fuesen mantequilla. Todos los soldados de Clase Terror que había esparcidos por el suelo presentaban aquellos brutales cortes, y ninguno de ellos parecía estar de una pieza. El maloliente fango que cubría el suelo se encontraba enrojecido, y un breve vistazo a uno de los cuerpos reveló a Hammerhead que aquella carnicería era reciente. La sangre de aquellas heridas aún seguía fresca, y el olor que aquellos fluidos vitales que se derramaban en el fango desprendían aún no había atraído a ningún animal carroñero de aquel lugar.

Un desagradable sonido de crujido metálico hizo que Hammerhead volviera la cabeza ligeramente hacia su izquierda, en la dirección de la que provenía. Como acto reflejo, el Goliat alzó su mano izquierda y realizó un gesto indicativo con ella.

- Silencio- Ordenó Hammerhead, en voz baja- Apagad motores.

La orden del Comandante se transmitió a la tripulación de ambos tanques a través del comunicador de corto alcance de su tanque, y con cierto escepticismo, ambas tripulaciones obedecieron y apagaron los motores. Con su grupo en completo silencio, y tan solo escuchándose aquel crujido metálico que ocasionalmente ahogaba a los sonidos de batalla que provenían de la lejanía, Hammerhead comenzó a caminar lentamente hacia la fuente de aquel desagradable sonido, ligeramente agachado y tratando de no emitir sonido alguno, a pesar de su ruidosa armadura. Sus dos Goliats le siguieron, imitando sus movimientos, mientras mantenían sus enormes rifles de asalto apuntando hacia el lugar al que se dirigían, preparados para abrir fuego contra cualquier cosa que emergiese de entre las tinieblas.

Tras recorrer unos treinta metros en aquella dirección y emplear uno de aquellos enormes árboles a modo de cobertura, Hammerhead alcanzó a ver, gracias a la visión nocturna de su casco, a la criatura que producía aquel sonido. Frente a él y sus escoltas, a apenas otros treinta metros de distancia, se encontraba un tanque Virus con el logotipo de Phobos, rodeado por otro grupo de cadáveres de soldados de Clase Terror igual de troceados que los anteriores. Al tanque le faltaba casi por completo su torreta, y tenía el blindaje de su costado completamente abierto. Junto al vehículo, se encontraba una enorme ave paleognata de algo más de ocho metros de altura. Aquel animal tenía un plumaje plateado y notablemente brillante, a pesar de la oscuridad. Se encontraba ligeramente encorvada junto al chasis de aquel vehículo destruido. Carecía completamente de alas, y las patas del ave tenían unas largas y afiladas uñas metálicas, las cuales se hundían ligeramente en el barro. En su cabeza, a modo de cresta, el ferromoa tenía una enorme cuchilla metálica, que formaba parte de su propio cráneo, similar a un enorme hacha natural. El recto pico de aquel depredador alfa se dirigía continuamente hacia los restos del tanque Virus, de los cuales se dedicaba a arrancar pedazos del neomitrilo que formaba su blindaje, los cuales procedía tragarse enteros.

Cuando uno de sus escoltas apuntó directamente a la cabeza del animal con su rifle de asalto, Hammerhead se apresuró a bajar su arma por la fuerza con su propia mano izquierda mientras hacía un gesto de negación con la cabeza. Tal y como había supuesto, aquella era la razón por la que ni Phobos ni Deimos se adentraban en aquella región boscosa. Si una bandada de aquellas aves cargaba contra las fortificaciones de cualquiera de las dos facciones, no tendrían problemas en eliminarlas en masa; al fin y al cabo, se trataba de simples animales salvajes. Sin embargo, en aquel denso e impracticable bosque al que se habían visto exiliados por culpa del conflicto, los ferromoas resultaban letales cuando no se los podía detectar hasta que fuese demasiado tarde. Bajo el amparo de las ramas y hojas de aquellos masivos sauces, aquellas criaturas eran extremadamente sigilosas a pesar de su tamaño, y podían incluso permitirse el lujo de emboscar y masacrar a batallones enteros para comerse sus vehículos.

- Deberíamos abatirlo y seguir- Murmuró el Goliat que había intentado disparar.

Hammerhead emitió un incomprensible refunfuño, mezclado con otros gruñidos. No estaba seguro de si su subordinado tendría la suficiente puntería con aquel arma como para abatir a la criatura de un disparo limpio, pero no le importaba. Si lo hacía, delatarían al instante su posición. No le preocupaba el ferromoa, a pesar de la evidente amenaza que suponía. Lo que le preocupaba era que las tropas de Ironclaw les detectasen. La sangre de aquellos cuerpos era fresca. El enemigo había seguido enviando tropas a aquel bosque a pesar de que ocasionalmente alguna que otra patrulla nunca volviese. No tenían ninguna razón para pensar que estuvieran solos allí. Hasta el momento, habían avanzado a buen ritmo, pero cuando estableciesen contacto con las tropas de Phobos, tendrían que luchar por cada metro de terreno que avanzasen.

