El plan

Adele no podía creer lo que había escuchado. Todo formaba parte de un plan elaborado por Warren Hill y esa otra persona que Adele no había podido identificar. Juntos y en colaboración con ella misma, tendrían que atestiguar la incapacidad mental de Rosemary y para eso mismo la hicieron venir.

¿Qué pensaban conseguir con ello? Adele podía imaginarse muchas cosas. Rosemary estaba a punto de cumplir los dieciocho años y ya no necesitaría un tutor legar. Su padre, si es que de verdad lo era, no podría entonces manejarla a su antojo. Si era la beneficiaria de algún tipo de herencia, como por ejemplo la de su madre, al cumplir la mayoría de edad pasaría a disponer de ella. Pero si un juez, aconsejado por su propio padre y con la certificación de una psiquiatra, como ella misma, demostraban su incapacidad...
Lo que más le dolía era que hubieran jugado con ella para perpetrar un delito.
Ahora que lo sabía, tenía que actuar. No podía dejar que se salieran con la suya.
—Ahora ya lo sabes todo —le dijo Laura.
Adele le acarició el cabello en un cariñoso gesto.
—Eres una buena amiga, Laura. Rosemary tiene suerte de tenerte a su lado.
La niña sonrió.
—¿Y tú? ¿También eres amiga nuestra?
—Lo soy. Os ayudaré. Debemos ir a ver a Rosemary inmediatamente.
De toda esa conversación tan solo había podido sacar en claro la última parte. Aún quedaba por averiguar de quién hablaban al principio. ¿Quién era esa persona a la que debían silenciar?
Algo que si logró entender fue, que ellos también estaban preocupados por las extrañas muertes que habían tenido lugar en el psiquiátrico. Warren llegó a plantearse la existencia de un misterioso asesino.
—Antes iremos a otro sitio —dijo Laura tendiéndole de nuevo la mano. Adele la tomó y dejó que la niña volviera a guiarla. Cuando vio que le conducía de nuevo a la cocina, la joven la miró extrañada.
—Hola, Laura —dijo Carmen, la cocinera —¿Tienes hambre? Te he preparado tu postre favorito, anda, ve a comértelo y deja que yo hable con nuestra amiga.
—¿Amiga? ¿Tú eres...? —Adele no salía de su asombro.
—Sí y tenemos que hablar, pero no aquí. Esta noche te iré a visitar a tu cuarto. He de contarte muchas cosas y contestaré a todas tus preguntas, porque seguro que tienes unas cuantas. Solo te diré por ahora que yo fui la que te entregó las fotografías y los recortes de prensa. Deberías leerlos con atención pues descubrirás cosas que desconocías.
—¿Pero, por qué a mí? —Preguntó Adele confundida.
—Mi niña —le dijo Carmen con cariño —¿por qué tú? Lo entenderás a su debido tiempo. Hay muchas cosas que desconoces. Lo principal por ahora es que continúes como si no supieras nada. Ellos no deben sospechar que conoces su plan. No sé hasta dónde podrían llegar, pero es preferible no arriesgarse.
—La verdad es que mucho no sé y me parece que cada vez entiendo menos.
—Lo entenderás todo...a su debido tiempo. Ahora deberías ir a ver a Rosemary, tu eres la única que puede entrar en su habitación sin levantar sospechas. Dile que estás de su parte y...ten cuidado, Adele. Ahora todo depende de ti.
La joven siguió su consejo y aunque era un mar de dudas, esperaba que Carmen pudiera aclararle sus confusas ideas.
Rosemary, inmovilizada en su cama miraba el techo aburrida. Al ver entrar a Adele se inclinó para observarla.
—¿De verdad es necesario tenerme atada? No voy a escaparme. No tengo ningún sitio a donde ir. Además, me estoy orinando desde hace horas, ¿qué queréis, que me lo haga encima?
Adele soltó las correas y luego le hizo un gesto para que no hablara. No quería pecar de paranoica, pero había pensado que podrían haber colocado micrófonos. Luego le señaló la puerta para que pudiera ir al servicio. Ella la acompañó, no por miedo a que escapara sino por si alguien la veía. La jovencita entró en el servicio y cerró la puerta.
—¿Qué ocurre? — Preguntó la Rosemary al salir del cuarto de baño.
—Sé la verdad —dijo Adele en voz baja mientras volvían a la habitación —, y creo que te debo una disculpa.
—¿Las has visto? ¿Has visto a las sombras?
Adele la miró extrañada. Si seguía pensando así, su padre lo tendría muy fácil para encerrarla de por vida.
—No, Rosemary. Escuché a tu padre y ahora conozco su plan.
—¿Mi padre? ¿Qué es lo que sabes?
—Creo que intenta demostrar tu incapacidad mental para quedarse con algo que te pertenece.
—En realidad todo esto me pertenece. Blackgables Mansion es mía —dijo la jovencita con un poco de orgullo —. Mi madre me lo dejó todo a mí. Cuando cumpla dieciocho años, dentro de unos meses, seré la dueña de todo.
—Pues tu padre trata de impedirlo por todos los medios.
—No imaginaba que pudiera intentar siquiera hacerlo. Creí que intentaba ayudarme. Cuando accedió a que vinieras aquí, creí que lo hacía con las mejores intenciones.
—A mí también me ha engañado. Solo quiere que yo certifique tu incapacidad. Nunca pensó en tu curación. Creo que debemos detenerle.
—Hay alguien que está de nuestra parte...
—Carmen, sí, lo sé. He hablado con ella. Esta noche me informará de todo, pero antes debo hacer algo.
—No me abandonarás, ¿verdad? Tengo mucho miedo.
—No, no lo haré, Rosemary. Estoy de tu parte. Aquí estarás a salvo. Ellos no van a hacer nada por ahora.
—¿Ellos? —Quiso saber la muchacha.
—Sí, había alguien más con tu padre cuando escuché la conversación, pero no sé de quién puede tratarse.
—¿Un hombre?
—No, una mujer —dijo Adele. Por lo menos le había parecido la voz de una mujer.
—La única persona que es fiel a mí padre es la señora Hayes. Es una mujer perversa. Deberías tener mucho cuidado con ella.
—No, creo que no se trataba de ella, parecía una voz más joven y no te preocupes, tendré cuidado. La señora Hayes y yo tenemos una cuenta que resolver.
—¿Podría ir contigo, Adele? Tengo miedo de quedarme sola.
—Eso no puede ser. No debemos levantar sospechas. Sí desaparecieras de aquí, ellos te buscarían y la cosa podría ponerse peligrosa. Es muy importante que no se den cuenta de que conocemos sus planes, solo así les derrotaremos.
La jovencita accedió a regañadientes.
—¿Qué piensas hacer ahora, Adele?
—Recuperar algo.

