Capítulo 11

Coordenadas dimensionales:

Año 8.961 del calendario zyonista

Erebus

Región de Acies

Phobos Prime, Phobia Aegis

Desde las altas torres de oricalco de Phobos Prime, siempre resultaba difícil saber si era de día o de noche. La gruesa capa de contaminación que se había formado sobre la ciudad prácticamente bloqueaba la luz que emitía la atmósfera de Erebus durante los ciclos diurnos. Sin embargo, desde los niveles superficiales, por debajo de los cien metros sobre el suelo, determinar si era de día o de noche resultaba tan imposible como irrelevante. Aquellos estrechos callejones que quedaban entre las masivas estructuras de oricalco estaban iluminados tan solo por las luces de neón rojas, y se volverían negros como una habitación oscura si aquellos neones se apagasen. De todas formas, aquello no importaba a Alisa. Ella siempre había opinado que, para un habitante de aquella ciudad, el día o la noche eran una simple cuestión de actitud. Quizás ella no tuviera forma de saber si era de noche, pero definitivamente aquello se sentía como una cacería nocturna.

Alisa caminaba tranquilamente por aquel callejón, a paso relajado. Las luces rojas que iluminaban aquel siniestro lugar hacían que su cabello rubio pareciese naranja, y daban un peculiar brillo violeta a sus ojos azules. Su ropa, en cambio, no desentonaba en exceso con aquel agobiante entorno. Al fin y al cabo, aquella corta y oscura falda y aquella camiseta de tirantes de color negro habían sido compradas en aquella misma ciudad, y lo cierto era que no había demasiados colores para elegir en aquellas tiendas. Conforme andaba, sus botas de cuero sintético iban dejando un rastro de pisadas rojas sobre aquel metálico suelo. Tras despedazar a aquel hombre con sus poderes telequinéticos, la psíquica había caminado sin más sobre sus desfigurados e irreconocibles restos, y lo había dejado atrás sin dedicarle un segundo pensamiento. En realidad, no tenía ningún interés en él; ni siquiera había disfrutado especialmente al hacerle daño. Si no se hubiera interpuesto entre ella y la presa que había escogido, no se habría siquiera molestado en matarle. Pero por supuesto que no pudo resistirse a convertirse en un obstáculo para ella; por supuesto que intentó hacerse el héroe. Sin embargo, ya no importaba; ahora era una mancha roja en el suelo que había dejado atrás. La mujer a la que perseguía, en cambio, tenía toda su atención.

Era probablemente algunos años mayor que ella, pero aún era joven. Vestía un elegante uniforme de color oscuro, con una falda que le llegaba hasta la rodilla, similar a la ropa que utilizaba el personal administrativo de Phobos. Quizás trabajase en la Torre del Terror, que se encontraba a escasos veinte kilómetros de allí, o quizás en cualquiera de las oficinas que las megacorporaciones tenían por todo el distrito financiero. Cuando se cruzó con ella minutos atrás, en una calle más amplia y concurrida, Alisa se quedó prendada de aquel cabello negro, largo y liso y de aquellas peculiares facciones que tenía. Aquello, unido al tono de piel pálido que todos los habitantes de Phobia Aegis tenían, evocaba en su mente la imagen de la mujer que era el centro de todas sus obsesiones. No podía dejar pasar sin más aquella oportunidad. Alisa siguió a aquella mujer y al hombre que la acompañaba y aguardó pacientemente su momento. No sabía si él era su pareja, su hermano o un simple compañero de trabajo, pero no le importaba; era un obstáculo que no dudó en eliminar tan pronto como se interpuso en su camino.

Alisa se estremeció al escuchar cómo los pasos de los zapatos de tacón de aquella mujer retumbaban en el metálico suelo de aquel silencioso callejón mientras corría desesperada. También podía oír sus lamentos y jadeos, junto con sus desesperadas súplicas de ayuda, lanzadas al aire con toda la fuerza de sus cuerdas vocales. Era probable que alguien alcanzase a oírla, pero aquello no preocupaba a Alisa. En aquella tétrica ciudad, era impensable que alguien se adentrase en un callejón de cuyo interior provenían aquellos desgarradores gritos; e incluso si algunos soldados de Phobos la descubrían, no le resultaría difícil hacerles lo mismo que ya le había hecho a aquel cretino entrometido. Nadie podía en aquel momento interponerse entre ella y la mujer que había decidido amar a su retorcida manera aquella noche.

Cuando su víctima se logró alejar algo más de veinte metros de ella, Alisa proyectó una débil fuerza telequinética que fue suficiente para romperle su rodilla derecha sin llegar a arrancarle la pierna. La mujer gritó de dolor y cayó al suelo como un peso muerto. Una vez derribada, permaneció inmóvil durante unos segundos, para a continuación comenzar a arrastrarse penosamente en la misma dirección hacia la que huía. Alisa sonrió al contemplar sus patéticos esfuerzos. Realmente envidiaba aquella desesperación. Le habría encantado poder cambiarse por aquella mujer y sentir aquel dolor y aquella sensación de angustia e impotencia. Sin embargo, muy a su pesar, no podía ser la presa en aquella ocasión y tendría que conformarse con ser la cazadora. Sin poder contenerse más, Alisa aceleró el paso y alcanzó en pocos segundos a aquella mujer herida.

- Satsuki... ¿por qué huyes así de mí?- Pregunto Alisa, con disfrute- Llevo tanto tiempo queriendo conocerte...

- ¡Aléjate de mí, monstruo!

Aquella mujer se giró sobre sí misma y comenzó a retroceder arrastrándose de espaldas, apoyando incluso su pierna rota sobre el suelo de oricalco, a pesar del dolor que sentía. Alisa rio por lo bajo al contemplar su mirada, confusa y horrorizada a partes iguales. Sabía que su víctima probablemente no se llamaba Satsuki, pero no le importaba. Había logrado engañarse a sí misma hasta el punto de casi lograr imaginarse que aquellos ojos marrones que la miraban desde allí abajo eran rojos y brillantes. La mujer dejó escapar un nuevo grito de dolor al apoyar con demasiada fuerza sobre su pierna rota mientras trataba de poner distancia entre ambas, y finalmente dejó de retroceder. Alisa se agachó junto a ella y acercó su mano derecha a su pálido rostro. Con un cuidado y una amabilidad muy poco apropiados para aquella situación, comenzó a recoger con sus dedos las lágrimas que recorrían aquellas mejillas. Pocos segundos después, aquella mujer la obligó a retirar su mano al propinarle un desesperado manotazo en ella. Alisa se palpó la mano derecha con su mano izquierda y trató de centrar su atención en el dolor de aquel leve golpe. Era demasiado débil para resultar placentero, pero una agradable sensación de calidez recorrió su espalda al ser golpeada por su víctima. La psíquica cerró los ojos durante unos segundos, pero aquella sensación que la inundó no tardó en desvanecerse, y Alisa dedicó una mirada acusadora a la mujer que acaba de golpear su mano.

- ¿Monstruo? ¿Yo?- Preguntó Alisa, en tono sarcástico- Tú has matado a millones de personas, Satsuki...

- Por favor... Me confundes con otra persona...- Comenzó a rogar su víctima- No me hagas daño...

Aquellas súplicas hicieron que Alisa frunciera el ceño. Estaban rompiendo la ilusión que su mente retorcida se había esforzado tanto por crear. Le estaban recordando que no se encontraba ante la verdadera Satsuki Aldrich. La titán a la que tanto admiraba jamás suplicaría de aquella forma; ella era la mujer más fuerte de todo Acies. Alguien como ella probablemente ni siquiera conocería el miedo. Su compañera de juegos de aquella noche no se estaba metiendo bien en su papel. Aquello hacía que le diesen ganas de castigarla por insultar de aquella forma la verdadera Comandante Aldrich. Alisa proyectó unas fuerzas telequinéticas cortantes que recorrieron el torso de aquella mujer, desgarrando su ropa y abriendo profundos cortes en su vientre y costados. Su víctima emitió un desgarrador grito de dolor tan pronto como las primeras gotas de sangre comenzaron a manar de sus heridas y formar un charco carmesí bajo su cuerpo.

- ¡No, por favor!- Vociferó aquella mujer.

Sus súplicas no le importaban. Ya no lograba imaginársela como la titán con la que fantaseaba; ahora solo era una cara bonita del montón. Otro juguete más que divertirse rompiendo. Alisa sostuvo con firmeza la cabeza de aquella mujer con sus propias manos y la inmovilizó, mientras lentamente acercaba su propio rostro al de su víctima, manteniendo la mirada fija en sus labios y anticipándose mentalmente a aquella mezcla de sabor a sangre y saliva.

