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Adele había decidido bajar a desayunar y lo hizo acompañada de Rosemary. La jovencita seguía bastante angustiada pensando que su padre podía intentar algo contra ella, aun estando la policía presente.
—No tienes que preocuparte, Rosemary, Brant, quiero decir el detective Price, ha prometido cuidar de nosotras dos.
—¿Brant? —Preguntó la muchacha a la que no se le escapó el nombre por el que Adele había llamado al policía.
—Es su nombre, ¿no?
—Ayer era el detective Price y hoy es Brant, ¿qué sucedió anoche?
—¿Por qué hubo de suceder nada? —dijo, Adele a la defensiva.
—Llámalo intuición o a lo mejor estoy desarrollando dotes de psicóloga, pero te noto cambiada. Estos últimos días has estado muy estresada y hoy...Ni rastro de estrés.
—Quizás se deba a que he podido dormir bien por primera vez y sin sobresaltos.
—¿Te acostaste con él? ¿Lo hiciste?
—¡Yo! ... ¡Qué va! ¿Cómo iba a acostarme con él? Si apenas nos conocemos —Adele se había ruborizado hasta la raíz del cabello.
—¡Me lo tienes que contar todo, Adele! ¿Qué tal lo hace?
—Mira jovencita... —le dijo en tono acusador, pero Rosemary no la dejó continuar.
—¡Es increíble! ¡Con lo bueno que esta y tú...la primera noche! ¡BAM! Te lo tiras...
Adele comprendió que le iba a ser imposible engañar a la muchacha.
—¡Pues sí! Llevas razón, le invite a cenar en la cocina y una cosa llevo a la otra. Pero no quiero volverte a oír decir ni un comentario más.
—¡Qué fuerte! Tranquilízate, no diré ni una palabra, eso sí, tendrás que contármelo todo con pelos y señales.
—¡Ya, que te lo has creído! Y ahora desayuna, se me está pasando por la imaginación volverte a encerrar en tu cuarto.
La amenaza no surtió efecto porque Adele se estaba riendo cuando se la dijo.
En ese momento ambas vieron aparecer de repente a Laura Coleman. La niña venía despeinada y traía el semblante alterado. Nada que ver con el rostro risueño que siempre traía.
—¿Qué sucede, Laura? —Le preguntó, Adele.
—A ocurrido algo. Tienes que venir conmigo.
Adele se levantó inmediatamente y Rosemary la imitó.
La niña les guió hasta la tercera planta donde estaban las habitaciones de las internas. Luego abrió la puerta de una de las habitaciones y las invitó a entrar. En el interior había tres niñas y todas estaban muertas de miedo. Reconoció a una de ellas, era Evelyn, se abrazaba a otras dos pequeñas que debían de ser las compañeras de cuarto que unos días antes le había comentado tener.
—Adele —dijo Laura —, estas niñas son mis amigas Evelyn, Úrsula y Serena.
La tres eran de aproximadamente la misma edad. Evelyn era la mayor de todas y Serena la más pequeña, dedujo que tendría siete u ocho años y llevaba el cabello muy corto, como el de un chico. Úrsula que andaría por los diez años tenía una preciosa melena de un rubio muy claro y unos grandísimos ojos azules.
—Anoche vimos algo muy raro —refirió, Evelyn —. Serena fue la primera en darse cuenta. Alguien había entrado en nuestra habitación.
—Noté como algo me agarraba del pie —intervino Serena —. No puedo dormir bien porque tengo una enfermedad muy rara y estaba despierta, por lo que sé que no fue un sueño.
Adele imaginó que la niña se refería a alguna disfunción del sueño. Algún tipo de insomnio.
—Se puso a gritar —añadió ahora Úrsula — y nos despertó a todas.
—¿Tú duermes con ellas, Laura?
—No —explicó la aludida —. Yo duermo en la habitación de al lado. No sabían a quién decírselo y yo les dije que te avisaría a ti, Adele. Tú si las crees, ¿verdad?
—¡Claro que sí! No veo porque ibais a estar mintiendo. ¿Visteis algo más?
—Sí, señorita —contestó Úrsula.
—Llámala, Adele. Es una amiga —le recriminó, Laura.
—Pues sí, Adele —rectificó la pequeña —. Vimos una sombra.
Otra vez las dichosas sombras, pensó, Adele.
—Estaba cerca de esa ventana y nos miraba —continuó Evelyn —. Sus ojos brillaban en la oscuridad. Nos miraba, pero no dijo nada.
—Luego desapareció —informó, Serena.
