Morris J. Blackgables

  —Así que has tenido un encuentro con los moradores de esta casa —Carmen había acudido a la habitación de Adele y ella le contó lo sucedido aquella tarde.

—¿Sabías de ellos?

—Les he visto en alguna ocasión y les he intuido muchas más, pero nunca he tenido un encuentro tan cercano como el vuestro.
—No sé lo que me ocurrió. Tuve visiones y escuché voces en mi cabeza, pero no recuerdo nada de lo que vi ni oí. Es como un bloqueo mental. Como si fuera una información demasiado cruda para que mi cerebro la pueda digerir.
—Recordarás todo cuando sea necesario, estoy segura de ello. Y ahora debería ser yo la que te explicase algunas cosas.
Carmen la miró y comprobó lo fatigada que estaba la joven.
—Aunque a lo mejor debería dejarlo para otro momento, estás muy cansada y deberías dormir.
—Estoy bien, Carmen, cuéntamelo.
—Como quieras...Primero te explicaré algunas cosas sobre este lugar: Su nombre, Blackgables Mansion se le puso, no por el color de sus tejas como todo el mundo cree, que si te has fijado, comprobaras que en realidad son de un color gris oscuro, gris pizarra. No, el nombre se lo dieron mucho antes de que Arthur Hill construyera esta mansión a finales del siglo diecinueve. En este lugar ya existía otra casa y Blackgables era el apellido de su dueño. Morris J. Blackgables. Un tipo muy especial como ya verás. Este caballero, recién llegado de Londres fundó el primer orfanato de esta parte del país. Morris había sido huérfano y su gran obsesión, una vez se hizo millonario, fue el fundar un orfanato para los niños más necesitados. Pero había algo más detrás de su solidaridad, algo muy oscuro. Blackgables era un cruel asesino fugado de la gran capital y todo el dinero que había conseguido lo logró a través de sus delitos. Era dinero bañado en sangre.
Había cambiado su nombre y se hacía pasar por una persona honesta o por lo menos esa era la impresión que daba a todo el mundo. Un excéntrico millonario que se había hecho a sí mismo y cuyo afán era entregar un poco de amor a unos niños que nunca habían tenido la oportunidad de recibirlo. Era la tapadera perfecta para esconderse de las autoridades que aún seguían buscándole en Londres y en sus alrededores.
No paso mucho tiempo hasta que la sed de sangre de Blackgables volvió. Algunos niños murieron en extrañas circunstancias, pero nunca se pudo probar nada en su contra. Fue cuando llegó a la mansión una nueva institutriz que se iba a encargar de la educación de los niños cuando todo se precipitó.
Morris se volvió loco por ella y en una persona tan desequilibrada como él, loco quiere decir, muy peligroso.
La joven institutriz no sentía nada por él y así se lo dijo y Morris, pues, no se lo debió de tomar muy bien, supongo yo, porque la violó y la torturó hasta que su hijo nació. En el parto la joven murió. Habían sido nueve meses de sufrimiento continuo y el esfuerzo de dar a luz, acabó con las pocas fuerzas que le quedaban.
Morris se hizo cargo de la niña y la crío en el orfanato junto a los demás niños sin decirle en ningún momento que él era su padre. ¿Por qué lo hizo? Quizás sintió que esa niña no era legalmente suya al tratarse de una violación o, vete tú a saber lo que podría pensar una mente tan enferma como la de él. Lo que sí sabemos es que la niña creció y cuando tuvo una edad... Imagínate.
—¿Violó a su propia hija? —Preguntó Adele asqueada.
—Sí y tuvo otra niña con ella y a esa niña sí que la crío como propia y además le dio sus apellidos. La niña se llamaba... Abbey Jenkins Blackgables. Tú abuela, Adele.
Adele se había quedado blanca como una hoja de papel.
—Mi... mi abuela no se llamaba Abbey, se llamaba... —en ese momento Adele se dio cuenta de la similitud de sus nombres —. Se llamaba Abigail... Abbey. ¡Era ella! Mi abuela paterna.
—Sí. Y ahora tú has vuelto a esta casa. Y el fantasma de tu abuelo Morris Jenkins Blackgables lo sabe. Eres de su misma sangre y la sangre puede olerse en la distancia. Me di cuenta de quién eras en cuanto oí tu nombre y cuando te vi no tuve ninguna duda. Te pareces muchísimo a tu abuela.
—¿Cómo conoces a mi abuela?
—Su fotografía estaba entre las que te dejé, ¿no llegaste a verla?
