¿Suicidio o asesinato?
Adele había entrado en la pequeña comisaría de Kidderminster y esperaba pacientemente a que alguien la avisara.
No tardó mucho en aparecer un joven moreno, alto y bastante atractivo que la llamó por su nombre.
—¿Es usted la señorita Adele Jenkins? Por favor, acompáñeme.
La hizo entrar en un pequeño despacho y le ofreció asiento. El despacho era bastante impersonal, nada que delatara los gustos del policía, ni fotografías, ni tan siquiera una planta en el escritorio de metal. Todo muy aséptico.
—Me llamo Brant Price y soy el inspector asignado al caso de la señorita Haley Leigthon.
—¿El caso? Creía que el forense lo había estimado como un suicidio.
—La autopsia ha revelado ciertas irregularidades en la forma en que murió, de ahí que la hallamos hecho venir. Tengo entendido que usted fue la última persona que la vio con vida ¿es cierto?
—Antes acláreme una cosa —dijo Adele, bastante nerviosa —. ¿Qué significa irregularidades en la forma en que murió? ¿Está usted diciéndome que pudo ser...?
—¿Un asesinato? —Continuó él por ella —. No estamos seguros al cien por cien, pero tenemos nuestras sospechas, hay pruebas de que pudo ser un homicidio, señorita Jenkins. Uno perpetrado de una forma muy inteligente.
—¿Y qué pruebas son esas, si puede saberse?
—Pues no, no puedo decírselas. Ahora me gustaría saber de que hablaron ustedes dos.
Adele le explicó su conversación con la fallecida.
—Por lo que se ve, la señorita Leigthon la había juzgado a usted mal —dijo el policía.
—Eso parece, pero al final lo aclaramos todo, después yo la ayude a desvestirse y a meterse en la cama.
—¿Estaba muy bebida?
—Algo, no sé...
—¿Podía andar por su propio pie?
—Sí, estaba mareada, pero pudo llegar a su habitación sin dificultad.
—¿Perdió el conocimiento en algún momento?
—No.
—Se trababa al hablar, decía cosas sin sentido.
—Yo la entendí perfectamente —Adele empezaba a cansarse del interrogatorio.
—¿Usted la conocía de antes?
—¡No! —Exclamó la joven —. La conocí ayer mismo. No la había visto en mi vida. ¿Esta usted insinuando que yo pude tener algo que ver en su muerte?
El inspector Brant no contestó. Miraba fijamente una fotografía que tenía en su escritorio.
—Le he hecho una pregunta —dijo Adele en un tono mas alto.
—Dígamelo usted...
—Creo que no voy a seguir contestando a sus preguntas hasta que no esté presente mi abogado.
Adele hizo ademán de levantarse, pero el detective se lo impidió.
—Aún no he acabado con las preguntas. Le diré que de momento no es usted sospechosa.
—¿De momento? —Adele tragó saliva. Nunca le había sucedido nada parecido.
—Hay ciertas cosas que usted, siendo una recién llegada, es normal que no conozca, pero este no es el primer caso de muerte en extrañas circunstancias que sucede en Blackgables Mansion.
—Me explicaron que hubo otro suicidio. La esposa del director del centro, Warren Hill.
—Está en lo cierto, también fue un suicidio bastante extraño —le dijo el inspector.
—Creo que fue un ahorcamiento ¿no es cierto?
—Eso es lo que la gente de por aquí dice, la verdad es que se descubrió que la señora Johanna Hill ya estaba muerta cuando alguien le puso la soga al cuello.
—¿Qué quiere decir con que ya estaba muerta?
—Lo que quiero decir, señorita Jenkins, es que si yo fuera usted, volvería inmediatamente al lugar del que vine, sin perder ni un minuto.
Aquella sugerencia acabó por ponerle los pelos de punta.
—Lo malo —continuó el inspector —, es que no podemos permitir que abandone el condado de Worcestershire hasta que hayamos encontrado una explicación a los hechos.
