Abbey Blackgables
—¿Abbey Jenkins Blackgables?
—Sí. Por lo que parece es prima suya. Su abuela tuvo un hermano. Cuando ella se marchó de aquí, él se quedó con su padre y le cuidó hasta su muerte. Su nieta ha heredado los genes de Morris Blackgables. Cuando recuperó la memoria supimos que lo único que le interesaba era recuperar las posesiones de su abuelo, pero para entonces el señor Hill ya le pertenecía en cuerpo y mente. Creo que al final lo logrará.
—No si se lo impedimos. Me estoy dando cuenta de que mi familia es una caja de sorpresas y creo que ya he tenido bastantes para toda una vida. Necesito hablar con el detective Price, es muy importante que lo haga.
—El señor Hill no dejará que se acerque a él.
—Lo sé y es ahí donde necesitaré su ayuda, Isaiah. Tendrá que lograr que suba a verme.
—Lo intentaré, Adele. Se lo prometo, pero no sé si lo lograré.
—Él es el único que puede ayudarnos. Sé que sospecha de que aquí ocurre algo muy extraño y la muerte de la señora Hayes le confirmará aún más sus sospechas. También necesitaré un juego de llaves de Blackgables Mansion.
—Podré hacerme con las llaves de la señora Hayes, eso no es ningún problema. Por cierto, aparecieron en el suelo de la cocina esta mañana. Carmen las encontró. Quizás las perdió la señora Hayes anoche o tal vez fue el asesino.
—Yo no me preocuparía por ellas —dijo, Adele con una sonrisa de circunstancias.
—Tomo nota —contestó Isaiah —. No mencionaré el asuntillo de las llaves a la policía cuando me pregunten más tarde.
—Yo tampoco lo haría. Gracias, Isaiah y tenga cuidado usted también.
—¿Quién querría matar a un anciano y además negro, como yo? Ahora iré a explicárselo todo a la señorita Rosemary, no vaya a pensar lo que usted, que soy un asesino.
Adele sonrío.
—Lo siento otra vez. La verdad es que usted es de las pocas personas que me caen bien aquí y lo supe desde el momento en que le conocí.
—Pues, me alegro de ello.
Isaiah salió del cuarto y cerró con llave la puerta. Adele se quedó sola y pensó de nuevo en la nueva información que ahora poseía. ¿Quién iba a imaginar el embrollo en el que se vería envuelta cuando decidió aceptar ese empleo?
Su abuela, su abuelo, sus padres y ahora una prima suya. Solo faltaba el gato que gracias a Dios nunca había tenido.
Esto es como juego de tronos versión culebrón sudamericano, se dijo a sí misma.
Desde su habitación pudo escuchar un momento después las sirenas de un coche de policía que se acercaba a la mansión. El detective Price acababa de llegar, y esta vez venía para quedarse, porque esta vez si que tenía un homicidio.
Adele pensó también en la señora Hayes. No era una mujer simpática y se llevaba bastante mal con el personal femenino del psiquiátrico. Era arrogante y entrometida, pero ¿qué razones había para quitarle la vida? Por mucho que se pueda odiar a una persona, no es razón para asesinarla. Por lo menos hablando de personas normales, porque con los psicópatas no existían las razones.
Resumiendo, pensó Adele, tenemos un asesino que se pasea por el psiquiátrico como si fuera su salón de juegos, un padre que pretende encerrar a su hija en un manicomio para poder acceder a su herencia y el fantasma de un asesino muerto hacía un siglo y para más inri, que resultaba ser su abuelo. Lo dicho, un auténtico culebrón.
— Bien, la madeja ya está desenredada, ahora toca recoger el hilo...y encontrar al gato que jugó con ella.
•••
Brant Price miró a Adele fijamente cuando la joven le contó casi todo lo que sabía. Obviamente omitió relatarle su extraña aventura con aquel ser, al igual que tampoco le contó todo lo relacionado con su abuelo. Isaiah había cumplido su parte, logrando que el detective hablara con ella.
—¿Me esta usted diciendo que el doctor Hill pretende demostrar la incapacidad de su hija para poder quedarse con su herencia y que para eso la trajo a usted a este lugar?
—Lo ha resumido usted a la perfección, detective Price. Eso es exactamente lo que le acabo de contar.
Adele vio la cara de escepticismo en el rostro del policía.
—¿Qué es lo que ocurre? Acaso no me cree.
—La creo, lo que ocurre es que yo he venido a investigar un homicidio y nadie parece darse cuenta de que el asesino podría estar entre ustedes.
—Sí, me doy cuenta de ello, pero lo que planea hacer el doctor Hill también es un delito, ¿no?
