Capítulo 19

La estruendosa voz de Persephone retumbó en toda la estación. Cada sílaba pronunciada proyectaba una leve onda telequinética involuntaria que levantaba la capa de polvo y ceniza que se había acumulado en el suelo de la estación. El escaso humo que aún se elevaba en el aire proveniente de las débiles ascuas que aún no habían terminado de extinguirse se estremeció, como si un viento fuerte lo arrastrase. Cada palabra hacía eco y resonaba contra los paneles de oricalco que reforzaban la estructura. Incluso los cadáveres calcinados más cercanos a la Banshee parecían desplazarse ligeramente, arrastrados por aquellas ondas de fuerza. Sin embargo, para sorpresa de la oficial de Deimos, ninguno de los enemigos presentes en aquella ocasión pareció reaccionar de ninguna forma ante la extrema potencia de su voz. Aquella dañina onda de choque que estremeció toda la habitación no inmutó a aquel hombre que había frente a ella, ni a las dos supersoldados que permanecían a su lado.

Klaus notó cómo sus propios labios se contorneaban ligeramente en una sutil sonrisa. Lo sabía todo sobre aquella Banshee, tras haber leído todos los informes que la resentida Dra. Olsson constantemente ayudaba a filtrar a la Administración Central de Prometheus Labs, en Icarus Rest. Era posible que él supiera más sobre aquella supersoldado de lo que la propia Persephone sabía sobre sí misma. La vida no había sido amable con ella; pero, aun así, aquella mujer siempre se las había apañado para vivir un día más. Si aquello era una cuestión de suerte o de talento, era algo que el oficial de Phobos desconocía, pero estaba deseando averiguar. Ya no había nada tras lo que excusarse, ni nadie detrás de quién esconderse. Aquella mujer de más de cinco metros y medio de altura, con garras, tentáculos y un inmenso poder psiónico latente era ahora un mero animal acorralado, que tendría que darlo todo si aspiraba a volver a merecerse otro día más de vida.

- ¿Está segura de ello, Comandante Persephone?- Preguntó Klaus.

Persephone dedicó una mirada hacia sus temblorosas manos. Por más que intentaba tranquilizarse, aún no lograba calmar su mente. Podía sentir sus dos corazones latiendo de forma asíncrona a un ritmo extremadamente acelerado; a mucha mayor velocidad de la que un cuerpo humano sin modificar podría soportar sin que la propia presión sanguínea lo reventase desde dentro. A lo largo de los años, Persephone había visto a muchos otros supersoldados creados por Prometheus Labs lanzarse al combate sin vacilar, como si matar y morir fuese algo natural y obvio para ellos. Sin embargo, ella no era capaz de hacer lo mismo. A pesar de todo, tras tantos años y tantas experiencias, en el fondo no dejaba de ser la misma Irina a la que los soldados de Deimos un día arrancaron de su hogar y llevaron a aquel laboratorio donde la convirtieron en un monstruo. Persephone intentó apartar cualquier atisbo de pensamiento melancólico de su mente y miró en dirección hacia el Comandante Richter, mientras se esforzaba por no exteriorizar todo lo patética que podía llegar a ser.

- ¿Acaso tengo elección?- Preguntó Persephone, dibujando a regañadientes una nerviosa sonrisa en sus morados labios.

- Me temo que las elecciones son algo reservado para los ganadores- Respondió el oficial de Phobos, ignorando de nuevo el efecto que la voz de su enemiga tenía en el entorno a su alrededor.

Antes de que Persephone pudiese pensar en algo que responder o reuniese el valor suficiente como para preguntarle al oficial de Phobos por qué parecía ser inmune a los efectos de su voz, Minerva comenzó a deslizarse sobre sus tentáculos para acercarse unos metros más a ella, mientras volvía una vez más a reír como si fuera incapaz de controlar sus emociones. Persephone sintió un escalofrío recorriendo la espalda con tan solo contemplarla. Aquella otra Banshee prácticamente se había dado una ducha con la sangre de Nihil. Su uniforme de oficial de Phobos estaba echado a perder, y su piel morada se encontraba manchada por los fluidos vitales del Lich al que había matado de la forma más sanguinaria en la que Persephone jamás había visto morir a alguien. Y, sin embargo, pese a estar empapada en sangre de un aliado al que había asesinado a sangre fría, aquella mujer reía como si fuese incapaz de ocultar lo divertido que todo aquello le resultaba.

- ¡Qué cruel eres, Klaus!- Exclamó Minerva, entre risas- Déjala al menos albergar algo de esperanza...

- ¿Cruel yo?- Preguntó Klaus, dirigiendo la mirada hacia Minerva, pero sin llegar a caer abiertamente en la provocación- Mira quién habla...

- Definitivamente no eres la más indicada, Mirabelle- Secundó Athena, manteniendo su habitual severidad.

Persephone no pudo evitar retroceder de forma casi instintiva mientras Minerva se acercaba lentamente a ella. La oficial de Deimos dedicó también una mirada nerviosa a la otra gemela. Athena permanecía justo detrás del Comandante Richter, sin dejar prácticamente nada de separación entre ambos. Los tentáculos de aquella Banshee se encontraban completamente firmes e inmóviles, en contraste con los de su hermana, que parecían ondular con emoción. Aunque Minverva parecía estar ansiosa por lanzarse contra ella, no parecía que Athena tuviera la menor intención de separarse un solo centímetro de aquel hombre. Incluso en aquella situación tan nefasta en la que se encontraba, Persephone no pudo evitar notar como un sentimiento de envidia afloraba en ella. Ambas gemelas controlaban a la perfección sus voces y podían interactuar sin ningún problema con aquel humano al que escoltaban, incluso acercándose a él sin miedo a herirlo o matarlo si se les escapaba una simple sílaba. Ella, sin embargo, había pasado los diez últimos años tratando a todos a su alrededor como si fuesen frágiles como una torre de naipes, asustada de sí misma y de lo que su voz podía hacerle a los demás.

La Comandante de Deimos observó como Minerva procedía a darle la espalda con una sorprendente despreocupación, dadas las circunstancias, y volverse hacia su hermana y su oficial superior. Era como si no le preocupase ser atacada por la espalda, o como si sencillamente aquella otra supersoldado no considerase estar en peligro.

- ¿Me la dejas?- Preguntó Minerva, mirando fijamente a su hermana mientras intentaba adoptar una expresión adorable en su ensangrentado rostro- Por favor, hermanita... ¿me la dejas?

Athena inhaló aire y dejó salir un largo suspiro.

- No vayas a dejarnos tú a nosotros en mal lugar- Le advirtió Athena.

- ¡Gracias, gracias, gracias!- Respondió Minerva, con una exagerada expresividad.

Interpretando aquellas palabras de su hermana como una respuesta afirmativa y teniendo en cuenta que el Comandante Richter no le había llevado la contraria, Minerva volvió a girarse hacia Persephone, con una amplia sonrisa su sus labios. No parecía una sonrisa sádica y maliciosa, más bien parecía exteriorizar serenidad y amabilidad. Sin embargo, aquella fachada amable no funcionaba demasiado bien cuando todo su cuerpo estaba cubierto por salpicaduras de sangre de la persona a la que había asesinado minutos atrás, mientras sonreía del mismo modo.

Persephone dejó de retroceder y fijó su atención en Minerva. Ahora que había logrado poner algo de distancia entre ambas mientras sus enemigas hablaban, la otra Banshee se encontraba a algo más de diez metros de ella. Había una considerable diferencia de estatura entre ambas, casi medio metro de diferencia. Sin embargo, aunque Minerva parecía pequeña desde el punto de vista de Persephone, la oficial de Deimos no podía evitar sentirse muy intimidada por ella. Ni siquiera el saber que las gemelas no tenían intenciones de enfrentarse a ella las dos a la vez lograba tranquilizarla ni lo más mínimo. Había visto la crueldad y la facilidad con la que aquella mujer había matado a Nihil. Persephone entendía que el resultado más probable de aquel encuentro era su propia muerte, pero no estaba mentalmente preparada para sufrir de aquella forma.

Aunque Erebus era un lugar extremadamente cruel, Persephone había esperado que aquel mundo le tuviera al menos reservada una muerte piadosa. Sin embargo, durante los diez últimos años, siempre había vivido con miedo de que el Comandante Ironclaw lograse capturarla, porque sabía perfectamente que aquel Goliat tenía mil torturas planeadas para ella cuando finalmente lograse ponerle la mano encima. La noticia de la muerte de aquel oficial le había dado a Persephone algo de paz mental, pero aquella paz había resultado ser extremadamente efímera. Erebus no había tardado en volver a poner a otra psicópata en su camino. Una que, a diferencia de Ironclaw, sí había sido capaz de alcanzarla.

