Capítulo 6: todo está en tu cabeza
Huyó del almacén tras un cuarto de hora sentado allí, desorientado y sin saber qué hacer para hacer desaparecer su dolor, y se adentró en uno de los cuarteles custodiados por soldados que montaban guardia en los pasillos. Lo reprendieron por haber llegado tarde y en lugar de dejarle pasar a la zona de camas, tuvo que quedarse hasta las seis de la mañana de pie, junto a los aseos rudimentarios de la barraca.
No podía moverse, ni siquiera pedir un minuto de descanso. Era su castigo por no haber acatado las normas, pero, de todas formas, prefería aquella situación a la de estar en la cama a la hora, sin parar de dar cuentas sobre el duro colchón y de obsesionarse con el recuerdo de Bucky ya ciento con otra persona. De esa manera, podía centrarse en otras cosas, como por ejemplo el dolor de sus piernas al no poder sentarse.
Sin haber podido descansar bien aquella noche, el sueño acumulado a la mañana siguiente se le hizo insoportable. Sus ojeras eran más pronunciadas y su forma de andar, torpe y lenta. Carter lo encontró deambulando por los soportales del cuartel general, despistado y sin tener ni idea de qué iba a hacer para no caer rendido sobre el frío suelo de hormigón del corredor. Peggy, radiante y con cierto aire de frescura aquella mañana, volvió a dedicarle una de esas miradas de irritación tan características de ella.
—Madre mía, Rogers. Tienes una pinta horrible —indicó ella.
—Lo siento, señorita Carter. Me amonestaron por llegar tarde y no pude dormir.
—Bueno, ese es tu problema —respondió ella airada—. La próxima vez procura llegar antes del toque de queda. Esto no es tu casa.
—Sí, señorita Carter —asintió Steve apretando los dientes.
Los primeros días Steve se sometió a todo tipo de pruebas por parte del Dr. Erskine y puesto que era mucho más transigente que el resto de sus superiores comenzó a entablar una pequeña amistad que le aliviaba un poco su soledad. Pronto el desconocimiento que el chico tenía con respecto al proyecto del cual estaba siendo conejillo de indias comenzó a disiparse, y empezó a comprender y a tener acceso a todos los detalles del suero de supersoldado. Las siguientes pruebas a las que debía someterse durante la tarde las supervisaba personalmente el coronel Phillips. Aprendió a base de mucho esfuerzo y gritos por parte del hombre a conducir tanques, camiones y motocicletas, a cargar todo tipo de armas y manejarlas con destreza, a conocer todos los juegos estratégicos, los métodos de espionaje, se formó en idiomas y en como entonarlos de tal manera que fuera como un local para pasar desapercibido.
Los días se convirtieron en semanas y estas en meses y Steve aún no había recibido ninguna noticia de su familia, pero, por lo visto, no le permitían tener un permiso de salida hasta que no hubiera completado y manejado con facilidad la última de las pruebas y la más difícil; sobrevivir a la posible tortura del enemigo en el caso de que lograran apresarlo. El coronel Phillips le manda a memorizar una serie de mensajes de vital importancia y a continuación, debía resistir las consecuencias dolorosas de todas las técnicas torturadoras que le aplicaban. Nunca lograba durar más de dos días sin que al final confesara. Y con Carter no llegaba ni al medio día ocultando la combinación secreta porque cuando ella estaba delante de él, lo único en lo que podía pensar era en cuánto la odiaba, en cómo le había alejado de Bucky y en lo mucho que deseaba salir del ejército para no regresar jamás para continuar sufriendo.
Un día, tras haber sido atendido por Erskine y mientras este le suministraba un extraño líquido azulado con una jeringa, no pudo evitar comentarle lo que le estaba pasando en las pruebas de tortura.
—Sé que no puedo hasta que las haya pasado, pero quizá podría superarlas si antes visito a mis padres para cerciorarme de que están bien —dijo Steve indeciso y aplicándose el mismo un algodón en el antebrazo.
Erskine le observó sorprendido.
—No sé en qué podría ayudarte. En la guerra no vas a tener la oportunidad de volver a casa para ver si tus padres están bien —dijo el doctor a punto de echarse a reír por la sugerencia de su paciente.
—Lo sé, pero siento que la última vez que los vi antes de entrar aquí, me pareció verlos muy compungidos —matizó Steve frotándose el brazo taciturno—. Si al menos tuviera la oportunidad de volver a verlos y decirles que todo va a ir bien...
—Todo está en tu cabeza —le dijo Erskine en confianza y observándolo con indulgencia—. Debes endurecerla para que no puedan contigo, cueste lo que cueste. Sin embargo, si te va a ayudar, quizá pueda mover algunos hilos para que puedas salir y darte un respiro.