Antes de que Hammerhead llegase a dar ninguna orden, el ferromoa se quedó completamente inmóvil, de forma repentina. La criatura dejó de picotear los restos del tanque Virus y permaneció unos segundos mirando en dirección hacia el norte. Lentamente, aquel animal comenzó a retroceder, apartándose con precaución de los restos del vehículo, mientras se movía con una extrema precaución, como si tratase de volver sobre sus pasos sin hacer ruido, mientras parecía obsesionado con mirar hacia el norte. Aquel comportamiento por parte de aquel depredador provocó que Hammerhead se estremeciera, al tiempo que él también centraba su atención en aquella dirección. Había pocas cosas capaces de asustar a un ferromoa y hacerlo retroceder con la cabeza baja, y una de aquellas cosas parecía dirigirse hacia allí. No podía tratarse de simplemente una patrulla de Phobos. De haber sido así, el ferromoa probablemente habría optado por atacar o huir directamente, en lugar de sentirse tan intimidado.

- Atentos...- Dijo Hammerhead en voz baja.

Tras haber retrocedido unos metros más, el ferromoa abandonó su actitud cautelosa y se apresuró a darse media vuelta y empezar a correr. Sin embargo, apenas fue capaz de recorrer unos metros antes de desplomarse repentinamente. En apenas una fracción de segundo, una confusa figura oscura de aspecto humanoide había emergido de entre las sombras y había corrido tras él, dándole caza casi al instante debido a la abrumadora diferencia de velocidad entre ambos. Aquella nueva criatura se movía con una agilidad inhumana, y no había tenido dificultades para alcanzar de un salto la parte superior del cuello del ferromoa. Ni su plumaje metálico, ni su gruesa piel, ni su formidable estructura ósea habían sido lo suficientemente resistentes para impedir una decapitación limpia. En aquel momento, una siniestra figura de apariencia vagamente femenina, de algo más de cuatro metros de altura, se encontraba en pie a unos cincuenta metros del grupo, sosteniendo en su mano derecha la cabeza del ave. Las proporciones del cuerpo de aquella nueva monstruosidad resultaban inquietantes. No parecía tener pies, sino que se desplazaba sobre dos afiladas piernas de aspecto óseo. Sus brazos eran ligeramente más largos, en comparación con la anatomía humana, y todos sus dedos terminaban en unas largas y curvadas garras, de más de medio metro de longitud.

Con aquella bestia abatida, y aún sosteniendo su truculento trofeo en la mano, la aquella sombría figura se giró hacia donde Hammerhead y sus Goliats se encontraban. El Comandante de Deimos se apresuró a cubrirse por completo detrás de aquel sauce, pero sabía que era demasiado tarde. Ni siquiera se molestó en indicar a sus acompañantes que también se ocultasen. Era imposible que no les hubiera visto.

- ¡Enemigos!- Vociferó una voz femenina- ¡Tres Goliats, por el sur!

Hammerhead emitió un gruñido al escuchar aquellas palabras. Obviamente, aquella supersoldado de Phobos no estaba sola; las desgracias nunca venían solas. Para cuando el Comandante se decidió a sujetar con firmeza su hacha y abandonar la cobertura en busca de una confrontación, aquella enemiga ya no se encontraba a la vista, pero en su lugar podía distinguir un gran número de luces a unos doscientos metros de distancia. Al menos treinta soldados de Clase Terror y cuatro tanques Virus. Un conflicto que Hammerhead sabía que tarde o temprano tendría que llegar, pero que había tenido la esperanza de poder demorar aún un poco más. Por desgracia, lo que tenía que suceder finalmente había sucedido, y quizás lo había hecho de una de las peores maneras posibles. Podría haber llevado ventaja en aquel enfrentamiento, de no ser por la supersoldado a la que había perdido de vista.

- Fuego a discreción- Ordenó Hammerhead, manteniendo la calma.

Los dos tanques Virus que Hammerhead aún tenía a su espalda volvieron a encender motores y comenzaron su avance. El enemigo les había visto, pero aún no sabía que tenían aquellos tanques. Con suerte podrían sembrar algo de caos entre las filas enemigas antes de que alguno de los dos fuese abatido. Los rifles de asalto enemigos comenzaron a rugir, y un obús Chimera impactó a pocos metros de donde se encontraban, abriendo un pequeño cráter en el terreno y estremeciendo a los tres Goliats con aquella ronda HE que contenía. Aquello no era un disparo de advertencia, pero sirvió como una para los tres supersoldados. Aunque mantuviesen una cierta ventaja en blindaje y potencia de fuego, permanecer allí quietos equivalía a llamar a la muerte.

Hammerhead comenzó a cargar contra las posiciones enemigas blandiendo su hacha, mientras sus dos escoltas lo seguían y sus tanques avanzaban hacia una mejor posición de tiro. Tan pronto como se encontró al descubierto, cientos de aquellas balas de gran calibre que disparaban los rifles de asalto de Phobos y las ametralladoras coaxiales de los Virus comenzaron a arremeter contra su armadura. A diferencia del blindaje de los soldados de Clase Terror y de los Goliats que le acompañaban, el Comandante de Deimos llevaba puesta una armadura de placas de oricalco. Aquel metal era más pesado que las protecciones de neomitrilo que llevaban el resto de combatientes en aquella escaramuza, pero para un usuario con la suficiente fuerza para mover sin problemas aquella armadura, aquellas protecciones le conferían una relativa invulnerabilidad ante el armamento ligero. Hammerhead avanzó contra aquella lluvia de balas sin bajar el ritmo, recortando las distancias mientras atraía hacia sí mismo la mayor parte del fuego enemigo. Tras él, los enormes rifles de sus escoltas habían comenzado a escupir mortíferos proyectiles explosivos contra los combatientes enemigos.

