Alimentando las dudas

—Lo encontramos en su habitación —estaba diciendo la señora Hayes —. ¿Cómo es posible que una niña tuviera semejante, objeto.

—En realidad, Rosemary ya no es una niña —reconoció otra de las cuidadoras, una jovencita morena que no era mucho mayor que la citada —. Ya tiene casi dieciocho años y a esas edades, ya se sabe.
—Me parece una vergüenza que tú, Clara, puedas pensar esas cosas.
La señora Hayes estaba muy furiosa.
—No me extrañaría que una de vosotras le hubiera conseguido esa cosa a la niña. La gente joven de hoy en día sois unos degenerados.
—Tampoco pasa nada por tener uno de esos aparatitos —rió otra de las cuidadoras, se llamaba Margot y tampoco sobrepasaba los veinte años —. Es una forma de tener relaciones sin riesgos de ningún tipo.
La señora Hayes estaba a punto de sufrir un colapso.
—Guardaos muy bien de decir semejantes cosas delante de las niñas, si no podríais veros de patitas en la calle, ¿me habéis entendido? —Les amenazó.
—Nunca se nos ocurriría —dijo muy seria Clara, pero con cierto tono cínico.
Adele entró en aquel momento en la cocina y la conversación cesó de inmediato.
—El señor la estaba buscando —le dijo la señora Hayes, nada más verla —. Está en su despacho.
—Gracias —dijo la joven —, iré enseguida.
Adele se acercó dónde se encontraba la cocinera.
—¿Qué tal el dolor de cabeza? —Le preguntó.
—Bien —contestó la joven —. Me preguntaba si quedaría algo de ese caldito del que me habló anoche.
—Hay hambre, ¿verdad? —Río la mujer — Siéntate donde quieras, ahora te lo llevo.
—Gracias, Carmen.
El caldo era estupendo y además, Carmen le había puesto un plato con dos huevos duros con sal y un vaso de vino que Adele no probó.
—No te gusta el vino —le preguntó la cocinera.
—No bebo alcohol —confesó Adele.
—Haces bien, hija mía. El alcohol nunca trae nada bueno. Mi primer marido era un borrachín de cuidado y así acabó. Viendo fantasmas donde no los había.
—Cuanto lo siento.
¡Na! Murió hace muchos años. Fue antes que tú nacieras. Mi segundo marido, el padre de mis niñas, ese nunca bebió ni una gota en su vida y Dios también se lo llevó.
—¿Murió también de alguna enfermedad?—Se interesó Adele.
—¡Qué va! Era camionero y se despeñó con el camión por Despeñaperros, una carretera mala donde las haya.
Adele no supo que decir.
—El tercero aún vive y quiera Dios que me siga haciendo compañía durante muchos años. Es todo un tigre.
—¡Vaya!
—¿Te sorprende que a mi edad siga pensando en esas cosas?
—¡No, claro que no! Aún eres joven, Carmen.
—No tanto, querida, no tanto...pero cuando estoy con él sí que me siento como una chavala de veinte años.
Carmen se rió. Una risa profunda y campechana.
Adele había terminado de comer mientras tanto y ayudó a Carmen a llevar los platos a la pila.
—Debo marcharme, el jefe me espera.
—Pues no le hagas esperar más —le dijo la cocinera —. Warren es... También ha sufrido lo suyo. Me gustaría que algún día encontrara a alguien y pudiera rehacer su vida.
Adele se dio cuenta de que había algo entre Warren y ella y carraspeó incomoda.
—Yo también lo espero —dijo la joven mientras salía de la cocina.