- Mirabelle Weiss- Se presentó formalmente Minerva, mientras observaba con cierta condescendencia la aterrada expresión de su oponente.

Persephone se estremeció de nuevo al escuchar a Minerva decirle su nombre real. Aunque ya lo había oído cuando ambas gemelas habían estado hablando entre ellas, Minerva había decidido tomarse la molestia de revelarle su verdadera identidad. Persephone nunca había sido especialmente entusiasta respecto a aquella tradición entre supersoldados, y el hecho de que la otra Banshee decidiera revelarle su nombre real la hizo recordar de nuevo el amargo momento en el que tuvo que enfrentarse a Nihil. Sin embargo, una vez más, se sentía demasiado incómoda no respondiendo al gesto; especialmente teniendo en cuenta que en aquella ocasión parecía encontrarse ante una enemiga mucho más peligrosa que aquel Lich, alguien a quien definitivamente no quería ofender.

- I... Irina- Se presentó Persephone, con voz ligeramente temblorosa- Irina Nephus.

- Muy bien, Irina- Respondió Minerva, aun sonriendo- No me tengas esto en cuenta. No es nada personal, ¿vale?

Tras oír pronunciar aquellas palabras a Minerva, Persephone sintió cómo su campo de fuerza comenzaba a recibir un auténtico aluvión de impactos. Aunque Minerva no realizaba el menor movimiento físico que revelase que estaba atacando, la mente de aquella Banshee inició un auténtico bombardeo telequinético contra ella. En apenas unos pocos segundos, Persephone pudo sentir al menos treinta o cuarenta lanzas psiónicas impactando contra su campo de fuerza desde direcciones aparentemente aleatorias. Era imposible mantener la defensa contra semejante ataque. Los impactos sucedían en un lapso de tiempo abrumadoramente corto, y la omnidireccionalidad de los ataques le impedía reforzar una sección concreta del campo de fuerza.

Antes de que tuviera siquiera tiempo de pensar qué hacer, Persephone sintió una intensa migraña, fruto del esfuerzo psiónico que estaba realizando. No tardó en perder el control de sus propias capacidades telequinéticas, provocando que su campo de fuerza se colapsase. Una sensación de absoluto horror se apoderó de la oficial de Deimos cuando sintió cómo su campo de fuerza prácticamente explotaba como una pompa de jabón ante aquella lluvia de lanzas psiónicas. Sin aquella defensa, Minerva apenas tardaría una fracción de segundo en hacerla pedazos con aquellas proyecciones telequinéticas. Sin embargo, aunque aquel ataque podría haber implicado una muerte instantánea para Persephone, la supersoldado de Phobos parecía tener otros planes.

Minerva comenzó a levitar a baja altitud y redujo la distancia con Persephone a gran velocidad. Sus movimientos seguían una trayectoria ondulante y mantenían un perfil bajo, prácticamente a ras del suelo. Resultaba casi imposible seguirla con la mirada. Persephone quedó prácticamente paralizada por el miedo al sentir que la otra Banshee se acercaba. Apenas había logrado distinguir su silueta a través de la nube de polvo y cenizas que la propia fuerza telequinética que hacía levitar a Minerva levantaba a su paso, y Persephone ya casi podía imaginarse aquellas garras quitinosas abriéndose paso a través de su carne. Sin embargo, Minerva no recurrió al cuerpo a cuerpo contra su conmocionada enemiga. En lugar de eso, cuando se encontró a apenas dos metros de Persephone, la supersoldado de Phobos incrementó ligeramente la altura de su levitación para ponerse a su altura e inhaló para llenar sus pulmones de aire. A continuación, Minerva abrió la boca y dejó salir un estridente alarido en dirección hacia la Comandante de Deimos.

El grito de Minerva produjo una brutal onda de choque que se llevó por delante a Persephone. Sin un campo de fuerza que la protegiera parcialmente del sonido y de la onda telequinética que los gritos de una Banshee provocaban, aquello era casi el equivalente a ser atropellada por aquel monorraíl industrial que había salido de la estación hacía apenas un momento. Persephone salió despedida en la dirección de la onda de choque, volando como una enorme muñeca de trapo y recorriendo casi veinte metros en su trayectoria, para acabar estrellándose contra el duro suelo de paneles de oricalco. La oficial de Deimos se esforzó por no gritar a pesar del dolor. Sin embargo, aquello era demasiado para ella. La onda de choque recorrió su cuerpo por completo. Podía sentir el impacto en cada centímetro de su piel, y en cada uno de sus huesos y órganos. Aunque su prodigioso cuerpo de supersoldado de Phobos le había permitido resistir la onda telequinética sin convertirse en una simple mancha roja en el suelo, aquel ataque era como ser golpeada en todo el cuerpo al mismo tiempo. La oficial de Deimos estaba acostumbrada al sufrimiento emocional, pero no tenía ni mucho menos la suficiente experiencia con el dolor físico como para resistir aquello en silencio.

Persephone dejó salir un grito de dolor que envió la misma clase de ondas telequinéticas en todas las direcciones a su alrededor. A diferencia del grito de Minerva, cuyas ondas telequinéticas habían sido habilidosamente enfocadas en un cono hacia delante, el descontrolado lamento de Persephone se propagó en todas las direcciones, como un terremoto de sonido. Su voz, incapaz siquiera de hablar con normalidad sin resultar peligrosa, no era algo con lo que el grito de Minerva pudiera compararse en términos de potencia bruta. Toda la base se estremeció. Los paneles de oricalco de las paredes cayeron de los muros de hormigón que los sujetaban, los cuales se agrietaban más y más conforme la Banshee seguía gritando de dolor. Incluso los negros paneles metálicos del suelo comenzaron a saltar de sus encajes, convirtiendo aquella superficie lisa en un terreno irregular. La mayoría de luces rojas sencillamente estallaron ante la onda de sonido, dejando la de por si pobremente iluminada estancia mucho más oscura. Varios cascotes de hormigón del techo, algunos de ellos de varias toneladas de peso, comenzaron a desprenderse. Con un solo grito, toda la integridad estructural de aquella instalación subterránea había sido comprometida.

La oficial de Deimos adoptó una posición casi fetal en el suelo, abrazándose a sí misma con sus dos quitinosas manos y envolviéndose con sus propios tentáculos. Se esforzó por dejar de gritar, antes de acabar provocando que toda la base se le viniese encima. Todo el cuerpo le dolía. La Banshee escupió una bocanada de sangre. Le pitaban los oídos y su mente se sentía nublada y aturdida. Aunque no parecía haber ninguna herida de gravedad visible, había recibido un fuerte traumatismo en la cabeza y probablemente sufría varias hemorragias internas por todo el cuerpo a causa del grito de Minerva. El dolor era intenso y se extendía por todo su cuerpo, aunque su prodigiosa fisiología de supersoldado rápidamente comenzaba a mitigar aquella inconveniente sensación. Poco a poco, su cuerpo producía por sí mismo grandes cantidades de adrenalina que limitaban su capacidad para sentir el dolor.

Apenas habían pasado unos segundos desde que recibió aquel brutal ataque, y aún se sentía demasiado confusa y conmocionada como para pensar con claridad. Sin embargo, Persephone sabía que no estaba ni de lejos fuera de peligro. Aunque había dejado salir uno de los gritos más desgarradores que recordaba, y casi provocaba que aquella estación subterránea acabase sepultada bajo miles de toneladas de escombros, no tenía garantías de que aquello hubiese acabado con las Banshees gemelas. Ayudándose del torrente de drogas de combate que su cuerpo generaba y de su propia voluntad de sobrevivir, Persephone se esforzó por ignorar el dolor y tratar de recuperar la verticalidad, mientras miraba a su alrededor en busca de sus enemigos.

- No ha estado mal, Irina- La felicitó Minerva- Tienes buenos pulmones.

