Las sombras
—Era una de ellas —le explicó la jovencita cuando Adele terminó de contarle lo que acababa de ver —. Una de esas sombras... ¿Ahora me crees?
—No sé lo que era —dijo la joven testaruda.
—Pues abre la puerta y trata de averiguarlo —le dijo sarcástica —. ¿Por qué te empeñas en no creer lo que has visto? ¿Qué otra cosa podía ser?
—Eso no lo sé... Aunque he de reconocer que me pareció muy extraño.
—Yo las he visto en muchas ocasiones aunque no suelen dejarse ver muy a menudo. Son oscuras a pesar de que les ilumine la luz y gélidas, hacen que la temperatura descienda cuando estás cerca de ellas. No sé sus intenciones, pero sí me acuerdo de haberlas visto el día que murió mi madre.
—Rosemary, todo eso que estas diciendo no son más que fantasías. No pueden existir esas sombras ni nada que se le parezca, no tiene lógica —Adele no quería reconocerlo. Aceptar que existían seres o espíritus al margen de la ciencia le llevaría a aceptar que los extraterrestres existían y que visitaban la tierra en sus platillos volantes viajando por el espacio a pesar de las gigantescas distancias que tendrían que recorrer o sería lo mismo que plantearse que las hadas existían y el monstruo del lago Ness o el Big Food o ya puestos a imaginar, el famoso chupacabras —. Es el ser humano el que inventa esos seres y lo hace por una sencilla razón. Miedo, miedo a que no haya nada tras la muerte.
—Eso si que no tiene lógica —le reprochó la jovencita.
—Tiene una lógica aplastante. Sí una sola de esas cosas existen, todas las demás podrían ser posibles. Piénsalo, Rosemary. El miedo más terrible que existe es el miedo al vacío, a la nada, a morir y que no haya nada después. ¿Qué sentido tendría la vida entonces? Por eso el hombre creo las religiones y al mismo tiempo llenó su cultura de mitos y leyendas y...
—Y seres como ese de ahí afuera ¿no? ¿Eso era una alucinación?
—No, parecía muy real —tuvo que reconocer, Adele.
—Y si no era algo creado por tu mente ¿qué era?
—Te repito que no lo sé. Pero no saberlo no significa que sea lo que tu dices. Podría ser cualquier cosa. Alguien tratando de atemorizarnos.
— ¡Eres imposible, Adele!
—Sí —rió ella —, a veces suelo serlo.
—Pensé que las personas como tú, inteligentes y todo eso, tendrían la mente más abierta.
—¡Tengo la mente abierta! —Se defendió, Adele —. Todo lo que existe a nuestro alrededor debe ser medido y controlado para que podamos aceptar su realidad, estas cosas, esos seres son esquivos, no pueden mensurarse...
—Y por lo tanto no existen. ¿No es eso? ¡Pues comprobémoslo de una vez!
Rosemary abrió la puerta y salió al pasillo. Aquello seguía allí, había retrocedido otra vez hacía el final del corredor, junto al cuarto de baño.
—¿Qué estás haciendo? —Gritó Adele —. ¿Estás loca?
Salió tras ella y vio como la jovencita avanzada sin inmutarse hacia la sombra. Logró agarrarla por un brazo e hizo que se detuviese.
—Ahí tienes tu oportunidad de averiguar, de una vez por todas, lo que es eso. ¿No eres una científica? ¿No te pica la curiosidad? —Le preguntó la muchacha.
—¡No quiero morir, Rosemary!
—Esa no es una excusa —replicó, soltándose del brazo —¡Eh, tú! ¿Qué eres?
La sombra se volvió a mirarlas y Adele supo que nunca más podría dudar de lo que había visto, pues el rostro que la miró no era humano.
—¡Dios mío! —Exclamó la joven psiquiatra.
—Pensaba que no creías en Él —precisó la muchacha.
—Ahora mismo necesito creer en Él.
El ser que las observaba con atención y tal vez una pizca de curiosidad, pensó, Adele, no era humano aunque se parecía bastante a una persona. Su rostro era animalesco, pero su mirada denotaba inteligencia, una mirada que no se apartaba de ellas y que las estudiaba con la atención de un alumno hacia su maestro.
O la de un depredador hacia su presa, se dijo, sin poder reprimir un escalofrío.
Los movimientos de aquel ser no eran fluidos, daba la impresión de que le costaba moverse, como a una muñeca, se dijo, o quizás solo fuera un ardid para que sus futuras presas se confiaran. Lo único que acertaba a pensar y eso sí, con total claridad, era que no quería permanecer ni un segundo más delante de aquella cosa.