—No. No tuve tiempo. ¿Y qué se supone que debo de hacer? Puede que lleves razón, Carmen y yo sea descendiente de ese criminal del que me has hablado. La historia de mi familia siempre estuvo algo turbia para mí, mi padre nunca me habló de mi abuelo. Solo me dijo que había sido un rico terrateniente que murió durante una cacería de jabalíes...
—Así fue como murió Morris en realidad o eso se cuenta, aunque yo no estoy tan segura.
—Pero de que me sirve el saberlo. Según me contaron al morir mi abuelo no dejó más que deudas y todas sus propiedades fueron embargadas. No quedó ni un penique. Mi abuela tuvo que criar a mi padre ella sola en Londres, donde habían decidido afincarse. Tuvo que trabajar duro para sacar a su hijo adelante... Saber quién soy no me sirve de nada.
—A ti puede que no, pero a todas las almas atrapadas en este lugar sí. Creo que tú debes devolver la luz a este sitio.
—¿Yo? Hace tan solo unas horas no creía en fantasmas, ni en espíritus, ni en almas en pena y ahora debo ser yo quien libre a esta casa de su oscuro pasado.
—No puede ser nadie más que tú, ha de ser alguien de su propia sangre.
Adele se llevó las manos al rostro. Aquello era demasiado para ella.
—¡Nunca debería haber aceptado este trabajo!
—El destino no puede evitarse, querida, ni tampoco puede uno apartarse de su trayectoria. Tarde o temprano termina por alcanzarte.
—¡El papel! —Exclamó, Adele. Hasta ese momento no se había acordado de él.
—¿Qué papel?
—Rosemary me dijo que cuando me desmaye dije en sueños unas palabras. Le dije que las apuntara en mi libreta.
La saco del bolsillo de su abrigo y leyó la nota que había escrita.
—Querida. Esas son las instrucciones que necesitabas. Pero no va a ser tan fácil... —dijo Carmen después de oírlas.
—¿Por qué no?
—Por algo muy sencillo. En esta casa no hay sótano. Hay una bodega, pero está en la parte de atrás de la mansión, pero sótano no hay.
—Quizás se refiere al sótano de la casa que había construida antes que esta, la casa de mi abuelo —apuntó Adele.
—¡Sí! Puede que lleves razón. En los cimientos de esta casa puede que aún este ese sótano. Pero no hay forma de llegar allí.
—Encontraré la forma. Seguro que alguien o algo me guiará.
—Me alegro de que abras tu mente al fin —le dijo Carmen —. Lo demás que hay escrito creo que es bastante obvio. En cuanto al ritual, no sé, pero me pondré enseguida a investigarlo.
—¿Y el talismán? —Quiso saber Adele.
—Se supone que debes encontrarlo aquí, en esta casa. Tampoco sé a qué puede referirse. Los talismanes son amuletos muy poderosos, es muy posible que tengas que confeccionarlo tú misma.
—¿No sé cómo?
—Alguien te guiará, como tú bien has dicho hace un momento, de eso también estoy segura. Ahora debo irme. No quiero que me encuentre aquí la señora Hayes cuando haga la última ronda antes de acostarse.
—Gracias, Carmen. No sé muy bien cómo me siento, creo que tardaré un tiempo en asimilarlo todo.
—Lo harás, querida.
Carmen se fue y Adele estuvo pendiente en todo momento de la ronda de la señora Hayes. En cuanto se acostara tendría que ir a su cita con Laura que no había olvidado.
Durante un rato estuvo pensando en todo lo que le había contado Carmen sobre su familia. Saber que un loco asesino era tu propio abuelo, no era plato de buen gusto para nadie.
Ahora ya sabía por qué aquella casa le atraía y sentía repulsión por ella al mismo tiempo. La sangre, como bien había dicho la cocinera, era algo que no podía borrarse y su sangre estaba allí, en los cimientos en los que se había levantado aquella mansión.
Había cosas que aún no entendía. ¿Por qué Arthur Hill, el padre de Warren, había conservado el nombre de la casa que había estado en este mismo solar cuando él construyó la suya?
¿Cómo era posible que primero fuera un orfanato y después un sanatorio para niños huérfanos? Era una casualidad muy grande ¿o no lo era? Quizás el lugar estaba marcado.
Y también había algo que solo de pensarlo se le erizaba el vello. ¿Por qué tantas muertes a lo largo del tiempo? Y siempre niños y mujeres jóvenes. ¿Seguiría aún el espíritu asesino de su abuelo cometiendo esos crímenes o era algo más... mundano?  

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