Traición
Rosemary había sido trasladada a una de las habitaciones vacías en la misma planta en la que dormía Adele. Cerraron la puerta con llave y dejaron encargada de su vigilancia a una de las jóvenes celadoras.
Su padre se había disgustado mucho con ella. Estaba bastante irritado por las mentiras que su hija le había contado durante años, pero también estaba muy preocupado al ver como la enfermedad consumía la mente de su hija.
El ginecólogo llegó a media mañana y encontró a la jovencita atada a su cama. Habían tomado esa precaución al no saber la reacción que podía tener la muchacha con el médico. Adele estaría presente durante el examen. Rosemary la miró con odio pero no le dirigió la palabra, luego apartó la vista desconsolada.
—Rosemary, has de obedecer en todo momento al doctor. Haz caso de todo lo que te diga —Adele no esperaba complicaciones, pero junto a ella tenía preparado un sedante por sí era necesario.
El ginecólogo ordenó que soltaran las correas que sujetaban las piernas de la jovencita, para colocarlas en una posición que le permitiera realizar su trabajo. Habían acostado a Rosemary en una camilla especialmente diseñada para ese tipo de exámenes con las piernas abiertas y algo elevadas y se las volvieron a atar. La jovencita tan solo vestía una bata de las que se usaban en las operaciones y así, indefensa y frente a un desconocido, sin saber exactamente lo que iban a hacerle, no pudo evitar echarse a llorar.
—Tranquilízate, no te va a doler —le dijo el médico.
Adele se acercó para tranquilizarla, intentó cogerla de la mano, pero ella no la dejó.
—¿Por qué lo hiciste? —Le preguntó —. Confiábamos en ti.
—Mi único interés es tu curación, Rosemary —dijo, Adele —. Estás muy enferma aunque tú no te des cuenta. Todo eso que me contaste no son más que delirios, fantasías que crea tu mente.
—No son fantasías. Algún día lo verás con tus propios ojos y te darás cuenta de lo equivocada que estás.
—¿Te das cuenta? ¿No te escuchas a ti misma?
—Las sombras vendrán a por mí, Adele, ahora que saben donde estoy. Me matarán igual que hicieron con mi madre.
—Nadie va a venir por ti, esas sombras como tu las llamas sólo están en tu mente. Estás completamente a salvo.
El ginecólogo había terminado con su examen, dijo que podían volver a tumbar a la jovencita en su cama y recogió todos sus instrumentos médicos. Luego agarró del brazo a Adele y la llevó a un rincón de la habitación donde nadie podía oírles.
—No sería algo inusual, doctora Jenkins, si no se tratase de una menor—le dijo —. Pero creo que esta jovencita ha sido sometida a repetidos abusos, algunos de ellos muy recientes. Tengo la obligación de dar parte a la policía y tendré que hacerle varias pruebas, VIH, epatitis B y C y de otras enfermedades de trasmisión sexual como la sífilis y la gonorrea. Creo conveniente hacerle un frotis vaginal y tomar muestras.
—Es mejor que hable con su padre, el señor Hill —dijo Adele —. Iré a avisarle.
—Adele —Rosemary la llamaba desde su cama —¡Adele!
La joven se acercó.
—Tienes que saber algo. Nadie me ha violado.
—El ginecólogo dice que han abusado de ti, ¿a quién quieres proteger, Rosemary?
—A nadie. No he tenido relaciones sexuales con nadie, fui yo. Nadie me ha tocado...nunca.
Adele interrogó con la mirada al ginecólogo preguntándole si eso era posible.
—Podría ser lógico hasta cierto punto. No hay heridas ni cicatrices, pero si hay rastros de actividad sexual. ¿Si hubiera utilizado algún tipo de objeto?
—Lo podrás encontrar en uno de los cajones del armario que tengo en el ático —dijo la jovencita sin ningún pudor.
—Entonces, lo que me contaste el otro día en la terapia, el hombre que te decía palabras cariñosas...
—Te mentí —Rosemary la miraba con una vengativa sonrisa —. Según tú estoy loca, ¿no? Y lo que decimos los locos no puede ser tomado en cuenta, ¿verdad?
Adele la contemplaba con verdadera lastima.
—Lo que nunca pensé —continuó Rosemary —, era hasta que punto estabas domesticada. Tanto que has podido traicionar a alguien, que sólo quería ser amiga tuya, sin importarte lo más mínimo.
—No ha sido así, Rosemary...—empezó a decir, Adele, pero la muchacha le interrumpió.
—¿No? ¿Y cómo lo llamarías tú entonces? ¡Ah, sí...es verdad, se me olvidaba. Todo lo has hecho por mi bien! ¿No es eso? Eres una buena amiga que sólo piensa en mí, pero has de saber algo, los amigos no se traicionan.
Adele meneó la cabeza apesadumbrada, esperaba esa reacción por parte de la muchacha, pero no esperaba que fuera a afectarle tanto.
—Cuando veas mi cuerpo sin vida, cosa que no tardará en suceder, recuerda estás palabras.
—No dejaré que te ocurra nada, Rosemary. Estoy convencida de que no va a sucederte nada.
Una de las cuidadoras se acercó a Adele y le susurro al oído.
—Esta muy alterada, creo que deberíamos darle un tranquilizante.
—Sí, está bien —respondió, Adele —, yo me encargaré, no se preocupe.
Rosemary vio como la cuidadora le entregaba a Adele, una jeringuilla llena de un líquido ambarino.
—¿Qué vas a hacer? ¿Vais a drogarme? ¡Sí lo haces, nunca despertaré!