Al escuchar aquello a Steve se le iluminó la cara.
—¿De verdad? Oh dios, señor Erskine, no podría agradecérselo lo suficiente —exclamó eufórico por la posibilidad de poder ver a su familia pronto.
—No tienes por qué —aseguró el doctor con una sonrisa—. Creo que te presionan demasiado. Intentan que seas perfecto y se están olvidando de tu integridad. Espero ablandar el corazón de piedra del coronel para que puedas regresar a casa cuanto antes.
—Muchísimas gracias, señor. No sé cómo agradecérselo.
—No es necesario, Steve. Solo usa ese tiempo con sabiduría y vuelve más fuerte que nunca para superar todos los obstáculos.
—Así lo haré señor, descuide —prometió el joven con un gesto de determinación—. Por cierto, señor. ¿Qué es lo que me ha inyectado?
—Es una especie de vacuna. Me estoy asegurando de que no eres alérgico a los componentes del suero. Y por lo que veo, no te ha provocado ninguna reacción —confirmó el hombre retirándose los guantes de látex de las manos—. Muy bien, ya hemos acabado. Puedes retirarte, muchacho.
El científico cumplió palabra. Unos días después, Steve obtuvo un permiso de descanso para salir con varios soldados de los cuarteles y volver de nuevo a casa. Pese a la negativa de Carter, el enfado y la desconfianza del coronel de que a Steve se le escapase algún detalle de su misión, al final pudo ver cumplido su deseo y atravesar por primera vez en meses las puertas principales del cuartel y tomar un autobús que lo llevara de nuevo a Manhattan.
Nada más pisar suelo en la estación, fue a la parada de metro más cercana y tras mezclarse con los demás pasajeros del metro y su inmundicia, salió a la superficie y respiró el contaminado aire de la gran manzana. Estaba en casa.
De pronto, el sonido de una bocina de moto lo sobresaltó y le hizo girar alarmado para ver quién le había sacado de su ensimismación de manera tan brusca. Cerca de la acera se había detenido una pequeña motocicleta de segunda mano en la que viajaba Bucky. Este saludaba a Steve con efusividad y una sonrisa de oreja a oreja. El chico sintió como se le helaba la sangre en las venas y se mantuvo quieto, esperando a que Bucky pensara que se había equivocado de persona al saludar. Sin embargo, el joven no se detuvo y acercó la moto hasta el hasta detenerla e increparle riendo:
—¿Qué pasa, gamberro? ¿Te da vergüenza saludarme? Ni que fuese tu padre.
Steve se encogió, ruborizado por su maleducada forma de reaccionar ante él.
—Hola, Bucky —dijo con un hilo de voz.
—¡Llevaba días sin saber de ti! —se quejó Bucky desmontando de la moto y dándole un golpe amistoso en el hombro—. Pensé que Peggy te iba a dejar más libre estando con ella. ¿Te está dando mucha caña?
—Bueno... —Steve No sabía qué decir ni dónde meterse y su compañero pareció darse cuenta de que el joven se encontraba incómodo ante su interrogatorio.
—Chico, estás pálido y enjuto, como si no hubieras comido en años. Y eso que siempre has sido delgado, pero ahora... —señaló Bucky con preocupación—. Pero ahora parece grave.
—Estoy bien, de verdad —interrumpió Steve con una sonrisa forzada—. Voy a casa a ver a mis padres y a descansar un poco...
—Te llevo —ofreció Bucky señalando el pequeño asiento trasero de la motocicleta. Sin embargo, su amigo negó con la cabeza.
—Es igual. No quiero molestarte, tú vives en la otra punta.
—¿Bromeas? Te voy a llevar igual.
—En serio, Bucky. No quiero molestarte —dijo Steve apretando la mandíbula y dándole la espalda dispuesto a marcharse. Pero le detuvo una pregunta que formuló su compañero.
—¿Es por Peggy? ¿Por lo de la otra noche?
Bingo, pensó Steve volviéndose y esbozando el gesto más desolador que Bucky había visto jamás. Este se incorporó del sillín, puso la pata de cabra en su vehículo y se acercó hasta su amigo, con cautela. Steve sintió que si se acercaba más se derrumbaría, así que dio un paso atrás y dejó claro al otro que no quería ser consolado.
—En serio. Iré solo, no te preocupes por mí.
—No es lo que crees...
—¿Qué tengo que creer, Bucky? —dijo Steve frunciendo el ceño. ¿Acaso intentaba mentirle? Lo había visto con sus propios ojos, tenía la evidencia de su parte. Aquello le ofendió sobremanera.
—Yo... quise hacer algo, pero me salió mal.
—¿Tirártela te salió mal? —dijo Steve rabioso, pero para cuando se quiso dar cuenta de que lo había soltado cabreado, fue demasiado tarde.