Cuando logró orientarse en medio de aquel caos que ambos gritos habían provocado, Persephone no tardó en distinguir la silueta de Minerva entre la nube de polvo de escombros que se había levantado. A pesar del manto de tinieblas que envolvía aquella gran sala, ahora que gran parte de las luces habían sido destruidas, aquellos ojos rojos y negros de la Banshee se adaptaron casi al instante a la penumbra. Persephone comprobó el destrozo que había provocado en la estación. Las paredes estaban visiblemente agrietadas, algo fácilmente apreciable gracias al gran número de paneles de oricalco que no habían aguantado en su sitio. Había varios agujeros de gran tamaño en el techo, a través de los cuales se podían observar algunos de los niveles superiores, que también habían recibido daños serios. Un gran número de grandes cascotes de hormigón y deformados paneles de metal se encontraban dispersos por todo el suelo de la estación. Resultaba terrorífico estimar cuántos soldados aliados podrían haber muerto por culpa de aquellos gritos. Sin embargo, aunque Persephone tenía la esperanza de que no quedasen tropas de Deimos en la instalación, en realidad no estaba en situación de pararse a pensar en los demás, por mucho que le pesase.

Apenas sus ojos se adaptaron a la oscuridad y la nube de polvo comenzó a dispersarse y volverse menos densa, lo primero que Persephone vio fue que tanto Minerva como Athena y Klaus permanecían aun en pie, donde mismo habían estado antes de que ella gritase. Era como si aquellos tres sencillamente hubiesen podido ignorar aquel grito que casi revienta desde dentro aquel enorme búnker de mando. Persephone clavó la mirada en el Comandante Richter, horrorizada. Podía entender que las dos gemelas fuesen capaces de sobrevivir al grito, del mismo modo que lo había hecho ella misma; pero no era capaz de entender cómo era posible que aquel humano sin modificar siguiera vivo. Incluso aunque Athena, que no se despegaba de él, estuviera proyectando un campo de fuerza psiónico a su alrededor, aquello solo habría podido bloquear las ondas telequinéticas, pero el sonido por sí solo debería haber sido capaz de matarlo al instante. Aquello escapaba a su comprensión, teniendo en cuenta que incluso Nihil, siendo un supersoldado, había quedado gravemente herido a través de su propio campo de fuerza cuando ella le gritó durante aquel enfrentamiento en la superficie de Yersinia Terra.

Entre jadeos, Persephone movió ligeramente su mano derecha, en un amago de señalar en dirección hacia Klaus. Sin embargo, la oficial de Deimos se detuvo a mitad del movimiento, antes de que su quitinoso dedo llegase a señalar a aquel hombre de forma que pudiera considerarse amenazante, viniendo de una psíquica.

- ¿Cómo es... posible?- Preguntó Persephone, entre jadeos.

El rostro de Minerva adoptó una expresión confusa ante aquella pregunta.

- ¿Cómo es posible qué?- Le respondió Minerva.

- Que él siga vivo... después del grito- Especificó Persephone, evitando mirar fijamente al oficial de Phobos mientras se refería a él.

Minerva miró hacia atrás durante un momento y cruzó miradas con su hermana, quien frunció el ceño al instante, al mismo tiempo que ella rompía a reír.

- ¡Eres muy divertida, Irina!- Dijo Minerva, incapaz de comportarse con seriedad.

- ¿Pero qué clase de entrenamiento ha recibido, Comandante Persephone?- Le espetó Athena, visiblemente molesta- ¿Hemos venido desde Phobia Aegis a enfrentarnos a una Banshee que ni siquiera sabe emitir ruido blanco?

Persephone agachó la cabeza, no solo intimidada por la diferencia de habilidad que había entre ella y su oponente, sino también visiblemente avergonzada ante las palabras de Athena. No iba a darle explicaciones a aquella otra Banshee, pero lo cierto era que prácticamente no había recibido nada de entrenamiento. Los psíquicos eran de por sí poco comunes entre humanos, y los sujetos con potencial psiónico compatibles con la Fórmula del Destructor o del Mentalista eran raros incluso entre los psíquicos. En todo el ejército de Deimos, había sido raro que llegase a haber más de dos o tres Banshees vivas al mismo tiempo. En aquellas circunstancias, a Persephone no le sorprendía desconocer algo básico acerca del funcionamiento de sus propias habilidades como supersoldado de Clase Banshee. Resultaba evidente que su propio cuerpo debía de tener ciertas capacidades de cancelación de ruido, o de lo contrario sus propios gritos la habrían matado a ella misma. Sin embargo, aquellas gemelas parecían ser capaces de extender aquella cancelación de sonido más allá de sus propios cuerpos. Aquella debía de ser la razón por la que Athena no se separaba ni un milímetro del Comandante Richter. Ignoraba cómo lo hacían, pero aquello probablemente significaba que sus enemigos eran inmunes a sus gritos, mientras ella seguía siendo vulnerable a los gritos de Minerva. Realmente lo tenía todo en contra en aquella situación en la que se había metido.

- Lo siento si esperabas más de mí...- Refunfuñó Persephone, de mala gana.

- Deja ya de disculparte- Dijo Minerva, captando de nuevo su atención.

Antes de que Persephone pudiera replicar, Minerva comenzó de nuevo a recortar distancias con ella. La oficial de Deimos reaccionó como si repentinamente hubiese despertado de un trance, como si acabase de darse cuenta de que hacer aquella pregunta no le daba derecho a una tregua en aquella batalla a muerte. En aquel momento de lucidez, Persephone notó como un pequeño flujo de su propia sangre descendía desde sus fosas nasales. Aquella hemorragia nasal no era una simple herida más causada por el grito de su enemiga, era una consecuencia del esfuerzo psiónico que había realizado apenas un minuto atrás. Aún podía sentir la migraña que le había producido el ataque de Minerva cuando intentó bloquearlo con su campo de fuerza. La diferencia entre ella y su enemiga era mucho mayor de lo que la oficial de Deimos había estimado, incluso en sus cálculos más pesimistas. Se veía abrumadoramente superada en técnica y en experiencia en combate. Su única ventaja, que podría haber sido el hecho de tener una potencia de grito superior a la de las otras Banshees, había quedado nulificada por aquel ruido blanco que había mencionado Athena. Persephone no tenía ni idea de cómo contrarrestar aquello. Por más que su mente trataba de urdir un plan a ritmo acelerado, no lograba ver ninguna oportunidad de vencer en aquella situación.

Incapaz de soportar la idea de que Minerva se acercase a ella, y recordando una vez más lo que aquella otra Banshee le había hecho a Nihil, Persephone se esforzó por ignorar la migraña que sentía y comenzar a levitar. Cuando su cuerpo se elevó y sus temblorosos tentáculos se despegaron del maltrecho suelo de la estación, Persephone comenzó a retroceder lentamente, sin perder de vista a Minerva mientras trataba de ser más consciente de sus alrededores en busca de una oportunidad a la que aferrarse; algo que al menos le diera una mínima esperanza de sobrevivir. Aquel reconocimiento de su entorno hizo que la oficial de Deimos notase las secciones del nivel superior que se habían derrumbado. Todo el techo de la estación parecía ser bastante inestable, con grandes grietas y agujeros que, en algunos puntos, permitían ver habitaciones hasta tres niveles por encima de donde se encontraban.

Naturalmente, resultaba tentador seguir el instintivo impulso de incrementar discretamente la altura de su levitación y, a la menor oportunidad, tratar de escapar hacia los niveles superiores lo más rápido posible. Sin embargo, Persephone no había olvidado que era un batallón de tanques Black lo que le esperaba allí arriba, si es que milagrosamente era capaz de escapar con vida de aquel búnker. Tratar de huir a través de los túneles del monorraíl también era algo que se le pasaba por la cabeza, pero aquel plan podía ser incluso peor que subir a la superficie a vérselas con aquellos vehículos. Incluso si no se daba de bruces con una sección del túnel derrumbada mientras trataba de escapar de Minerva, si huía a través de los túneles se arriesgaba a atraer a aquella otra supersoldado hacia Hans, quien había huido por aquellos mismos túneles. Aquello era improbable que salvase su propia vida, y además tenía el potencial de hacer que su sacrificio fuese en vano. Por mucho que maldijese la situación en la que se encontraba, lo cierto era que estaba atada de manos. Su única opción era seguir adelante y luchar en una batalla que sabía que no podía ganar.

Intentando tomar la iniciativa, Persephone hizo un amago de señalar a Minerva con el dedo como anticipación a un ataque telequinético. Sin embargo, una mezcla entre las implicaciones de anunciar su propio ataque antes de realizarlo y la vergüenza que sentía ante su propia falta de habilidad hicieron que se abstuviera de apuntar sus quitinosos dedos hacia su enemiga. Su mente ya se encontraba lo suficientemente inestable debido al dolor y la conmoción que sentía. No necesitaba que, además, Athena volviese a herir sus sentimientos y la hiciera sentir aún más miserable. En el estado en que se encontraba, cualquier estímulo negativo podía dificultar aún más su concentración e interferir con su capacidad para proyectar fuerzas telequinéticas.