—Es sólo un tranquilizante, Rosemary. Te ayudará a descansar.
La jovencita se echó a llorar.
—¡Vas a matarme! ¡No quiero dormir...! ¡Por favor, Adele, haré lo que me pidas!
La joven tomó el brazo de la muchacha, aún sujeto con las correas y le puso la inyección.
—Necesitas descansar, Rosemary. Yo velaré tu sueño, no tienes de que preocuparte.
Los ojos de la muchacha comenzaron a cerrarse y un minuto después estaba dormida.
—Es una lastima —dijo el ginecólogo —, es muy duro ver a una persona tan joven, tan enferma.
—Sí —reconoció la joven —, es una verdadera lastima.
•••
Rosemary descansaba tranquila y Adele no se movió de su habitación, estaba sentada junto a la jovencita y agarraba su mano. Llevaba en esa misma postura varias horas y estuvo meditando sobre todo lo ocurrido.
Había cosas que aún no terminaban de encajar:
¿Quién sería la figura encapuchada que le había entregado a Laura Coleman los documentos que ahora tenía ella en su poder?
¿Qué motivo había, para que alguien se interesara en que ella tuviera dichos documentos?
¿Qué secreto escondía el psiquiátrico Blackgables Mansion?
¿De verdad todas esas muertes podrían haber sido asesinatos muy bien planeados?
Eran muchas las preguntas y ninguna respuesta para ellas. Parecía que todo el mundo tenía algo en común en aquel lugar y era, tratar de ocultar la verdad.
Empezando por Warren Hill y todos los secretos que guardaba y terminando por su joven hija y su desbocada imaginación.
¿Había allí alguien en quién pudiera confiar?
La única persona que le había parecido de fiar hasta la fecha había sido, Isaiah.
El era el único que parecía no ocultar nada.
Tendría que hablar con él y conocer su opinión al respecto.
Alguien llamó con suavidad a la puerta y Adele se levantó para abrir. Era la señora Hayes.
—Lleva usted en este cuarto más de cinco horas y ni siquiera ha comido —le dijo —. Debería descansar un rato, baje, si quiere. Yo cuidaré de ella mientras tanto.
—Gracias, señora Hayes, pero no tengo apetito. Además no creo que tarde en despertarse y le prometí estar con ella cuando lo hiciera.
—Como quiera.
Gretchen Hayes la miró como si no le importase lo que hiciera o dejase de hacer, lo que en realidad era muy cierto.
—Debería saber que ha sido el señor Hill el que se ha interesado por saber cómo se encuentra.
—Quizás más tarde baje, se lo agradezco, señora Hayes.
—Se lo comunicaré al señor.
La mujer se fue y Adele volvió a cerrar la puerta, echando de nuevo el cerrojo.
No es que creyera en las fantasías sin sentido de Rosemary y sus espectrales sombras, sino que, en cierto modo, había terminado acostumbrándose a buscar un poco de protección en ese pequeño acto.
Fuera un suicidio o cualquier otra causa, la verdad era que una persona había muerto muy cerca de donde ella se encontraba, hacía solo un par de días y eso le turbaba un poco.
Luego, si había de hacerles caso, estaban todas aquellas habladurías sobre el psiquiátrico que, ciertas o no, no ayudaban en lo más mínimo a sosegarle.
Notó como Rosemary se revolvía en su cama y supo que estaba a punto de despertarse. La jovencita abrió los ojos somnolienta aún y la miró.
—¿Estás aquí? —le dijo.
—Te prometí no dejarte sola —le dijo, Adele —, las amigas deben cumplir lo prometido, ¿no?
—¿Sigues siendo mi amiga?
—¡Claro! ¿Por qué no iba a serlo? También te dije que no iba a ocurrirte nada malo y ya ves, nada a sucedido.
—¿Aun crees que todo es imaginación mía?
—Sé que tú si crees en ello, Rosemary. Yo no podría decirte lo que es cierto y lo que no lo es, porque tampoco lo sé. Lo único que sí sé es que hay ciertas enfermedades cuyos síntomas se corresponden con las imágenes que tu dices ver. Nosotros las llamamos alucinaciones psicóticas, pero, ¿y si estamos equivocados? La realidad es que conocemos muy poco del funcionamiento del cerebro y deberías saber que lo que se desconoce es tan basto, que cualquier explicación podría ser posible.
—Ellos, esas sombras existen, Adele. No es que lo diga yo. He leído cosas al respecto. Libros donde se citan esos seres.
—Hay muchos libros que de ser sometidos a un riguroso estudio no pasarían la prueba de la legitimidad. Algunos son tan burdos en el tipo de fantasías que cuentan, que da risa leerlos.
—También muchas personas conocidas cuentan haberlos visto, escritores, pintores, incluso músicos.
—Eso tampoco tiene mucha fidelidad desde el punto de vista científico. Ha habido muchos genios del arte aquejados de graves enfermedades mentales e incluso de alcoholismo crónico, y no me refiero a los mundiálmente conocidos como Van Gogh, Goya o Edgar Allan Poe.
—Entonces, ¿Esas personas mienten?
—No, Rosemary, no mienten. Ellos decían ver ese tipo de cosas y verdaderamente las veían, pero eso no significa que fueran reales.
—¿Entonces dónde está el límite entre la realidad y la ficción? ¿Cómo se puede decir que algo no existe, sólo porque no se haya comprobado científicamente? Dios existe, ¿no?
La pregunta de Rosemary era muy controvertida.
—Muchos científicos no creen en la existencia de Dios.
—¿Y tú?
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