—¿Nos estuviste espiando? —dijo Bucky estupefacto y visiblemente traicionado.
—¡Sí! —confesó Steve con una exclamación—. ¡Os vi! Así que no trates de mentirme, si eso es en lo que estabas pensando.
—¡No es lo que crees! ¡No tienes ni idea de lo que pasó! No sé qué viste, pero no era eso lo que parecía —se defendió Bucky atónito por el giro que habían dado las cosas.
—¿Me estás diciendo que no puedo fiarme de lo que han visto mis ojos? —exclamó Steve dolido.
—Ella te gusta, ¿no es así? Pues por mí puedes declararte, si quieres. No quiero nada con ella, yo no soy ningún obstáculo —trató de explicar el chico de origen irlandés.
—¡No se trata de eso! —estalló Steve finalmente dejando a Bucky más desconcertado si cabía.
—¿Qué quieres decir?
Steve enmudeció consciente de que si iba más lejos aquella conversación se tornaría extraña. Bucky tendría que ser testigo finalmente de sus sentimientos y el joven no podría resistir el evidente rechazo. De todas formas, ¿por qué razón Barnes trataba de justificar lo que había hecho como si le debiera ese relato? Era absurdo.
—¿Qué quieres decir tú? No me debes ninguna explicación. Tú has hecho lo que has querido y tienes todo el derecho...
—Vi como la mirabas aquella noche —dijo Bucky.
—¡La miraba con odio! Esa mujer no me trata bien. Nadie me trata bien allí, solo soy un pedazo de carne para ellos —volvió a estallar Steve esta vez con más furia y haciendo que varios viandantes volvieran la cabeza con sobresaltados—. Estoy solo, ¿entiendes?
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—¿Cómo? ¿Cuándo? No me dejan ver a nadie. Y cuando me dejaron verte, te follaste a mi supervisora.
—Steve, yo...
—Adiós, Bucky —concluyó Steve dándole la espalda al otro esta vez de forma definitiva para alejarse. Esperaba que el otro no lo siguiera y le dejara tranquilo y para alivio de su devastado corazón, así fue. Si se enfrentaba de nuevo a él temía perder la compostura que tanto esfuerzo le había costado mantener.
Llegó por fin a la casa de sus padres tras una hora caminando sin descanso y sin parar de darle vueltas a lo que había sucedido con Bucky. ¿Qué había querido decir con ese plan que le había salido mal? ¿Había tratado de humillarlo poniéndole celoso llevándose a Peggy? ¿Por qué haría algo así alguien que se consideraba su mejor amigo? pensar en ello solo le ponía más celoso y no se dio cuenta de que la puerta estaba ya abierta cuando entró en la casa.
El habitáculo se hallaba silencioso, más que de costumbre. Ya más sereno y consciente de que algo estaba fuera de lugar, Steve se aproximó con cautela al salón. Sus padres, sentados en el sillón grande, frente al piano, le daban la espalda. Cada uno estaba en un lado del sofá y parecían no haberle oído entrar. Steve se percató de que miraban al frente, con la espalda muy recta.
—¿Madre? ¿Padre? —musitó él inseguro.
A su lado se manifestó entonces Marielle con el rostro quebrado de dolor y con un movimiento silencioso de su mano le señaló el sofá para que se dirigiera hacia allí. Este, interrogante la observó con desasosiego y obedeció a su gesto con lentitud consciente de que lo que le sucedía es que no quería enfrentarse y lidiar con lo que estaba a punto de ver.
Los dos cadáveres de sus padres, tiesos como árboles talados, se hallaban sentados con las manos sobre su regazo y el rostro quemado. Se podía apreciar las cuencas vacías, los orificios y la siniestra dentadura de las calaveras esbozando una sonrisa perpetua. Sus ropas estaban manchadas de sangre.
Steve se tapó la boca para retener el grito de terror que estuvo a punto de lanzar, y cerró los ojos con fuerza. Sus piernas flaquearon y cayó al suelo de rodillas ante la macabra imagen. No era posible. Ellos no. Ellos también, no.
—Espero que tu reencuentro te haya sido provechoso —dijo entonces una voz en alemán procedente de la estancia continua, la cocina.
Steve alzó la vista y se topó con la sonrisa condescendiente del señor Erskine. A su lado, el hombre misterioso que había conocido la noche en la que mató a Zetter, le observaba con severidad cruzado de brazos. Esa vez pudo ver por completo sus rasgos afilados y su mirada de depredador.
—Lo siento —continuó Erskine dirigiéndose hacia el joven que permanecía sobre el suelo con los rojos por las lágrimas y la rabia—. Creíamos que te estabas alejando del objetivo, así que hemos tenido que tomar cartas en el asunto.