No llegó a besarla. Un peculiar sonido de pasos se aproximaba desde su espalda, como si algo duro estuviese dando leves golpes a los paneles de oricalco del suelo de aquel siniestro callejón. En circunstancias normales, saber que alguien se aproximaba desde su espalda no habría sido suficiente para que Alisa renunciase inmediatamente a besar aquellos labios. Tenía su campo de fuerza telequinético cubriéndole las espaldas. Ni siquiera un pelotón de soldados de Phobos habría sido capaz de arrebatarle aquel momento. Sin embargo, aquellos pasos que se le aproximaban desde su espalda no podían pertenecer a nada que fuese remotamente humano. No se parecían en nada al sonido de metal contra metal que emitían las botas de neomitrilo de los Clase Terror al caminar sobre aquella superficie metálica. Más bien, parecía como si algo estuviese caminando de puntillas, pero fuese incapaz de evitar emitir aquel sonido.

Alisa se puso en pie y se giró rápidamente para encarar la amenaza. No era la primera vez que la descubrían. Su simple existencia de por sí ya era un crimen para Phobos, de modo que estaba acostumbrada a enfrentarse a los Clase Terror y a los empleados de Prometheus Labs para sobrevivir. Aquel era el motivo por el que no le suponía dilema alguno cometer aquellos asesinatos y delitos sexuales. Nada de aquello supondría realmente una diferencia para ella si Phobos la capturaba. Aunque aquella ciudad fuese su hogar, en el fondo se encontraba en territorio enemigo y todo cuanto la rodeaba era una amenaza para ella. Sin embargo, nada podía haber preparado mentalmente a Alisa para ver lo que vio en aquel callejón cuando se dio la vuelta.

- En el momento y lugar que decías... Haciendo lo que decías- Murmuró una calmada voz femenina.

- Es difícil conocer sus intenciones, pero él nunca me miente- Respondió una voz masculina extremadamente fácil de reconocer.

Alisa abrió los ojos como platos al contemplar a los individuos que habían irrumpido en aquel oscuro y remoto callejón en pleno corazón de Phobos Prime. Frente a ella se encontraba un hombre vestido con un uniforme ejecutivo de color negro, cuyo rostro permanecía oculto en el interior de un siniestro casco metálico. Tras él se encontraba una supersoldado de Clase Arpía pelirroja, que vestía un uniforme de oficial de Phobos. Era imposible confundirlos; no había nadie en todo Acies que no supiese quienes eran. Sin embargo, era también tan impensable encontrárselos de repente en un lugar como aquel, que Alisa no podía creer que fuesen reales. Si aquel hombre hubiese acudido allí él solo, habría pensado que se trataba de un impostor. Sin embargo, era imposible que la Arpía que lo acompañaba fuese una impostora; su grisáceo rostro de ojos completamente rojos estaba totalmente al descubierto y era perfectamente reconocible. Era la Carnicera de Tenska, la supersoldado que prácticamente había conquistado una ciudad ella sola; la mujer a la que el Comandante en Jefe admiraba y respetaba tanto que la había puesto al mando de toda Phobia Aegis.

- ¿Qué...?- Preguntó Alisa, en voz alta, con incredulidad.

Instintivamente, Alisa comenzó a retroceder. El corazón le latía a ritmo acelerado; ni siquiera alguien como ella era lo suficientemente inconsciente como para no comprender las graves consecuencias para ella que implicaba aquel encuentro. La mujer que había a sus pies desapareció complemente de sus pensamientos, y ni siquiera se dio cuenta cuando comenzó a gatear con desesperación para alejarse de ella, dejando un rastro de su propia sangre conforme avanzaba. A la psíquica aún le costaba creer que no se tratase de algún tipo de truco o engaño. En circunstancias normales, habría sido lo primero que habría pensado. Sin embargo, como psíquica que era, sus capacidades de percepción extrasensorial estaban muy afinadas en comparación con las de cualquier humano normal. Aquel hombre con el traje negro no podía ser un vulgar impostor. El Comandante en Jefe de Phobos tenía una presencia terrorífica, que parecía ensombrecer el propio callejón en el que se encontraba. Era como si su propia mente tratase de advertirle del ominoso peligro que representaba aquel hombre.

Black comenzó lentamente a caminar hacia Alisa, mientras Euryale se mantenía a su espalda. A pesar de la diferencia de estatura entre ambos y de la distancia que la Arpía podía recorrer con cada paso de sus largas piernas, la supersoldado se las arreglaba para mantener su distancia con el líder de Phobos sin detenerse cada varios pasos ni adelantar a su superior. Cada paso de aquella Arpía emitía de nuevo aquel característico sonido que retumbaba en el callejón. Alisa no sabía cómo reaccionar ante aquello. Incluso aunque ignorase al Comandante en Jefe o no le importase cometer en aquel momento el mayor crimen de la historia de Phobos, su acompañante era una supersoldado de Clase Arpía. Los rumores decían que aquellos ojos completamente rojos eran capaces de ver las perturbaciones telequinéticas antes de que las fuerzas direccionales se proyectasen, y que sus acelerados reflejos permitían a las Arpías anticiparse a ellas. Alisa no estaba segura de si aquello era posible, pero todo Phobos sabía que las supersoldados de Clase Arpía fueron la respuesta de Prometheus Labs ante los soldados psíquicos de Zyon, y que aquellas máquinas de matar cumplieron con las expectativas de las corporaciones. De un modo o de otro, no tenía ninguna posibilidad de vencerla en combate ni de escapar de ella. La simple presencia de Euryale en aquel callejón significaba que ella ya había perdido. Estaba completamente a merced de aquellos dos siniestros individuos.

- Alisa, ¿verdad?- Preguntó el Comandante en Jefe.

- Co... Comandante... Black... Sa... ¿Sabe mi nombre?- Respondió Alisa, con respiración acelerada y voz temblorosa.

El Comandante en Jefe no pudo evitar sonreír dentro de su casco ante aquella respuesta por parte de la psíquica. Su reacción le resultaba extremadamente predecible. Aquellas palabras eran lo primero que había pensado que aquella mujer diría, y efectivamente las había dicho. Alisa parecía un marioneta fácil de manejar.

- Sabemos mucho sobre ti- Respondió Black.

- Alisa Pavlova, dieciocho años. Fugitiva de Prometheus Labs desde los once. Objetivo sin nivel de prioridad asignado- Recitó Euryale de memoria, recordando el expediente que había leído en el censo- Llevas tres años viviendo en Phobos Prime. Desde entonces, se te atribuyen casi... Trescientos asesinatos. Trescientos que se sepan, obviamente.

Alisa continuó retrocediendo lentamente conforme la Arpía le reprochaba los crímenes que había cometido. Le habría gustado corregir a la Gobernadora de Phobia Aegis y decirle que aquella cifra de asesinatos confirmados ni siquiera llegaba a la mitad de lo que realmente había hecho, pero ni siquiera ella era tan estúpida como para hacer algo así. Aún no sabía cómo iba a hacer para salir de aquel lugar con vida, pero tenía que haber al menos una manera de que fuera posible. Ella era una criminal común en aquella ciudad, no tenía sentido que el propio Comandante en Jefe y su segunda al mando hubieran decidido tomarse la molestia de darle caza personalmente. Y si por alguna extraña razón hubiera sido así, ya la habían encontrado, no había razón para que no la hubiesen matado al instante si no tenían planes para ella que no implicasen su muerte. Aquello no resultaba del todo reconfortante para Alisa. Era el Comandante en Jefe de Phobos quien se encontraba frente a ella; el hombre más temido de todo Acies. Si no la quería muerta, quizás tuviera reservado para ella algo peor que la muerte.

- He visto el recuento de víctimas. La mayoría mujeres. Especialmente mujeres con unos rasgos muy concretos. Piel blanca, pelo negro y rasgos de una etnia muy concreta...- Continuó Euryale, sin inmutarse- Realmente tienes muy claro tu tipo, ¿verdad?

Al escuchar aquellas palabras, Alisa se estremeció. No estaba segura de si un escalofrío había recorrido su cuerpo o el simple hecho de que la Gobernadora de Phobia Aegis la ayudase a formar aquella imagen mental era suficiente para excitarla y hacer volar su imaginación a pesar de la nefasta situación en la que se encontraba. Incluso en un momento como aquel, no lograba dar de lado a su propia obsesión. Si tenía que morir, en realidad quería que aquella mujer fuese lo último en lo que pensase. Sin embargo, tanto el Comandante en Jefe como la Arpía que lo acompañaba permanecieron en silencio, mirándola, como si realmente esperasen una respuesta de ella. Alisa dejó de caminar hacia atrás y respiró profundamente, mientras pensaba qué decir. Por nada del mundo estaba dispuesta a contarle al Comandante en Jefe de Phobos que sentía una lujuria incontrolable hacia una titán. Incluso en su propia cabeza, aquello sonaba ridículo.