Intentando utilizar tan solo su mente, sin ayuda de su mano para guiarse a la hora de proyectar la fuerza telequinética, Persephone trató de concentrar toda la fuerza posible en una lanza psiónica. Sin aquel movimiento de referencia de su cuerpo, le costaba formar la imagen mental de la fuerza que quería proyectar y la dirección en la que quería proyectarla. Cuando sus pensamientos comenzaron a transformarse en energía cinética, Persephone se enfocó en Minerva, quien continuaba acercándose a ella sin ninguna prisa, de forma insultantemente despreocupada. A pesar de su falta de práctica, Persephone logró proyectar a duras penas una poco enfocada lanza psiónica contra su enemiga. Aquella descarga de fuerza telequinética concentrada impactó en el campo de fuerza con el que Minerva se protegía, causando una potente onda de choque residual que provocó que gran parte de los escombros de menor tamaño alrededor de la supersoldado de Phobos saliesen despedidos cuando aquella barrera detuvo el ataque.

Minerva apretó ligeramente los dientes ante aquel impacto, pero en seguida disimuló aquel gesto sonriendo de nuevo. Para ser una sola lanza psiónica, el impacto había sido realmente formidable. Aunque su campo de fuerza había sido capaz de resistirla, Minerva había podido sentir cómo parte de la energía residual se filtraba a través de la barrera y hacía que su cuerpo se estremeciera. Lo que a aquella Comandante de Deimos le faltaba de entrenamiento, lo compensaba con un poder psiónico latente realmente abrumador. De haber nacido en una provincia perteneciente a Phobos, una candidata con una compatibilidad tan alta con la Fórmula del Destructor habría sido capaz de llegar muy lejos dentro de la organización. Sin embargo, no parecía que Persephone hubiese tenido suerte con absolutamente nada en toda su vida. Todo aquel poder latente, todo aquel talento para la destrucción y aquella habilidad estratégica, por la que Klaus parecía sentir un cierto respeto, se veían lastrados por las nulas oportunidades de brillar que aquella supersoldado había tenido desde su transformación. Desde detrás de aquella frívola sonrisa que Minerva mantenía en el rostro, en el fondo la suboficial de Phobos no podía evitar sentir una cierta lástima por aquella otra Banshee.

- No está mal...- Halagó Minerva, forzándose a sí misma a reír por lo bajo para mantener su fachada- Tienes buena pegada, pero... Con eso no basta, cielo.

El maltratado suelo de aquella estación se estremeció levemente cuando Minerva comenzó a utilizar su telequinesis para actuar sobre las placas de oricalco que lo formaban. Aunque gran parte de ellas ya habían sido desencajadas cuando Persephone gritó, un buen número de ellas aún seguían fijadas a la superficie de hormigón que había debajo. Sin embargo, aquello no supuso impedimento alguno para que Minerva las arrancase fácilmente del suelo con el poder de su mente. Emitiendo un característico sonido de crujido metálico y volviendo a levantar una pequeña nube de polvo de escombros, una veintena de gruesas placas de oricalco de cinco por cinco metros comenzaron a orbitar lentamente alrededor de Minerva.

Persephone se apresuró a proyectar de nuevo su campo de fuerza, preparándose para ser atacada. Aunque sabía que su enemiga sería capaz de reventar su barrera psiónica como si fuese una simple cáscara de huevo si se lo proponía, aquel campo de fuerza seguía siendo su mejor opción a la hora de interponer algo entre su dolorido cuerpo y los ataques de aquella otra supersoldado. La oficial de Deimos apretó los dientes en anticipación a los impactos que estaba a punto de recibir en sus defensas, sabiendo que aquello empeoraría su migraña.

Cuando Minerva lanzó el primero de aquellos pesados paneles de oricalco contra ella, la pieza metálica recorrió la distancia que separaba a ambas Banshees en apenas una fracción de segundo, casi como si fuese el proyectil de una gigantesca arma. El panel se estrelló contra el campo de fuerza de Persephone, emitiendo un característico eco metálico. De haberse tratado de algún otro material, el panel probablemente se habría deformado por el impacto, pero aquel prodigioso metal apenas se inmutó cuando una de las esquinas del panel golpeó aquella barrera psiónica, como si se tratase de un gigantesco shuriken de varias toneladas. Persephone sintió una punzada de dolor ante el impacto. Su mente se esforzaba por proyectar aquel conjunto de fuerzas telequinéticas repulsoras que formaba el campo de fuerza, y cada impacto que recibía era como si una de aquellas fuerzas que intentaba mantener se volviese contra ella. Aunque detener balas o explosiones con aquellas barreras telequinéticas no requería casi esfuerzo, al tratarse de fuerzas telequinéticas invasivas o proyectiles de gran masa como aquellos paneles de oricalco, la integridad del campo de fuerza se veía comprometida con cada impacto.

Un segundo panel de oricalco arremetió contra el campo de fuerza de Persephone, rebotando ruidosamente y cayendo contra el suelo a varios metros de distancia al ser repelido. En comparación con una lanza psiónica, aquellos lanzamientos telequinéticos no provocaban una onda residual que se filtrase, pero golpeaban con muchísima más fuerza al tener un proyectil sólido que aportaba masa al ataque. Persephone sentía una punzada de dolor en su cabeza cada vez que Minerva le lanzaba alguno de aquellos paneles, y su hemorragia nasal se agravaba a medida que el esfuerzo psiónico se incrementaba y varios capilares sanguíneos más iban reventando. En lugar de cometer el error habitual de lanzar varios de aquellos proyectiles al mismo tiempo o en rápida sucesión, Minerva evitaba caer en los mismos fallos que la mayoría de psíquicos y se tomaba su tiempo para acelerar individualmente cada proyectil.

Cada uno de aquellos lanzamientos habría sido capaz de reducir un tanque Virus a una alfombra de deformes esquirlas de neomitrilo. Persephone no podía evitar sentir un contraproducente pánico al comprobar cuántos paneles de oricalco aún levitaban alrededor de Minerva, siguiendo una trayectoria de órbita a su alrededor. Si tenía intención de lanzárselos todos, en algún momento el impacto sería demasiado para ella y su campo de fuerza no podría resistirlo. Como supersoldado, su cuerpo era lo bastante robusto como para resistir ondas telequinéticas residuales o incluso sobrevivir a los gritos de otra Banshee, pero Persephone sabía perfectamente que uno de aquellos paneles sería capaz de partirla en dos si la alcanzaba. Tenía que hacer algo para detener a Minerva, si no quería morir en los próximos segundos.

No tenía tiempo para pensar, tenía que recurrir a la primera cosa que se le ocurriera, incluso si al final resultaba ser una mala idea. Cualquier plan era preferible a quedarse ahí quieta tratando de bloquear unos ataques que sabía que no lograría bloquear eternamente. Recibir un nuevo impacto contra su campo de fuerza, que envió una nueva señal de dolor a su cerebro, hizo que Persephone finalmente decidiese dejar de pensar y comenzar actuar por mero instinto, defendiéndose como un animal acorralado. Ya no le importaban las formas, ya no importaba si sus rivales pensaban que era patética o si Athena se burlaba de su nulo entrenamiento. Persephone alzó ambas manos y trazó con ellas un movimiento descendente, usándolas como referencia para que su cuerpo guiase a su mente a la hora de proyectar una amplia fuerza telequinética descendente.

Cientos de toneladas de escombros de hormigón provenientes del techo crujieron ruidosamente cuando la telequinesis de Persephone tiró de ellas hacia abajo. Todo el nivel superior se derrumbó al instante sobre la estación. Los cascotes de hormigón se precipitaron hacia abajo como meteoritos, sumando el empuje telequinético a la fuerza de la propia gravedad de Erebus. La estación se sumió en el caos cuando una nueva nube de polvo lo envolvió todo, reduciendo la visibilidad. Los fragmentos de la estructura emitían sonidos de golpe al impactar contra los paneles de oricalco que aún quedaban en el suelo y la superficie de hormigón que había quedado al descubierto cuando Minerva arrancó algunas secciones de aquel revestimiento. Resultaba casi imposible ver u oír algo con claridad mientras todo el nivel superior caía sobre la estación. Aunque su campo de fuerza la protegía del polvo, Persephone no pudo evitar aguantar la respiración y entrecerrar los ojos de forma instintiva. En medio de aquella confusión, Persephone distinguió algunos cuerpos con armaduras negras que caían del piso superior, junto a los escombros y a gran parte del equipo y mobiliario de la base.