Con menos de cien metros de distancia separando a los Goliats de los soldados enemigos, las primeras bajas comenzaron a producirse. Las tropas de Clase Terror llevaban armaduras de neomitrilo que ofrecían una gran protección contra el armamento de facciones tecnológicamente inferiores a Phobos, pero incapaces de proteger a sus usuarios de los proyectiles que aquellos masivos rifles de asalto disparaban. Una sola de aquellas balas explosivas era sobradamente capaz de reventar la coraza de un Clase Terror y hacer saltar en pedazos al soldado, en una deflagración que esparcía carne y metal en todas direcciones. Uno de los escoltas de Hammerhead alcanzó a tener un blanco claro contra uno de los Tanques Virus enemigos y se apresuró a abrir fuego contra el vehículo. A pesar de que las municiones de su arma no eran las idóneas para lidiar con un vehículo blindado, la abrumadora potencia de fuego de la que disponía estremeció el vehículo enemigo con cada disparo, hasta que finalmente una de las municiones acabó por penetrar el debilitado blindaje frontal y provocar una explosión interna en el vehículo. El tanque Virus se convirtió en una ardiente bola de fuego, y su detonación se llevó por delante a varios soldados enemigos que se habían apresurado a utilizarlo como cobertura cuando los Goliats comenzaron a disparar.

Hammerhead observó cómo la torreta de otro de los tanques Virus enemigos se orientaba hacia él y se dispuso a cambiar su trayectoria en un intento de esquivar el proyectil. Sin embargo, aquello no fue necesario. Antes de que el vehículo enemigo lograse abrir fuego contra él, un proyectil Chimera de clase sabot proveniente de uno de sus propios tanques se abrió paso a través de las placas de neomitrilo del blindaje y explotó en el interior del vehículo. Un nuevo proyectil Chimera proveniente de los tanques que tenía a su espalda arremetió contra las posiciones enemigas, esparciendo napalm en un gran área e incendiando a un grupo de soldados enemigos. Aunque sus armaduras no se resentían por aquellas temperaturas, los soldados que había en el interior se cocían dentro de sus propias protecciones, y emitían unos desgarradores gritos de agonía.

Cuando finalmente aquel Goliat veterano estuvo a punto de alcanzar las posiciones enemigas, los soldados de Clase Terror trataron de retroceder, pero ya era demasiado tarde. Ninguno de sus ataques podía frenar el avance de Hammerhead, y tampoco eran capaces de correr más que él. Hammerhead atravesó el campo de batalla como una cosechadora, blandiendo su enorme hacha sin dejar de avanzar mientras troceaba sistemáticamente todo lo que se cruzaba en su camino. El Comandante se abría paso entre aquel batallón, dejando atrás un rastro de cadáveres y adelantando a su propia escolta mientras se dirigía hacia uno de los Virus enemigos que aún quedaban intactos.

Tan pronto como tuvo aquel vehículo al alcance de cuerpo a cuerpo, Hammerhead sostuvo su hacha con ambas manos y dirigió un tajo horizontal contra el frontal del tanque. Conocía bien los tanques Virus, y conocía perfectamente la disposición de la tripulación dentro de aquellos vehículos. Su pesada hacha antitanque hundió su filo reforzado con un revestimiento de obsimantita en el blindaje enemigo y lo atravesó como si fuera de papel, abriendo una tosca y profunda raja que atravesaba de lado a lado todo el frontal del vehículo. Cuando finalmente el hacha que había entrado por el lado derecho del tanque acabó saliendo por el lado izquierdo, su oscuro filo se encontraba enrojecido y goteaba los fluidos vitales de sus enemigos. Si no había calculado mal el corte, Hammerhead daba por muertos a dos de los cuatro tripulantes del vehículo; el trabajo aún no estaba terminado. Sin darles tiempo de reacción, Hammerhead comenzó a cortar frenéticamente el blindaje de aquel tanque, abriendo una nueva raja tras otra en diferentes puntos clave del chasis hasta que finalmente supo que había logrado acabar con toda la tripulación e inutilizado el vehículo. No tenía forma de confirmar aquellas muertes más que la sangre que goteaba del filo de su hacha, a no ser que decidiese tomarse el tiempo de abrir del todo aquel blindaje como si se tratase de una enorme lata de conservas. Sin embargo, el Goliat no necesitaba aquella confirmación. Había realizado aquel proceso cientos de veces a lo largo de los años, y el silencio de aquel vehículo con su motor dañado y su tripulación abatida daban fe de su impecable trabajo.

Antes de escoger un nuevo objetivo, Hammerhead miró hacia atrás para comprobar la situación, justo a tiempo de ver como uno de sus propios tanques Virus recibía un impacto de algo desde el lateral y volcaba aparatosamente, sin llegar a producirse ninguna explosión. El vehículo que aún le quedaba orientó su torreta hacia el que acababa de volcar y permaneció a la espera, con su artillero dudando si debía disparar contra sus propios aliados. El Comandante analizó la situación y consideró todas las causas probables para aquel suceso, sabiendo que el tiempo jugaba probablemente en su contra. Tras apenas unos segundos, sin dudarlo, Hammerhead se apresuró a dar la orden.

