Ecos del pasado en el caos del presente. Parte II

Manchas de colores y una luminosidad difusa era lo que Cyan había empezado a distinguir aquella mañana. Apenas dos días antes había estado ciega, pero tras más de una semana de convalecencia y del tratamiento de luz y calor de thegne Paggeleiony, el veneno de la maldita criatura ya casi había salido de su sistema.

Apenas una hora pasado el amanecer, el frío en la zona semidesértica que marcaba la transición entre las praderas de las Planicies Interminables y el desierto de Kalasa har-Agob calaba hasta los huesos y solo una buena manta sobre sus hombros y lentos sorbos a una infusión de granos del loto verde que se cultivaba en las granjas al norte de HOuçç la mantenían caliente.

Hasta donde alcanzaba a escuchar, eran una caravana numerosa, quizá entre 100 y 150 personas y más se les unían cada día. Refugiados de cada rincón de las Planicies Interminables, de Houçç y de Kalasa har-Agob, de casi todas las razas: oruuk, aelfs, eelphi, humanos, por supuesto, e incluso unos cuantos älv que se habían aventurado muy lejos de Fälant. Todos ellos buscaban solo una cosa: refugio seguro en medio del caos que se había apoderado del mundo aparentemente en unos cuantos días.

Cada grupo que se unía traía nuevas noticias. A veces no eran más que rumores, pero muchas otras eran dolorosas realidades que despertaban la tristeza, la furia o la impotencia de quienes las escuchaban.

Desde que había despertado, Cyan había escuchado a un aelf relatar cómo un dragón había arrasado su comuna sin provocación y sin necesidad, ni siquiera por hambre, ya que los cuerpos carbonizados de 50 de sus hermanos y hermanas quedaron tendidos en el campo sin que la bestia tocara siquiera a ninguno de ellos.

Por acá, unos granjeros humanos sufrieron el vicioso ataque de un troll que destruyó su casa, matando a la abuela y a su hijo de en medio; de aquel lado, un joven eelph contaba cómo un grupo de arreva-nants se había llevado a su hermana y a su padre; más allá, dos niños oruuk lloraban por su mamá y su papá, sin atinar siquiera a decir qué les había ocurrido.

Y no sólo eran las bestias consideradas peligrosas, también aquellas relativamente pacíficas, como las gigantescas dendeqis, de repente podían salir en estampida, aplastando y arrollando cualquier cosa que se atravesara en su camino, aterrorizadas por algo que solo ellas podían ver.

Incluso el clima, duro e impredecible desde el "Gran Hechizo", parecía conspirar para erradicar a la vida sensible en Phantasya; relatos sobre granizadas a medio desierto, tornados que se alzaban fuera de temporada y en unos cuantos minutos en el centro de una aldea o en las afueras de una pequeña ciudad, inundaciones o crecidas de ríos e incluso riachuelos sin motivo aparente o incluso sobre "lluvias" de criaturas como sapos o serpientes acuáticas se oían aquí y allá entre los refugiados.

Y lo más reciente: los inquietantes rumores de que, de repente, el mismo suelo parecía cobrar vida y levantarse cual gigante o troll furioso, destruyendo todo a su paso para de repente volver a caer como si nada hubiera pasado.

-Buenos días-

La voz no era realmente grave sino profunda, con matices que denotaban tanto edad como vigor, despertando una inmediata confianza en aquellos que la escuchaban, aunque Cyan no se sentía de ánimo para conversaciones.

-Buenos días-

-Me alegra ver que ya está mejor-

-Gracias-

-Thegnes Kraaft' y Pagge' estaban muy preocupadas por usted. Hubo momentos en que creían haberla perdido-

-Eso me han dicho-

Cyan pudo sentir cómo los ojos de aquel hombre la escrutaban de pies a cabeza, pero ella no se movió un ápice.

-Debió haber sido una gran pelea-

-No hay "grandes" peleas, solo hay peleas, peleas de las que sales caminando o simplemente no sales-

-Tiene razón, lo lamento-

Un breve silencio llevó hasta ellos el crescendo del ruido del campamento conforme los refugiados comenzaban a despertar: el crepitar de varias fogatas recién encendidas, el ruido de las cacerolas y otros utensilios de cocina, los pies que se movían presurosos de un lado a otro reuniendo las escasas provisiones de la caravana.

-¡Buenos días, rubia! Me alegra ver que ya estás de pie otra vez- la animada voz de Kitaat Vutzu sonó tan fuera de lugar en medio de aquel tenso silencio como un silbato tdwarvan en medio de una ceremonia eelphen.

-¿Vutzu? ¿Qué haces aquí?- preguntó Cyan volviendo el rostro hacia el punto de donde provenía la voz.

-Lo mismo que tú, amiga: sobrevivir-

El joven medio-oruk y su inseparable Qarabas habían sobrevivido al ataque de los arrreva-nants a la HOuztia ELizee y, no bien los había visto, se había unido a la caravana, para mayor confusión de Eathervrïna, quien intentaba desesperadamente dejar atrás sus sentimientos por el ladronzuelo.