- Ha debido ser... casualidad- Se excusó Alisa- Supongo que... Hay muchas mujeres así en Phobos Prime.

El Comandante Black rio ruidosamente durante unos segundos ante aquella respuesta. Alisa dibujó una expresión de espanto en su rostro. Se notaba demasiado en el tono de aquella forzada risa que no le había creído, que aquella temblorosa respuesta que le había dado no era nada convincente.

- ¿Tanta vergüenza te da que preferirías llevarte el secreto a la tumba?- Preguntó el Comandante en Jefe.

Todo el cuerpo de Alisa se estremeció al escuchar aquellas palabras. En aquella ocasión, no era un espasmo de placer lo que recorría su cuerpo. Definitivamente, aquello era un absoluto terror que había comenzado a apoderarse de ella. Ser la presa no era para nada tan excitante como se lo había imaginado mientras era la cazadora. Las piernas comenzaron a temblarle, y sus ojos comenzaron a humedecerse, como si estuviera a punto de romper a llorar de un momento a otro. No se atrevía a volver a mentirle a aquel hombre. No quería contarle acerca de su obsesión, pero no se atrevía a probar suerte una segunda vez y tratar de evadir el tema. Ni siquiera sabía aún cómo había llegado hasta allí el Comandante Black, pero ahora tenía que contarle al hombre más poderoso de todo Acies acerca de su fantasía más oscura y retorcida.

- Me... gusta Satsuki Aldrich- Confesó Alisa, con un fino hilo de voz- Quiero...

- Entiendo- La interrumpió Black, antes de que entrase en detalles.

Alisa se dejó caer de rodillas. Finalmente, lo había dicho. Jamás le había contado aquello a nadie, excepto a alguna que otra de sus víctimas, a las que mató de todas formas poco después para recuperar aquel secreto. Ahora aquella información estaba en manos de alguien que podría distribuirla fácilmente por todo Phobos, para que todo Acies se burlase de ella. Alisa se pasó los dedos por los lacrimales. No quería llorar delante del Comandante en Jefe, aunque el borde de sus ojos cada vez parecía estar más húmedo. Era cuestión de tiempo que no fuese capaz de seguir manteniendo la compostura.

- Es patético, ¿verdad?- Refunfuñó Alisa, con pesar.

El Comandante Black dio algunos pasos más, hasta situarse a un metro escaso de ella, y a continuación procedió a sentarse sin más en aquel suelo de oricalco, justo delante de Alisa. Desde detrás, Euryale mantuvo la distancia y le dedicó un leve gesto de desaprobación al Comandante en Jefe. Un hombre de su posición debería esforzarse un poco más por mantener las formas y no rebajarse de aquella manera. Sin embargo, como venía siendo habitual, no parecía que a Black le importasen aquellas banalidades. Las formalidades corporativas, los protocolos y el código de etiqueta nunca habían sido una de sus preocupaciones.

- Sí, un poco...- Admitió Black.

- ¿Solo un poco?- Preguntó Alisa, dejando salir una leve risa involuntaria- ¿Querer tirarme a una titán es solo "un poco" patético?

- Si te doy un rifle y te pido que la mates... ¿Te parecería más razonable?- Preguntó el líder de Phobos.

- Supongo que no...

Alisa dejó salir un profundo suspiro. Desde luego, no era así como había esperado que fuera aquella noche. Aún no lograba asimilar ante quién estaba. Apenas unos minutos atrás, había estado a punto de besar a otra de aquellas mujeres que había considerado lo suficientemente parecidas a la Comandante Aldrich como para dejar volar su imaginación. Ahora no sabía qué había sido de aquella mujer, y tenía al líder de Phobos sentado en el suelo, frente a ella. Aquel hombre no parecía tratarla con la hostilidad que sin duda se merecía, después de todo lo que había hecho. Sin embargo, no dejaba de ser el administrador de toda aquella alianza megacorporativa en cuyo territorio vivía y a cuyos ciudadanos y empleados ella había estado asesinando. Ella ya era una criminal por su simple existencia, pero probablemente todos aquellos asesinatos no habían ayudado precisamente a mejorar su situación. Sin importar cómo hubiera hecho el Comandante en Jefe para dar con ella y cómo había llegado hasta allí, resultaba evidente que no se había tomado tantas molestias simplemente para reírse de ella.

- ¿Qué... va a pasar conmigo?- Preguntó Alisa, agachando la cabeza.

Euryale se aclaró la garganta. Nuevamente, había surgido una buena oportunidad para demostrar que había memorizado todo a la perfección.

- En circunstancias normales, una psíquica como tú sería enviada a una instalación de Prometheus Labs para realizar tus pruebas de compatibilidad- Le explicó Euryale- Sin embargo, teniendo en cuenta tu historial criminal, Prometheus Labs no te convertiría en Banshee ni en Siren, aunque fueses compatible. No hay nada que negociar. Tu destino es Atlantis Arisen.

Las primeras lágrimas finalmente comenzaron a descender por el rostro de Alisa. El miedo que sentía era tan intenso que, aunque hubiera estado dispuesta a hacer algo estúpido y tratar de atacar a los dos líderes de Phobos, ya no era capaz de tomar aquella decisión. Tan solo permaneció inmóvil, paralizada por el miedo, arrodillada en aquel callejón, pensando en Atlantis Arisen. La Almirante sin duda se alegraría de disponer de más fuentes de energía psiónicas para la megaflota. Aquel sería su destino, permanecer dormida en uno de aquellos contenedores, mientras su fuerza vital era parasitada por una de aquellas máquinas hasta el día en que la extinguieran por completo y la desechasen como a una pila gastada. Quizás, después de todo lo que había hecho, realmente se mereciese un castigo peor que la muerte, pero incluso en aquel caso, resultaba sumamente injusto. Si ella no hubiese sido psíquica, Phobos no la deshumanizaría de aquella forma. Incluso criminales que también habían cometido cientos de asesinatos eran, a menudo, condenados a trabajos forzados durante el resto de sus días. Era necesario ir mucho más allá que simplemente asesinar ciudadanos para que Phobos decidiese recurrir a la pena de muerte. Sin embargo, el hecho de ser psíquica lo cambiaba todo. A ojos de las corporaciones, ella ya ni siquiera era un ser humano; ella ya era una batería psiónica a la que simplemente le faltaba su carcasa. Ni siquiera tenía derecho a una muerte limpia.

- Hitch, ¿nos dejas un momento a solas?- Preguntó Black.

Euryale suspiró profundamente ante aquella petición.

- ¿Realmente vas a hacerle caso a... eso?- Refunfuñó Euryale- Podría ser una trampa. Y aunque no lo fuera, sabes perfectamente que ella no está bien de la cabeza. No creo que esto sea una buena idea.

El Comandante en Jefe dedicó un instante a examinar a la chica que había frente a él. Era demasiado perfecta para estar allí por casualidad. Si la información era cierta, y no tenía sentido alguno que no lo fuese, debía ser compatible con la Fórmula Titán. No había ningún motivo para que aquella fórmula de supersoldado la hiciera perder sus poderes psíquicos. De por sí, aquello la convertía en un espécimen magnífico. Sin embargo, el hecho de que además tuviera aquella lasciva obsesión con la Comandante Aldrich la convertía en una candidata tan idónea para sus planes que ni siquiera se habría atrevido a pensar que existiese alguien así en todo Acies; y aunque hubiera existido, sería imposible encontrarla sin más entre trillones de personas. Era improbable que todas aquellas circunstancias se hubieran dado por simple azar. Aquella mujer había sido puesta deliberadamente frente a él. El verdadero propósito de aquel encuentro estaba aún por determinar, pero incluso si había una cierta malicia detrás, el potencial de Alisa seguía siendo inmenso. No podía desperdiciarlo sin más; ni siquiera a pesar de los riesgos.

- No te preocupes- Insistió Black- Puedo lidiar con ella.

- Espero que sepas lo que haces...- Se resignó Euryale- Te espero en el coche.

Tras pronunciar aquellas palabras, la Arpía se limitó a encogerse de hombros, darse la vuelta y comenzar a caminar en dirección opuesta a donde Black y Alisa se encontraban. La psíquica arrodillada alzó levemente la cabeza y siguió a la Gobernadora de Phobia Aegis con la mirada mientras se retiraba, hasta que finalmente llegó al final de aquel largo y penumbroso callejón y desapareció de la vista en dirección hacia su izquierda. Contra todo pronóstico, se había quedado a solas con el Comandante en Jefe. Aún no tenía garantías de que aquello no fuese un engaño y que Euryale no la estuviese manteniendo vigilada por si trataba de atacar al líder de Phobos, pero definitivamente aquello había aumentado ligeramente sus probabilidades de supervivencia.