- ¡Fuego!- Ordenó Hammerhead por el comunicador de corto alcance.

El tanque Virus que aún permanecía operativo se apresuró a realizar fuego amigo sobre el que había volcado, disparando un proyectil sabot contra él. Aquel obús se adentró en el vehículo a través de la parte superior de su torreta y detonó en su interior, convirtiéndolo al instante en un montón de chatarra humeante. Mientras uno de sus escoltas se apresuraba a abatir el último vehículo enemigo y dar caza a los soldados de Clase Terror que se retiraban desesperadamente, el otro escolta del Comandante se apresuró a acercarse al tanque aliado abatido, manteniendo su rifle de asalto en alto y avanzando con cautela. Hammerhead puso rumbo en la misma dirección, pero dejando avanzar delante a su subordinado, teniendo en cuenta que aquel Goliat era otro peón sacrificable más y que aquella acción era mucho más peligrosa de lo que el supersoldado se estaba imaginando.

Con un desagradable sonido metálico, el blindaje del tanque Virus volcado y en llamas comenzó a rajarse desde dentro, y en seguida una siniestra mano con unas largas y curvadas garras emergió de entre el metal ardiente. Como si se tratase de un insecto que rajase su crisálida para salir al exterior, aquella supersoldado que se había abierto paso a través del neomitrilo para entrar en el vehículo volvió a atravesar el blindaje para salir al exterior. En aquel momento, Hammerhead pudo observar mejor a aquella enemiga. Su cuerpo tenía un aspecto famélico, y llevaba puesta una oscura malla de nanofibras ceñida, con unas placas de blindaje en sus puntos vitales; unas protecciones diseñadas para no entorpecer la movilidad. Tal y como había apreciado desde la distancia, la supersoldado de Clase Arpía no tenía pies, y en su lugar sus piernas terminaban en unas protuberancias óseas similares a dos enormes cuchillas rectas. Sus brazos, antinaturalmente largos en comparación con el resto de proporciones de su cuerpo, terminaban en unas manos dotadas de largas y curvadas garras, desproporcionadamente grandes y capaces de abrirse paso a través del blindaje de un tanque. La Arpía devolvió por un segundo la mirada a sus enemigos y les dedicó una siniestra sonrisa. Sus labios se abrían en exceso al sonreír, revelando una boca llena de largos y aserrados dientes, la cual era capaz de abrirse mucho más de lo que parecía posible a simple vista. Los ojos de la supersoldado eran dos orbes completamente rojos, que brillaban al reflejar la luz de las llamas sobre las que se encontraba y contrastaban con su tono de piel gris claro. El cabello de la Arpía era largo y de color negro, y se encontraba completamente enmarañado a causa de la falta de cuidado. A pesar de la explosión interna de aquel vehículo, en la que se había visto atrapada, su indumentaria apenas parecía tener algunos rasguños superficiales y su piel sufría tan solo quemaduras leves; unos daños insignificantes para una criatura extremadamente difícil de abatir, y que probablemente no pondrían en compromiso alguno su rendimiento en combate.

Antes de que el Goliat que avanzaba contra ella fuese capaz siquiera de disparar su arma, Hammerhead observó como la Arpía recorría en menos de un segundo los casi veinte metros de distancia que había entre ambos y entablaba combate cuerpo a cuerpo con él. A tan corta distancia, aquella enemiga era prácticamente incombatible. Las garras de la Arpía atravesaron la armadura de neomitrilo de aquel supersoldado prácticamente sin encontrar resistencia. Los movimientos de aquella supersoldado eran increíblemente veloces, y resultaban inquietantes de ver; su metabolismo estaba extremadamente acelerado y era como si se moviese cámara rápida. Su velocidad al moverse y al pensar hacían que fuese prácticamente imposible defenderse. Aunque el Goliat trató de interponer su rifle de asalto entre ambos a modo de protección, la Arpía no tuvo dificultad alguna en atravesar su arma con las garras y descuartizar en apenas un segundo a otro supersoldado que le superaba en tamaño y prácticamente le triplicaba la masa muscular. Las extremidades, las placas de armadura y los trozos de aquel arma saltaron en todas las direcciones, mientras la sangre salpicaba violentamente en los alrededores de aquella fugaz y grotesca carnicería.

Hammerhead mantuvo firmemente sujeta su hacha y comenzó a avanzar con precaución contra su enemiga. Él no caería con tanta facilidad como lo había hecho su escolta, pero aquello no quitaba el hecho de que se encontraba en extrema desventaja contra aquella oponente y que su muerte era el resultado más probable de aquella confrontación. El tanque Virus que le quedaba comenzó a disparar su ametralladora coaxial contra la Arpía, pero resultaba inútil. Tan pronto como aquella criatura, con su metabolismo, sus sentidos y sus reflejos tan acelerados, pudo sentir el ataque inminente, se apresuró a esquivar aquellos proyectiles al mismo tiempo que se acercaba hacia el tanque. En apenas una fracción de segundo, la Arpía rajó con sus propias manos el blindaje del vehículo y se introdujo en el tanque Virus a través de uno de sus costados. Hammerhead no llegó a escuchar gritos por parte de la tripulación; sencillamente no les dio tiempo a gritar. En apenas un instante, las garras de la Arpía volvieron a abrirse paso a través del neomitrilo y la supersoldado emergió del interior del vehículo a través de la parte superior de la torreta. Todo el proceso de abrir el blindaje del tanque, masacrar a la tripulación y volver a salir al exterior, había durado apenas tres segundos.