El campo de fuerza de Persephone recibió algunos impactos de los escombros descendentes. Aquellos cascotes se fragmentaban en partes más pequeñas al impactar contra su barrera y se acumulaban a su alrededor, formando una capa grisácea que sedimentaba en el suelo. Aunque aquellos golpes contra su campo de fuerza maltrataban aún más su de por sí dolorida mente, los impactos que recibía a causa de su propio ataque no se podían comparar con los lanzamientos telequinéticos de Minerva. Aquellos escombros, sujetos a la fuerza de la gravedad y ayudados por un simple tirón telequinético, no golpeaban con la misma energía cinética que aquellos paneles acelerados por la mente de Minerva, que casi parecían proyectiles de un enorme cañón de riel. Persephone cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza, haciendo su mejor esfuerzo por que su barrera aguantase, hasta que pocos segundos después, los impactos de escombros estrellándose contra el suelo dejaron de oírse.

La habitación había quedado ligeramente más iluminada al desaparecer el techo, gracias a las tenues luces rojas que provenían de los pisos superiores, ahora casi completamente expuestos. Durante unos segundos, a pesar de la mejor iluminación, la nube de polvo dificultó la visión. Sin embargo, Persephone no tardó en distinguir la figura de Minerva a pocos metros de ella. Los paneles de oricalco que habían estado levitando a su alrededor habían quedado sepultados bajo toneladas de escombros, pero la Banshee de Phobos parecía encontrarse en perfecto estado. Del mismo modo que el campo de fuerza de Persephone la había protegido de la lluvia de fragmentos de hormigón y paneles de oricalco arrancados, Minerva también se había protegido completamente de aquel desesperado ataque por parte de la oficial de Deimos.

Antes de que Persephone pudiera reaccionar de ninguna forma, una única proyección telequinética arremetió contra su campo de fuerza. Se trataba de una lanza psiónica extremadamente concentrada, tan enfocada que apenas superaba el calibre de una simple pistola convencional, pero con mucha mayor fuerza de impacto que una simple bala. La lanza psiónica atravesó el campo de fuerza de Persephone y finalmente alcanzó su cuerpo. De haberse tratado de un simple proyectil de bajo calibre, la piel de cualquier tipo de supersoldado de Phobos habría sido suficiente para evitar la penetración de la bala. Sin embargo, aquello no era una bala real, sino un disparo psiónico perforante capaz de dar fácilmente el golpe de gracia a un campo de fuerza tan debilitado y finalmente alcanzar a la psíquica que lo proyectaba.

Aquella proyección telequinética abrió un agujero en el vientre de Persephone que atravesó de punta a punta su cuerpo, saliendo por su espalda. Lo primero que notó Persephone era como su migraña se acentuaba cuando su campo de fuerza era reventado por segunda vez. Su cuerpo, inundado por las drogas de combate que su fisiología de supersoldado continuaba produciendo, apenas notó al principio la herida que había recibido. Sin embargo, Persephone no tardó en reparar en su propia sangre manando de su cuerpo a través de aquel agujero que la atravesaba. La Banshee entró en pánico al ver su herida. Su primer acto instintivo fue dejar salir un leve grito, que volvió a estremecer toda la estancia. Algunos cascotes de menor tamaño que aún no se habían desprendido del techo cayeron finalmente sobre la estación, aunque ya eran demasiado escasos en número y tamaño como para causar el daño que la anterior lluvia de escombros no había sido capaz de causar.

- No...- Murmuró Persephone.

La Comandante de Deimos se llevó instintivamente las manos a la herida, aunque no tardó en retirarlas cuando la tocó a través del ensangrentado agujero de su uniforme. Notar el tacto de sus propias garras quitinosas en su propia piel le produjo un escalofrío. Por más años que pasaban, no lograba hacerse a la idea de que ya no tenía manos humanas y que podría herirse fácilmente a sí misma con aquellos afilados dedos si no tenía cuidado. El dolor que sentía no era tan intenso como Persephone había supuesto que debía ser recibir un disparo, o al menos una herida equivalente para ella a un disparo. Su cuerpo aún estaba relativamente insensibilizado al dolor físico, aunque aquello no le quitaba gravedad a la herida. Tenía un orificio de entrada y de salida que atravesaba su vientre y probablemente había dañado varios de sus órganos internos.

Persephone rompió a llorar cuando los ojos de su horrorizado rostro se cruzaron con los de Minerva, quien tranquilamente levitaba sobre aquella capa de escombros que cubría el suelo y finalmente se acercaba a ella, sin que nada pudiera detenerla.

- Me temo que sí...- Respondió Minerva, con un cierto desdén.

Minerva recortaba poco a poco las distancias con su enemiga, sin ninguna prisa. Bastaba un simple vistazo a los llorosos ojos de la Comandante de Deimos para saber que aquella Banshee había perdido finalmente la esperanza. Sentir cómo su carne era atravesada y su cálida sangre abandonaba su cuerpo había erradicado cualquier atisbo de agallas que pudiera haber aflorado en aquella situación. No todos los animales reaccionaban enseñando los colmillos cuando eran acorralados, algunos simplemente eran paralizados por el miedo y permanecían inmóviles esperando a la muerte. Persephone parecía haberse quedado a medio camino entre los dos. Su espíritu de lucha se había quebrantado con la misma facilidad que lo habían hecho las defensas de aquel búnker de mando. En realidad, no podía culparla. No en vano, Phobos había finalmente movilizado a su élite expresamente para quebrantar aquel espíritu; aquello no era algo de lo que cualquiera en Acies pudiese permitirse presumir.

Cuando se encontró a unos tres metros de la oficial de Deimos, Minverva finalmente se lanzó al ataque para entablar combate cuerpo a cuerpo con ella. Persephone trató de retroceder de forma instintiva cuando la vio acercarse, pero ya era demasiado tarde para ella. Ya ni siquiera contaba con la protección de su propio campo de fuerza, y su estado de vulnerabilidad era insalvable. Minerva se deslizó levitando por su lado izquierdo, utilizando uno solo de sus tentáculos para rodear todos los de Persephone y oprimirlos, inmovilizándola. Una vez se colocó a espaldas de la oficial de Deimos, más tentáculos de Minerva inmovilizaron los brazos de Persephone, oprimiéndolas contra su torso y aplicando una firme constricción a su cuerpo. A continuación, Minerva la empujó desde detrás y la hizo caer de frente sobre aquella superficie de escombros, paneles de oricalco sueltos y cadáveres enterrados entre una mezcla de polvo y cenizas.

Persephone no llegó a gritar de nuevo cuando su cara dio contra el suelo. Ya casi ni se inmutaba ante el dolor; lo único que era capaz de sentir era impotencia. A pesar de lo peculiar que resultaba la anatomía de una Banshee, Minerva la había inmovilizado con una sorprendente habilidad, como si estuviera acostumbrada a someter a una de sus semejantes como un adulto pondría en su lugar a un niño con una rabieta. Podría sentir cómo todos sus tentáculos habían sido anulados, sus propios brazos quitinosos eran apretados contra su cuerpo, y aquellos tentáculos que la rodeaban eran como serpientes intentando machacar sus huesos. En aquel momento, tumbada boca abajo en el suelo y con Minerva sobre ella, Persephone podía notar el tacto áspero de aquellos escombros en su mejilla y podía sentir cómo una de las manos de su enemiga presionaba su espalda, cerca de donde se encontraba su herida. Sentir aquella quitinosa mano a través de la tela de su uniforme era casi peor que sentir presión en la herida. No podía evitar imaginarse aquellos afilados dedos hundiéndose en su carne y destripándola con deleite. La otra mano de Minerva se acercó a su cuello, y acarició cariñosamente su yugular con las puntas de sus garras, aún sin hundirlas en ella y dar un golpe de gracia.

- ¿Se acabó?- Preguntó Athena, hablando desde varios metros de distancia y exteriorizando cierta apatía.

- Se acabó- Confirmó Minerva, con cierta desgana- ¿Qué hago, Klaus? ¿La mato?