Alisa clavó la mirada en el inexpresivo casco del Comandante Black. Aquel hombre apenas se movía, hasta el punto de casi parecer una estatua. Su siniestra presencia, junto con los colores oscuros de su escafandra y su traje, casi hacían que pareciese una mera sombra en medio de aquel callejón. Sin embargo, por muy terrorífico que resultase y muchos misterios y rumores que existiesen sobre lo que se ocultaba dentro de aquel casco, lo más probable era que en realidad el hombre más temido de Acies no fuese más que eso, un hombre; no demasiado diferente del que ya había despedazado telequinéticamente en aquel mismo callejón unos minutos atrás. Si decidía escapar levitando, era improbable que pudiera seguirla, y tampoco podría defenderse si decidía hacerlo pedazos a él también. Que Alisa supiese, Black no era psíquico; había muchos rumores acerca de aquel hombre, pero aquel no era uno de ellos. Sin embargo, si decidiese deshacerse de Black, aún tendría que lidiar con Euryale. La Arpía se había retirado, pero probablemente no andaría demasiado lejos. Por un momento, Alisa se planteó tomar al Comandante en Jefe de Phobos como rehén. Quizás aquella fuese la oportunidad perfecta para escapar de su cruento destino y no acabar en Atlantis Arisen.

Las posibilidades que le ofrecía aquella situación eran enormes. Si tomaba al Comandante Black como rehén, no tenía por qué conformarse con escapar. Podía exigir cosas, y Phobos tendría que concedérselas si querían que el Comandante en Jefe conservase la cabeza sobre los hombros. Sin embargo, lo cierto era que la propia Alisa se dio cuenta de que nada de aquello iba a suceder. Ella se estaba limitando a permanecer allí arrodillada, frente a aquel hombre, sin hacer nada. Su cuerpo aún se estremecía de terror y su mente le mandaba señales de peligro constantes. Algo en su interior le decía que aquella era una idea horrible que no saldría bien. Con cierta resignación, Alisa se limitó a sentarse con las piernas cruzadas sobre aquella plancha de oricalco que actuaba como suelo, siguiendo el ejemplo del Comandante en Jefe. Aún no estaba realmente segura de qué esperar de aquella situación.

- ¿No... le preocupa quedarse a solas conmigo?- Preguntó Alisa, con escepticismo.

- No- Se limitó a responder Black.

- Podría matarle, ¿sabe?- Insistió Alisa.

Tras decir aquello, la propia Alisa se estremeció y se llevó la mano derecha a la boca. Se había dejado llevar. No podía creer que le hubiera dicho aquello al Comandante Black. El hecho de que ya había sido condenada a ir a Atlantis Arisen la había hecho comportarse como si ya no tuviese nada que perder, pero lo cierto era que siempre había margen para empeorar cualquier situación. Alisa estaba segura que, si Black se lo proponía, se las arreglaría para condenarla a algo que la hiciera desear haber sido enviada a la bodega de un Clase Serenity dentro de uno de aquellos sarcófagos. Sin embargo, para sorpresa de Alisa, el líder de Phobos dejó escapar una leve risa condescendiente, como si no se tomase en serio la amenaza de muerte de alguien con trescientos asesinatos confirmados.

- Si matarme fuera fácil, los directivos lo habrían hecho ya- Dijo Black- Han tenido mucho tiempo, y créeme si te digo que no les faltan ganas.

- Claro... No soy gran cosa después de todo- Murmuró Alisa, en tono amargo.

Aquello era innegable. Alisa no sabía si quizás aquello era un acto de arrogancia por parte del Comandante en Jefe, pero lo cierto era que alguien como él inevitablemente tendría muchos enemigos. Si realmente tenía más de mil años, significaba que el hombre más temido de Acies llevaba un milenio sobreviviendo a todos los intentos de asesinato que sus detractores hubieran perpetrado contra él. Era lógico que no le tuviera miedo a una psíquica del montón como ella, que ni siquiera había sido potenciada mediante una fórmula de supersoldado. El simple hecho de que se hubiese presentado ante ella de aquella forma significaba que consideraba que sus probabilidades de morir en aquel callejón eran nulas.

- Nadie es gran cosa en Erebus- La consoló Black- No somos tan diferentes.

Alisa no pudo evitar dejar salir una leve risa al apreciar la ironía de que el Comandante en Jefe de Phobos dijese aquello.

- Yo también tengo una obsesión que muchos considerarían ridícula- Continuó el Comandante Black- Y por culpa de mi obsesión ha muerto mucha más gente que por la tuya.

- ¿Cuál es?- Preguntó Alisa, incapaz de reprimir su curiosidad al respecto.

- Quizás algún día te la cuente. Ahora mismo no me creerías.

Aunque no pudo evitar sentirse decepcionada ante lo crípticas que resultaban las palabras del Comandante en Jefe y su negativa a darle una respuesta clara, Alisa respiró hondo y se tranquilizó levemente al escucharle. Por un momento, se atrevió a tener esperanzas. Si Black iba en serio con aquellas palabras, significaba que a corto plazo no pensaba ni matarla ni convertirla en una batería psiónica. Aquello era una buena noticia para ella.

- Quiere algo de mí- Le acusó Alisa, con cierto atrevimiento- Por eso estamos teniendo esta conversación, ¿verdad?

Lentamente, el Comandante en Jefe comenzó a ponerse en pie. A continuación, le hizo una señal con la mano derecha a Alisa, para indicarle que hiciera lo mismo. La psíquica también se levantó del suelo. Un segundo después, Black extendió su mano derecha, ofreciéndola para un apretón de manos formal.

- Una ambición como la tuya no debería desperdiciarse. Trabaja para mí, Alisa- Le ofreció Black- Ayúdame a alcanzar mis objetivos, y yo te ayudaré a alcanzar los tuyos.

La mano de Alisa se movió al instante en dirección hacia la del líder de Phobos y ambos formalizaron aquel acuerdo. Alisa no estaba segura de si lo hizo premeditadamente, o quizás fue un simple acto reflejo. En cualquier caso, incluso si el Comandante en Jefe de Phobos no acabase de hacerle la mejor propuesta que había escuchado en toda su vida, tampoco tenía realmente opciones de negarse. Al menos, no si no quería ser convertida en una fuente de energía psiónica.



Coordenadas dimensionales:

Año 8.972 del calendario zyonista

Erebus

Región de Acies

Ciudad de Kubeigh, Aureum Promissum

Alisa tiró de la cremallera de su propio mono hasta arriba y, finalmente, volvió a cerrarlo. Su blanca piel estaba llena de moratones y restos de varios fluidos corporales; principalmente sudor, sangre, saliva y manchas de aquella peculiar sustancia negra que supuraba el cuerpo de su enemiga cuando regeneraba sus heridas. Se sentía sucia y pegajosa, pero no le importaba. Toda aquella inmundicia que cubría su maltrecho cuerpo desapareció bajo su indumentaria cuando volvió a vestirse; aquel sería su recuerdo de aquel encuentro, al menos hasta que volviese a Phobia Aegis y se limpiase. Mientras volvía a enfundarse aquel mono táctico, la titán psiónica aún seguía jadeando y todavía sentía cómo su propio corazón latía a ritmo acelerado. Nunca había tenido una noche tan intensa. Jamás había tenido tanta energía como ahora que era una supersoldado, y ninguna de sus víctimas había tenido nunca tanto aguante. Realmente había sido, con mucho margen, la mejor noche de toda su vida. Sin embargo, las capas superiores de la atmosfera de Erebus lentamente comenzaban a resplandecer y bañar a aquel siniestro mundo con su luz. Ya estaba amaneciendo, y la noche con la que había fantaseado durante toda su vida ya formaba parte del pasado.

El rostro de Alisa, por primera vez en muchos años, adoptó una expresión serena y relajada. Se sentía satisfecha por haber alcanzado aquella meta que jamás pensó que podría haber llegado a estar a su alcance. La titán miró a su alrededor, contemplando lo que quedaba de Kubeigh. La batalla que había librado contra la Comandante Aldrich y lo que había venido después habían dejado aquella ciudad prácticamente en ruinas. Más de la mitad de los edificios de aquella enorme metrópolis habían sido reducidos a escombros irreconocibles, quedando tan solo algunos distritos y zonas limítrofes en pie, los cuales aún así habían sido dañados en mayor o menor medida por aquel cataclismo que habían provocado entre las dos. Las bajas civiles probablemente no eran muy diferentes de los daños estructurales que la ciudad había recibido; probablemente más de la mitad de la población de la ciudad había muerto. Desafortunadamente para los escasos humanos que quedasen con vida en Kubeigh, sus órdenes durante aquella operación eran destruir aquella ciudad tal y como había arrasado todas las anteriores.