Aunque todavía podía escuchar al subordinado que aún le quedaba disparando a los enemigos en retirada detrás de él, Hammerhead era consciente de que, a efectos prácticos, se encontraba solo ante el peligro. Dada la extrema velocidad de su enemiga, cargar contra ella no solo resultaría un esfuerzo inútil por su parte, sino que el resultado sería patético. En lugar de eso, el Goliat se mantuvo con la guardia alta y su hacha preparada para golpear tan pronto como sus reflejos le permitieran sentir que su enemiga se movía. La Arpía dedicó un momento a dirigirle una mirada insidiosa, para a continuación arremeter a toda velocidad contra él.

A pesar de que había tratado de verla venir, y realmente había conseguido ver que se movía, resultaba prácticamente imposible reaccionar a tiempo. La mayoría de supersoldados de clase Arpía eran capaces de superar la velocidad del sonido, y con el entrenamiento adecuado algunas podían incluso moverse a mach tres. Hammerhead trató de bloquear el impacto con su hacha, pero era inútil, para su enemiga él se movía extremadamente lento y ella podía corregir sin dificultad la trayectoria de su ataque para evitar el hacha y buscar los puntos débiles de su blindaje. Las garras de la Arpía impactaron contra la placa pectoral de su armadura y le derribaron al instante a pesar de su tamaño y peso, haciéndole volar varios metros hacia atrás a causa del golpe y aterrizar con la espalda contra el mugriento suelo.

Tan pronto como su cuerpo aterrizó en el fango de aquel pantano, Hammerhead se apresuró a ponerse de nuevo en pie, encarándose nuevamente con su enemiga. La Arpía le dedicó durante un instante una mirada confusa. Hammerhead se palpó durante un momento la placa pectoral de su armadura. Las garras de aquella supersoldado se habían hundido notablemente en su blindaje y habían llegado a dejar unas profundas marcas, pero no habían logrado atravesar sus protecciones. Aquella era la única razón por la que aún seguía vivo y no había acabado partido en dos.

- ¿Placas de Oricalco?- Preguntó la Arpía, dibujando una maliciosa sonrisa en sus labios- ¿Eres acaso un premio gordo?

Hammerhead dejó escapar una pequeña risa, mezclada con unos gruñidos.

- Tal vez...- Respondió el Goliat.

La Arpía rio ruidosamente durante unos segundos.

- Muy bien- Respondió, manteniendo su sonrisa- Veremos si el Comandante Ironclaw reconoce tu cabeza cuando se la lleve. Quizás me gane un ascenso...

Aunque a Hammerhead le habría encantado responderle a su enemiga que lo único que estaba a punto de ganarse era un hachazo en la cara, el propio Goliat no habría apostado por sí mismo en aquel momento, y se abstuvo de responder al comentario. En su lugar, permaneció todo lo atento a los movimientos de su enemiga que su concentración le permitía y se mantuvo alerta ante cualquier ataque inminente. Toda su musculatura estaba tensa, y el Goliat tenía todos sus sentidos pendientes de su enemiga.

Cuando la Arpía finalmente se movió de nuevo, sucedió lo que Hammerhead, en el fondo, sabía que tenía que suceder. Fue prácticamente incapaz de verla venir. A lo largo de los próximos segundos, un aluvión de golpes y zarpazos se cernió sobre él. Prácticamente era incapaz de percibir a su enemiga; lo único que lograba sentir era como cada una de sus placas de blindaje sufría un impacto tras otro que iba dejando mellas y marcas de garras en sus protecciones de oricalco. A pesar de que su propio equilibrio estaba comprometido y que sabía que tarde o temprano sería derribado nuevamente, Hammerhead trató de contraatacar lanzando un tajo horizontal con su hacha a su alrededor. Sin embargo, tal y como era previsible, su filo no logró encontrar nada a su paso. La enemiga que le acribillaba a golpes con aquellas garras como espadas que formaban parte de su propio esqueleto era apenas una sombra borrosa a su alrededor que actuaba como un arma de asedio que trataba insistentemente de derrumbar los muros de una fortaleza.

Finalmente, tras unos segundos más soportando aquella tormenta cortante, uno de los cientos de golpes que recibió acabó arrebatándole su arma. Su fiable hacha antitanque acabó abandonando sus manos y saliendo despedida a varios metros de distancia, donde sus ochocientos kilogramos de peso provocaron un desagradable sonido de chapoteo al aterrizar en el fango. Acto seguido, la Arpía empujó con todas sus fuerzas a su enemigo recién desarmado y Hammerhead volvió a caer de espaldas sobre un embarrado charco. A pesar de haber recibido semejante aluvión de golpes, Hammerhead no se encontraba dolorido ni creía estar herido aún; sus placas de armadura habían resistido aquel castigo, a pesar de los daños que habían sufrido. El Goliat estuvo a punto de tratar de ponerse en pie nuevamente, como un mero acto reflejo. Sin embargo, su enemiga finalmente detuvo aquel frenético ataque y permaneció en pie delante de él, mirándolo desde arriba.

