Lágrimas de hielo. Parte I
El pueblo lucía vacío, desolado.
Los únicos sonidos perceptibles eran los aullidos y gemidos de los perros abandonados en los patios y el único movimiento era el ocasional y furtivo paso de los gatos que paseaban por los tejados o que corrían desde un punto seguro entre los matorrales hasta otro en lo más alto de la copa de algún árbol.
El aleteo de un leederq, que seguramente habría escapado de algún corral, llamó la atención de PRinç y Cyan, mientras Shai-re Zaad y Neerhoelgr llevaban las manos a la empuñadura de sus armas, sólo para respirar aliviados apenas un segundo después, al ver al ave desaparecer en unos arbustos cercanos.
Hacía nueve días que habían dejado el claro del obelisco, donde Cyan y 'hoelgr se habían recuperado de sus heridas, y apenas aquella mañana habían logrado vadear el Aza Khnao, para por fin dejar atrás la frontera formal de Fälant.
Apenas si habían tenido algún contratiempo en este lapso, lo más cercano había sido la mañana siguiente a su encuentro con Izikiel, cuando se habían visto peligrosamente cerca de una patrulla de R'nyerx, sin embargo, el bien entrenado ojo de 'hoelgr y una rápida decisión de Cyan y PRinç los sacaron del apuro antes de que las älv siquiera supieran que estaban ahí.
Ahora, se encontraban apenas un paso afuera de las fronteras de Mrrgan T' Fä, en uno de los múltiples asentamientos de älvs allende la "Serpiente Azul", los cuales comenzaban a internarse en las Planicies Interminables como punta de lanza para extender el territorio de Fälant por medios más sutiles que la guerra abierta.
Con la luz del sol poniente a su derecha, el cuarteto se había acercado lentamente al pueblo. Con sus provisiones casi al mínimo y con la inmensa sabana a tiro de piedra, tenían que conseguir algo de comida y agua, aunque fuera a riesgo de que los pobladores los denunciaran con alguna de las falanges älv que patrullaban constantemente por aquellos pequeños asentamientos, bajo el pretexto de "proteger" a todos los súbditos de Dama Mrrgan.
-¿Dónde están todos?- preguntó, inquieto, 'hoelgr, las fosas nasales tan dilatadas que podría haber aspirado un par de uvas a través de ellas.
-Tal vez ya se están preparando para dormir- especuló Shai-re, no obstante, no era solo que las calles estuvieran vacías o el extraño silencio que pesaba sobre el poblado, sino que tampoco había señal alguna de la luz de los fogones y los hogares que, a esa hora, debían estar preparando la cena de las familias de granjeros que seguramente se levantaban con el alba para atender sus huertos y a sus animales.
-Separémonos- ordenó PRinç -Shai-re y Cyan a la derecha. 'hoelgr, tú y yo por la izquierda. Nos encontramos aquí mismo en 20 minutos- pero antes de que la rubia se fuera, la mano del medio-elfo la detuvo por un brazo y le alargó un puñado de canicas de vidrio -si tienen problemas, arroja una contra el piso tan fuerte como puedas-
La joven se limitó a asentir, mientras guardaba las canicas y daba media vuelta hacia donde la oruk ya la esperaba, daga en mano.
Sus primeros pasos fueron deliberadamente lentos, precavidos, midiendo cada palmo de terreno y tanteando cada rebanada de aire a su alrededor, mientras se acercaban a una de las tantas casa cuyas puertas estaban misteriosamente abiertas y revisaban el oscuro interior.
-No parece que tuvieran prisa, pero definitivamente no querían quedarse aquí- señaló Shai-re mientras se acuclillaba y levantaba una muñeca de trapo que había quedado abandonada en medio del cuarto principal.
-Se llevaron todo lo que pudieron cargar- respondió Cyan mientras veía inquieta alrededor de la estancia vacía, repentinamente segura de que alguien las observaba.
-Tú también lo estás sintiendo ¿verdad?- susurró Shai-re disimuladamente mientras se ponía de pie y miraba alrededor con aire indiferente.
-Sigamos, tal vez encontremos algo de comida en una de las casas cerradas- respondió Cyan disimulando, mientras daba media vuelta y se encaminaba a la salida.
Llamaron a una de aquellas puertas asegurada con una tranca de madera y varios lazos que la amarraban a una sólida pared de tablones la cual, no obstante, permitía ver parte del interior a través de amplias rendijas que dejaban colar, también, la suave brisa de aquella tarde-noche de otoño en las fronteras de Fälant.
No hubo respuesta, pero forzar la puerta no fue tan difícil y mucho menos para alguien como Shai-re, de quien Cyan estaba segura era una de los semi-legendarios nin xha-ssin.
Dentro, la escena era completamente diferente de aquella de la casa abierta: los escasos muebles estaban todos en su lugar, pero una espesa capa de polvo había empezado ya a cubrirlos; en el rincón que hacía las veces de cocina, cubetas y palanganas estaban llenas de trastes sucios que esperaban, inútilmente, ser lavados y la casa en general parecía estar desprovista de color, de calor e incluso de vida.