—Y nos dejó esto —dijo, Úrsula. La niña le entregó un pequeño objeto a la joven. Adele lo miró y supo al momento lo que era.
—Un talismán.
—Ya te dije yo que era un tamislan, Úrsula —remarcó la pequeña Serena. —Se dice, talismán, no tamislan —le contestó la aludida —¿Y eso para que sirve?
Fue Laura la que le explicó.
—Se lleva colgado del cuello y te protege de las fuerzas del mal.
La explicación hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Adele. Te protege de las fuerzas del mal. Aquello sonaba estremecedor.
—Es el talismán del que hablaste en sueños, Adele —le recordó, Rosemary.
—Sí, lo es —La joven miró detenidamente el objeto que tenía en la mano. Era parecido a una medalla sólo que los símbolos que tenía grabados eran dos letras griegas: Alfa y omega, reconoció. El principio y el fin.
Adele se volvió hacia las aterrorizadas niñas.
—No debéis temer nada, esa sombra era de los buenos, nuestra amiga—les dijo en un lenguaje que ellas entendieran.
—¿No era mala? ¿Entonces por qué me tiró del pie? —Quiso saber Serena.
—Lo hizo para despertarte, tonta —le explicó Úrsula.
—Ya estaba despierta, y la tonta serás tú.
—Pero ella no lo sabía —dijo Evelyn — y de esa forma se convenció de que sí lo estabas.
—¡Ah! Pues podía haberos despertado a ti o a Úrsula, porque lo que hizo fue darme un susto de muerte...
Adele sonrío, escuchándolas. Le gustaban tanto los niños que se podía pasar el día entero oyendo sus conversaciones.
Ya tenía el talismán, ahora necesitaba averiguar cómo se llevaba a cabo el ritual y en cuanto encontrara una forma de acceder al antiguo sótano... —Laura —le dijo a la niña —Tú te conoces muy bien toda la casa, ¿verdad?
La pequeña asintió con la cabeza.
—¿Sabrías cómo puedo bajar al sótano?
—¿El sótano? —Dudó la niña —No hay ningún sótano. Debes estar equivocada.
—No, me refiero al sótano de la casa que había antes de que construyeran esta, una casa muy vieja que estaba aquí mismo.
—¿Te refieres a la cueva? Debajo de esta casa hay una cueva. Las paredes son de piedra, pero parecen construidas por alguien.
—Sí, exactamente. A eso me refiero, a la cueva —Adele supo que había encontrado el misterioso sótano.
—Se entra por el cementerio.
—¿El cementerio? No sabía que había un cementerio.
—Está un poco lejos. En la parte de atrás de la casa. Allí están enterradas las niñas que murieron en esta casa. Hay muchas tumbas y una de ellas es falsa.
—¿Tú has entrado, Laura?
—Sí. Entré con Timothy, es un amigo mío que vive en la ciudad. A veces viene a verme. Él fue el que me enseñó el pasadizo secreto y el único que conoce el camino. Si no lo sabes, puedes perderte.
—¿Y cómo podría hablar con tu amigo?
—Puedo avisarle. Tengo su correo electrónico, es [email protected].
Los niños de hoy en día son increíbles, se dijo, Adele. Antes era muy difícil tener el teléfono de tus amigos, pero ahora a los nueve años ya chatean por internet.
—¿Lo harías por mí, Laura? Necesito entrar en esa cueva.
—Claro. Pero hasta el fin de semana no podrá venir. Él va al colegio en la ciudad.
—El fin de semana será perfecto. Antes tengo que averiguar otra cosa.
—Entonces, le avisaré. Te gustara.
—Si es amigo tuyo, seguro que me gusta.
La niña sonrió y su rostro se iluminó de placer.
—¿Qué piensas hacer, Adele? —Le preguntó, Rosemary.
—Voy a encontrar ese sótano y acabaré de una vez por todas con la maldición de esta casa.
—Te acompañaré.
—De eso nada. Podría ser peligroso y además no sabemos que podemos encontrarnos ahí abajo.
—¿De verdad piensas bajar tú sola, acompañada únicamente por un niño pequeño?
Eso no lo había pensado Adele. Le emocionaba la futura aventura, pero acababa de darse cuenta de que iba a adentrarse bajo tierra, prácticamente a oscuras y sin saber lo que allí le esperaba y como única compañía un niño de nueve años que la guiaría por el laberíntico subterráneo.
—Está bien —aceptó —, vendrás conmigo, pero me obedecerás en todo lo que te diga.
—Claro, Adele.
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