- Una armadura admirable, Goliat- Elogió la Arpía, con cierto desdén- Veamos si resiste esto...

Antes de que Hammerhead lograse ponerse en pie, el supersoldado observó con una actitud impasible como su enemiga alzaba la pierna. Aquellas óseas extremidades sobre las que caminaba tenían piel y musculatura hasta algo más de medio metro por debajo de la rodilla, revelando un afilado y puntiagudo hueso que actuaba como una fusión de la tibia y el peroné, el cual quedaba expuesto por fuera de la piel y actuaba como una espada orgánica al final de cada pierna. Sin darle demasiada importancia a aquel acto, la Arpía dirigió una estocada con su pierna derecha contra la placa ventral del la armadura de Hammerhead. En aquella ocasión, ni siquiera la admirable resistencia del oricalco logró frenar aquel punzante ataque, y la pierna de la Arpía logró finalmente atravesar su blindaje y adentrarse en su carne. Hammerhead se estremeció levemente a causa de una punzada de dolor cuando aquel hueso atravesó su vientre por completo de una estocada limpia, hasta lograr toparse con la placa de blindaje de su espalda y detenerse su avance a través de su musculatura y sus órganos internos.

- Se acabó...- Sentenció la Arpía.

Dentro del casco de su armadura, el castigado rostro de Hammerhead dibujó una sádica sonrisa en sus maltratadas facciones. Aquel había sido un esfuerzo admirable por parte de su enemiga; realmente había logrado atravesar el blindaje de oricalco. Por desgracia para ella, él era un supersoldado de Clase Goliat. Era prácticamente un tanque viviente, y aunque el dolor fuese intenso, no iba a morir por una herida así. Sin embargo, ella sí que estaba a punto de pagar las consecuencias de aquella osadía.

Mientras la Arpía se recreaba en la herida que acababa de infligirle, moviendo y girando aquel hueso dentro de su carne para agravar la lesión, Hammerhead dirigió su mano izquierda a la pierna que había perforado su cuerpo. Parecía un esfuerzo desesperado por parte de una criatura moribunda, pero aquello no podía estar más lejos de la realidad. Para cuando su enemiga se dio cuenta de lo que sucedía, ya era demasiado tarde. Hammerhead se aferró a aquella ósea extremidad con su mano izquierda, embutida en un guantelete de oricalco que no se rompería con facilidad. A partir de aquel momento, no pensaba volver a soltar a su enemiga.

- Sí, se acabó- Se limitó a decir Hammerhead- Ya te tengo.

Desde el momento que había visto a una Arpía en el campo de batalla, Hammerhead había sabido que aquel no sería un enfrentamiento que pudiese ganar limpiamente. Si realmente quería una victoria, tendría que sangrar por ella; y aquello era exactamente lo que estaba haciendo en aquel momento. La única situación en la que su enemiga dejaría de abrumarle con su velocidad era si aquella supersoldado daba el combate por ganado de forma prematura. En aquel momento, con su propia sangre manando de un agujero en sus placas de blindaje, Hammerhead por fin había anulado la mayor parte de la velocidad de su enemiga al agarrar de aquella forma una de sus piernas. Sin mucho esfuerzo, sacó aquel hueso de su herida, agarrándolo con todas sus fuerzas y sabiendo perfectamente que no habría una segunda oportunidad si se le ocurría soltarlo.

Agarrando aquella pierna con ambas manos, Hammerhead comenzó a rodar sobre sí mismo para llevar a cabo una llave inmovilizadora. Aunque su enemiga trató de forcejear y liberarse, sus esfuerzos eran en vano. Su velocidad y la extrema dureza de su esqueleto eran sus mayores armas, pero en términos de fuerza bruta él la superaba. Pese a lo increíblemente optimizaba que estaba la escasa masa muscular de una Arpía, un Goliat aún conservaba una ligera ventaja; lo justo para imponerse en un combate cuerpo a cuerpo si no tenía que preocuparse por aquellas garras. Aunque durante el forcejeo Hammerhead volvió a recibir algunos zarpazos más, aquellos nuevos golpes en su armadura resultaban mucho menos peligrosos ahora que la Arpía tenía una menor movilidad y era incapaz de impulsarse y ganar potencia de impacto gracias a su velocidad. En apenas unos segundos, más de un siglo de experiencia en combate cuerpo a cuerpo permitió a Hammerhead imponerse en aquel forcejeo y reducir finalmente a su enemiga, tumbándola boca abajo sobre el fango mientras inmovilizaba sus dos brazos con garras contra su espalda, atrapados bajo su rodilla. Las piernas de aquella Arpía apenas podían moverse, atrapadas en aquella llave inmovilizadora, y Hammerhead logró finalmente agarrar la cabeza de su enemiga por la parte posterior del cráneo y presionarla contra el suelo. En aquel momento, su enemiga estaba completamente inmovilizada y era prácticamente inofensiva.

