El cementerio

Adele no permaneció encerrada en su cuarto por mucho tiempo. El detective Price, Brant, había ordenado su excarcelamiento, avisando de paso al dueño de la casa que era un delito encerrar a las personas en contra de su voluntad, aunque fueran, como le dijo, por su propia seguridad.

—Lo hice con la mejor de las intenciones, detective —mintió Warren —. Como usted bien dice, hay un asesino suelto y quería evitar ponerlas en peligro.
—De la seguridad de la señorita Jenkins y de su hija, me encargaré yo a partir de ahora. Usted solo debe facilitarme acceso a todas las habitaciones de la casa y a sus empleados y si se niega le acusaré de obstrucción a la policía.
—Yo no me he opuesto en ningún momento, detective, pero creo que esta usted muy equivocado conmigo.
—¿De verás? La última vez que nos vimos le avisé de que un día terminaría cometiendo un error y que yo estaría allí para verlo. Creo que ese día ha llegado, señor Hill.
—¿Acaso me está usted acusando de algo?
—No, por el momento le estoy avisando de que su comportamiento roza la ilegalidad y yo no soy una persona que deje pasar un delito, por insignificante que este sea. Así que aténgase a las consecuencias en caso de que decida no hacerme caso. ¿Me ha entendido usted?
Warren tragó saliva. Aquella piedrecita en su zapato se llamaba Brant Price, detective de policía y estaba volviéndose muy molesta.
—Lo he entendido perfectamente, detective, ahora si no necesita nada más de mí, me retiraré. Ha sido un día muy duro para todos. Isaiah le mostrará su habitación.
Brant Price había decidido pasar allí la noche con un par de agentes a los que conocía muy bien. Por eso había solicitado al dueño de la casa una habitación para dormir, aunque él no pensaba hacerlo.
—Por aquí, detective —le dijo Isaiah guiándole a una habitación vacía de la tercera planta, muy cerca del dormitorio de Adele.
Al subir por la escalera se encontró con la joven que había pensado en bajar a cenar algo en la cocina.
—¿Todavía por aquí, Brant? —le dijo con una sonrisa.
—Mi trabajo me absorbe —contestó él —. ¿No tiene miedo de pasear sola y de noche por estos solitarios pasillos?
—Ahora ya no, y menos sabiendo que está usted por aquí. Bajaba a cenar algo. ¿Ha cenado usted ya?
—Su anfitrión no se ha molestado en invitarnos. No es muy atento que digamos.
—Entonces, acompáñeme. No será una cena tan especial como en ese local del que me habló, pero mitigará su hambre.
—Acepto encantado. Podéis subir vosotros —les dijo a sus compañeros —. Luego os llevaré algo de cena.
Brant acompañó a Adele hasta la solitaria cocina. Carmen ya se había acostado, pero siempre dejaba algo de cena en la nevera.
—Tenemos pollo y...pollo —dijo, Adele.
—Creo que tomaré pollo.
—Sabia elección. ¿Le apetece vino con la cena?
—No, no bebo. Y además sigo estando de servicio —contestó Brant.
—Y lo estará toda la noche, ¿verdad?
—Supongo que sí.
Adele metió los platos de pollo frío en el microondas.
—Siento mucho que tenga que cenar las sobras de la comida. Si hubiera estado Carmen, la cocinera, podría habernos preparado algo más apetecible.
—La cena no me importa, Adele. Lo importante es la compañía. Y esta compañía si que es apetecible.
Ella se ruborizó como una colegiala quinceañera. ¿Qué le estaba pasando? Se veía a las claras que aquel joven sentía atracción por ella y no daba pie con bola.
El timbre del microondas les avisó de que la cena estaba lista y Adele sacó los platos colocándolos en una de las mesas.
—Cenemos algo. Nunca se sabe cuando volveremos a hacerlo —dijo el joven.
—¿Por qué dice eso?
—En mi trabajo siempre aprovechamos los momentos de calma, que por lo general suelen ser muy escasos. La vida de un policía siempre esta llena de llamadas intempestivas de teléfono en la madrugada, incluso en una ciudad pequeña como esta, no sabe la cantidad de delitos que se cometen de noche.
—Entonces relájese, Brant y aproveche este delicioso pollo.
—Adele, ¿puedo tutearte?
Ella asintió con la cabeza.
—Claro que sí, Brant.
—Me gustaría conocerte, saberlo todo de ti...
—¿Cómo si uso pijama o camisón?
—No me atrevería a tanto. ¿Usas pijama o camisón?
Ella rió la broma.
—A veces ni lo uno, ni lo otro. ¿No te gustaría averiguar lo que usaré esta noche, detective Brant Price?
—Esa es una proposición indecente, señorita —dijo él levantándose de la mesa y acercándose a donde estaba la joven —. No voy a tener más remedio que llevarte arrestada.
—¿A donde?
—A tu cuarto, naturalmente.
El joven se inclinó y la besó en los labios, ella le besó con ardor mordiendo los suyos.
—Sería ilegal pedirte que me hicieras el amor —le susurró ella en su oído mientras le besaba el cuello.
—Sería un delito muy grave —gimió él cuando ella le mordisqueo el lóbulo de su oreja —...se llama acoso.
—Entonces deténgame señor policía, porque creo que hoy cometeré un delito.
Él la levantó en brazos y subió directamente hasta el dormitorio de la joven. La soltó sobre la cama y se tumbó sobre ella deslizando sus manos sobre su cuerpo al tiempo que desabrochaba los botones de su blusa y acariciaba cada centímetro de su piel que quedaba expuesta. La desnudó y admiró su cuerpo durante unos segundos antes de desprenderse también él de su ropa.
—¡Un ángel! —murmuró él extasiado por la visión de aquel cuerpo joven y ardiente que se retorcía bajo el suyo.
—O quizás un demonio —dijo ella incorporándose y besando los músculos de su cuello y su pecho.
—Eso no importa.
Ella gritó de placer al sentirle dentro. Luego su ritmo se acompasó buscando el éxtasis que ambos anhelaban y que cómplices postergaron todo el tiempo que pudieron para al final llegar juntos al orgasmo.
Él, rendido, sin fuerzas quedó tumbado sobre Adele.
Adele entrelazó sus piernas alrededor de su cintura y de nuevo comenzó a moverse, despacio, rítmicamente, cada vez más deprisa, despertando de nuevo el deseo del joven y guiándole hasta hacerle gritar de placer. Una vez colmadas sus ansias, Adele se acostó junto a Brant mirándole a los ojos fijamente.
—Quédate esta noche conmigo —le dijo en voz baja.
—Lo haré, he de protegerte, es mi obligación.
—Quédate el resto de mi vida a mi lado.
—Eso, señorita, será un placer.