Por un momento, la titán estuvo a punto de ponerse a terminar aquel trabajo y utilizar su telequinesis para convertir los restos de la ciudad en un inmenso cráter y aniquilar definitivamente a cualquier superviviente que quedase en aquel devastado lugar. Sin embargo, Alisa dejó salir un largo suspiro y dedicó una sonrisa condescendiente a aquellas ruinas. Sabía que Kubeigh era un simple cebo y que ya no era realmente necesario destruir la ciudad, pero aún así tenía permiso para borrarla del mapa. La decisión le correspondía a ella. En circunstancias normales, lo habría hecho sin dudar. Realmente disfrutaba haciendo aquello, y no le avergonzaba admitirlo. Cuando era humana, siempre había tenido la sensación de que era cuestión de tiempo que el mundo la aplastase como a un insecto; sin embargo, ahora tenía la sensación de ser capaz de enfrentarse a todo Erebus y poder ganar. Una vez más, la relación de depredador y presa se había invertido. Sin embargo, aquella mañana Alisa se encontraba de buen humor y tanto su lujuria como sus ansias de destrucción habían sido saciadas. En aquella ocasión, decidió no ceñirse a las órdenes y perdonarles la vida a los escasos supervivientes que aún no hubiesen abandonado la ciudad. No en vano, habían tenido toda la noche para escapar mientras ella se divertía con la Comandante en Jefe de Deimos. No tenía sentido intentar matar a alguien que ya no estuviese allí, y si alguien había decidido quedarse a pasar la noche en Kubeigh a pesar de todo, Alisa se atrevía a imaginarse sus motivos. Quizás en los próximos días circulasen por las redes algunos videos sobre lo que había sucedido. Si alguien había estado dispuesto a asumir aquellos riesgos para inmortalizar su momento de gloria y compartirlo con todo Acies, la titán estaba deseando ver los resultados. Al fin y al cabo, aquellos videos, si realmente existían y no eran un producto de su retorcida imaginación, serían su única forma de volver a ver a la Comandante Aldrich de ahora en adelante.

Aquel pensamiento hizo que la sonrisa de Alisa desapareciera y su rostro adoptase en su lugar una expresión agria. Había llegado el momento, y sabía lo que tenía que hacer. El Comandante Black había cumplido con su palabra; la había ayudado a alcanzar algo que parecía imposible. Ahora le tocaba a ella cumplir con su parte del acuerdo. Alisa se dio la vuelta y miró de nuevo a aquella mujer. Satsuki se encontraba tirada sobre una maltrecha superficie de asfalto y escombros, tumbada sobre su costado izquierdo en una posición casi fetal. Su cuerpo desnudo estaba tan mugriento como la piel de Alisa bajo aquel traje. Estaba cubierta de su propia sangre, de saliva ajena y de aquella sustancia de color negro. Su largo, oscuro y hermoso cabello estaba sucio y enmarañado, y su pálido rostro estaba irritado y enrojecido. Aún respiraba a ritmo acelerado, aunque poco a poco su respiración parecía estar normalizándose. Contemplar a Satsuki en aquel estado hizo que Alisa recordase a la última mujer a la que cazó en Phobos Prime; a la que también habría matado de no ser por la intervención repentina de los dos líderes de Phobos. No pudo evitar preguntarse qué había sido de ella. Quizás sucumbió a sus heridas y murió desangrada a pocos metros de aquel callejón, o quizás aún estaba viva y seguía viviendo en aquella ciudad. En realidad, no había sido tan diferente de la Comandante Aldrich. Satsuki había llorado y suplicado como cualquier otra mujer de entre todas las que habían tenido la desgracia de cruzarse con ella. Aquella noche en Kubeigh no había sido tan diferente de todas aquellas noches en Phobos Prime, si no tenía en cuenta a cuántos inocentes habían matado entre las dos.

Aunque no fuese como había esperado, Alisa no se sintió decepcionada. Era culpa suya haberse imaginado a Satsuki como una especie de monstruo o una muñeca sin sentimientos; y después de haberla conocido, se sentía estúpida por haber pensado así. Por supuesto que la Comandante Aldrich gritaría, lloraría y suplicaría cuando una psíquica mucho más fuerte que ella le hiciese daño. En el fondo, a pesar de los efectos de la Fórmula Titán, las dos seguían siendo casi humanas; con todo lo que aquello implicaba. Era natural sentirse débil e impotente ante aquella situación. Alisa recordaba haber llorado también cuando pensaba que la enviarían a Atlantis Arisen. Era normal que las presas llorasen y suplicasen cuando el cazador finalmente las alcanzaba.

- Satsuki... Ha llegado el momento...- Le dijo Alisa, en voz baja.

Satsuki se cerró aún más sobre sí misma en aquella posición fetal y no respondió de ninguna forma a aquellas palabras. Alisa no se sorprendió ante aquel acobardado silencio. Antes de empezar, había pensado que la Comandante Aldrich se resistiría y forcejearía toda la noche, y que su propia vida estaría en peligro por intentar forzar de aquella forma a una mujer tan peligrosa como ella. Sin embargo, la realidad no podía haber sido más diferente. Satsuki había sido una de las mujeres más sumisas y obedientes con las que había estado. Su miedo era tan intenso que no se rebelaba ni forcejeaba sin importar lo que le hiciese, incluso aunque resultase doloroso o denigrante para ella. Parecía estar aferrándose con toda su alma a la posibilidad de que, si se portaba bien, su enemiga se apiadase de ella. Alisa ya se había topado antes con mujeres así durante aquellas noches en Phobos Prime. Sin importar lo buenas chicas que fueran, al final las había acabado matando igualmente a todas. Y en aquella ocasión, no podía ser diferente.

Alisa dedicó un momento a pesar en cómo iba a hacerlo. Una humana normal ya habría muerto hacía horas, teniendo en cuenta todo lo que le había hecho a Satsuki. Sin embargo, la Comandante Aldrich tenía una durabilidad prodigiosa y una capacidad de regeneración fascinante. Podía recuperarse de heridas mortales en pocos segundos. A pesar de todo, Alisa supuso que, si le atravesaba el corazón con una lanza psiónica o si la decapitaba, aquella titán moriría como cualquier otro ser vivo. Nadie era realmente invencible, después de todo; ni siquiera una titán.

Con un gran pesar, Alisa apuntó al cuerpo desnudo de Satsuki con el dedo índice de su mano derecha, intentando que su cuerpo ayudase a guiar a su mente para proyectar una lanza psiónica que atravesase con precisión el corazón de aquella mujer que, a su retorcida manera, tanto amaba y admiraba. La posición fetal en la que se encontraba le dificultaba apuntar a su corazón. Sin embargo, Alisa podía ver perfectamente donde se encontraba el cuello de su víctima. Decidió que trataría entonces de decapitarla. No iba a ser fácil, su cuerpo era muy resistente, y era probable que incluso aunque proyectase una fuerza telequinética cortante con todas sus fuerzas, no bastase con un solo tajo para lograr separar la cabeza del cuello. Alisa respiró hondo. Por primera vez desde que tenía memoria, le temblaba el pulso. Una intensa sensación de angustia se estaba apoderando de su maltratado cuerpo y de su desquiciada mente. Realmente iba a hacerlo; iba a matar a la Comandante Satsuki Aldrich. La mujer con la que había estado obsesionada desde que tenía uso de razón estaba a punto de convertirse en un mero recuerdo.

Alisa relajó el brazo y dejó de apuntar a Satsuki con su mano. Aquella situación no parecía tener sentido, llegados a ese punto. Recordó aquella conversación con el Comandante en Jefe, en aquel siniestro callejón. Llegaron a un acuerdo, y Black había cumplido con su parte. La había convertido en una titán, y había puesto a la mujer que deseaba a su alcance. Sin embargo, aquel acuerdo no era exactamente justo para ella. No existía realmente para ella una opción de negarse; había tenido que aceptar bajo coacción. De haberlo rechazado, la Almirante probablemente ya la habría extinguido como fuente de energía psiónica y su cadáver haría años que habría sido reciclado para hacer soylent. La situación ahora, en cambio, era muy diferente. Ya no era una psíquica del montón, intimidada por dos oficiales de Phobos en aquel oscuro y estrecho callejón. Ahora era la mujer más poderosa de todo Acies. Podía hacer desaparecer una ciudad entera con un solo pensamiento. Podría arrasar toda Phobos Prime si así lo quisiera, y nadie podría detenerla. Black y Euryale bien podían convertirse en manchas en su suela si le resultaban una molestia. Nadie estaba en disposición de obligarla a hacer nada que ella no quisiese.