—No deberías darle ningún tipo de explicación —cortó el otro con desprecio y se acercó a Steve amenazante—. Esto es lo que pasará si sigues encariñándote de esta escoria americana. El Barón estaría decepcionado contigo.
—Mis padres... —sollozó Steve. Fue interrumpido con un rodillazo en la tripa por parte del hombre que había sido el último en hablar. Rogers cayó al suelo retorciéndose de dolor y gimiendo.
—Tu verdadero padre murió por la causa —exclamó el tipo—. ¿Es que quieres manchar su nombre despreciando todo lo que hizo por ti?
—Cálmese, señor Schmidtt —intervino Erskine intentando mediar sin éxito.
—No pienso calmarme. Está a punto de tirar todo por la borda. Va a descubrirnos por ponerse sentimental.
Erskine no hizo caso a su compañero y se acercó a Steve para acuclillarse junto a él y revolverle el pelo como un gesto de consuelo.
—¿Ves, querido, lo que nos has hecho hacer? Esta es tu obra y las consecuencias de querer a quien no debes. ¿Entiendes que le pasará a todo el mundo que se acerque a ti en busca de amor y amistad? Estás en este mundo para matarlos tú mismo —dijo el científico—. No hagas que volvamos a tomar partido nosotros. El señor Schmidtt está muy ocupado y yo debo prepararte para la futura guerra. Así que a partir de ahora encárgate de acabar con aquellos que se interpongan entre Hydra y tú. ¿Entendido?
Steve ya no escuchaba nada. Su cabeza estaba a muchas millas de allí, en un vacío sin salida. Un pozo negro sin ninguna luz que le indicara la dirección que debía tomar ahora que ya no tenía familia ni amigos. Su rostro se ensombreció y se calmó aparentemente. Por primera vez en su vida, las visiones que le atormentaban se callaron y permanecieron en torno a él en un silencio sepulcral, expectantes por ver qué salía de sus labios.
—Sí, señor —dijo él en alemán con voz carente de emoción e incorporándose dolorido tras el golpe en la tripa.
—Eso está mejor —dijo el científico con una amplia sonrisa—. Bien, ahora recita la premisa de tu misión. Tal y como el Barón te enseñó.
—Y asegúrate de hacerlo con tu verdadero nombre —añadió Schmidtt, contrariado.
Steve agachó la cabeza. Por primera vez en mucho tiempo se sentía liberado. El dolor había desaparecido como cuando lo hizo tras la muerte de su progenitor. Las voces ya no se empeñaban en hacerle sufrir. Ni siquiera la triste mirada fantasmal de Marielle le daba cargo de conciencia. Esa vez, su sensación de alivio iba más allá. Había sentido esa transformación y los muertos no podían alcanzarlo. Ahora era capaz de matar sin sentir culpabilidad. Era intocable. Invencible.
—Yo, Helmut Zemo, prometo llevar la gloria al Führer y a nuestra querida hermandad. Cumpliré con mi obligación de eliminar a toda la escoria humana y a toda la suciedad que trate de mancillar nuestros más puros fines. Llevaré a cabo mi cometido con lealtad y sin vacilación. Eliminaré a todos mis enemigos y no dejaré a ningún prisionero con vida salvo que este sirva para nuestros propósitos. Mi carne y mi sangre pertenecen a mis hermanos. La Muerte está siempre de mi parte —recitó Steve con una voz segura carente de alma—. Heil, Hydra.
—Sieg Heil —secundaron.
Nota aclarativa: como podéis observar, estoy "deconstruyendo" el canon y lo estoy poniendo todo patas arriba. ¿Os esperabais el plot twist del Barón Zemo? Surgió tras haber tenido un sueño sobre el fic que me dio la clave. El tipo en cuestión, Helmut Zemo, aparece en la película de la guerra civil de Marvel. Sin embargo, he decidido tomar la idea del cómic, en el que se le ve siendo amigo del alma del Capi desde la infancia y transformarla en lo que acabo de escribir; que la verdadera identidad de Steve Rogers es en realidad la de Helmut Zemo, hijo del Barón Zemo senior, de cuya identidad no sabíamos nada hasta ahora. ¿Sorprendidos? Eso espero. XDD. Por favor, no me matéis demasiado si os hago sufrir con este Stucky angst. Yo también estoy sufriendo y más ahora que la reconciliación parece casi imposible. Espero vuestros comentarios. Os quiere vuestro amigo y vecino Magpieus.
P.D: espero que tampoco os esperaseis las verdaderas intenciones del científico. También es un shock para mí pero tiene sentido que ese señor perteneciese a Hydra. Tiene acceso a todo el sistema de inteligencia del ejército americano, es el científico encargado del proyecto supersoldado y además es sospechosamente majo con Steve. Algo no me olía bien ni a mí.
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