Hermandad Embrujada
Este es el prólogo (a falta de muchas revisiones) de uno de mis proyectos originales CHARMED SORORITY (Hermandad Embrujada). El concepto completo de la novela está explicado en el apartado de este libro "Mis historias originales"
Sin más, espero que os guste este prólogo, apenas un pequeño adelanto de todo lo que tengo pensado para esta novela, y que os animéis a comentarme si la leeríais, y qué os parece
El martilleo de la goma del lápiz contra el escritorio de madera retumba en los oídos de Maya Hayes como una campana en una catedral. La sala de estudio ha ido vaciándose a lo largo de la tarde. Hace horas que los rayos de sol han dejado de filtrarse a través de las vidrieras victorianas y, sin embargo, su mesa todavía está repleta de montañas de apuntes y libros de Economía.
―Me marcho ya. ―Una mano se posa sobre su hombro, sobresaltándola ligeramente―. ¿Vienes?
Maya alza la mirada hasta toparse con los brillantes ojos de Behati Hill, la presidenta de su Hermandad. Lleva el maquillaje intacto y la larga melena castaña perfectamente peinada sobre los hombros; nadie diría que ha pasado las últimas ocho horas encerrada en la biblioteca del campus.
Maya arruga la frente. Probablemente ella sea la única Sigma Pi que no parece una modelo de Victoria's Secret.
―No puedo, todavía me quedan un par de temas por repasar ―Maya exhala con cansancio.
Los labios de Behati se fruncen en una expresión de disgusto.
―El señor Boots no tiene corazón... ¿A quién se le ocurre poneros un examen en plena Semana Griega?
Maya se coloca un mechón de pelo tras la oreja y encoje los hombros, pero no contesta.
―Vamos, ¡anímate! Hemos machacado a las Triple Pi en softball ―Behati aprovecha el silencio de su amiga para insistir―. ¡Tenemos que celebrarlo!
―Reserva el entusiasmo para cuando llegues a la casa de los Lambda Gamma. ―La aludida le hace un gesto para que baje la voz; todavía están en la biblioteca. A continuación, suelta un suspiro de resignación―. Definitivamente, me voy a perder la fiesta. Iré derecha a la cama en cuanto termine con esto. Vigila a Eiden por mí, ¿quieres?
―Me encargaré de que ninguna zorra se acerque a tu novio. ―Behati se lleva la mano derecha a la frente en una cómica imitación de saludo militar―. Pero prométeme que participarás en la competición de mañana. Eres nuestra mejor baza para ganar a las estiradas de las Delta Zeta en el Trivial.
Maya sonríe orgullosa.
―Por supuesto. Este año el trofeo de las hermandades será nuestro. ―Asiente convencida―. Disfruta, y cuida de las demás.
Behati le devuelve la sonrisa antes de despedirse con un fugaz beso en la mejilla y desaparecer entre el laberinto de estanterías.
Casi tres horas más tarde, Maya está saliendo de la biblioteca con el bolso cargado de apuntes colgado al hombro, y una expresión de genuino agotamiento en el rostro.
Al pasar cerca de la casa Lambda Gamma se plantea quedarse un rato. Como todas las Sigma Pi, es una amante de las fiestas, pero en esos momentos su cama le resulta mucho más apetecible que cualquier espacio repleto de universitarios ebrios y música demasiado alta.
Desecha la idea y continua su camino con paso relajado. Todavía tiene que atravesar un par de manzanas hasta llegar a la casa de su Hermandad.
El campus aparece ahora vacío y desierto.
Vivir en la Avenida de las Fraternidades arrastra ese pequeño inconveniente, cuando una Hermandad celebra una fiesta, prácticamente la totalidad de estudiantes de la zona se concentra en la casa en cuestión, dejando desangeladas las calles circundantes.
Maya recorre el trecho hacia su casa en medio de la más absoluta soledad, sus tacones resuenan contra el asfalto y la cálida brisa nocturna de finales de mayo le acaricia la cara. De repente, otro sonido llega a sus oídos: pasos, pasos que no son suyos.
Se da media vuelta, pero no ve a nadie. Y, aun así, se siente observada.
Es consciente de que no tiene por qué tener miedo, el campus de la Universidad de Boston es uno de los lugares más seguros del mundo. Solo lo transitan estudiantes modelo, niños de papá y futuras estrellas del deporte.