•••

Cuando amaneció, Brant aún dormía junto a Adele. Había sido, sin ningún tipo de duda, la mejor noche que había pasado entre aquellos muros. Se sentía feliz y dichosa y también un poquito nerviosa al pensar en lo que había conseguido al fin y en la agonía de poder perderlo.
—Buenos días —dijo Brant en cuanto abrió los ojos y la vio recostada junto a él
—Buenos días —respondió ella, besándolo en los labios.
—Creo que debo trabajar un poco.
—Sí, creo que sí.
—Encontrar a un asesino y esas cosas.
—¡Tendrás cuidado! ¿verdad?
—Cuidado es mi segundo nombre —dijo él sonriendo.
—¿Y el primero?
—El primero es peligro, creí que anoche te abrías dado cuenta.
—Lo hice, ya lo creo que lo hice, detective. ¿Peligro? ¿Cuidado? Suena a señal de tráfico.
Él rió la broma, le gustaba aquella joven. Le gustó desde el primer momento en que la vio en comisaría, frágil, pero fuerte al mismo tiempo. Muy inteligente y a la vez de una inocencia casi infantil. Tímida y provocativa. Podía llegar a volver loco a cualquier hombre que se cruzase en su camino y llevarlo a la perdición o convertirlo en el más feliz de los mortales. Y deseaba ser ese hombre.
Antes de salir la volvió a besar en los labios y supo que si no se iba de inmediato volvería a quedar atrapado en sus increíbles ojos de un azul grisáceo, tan parecidos al mar en un día nublado.
—Intenta no meterte en ningún lió mientras no estoy.
—Lo intentaré, pero no sé si podré. Soy de esa clase de personas que parecen atraer los conflictos.
—Son los conflictos los que se sienten atraídos por ti —dijo él con una sonrisa cómplice —. Nada puede escapar a tu atracción, Adele. Nada, ni siquiera yo.
—Pues déjate llevar. ¿Para qué pelear? Sería una lucha estéril.
Llevaba razón, se dijo Brant. ¿Para que malgastar fuerzas? Si además, lo único que anhelaba era fundirse con ella.  

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