                                                                                              •••

El despacho estaba vació y la puerta cerrada con llave.
Si Warren había escondido las fotografías en algún lugar casi seguro que era allí, pero ¿cómo podría entrar?
Adele miró en todas direcciones por si alguien la seguía en esos momentos. No parecía haber nadie más, aunque ya nunca estaría segura del todo.
De lo que sí estaba segura era de que le iba a resultar imposible entrar en ese despacho sin la llave. Y la llave la tendría Warren Hill.
¿Cómo podía conseguirla?
Sería imposible, reconoció la joven, pero había otra opción. Gretchen Hayes era el ama de llaves de Blackgables Mansion y eso quería decir...que ella tendría otra copia.
La señora Hayes dormía en una de las habitaciones de la primera planta. Casi siempre era la última en acostarse, porque se cuidaba de que todo estuviera en orden antes de ir a su cuarto. Ella también se ocupaba de apagar las luces y cerrar todas las puertas de acceso a la mansión, por lo tanto, Adele tendría que entrar en su cuarto cuando esta estuviera dormida, evitando en todo momento despertarla.
De pronto tuvo otra idea. Sabía de alguien que podía llegar a ser tan silenciosa como un fantasma. Laura. La niña era idónea para colarse en la habitación de la señora Hayes y conseguir las llaves.
Adele odiaba tener que poner en peligro a la chiquilla, pero también tenía que reconocer que era más ágil, más sigilosa y mucho más rápida de reflejos que ella misma. Además se conocía la casa a la perfección y si las cosas se torcían, podría desaparecer con facilidad.
Encontrar a la niña no fue tan fácil. Laura tenía una extraña facilidad para pasar inadvertida que podría serles muy útil. En realidad fue la pequeña la que la encontró a ella.
—Siempre apareces en el momento más oportuno —dijo la joven —. Necesito que me ayudes.
Adele le contó el plan y ella sonrió entusiasmada. El peligro no parecía importarle, es más, le atraía bastante.
—No quiero que corras ningún riesgo. Si la señora Hayes llegara a despertarse, debes salir de ahí lo más rápido posible, ¿me has entendido?
—Sí —contestó Laura, luego recitó el plan de carrerilla —. Entró, busco las llaves, las cojo sin hacer ruido y salgo.
—¿Y si se despierta?
—Salgo rápido y me escondo.
—Muy bien —reconoció, Adele —. Todavía es pronto. Nos veremos aquí mismo en cuanto se apaguen la luces. Ahora ya puedes desaparecer de nuevo, ardillita.
A ella pareció gustarle el mote cariñoso que le había puesto. Luego, desapareció sin más.
—Es asombroso —tuvo que reconocer la joven.