—Lo es. Y si se pudiese demostrar, cosa que no sería nada fácil, podría costarle al doctor el pasar un tiempo en prisión. Aunque lo que yo quisiera sería encerrarle de por vida.
—Pero yo escuché esa conversación. Oí lo que decían.
—Ni siquiera le vio hacerlo, Adele. Cualquier abogado medianamente bueno desmontaría esas pruebas en menos de cinco minutos. Tan solo es su palabra contra la de él. También está la otra persona que dice usted que oyó hablar. Nadie la conoce, nadie sabe quién es y nadie del personal la ha visto. Solo usted la oyó hablar.
—Ya, y mi palabra no tiene valor, ¿verdad?
—Desgraciadamente en un juicio no. Sí pudiera aportar alguna prueba física, entonces tendríamos algo a lo que atenernos. Por otra parte, tenemos un cadáver y un presunto asesino o asesina y eso si es mi deber investigarlo. ¿Recuerda que le hablé de ciertas irregularidades en la autopsia de Haley Leigthon?
Adele asintió.
—Pues no conseguimos demostrar nada. Según el forense, la señorita Leigthon no se suicidó, la única explicación posible habría sido una muerte natural. No había rastros de drogas, ni de somníferos, ni de nada que hubiera podido causarle la muerte. Murió sin más. Sin explicaciones.
—Pero eso es imposible, ¿no es cierto?
—Es muy extraño, sí. El examen médico no detectó ninguna patología, aparte de su alcoholismo y este ni siquiera era avanzado. No para llegar a ser el causante de su muerte. La señorita Leigthon estaba sana. No debería haber muerto y sin embargo, murió.
—Quizás fue un infarto o...
—No, señorita Jenkins. Su corazón estaba en perfectas condiciones. No sufrió un infarto al corazón, ni un infarto cerebral, ni una apoplejía, nada de nada. Aún no nos lo explicamos. Por eso esta vez he venido expresamente para investigar este homicidio y... Desearía que no se encontrase usted aquí.
—Entonces, ¿qué me aconseja usted que haga? ¿Irme?—Adele estaba desesperada.
—Le aconsejo que se mantenga al margen. La ley actuará contra ellos si de verdad intentasen llevar a cabo su plan. Para demostrar la incapacidad mental de Rosemary, ahora que usted no está dispuesta a seguirle el juego, tendría que acudir a otro psiquiatra titulado y obtener su declaración y si como usted dice, la joven no presenta ningún trastorno, entonces no tendrá más remedio que aceptar su fracaso. También le aconsejo que vuelva a su casa, Adele. Aquí su trabajo ha terminado.
—Lo tendré en cuenta, detective Price.
—Brant, puede llamarme Brant.
—¿Ya no soy sospechosa? —Preguntó la joven.
—¡Oh, sí que lo es! Aunque estoy convencido de que usted no ha asesinado a nadie, pero hay que continuar con las formalidades; por lo que le estaría muy agradecido que me avisara antes de marcharse.
—Lo haré, no se preocupe.
—Aún hay otra cosa que quería preguntarle...
—Dígame, Brant...
—Me gustaría...invitarla a cenar antes de que se vaya, conozco un sitio estupendo.
Adele se había quedado con la boca abierta. Eso era lo último que se esperaba.
—Como le dije, lo tendré en cuenta, detective.
—Y yo sería feliz que aceptase, me parece usted una criatura celestial.
—En ese caso, le diré que sí, no me gustaría verle a usted triste —Hasta hacía tan solo un momento, Adele no había llegado a fijarse en Brant Price. Ahora lo miró por vez primera y tuvo que admitir que no le importaría conocerle mejor. Además podía serle muy beneficioso tener a un policía de su parte, sobre todo sabiendo el embrollo en el que andaba metida.
—Le dejo una tarjeta con el número de teléfono de mi domicilio, cuando este lista, no tiene más que telefonearme.
Adele cogió la tarjeta y la leyó. Luego con una sonrisa se despidió del policía.
—Nos veremos pronto, Brant.
—Estoy contando los segundos —dijo él.
Al quedarse sola, Adele sopesó la información que acababa de darle Brant. Se rió al comprobar que ya no le llamaba, detective, sino que pensaba en él con su nombre de pila. ¿De verdad te gusta? Se preguntó y se encontró admitiendo que sí, sí que le gustaba.
—¡Venga, Adele! —se censuró a si misma —deja de pensar en esos ojazos azules y ese cuerpazo moldeado en el gimnasio y...¡Tengo que tomar una ducha fría inmediatamente!
De repente tenía mucho calor.
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