•••

Warren Hill estaba sentado en su despacho contemplando unas fotografías cuando Adele llamó a la puerta y entro. Rápidamente las guardó en un cajón.
—La estaba buscando —le dijo al verla.
—Estaba con Rosemary. Tuvimos que sedarla, se puso muy nerviosa.
—Me lo comunicaron. También me comentaron lo... otro.
—Creo que no hay que darle mayor importancia, señor Hill. Rosemary es una adolescente y...
—La señora Hayes no opina lo mismo.
—Ya, me lo imagino —respondió, Adele.
—¿Se lo imagina? ¿Considera que es una vieja retrograda?
—Nunca me atrevería...
—Lo sé, Adele. Usted es siempre muy... correcta en el trato con los demás.
—¿Hay alguna cosa que le incomode de mí, señor Hill?
—¿Incomodarme? No. Pero me gusta que el personal que trabaja para mí, no me esconda cosas.
—¿Esconderle cosas? Yo no le he escondido nada —protestó la joven.
Warren abrió el cajón y dejó las fotografías sobre la mesa. Eran las mismas que Adele guardaba en su habitación.
—Ahora me dirá que no sabe de que le hablo, ¿verdad?
—He visto antes esas fotografías, pero ¿cómo...?
—¿Le gustaría saberlo? Alguien las encontró en uno de sus armarios, escondidas. ¿Se puede saber por qué estaban mis fotografías entre su ropa interior, Adele? ¿De dónde las sacó?
—Seguramente no me creería si se lo dijera —repuso la joven.
—Pruebe, a lo mejor sí que la creo —Warren estaba furioso.
—Alguien las dejó junto a la puerta de mi habitación —mintió.
—Las dejaron junto a su puerta, y ¿quién fue?
—No lo sé.
—Es una pésima escusa.
—Es la verdad. Parece que hay alguien interesado en que se descubra la verdad —Adele había levantado la voz. No le gustaba mentir, pero mucho menos que la acusaran de mentirosa por algo que en realidad no había hecho.
—¿Y cual es esa verdad, señorita Jenkins?
—Las muertes —dijo ella —. Hay quien no cree que esas muertes sean suicidios o accidentes...
—Ilústreme, ¿qué piensa usted que son? ¿Asesinatos?
—Alguien lo cree así. Sí.
—Lo que sigo sin entender es por qué no confío usted en mí cuando le entregaron esas fotografías. Podría habérmelo contado y yo se lo hubiera explicado todo.
—Creo que...creo que no confiaba en usted, señor Hill.
Él la miró fijamente. Se le veía triste y sobre todo muy cansado.
—Y sigue sin hacerlo, ¿verdad?
Ella no dijo nada, lo que en esa situación bien hubiera podido tomarse por un no.
—Ya veo —dijo él —. Puede irse, señorita Jenkins, aunque me gustaría que en una próxima ocasión, si le entregan algo que no es suyo, tenga el respeto de devolvérselo a su legítimo dueño. Buenas tardes.
Adele estuvo a punto de replicar, pero decidió no hacerlo. No serviría de nada, pensó, la verdad es que nunca servía de nada replicar más que para complicar aún más la situación.
Adele salió del despacho muy alterada y ofuscada.
Sabía quien había sido la que registró sus armarios. No le cabía duda y lo que no llegaba a explicarse era el porqué de esa animadversión hacia ella.
La señora Hayes.
Sí su intención era echarla de allí, pensó, le iba a resultar muy difícil hacerlo. Ella no era de las que se rendían fácilmente.
Tenía ganas de pelea y aunque se daba cuenta de que no era lo que debía de hacer, se vio caminando a buen paso hacia la cocina esperando que Gretchen Hayes aún se encontrara allí.
Para bien o para mal, alguien la obligó a cambiar de idea: Laura Coleman.
La niña salió a su encuentro y se plantó delante de ella.
—Ahora no quiero hablar contigo —dijo Adele, mientras hacía un ademán para apartar a la niña.
—Es muy importante que sepas algo.
—¿Ahora ya hablas a todas horas? No tengo tiempo de jueguecitos, Laura. Haz el favor de dejarme pasar.
La niña no se apartó.
—Rosemary está en peligro y tu debes saber una cosa. Solo así nos creerás.
