Rosemary

Adele se sentó en el suelo junto a Rosemary. En la penumbra del cuarto, la única claridad era la de un viejo candelabro de bronce con dos velas cuya cera resbalaba por su pulida superficie de metal.

—Quiero que te relajes, Rosemary. Expulsa todo el aire de tus pulmones, ahora inhala durante unos segundos, retenlo y vuelve a expulsarlo.
Adele había decidido comenzar la psicoterapia del modo menos intrusivo, Además de haberse graduado en psiquiatría, Adele también tenía formación adicional en psicoterapia y a veces consideraba esta como un mejor enfoque para comenzar la relación entre medico y paciente. Más adelante pensaría si debía tomar la decisión de usar fármacos con la joven, pero por ahora lo que más le importaba era conocerla.
—Repítelo otra vez. Respira hondo, aguanta la respiración y expulsa el aire, otra vez.
Además de haberse especializado en psicología clínica, la joven también tenía conocimientos en psicología social y neuropsicología, lo que le daba una perspectiva aún mayor a la hora de diagnosticar la enfermedad de sus pacientes. Adele se había preparado a conciencia y todos sus profesores de Oxford habían quedado gratamente complacidos de sus esfuerzos y sus progresos.
—¿Te sientes mejor, Rosemary?
—Estoy bien, relajada.
—Bien, ahora apagaré las velas —la jovencita se envaró al instante, preocupada —.  No, no tienes que temer nada, yo estoy contigo. Dame tu mano, no te voy a soltar.
Adele apagó las velas de un soplido.
—¿Dime lo que sientes?
—Miedo, tengo miedo...
—¿De qué tienes miedo?
—No lo sé...de la oscuridad.
—La oscuridad no puede hacerte daño, Rosemary.
—De lo que hay en la oscuridad —se corrigió la jovencita.
—¿Y qué es lo que hay en la oscuridad?
Rosemary no contesto, Adele notaba como la agarraba más fuerte y oía acelerarse su respiración.
—Tienes que respirar profundamente, Rosemary, hazlo.
Ella lo hizo, retuvo el aliento y lo expulsó muy despacio. Volvió a repetirlo tres veces seguidas y Adele notó como se relajaba de nuevo.
—En la oscuridad sólo hay lo que tú quieras que haya.
—Están las sombras. Me vigilan, siempre lo hacen.
—¿Las sombras? ¿Cuándo las vistes por primera vez?
—Hace mucho tiempo, era muy pequeña.
—¿Y te dijeron algo?
—No. Nunca hablan, solo vigilan y... no son buenas...
Rosemary pareció dudar.
—¿Qué te hicieron? ¿Te hicieron daño?
—Sí.
—¿Puedes contarme lo que te hicieron cuando eras pequeña? Rosemary, trata de recordar.
—No puedo. No me dejan...
—Dime cómo son, quizás yo también pueda llegar a verlas.
—Son...son altas y oscuras y tienen garras...no quiero pensar en ellas.
—No tienes que hacerlo, Rosemary —la tranquilizó —.  Sólo cuéntame lo que desees.
—Se acercaba hacía mí, me decía que no tuviera miedo, que no iba a pasarme nada malo, que me haría feliz.
—¿Quién te decía eso, la sombra?
—No, el otro...era un hombre.
Aún en completa oscuridad, Adele pudo sentir la ansiedad de la jovencita. La información que le estaba dando era muy reveladora.
—¿Le conocías?
—No... —dudó.
—¿Vive en la casa ahora, con nosotras?
—No lo sé. Ya no puedo verlo...Él se llevó a mamá.
—¿Se llevó a tu madre? ¿Dónde se la llevó?
—¡Mi madre esta muerta! —Gritó de pronto Rosemary, soltándose de la mano—¡Él la mató!
En la oscuridad oyó como la jovencita se alejaba gateando.
Adele encendió la luz. La vio acurrucada en un rincón entrelazando sus rodillas con los brazos y llorando.

•••

—Creo que Rosemary fue violada de pequeña —Adele estaba convencida de ello. Aquel trauma podía ser el origen de todas sus fobias y de sus problemas.
—¿Violada? —Warren no daba crédito a lo que estaba oyendo —Según la grabación que acabamos de escuchar, mi hija sólo hace referencia a unas sombras...
—Y a un hombre —remarcó Adele —. Primero hablaba de ellas en plural, pero luego pasa a describir a un hombre. Al comienzo dice que las sombras nunca le hablan, pero después cuando ese sujeto entra en escena, le dice palabras tranquilizadoras. Estoy segura de que Rosemary sufrió una agresión sexual de niña. 

—¿Y la referencia a mi mujer? Dice que él la mató, pero mi mujer...

