Ruidos en la noche
Despertó inquieta. Algo le arrastró fuera de su sueño. Miró el despertador y comprobó que era la una y media de la noche. Todo estaba en calma y ni siquiera el bufido del viento que golpeaba contra los cristales del balcón era un ruido molesto, sino bastante tranquilizador, casi sedante.
Adele permaneció sin moverse, contemplando el juego de luces que la luz de la luna creaba en el techo de su habitación y la sombra de un árbol cercano que se cernía sobre la pared creando fantasmagóricos dibujos.
De repente volvió a escuchar el sonido que según creía, le había despertado. Si hubiera sido más miedosa de lo que en realidad era, se hubiera escondido bajo las sabanas, porque aquel sonido era claramente un grito de dolor humano.
Recuerda, se dijo a sí misma para infundirse valor, que una veintena de niñas duermen en el piso inferior.
Quizás alguna de ellas tuvo una pesadilla o estaba enferma y con seguridad alguna de las cuidadoras ya habría acudido para atenderla. No ha sido más que eso, sigue durmiendo.
Pero le costó mucho volver a conciliar el sueño. Era una cama extraña, en una habitación extraña, de una aún más extraña casa.
Una luz que se filtraba por la rendija de la puerta le llamó la atención. Alguien paseaba a aquellas horas por el pasillo de su planta, una planta en la que creía estar ella sola, aunque eso no lo sabía con exactitud, sólo fue una suposición suya cuando llegó. El personal auxiliar de aquel hospital, pues eso era en realidad, estaba compuesto por unas diez personas incluyendo a los que ya había conocido durante la cena y a las cuidadoras de las niñas. Cualquiera de esas personas podía dormir en una de aquellas habitaciones.
La mente analítica de Adele siempre buscaba algún tipo de explicación racional para todo lo que ocurría a su alrededor, era algo innato en ella. No era nada dada a especular ni a fantasear sobre los hechos y nunca buscaba el lado esotérico de las cosas y aunque sentía curiosidad, no hizo ni un solo ademán por levantarse de la cama y averiguar lo que sucedía.
—Si necesitasen mi ayuda, sin duda me avisarían —murmuró por lo bajo antes de cerrar los ojos y volverse a quedar dormida.
La despertaron, ya de día, varios tipos de ruidos muy molestos. El sonido de pasos en el techo de su habitación, pasos apresurados y el murmullo de varias voces que hablaban en voz alta.
Adele optó por levantarse y fue al cuarto de baño al fondo del pasillo, cuando volvía a su cuarto, se encontró en el pasillo a la señora Hayes. Parecía muy nerviosa y caminaba deprisa hacía ella.
—¡Qué desgracia señorita!—Le dijo con voz angustiada —. ¡Qué desgracia más grande!
—¿Qué sucede? —Preguntó Adele.
—¡Está muerta...! —Exclamó muy aturullada —La señorita Leigthon está muerta!
Adele empalideció. ¿Muerta? ¿Haley estaba muerta?
—Parece que fue un infarto —continuó el ama de llaves —, murió mientras dormía.
La señora Hayes despareció por el pasillo mientras llamaba a otras puertas y Adele entró en su cuarto para vestirse.
Cuando bajó las escaleras, encontró a un montón de personas reunidas en el salón. Warren Hill también estaba allí, al igual que Isaiah. Adele se acercó para hablar con él.
—Adele, buenos días, ¿sabe lo ocurrido?
Ella asintió, aún estaba afectada por la inesperada noticia.
—Estamos esperando al médico forense para poder levantar el cuerpo —le explicó Isaiah.
—¿Ha sido un infarto? —Preguntó la joven —. Era muy joven y...
—No lo sabemos con certeza, pero el personal sanitario que acudió esta madrugada encontró en la mesilla de noche un frasco de pastillas abierto, eran somníferos...
—¿No creerán que pudo tratarse de un suicidio?
—Eso lo revelará la autopsia, Adele. Lo único que nos dijeron fue que la señorita Leigthon sufrió una parada cardio-respiratoria mientras dormía. Cuando llegaron ellos ya había fallecido. Debía llevar muerta dos o tres horas aproximadamente.
—No puedo creer que se suicidase, anoche estuvimos hablando y cuando la dejé estaba tranquila.
—Ya vio su comportamiento en la cena —comentó, Isaiah —. Todos sabíamos de su afición por la bebida, empeoró mucho en los últimos meses. Quizás fue un accidente. Nos comentó que le costaba mucho dormir y quién sabe, a lo mejor se le fue la mano con las pastillas. Somníferos y alcohol son una mala combinación.
A pesar de lo que le contaba Isaiah, Adele no podía creer que ella se hubiera quitado la vida y tampoco que hubiera cometido un descuido de esa envergadura.
Warren Hill se había acercado hasta ellos, sus ojos vidriosos y unas grandes ojeras debajo de los párpados denotaban su cansancio.