La intensidad de la mirada de la pequeña y su insistencia, extrañaron a la joven.
—¿Qué pretendes?
La niña la cogió de la mano y la guió hacía un pasillo que Adele nunca antes había recorrido. Era uno de los pasillos de servicio que antiguamente usaba el personal a cargo de la mansión para recorrerla sin ser vistos por los invitados del dueño de la casa cuando este daba alguna fiesta o en eventos elegantes. Cuando la mansión se convirtió en un sanatorio, aquellos pasillos dejaron de usarse.
—¿Dónde me llevas?
Laura se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.
Muy pronto, Adele pudo escuchar unas voces amortiguadas que sonaban a través de las paredes. Una de las voces la reconoció como la de su jefe, el señor Warren Hill, la otra era la de una mujer y no supo reconocerla.
—¿Cuánto puede llegar a saber? —Preguntaba el dueño de la casa.
—Demasiado —contestó la otra voz —, y no nos conviene que siga descubriendo nada más.
—¿Y que podemos hacer?
—Evitar que siga metiendo la nariz dónde no le llaman. Podría encargarme yo.
Adele sintió un escalofrío que le recorría la espalda. No sabía aún de quién hablaban pero no era una conversación que le hubiera gustado escuchar.
—Ahora atraería demasiado la atención. Tenemos cien ojos puestos en nosotros. La muerte de Haley no ha podido ser más oportuna. Casi echa abajo nuestro plan.
—Era algo que se veía venir. Tu hermana estaba desequilibrada y casi ha sido mejor así.
—Seguía siendo mi hermana —refunfuño Warren —, y lamento de todo corazón no haberla podido curar.
—Hiciste lo que pudiste. Ahora debes mantener la mente despejada. Esa joven me preocupa.
—¿Te refieres a Adele?
La joven dio un respingo al escuchar su nombre.
—Sí, es inteligente y testaruda, una combinación muy peligrosa. Deberíamos hacer algo al respecto.
—Ella está aquí para ayudar a mi hija —respondió el doctor Hill —. Además yo la elegí por eso mismo.
—Ya, lo sé, pero esa curiosidad podría perjudicarnos. No sé por qué te empeñaste en traerla. Ya teníamos bastantes problemas sin ella.
—Te repito que solo ha venido para encargarse de Rosemary. Además la tengo controlada. He puesto a alguien para que siga todos sus movimientos. No podrá hacer nada sin que nos enteremos. ¿Sabes una cosa? Creo que sospecha de mí. Piensa que tengo algo que ver con los suicidios o como ella me dijo hace un momento lo que cree que pueden ser asesinatos.
—¿Cómo ha llegado a esa conclusión? —Preguntó la otra voz, un poco alarmada.
—Aún no lo sé. Según me dijo, encontró las fotografías junto a la puerta de su habitación, pero no sabe quién las dejó allí. También creo que no tuvo tiempo de mirarlas detenidamente, si no podría haberse dado cuenta de algo.
—Te he dicho muchas veces que te deshagas de esas fotografías, si el detective Price las encuentra, tendremos problemas.
—Las tengo bien guardadas, nadie las volverá a encontrar.
—No deberías ser tan confiado. Nos jugamos mucho en esto.
—Lo sé. ¿Sabes? A veces he llegado a pensar que si que hay un asesino en Hill Mansion —el tono de voz de Warren le hizo pensar a Adele que podía estar un poco atemorizado —. ¿No te parece extraño a ti todas esas muertes?
—Fruto de la casualidad, Warren. No debes perder la cabeza, no ahora que estamos tan cerca del final. Tienes que centrarte en el plan inmediato y ser fuerte para hacer lo que tienes que hacer.
—Eso también lo sé...
—En realidad no es tu hija, lo sabes tan bien como yo. Cuando el juez dictamine su incapacidad, habremos triunfado.
—Sí, y con el apoyo de Adele, lo conseguiremos.
Adele no pudo evitar echarse a temblar, ahora sabía lo que estaban tramando.

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