—De todas formas no pensaba salir corriendo —dijo ella con desdén —. Tengo un contrato de trabajo por los próximos seis meses y pienso terminarlo.
—Señorita Jenkins, hace un momento le he comentado que el caso que nos concierne, no había sido el único ocurrido en la mansión Hill. Pero, la realidad es que con este, ya son cinco los presuntos suicidios que han ocurrido entre aquellas paredes en los últimos años.
—¿Cinco? —Adele no salía de su asombro.
—Cinco, y en ninguno de ellos pudimos probar que hubiera habido algún tipo de interferencia por parte de nadie. Todos ellos fueron suicidios perfectos.
—¿Intenta meterme miedo, inspector?
—No es esa mi intención, sólo intento explicarle dónde se ha metido usted.
—Usted mismo ha dicho que no tenían ninguna prueba de que no fueran más que suicidios —replicó, Adele —. ¿Por qué entonces ese afán en buscarle tres pies al gato?
—He llegado a la conclusión de que es usted una persona inteligente, señorita Jenkins, contésteme usted a estas preguntas: ¿Cómo puede una niña de cinco años quitarse la vida, cortándose las venas con una cuchilla de afeitar? ¿O cómo es posible que otra niña de once se ahogara en la piscina cuando esta no estaba llena del todo y la profundidad del agua era de diez centímetros?
—Podrían ser accidentes —dijo Adele, pero ni ella misma creía en su explicación —, una niña jugando con una cuchilla que ha encontrado por azar o...
—Ambas dejaron notas contando su intención de quitarse la vida. Notas que un equipo de grafólogos dictaminó que estaban escritas por ellas. ¿No le parece increíble? ¡Vamos! La pequeña de cinco años apenas sabía escribir, pero describió perfectamente la forma en que pensaba suicidarse, con una letra clara y concisa.
—¿Y cuál es su opinión, inspector Price?
—No tengo opinión señorita Jenkins. Esos casos están cerrados y nadie desea remover el pasado. Pero ahora a vuelto a ocurrir un nuevo suicidio y, escúcheme bien, no creo que sea el último.
—¿Cómo sabe usted eso?
—Los cuatro suicidios anteriores ocurrieron en un breve lapso de tiempo. Casi como si el suicidio de Johanna Hill fuera el desencadenante de los otros tres. Estoy seguro que después de este habrá más, sólo espero que no le encuentren a usted en medio.
•••
Adele salió de la comisaría bastante confundida y muy preocupada. ¿Había un asesino escondido entre los muros de Blackgables Mansion? ¿Un criminal que asesinaba a sus víctimas haciéndolas pasar por suicidas? Sonaba a novela de misterio o a una película de detectives, pero para el inspector Price, aquello era muy real.
Lo que todavía no entendía era por qué le había contado todo eso a ella. ¿Estaba tratando de ponerla en guardia contra alguien? ¿Sabía más de lo que le había contado?
De eso estaba segura. El inspector había estado todo el rato jugueteando con una fotografía que en ningún momento llego a mostrarle. Además, supo que había omitido decirle muchas cosas, cosas que no le interesaba que ella supiera de momento. Quizás intentaba que ella le hiciera el trabajo sucio haciendo saltar la liebre, como vulgarmente se decía. Pero si esa era su intención, iba a quedar muy defraudado. Adele no tenía ninguna intención de meterse en la boca del lobo y sobre todo no albergaba ningún afán por suicidarse.
Cuando Warren Hill llegó a recogerla, ella estaba repuesta del todo.
—He hablado con el ginecólogo y mañana a medio día vendrá para realizarle las pruebas a Rosemary —le informó —. Me ha costado bastante convencerlo de que a mi hija le era imposible acudir a su consulta. Pero al final lo he conseguido. Y usted ¿Ha aclarado las dudas de la policía?
—Sí —contestó Adele, omitiendo decirle la verdad —. Eran preguntas de rutina como usted dijo.
—Bien, pues volvamos a casa. Se está haciendo tarde y no es conveniente dejar desatendido al personal después de lo sucedido.