- Cabrón...- Se quejó la Arpía- ¡Suéltame, hijo de puta!

- Tranquila- Respondió Hammerhead, en un tono de voz malicioso, sin ocultar su deleite ante aquella situación- Te acabaré soltando...

Aunque no estaba dispuesto a admitirlo abiertamente, Hammerhead estaba disfrutando con aquella situación. Aún recordaba aquella vez que las garras de una Arpía acabaron penetrando el blindaje de su casco y haciéndole perder el ojo. Odiaba a aquellas supersoldados y había pasado muchos años preparándose para cuando finalmente tuviese que volver a enfrentarse a una de ellas. En aquel momento, muchas viejas cicatrices en su cuerpo clamaban venganza, y el Goliat a duras penas era capaz de decidir cómo ejecutar a una enemiga por la que sentía semejante niveles de inquina. Sin embargo, Hammerhead era consciente de que no lograría retenerla inmovilizada eternamente. Su enemiga no paraba de forcejear, y a pesar de su esbelta constitución, su fuerza física era prodigiosa. Era cuestión de tiempo que acabase por liberarse, y si lo hacía, no volvería a caer una segunda vez en la misma trampa. Había llegado el momento de tomarse las cosas en serio y acabar de una vez con aquella amenaza que había diezmado sus tropas.

Consciente de que no lograría dañar el casi indestructible esqueleto de la Arpía hiciera lo que hiciera, Hammerhead se apresuró a dirigir rápidamente la mano derecha hacia el cuello de su enemiga, desde la parte de detrás, y comenzó a oprimir con todas sus fuerzas. Romperle el cuello era imposible, pero dañar su carne era una opción viable. Al igual que los Goliats, las Arpías se recuperaban rápido de las heridas, pero la regeneración de ambos supersoldados no era lo bastante rápida como para sanar heridas sobre la marcha dentro del propio combate. Sabiendo que cada segundo contaba, Hammerhead se aferró con fuerza al cuello de la Arpía y comenzó a hundir sus dedos recubiertos de oricalco en su carne. Tras agarrar con fuerza, el Goliat comenzó a tirar lenta y decididamente, arrancando un buen trozo de músculo y piel, emitiendo un desagradable sonido al desgarrar y arrancar la carne de su enemiga con su propia mano. La sangre comenzó a manar a borbotones de aquella herida abierta y a mezclarse con el fango.

En aquel momento, la Arpía se retorció con más desesperación aún, mientras emitía unos desagradables sonidos de tos y asfixia con lo que le quedaba de su garganta. Con aquella herida en el cuello, ya no era capaz de articular palabra. La herida era grave, y la hemorragia derramaba sus fluidos vitales rápidamente, pero Hammerhead sabía que aún no era letal; al menos no con la suficiente celeridad. Con cierto desprecio, el Goliat arrojó sin mirar a dónde el pedazo de carne arrancado que sostenía en su mano y procedió a agarrar de nuevo el herido cuello de la Arpía. De forma metódica, sin sentir la más mínima simpatía por su enemiga, comenzó a arrancar más carne de su cuello. Poco a poco, Hammerhead continuó descarnándola lentamente, arrancando la piel, el músculo y el tendón de su cuello hasta dejar casi limpio el hueso. En el proceso, arrancó también una buena cantidad de carne de su mandíbula, sus mejillas y sus hombros, separando largas tiras con cada cruel movimiento de su mano. Cada vez que las heridas de la supersoldado se agravaban, la sangre manaba en mayor abundancia, formando un charco carmesí bajo ella y salpicando sobre la oscura armadura de Hammerhead.

Pasado un tiempo que el Goliat no llegó a calcular, pudo sentir cómo los esfuerzos por forcejear de aquella malherida criatura se volvían cada vez menos intensos, hasta que finalmente acabó yaciendo inmóvil sobre un charco de su propia sangre. Tan solo una ensangrentada columna vertebral y un grupo de desgarrados tendones mantenían la unión entre su cabeza y el resto de su cuerpo. Le faltaba casi la mitad del pelo, y tanto su cráneo como sus clavículas estaban expuestos. Tras tomarse un momento para respirar hondo, Hammerhead finalmente alivió la presión que hacía con aquella llave inmovilizadora sobre su enemiga. Aunque lo hacía con cierta desconfianza, como si aún pensase que aquella monstruosa supersoldado sería capaz de ponerse en pie y seguir atacándole a pesar de que su tráquea estaba hecha pedazos y esparcida por sus alrededores, el Goliat finalmente se atrevió a soltarla cuando comprobó que no se movía lo más mínimo. Finalmente, estaba muerta. Había logrado vencer a una Arpía.