El oficial de Phobos comenzó a caminar en dirección hacia las dos Banshees, que en aquel momento parecían un incomprensible amasijo de tentáculos enredados. Mientras aquel hombre caminaba, Athena aún no se separaba de él, preparada para bloquear cualquier clase de ataque telequinético o sónico. Persephone los seguía a los dos con la mirada. Era demasiado optimista por parte de aquella suboficial de Phobos pensar que ella aún estaba en disposición de suponer una amenaza. Sí, aunque sentía de nuevo aquella aguda migraña que interfería con su telequinesis y Minerva la mantenía inmovilizada y amenazaba con degollarla, aún tenía su voz; pero aquello no significaba que utilizarla fuera una opción. El hecho de que aún pudiera atacar no significaba que atacar fuese una buena idea. Aunque hubiera podido gritar y, de algún modo, herir o matar al Comandante Richter, aquello estaba muy lejos de mejorar la situación para ella. Minerva ya le había dejado a la oficial de Deimos lo suficientemente claro que vencerla estaba mucho más allá de sus posibilidades, y su hermana se había limitado a permanecer a un lado y observar sin intervenir. Lo último que Persephone quería era provocar que las dos gemelas se le echasen encima al mismo tiempo por haber atacado al oficial al que protegían. A pesar de su nefasta situación, aquella llorosa Banshee estaba convencida de que la muerte no era ni de lejos lo peor que podría pasarle en aquel momento.

El Comandante Richter se detuvo a apenas un metro de Persephone y le dedicó una inexpresiva mirada a la Banshee. Ahora que la veía de aquella forma, llorando mientras a duras penas se atrevía a mirar arriba, ni siquiera parecía una supersoldado creada por Prometheus Labs. Aquella imponente estatura, aquellos ojos rojos y aquellas garras y tentáculos no significaban nada cuando la miraba desde arriba mientras todo su cuerpo parecía temblar de miedo. Klaus apartó la mirada hacia el destrozado techo de la estación durante unos segundos. Durante cierto momento del combate, la habitación había llegado a quedar en penumbra, cuando las luces reventaron; pero ahora que el nivel superior se había derrumbado, llegaba algo de luz desde arriba. La suficiente luz como para poder contemplar con detalle a aquel juguete roto en el que se había convertido la Comandante de Deimos. El oficial de Phobos volvió a bajar la mirada y se inclinó ligeramente hacia delante antes de hablar.

- Parece que, finalmente, me corresponden a mí las elecciones, Comandante Persephone...- Anunció Klaus.

Persephone no respondió ante aquellas palabras. Sus ojos comenzaron a enfocar la mirada en el polvoriento suelo bajo su mejilla, rompiendo tímidamente el contacto visual con aquel oficial enemigo.

- Dígame... ¿cree tener alguna cualidad redimible, Comandante?- Preguntó Klaus, mientras comenzaba a pasear lentamente alrededor de su enemiga- ¿Algo que haga que derramar su sangre fuese un... desperdicio?

- No lo sé...- Respondió Persephone, sin mirarle directamente.

A pesar de que Persephone había tratado de hablar lo más bajo posible, su voz seguía emitiendo ondas que estremecían los escombros y levantaban una nube de polvo a su alrededor. Klaus no se inmutó ante aquel estruendo. Mientras él caminaba alrededor de aquella confusa amalgama de tentáculos que eran Persephone y Minerva, Athena permanecía aún justo detrás de él, manteniéndole dentro de la zona segura que aquella Banshee proyectaba a su alrededor mediante el ruido blanco que su cuerpo emitía.

- Comandante Persephone, la modestia deja de ser una virtud cuando se convierte en la máscara de la arrogancia- Dijo el oficial de Phobos.

- Es... la verdad. He sido derrotada- Insistió Persephone, aún sin levantar la mirada del suelo- No se me ocurre nada que decir en mi defensa.

- Minerva, suéltala- Ordenó Klaus.

No fue necesario pedirlo una segunda vez. La suboficial de Phobos que la mantenía inmovilizada, y cuyas garras coqueteaban con su garganta, apartó sus quitinosas manos de ella y relajó la presión que sus tentáculos ejercían sobre la Comandante Persephone. Al principio, cuando Minerva dejó de estar encima suya, Persephone no reaccionó y no movió ni un solo músculo, permaneciendo aún allí tirada en el suelo. Cuando Minerva comprobó que aquella Banshee no se levantaba, frunció el ceño. Sin embargo, antes de que la suboficial llegase a actuar y la levantase por la fuerza, Klaus dio un paso adelante y tendió su mano a Persephone.

- ¿Qué motivos le he dado para pensar que soy tan estúpido?- Preguntó el Comandante Richter, aún con cierta frialdad- ¿Cree que he recorrido cuatrocientos mil kilómetros por nada?

Persephone dedicó una mirada a aquella mano envuelta en un guante de color negro que le ofrecía ayuda para levantarse. Aunque no había forma de que un humano fuese capaz de ayudar a una Banshee de más de nueve toneladas de peso a recuperar la verticalidad, Persephone dirigió lentamente su quitinosa mano a la del oficial de Phobos. Para su sorpresa, no se encontró con ningún campo de fuerza que le impidiese tocar al Comandante Richter. Lo más probable era que Athena estuviese pasado por un momento realmente tenso al verse forzada a desactivar aquella barrera psiónica con la que protegía recelosamente a su oficial superior. Sin embargo, al igual que Minerva no había protestado cuando le ordenaron soltar a la enemiga que había inmovilizado, aquella otra supersoldado tampoco puso pega alguna ante la situación. Cuando ambas manos se agarraron, Persephone tuvo prácticamente que levantarse ella sola, sin que aquel punto de apoyo en la mano de Klaus le ayudase en lo más mínimo.

Una vez Persephone volvió a alzarse sobre sus propios tentáculos, Klaus le echó un fugaz vistazo al estado de aquella supersoldado. Tenía el mal aspecto esperable de alguien que acababa de perder una pelea. Aquel cabello azul se encontraba sucio y enmarañado, y su rostro aún tenía manchas de su propia sangre, especialmente bajo las fosas nasales. Su uniforme de oficial de Deimos había quedado prácticamente cubierto por una capa de polvo que tapaba su color negro. Incluso la mancha de sangre que había en el lugar donde Minerva la había ensartado con un disparo psiónico había quedado cubierta por aquella capa de suciedad y era casi indistinguible. La herida en sí no parecía grave, teniendo en cuenta que ella era una supersoldado de Clase Banshee. Para un humano, un disparo como aquel probablemente habría sido letal, pero la oficial de Deimos debería ser capaz de regenerar aquella herida por sí sola en apenas un par de horas, sin necesidad de atención médica. Sin embargo, de lo que no parecía capaz de reponerse con facilidad era del impacto emocional que aquel conflicto parecía haber tenido en ella. Aunque la hemorragia del agujero en su vientre ya se había detenido, sus ojos no habían parado de lagrimear en ningún momento.

Ahora que se encontraba tan cerca de aquella Banshee, y que por fin se había erguido, el Comandante Richter era más consciente de la formidable estatura que tenía. La Comandante Persephone destacaba incluso comparada con las otras dos supersoldados, a las que debía de sacar casi una cabeza de altura y al menos un par de toneladas de peso. Sin embargo, a pesar de que se alzaba a su lado como una pequeña torre, alzada sobre aquellos temblorosos tentáculos, Klaus podía percibir cómo aquella Banshee evitaba mirarle directamente a los ojos. Exteriorizaba un auténtico pavor hacia él, a pesar de que, en cualquier otra circunstancia, era ella quien debería haber resultado terrorífica. De todas formas, Klaus realmente no podía culparla por seguir mirándolo con aquel rostro afligido y aquellos ojos que parecían luchar por no llorar. No después de haberla obligado de aquella forma a librar una batalla que claramente no tenía ninguna oportunidad de ganar, tanto en la superficie como en las entrañas de aquel búnker de mando.

- Gracias- Se atrevió finalmente a decir Persephone.

Sentir cómo su voz volvía a enviar una onda de sonido que arremetía contra sus alrededores hizo que Persephone se estremeciera. Aunque sabía que, mientras Athena siguiera allí, aquel oficial estaba protegido ante cualquier ataque basado en sonido, ella llevaba demasiados años acostumbrada a tener miedo de su propia voz. Ahora que la fuerza le había fallado, solo le quedaban las palabras para intentar salir de aquella situación; pero sus palabras seguían teniendo la delicadeza de un cañón Armagedón. Persephone dedicó unos segundos a pasear la mirada por el suelo, en busca de su libreta y sus rotuladores, pero era inútil tratar de encontrarlos. Después de sus gritos y de los ataques telequinéticos que Minerva y ella se habían lanzado mutuamente, la estación subterránea había quedado prácticamente irreconocible. Su libreta debía estar en alguna parte, sepultada bajo toneladas de escombros. En realidad, era casi un milagro que el resto de la estructura no se hubiese derrumbado y no estuviesen todos sepultados bajo miles de toneladas de oricalco y hormigón.

