Capítulo 3: fantasma
Steve no podía volver. Sus padres se iban a preocupar, pero en esos momentos le traía sin cuidado. Ahora que conocía los detalles de lo que su verdadero padre había hecho en América con él, no podía regresar a casa. Aquel hombre lo había chantajeado y le había explicado que pronto iba a haber grandes cambios en la historia y él los lideraría. Pero antes debía infiltrarse en el ejército americano.
—Busca a alguien que pueda serte de utilidad. Creemos, en Alemania, que tienen la clave para derrotarnos. Hazte con ella e invierte la suerte —le había ordenado el hombre misterioso antes de alejarse.
Deambuló por el barrio sin saber muy bien qué pensar o hacer. Pronto su mente se obsesión con el recuerdo de la locura de su padre y no pudo evitar pensar que él había sido la causa de ella. Pese a que le había maltratado constantemente durante años, Steve de alguna forma sentía que estaba unido al destino de su padre y el no haber progresado en sus intentos de convertirlo en el mejor soldado de todos los tiempos, habían precipitado su decaimiento. Además, también estaba el asunto de haber matado a sangre fría y por venganza a una persona que no le había hecho nada directamente. Pensó que sería buena idea y que se sentiría mejor dándole su merecido a H, pero, sin embargo, no lo encontró en la escena y quien pagó los platos rotos fue su mejor amigo, Zeter. Su alma no había encontrado descanso ni el alma de Marielle honra en aquel acto atroz.
Se encontró de pronto en su antigua calle, en frente de su casa destartalada y con los cristales rotos por las pedradas de los chiquillos. Cerró los puños y los apretó, lleno de rabia antes de reanudar el camino hacia ninguna parte. No se percató de que estaba yendo de forma inconsciente hacia la dirección en la que Bucky vivía hasta que se encontró en su porche. Levantó la vista y observó la casa. Todos parecían estar durmiendo felices e ignorante de su perdición.
Entonces se sintió muy cansado. Quizá podría dormir un poco sobre los escalones antes de regresar a casa. Pero si lo hacía tendría que ver a Marielle y no podría soportar aquello de nuevo. Menos después de haber matado a una persona con premeditación y alevosía.
Soy un monstruo y al final lo he aceptado, pensó con resentimiento. Mi padre lo supo ver en mí y trató de explotarlo al máximo hasta que lo consumió. Debo encargarme de terminar lo empezado. Pero ¿por qué tengo tanto miedo? ¿Qué se supone que debo hacer ahora? No quiero morir yo también como ese desgraciado, por no haber llevado a cabo mi cometido.
Se acomodó cerca de un pequeño sofá que había cerca del porche de la casa de su único amigo y sacó el envoltorio de caramelo de su bolsillo.
—¿Por qué he venido hasta aquí? ¿Qué esperaba encontrar? —se dijo a sí mismo llevándose a los labios el papel para besarlo—. Sé que no eres mi amigo, pero... Bucky...
Se dejó caer en el mundo de los sueños antes de terminar la frase y tuvo una pesadilla horrible relacionada con Marielle. Sintió una mano que le movía el hombro y se despertó sobresaltado. Frente a él, un joven uniformado de soldado con una gorra de plato con visera, le observaba sin comprender qué hacía allí.
—Ey, ¿quién eres? ¿Qué haces tú aquí?
Su sonrisa y su mirada vivaz no habían cambiado, pero ahora Bucky era más alto, más fuerte y más atractivo. Aun así, Steve lo reconoció enseguida y pronunció su nombre.
—¿Bucky?
Al principio, el soldado se mostró suspicaz y receloso hasta que vio el enclenque aspecto de aquel chico vagabundo y entonces se acordó.
—¿Steve? ¡Madre mía! ¿El chico fantasma? —exclamó con alegre sorpresa—. No te había reconocido. Caray, qué sorpresa. ¿Qué haces tú aquí? ¡Ven, entra en mi casa! No tienes buena cara.
Steve fue a replicar y a oponerse, pero Bucky insistió y entro tras él al confortable hogar del chico militar. Rogers se dio cuenta que era mucho más alto que él. Tenía una constitución atlética y se le marcaba la espalda y los hombros. Debía de ser el tipo de hombre que levantaba suspiros se admiración y enamoramiento al pasar cerca de los grupos de chicas. Hizo sentarse a Steve en la pequeña mesa de la cocina y este espero silencioso y avergonzado a que Bucky preparase un poco de té con tostadas. El chico escuálido observó por la ventana que estaba comenzado a amanecer.
—Bueno, cuéntame. ¿Qué hacías en mi porche?