Y mientras Cyan revisaba las cestas y jarrones en la cocina en busca de algo de comer, Shai-re se separó para revisar el cuarto, posiblemente la recámara, parcialmente oculto detrás de una cortina hecha de listones de colores anudados entre sí, formando un patrón romboidal, a modo de red de caza.
Una expresión ahogada de Shai-re llamó la atención de Cyan, quien desenvainó su ta an-biya y se apresuró a unirse a la joven oruk, la cual veía con ojos desencajados el inquietante cuadro que se ocultaba detrás de la cortina.
Parecía ser la familia completa, los padres compartiendo una cama relativamente amplia y, del otro lado de la minúscula habitación, dos pequeños en hamacas colocadas una sobre otra; todos ellos yacían absolutamente inmóviles, con un imperturbable gesto de serenidad e incluso una tenue sonrisa en sus rostros, sin embargo, no había señales de sus respectivas fä y su piel lucía no sólo pálida al borde de la blancura, sino que parecía destellar en medio de la oscuridad.
Con una señal de la cabeza, Cyan le pidió a Shai-re que revisara los cuerpos, mientras ella se colocaba justo en el umbral de la puerta, cuchillo en mano, en una posición que le permitía vigilar ambas habitaciones al mismo tiempo.
La oruk no vaciló en hacer lo que le pedían, sin embargo, lo hizo con total cautela, avanzando lentamente a través de la habitación, deslizando los pies sobre el suelo de tierra para evitar el ruido de pisadas y desplazar cualquier obstáculo pequeño o evitar chocar con alguno más grande.
Se acercó primero a la hamaca más baja, donde un niño de unos cinco años parecía dormir plácidamente, cubierto apenas por una cobija muy ligera a pesar del frío casi glaciar que imperaba en la oscura habitación.
Con absoluto cuidado, como tratando de evitar despertar al pequeño älv, Shai-re extendió la mano para revisar su cuello en busca de pulso, sin embargo, no bien tocó la pálida piel... ¡el cuerpo se desintegró por completo!
Convertido en un polvo ligero y blanquecino como la nieve, lo que había sido el cuerpo del niño cubrió el suelo bajo la hamaca, ante la mirada horrorizada de Shai-re y la furiosa de Cyan, quien ya sólo pensaba en castigar al perpetrador de tan atroz crimen.
Un repentino presentimiento hizo que la rubia volteara hacia la entrada principal y fue ahí que lo vio, agazapado, listo para atacar o huir; pequeño, de piel tan absolutamente blanca que resaltaba en medio de la oscuridad, pero cubierta de tatuajes que formaban un patrón abstracto en rostro y brazos, la cabeza cubierta por una densa cabellera azul pálido y con unos ojos enormes como los de una lechuza y penetrantes como los de un lince, de color azul obscuro que parecían capaces de atravesar a Cyan con aquella intensa mirada que, sin embargo, no transmitía emoción alguna.
-¡Shai-re!- diciendo y haciendo, la joven guerrera se precipitó en pos de la extraña criatura, que parecía dispuesta a trabar combate, al menos hasta que la enorme oruk desenvainó su ta an-biya y corrió detrás de Cyan.
Ante la vista de las dos guerreras, el ente cambió su resolución, dio media vuelta y desapareció entre las sombras, volviendo absolutamente inútil la veloz carrera de la rubia, quien, para cuando llegó a la puerta, ya no pudo encontrar ni rastro de la criatura.
-¡¡¡Aaaaaahhh!!!-
¡Un agudo grito y una línea de luz que se elevó alto en el cielo antes de estallar en un destello que iluminó el pueblo por completo!
Sin una palabra, Cyan y Shai-re echaron a correr hacia donde la centella comenzaba a descender lentamente y, conforme se acercaban, comenzaron a escuchar sollozos y lamentos que se fueron haciendo más fuertes con cada paso que daban.
El pueblo no era muy grande, ni muy complicado, sólo una plazoleta central de forma circular con un pozo de agua en medio, rodeada por un par de líneas de casas alrededor, las cuales daban paso, cada tantos metros, a estrechos andadores que conducían fuera, hacia los huertos o los corrales que rodeaban el asentamiento.
Y fue, precisamente, en uno de estos andadores donde Cyan y Shai-re encontraron a 'hoelgr, quien miraba con gesto apesadumbrado a una joven älv que se aferraba a una pequeña manta amarilla decorada con figuras de aves y flores, mientras lloraba amargamente y entre sollozos no dejaba de repetir -¡Sey tuarón ha! ¡Sey tuarón ha!- "¡Se la llevaron! ¡Se la llevaron!".
Una ira primitiva despertó en Cyan al ver a la joven de rodillas, aferrada a la manta, sacudida por el llanto y la desesperación que eran la única constante en la vida de los inocentes y los desamparados en Phantasya, sin importar género, edad o raza.
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