El sótano

—¿Qué sucede, Adele? —Preguntó Rosemary asustada.

La casa entera parecía a punto de derrumbarse. El temblor había hecho que cuadros y lámparas cayeran al suelo en una lluvia de cristales rotos.
—Parece un terremoto —Dijo Adele, pero eso era imposible.
Un segundo temblor, más fuerte aún, las arrojó al suelo.
Rosemary chillaba histérica y Adele trató de levantarse en vano. Una grieta enorme surgió en una de las paredes y varias tuberías de agua estallaron, empapándolas. El suelo se combó bajo ellas y un espeso humo lo oscureció todo.
—Tenemos que salir de la casa —gritó Adele, tomando a la joven de la mano y echando a correr hacia la salida.
Las blancas escaleras de mármol estaban cubiertas de cascotes, fragmentos de techo y paredes que habían caído. La polvareda no les permitía ver apenas nada y el humo de varios incendios les hizo toser. Adele no cejó en su empeño y consiguieron llegar ilesas a la planta baja, fue entonces cuando el suelo cedió bajo sus pies, precipitándolas a ambas a un profundo hoyo que había surgido de la nada.
Al depositarse la nube de polvo, supo exactamente donde se hallaban.
—¿Estas bien, Rosemary?
La joven contestó que sí, entre toses y carraspeos.
—Ya sé donde estamos —dijo, Adele —. Este es el antiguo sótano de la casa. Aquí es donde yo quería llegar.
—¿Cómo saldremos de aquí? —Preguntó, Rosemary mirando a la superficie —. No hay manera de volver a subir...
—Hay otra salida, Laura me lo explicó, un niño amigo suyo conoce muy bien este laberinto de túneles.
Adele palpó el bolsillo de sus tejanos y encontró lo que buscaba.
—Gracias a Dios no he perdido el teléfono móvil. Trataré de hablar con Brant y le pediré ayuda —pero pronto comprobó que no tenía cobertura.
—¿A cuantos metros crees que estaremos de profundidad, apenas hay luz para ver nada?
—Debemos estar muy profundos, calculo que unos diez o quince metros por debajo del suelo de la casa. Es un milagro que no nos matásemos...
Adele usó la luz de su móvil e iluminó la estancia en la que se encontraban.
—Hay un pasadizo allí —dijo, Rosemary, señalando un hueco en una de las paredes.
—Aquí abajo hay un auténtico laberinto de túneles. Mejor será que permanezcamos aquí y esperar a que vengan a rescatarnos.
Las dos lo vieron al mismo instante. En la oscuridad de uno de los pasadizos se perfiló la silueta de algo o de alguien. La sombra permanecía quieta hasta el momento en que les hizo un tosco gesto con la mano.
—Es una de esas sombras, Adele... —dijo, Rosemary apretándose contra ella.
—Sí, y parece que nos indica que la sigamos...
—¿Y...que hacemos?
—Seguirla. Algo me dice que nos conducirá a donde debemos llegar —dijo, Adele tomando de la mano a la jovencita —. Pase lo que pase, no te separes de mí.
—No se me ocurriría hacerlo —contestó, Rosemary, temblando ligeramente.
La sombra les condujo a través de innumerables y sombríos pasillos cuyas paredes desconchadas por la acción de la humedad parecían a punto de venirse abajo. Por fin se detuvieron en una amplia estancia, tenuemente iluminada por la luz que parecía provenir de un hueco practicado en el techo de la misma.
—¿Dónde estamos? —Preguntó, Rosemary.
—Creo que estamos en la antigua bodega de la mansión. Justo donde debíamos venir...
—Creo que no estamos solas, hay alguien más aparte de esa sombra y de nosotras mismas...
—Sí, yo también lo he notado. Es una presencia más...más oscura. Creo que es Morris. Él nos ha traído hasta aquí. Lo que no quiero imaginar es que pretende de nosotras.
—Somos las únicas herederas —dijo Rosemary, pensativa.
—No, no somos las únicas. También está Abbey...
—Pero nadie parece haberla visto, tan solo tú la oíste hablar —reconoció, Rosemary.
—Y créeme, no fue invención mía. La escuche con tanta claridad como te oigo a ti en este momento. Ella es real, aunque no sé dónde puede esconderse, pero lo averiguaremos...
—Creo que no va a hacer falta —dijo Rosemary tomando del brazo a Adele.
Frente a ellas se encontraba una silueta de indiscutible forma femenina. Al acercarse hasta ella y a la luz que les proporcionaba el teléfono móvil, Adele supo de quién se trataba.
—¿Abbey? —Preguntó, Adele, aunque sin duda la podría haber reconocido en cualquier parte, pues sus rasgos se asemejaban muchísimo a los de su abuelo, Morris J. Blackgables. Era bastante alta, de cabello moreno y su rostro de una belleza cautivadora —¡Eres tú!
—Veo que me reconoces —dijo con un tono de voz sosegado —. Son los incuestionables rasgos familiares.
—Nadie creía en tu existencia, salvo yo misma.
—Me he tomado muchas molestias para que así fuera. Nunca habría sospechado que alguien me oiría a través de las paredes, querida prima.
—Veo que estás enterada de todo... Vuestro juego ha terminado. Warren ha muerto y...
—¿Crees que todo ha terminado? —Abbey se rió —. No tienes de idea del juego al que estás jugando. Yo maté a Warren, era un pusilánime que no se atrevía a terminar lo que empezó. Ahora me tocará a mí atar de una maldita vez los cabos sueltos...
—Te refieres a Rosemary y a mí, ¿verdad? Nosotras somos los cabos sueltos —Adele empezaba a averiguar la verdad.
—Efectivamente. Warren, el muy idiota, creía que con apartaros del medio habría bastante. Le dije mil veces que esa no era la solución, pero no quiso hacerme caso y todo se le escapó de las manos cuando llegó ese inspector de policía... Ahora me toca a mí arreglar todos sus errores.
—¿Todo esto es por la herencia? ¿Tanto te importa? —Adele no comprendía muy bien tal obsesión.
—¡La herencia! —Dijo, Abbey con un gesto que denotaba lo poco que le importaba a ella —. No, no tienes ni idea de lo que supone esa herencia. No es solo el valor material de esta mansión, ni de las hectáreas de tierras que heredaré, sino el legado inmaterial que conlleva. El poder, Adele, eso es lo que ansío... El poder que me otorgará nuestro abuelo cuando todo se realice tal y como debe hacerse.
—¡El sacrificio! —Adivinó, Adele.
—El sacrificio. Tú lo has dicho. Toda recompensa requiere un precio y yo estoy dispuesta a pagar ese precio, por elevado que este sea.

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