Además, en el peor de los casos, sabría defenderse.
Todas las Sigma Pi saben defenderse.
Respira hondo una vez, alejando las paranoias que rondan su cabeza y enseguida retoma el camino, ya más tranquila.
Pero vuelve a oírlos y, de nuevo, cuando se gira, nadie aparece ante sus ojos.
―¿Hay alguien ahí? ―Escruta la penumbra con la vista. No obtiene respuesta, y eso solo la pone más nerviosa.
Al volverse al frente, choca contra una figura humana de fuerte complexión. Tropieza hacia atrás al tiempo que alza la mirada hacia el desconocido, cuyo rostro se encuentra completamente oculto bajo una máscara con una única abertura para los ojos.
¿Una máscara? Las novatadas terminaron hace meses. Eso no es una broma.
Maya echa a correr, no se detiene a analizar más la situación. La casa de las Delta Zeta está en frente, con suerte alguna novicia podrá abrirle la puerta y, una vez dentro, absolutamente nadie podrá atacarla.
Pero su perseguidor es rápido, demasiado rápido. No tarda en darle alcance y se abalanza sobre ella, provocando que ambos caigan al suelo. Ruedan por las escaleras de piedra de la entrada y terminan en el jardín que rodea la casa.
Ambos se ponen en pie casi al unísono. Maya no tiene tiempo de regocijarse en el dolor que comienza a palpitar en su rodilla, pues el desconocido le lanza una precisa patada contra el estómago y se ve obligada a utilizar toda su concentración para evadirla.
―Lo mejor es que vengas conmigo por las buenas ―la voz del hombre suena calmada, fría, y distorsionada artificialmente. Sin embargo, Maya cree captar una nota familiar―. Prefiero no tener que hacerte daño.
¡Qué no quiere hacerle daño!, ¿en serio?... Maya se contiene para no gritar una repuesta alicatada en sarcasmo. No es el momento para dejarse llevar por su fuerte carácter.
Siente como las uñas se le clavan en la piel de las palmas. Está tan tensa que ni siquiera se ha percatado de que ha cerrado los puños.
Vamos, Maya, puedes enfrentarte a esto.
Abarca el entorno que la rodea en una rápida mirada, hasta que su vista se congela en el viejo sauce que adorna el jardín.
Perfecto, ahora está en su terreno.
Siente que las fuerzas vuelven a llenarla mientras extiende una mano hacia el árbol. Un ligero hormiguero de placer le recorre la espina dorsal al tiempo que las raíces comienzan a serpentear desde la tierra al compás de su orden mental.
El uso de la magia siempre le provoca esa sensación.
―No sabes con quién te estás metiendo. ―Mueve la mano en dirección a su atacante y cierra el puño con fuerza impidiéndole contestar; una raíz le ha rodeado el cuello.
―Bruja...―sisea él, llevándose los dedos a la garganta pata tratar de liberarse de la opresión que no lo deja respirar.
―Tú lo has dicho ―Maya le devuelve una mirada impasible. A continuación, se acerca a él, dispuesta a averiguar su identidad. Su mano aferra la base de la máscara y la arranca de un tirón.
La expresión de sorpresa le queda grabada en el rostro.
De sorpresa y de dolor.
Un jadeo escapa de sus labios al tiempo que baja la mirada hacia su abdomen, desde donde comienza a manar sangre a chorros; consecuencia del puñal que la atraviesa desde la espalda.
No puede evitar perder la concentración, y las raíces del sauce regresan a su lugar natural, liberando al prisionero.
Antes de que Maya pueda pensar en huir, la persona que la ha atacado por detrás acerca de nuevo un filo metálico a su piel, esta vez rajándole la garganta sin piedad.
―¿Quién no puede respirar ahora, bruja? ―se burla una voz masculina, una diferente. La voz del hombre que la ha degollado.
Maya se lleva las manos al cuello en un vano intento por contener la hemorragia. Es demasiado tarde, lo sabe. Las rodillas le flaquean y cae al suelo de espaldas. A través de su nublada vista apenas es capaz de discernir las dos figuras masculinas que la observaban desde arriba.
Quiere llorar, gritar, advertir a las demás. Están en peligro.
Ella no es la primera. Y no será la última.
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