—Volvamos dentro, hace mucho frío aquí —le dijo, pero la muchacha no le hacía caso. La temperatura descendía por momentos al acercarse a ese ser.
—Nunca había estado tan cerca de ellos. No creo que quiera hacernos daño. ¿Qué crees que será, Adele?
—No lo sé y en este momento no me importa lo que sea. Venga, vámonos.
—No podemos irnos — le contradijo —. Hemos de averiguar...
—No creo que sea sensato tratar de averiguar nada más —le interrumpió, Adele.
El ser que tenían frente a ellas no se había movido ni un ápice, tan sólo sus ojos denotaban que estaban frente a algo dotado de vida y de inteligencia.
Rosemary tendió su mano hacia el ser que tenía a dos metros escasos de ella.
—¡No hagas eso!
Adele creyó que acabaría por volverse loca. El miedo le atenazaba y sabía que si algo ocurría no tendría fuerzas para salir corriendo.
Aquella cosa miró la mano de la jovencita con verdadera curiosidad.
Adele, habituada a leer las expresiones de las personas, contempló con verdadera estupefacción como aquel ser mudaba su gesto de curiosidad por otro de asombro.
¡Piensa! Se dijo la joven. Estaban frente a algo maravilloso.
—¿Crees que podríamos comunicarnos con él, Adele?
En ese momento el ser tomó la mano de Rosemary y esta dio un respingo al sentirse agarrada.
—Esta muy frío —dijo la chica —, pero no pasa nada, no me está haciendo daño.
A menos que ahora te arranque el brazo, pensó la joven psiquiatra. Ya era hora de poner punto y final a aquella situación. Aún estaban vivas y eso era más de lo que ella hubiera esperado de un encuentro con algo como aquello.
—Rosemary, suéltate inmediatamente y volvamos a tu habitación. ¡Hazme caso!
—No quiere soltarme, creo que quiere llevarme a algún sitio.
El ser había comenzado a arrastrar a Rosemary hacía la pared del fondo del pasillo.
—¡Ya basta! —Adele, más aterrorizada que en toda su vida, agarró el brazo de aquel ser para intentar soltar a la muchacha, pero en cuanto le tocó, una extraña sensación se apoderó de ella.
Primero sintió un vértigo que le obligó a cerrar los ojos, luego una explosión de luz atravesó sus parpados y llegó directamente al cerebro. Sintió calor. Unos rostros surgieron después de la luz. Rostros que ella no conocía, pero que la llamaban por su nombre. Eran rostros infantiles que pedían su ayuda, suplicaban su ayuda, gritaban que les ayudase. El sonido se hizo tan fuerte que Adele tuvo que llevarse las manos a los oídos para poder soportarlo. Luego todo se detuvo de golpe y ella cayó de rodillas al suelo.
—¿Estás bien? ¡Adele! ¿Te encuentras bien? —La voz de Rosemary llegaba de algún lejano lugar y ella apenas si entendía los sonidos.
Miró a su alrededor y vio que volvía a estar en la habitación de la jovencita.
—¡Contestame, Adele! ¿Estás bien...?
—Estoy bien —logró decir —¿Qué ha pasado?
—Creo que te has desmayado —dijo Rosemary muy nerviosa —, pero no parabas de repetir unas palabras...
—¿Qué estaba diciendo? —Adele se dio cuenta de que estaba acostada en la cama de la chica.
—Decias algo así como: En el sótano está la respuesta...búscalos y haz el ritual. El oscuro te observa. Encuentra el talismán antes que los otros y devuelve la luz a su sitio...
—¿Cómo? —La joven se incorporó, pero tuvo que volver a sentarse, aún estaba muy mareada.
—Eso es lo que dijiste, no se lo que quiere decir.
—Apuntalo en un papel antes de que se te olvide —le dijo y buscó el bolígrafo que llevaba en su abrigo y una libreta, al mirar su mano derecha, la que había tocado a ese ser, la vio enrojecida.—Toma, escríbelo todo aquí.
—También decías un nombre: Abbey. ¿Te suena de algo?
—No, no conozco a nadie que se llame así...¿Que sucedió con eso...con él?
—¿Te refieres a...? Se fue. Desapareció de repente.
Adele sonrió y luego se echó a reír.
—¿Qué te pasa? ¡Me estás asustando!
—No pasa nada —explicó la joven —. Sólo que ahora sí que te debo una disculpa.
Rosemary la abrazó riendo también.
—Ahora sí crees, ¿verdad?
—No tengo más remedio que hacerlo.
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