—Se quitó la vida ¿no es cierto, doctor Hill?
—Sí. Johanna estaba muy enferma. Tenía esquizofrenia y era muy violenta. Ella se suicidó delante de Rosemary. Mi hija sólo tenía cinco años, pero lo vio todo.
—Me gustaría que a su hija le hicieran algunas pruebas, ya sabe —le dijo Adele —. Así saldríamos de dudas.
Warrem agachó la cabeza y luego asintió.
—Lo dispondré todo. Avisaré al ginecólogo de la ciudad y usted debería acompañarme, la policía dijo que necesitaban hacerle algunas preguntas referente al suicidio de Haley.
—¿A mí? —Adele no entendía qué podrían querer de ella.
—Según parece, usted fue la última persona en ver con vida a Haley.
—Pero yo no sé nada —protestó la joven  —. Tan sólo la dejé acostada.
—Me dijeron que no debía preocuparse, que tan sólo serían unas preguntas rutinarias.
—Está bien. ¿Cuando va a ir a la ciudad?
—Iré está tarde. La avisaré con antelación.
—Gracias, señor Hill.
—No, gracias a usted, Adele. Espero que lo qué sospecha no sea cierto, lo espero de corazón, pero si así fuera, creo que habría encontrado el origen de la enfermedad de mi hija. Y conociendo el origen será mucho más fácil su curación.
—Yo también espero haberme equivocado en mis conclusiones.

•••

Lo esperaba, pero creía estar en lo cierto.
Otra pregunta, esta mucho mas escabrosa, era saber quién pudo violar a la chiquilla.
Pero eso era algo que ella no era capaz de imaginar.
Adele había subido a su cuarto. Aquel estaba siendo un día bastante extraño, pero lo más extraño de todo era la facilidad con que Rosemary respondió a su terapia. Según su padre, cinco psiquiatras la visitaron, haciéndole todo tipo de pruebas e incluso administrándole varios fármacos, entre ellos: Risperidona y Clozapina. Ambos eran antipsicóticos atípicos utilizados frecuentemente en trastornos mentales como la paranoia y la esquizofrenia. Estos medicamentos neurolépticos bloqueaban los receptores D2 de la dopamina aliviando los síntomas inherentes en estas enfermedades como las alucinaciones. Pero Rosemary nunca respondió al tratamiento con estos fármacos. Sin embargo, algo tan sencillo como la habituación o lo que era lo mismo: la exposición del paciente a la situación que le producía ansiedad hasta que el estímulo al final perdía efecto, había funcionado espectaculármente.
Lo había probado con una de sus fobias, la nictofobia o miedo a la oscuridad. Una de las más frecuentes en los niños y en algunos adultos.
Fue Sigmund Freud quién la definió como un desorden de ansiedad por separación, producido al abandonar los niños la habitación de los padres para dormir solos.
La oscuridad les ocasiona a los niños una perdida del control de su entorno y por eso la temían. Todo lo que no puede controlarse nos da miedo.
Pero Rosemary no tenía miedo a la oscuridad, tenía miedo a lo que ella definió como; lo que hay en la oscuridad: Las sombras.
Según le había explicado el padre de la chica, Warren Hill, su hija además tenía otras fobias:
La fotofobia o la intolerancia anormal a la luz, que a veces podía tener un origen mas somático como la úlcera de córnea, la meningitis, una hemorragia subaracnoidea o incluso un orzuelo o un glaucoma.
También le dijo que tenía un miedo irrefrenable a los arboles o dendrofobia y a los objetos punzantes, la llamada tripanofobia. No era del todo inusual, pero sí extraño.
Estas fobias eran en realidad males menores en comparación con las alucinaciones tanto visuales como auditivas que la jovencita decía experimentar. Ahí posiblemente tuvieran que enfrentarse con un trastorno delirante o como todo el mundo lo conocía: paranoia.
¿Podría estar fingiendo?
Sí, se dijo. Era muy fácil fingir los síntomas y tratar de engañarla, pero ¿por qué razón iba a hacerlo? En ningún momento Rosemary había estado bajo hipnosis, era muy consciente de todo lo que le dijo.
Lo cierto era que muy pocas veces el paciente revelaba tanta información en la primera terapia. Tanta información y sobre todo tan sospechosa.
Cuando el medico de Kidderminster la hubiera reconocido sabría a lo que atenerse. Si era cierto que la jovencita fue violada, supondría haber hallado una parte de la semilla escondida en su subconsciente, la que producía su extraño comportamiento.
La otra mitad, estaba muy claro, tenía que ver con el trauma sufrido al ver morir a su madre.
Ese incidente quedó grabado a fuego en su mente infantil, tanto o más que la agresión.
Algo así no era fácil de olvidar.


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