Adele subió al automóvil y Warren arrancó. Dejaron atrás las luces de la ciudad y se internaron en una oscura carretera iluminada a trazos por la luz de unas farolas. Estaba anocheciendo y una fina lluvia empezaba a empapar el parabrisas.
—Nadie sabía que Haley era su hermana, ¿verdad? —Adele sabía que el director le ocultaba algunas cosas más.
—Sólo Isaiah lo sabe —dijo Warren sin mirarla, atento a la carretera.
—Usted se encargaba de su tratamiento —afirmó la joven.
—Haley había perdido totalmente la razón, creía seguir ejerciendo como psicóloga y no recordaba que yo era su hermano, no recordaba nada, en realidad. Yo hacía lo posible por mantener la ficción, No, no se crea que la dejaba acceder a las niñas. Yo la mantenía ocupada con otros tipos de trabajos y en su mente ella creía seguir con su rutina. Pero, como ya le conté, los últimos meses su enfermedad había empeorado bastante.
—¿Creé entonces que ella pudo suicidarse?
—¡Claro que lo hizo! La policía está de acuerdo con ello... ¿Por qué lo pregunta? ¿Acaso le han dicho algo...?
—El inspector Price me explicó lo de los otros suicidios —Adele le observó para ver su reacción.
—Sí, hubo un suicidio y dos accidentes, a veces las niñas que nos traen están muy enfermas. Somos conscientes de nuestras limitaciones y en esos casos no supimos ver lo que iba a ocurrir. Fueron hechos muy lamentables, pero la policía llegó a la conclusión de que fue imposible de evitar.
—¿Accidentes? Según el inspector Price, los tres fueron suicidios.
—La pequeña Anna Lee sí se suicido. Tenía psicosis y había logrado sustraer una cuchilla de quién sabe dónde. Dejó una nota escrita donde explicaba su intención de quitarse la vida...
—Tenía tan solo cinco años ¿no es así? —Adele no creía posible que una niña tan pequeña pudiera escribir una nota de ese tipo.
—Sé por qué me lo pregunta. Considera que era demasiado pequeña para escribir la nota de suicidio ella sola, ¿verdad? Lógicamente no lo hizo ella. De seguro que fue alguna de las otras niñas más mayores la que la ayudó a hacerlo. Quizás pensando que se trataba de algún tipo de juego. En cuanto a las otras dos niñas, sus accidentes, muy lamentables, quizás si hubieran podido evitarse. El personal encargado de su cuidado ya no trabaja con nosotros. Su descuido fue imperdonable. Cassidy se ahogó en la piscina cuando se estaba llevando a cabo la operación de limpieza. Por alguna causa la niña cayó al fondo golpeándose la cabeza y para su desgracia, se ahogó. Nadie se dio cuenta de ello hasta que ya era demasiado tarde. La otra niña, Sandra Fernández apareció en un bosque cercano, a unos dos kilómetros de aquí, muerta de frío. Pensamos que decidió escaparse durante una tormenta de nieve de las que frecuentemente tenemos a comienzos de primavera. Ya ve que estas dos pérdidas no fueron, como le han hecho suponer, dos suicidios.
—Sí, lo siento. El inspector no me informó de ello.
—Brant Price fue el encargado de resolver esos tres casos —le informó, Warren —. Durante la investigación estaba convencido de que alguien del psiquiátrico había sido el responsable de la muerte de las niñas, una especie de ogro o un degenerado obsesionado con las pequeñas. Pero, para desgracia suya, no logró encontrar ni una sola prueba que demostrara su, por otra parte, inverosímil teoría. Ni una tan sólo. Desde entonces, sé de sus veladas acusaciones hacía la institución que yo dirijo e incluso hacía mí. Me considera un monstruo y sólo desea poder demostrar que llevaba razón.
—Eso tampoco lo sabía —reconoció, Adele.
—Lo entiendo. Aquí, en Blackgables Mansion sólo pensamos en el bienestar de nuestras internas, señorita Jenkins. Sólo en ellas.
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