Definitivamente no iba a renunciar a todo lo que ahora estaba a su alcance. Ahora que Satsuki era suya, nadie podía arrebatársela; ni siquiera el Comandante en Jefe. No podía convertirla en un monstruo de aquella forma, y luego pedirle sin más que matase a la única mujer a su altura que había en todo Acies. Si mataba a Satsuki, entonces ella pasaría a quedarse tan sola como la líder de Deimos lo había estado durante la última mitad de siglo. Al fin y al cabo, ahora las mujeres humanas eran poco más que insectos para ella; ya no le quedaban más opciones. Su vida anterior ya no iba a volver. Sería una titán para el resto de su vida, con las ventajas y con los inconvenientes que aquello implicaba. Tenía que actuar en consecuencia y no cometer un trágico error del que después tuviese toda la eternidad para arrepentirse.

Alisa se sentó en el suelo junto a Satsuki y dedicó un momento a acariciarle el pelo y tratar sin mucho éxito de desenredárselo. Al contacto con los dedos de Alisa, Satsuki se encogió instintivamente, como si temiese que le hiciera daño de nuevo. Aquel movimiento casi involuntario por su parte provocó que Alisa sintiese un leve remordimiento por lo que le había hecho aquella noche. Sin duda, su relación había empezado con muy mal pie, teniendo en cuenta que en realidad ellas solo se tenían la una a la otra. Aunque fuera demasiado tarde para llegar a aquella conclusión, Alisa se arrepentía de haberla tratado así. Le habría gustado ver las cosas al principio de la noche tal y como las veía ahora. Había muchos errores que podría haberse ahorrado cometer si hubiese tenido antes aquella claridad mental; si sus ansias por reclamar a aquella mujer como suya no le hubiesen nublado el juicio de aquella forma.

- Fíjate, Satsuki... Son como insectos, ¿verdad?- Preguntó Alisa, mientras paseaba la mirada por el desolado paisaje urbano a su alrededor- No deberían ser ellos quienes manden sobre nosotras...

Los ojos rojos de Satsuki miraron fijamente a Alisa durante una fracción de segundo, pero en seguida se acobardaron de nuevo y su mirada se perdió una vez más en el infinito. No entendía qué pretendía hacer ahora con ella aquella psicópata. Quizás se estuviese planteando dejarla vivir, o quizás solo quisiera darle falsas esperanzas antes de matarla. Ya llevaba muchas horas atormentándola. El dolor físico y la humillación que la había hecho sentir ya no parecían divertir del mismo modo a su cruel enemiga. Quizás aquella mente enferma suya estuviese buscando formas más creativas de hacerla sentir miserable. En cualquier caso, Satsuki no se atrevía a hablarle. Había aprendido aquella lección a lo largo de la noche. Decirle algo era mucho peor que intentar discutir con el Dr. Asatur. Al menos con aquel metamorfo se podía razonar. Pero Alisa no era razonable. Aquella titán estaba completamente loca; era imposible saber qué se le pasaba por la cabeza y no había forma de prever cómo reaccionaría ante sus palabras.

- Nosotras en el fondo estamos solas... Pero la verdad es que no necesitamos a nadie más- Continuó Alisa, hablando como si intensase convencerse a sí misma de lo que decía- Nosotras... Podríamos ser las dueñas de todo Acies si quisiéramos. Nadie podría detenernos.

Satsuki escuchó aquellas palabras con cierta condescendencia. Ya había probado aquello de imponerse por la fuerza y tratar de adueñarse de algo. El resultado habían sido casi cincuenta años dirigiendo Deimos, una organización que estaba al borde del colapso y no había logrado ni remotamente cumplir sus objetivos. Una organización que había nacido gracias a su propia fuerza, y que era demasiado dependiente de aquella misma fuerza como para lograr nada por sí misma. Su rebeldía y su intento de ser dueña de algo la habían conducido a aquella nefasta situación en la que se encontraba. Quizás fuese una titán, pero Acies era un lugar que la empequeñecía incluso a ella. No importaba que en aquel momento Alisa estuviese en la cima y se sintiese más grande que el propio Erebus. Satsuki había aprendido por las malas que siempre había un pez más grande en aquellas siniestras y oscuras aguas.

- No quiero matarte, Satsuki- Confesó Alisa- Antes prefiero matar a Black.

Incluso a pesar de que lo que acababa de escuchar era una locura, Satsuki no pudo evitar sentir cierto alivio. Quería creer con todas sus fuerzas que Alisa decía la verdad y que no estaba jugando con ella. Si aquella psíquica decidía irse a invadir Phobia Aegis por su cuenta, solo podía haber dos resultados. O bien Phobos lograba matarla, o bien ella sola arrasaba Phobos Prime y mataba al Comandante en Jefe. En ambos casos, Satsuki estaba segura de salir ganando. Si Alisa moría, ella sin duda respiraría más tranquila. Quizás incluso aquello sirviese de advertencia a Phobos y les convenciese de no crear más titanes. Y si Alisa resultaba victoriosa, quizás la obligase a ser su novia o su esclava sexual, pero al menos ya no tendría ningún motivo para matarla. Cualquier alternativa era mejor para ella que morir en aquella devastada ciudad y regar aquel desolado yermo con su propia sangre. Sin importar las consecuencias, quería sobrevivir. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que fuese necesario para ello. Incluso si el resto de noches de su vida tenían que ser tan horribles como la que acababa de vivir, prefería aquello antes que morir.

Alisa se puso en pie con un repentino y enérgico movimiento. Casi parecía estar emocionada por aquella idea horrible que acababa de tener. Ya no jadeaba ni temblaba, y su rostro parecía irradiar determinación. Desde el suelo, Satsuki no pudo evitar sentir asco ante aquel arrebato de optimismo que parecía haberse apoderado de su enemiga. Sin embargo, por mucho resentimiento que tuviera hacia ella en aquel momento, después de todo lo que le había hecho, y por mucho que le habría gustado decirle algunas cosas respecto a aquel plan que parecía tener, la Comandante Aldrich simplemente guardó silencio. Parecía tener intenciones de dejarla con vida, y le preocupaba decir algo que la hiciera cambiar de opinión. Ya había tenido malas experiencias en el pasado por atreverse a hablar más de la cuenta. Tenía miedo de repetir aquel error.

- Tengo que irme, Satsuki... Voy a ajustar cuentas con Black- Declaró Alisa, mirándola desde arriba con una expresión alegre en el rostro- Cuando vuelva, te prometo que todo entre nosotras será muy diferente. Vamos a ser muy felices las dos juntas.

Aunque Satsuki no pensaba responder una sola palabra a Alisa dijera lo que dijera, lo cierto era que, aunque hubiese querido, tampoco habría tenido la oportunidad de hacerlo. Alisa se impulsó hacia arriba de un salto y comenzó a levitar, despegando a velocidad supersónica. Todo el suelo se estremeció bajo ella con un nuevo seísmo cuando hizo aquel movimiento, aunque el repentino temblor de tierra no llegó a provocar nuevos daños a aquella parte de la ciudad. Sencillamente ya no quedaba nada más que destruir alrededor de donde ambas titanes se encontraban. De la misma forma tan abrupta y repentina como había aparecido en Kubeigh, Alisa desapareció en el horizonte en pocos segundos. La velocidad a la que levitaba era sorprendente, incluso para su tamaño. Era mucho más rápida que cualquier cosa que Satsuki alguna vez hubiese visto. Parecía capaz de alcanzar Phobia Aegis en menos de una hora. Era imposible que lograsen interceptarla a tiempo antes de que alcanzase la capital, incluso aunque conociesen de antemano sus intenciones. Aquel iba a ser un día clave en la historia de toda la región de Acies. Satsuki ya había comprobado lo imposible que era tratar de razonar con Alisa, Black no podría librarse de ella con simples palabras. El Comandante en Jefe de Phobos estaba a punto de ser destronado. Aunque Satsuki no pudo evitar por un segundo preguntarse cómo afectaría aquello a su acuerdo con el Dr. Asatur, la titán no tardó en apartar aquel pensamiento. El trato que había hecho bajo coacción con aquel metamorfo ya no significaba nada para ella. En aquel momento tenía mayores preocupaciones.

Lentamente, Satsuki dejó de estar en aquella posición fetal y se tumbó boca arriba, para después respirar hondo durante unos segundos. A continuación, se alzó ligeramente y se sentó sobre aquella misma superficie en la que había estado yaciendo. No se encontraba físicamente dolorida, a pesar de todo el castigo que su cuerpo había sufrido. Ni siquiera ella sabía que podía regenerar sus heridas de aquella forma. En realidad, nunca había tenido ocasión de comprobarlo. Sin embargo, aunque su cuerpo se encontrase bien, su mente no podía decir lo mismo. Aún le temblaban ligeramente las manos. Nunca en toda su vida había tenido tanto miedo ni se había sentido tan impotente. La situación se había escapado por mucho a su control. Si Alisa hubiera querido, la habría matado sin que ella hubiera podido hacer nada para impedírselo.