—¿Se encuentra bien, doctor Hill? —Le preguntó, Adele.
—¡Eh! Sí, estoy bien, solo algo aturdido. Ha sido un golpe muy duro y aún no puedo creerme lo sucedido.
—Sí quiere puedo darle algún tranquilizante, debería descansar un poco...
—No, gracias, Adele, me encuentro mejor, de verdad —Warren se volvió hacia todos en general y dijo en voz alta: —. No quiero que este percance afecte a la rutina diaria de este centro, por lo que me gustaría que todos continuasen con sus labores como si nada hubiese ocurrido. Sobre todo quiero que las niñas no se vean afectadas por ello. Gracias a todos.
Al terminar de decir esto, el director del centro entró en su despacho y Adele pudo ver como se quedaba de pie, mirando por la ventana. Estaba bastante más afectado de lo que quería dar a entender y era comprensible. Haley era su principal colaboradora y quizás si que existía algo entre ellos dos, algo no expresado con palabras pero muy cierto. Fue un duro golpe para todos, pero mucho más para él.
Adele llamó a la puerta del despacho y entró.
—Perdóneme, doctor Hill —le dijo —, pero creo que debería conocer la conversación que mantuve anoche con Haley.
—Cierre la puerta, Adele y siéntese.
Adele hizo lo que le decía y se sentó en una butaca frente a Warren.
—En cierto modo, la conversación que mantuvimos, le concierne, señor Hill. Haley, la señorita Leigthon sentía algo por usted...
—¿Cree que no estaba enterado de ello —dijo él —. Era difícil no darse cuenta.
—Ella pensaba que aún seguía usted muy afectado por la muerte de su esposa y que por esa razón...
—Esa no era la razón —la interrumpió —, la verdadera razón es que Haley era una alcohólica, una irresponsable y me sacaba de quicio. Ya no la aguantaba más, Adele. Era una persona muy desequilibrada, celosa y entrometida. Mire esto...
Warren Hill abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó un sobre, estaba abierto.
—Haga el favor de leerlo —le dijo.
Adele sacó de su interior una cuartilla de papel escrita a mano y la leyó. Era una carta llena de acusaciones y amenazas dirigida al director del centro. Estaba escrita por Haley Leigthon y en ella acusaba a Warren de no querer ver su amor por seguir amando a su esposa fallecida. Una de las frases era un auténtico desvarío, decía así:
Nunca encontraras un amor como el mío, Warren. Tu mujer no puede darte nada, ya no. Sé que aún te culpas de su muerte, pero tienes que olvidarla y pensar en mí. Yo puedo ofrecerte calor y vida. Si no me miras, si no me hablas sé que terminaré cometiendo una locura. ¡Te necesito, Warren! Olvida a los muertos, continua con tu vida, vívela junto a mí. Yo no te defraudaré.
—Estos últimos meses su conducta empeoró —siguió diciendo —. En un momento dado llegó incluso a amenazar a mi hija, tendré que matar a la loca de tu hija, me dijo. Fue ahí cuando hablé muy claro con ella y le di un mes para que cambiase de actitud. No quería tenerla junto a mí en ese estado. Ella me miró con odio y yo temí que cometiese alguna locura, por lo que la aparté de sus funciones y no dejé que volviera a estar al lado de Rosemary.
Estos últimos días, al saber de su llegada, Adele, su comportamiento, sus desvarios y su raciocinio se vieron muy turbados.
No, no ha sido algo inesperado su suicidio. Tarde o temprano tenía que ocurrir.
—¿Y no estaba en tratamiento? — Preguntó la joven.
—No quiso ni oír hablar de ello. Cada vez que se lo mencionaba, se volvía violenta. De todas formas yo la medicaba en secreto.
Adele asintió. Una persona obsesiva era muy difícil que entrará en razón por su propia voluntad. Quizás con ayuda médica y haciendo uso de la farmacología, hubieran podido hacer algo por ella, incluso curarla. Pero para eso el paciente debía de ser consciente de su necesidad de ayuda.
—Creo que debería haberla internado, señor Hill. Una persona con sus problemas no es capaz de decidir por ella misma, necesita ser obligada a ello.
—Le enseñaré algo, Adele.
Warren se desabrochó la americana y se subió la camisa mostrando su abdomen, allí pudo ver una cicatriz bastante reciente y muy grande.
—Me la hizo hace escasamente un mes, con un bisturí. Gracias a Dios, Isaiah pudo impedirle que siguiera adelante. Su intención era matarme señorita Jenkins y lo hubiera logrado de no ser por su rápida actuación .
—¿No la denunció después de esto?
—No.
—¿No lo entiendo?
—No podría entenderlo, Adele. Sin saber la verdad es muy difícil llegar a comprender las situaciones a las que nos vemos arrastrados. Se lo explicaré. Haley Leigthon era... mi hermana.
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