A pesar de que la situación en que se encontraba era horrible por muchos motivos, Persephone aún permanecía reacia abandonar toda esperanza. Unos segundos atrás, Minerva había preguntado abiertamente si podía matarla ya. El Comandante enemigo no le había dicho que sí, pero tampoco le había dicho que no. En aquel momento parecía estar decidiendo qué hacer con ella. No había ningún motivo sensato para pensar que la opción de ser ejecutada allí mismo estaba fuera de consideración. No en vano, había sido oficial de Deimos durante una década y, bajo su liderazgo, las tropas de aquella organización habían eliminado algunos millones de soldados de Phobos. Sin embargo, resultaba evidente que, si la quisiera muerta, ya lo estaría. Si aún respiraba, probablemente significaba que el oficial enemigo aún esperaba algo de ella.

- ¿Y bien?- Insistió Klaus en su pregunta- ¿Cree que justifica un viaje de cuatrocientos mil kilómetros, Comandante Persephone?

Persephone se obligó a sí misma a mirar a aquel hombre. Resultaba extraño sentirse tan intimidada por él. En el pasado, Persephone no negaba que en alguna ocasión se había sentido intimidada por Hammerhead. Aquel Goliat era grande, ruidoso y amenazante. En general, los otros supersoldados siempre habían puesto nerviosa a Persephone. Sabía que su autoridad como oficial de Deimos había estado constantemente en entredicho, y siempre había asumido que algún día alguno de aquellos Goliats, o quizás algún otro supersoldado psiónico que lograsen inocular, acabaría usurpando su puesto por la fuerza. Sin embargo, Klaus no se parecía en nada al usurpador que ella esperaba. Su actitud firme pero calmada contrastaba con otras figuras de autoridad que ella había conocido, como podían haberlo sido el propio Hammerhead o incluso Ironclaw. Y a pesar de ello, incluso aunque tuviera que mirar hacia abajo para cruzar miradas con un hombre que no le llegaba siquiera a la altura de su cintura, Persephone nunca había visto a nadie más implacable en toda su vida.

No podía guardar silencio eternamente ante sus preguntas. Ignoraba si aquello era simplemente el principio de un interrogatorio para obtener información confidencial sobre Deimos, o si el oficial de Phobos realmente se estaba planteando darle una oportunidad de vivir. Lo único que estaba claro era que guardar silencio no le hacía ningún bien en aquella situación. A pesar de que le temblaban los labios y todo su cuerpo se estremecía en anticipación al efecto de su propia voz, Persephone trató de ser firme en sus palabras y evitar que su voz sonase temblorosa.

- Yo soy la perdedora- Le recordó Persephone- Las elecciones no me corresponden a mí.

Al escuchar cómo Persephone le echaba en cara de aquella forma sus propias palabras, los labios de Klaus se curvaron en una sutil sonrisa, que en seguida se convirtió en una risa levemente audible. Una risa que parecía ser demasiado sincera para venir de alguien tan frío como él.

- Ya veo...- Respondió Klaus.

- ¿Por qué soy yo quien justifica su viaje?- Preguntó Persephone, algo más tranquila después de ver la reacción del otro oficial- Ha venido a enfrentarse a Satsuki, no a mí. Yo solo estaba en su camino.

A su espalda, Persephone alcanzó a escuchar cómo Minerva dejaba salir una leve risa, que en seguida fue reprendida por una mirada severa de su hermana.

- En eso se equivoca. A mí la Comandante Aldrich me trae sin cuidado- Le corrigió el Comandante Richter- Yo he venido a enfrentarme a usted, Comandante Persephone. Y ahora que por fin lo he hecho, mañana a primera hora salgo de vuelta para Atlas Dominion.

El rostro de Persephone adoptó una expresión confundida. Desde que las tropas del Comandante Richter habían sido detectadas en Yersinia Terra, la Banshee había maldecido su suerte por encontrarse en el camino de aquellos tanques Black. Había dado por hecho que aquel oficial de Phobos de tantísimo renombre y aquella división blindada ultrapesada habían llegado para dar el golpe de gracia a Deimos. Suponía que la presencia de semejante columna de tanques Black y el apoyo de tanques Echo estaban allí para enfrentarse a la Comandante en Jefe de aquella moribunda organización. Sin embargo, por alguna razón, el principal interés del Comandante Richter parecía ser ella. Había movilizado una docena de tanques Black y los había hecho ir hasta allí desde el corazón de Phobos, solo para enfrentarse a ella.

- No tiene sentido... ¿por qué?- Preguntó Persephone, perpleja.

- Su historial ha captado mi interés. Muchos resultados con muy pocos medios. No es algo que cualquiera pueda lograr- Respondió Klaus.

Persephone observó cómo aquel oficial dejaba salir un largo suspiro. Aún se encontraba confusa respecto a las verdaderas intenciones del Comandante Richter. Resultaba cada vez más evidente que esperaba algo de ella. Aquella debía de ser la razón por la que había venido expresamente desde Phobia Aegis y la razón por la que no había permitido a Minerva simplemente darle el golpe de gracia.

- Pocos lo saben, Comandante Persephone- Comenzó a explicar Klaus- Pero se avecina el mayor conflicto de la historia de Phobos. Y la tormenta también arreciará en Phobia Aegis, aunque nadie quiera admitirlo.

- ¿Es por... Zyon?- Preguntó Persephone, con cierto escepticismo.

- Siempre pasa algo con Zyon- Respondió Klaus, en tono amargo- Pero no, esta vez el problema va más allá de Zyon.

Una sensación de incomodidad ante aquellas palabras comenzó a apoderarse de la oficial de Deimos. Lo cierto era que no sabía casi nada acerca del conflicto entre Phobos y Zyon. Durante toda su vida, Phobos había sido una fuente de problemas lo suficientemente abundante y cercana como para preocuparse por una superpotencia enemiga cuyo territorio se encontraba a cientos de miles de kilómetros de distancia.

- Comandante Persephone, usted ha demostrado un notable talento para la defensa. Algo que, como podrá imaginarse, resulta muy poco común dentro de nuestro nicho como invasores corporativos- Continuó el Comandante Richter- Con los recursos y entrenamiento adecuados, usted podría ser un activo muy valioso para Phobos, teniendo en cuenta los tiempos aciagos que se avecinan.

Persephone abrió los ojos como platos ante aquella insinuación.

- ¿Sugiere...?- Comenzó a preguntar Persephone.

- Sí, sugiero que se cambie de bando- Ofreció Klaus- Le ofrezco la amnistía total. Si se une a mí, yo me aseguraré de que su pasado como miembro de Deimos desaparezca y que Phobos saque partido a sus habilidades.

Las palabras del Comandante Richter percutieron en la cabeza de Persephone como un tren sin frenos contra un final de trayecto. Aquello no era ni mucho menos lo que había imaginado que sucedería cuando sus subordinados detectaron aquella columna de tanques ni cuando vio al Comandante enemigo irrumpir en la estación acompañado por aquellas Banshees gemelas. En caso de haber salido con vida de aquel lugar, había esperado ser una prisionera de guerra; alguien destinada a ser ejecutada en público en Phobos Prime o ser enviada a trabajos forzados en una explotación minera de la HEC durante el resto de su vida. Sin embargo, recibir una oferta como aquella por parte de alguien de tanto renombre como el Comandante Richter no habría podido jamás formar parte siquiera de sus planes más optimistas.

Persephone pensó durante un momento en las implicaciones de lo que aquel hombre decía. Desde que ella había sido obligada a abandonar su hogar y dejar atrás su propia humanidad para convertirse en Banshee, habían pasado casi trece años. En aquellos años, había pasado por incontables malas experiencias, y durante todo aquel tiempo siempre se había mantenido una sola constante. Persephone no quería estar allí. No importaba donde se encontrase, nunca quería estar allí. Cuando la llevaron a aquel laboratorio de Prometheus Labs para inocularla, no quería estar allí. Cuando fue una supersoldado de Clase Banshee sin rango, desplegada en primera línea en el campo de batalla, no quería estar allí. Incluso cuando fue ascendida a Comandante y pasó la mayor parte de su tiempo en su sala de estrategia o asistiendo a reuniones del Círculo Interno de Deimos, tampoco quería estar allí. Y, teniendo en cuenta su historia personal, Persephone estaba segura de que, si aceptaba la oferta de unirse a Phobos, tampoco querría estar allí.