Mientras permanecía sentada, intentando tranquilizarse, Satsuki recorrió con la mirada la devastada ciudad en la que se encontraba. Aunque que Alisa había desaparecido, parecía haber algo más de movimiento en las zonas que no habían sido completamente destruidas. Aún parecía haber supervivientes, que habían permanecido escondidos, como si realmente pensasen que aquella monstruosa mujer tenía siquiera algún interés en ellos mientras disfrutaba de su premio durante toda la noche. Sin embargo, al contemplar cómo todos aquellos humanos trataban de aprovechar la oportunidad para abandonar Kubeigh, Satsuki no pudo evitar sentirse incómoda al respecto. No por algo tan trivial como el simple hecho de que aún estaba sucia, completamente desnuda y a la vista de todo el mundo. Su punto de vista era mucho más retorcido. Satsuki estaba segura de haber causado ella misma casi tanta destrucción como Alisa durante aquel combate. Todo aquel cataclismo lo habían provocado entre las dos. Sin embargo, los ciudadanos de Kubeigh se habían estado escondiendo de Alisa, no de ella. Después de todo lo que había sucedido, ya no le tenían miedo ni respeto; ahora sabían que existía algo mucho peor que ella a lo que temer. Aquello resultaba irónico. Alisa se había marchado por su cuenta sin terminar de destruir la ciudad, aunque aquella fuese su misión. Por algún motivo que solo ella sabría, les había perdonado la vida a todos. Satsuki en cambio, había llegado hasta allí para proteger la ciudad. Sin embargo, en aquel momento deseaba con todas sus fuerzas que Kubeigh y sus habitantes desaparecieran. Deseaba que no quedase ningún testigo ni ningún recuerdo de lo que había sucedido aquella noche en aquel lugar.

La tentación de terminar ella misma el trabajo y culpar a Alisa de la aniquilación total de Kubeigh era muy fuerte. Satsuki dedicó una mirada resentida a aquel paisaje urbano y a aquellos insectos que se arrastraban penosamente entre los escombros. Todos aquellos miles de supervivientes habían sido testigos de la primera derrota de su vida, y del miedo y la humillación que había implicado para ella. Era imposible que fuesen capaces de entender el daño que aquellas miradas le hacían; era imposible que pudieran entenderla. Ellos se limitaban a correr por sus vidas sin más, con la inocente esperanza de que no terminasen convertidos en manchas rojas bajo una enorme bota. Era natural, aquel era el lugar que les correspondía; era el destino que Erebus tenía preparado para los débiles. Ella, en cambio, no era como los demás; no se parecía en nada a todos aquellos humanos. Ella había sobrevivido a la Fórmula Titán, un mutágeno que había matado a cientos de millones de personas desde que Prometheus Labs comenzó a utilizarlo. El simple hecho de sobrevivir a la fórmula significaba que ella no era como el resto, que era una entre millones. Su premio por haber atravesado con vida el horror que supuso Chronos Complex debería haber sido una vida fácil y libre de miedos. Sin embargo, el Dr. Asatur lo había estropeado todo. Le había arrebatado su merecida recompensa por haber sobrevivido a Chronos Complex; por salir con vida del mayor matadero humano que Prometheus Labs jamás hubiese gestionado. Aquellos humanos que trataban de abandonar la ciudad estaban contemplando a una diosa caída y destronada, que acababa de ser rebajada a otro insecto más, retorciéndose en el mugriento y desolado suelo. No podían comparar su situación con la suya. Era imposible que fuesen capaces de entender lo que ella había perdido aquella noche.

Si hubiese tenido lo medios para hacerlo, Satsuki no sabía si habría sido capaz de resistirse a matarlos a todos. Sin embargo, ella no era Alisa. No era capaz de bombardear toda el área en kilómetros a la redonda con su propia mente y erradicar todo rastro de vida a su alrededor en un instante. Incluso aunque sus armas aún estuviesen en buen estado, ni siquiera sus botas sísmicas eran capaces de causar tanta destrucción en tan poco tiempo. Además, había pasado toda la noche a merced de los caprichos de Alisa, prácticamente incapacitada. Había pasado tiempo de sobra para que miles de personas hubieran logrado escapar de la ciudad o enviar comunicaciones al exterior. En aquel momento, probablemente media Acies ya sabía lo que había sucedido en Kubeigh aquella noche. Satsuki se estremeció al pensar en lo que debía estar circulando por las redes de información públicas. Ya no había forma de ocultarlo.

Satsuki respiró hondo y apartó la mirada de aquel panorama tan poco alentador. Al menos seguía con vida, y su enemiga se había marchado de aquel lugar. Aquello de por sí ya excedía las expectativas que tuvo cuando perdió el combate. Sin embargo, después de haber visto la facilidad con la que Alisa podía cambiar de opinión y alterar sus propios planes, no era demasiado descabellado pensar que podría volver a aparecer por allí. Lo mejor sería que ella misma tampoco se quedase en Kubeigh. Aún no sabía cómo iba a arreglárselas en adelante, pero no quería tener que volver a ver nunca más a aquella maldita psicópata. No sabía qué iba a pasar en Phobos Prime aquel día, pero parecía improbable que Phobos fuese capaz de matar a aquel monstruo. Tenía que prepararse para el peor escenario posible; tenía que asumir que Alisa sobreviviría y volvería a por ella. No había forma de que pudiese vencerla. Sus opciones serían o aceptar que aquella otra titán hiciese con ella lo que quisiera, o escapar a la región más remota de Acies que pudiese encontrar y confiar en que Alisa tardase siglos en encontrarla.

Mientras trataba desesperadamente de pensar qué hacer, algo entre los escombros captó la atención de Satsuki. A algo menos de un kilómetro de donde ella se encontraba, prácticamente enterrada bajo miles de toneladas de asfalto y hormigón, se encontraba su cuchilla psiónica. Aunque Satsuki tardó unos segundos en reaccionar, en seguida se apresuró a inclinarse hacia delante y gatear rápidamente hacia la espada. Con un simple movimiento de su mano derecha, retiró todas aquellas toneladas de escombros que cubrían la hoja como si fuese un simple puñado de guijarros. Durante el combate, ella misma había arrojado la espada y la había abandonado a su suerte. Había culpado a su arma de su propia debilidad y se había dejado llevar por la frustración.

Sin embargo, no podría haber estado más equivocada. Era mucho más débil sin aquella cuchilla. Si hubiera insistido en retenerla entre sus dedos, Alisa no habría sido lo suficientemente fuerte para arrebatársela, ni siquiera con su telequinesis. De haber tenido la espada aún en su mano, quizás Alisa no se hubiera atrevido a utilizarla como un juguete con el que satisfacer sus enfermizas fantasías sexuales dignas de una auténtica lunática. Un simple error por su parte le habría supuesto acabar despedazada. Sin embargo, Satsuki no podía evitar preguntarse si quizás había sido mejor que todo sucediera así. Quizás arrojar voluntariamente aquella espada le había salvado la vida. Al fin y al cabo, la única razón por la que Alisa no la había matado era porque parecía sentir una lujuria incontrolable hacia ella, por alguna extraña razón. Si le hubiera negado aquel momento, quizás se habría ceñido a las órdenes y la hubiera sin más matado al principio de la noche. Quizás haber sido débil, haber tenido miedo y haber actuado de forma sumisa realmente le había salvado la vida en aquella ocasión. Sin embargo, era improbable que aquello fuese a mantenerla con vida a largo plazo. Alisa no era ni de lejos su única enemiga. Necesitaba de nuevo aquella espada.

Satsuki sostuvo la empuñadura de aquella espada con su mano derecha, y finalmente volvió a ponerse en pie. Sus movimientos eran lentos y ligeramente temblorosos. Se encontraba incluso más desmotivada de lo que solía ser habitual en ella. Hacía tan solo unas horas, blandir aquella espada la habría convertido en una diosa de la guerra sosteniendo un arma capaz de aniquilar ejércitos enteros. Ahora, mientras se aferraba a aquel trozo de metal afilado, no era más que una mujer desnuda y asustada en medio de una ciudad en ruinas. En circunstancias normales, que la vieran desnuda no era algo que hubiese preocupado a Satsuki. Llevaba ya casi ciento cincuenta años siendo una titán; se había acabado acostumbrando a no tener prácticamente nada de privacidad. Siempre que tuviera que darse una ducha o cambiarse de ropa, lo hacía en instalaciones adaptadas a su tamaño, que requerían el trabajo de varios cientos de empleados para funcionar. Las miradas indiscretas hacia su cuerpo desnudo eran inevitables, y con los años se había acostumbrado tanto a ignorarlas que se había llegado incluso a olvidar que estaban ahí. Sin embargo, en aquella ocasión sentía cada mirada como si fuese un puñal clavándose en su ego. Se sentía terriblemente indefensa.