Más que verla, Cyan presintió la mirada de fastidio que Vutzu le dirigió al anciano, quien, en cambio, no dejaba de sonreír, aparentemente divertido ante el disgusto del muchacho.

-¿Ya estás otra vez con tus sermones, viejo?- espetó Vutzu con tono resentido -yo que tú, rubia, me cuidaría muy bien de este; tiene la jodida costumbre de meter sus narices donde no lo llaman-

-¡Jajaja!- la risa del hombre sonó tan transparente y franca como el recién pasado amanecer, mientras se volvía a ver a Cyan -no le haga caso, niña Cyan, el joven Vutzu solo está enojado porque no lo dejé estafar a un par de chicos eelphi con sus dados cargados-

-Se necesita un estafador para reconocer a otro estafador- escupió el muchacho antes de dar la media vuelta y alejarse, indignado.

Y mientras el medio-oruk partía a grandes zancadas, a lo lejos se elevó la risa cristalina de un grupo de niños que corrían de un lado al otro del campamento, mentes y almas maravillosas capaces de encontrar un poco de felicidad en medio de un mundo que se sacudía desde sus cimientos.

Una lágrima resbaló de los ojos casi ciegos de Cyan cuando el recuerdo del cuerpo de Hara-pa, tendido en la oscuridad de aquel túnel, golpeó su memoria cual el puño de un gigante furibundo.

-Son criaturas increíbles los niños, ¿no es así?-

-Sí, sí lo son- respondió Cyan enjugándose la solitaria lágrima.

-Tengo entendido que perdió a alguien muy querido-

La rubia se limitó a asentir brevemente, mientras clavaba sus ojos en el bulto luminoso del hombre a su lado.

-Otra vez: lo lamento-

-¿Y por qué lo lamenta? No fue su culpa- espetó Cyan, un tanto brusca, mientras amagaba con levantarse, incómoda por el giro que estaba tomando aquella conversación.

-En cierta forma sí lo fue- dijo el hombre con un tono contrito que intrigó a Cyan, obligándola a sentarse otra vez -toda esta destrucción, toda esta tragedia, todas estas muertes sin sentido, este mundo que se desintegra y que se cae a pedazos, esta oscuridad que nos invade y que nos destruye, todo... todo esto, es la herencia de nuestra generación para la suya.

Bien lo decía alguno de mis maestros, son los viejos los que inician las guerras, pero son los jóvenes los que mueren en ellas. La desgracia fue culpa de nuestra generación y será la de ustedes la que tendrá que limpiar el desastre si es que quiere vivir y es por eso que lo siento-

Un suspiro escapó del pecho del anciano, cuyos ojos se perdieron en lontananza, como si intentaran ver un mundo que hacía 39 años se había ido y que quizá jamás lograrían recuperar.

-Su padre pensaba igual, ¿sabe?, por eso pasó...-

En un parpadeo, el sable, que thegne Kraaphénaka se había dado tiempo de recuperar en su huida de HOuçç y que había estado descansando junto a ella, salió de su vaina y con una precisión tal que nadie habría dicho que estaba básicamente ciega, lo colocó justo sobre la garganta de aquel hombre.

-¿Quién es usted y qué es lo que sabe de mi padre?-

-¡Jajaja!- el hombre rio como si ni siquiera hubiera notado que el sable estaba a un suspiro de cortarle la yugular -no se alarme, niña Cyan, aunque no lo crea soy un amigo de su familia y más importante que lo que yo sé sobre su padre es lo que usted no sabe de él... ni de su madre-

-¡Basta!- gritó la rubia, permitiendo que el sable se hundiera ligeramente en la piel del hombre, arrancándole una diminuta gota de sangre -¡Ya estoy harta, me entienden HARTA! Estoy cansada, tan cansada de que a últimas fechas todos lleguen a decirme que conocen el "gran" secreto de mi familia, cansada de las insinuaciones, cansada de las verdades a medias y verdaderamente enferma de que todos terminen por irse sin haberme dicho nada en realidad-

El anciano la volteó a ver más con compasión que con miedo antes de volver a hablar con aquella voz tranquila y profunda, que transmitía la misma serenidad que un estanque tranquilo en un soleado día de primavera.

-Es una historia larga, quizá le convendría bajar el sable; en unos minutos su hombro comenzará entumirse y le sería imposible decapitarme si digo algo que no le gusta; de cualquier forma, puedo ver que ese brazo suyo es mucho más rápido que lo que queda de los reflejos de este pobre viejo-

Llorando de rabia, Cyan retiró un poco el sable, con la visible intención de descargar toda su furia en aquel anciano, quien, sin embargo, espero impasible el inminente golpe... el cual nunca llegó; la zim i-tana se retiró hasta quedar en las piernas de su dueña, quien se limpió la nariz con el dorso de la mano y dirigió sus ojos casi ciegos hacia el rostro de aquel hombre.

-Quiero la verdad y la quiero ahora- dijo con una voz tan tensa como la cuerda de un laúd -así que ya sabes, viejo, hablas o te callas, es tu elección; pero si hablas, ten cuidado con lo que digas porque te juegas la vida en ello-

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