La Banshee agachó la mirada, evitando el contacto visual con el oficial enemigo mientras su rostro adoptaba una expresión dubitativa. Durante todos aquellos años, nunca había llegado ni por un segundo a pasar por alto las extremas similitudes entre Phobos y Deimos. Se utilizaba el mismo ejército, se empleaba la misma tecnología, las mismas empresas controlaban todo, y se aplicaban las mismas políticas sociales. Incluso si ella hubiese nacido en el territorio de Phobos, aquello no la habría salvado de ser prácticamente secuestrada por la fuerza por Prometheus Labs para ser convertida en el monstruo que ahora era. En ninguno de los dos casos se le habría permitido vivir una vida normal, donde hubiera podido quedarse en su familia, enfocarse en su carrera y vivir una vida libre de caos y violencia. Phobos no era la respuesta a sus problemas. Solo era el mismo uniforme con un logotipo diferente bordado en él. Solo eran las mismas armas apuntando en una dirección diferente.

Si le hubiesen dado a elegir, Persephone habría elegido no tener que formar parte de ninguna de las dos organizaciones. Lo que ella quería no era cambiar el logotipo de su uniforme, sino alejarse de aquella locura. Sin embargo, era innegable que toda la región de Acies era una inmensa picadora de carne, y que Phobos no era más que una de las muchas cuchillas que la hacían funcionar. En las circunstancias que le habían tocado vivir, no había tenido derecho a tomar prácticamente ninguna decisión por su cuenta, y realmente aquella no era la primera. Resultaba evidente cómo reaccionaría el Comandante Richter si ella rechazaba su oferta. La verdadera pregunta no era si quería unirse a Phobos, sino más bien si era lo suficientemente leal a Deimos como para morir por aquella organización. Persephone cerró los ojos durante unos segundos y pensó en toda la gente con la que había interactuado durante los últimos trece años de su vida.

Recordó a la Comandante Aldrich, tan fría y terrorífica, con la sangre de a saber cuántos cientos de millones de inocentes en sus manos y nada aparte de desdén hacia todos los que la rodeaban. La Dra. Olsson, un auténtico monstruo vistiendo piel humana, con una ambición desmedida y un absoluto desprecio por cualquiera que no la apoyase en sus irracionales caprichos. El Comandante Hammerhead, que parecía tener prisa por morir y la juzgaba por atreverse a apreciar su propia vida. Y cómo olvidar al Comandante Krieg, que resultó ser el mismísimo Dr. Asatur. El genetista que había creado a las supersoldados de Clase Titán, responsables de billones de muertes a lo largo de la región de Acies. Alguien que se pronunciaba abiertamente en contra de las guerras que asolaban aquella región, pero que no tenía más aprecio por la vida humana del que habían tenido sus desalmadas creaciones; alguien que le había pedido sin ningún tapujo que utilizase las vidas de millones de soldados de Deimos para hacer de escudos humanos que le protegieran mientras trabajaba. Y, por supuesto, no podía tampoco olvidar las cientos de veces que había sido despreciada por otros miembros de la organización y todas aquellas veces que no se había atrevido a abandonar su sala de estrategia por miedo a lo que sus propios subordinados intentarían hacerle.

Era innegable que no había mucho en Deimos que Persephone quisiera conservar. Si pudiese salvar a alguien de entre todos los que había conocido durante aquellos años, a Persephone le habría gustado salvar a su asistente. Quizás Hans tuviese también muchos intereses personales al acercarse a ella. Pero incluso si su relación con ella no era del todo sincera, seguía siendo mucho mejor que el contacto que había tenido con los demás miembros de Deimos. En realidad, aunque en aquel momento se encontraba hablando con un oficial enemigo, Persephone no se sentía demasiado diferente a cómo se sentía normalmente hablando con Hammerhead o Satsuki. Quizás, en el fondo, siempre había estado rodeada de enemigos durante aquellos años.

- ¿Y bien?- Preguntó Klaus, con cierta insistencia- ¿Cuál es su decisión?

Persephone abrió de nuevo los ojos, sobresaltada casi como si acabase de despertar de una ensoñación. No sabía cuánto tiempo había permanecido inmersa en su propia reflexión pesimista. Sin embargo, finalmente se encontraba entre la espada y la pared y tenía que tomar una decisión.

- ¿Amnistía total?- Preguntó Persephone, aún dubitativa- ¿Es eso posible después de... todos estos años? ¿Después de tantas muertes?

Klaus rio nuevamente.

- No olvide lo que somos, Comandante Persephone. No somos el ejército de una nación, somos los matones a sueldo de la mayor unión de megacorporaciones de Acies- Le recordó Klaus, hablando con cierta condescendencia- Una de nuestras ventajas es disponer de... una ética flexible.

Las palabras de aquel hombre hubieran dibujado una sutil sonrisa en los labios de Persephone si aún no se sintiera conmocionada por todo lo que había sucedido. Todavía se preguntaba cómo era posible siquiera que el Comandante Richter se plantease reclutarla y ponerla al mando de tropas. Ella había sido enemiga de Phobos, y siempre había asumido que, cuando llegase el momento, Phobos le haría lo mismo que les hacía a todos sus enemigos. Sin embargo, aquel oficial tenía un punto de razón. Ellos no eran el ejército de un país, eran poco más que escuadrones de la muerte corporativos con acceso a tecnología avanzada. No se movían por el patriotismo, la lealtad o la necesidad de proteger algo; solo eran marionetas de unos líderes que ni siquiera se esforzaban en disimular lo prescindibles que les resultaban. En un lugar como Acies, donde la vida humana era un recurso tan abundante y poco valioso, tener las manos manchadas de sangre no parecía eclipsar lo suficiente los méritos personales.

La propuesta del Comandante Richter hizo que Persephone recordase las circunstancias en las que la Dra. Olsson había estado ostentando su puesto como Científica Jefe de Deimos. Era una persona horrible y su lealtad a la organización estaba constantemente en entredicho, pero su habilidad a la hora de gestionar el personal e instalaciones de Prometheus Labs eran innegables. Era cierto que ocasionalmente desaparecían en circunstancias misteriosas algunos miembros de la organización que podrían haberle hecho sombra, pero mientras nadie pudiese demostrar su implicación, Agatha seguía siendo la mejor opción de Deimos para ocupar aquel puesto. En una región tan superpoblada como Acies, nunca era una opción recurrir al segundo mejor en algo. Cuando cada decisión que se tomaba afectaba a las vidas de tantísimos millones de personas, cualquier mínimo porcentaje de eficiencia ganado o perdido podía salvar o condenar un número impensable de vidas.

Quizás aquella mentalidad que había tenido Deimos al mantener a aquella mujer dentro del Círculo Interno había sido heredada de Phobos, al igual que otras muchas malas costumbres. Tal vez Klaus la veía a ella como un medio para salvar las vidas de millones de soldados de Phobos. Si sus habilidades estratégicas realmente podían resultar útiles a Phobos, y si se le permitía un servicio militar estándar para una supersoldado, era posible que en cien años de servicio salvase a suficientes soldados de la organización como para compensar los que habían muerto mientras ella había sido una oficial enemiga. Al final, las vidas humanas siempre acababan reduciéndose a simples números.

Sin embargo, aunque estuviese dispuesta a aceptar que las personas siguieran siendo simples puntos en su mapa holográfico y lo único que cambiase fuese el logotipo en la mesa, había alguien que no podía ser un simple punto más para ella. Alguien que se había marchado herido en un monorraíl y que posiblemente aún seguía en peligro. Estaba claro que Phobos iba a ganar aquella guerra, y todos los miembros de Deimos que no cayeran en combate probablemente serían enviados a trabajos forzados para le HEC o se convirtieran en carnaza de laboratorio para Prometheus Labs. Pero si aceptaba aquella oferta, Persephone no podía evitar pensar que, además de salvarse a sí misma, también podría intentar salvar a Hans del destino que le esperaba.

Cuando sus labios se movieron para hablar, Persephone no podía creerse lo que estaba a punto de decir. Era obvio que ella no era especialmente leal a Deimos y que solo estaba allí porque la habían obligado. Sin embargo, aunque sabía que había un gran descontento general entre los miembros del Círculo Interno y que era cuestión de tiempo que entre ellos surgiera un traidor, nunca se había imaginado a sí misma dando el primer paso y siendo la primera en traicionar a la Comandante Aldrich.

Yo... Acepto- Dijofinalmente Persephone.

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