Aunque sabía que no le iba a gustar lo que iba a encontrar, Satsuki dedicó un momento a mirar a su alrededor en busca de lo que quedase de su mono táctico. Resultaba difícil determinar dónde la había desnudado Alisa y dónde había ido a parar aquella prenda. Para ella, había sido una noche muy larga y confusa, y había tenido que hacer cosas que prefería olvidar. A pesar de todo, tras casi un minuto buscando a su alrededor, Satsuki alcanzó a distinguir entre el polvo y los escombros el característico color negro de aquellas nanofibras. Tan pronto como lo vio, Satsuki se apresuró a recorrer a paso ligero los dos kilómetros que la separaban de su indumentaria. Al caminar, podía notar cómo la heteromorfa masa de escombros, chatarra y cadáveres que componían el suelo que pisaba crujía bajo las plantas de sus pies desnudos con cada paso que daba. Ahora que no tenía puestas aquellas botas metálicas que la insensibilizaban a aquella devastación que ella misma provocaba, podía sentir en su propio cuerpo las destructivas consecuencias de cada una de aquellas pisadas. El cemento y el hormigón se reducían a polvo y gravilla, el metal emitía chirridos desagradables cuando se aplastaba y retorcía, y los cuerpos sin vida que se amontonaban en las calles le producían una sensación húmeda y sucia al convertirse en una pasta rojiza bajo sus pies. Con cada paso que daba, la expresión de desagrado del rostro de Satsuki se volvía más intensa.

Cuando finalmente alcanzó lo que buscaba, Satsuki clavó su espada en el suelo y se agachó junto a aquel montón de escombros. A continuación, se apresuró a desenterrar también lo que quedase de su indumentaria. Tal y como había supuesto, aquel mono táctico estaba severamente dañado. Satsuki no sabía realmente de qué prodigioso material estaban hechas aquellas nanofibras, pero aquellos trajes de combate apenas recibían daños menores cuando eran expuestos a una explosión nuclear. Sin embargo, Alisa se las había arreglado para dejar el suyo en un estado lamentable. Su ropa tenía varios agujeros que la atravesaban completamente, y estaba rajada por la zona ventral hasta casi haber sido separada en dos mitades. Además de los daños, aquella prenda estaba manchada de sangre, polvo de escombros y restos de aquella sustancia negra. A pesar de todo, tan pronto como sostuvo aquel mono táctico entre sus manos, Satsuki se sintió algo más tranquila y se apresuró a vestirse de nuevo con él. La sensación era áspera y desagradable, incluso sin tener en cuenta la suciedad que manchaba su propia piel, pero aun así resultaba reconfortante en comparación con estar desnuda. Los agujeros abiertos en aquel tejido por aquellas lanzas psiónicas y por aquella onda telequinética cortante revelaban una gran cantidad de piel que, irónicamente, no tenía rastro alguno de aquellas heridas. Sin embargo, aquellos daños en su ropa y las manchas de sangre que rodeaban aquellos desgarros en las nanofibras permanecían ahí como un aciago recordatorio de lo que había sucedido. Aquel traje probablemente ya no tenía arreglo; tendría que cambiarlo por alguno de los que tenía almacenado.

Una vez se terminó de vestir de nuevo, Satsuki dedicó una mirada afligida a lo que había quedado de sus botas sísmicas. A excepción de un revestimiento interno de nanofibras, aquel calzado era casi completamente metálico. Salvo por un par de juntas móviles diseñadas para permitir el movimiento, era extremadamente rígido y resultaba imposible ponérselo o quitárselo como si fueran unas botas normales. Para poder meter o sacar los pies del interior de las botas sísmicas, era necesarios desensamblar un par de piezas y abrir la parte superior de las botas. Alisa no había sido tan cuidadosa a la hora de utilizar su telequinesis para arrancarle por la fuerza aquel calzado. En aquel momento, aquellas mortíferas piezas de tecnología capaces de arrasar ciudades enteras no eran más que un enorme montón de chatarra que a duras penas conservaba su forma. Satsuki dejó escapar un largo suspiro. Tendría que caminar descalza algo más de ochocientos kilómetros hasta su alijo de equipamiento para titanes más cercano. En aquel momento, se hubiese conformado incluso con tener a mano aquellos zapatos que utilizaba con su uniforme de oficial de Deimos.

Un zumbido proveniente de su cuello captó la atención de Satsuki. Al principio, aquel sonido la sobresaltó e hizo que desclavase su espada del suelo y se aferrase con ambas manos a su empuñadura. Aún se encontraba demasiado alterada como para pensar con calma y reaccionar con normalidad ante cualquier estímulo que recibiese. Sin embargo, cuando se dio cuenta de qué era lo que emitía aquel zumbido, Satsuki relajó los hombros y finalmente colocó de nuevo su espada en el soporte magnético de su espalda. A pesar de todos los daños que aquel traje había recibido, su dispositivo de comunicaciones integrado parecía seguir casi intacto. Salvo por un leve ruido de estática, parecía estar recibiendo correctamente la señal y funcionar con relativa normalidad.

- Satsuki, contesta... ¿me recibes?- Dijo una voz conocida, perfectamente distinguible a pesar de la estática.

Satsuki notó cómo se le encogía el estómago al escuchar aquella voz. Se trataba de su segundo al mando. Probablemente había estado intentando contactarla durante horas, tan pronto como alguien le hubiese informado de lo que estaba sucediendo en Kubeigh. Su voz sonaba tensa, y estaba llamándola directamente por su nombre de pila en lugar de por su apellido, como solía hacer. La Comandante Aldrich no sabía qué iba a decirle al Comandante Krieg. Ser derrotada ya era de por sí lo suficientemente frustrante, pero aquello no había sido una simple derrota. Era imposible que Krieg no supiese qué le había hecho Alisa tras vencerla en combate. Satsuki no respondió inmediatamente al comunicador. Su pulso y su respiración se estaban acelerando de nuevo. Casi parecía que estuviese a punto de romper a llorar de pura rabia y frustración. Sin embargo, Satsuki se apresuró a frotarse los ojos con el dorso de ambas manos, evitando las cuchillas de obsimantita de sus guantes, y trató de tranquilizarse y recuperar la compostura. Ya había sido humillada de sobra aquella noche. No quería que, además, la vieran llorar y lamentarse de aquella forma.

- Te recibo, Krieg- Contestó Satsuki, intentando que su voz sonase firme y no exteriorizase la angustia que sentía.

- Joder, Satsuki... Me tenías preocupado- Respondió el Comandante Krieg- ¿Qué ha pasado? ¿Cómo estás?

La Comandante Aldrich guardó silencio durante unos segundos. Habían pasado muchas cosas sobre las que prefería no entrar en detalles, y definitivamente no estaba bien. La titán podía notar cómo un nudo se le formaba en la garganta cuando movía sus propios labios para responder a la pregunta. Aunque Krieg fuese la persona en la que más confiaba en todo Acies, no se sentía cómoda contándole lo que realmente se le pasaba por la cabeza en aquel momento. Ni siquiera había sido aún capaz de asimilar la realidad de la situación por sí misma. No tenía estómago de contarle aquello a su segundo al mando a través del canal de comunicaciones, donde nunca estaba completamente segura de quién podría estar escuchando.

- He sido derrotada- Admitió Satsuki, eligiendo muy cuidadosamente aquellas escasas palabras.

- Quédate donde estás- Le pidió Krieg- Voy para allá.

Satsuki miró con cierta incomodidad a su alrededor. No solía llevarle la contraria a Krieg, pero había muchos motivos por los que no quería quedarse en Kubeigh. No solo le preocupaba que Alisa volviese, sino que además se sentía incómoda en aquella ciudad. Se sentía juzgada y despreciada por todos aquellos insectos que se movían a su alrededor. Cada segundo que pasaba le resultaba más difícil resistir sus ganas de reducir a escombros el resto de la ciudad y borrar a sus habitantes del mapa junto a ella. Si Krieg tomaba un transporte de Clase Invader desde la instalación secreta de Deimos hasta Kubeigh, no tardaría probablemente menos de tres o cuatro horas en llegar. Si esperaba tanto tiempo allí, la tensión acumulada entre ella y aquellos humanos que tanto la incomodaban acabaría por estallar.

- En realidad, quisiera retirarme de aquí lo antes posible- Dijo Satsuki- Sería mejor si nos viéramos en...

- Estaré allí en diez minutos, Comandante Aldrich- La interrumpió Krieg, hablando con firmeza- No te muevas de ahí.

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