La verdad

Adele había quedado para comer con Brant. Él entró un momento en su habitación. El joven parecía molesto con algo, su investigación no parecía ir tan bien como esperaba.

—No hay testigos, ni pruebas, ni huellas. La señora Hayes ya estaba muerta cuando le pusieron la bolsa en la cabeza. Tenía marcas de ligaduras en brazos y piernas y murió envenenada.

—¿Envenenada?

—Sí, la autopsia ha revelado que murió por una sobredosis de algún tipo de somnífero.

—Igual que Haley. Pero ella se suicidó.

—Tampoco estamos seguros de eso, Adele. Pudo suicidarse o pudo ser asesinada. En el caso de la señora Hayes, el asesino quiso dejar muy claro que no se trataba de un suicidio, sino, ¿por qué utilizar la bolsa en un cadáver?

—¿Y por qué le interesaría atraer la atención sobre este punto? Sólo encuentro un motivo para eso —dijo, Adele —Alguien quería que la policía viniese a esta casa.

—¿Estás diciendo que el asesino quería que viniésemos aquí? —Brant no estaba muy seguro de ello.

—Puede ser que no fuera el asesino. Quizás alguien le puso la bolsa en la cabeza a la señora Hayes por ese mismo motivo, para que no pareciese un suicidio.

—O sea, ¿que tú crees que o bien la señora Hayes se suicidó y alguien después colocó una bolsa en su cabeza, o alguien la ayudó a suicidarse y después otra persona intervino para demostrarnos que no era un suicidio, como en los anteriores casos?

—Creo que la segunda opción es más creíble —reconoció, Adele —¿Por qué iba a querer suicidarse la señora Hayes? Ella no era una alcohólica con una grave enfermedad mental como la señorita Leigthon. Yo sigo creyendo que hay un asesino en Blackgables Mansion. Alguien que planea sus crímenes como si fuesen accidentes o incluso suicidios.

—¿Y en quién estás pensando, Adele?

—Obviamente, Warren Hill parece muy sospechoso, claro que ambas mujeres eran sus, como diría, sus manos derechas. Haley era su principal ayudante y Gretchen se encargaba del mantenimiento del psiquiátrico.

Ambas eran sus mejores colaboradoras. Es ilógico que él deseara su muerte.

—A no ser que ellas supieran algo y él no tuvo más remedio que silenciarlas. —También está ella: Abbey Jenkins, mi prima o eso dicen.

—Te puedes creer que nadie parece conocerla. Nadie la ha visto. Cuando le pregunté por ella al doctor Hill, me dijo que tal persona no existía. No le dije que habías sido tú quien me hablaste de ella. Me dijiste que fue, Isaiah quien te hablo de ella, ¿verdad?

—Sí. Él decía conocerla muy bien. ¿Has hablado con él?

—Hable con él hace escasamente una hora. Negó en todo momento haberte hablado de una joven llamada Abbey Jenkins Blackgables.

—¡Eso no es posible, Brant! Él me lo dijo.

—Me comentó que estabas muy alterada porque habías tenido una disputa con el doctor Hill. Dijo que estabas...agresiva. Esa es la palabra que utilizó. También Warren Hill me confirmó este hecho. Él dijo que mandó a Isaiah que te llevara a tu habitación porque, también según sus palabras, temió que le agredieras.

—¡Están mintiendo, Brant!

—¿Es verdad que te desmayaste?

—Sí, fue un ligero desmayo —reconoció, Adele —, el cansancio y la falta de sueño. ¿Quién te ha contado eso?

—Fue Carmen, la cocinera. Ella me lo contó —Brant se había puesto muy serio —. ¿Estás tomando algún tipo de medicina, Adele?

Ella negó con la cabeza.

—No, ¿por qué iba a estar tomando nada?

—Encontré estas pastillas en tu cuarto —Brant le mostró un puñado de pastillas. Era Clorpromazina, un antipsicótico que ella no solía usar por sus muchos efectos secundarios —. Esto estaba en tu mesilla de noche, escondidas detrás del cajón.

—Eso no es mío, Brant. Yo sólo utilizo antipsicóticos atípicos: Risperidona, Ziprasidona o Clozapina y se los receto a mis pacientes. Yo no necesito tomarlos.

Adele no sabía que pensar. Alguien trataba de hacerle pensar que ella estaba loca.

—Entonces explícame lo de las alucinaciones. Carmen me dijo que habías tenido una especie de delirio, que vistes cosas imposibles...

—¡Carmen, también! —Adele ya no sabía en quién confiar.

—Esa mujer parece apreciarte mucho, Adele. Le preocupó bastante lo que le contaste, por eso me lo contó a mí... ¿es verdad que estuviste internada en un psiquiátrico?

—Eso fue hace mucho, Brant. Cuando mi padre murió, yo tenía seis años y lo pasé muy mal, tuve una depresión, pero me recuperé.

—Tu padre se suicidó, ¿verdad?

Adele bajó la cabeza apesadumbrada.

—Sí, se quitó la vida delante de mí.

—¿Era policía?

—Sí.

—¿Y se disparó con su arma reglamentaria?

—No sé a dónde intentas llegar. ¿Crees que estoy loca, Brant?