                                                                                                 •••

Adele había vuelto a la tercera planta donde estaba su habitación y la de Rosemary. Aquel pasillo siempre la incomodaba. Largo, bastante oscuro y solitario. No pudo reprimir que un escalofrío recorriera su espalda cuando miró al otro extremo del corredor. Al fondo le había parecido ver moverse algo.
Es tu mente, se dijo con su habitual pragmatismo, tu mente se contagia de tus propios temores y puede llevarte a ver cosas que no existen. Ahí no hay nada. Nada en absoluto.
Pero entonces, ¿por qué seguía viendo aquello?
Parecía una persona, pero sus movimientos no eran naturales. Le recordó una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos, además era completamente oscura, la suave iluminación del pasillo transformaba su imagen en una oscura silueta.
—¡Las sombras! —Exclamó, dándose cuenta de que el miedo estaba a punto de apoderarse de ella. Nunca lo había reconocido ante nadie, pero tenía un pánico horrible a las muñecas. Sabía que se trataba de una fobia, incluso sabía su nombre: Pediofobia, pero nunca había sido capaz de hacerle frente.
Sí, se dijo, hasta los psicólogos podían tener fobias, era algo muy corriente, quien más o quien menos tenía una, o varias. ¿Cuanta gente le tenía miedo a las arañas, o a las serpientes sin saber por qué?
Para ella, las muñecas eran su talón de Aquiles. Y aquello era muy parecido a una muñeca, una muñeca de tamaño real.
La figura apenas se movía. Seguía en el mismo lugar, mirándola fijamente con unos ojos que parecían brillar en la penumbra del pasillo y destacaban en la oscuridad que se desprendía de ella.
—¿Qué diablos eres? —masculló en voz baja, a la vez que su corazón se aceleraba.
Aquello, fuera lo que fuese avanzó un paso en su dirección y Adele tuvo que reconocer ante sí misma que estaba empezando a asustarse. No temía a los fantasmas ni a los espíritus sencillamente porque no creía en ellos, pero ¿y si aquello era el asesino que rondaba por el psiquiátrico?
Una podía ser escéptica y no creer en nada en absoluto, pero de ahí a no querer ver el peligro había mucha diferencia.
Adele calculó la distancia que le separaba de su habitación y llegó a la conclusión de que no le sería posible llegar a ella antes de que aquella cosa le alcanzara. Por suerte, el cuarto de Rosemary estaba bastante más cerca, solo que la puerta estaba cerrada con llave y tendría que abrirla antes.
La joven dio un paso en dirección al cuarto de la jovencita, al tiempo que sacaba la llave de su bolsillo y se preparaba mentalmente para abrirla.
La silueta avanzó hacía ella, estaría a unos quince metros de distancia y se movía muy rápido.
Adele llegó junto a la puerta en dos o tres zancadas y procedió a abrir la puerta. Las manos le temblaban y no era capaz de meter la llave en la cerradura. ¿Cuantas veces había visto esa misma escena en las películas de terror?
Solo que esta vez no se trataba de una película, se dijo, mientras por el rabillo del ojo veía acercarse aquella sombra, tan oscura como la propia noche.
Consiguió abrir la puerta cuando ya dudaba de conseguirlo y entró dentro de la habitación, cerrando la puerta tras de ella.
—¿Adele? —dijo, Rosemary —¡Parece que hubieras visto un fantasma!

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