Entonces, Steve le relató con dificultad lo que había sucedido con las peleas, Marielle y con su trabajo ocultando la parte del asesinato de Zeter. Bucky lo escuchó sin interrumpirle y cuando esté termino de contar su historia, el militar se puso serio, se acercó hasta Steve y lo abrazó fuertemente, algo que tomó por sorpresa a este último. Sintió el aliento del otro cercano a su oreja, su fragancia natural mezclada con jabón y su pecho subir y bajar acompasado con el suyo y tuvo la extraña sensación de que se le erizaba la piel al percibir todo aquello.
—Tendrías que haber venido conmigo antes y haberme informado de tu situación. Somos amigos, al fin y al cabo, ¿no? —dijo Bucky revolviéndole el pelo—. A propósito, ¿y tú padre?
—Bueno, murió. Por eso estaba con otra familia. Yo no recuerdo lo que pasó. Me traumaticé o algo por el estilo —explicó Steve con un hilo de voz.
—Vaya, tío —se lamentó Bucky dando por terminado su abrazo y acercándose hasta su petate de soldado para recoger algo—. Has tenido que pasar por dos episodios muy duros, es normal que hayas acabado en mi porche. Pero tío, la próxima vez llama y yo te dejaré entrar. Promete que llamarás.
—L-lo prometo —contestó el otro cohibido, pero increíblemente reconfortado. Bucky era muy hospitalario, servicial y parecía caer bien a todos. Uno se sentía demasiado a gusto con él. De esa forma era tan fácil de olvidar para Steve que había matado a un hombre...
—¡Bien! Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
—En realidad debería volver porque no dije que iba a salir para intentar recuperar algo de compostura. Estarán preocupados...
—Si, creo que es lo mejor. Pero si de todas formas quieres descansar aquí. O si quieres puedes venir a mi cuarto y esperar a que salga el sol —dijo Bucky con amabilidad.
—De verdad que tengo que irme —dijo Steve abrumado por tanto trato cariñoso—. Si me permites voy a salir.
—Espera, Steve —dijo de pronto Bucky reteniéndolo por el brazo. Steve lo miró sin comprender—. La última vez que te vi no llegué nunca a saber nada de ti porque te fuiste de esta manera tan precipitada. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites y soy tu amigo. Tenemos esa confianza, ¿entiendes?
—Sí, pero no sé si debería abusar...
—Al diablo con la cortesía y la formalidad. Yo no me porte bien la última vez, que digamos. Te debo una y además nunca llegué a regalarte nada por tu cumpleaños. Puedes contarme todo lo que te preocupe. ¿Entendido?
—Supongo —asintió Steve ruborizado.
—Dime dónde vives para hacerte alguna visita de vez en cuando. Así podemos salir a tomar algo y cantarles a las chicas cuando estemos borrachos como cubas —rio Bucky.
Steve, esbozando una tímida sonrisa le dijo la dirección y el otro se la apuntó enseguida.
—Bien, ahora que tengo tu dirección te tomo la palabra y, ya que te debo una, puedes cobrártela como te plazca.
—En realidad, sí que puedes hacer algo por mí ahora —dijo Steve acordándose de pronto de toda la situación—. Me he quedado sin trabajo como mucha gente de Brooklyn y tengo a unos padres que, posiblemente por la edad, no encontrarán ningún puesto en ninguna parte nunca más. Debo mantenerlos. ¿Tú sabes si en el ejército hay algo que pueda hacer?
—¡Sí, probablemente pueda haber algo que te vaya como un guante! ¿Qué se te da bien?
—La matemática, en general. Antes era el contable de la empresa de los muelles. Ya sabes, no tengo un cuerpo de atleta, precisamente. El cerebro es lo único que puedo ejercitar —dijo Steve señalando algo que a él le parecía obvio, pero Bucky negó con la cabeza.
—Tal vez no necesites tener un entrenamiento como el de un soldado raso normal, como yo. Si te quieren por tu cerebro no creo que se arriesguen a que lo pierdas durante unos entrenamientos muy duros a pleno sol en verano, por ejemplo —dijo Bucky tranquilizándolo. Steve no pudo evitar soltar una carcajada y Bucky la secundó—. Bien, veo que te ríes. Espero verte siempre así, ¿vale? Veré si puedo traerte buenas noticias y si puedes entrar. ¡Estaría genial, podríamos trabajar juntos!
—Bueno. Estaría bien, sí.
—¡Ah! Qué poco entusiasmo. Ahora mismo quiero que haga diez flexiones y te muestres más positivo, soldado —dijo Bucky caricaturizando la voz de un teniente estricto. Steve rio y supo entonces que su infiltración en las filas americanas iba a ser un éxito.
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