—No lo sé, Adele. Créeme, ya no lo sé. Me han dicho que tu enfermedad se agravó al llegar a la adolescencia. Que te volviste agresiva, incapaz de obedecer cualquier tipo de orden. La policía te detuvo varias veces por alterar el orden y promiscuidad. Acosaste al padre de una de tus mejores amigas y él te denunció. También tenías delirios y alucinaciones. Veías unas sombras que te vigilaban por las noches y que se hacían pasar por tus familiares y amigos, creo que se le conoce con un nombre...

—Síndrome de Frégoli.

—Exacto.

—Todo eso pasó, Brant. ¿Crees que podría estar ejerciendo de psiquiatra si tuviera todos esos problemas?

—Adele. Tú no estás ejerciendo de psiquiatra. Ni siquiera estudiaste la carrera.

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Claro que la estudié! El doctor Hill me contrató para intentar curar a su hija...

—El doctor Hill siempre ha sido tu médico, Adele. Tú estás aquí como paciente. El me lo explicó todo hace un momento. Tú, Adele siempre has estado ingresada aquí, desde niña. En tu imaginación crees ser una excepcional psiquiatra y ellos, como terapia te siguen el juego. Warren me indicó que no te hablara de ello, pero yo he creído que a mí no me lo negarías.

—¡No es verdad! ¡Están todos confabulados contra mí!

—No, Adele. Es cierto. Nada de lo que crees que ha sucedido es verdad. Nunca has abandonado este hospital.

—Vine hace tres días, llegué en tren desde Londres, fui a verte a la ciudad, a tu comisaría. Estuve hablando allí contigo.

—Llegaste hace tres días efectivamente, de Londres. Tuvieron que llevarte para hacerte unas pruebas, por lo visto el hospital de Kidderminster no cuenta con los medios necesarios. Estuviste en Londres una semana y después volvieron a traerte. Siempre estuviste acompañada por dos médicos; además, tú no viniste a verme a mi comisaría. No recuerdas que fui yo quien vino a verte aquí, me dijeron que no te encontrabas bien para acercarte a la comisaría, la muerte de Haley Leigthon te había afectado bastante y el doctor Hill estaba muy preocupado por ti. La muerte de la señorita Leigthon le hizo dudar si habías sido tú la que la mató. Según, me dijo, estabas obsesionada con ella, la agrediste en varias ocasiones. Creías que ella te odiaba.

Adele se echó a llorar. Nada de eso era cierto, pero Brant creía que estaba completamente loca.

—El doctor Hill me ha dicho que sería muy beneficioso para ti que aceptaras la realidad, sería un paso más hacia tu curación.

—Estuve en tu despacho, Brant. Podría describírtelo. Pequeño, bastante vacío y sin nada en las paredes.

—Mi despacho, Adele es muy amplio y tengo muchísimos objetos en él. Aparte de muchas fotografías. Una de ellas la de mi mujer y la de mi hija Susan de seis años.

—¿Estas casado?

—Llevo siete años casado, Adele.

—Entonces no me amas.

—Apenas te conozco. No sé qué habrás imaginado de mí, pero tú y yo nunca...

—¡Mientes! ¡Te acostaste conmigo anoche! ¿Por qué mientes?

—Adele, tú y yo nunca hemos mantenido relaciones sexuales. Anoche dormí en una habitación muy cerca de la tuya. Te vi al pasar cuando iba a acostarme. Dormí junto con dos de mis compañeros, puedes preguntarles a ellos...Adele tienes que ver la verdad, todo lo que sucedió está en tu mente, nada es real.

—¡No! ¡Estás mintiendo! —La joven se acercó a la puerta tratando de salir, pero un celador le impidió el paso.

—Doctor Hill —dijo, Brant —. Creo que está bastante alterada, creí que hablando con ella la haría reconocer su crimen pues estoy casi seguro de que mató a la señora Hayes y que también asesinó a la señorita Leigthon, pero no puedo probarlo.

Warren Hill, que había permanecido en todo momento junto a la puerta, entró. En su mano llevaba una jeringuilla.

—Le dije que no daría resultado. Su trastorno es muy grave. Está encerrada en una fantasía y no puede escapar de ella. Mucho me temo que nunca pueda averiguar si ella las mató.

Warren se acercó hasta la joven y la inyecto el sedante. Brant le ayudó a acostarla en la cama.

Adele no tardó en dormirse.

—Es una verdadera lástima, tan joven...

—Y tan atractiva —dijo, Brant.

—Creo que le gusta a usted un poco, ¿no?

—Me da lástima, Warren...Nunca he entendido como alguien puede vivir en una fantasía de su mente, me parece algo increíble.

—Hay muchísima gente que cree estar viviendo una vida y todo es parte de su imaginación, el único problema que nos plantea Adele, es que ella es muy peligrosa. Mientras acepta su tratamiento está bastante controlada, pero de vez en cuando deja de tomar las pastillas que le damos a diario.

—¿Las pastillas que encontré escondidas en su cuarto?

—Efectivamente, las ocultó ella ahí. Aparte de su enfermedad, Adele es una persona muy inteligente. Ya la ha escuchado hablar, pasaría perfectamente por una psiquiatra, conoce mejor la profesión que muchos de los médicos que tengo yo aquí.

—¿Cree usted que se podrá curar algún día?

—Es bastante improbable. Lleva internada casi veinte años y las crisis han aumentado exponencialmente. No hemos notado mejoría más que cuando la mantenemos muy sedada. No. No creo que nunca logré salir de su alucinación. Para que usted me entienda, yo creo que tiene fobia a curarse. Miedo a ver la realidad tal y como es. Fobia a la realidad. 

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