Abbey
—El abuelo está aquí —continuó, Abbey, mirando a la oscuridad que les rodeaba—. Nos observa anhelante preguntándose quién será la que al final logre merecer su herencia.
—Y tú pretendes serlo a toda costa, ¿no es así?
—Lo seré —dijo Abbey muy segura de sí misma.
—No creas que te lo pondremos facil —dijo, Adele, enfrentándose a ella.
—No teneís nada que hacer —Abbey sacó un objeto de uno de los bolsillos de su abrigo y lo sostuvo en su mano. Aún sin llegar a verlo del todo, Adele supo al instante que se trataba de un arma —. Ahora entrégame el talismán. Sí, sé que lo tienes, no trates de ocultarmelo... Ese talismán es la llave que abrirá las puertas y que convocará a nuestro abuelo ante nuestra presencia. El mismo que servirá para obligarle a hacer lo que yo deseé. Seré inmensamente poderosa y nada ni nadie podrá impedirme hacer lo que me venga en gana.
Adele recordó el talisman que llevaba colgado al cuello, la medalla que las amigas de Laura le habían entregado.
—¡Dámelo! —Gritó, Abbey apuntándola con la pistola.
—No —dijo, Adele muy tranquila.
Abbey giró la pistola hasta apuntar a Rosemary.
—¡Dámelo! —Repitió.
Adele vio en los ojos de la joven que era muy capaz de cumplir sus amenazas por lo que de un tirón arrancó el talismán que llevaba colgado del cuello y se lo entregó.
Abbey sonrió para sí tras observar la medalla.
—La lealtad y los buenos sentimientos te han hecho perder la partida —dijo, mientras la pistola giraba de nuevo apuntándola —. Ahora necesito tu sangre para poder iniciar el ritual. Alfa y Omega, el principio para mí y tu final, querida prima.
Una detonación sorprendió a Adele, pero no llegó a sentir nada. Miró a la joven cuya pistola aún humeaba, preguntándose qué había sucedido y entonces lo comprendió.
Rosemary que aún seguía abrazada a ella se derrumbó sin que Adele pudiera impedirlo. Una mancha carmesí floreció en el pecho de la jovencita y se extendió, empapando su vestido.
—¿Qué has hecho? —Gritó, Adele, arrodillándose junto a Rosemary.
—Su sangre abrirá la puerta que traerá hasta nosotros a nuestro abuelo —dijo, Abbey con una desquiciada sonrisa en sus labios —. Su muerte será el sacrificio que él nos pide para convocarle.
Rosemary se apretaba el pecho mientras sus ojos buscaban ansiosos los de Adele. Esta tomó sus manos entre las suyas mientras la abrazaba.
—Es el castigo por mis pecados, Adele —dijo la jovencita.
—Te pondrás bien —susurró la joven en su oido —. No dejaré que nada malo te ocurra...
—Gracias, Adele. Ha sido maravilloso haberte conocido...Tu has sido la unica que me ha querido a pesar de lo que hice... y...
—No hables. No tardarán en llegar a rescatarnos, debes aguantar...
—No...no creo que...pueda...
Rosemary cerró los ojos y Adele, con una mirada de odio se volvió hacía Abbey.
—¡Eres una maldita asesina! —Le gritó.
—No te preocupes por ella, tú la seguirás enseguida —contestó mientras se acercaba a Rosemary y empapaba con su sangre el talismán —. ¡Abuelo! ¡Estoy lista! ¡Ven con nosotras!
Un temblor sobrecogió el oscuro sótano levantando un espesa nube de polvo que por un momento las envolvió.
—¡Ven con nosotras!
Adele tanteó el suelo buscando algún objeto con el que defenderse y encontró una piedra de afilados bordes que ocultó en su mano.
Abbey seguía gritando, concentrada en la oscuridad que les envolvía y que parecía materializarse por momentos, por eso no vio como Adele se ponía en pie y se acercaba hasta ella. El golpe en la cabeza la pilló por sorpresa y Abbey cayó al suelo dejando caer el arma a su vez.
Adele volvió a golpearla, esta vez en el rostro y notó como sus manos se humedecian con la sangre de la joven. La golpeó repetidamente mientras de su pecho surgía un alarido que ella no llegó a reconocer.
Cuando notó el cuerpo flácido de la joven bajo el de ella, Adele se detuvo.
Abbey estaba muerta. Ella la había matado.
Un sordo rumor la sobrecogió. Parecía el eco de mil risotadas que la rodeaban por completo. Una voz grave se pudo escuchar y con ella unas palabras:
—He aquí a mi heredera.
Adele oteó la oscuridad hasta encontrarse con un rostro de pesadilla que la observaba fijamente. El rostro de su abuelo, Morris J. Blackgables.
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