Hammerhead se puso en pie y miró a sus alrededores en busca de su arma. Cuando alcanzó a localizar su hacha antitanque, se apresuró a acercarse a ella y recuperarla. Una vez tuvo de nuevo aquel pesado filo entre sus ensangrentados dedos, por fin pudo sentirse más tranquilo y notó cómo su acelerado pulso comenzaba a relajarse. Aún le dolía la estocada que había recibido en el vientre, pero no era la peor herida que había recibido a lo largo de su vida; era un dolor que podía ignorar hasta que pasasen algunas horas y la herida se regenerase. Hammerhead dirigió un último vistazo al cadáver de su enemiga. En otras circunstancias, le habría gustado llevarse su cabeza como trofeo de aquel logro, pero en aquella situación no podía permitírselo. En primer lugar, no iba a ser fácil separar el cráneo de la Arpía de su columna vertebral; ni siquiera con la ayuda de un hacha capaz de trinchar el blindaje de un tanque. Y, en segundo lugar, la batalla estaba aún lejos de terminar; no podía pasarse el resto de aquella misión llevando una cabeza cortada de un lado para otro. Con cierto pesar, Hammerhead apartó la mirada de la supersoldado abatida. Debía concentrarse en su objetivo. El verdadero trofeo que ansiaba reclamar era la cabeza de Ironclaw, no la de una supersoldado anónima.

- Comandante...- Saludó una voz a su espalda- ¿Está herido?

Tras escuchar aquellas palabras, Hammerhead se giró hacia quien le hablaba y se encontró con su otro escolta, que se había asegurado de dar caza a los enemigos en retirada para asegurarse que no reportasen que les habían visto. Aunque habría apreciado su ayuda durante el enfrentamiento contra la Arpía, Hammerhead aprobaba la decisión que aquel Goliat había tomado sobre la marcha. De haber entablado combate contra una supersoldado más moderna y mucho más especializada como lo había sido aquella enemiga, sin una armadura como la suya probablemente habría desperdiciado su vida en vano. Dar caza a los remanentes de la fuerza enemiga, en cambio, les había devuelto probablemente al punto de partida. Todo el enfrentamiento había sido extremadamente fugaz; era posible que las tropas de Phobos no hubiesen tenido ocasión de informar sobre aquel encuentro. En el caso de que lo hubiesen hecho, igualmente era probable que aquello pasase como una refriega más en medio de una intensa noche de conflicto; Hammerhead estaba seguro de que, si la Arpía no le había logrado reconocer, entonces ninguno de los soldados de Clase Terror debía haberle reconocido tampoco.

- Estoy bien- Se limitó a responder Hammerhead- Sigamos.

Hammerhead dedicó un momento a orientarse y, acto seguido comenzó a dar unos pasos en dirección hacia el norte. Su escolta se apresuró a seguirle, mientras cambiaba el enorme cargador de tambor de su rifle de asalto por uno lleno y descartaba sin más el que estaba vacío, que cayó sobre un charco marrón y emitió un sonido de chapoteo mientras salpicaba agua sucia a su alrededor. A pesar de la situación, Hammerhead alcanzó a oír cómo su subordinado reía ruidosamente mientras caminaba.

- ¿Sólo quedamos nosotros dos?- Preguntó el escolta, entre risas- Comandante, esta es la noche en que moriremos.

- Me alegra que te lo tomes con humor- Respondió Hammerhead, sin aminorar la marcha.

El Comandante de Deimos no pudo evitar dejarse invadir por una cierta sensación de satisfacción al comprobar el escaso apego a su propia existencia que tenía aquel supersoldado. Los Clase Goliat eran el primer supersoldado que desarrolló Prometheus Labs, y los Goliats llevaban sirviendo a Phobos prácticamente desde que la organización existía. Tenían el mérito de ser el modelo de supersoldado más antiguo, pero aquello también implicaba que eran uno de los que más efectos secundarios sufrían a causa de su mutación, cuando dejaban atrás su humanidad. Aquella psicosis constante que sufrían y aquel ansia por entrar en combate los hacía difíciles de controlar; especialmente a los especímenes más jóvenes. No era infrecuente que los batallones de Goliats saltasen al combate antes de recibir autorización, o que cambiasen de bando a la ligera en mitad de un conflicto por razones casi arbitrarias. Aquella era la razón por la que Hammerhead se encargaba de atar corto a sus subordinados y moldear cuidadosamente a cada Goliat a su cargo. El supersoldado que lo acompañaba estaba preparado para morir en cualquier momento, y no dejaría de obedecerle mientras le quedase el más mínimo aliento.

- Tu nombre, soldado- Pidió Hammerhead.

- Skullcrusher- Respondió el Goliat, visiblemente confuso.

Hammerhead guardó un instante de silencio. Ya conocía los nombres falsos y poco imaginativos de sus escoltas; aquello no era lo que le preguntaba. Aunque el Comandante de Deimos dudó durante un momento si valía la pena mantener aquella conversación, Skullcrusher tenía razón en algo. Aquella noche, la muerte les acechaba. Era posible, o incluso probable, que ninguno de los dos volviese. Si tenía que morir aquella noche, al menos quería saber junto a quién iba a morir.

- Marcus Valerius- Se presentó Hammerhead, mientras continuaba caminando sin mirar atrás.

- Nikolái Orlov- Se apresuró a responder con entusiasmo Skullcrusher- Gracias, señor. Es un honor.

Satisfecho con aquella respuesta, Hammerhead asintió al mismo tiempo que trataba de orientarse y no perder de vista el mapa mental de la zona que aún retenía en su cabeza.

Muy bien, Nikolái... Lamuerte nos aguarda- Murmuró Hammerhead- No la hagamos esperar.

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